EN CESAREA MARÍTIMA

 


 

#Un romano saluda y habla con otros de su misma patria   

#Está uno de bodas siempre que se da el primer sorbo a un ánfora cerrada. Esta noche lo haré. Veinte mil sestercios, o si os gusta mejor, con doscientas monedas en oro la compré, incluyendo lo que di a los que me la consiguieron y otros gastos.   

#"El Nazareno, que ha embrujado a nuestras damas. Está detrás de ti..."   

#Jesús siguen caminando, triste, porque logró oír las últimas palabras de Ennio, y como es alto, mira con infinita compasión a los esclavos que corren bajo su carga.   

#Parábola del padre que tenía muchos hijos y dio a cada uno de ellos dos monedas de mucho valor al llegar a la edad adulta  

 #Los perfectos están ya a mi derecha, iguales que yo en la gloria como en las obras; los arrepentidos serán tratados como hijos a quienes hay todavía que enseñar, a los impenitentes y culpables se les arrojará fuera de mis confines y llevarán detrás de sí la maldición de quien para ellos no es ya más padre, Pero recuerdo a todos que cada uno se labró su suerte,  

 #Os la voy a explicar con parangones. El Padre de los cielos es representado por el padre de una familia numerosa. Las dos monedas entregadas antes de partir son el tiempo y la libre voluntad que Dios concede a cada hombre para que los use como mejor crea,   

#A todos iguales dones; pero cada hombre los usa como quiere   

#No desperdiciéis, pues, las dos monedas: el tiempo y el libre albedrío, sino empleadlas con justicia para que lleguéis a la diestra del Padre, y si habéis faltado en algo, arrepentios y tened fe en el Amor misericordioso.

 


 

Cesarea tiene extensos mercados que están llenos de todo género de artículos destinados para las exigentes mesas romanas. Cerca de estas plazas, se ve como un calidoscopio de caras, colores, razas, de alimentos los más sencillos, hasta los más costosos, importados de todas partes; de las diversas colonias romanas, de la misma Italia. Y todo para que la lejanía de la Patria sea menos dolorosa. Lo mejor de los vinos, las preciosidades en materia culinaria están expuestas bajo los portales, porque los romanos no quieren quemarse bajo el sol, ni mojarse con la lluvia. No tan sólo se tiene cuidado de que el paladar esté satisfecho, sino que se debe pensar en los otros miembros del cuerpo y hete ahí que hay portales frescos, arcos que protegen de la lluvia y que llevan del suburbio romano -casi todo alrededor del palacio del Procónsul, situado entre el camino de la costa y el de la plaza en que están las casernas y las aduanas. a los mercados de los romanos que están junto a los de los judíos.

Hay mucha gente en la parte sur de los mercados y en sus pórticos, que si no son bellos, sí son cómodos. Hay gente de toda clase social. Esclavos y libertos, y hasta algún pajarraco rico rodeado de esclavos que, bajando de su litera, camina perezosamente de una tienda a otra, realizando compras que los esclavos llevas a casa. Las acostumbradas pláticas de dos romanos cuando se encuentran son del tiempo: de la gente que no los da ningún pasatiempo, que no ha habido espectáculos dignos de tal nombre, que no hay más banquetes y conversaciones libres.

 

Un romano saluda y habla con otros de su misma patria

 

Un romano, a quien preceden unos diez esclavos cargados de bolsas y paquetes, se encuentra con otros dos de su ralea. Saludos mutuos: "¡Salve, Ennio!"

"¡Salve, Floro Tulio Cornelio! ¡Salve, Mareo Heracleo Flavio!"

"¿Cuándo regresaste?"

"Anteayer al amanecer y rendido de cansancio."

"¿Que te has fatigado? ¿Desde cuándo te has puesto a sudar?" le dice con gracejo el joven llamado Floro.

"No te burles, Floro Tulio Cornelio. Todavía ahora estoy sudando a causa de mis amigos."

"¿Por tus amigos? Nada te hemos pedido" le replica el otro, de mayor edad, llamado Marco Heracleo Flavio.

"Pero mi corazón está pendiente de vosotros. ¡Qué duros sois conmigo que me preocupo por vosotros! Ved esa hilera de esclavos cargados. Otros antes de ellos se fueron ya. Y todo para honraros. Todo para vosotros."

