TRANQUILIDAD EN NAZARET

 


 

#Áurea dialoga con Tomás   

#lo más desagradable no consiste en el engaño que recibe el comprador... sino en la suerte que sufren las jovencillas...     

#Llegan a casa Pedro y los demás apóstoles del lago menos Bartolomé y Judas   

#Miles de calores semejantes somos capaces de desafiar por estar contigo, Maestro. ¡Nuestro Maestro querido!" Pedro abraza a su querido Maestro.   

#¿Y qué habéis hecho durante estos días?   #Mateo dice: Por ahora yo mismo me hago feliz al escribir las cosas que quiero siempre recordar...   

#Entra Áurea y se queda sorprendida al pisar el umbral. "¡Oh, vedla! ¡Ved qué bien está! ¡Parece una jovencilla hebrea, vestida de ese modo!"  

 #Llega María y saluda a los presentes

 


 

El sábado es el día de descanso. Todos lo saben. Descansan los hombres. Hasta descansan los utensilios, que están cubiertos con alguna manta o colocados en buen orden.

Este es un viernes por la tarde, rojizo, estivo. María, sentada bajo la sombra de un manzano alto en su telar, se levanta, lo cubre y con la ayuda de Tomás lo lleva adentro a su lugar; invita a Áurea, (que sentada en un banquillo a sus pies cosía con malos pespuntes los vestidos que le dieron las romanas y que María ha adaptado a su persona) a que los doble y a que ponga todo sobre la mesa de su habitación. Y mientras realiza lo que se le mandó, María entra con Tomás al taller donde Jesús, junto con Zelote, se da prisa en poner en su lugar sierras, formones, destornilladores, martillos, botecillos de barniz, pintura, cola, y en limpiar las mesas de trabajo y el suelo, y en quitar la viruta y aserrín. Quedan por terminar dos tablas embadurnadas de cola y que se les puso en el rincón para que la cola se secase (tal vez las usarán para un cajón, y un banquito mitad pintado. fuera de todo ésto, se siente el olor acre de la pintura todavía fresca.

 

Áurea dialoga con Tomás

 

También entra Áurea que se agacha para ver el trabajo de Tomás. Lo admira y pregunta para qué sirve y si a ella le quedaría bien.

"Te quedará bien, pero te quedará mucho mejor el ser buena. Estos adornos embellecen el cuerpo, pero no el alma. Y si se tienen por mera coquetería, hacen daño al espíritu.".

"Entonces ¿para qué los haces?" pregunta lógicamente la jovencilla. "¿Quieres hacer mal a un alma?"

Tomás, que es un bonachón, se sonríe y dice: "Lo superfluo hace mal a un