"¿Es este lo que llamas trabajo? ¿Un banquete?"

"¿Y por qué razón?" gritan ruidosamente los dos amigos.

"¡Psss! ¡Qué gritería entre nobles patricios! Os parecéis a esta gente sólo en que todos nos morimos..."

"Orgías y descanso, que son nuestros compañeros inseparables. Todavía me pregunto: ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué es lo que debemos hacer?"

"Una de las cosas que debemos hacer es morir de fastidio."

"Enseñar a vivir a estas lloronas es otra cosa muy distinta."

"Y... sembrar a Roma en los sagrados senos de las hebreas es algo más."

"Y gozar aquí, como en cualquier otra parte, da nuestras rentas, de nuestro poder al que todo se permite, es cosa muy diversa."

Los tres se entrelazan en dimes y diretes de los que brota la carcajada abierta. El joven Floro deja de reír y ennegreciendo un poco el ceño, dice: "Hace ya unos cuantos meses que una sombra se echa sobre la alegre Corte de Pilatos. Las mujeres más hermosas parecen castas vestales y sus maridos les secundan en su capricho, lo que roba demasiado a nuestras holganzas..."

"Es cierto. Por seguir el capricho de ese campesino Galileo... Pero pronto pasará todo..."

"Te engañas, Ennio. Tengo entendido que también Claudia ha caído en las redes y por eso... una estrambótica moderación de costumbres se ha apoderado de su palacio. Parece que revive la austera Roma republicana..."

"¡Uff! ¡Qué desgracia! ¿Desde cuándo?"

"Desde el dulce abril propicio a los amores. Tú no sabes... Estabas ausente. Nuestras damas regresaron tan fúnebres como las plañideras de los sepulcros, y nosotros los pobrecitos hombres tenemos que buscar en otras partes muchos consuelos. Ni siquiera se nos permiten en presencia de las púdicas."

"Una razón más que os socorra. Esta noche hay una gran cena... una gran orgía en mi casa. Estuve en Cintio y ahí hallé delicias que estos apestosos tienen por inmundas: pavos, perdices, grullas de todas clases, jabalíes pequeños para nuestros estómagos. Y vinos... vinos exquisitos de las colinas romanas, de mis posesiones, y de las playas asoleadas de Aciri... Perfumados vinos de Quío y de la isla de la que Cintio es la piedra preciosa. Vinos generosos de Iberia, tan buenos para poner fuego en las venas cuando llega la hora. Oh, será una gran fiesta para ahuyentar el fastidio de este destierro, para convencernos de que todavía somos viriles..."

"¿También habrá mujeres?"

"También... Y hermosas más que un clavel. De todo color y... sabor. Un tesoro me costó el conseguir todas estas mercancías, entre las que vienen mujeres... Pero soy generoso con los amigos... Aquí estaba ya haciendo las últimas compras, que no hice antes porque podían echarse a perder en el viaje. Después del banquete, el amor..."

"¿Tuviste buena navegación?"

"Óptima. Venus marina me fue propicia. Por lo demás es a ella a quien dedico el rito de esta noche..."

Los tres se echan a reír francamente, gustando de antemano sus indignas alegrías...

Floro pregunta: "¿Por qué motivo esta fiesta extraordinaria?"

"Por tres motivos: mi amado sobrino llevará en estos días la toga viril, y debo festejar este hecho. Porque desobedecí al presagio, según el cual se me decía que Cesarea sería un lugar de tristeza, y conviene destruir el encanto con un rito dedicado a Venus. El tercero... os lo diré en voz baja: estoy de bodas."

"¿Tú? ¡Eres un mentiroso!"

 

Está uno de bodas siempre que se da el primer sorbo 

a un ánfora cerrada. 

Esta noche lo haré. 

Veinte mil sestercios, o si os gusta mejor, 

con doscientas monedas en oro la compré, 

incluyendo lo que di a los que me la consiguieron 

y otros gastos.

 

"De veras. Está uno de bodas siempre que se da el primer sorbo a un ánfora cerrada. Esta noche lo haré. Veinte mil sestercios, o si os gusta mejor, con doscientas monedas en oro la compré, incluyendo lo que di a los que me la consiguieron y otros gastos. Ni Venus hubiera sido capaz de parir tal preciosidad. Pura y hermosa cual ninguna. Un botón, un botón cerrado. ¡Ah! ¡Y yo soy su dueño!"

"Profanador" dice chanceándose Marco Heracleo.

"No la hagas de censor, que eres igual que yo... Cuando se fue Valeriano, todos nos moríamos de fastidio y cansancio. Yo entro ahora en su lugar... los tesoros de nuestros antepasados para esto sirven. No seré un necio como él para esperar que ese capullo de alhelí a quien he puesto el hombre de Gala Ciprina se muera de nostalgia y se pierda con filosofías de esos enervados que no saben gozar de la vida..."

"¡Bravo! Pero... la esclava de Valeriano era docta y..."

"... y loca con la lectura de sus filósofos... Pero ¿quién piensa en el alma? ¿en otra vida? ¿en virtudes?... ¡Vivir es gozar! y nosotros estamos vivos. Ayer eché al fuego todos esos funestos rollos, y bajo pena de muerte he ordenado a los esclavos a que no vuelvan a acordarse de míseros filósofos y galileos. Ese capillo tan sólo me conocerá a mí..."

"¿Dónde la encontraste?"

"Hubo alguien sagaz que compró esclavos después de las guerras gálicas y los usó tan sólo para reproductores, alimentándolos bien y tratándolos mejor. No tenían más que procrear flores nuevas de belleza... Y Gala es una de estas. Ya es púber. El dueño me la vendió... y yo la compré... ¡ja, ja, ja!..."

"¡Libidinoso!"

"Si no la compraba yo, otro la hubiera comprado... por esto... no debía haber nacido mujer..."

"Si te oyese ... ¡Oh, míralo!"

"¿Quién?"

 

"El Nazareno, que ha embrujado a nuestras damas. 

Está detrás de ti..."

 

"El Nazareno, que ha embrujado a nuestras damas. Está detrás de ti..."

Ennio se vuelve como si en su espalda tuviese un áspid, mira a Jesús que camina despacio entre la gente que se agolpa, gente pobre entre la que hay también esclavos romanos, y con una sarcástica carcajada pregunta: "¿Ese harapiento? Le siguen mujeres depravadas. Pero, vámonos, que no nos vaya a embrujar también a nosotros. Y vosotros" dice a los pobres esclavos que lo han estado aguardando cargados de todas las compras, sin tenerles compasión "vosotros idos ligeritos a casa, que habéis estado perdiendo el tiempo, y allá están en espera de las especias y perfumes. Aprisa y a la carrera. Acordaos que está el látigo, si no está todo listo para el crepúsculo."

Los esclavos van de carrera. Y con toda lentitud los siguen los tres.

 

Jesús siguen caminando, triste, 

porque logró oír las últimas palabras de Ennio,

 y como es alto, mira con infinita compasión a los esclavos

 que corren bajo su carga.

 

Jesús siguen caminando, triste, porque logró oír las últimas palabras de Ennio, y como es alto, mira con infinita compasión a los esclavos que corren bajo su carga. Vuelve su rostro en torno, y busca caras de esclavos de romanos... Ve a algunos mezclados entre la gente que tiemblan de miedo de que los vigilantes los sorprendan o los hebreos los arrojen. Y, deteniéndose, dice: "¿Entre vosotros no hay nadie de aquélla casa?"

"No, Señor, pero los conocemos" responden los esclavos presentes.

"Mateo, dales buena limosna. La dividirán entre sus demás compañeros para que sepan que hay quien los ama. Vosotros sabed, y también decidlo a los demás, que con la vida termina el dolor para lo que fueron buenos y honestos en sus cadenas, y con el dolor la diferencia entre ricos y pobres, entre libres y esclavos. Después de la muerte hay un Dios único y justo para todos, que sin tener cuenta de patrimonios o de cadenas, dará su premio a los buenos y castigos a los que no lo fueron. Recordadlo."

"Sí, Señor. Nosotros, los de la casa de Claudia y Plautina, nos encontramos bastante bien, como también los de la casa de Livia y Valeria. Y te bendecimos porque nos has hecho más llevadera nuestra suerte" dice un hombre de edad que parece ser el jefe entre ellos.

"Para mostrarme que me guardáis gratitud, sed siempre mejores y el verdadero Dios será vuestro eterno Amigo." Jesús levanta la mano como para bendecirlos y decirles que se vayan. Luego se apoya contra una columna y comienza en medio del silencio atento de la multitud. Los esclavos no se van, sino que se quedan a escuchar al Maestro. "Escuchad:

 

Parábola del padre que tenía muchos hijos 

y dio a cada uno de ellos dos monedas de mucho valor

al llegar a la edad adulta

 

Un padre que tenía muchos hijos, dio a cada uno de ellos, al llegar a la edad adulta, dos monedas de mucho valor y les dijo: "No quiero ya trabajar para cada uno de vosotros. Tenéis edad suficiente para ganaros la vida. Por ésto, doy a cada uno igual medida para que lo empleéis como mejor os agrade y para vuestra utilidad. Estaré aquí siempre pronto a aconsejaros, a ayudaros si por un caso involuntario perdieseis todo o parte del dinero que os acabo de dar. Pero recordad que seré inexorable con quien lo perdiese por maldad y con los holgazanes que se lo acaben o que lo pierdan en el ocio y vicios. A todos os he enseñado a distinguir el bien y el mal. no podéis pues decir que salís ignorantes al encuentro de la vida. A todos he dado ejemplo de laboriosidad y de vida honesta. Nunca os di malos ejemplos. Cumplí con mi deber. Ahora cumplid con el vuestro, que no sois ni unos tontos, ni unos impreparados, ni unos analfabetos. Íos" y los despidió. El se quedó en casa.

Los hijos se fueron por el mundo. Todos tenían las mismas cosas: dos monedas de gran valor de que podían libremente disponer, y un gran tesoro de salud, energías, conocimientos y ejemplos paternos. Todos debían de llegar a un mismo resultado. Pero ¿qué sucedió? Algunos de los hijos emplearon bien las monedas, y pronto consiguieron un grande y honesto tesoro con su trabajo infatigable, con su honestidad y vida moderada, regulada conforme a las enseñanzas paternas; algunos primeramente ganaron una buena fortuna, pero después se la desperdiciaron con el ocio y la crápula; algunos ganaron mucho dinero con usuras y comercios ilegales; otros no ganaron nada, porque se entregaron a la pereza, a la ociosidad, y las monedas de gran valor se acabaron antes de que hubieran podido conseguir una ocupación cualquiera.

Después de un poco de tiempo, el padre de familia mandó siervos a donde sabía que estaban sus hijos y les dijo: "Diréis a mis hijos que se reúnan en mi casa. Quiero que me den cuenta de lo que han hecho en este tiempo, y yo mismo me percataré de sus condiciones". Los siervos se fueron y reunieron a los hijos de su patrón, repitieron a cada uno las palabras de su padre y regresaron con ellos.

El padre de familia los acogió con muchas solemnidad. Con cariño de padre pero también con severidad de juez. Estaban presentes todos los de la familia, y con ellos los amigos, los conocidos, los siervos, los paisanos, y los de lugares vecinos. Una reunión solemne. El padre se sentó en su asiento de cabeza de familia; a su alrededor todos los familiares, amigos, conocidos, siervos, paisanos y de lugares vecinos. En frente, y en fila, los hijos.

Aun sin precisar pregunta alguna, las caras de ellos respondían a la verdad. Los que habían sido laboriosos, honestos, moderados y adquirido una fortuna legítima, tenían el aspecto florido, tranquilo, mostraban tener salud y buena conciencia. Miraban a su padre con una sonrisa franca, agradecida, humilde, pero al mismo tiempo triunfante, llena de gozo por haber honrado a su padre y a la familia y por haber sido buenos hijos, buenos ciudadanos y buenos creyentes. Los que habían terminado sus bienes en la indolencia, o en los vicios, estaban apenados, mustios, demacrados, con vestidos sucios, con señales de las crápulas o de las hambres que habían tenido que padecer. Los que habían hecho fortuna con actos criminales tenían el aspecto agresivo, duro; su mirada vestida de crueldad, y se encontraban atemorizados como las bestias que tiemblan ante el domador y que se preparan a reaccionar...

El padre empezó el interrogatorio por estos últimos: "¿Cómo es posible que vosotros que teníais un talante sereno cuando os fuisteis, parezcáis ahora fieras prontas a desgarrar a su presa? ¿De dónde viene este aspecto?"

"La vida nos lo dio. Y tu dureza de habernos mandado afuera. Nos pusiste en contacto con el mundo".

"Está bien. ¿Y qué hicisteis en él?"

"Lo que podíamos, para obedecer tus órdenes de ganarnos la vida con la nada que nos diste".

"Está bien. Poneos en aquel rincón... Y ahora, vosotros flacos, enfermos y mal vestidos. ¿Qué hicisteis para llegar a este estado? Estabais sanos, y salisteis bien vestidos". 

"En diez años los vestidos se acabaron..." replicaron los flojos.

"¿No hay acaso en el mundo telas para hacer vestidos?"

"Sí... pero se necesita dinero para comprarlas..."

"Lo teníais".

"En diez años... se acabó. Todo lo que tiene principio, tiene fin".

"Cierto es, si se toma y no se repone. ¿Y por qué vosotros siempre tomabais dinero? Si hubierais trabajado, hubierais podido reponer y tomar sin que el dinero se acabase; aun más, lo hubierais aumentado. ¿Habéis estado enfermos?"

"No, padre".

"¿Y entonces?"

"Nos sentimos perdidos... No sabíamos qué hacer, qué cosa era lo mejor... Tuvimos miedo de equivocarnos. Y para no incurrir en errores, no hicimos nada".

"¿Y no vivía vuestro padre a quien le hubierais pedido consejo? ¿He sido alguna vez un padre intransigente, que infunda miedo?"

"¡Oh, no! Pero nos avergonzábamos de decirte: 'No somos capaces de tomar alguna iniciativa'. Tú siempre has sido un hombre activo... Nos escondimos por vergüenza".

"Está bien. Estaos en medio del salón. Ahora, vosotros, ¿qué me decís? ¿Vosotros del aspecto de hambre, en que también se ven las huellas de enfermedad?  ¿Acaso os enfermasteis por el mucho trabajo? Sed sincero y no os regañaré".

Algunos de los interpelados se echaron de rodillas, golpeándose el pecho diciendo: "Perdónanos, padre. Ya Dios nos castigó con lo que merecíamos. Pero tú, que eres nuestro padre, perdónanos... Empezamos bien, pero no perseveramos. Al ver que tan fácilmente éramos ricos, dijimos: 'Bueno, gocemos ahora un poco, como nos aconsejan los amigos, y luego tornaremos al trabajo y recuperaremos lo perdido'. En verdad que tan era nuestro propósito. Recuperar las dos monedas, luego hacerlas producir. Y dos veces (dijeron dos de ellos), y tres (dice uno) lo logramos. Pero luego la fortuna nos abandonó... y acabamos con el dinero".

"Pero ¿por qué no escarmentasteis la primera vez?"

"Porque el vicio que se prueba corrompe el paladar, y luego no se puede estar sin él...".

"Estaba vuestro padre...".

"Es verdad. Suspirábamos por ti con nostalgia, pero te habíamos ofendido... Pedíamos al cielo que te inspirase que nos mandases llamar para que nos reprendieses y junto con tu reprensión nos dieses tu perdón; esto era lo que pedíamos, más que las riquezas que no apetecemos más, porque nos extraviaron". 

"Está bien. Poneos junto a los que están en medio del salón. Y vosotros, enfermos y pobres como estos, ¿por qué guardáis silencio y no mostráis dolor? ¿Qué alegáis?"

"Lo que alegaron los primeros. Que te odiamos porque con tu imprudente obrar nos arruinaste. Tú, que nos conocías, no debías de habernos dejado morir en las tentaciones. Nos odiaste y te odiamos. Nos pusiste esta trampa para librarte de nosotros. Te maldecimos". 

"Está bien. Íos con los que están en el rincón. Y ahora vosotros, que os veis frescos, serenos, ricos. Decid ¿cómo lo lograsteis?"

"Poniendo en práctica tus enseñanzas, ejemplos, consejos, órdenes, todo en una palabra. Resistimos a los tentadores por amor tuyo, padre bendito que nos diste vida y sagacidad".

"Está bien. Venid a mi derecha y escuchad todos mi sentencia y mi defensa. A todos di igual dinero, iguales ejemplos e igual sagacidad. Mis hijos han respondido de manera diversa. De un padre hacendoso, honesto, moderado, nacieron hijos semejantes a él, nacieron otros que fueron ociosos, otros débiles en las tentaciones, y otros que odian a su padre, a sus hermanos, a su prójimo a quien le hicieron mal, aunque no lo digan, con sus usuras y crímenes. De entre los hijos débiles y ociosos hay unos que se arrepienten y otros no.

 

Los perfectos están ya a mi derecha,

 iguales que yo en la gloria como en las obras; 

 

los arrepentidos serán tratados como hijos 

a quienes hay todavía que enseñar, 

 

 a los impenitentes y culpables  se les arrojará 

fuera de mis confines y llevarán detrás de sí 

la maldición de quien para ellos no es ya más padre, 

 

Pero recuerdo a todos que cada uno se labró su suerte,

 

Ahora he aquí la sentencia. Los perfectos están ya a mi derecha, iguales que yo en la gloria como en las obras; los arrepentidos serán tratados como hijos a quienes hay todavía que enseñar, que estarán sujetos hasta que no lleguen al grado de obtener una capacidad que los haga nuevamente adultos; a los impenitentes y culpables  se les arrojará fuera de mis confines y llevarán detrás de sí la maldición de quien para ellos no es ya más padre, porque el odio que me tiene, destruye las relaciones de paternidad y de filiación que había antes. Pero recuerdo a todos que cada uno se labró su suerte, que a todos di las mismas cosas que fueron diversas según lo que ellos quisieron y que por lo tanto no puedo ser acusado de haber deseado el mal a ninguno de ellos". 

 

 Os la voy a explicar con parangones. 

El Padre de los cielos es representado 

por el padre de una familia numerosa.

 

Las dos monedas entregadas antes de partir 

son el tiempo y la libre voluntad 

que Dios concede a cada hombre para que los use 

como mejor crea

 

La parábola ha terminado. Os la voy a explicar con parangones.

El Padre de los cielos es representado por el padre de una familia numerosa. Las dos monedas entregadas antes de partir son el tiempo y la libre voluntad que Dios concede a cada hombre para que los use como mejor crea, después de que fue instruido y educado con la Ley y los ejemplos de los justos.

 

A todos iguales dones; 

pero cada hombre los usa como quiere

 

A todos iguales dones; pero cada hombre los usa como quiere. Algunos emplean celosamente el tiempo, conservan los medios, la educación, las rentas, todo en el bien y se mantienen sanos y santos, ricos con triplicada riqueza. Algunos comienzan bien y luego se cansan y se extravían. Algunos no hacen nada y quieren que otros lo hagan. Algunos culpan al Padre de sus errores, algunos se arrepienten, dispuesto a reparar, algunos no se arrepienten y acusan y maldicen, como si otros los hubiesen arrastrado a la ruina.

Y Dios da a los justos pronta recompensa; a los que se arrepienten misericordia y tiempo de expiar para que obtengan su premio con el arrepentimiento y expiación; y maldice y castiga a los que pisotean su amor con la impenitencia y el pecado. A cada uno da lo suyo.

 

No desperdiciéis, pues, las dos monedas: 

el tiempo y el libre albedrío, 

sino empleadlas con justicia para que lleguéis 

a la diestra del Padre, 

y si habéis faltado en algo, 

arrepentios y tened fe en el Amor misericordioso.

 

No desperdiciéis, pues, las dos monedas: el tiempo y el libre albedrío, sino empleadlas con justicia para que lleguéis a la diestra del Padre, y si habéis faltado en algo, arrepentios y tened fe en el Amor misericordioso.

"Íos y la paz sea con vosotros."

Los bendice, mira cómo se alejan bajo un sol que inunda la plaza y las calles. Pero los esclavos siguen allí...

"¿Todavía aquí, pobres amigos míos? ¿No os castigarán?"

"No, Señor, si decimos que te escuchamos. Nuestras dueñas te veneran. ¿A dónde vas a ir ahora, Señor? ¡Hace tanto que deseábamos verte!..."

"A la casa del cordelero que está en el puerto. Pero esta noche me voy, y vuestras dueñas irán a la fiesta..."

"Lo diremos también. Hace muchos meses que nos dieron órdenes de que siguiéramos tus pasos."

"Está bien, íos. También vosotros emplead bien el tiempo y el pensamiento que siempre es libre, aun cuando el hombre esté encadenado."

Los esclavos se inclinan profundamente y se van al barrio de los romanos. Jesús y los suyos por una callejuela se dirigen al puerto.

VII. 714-722

A. M. D. G.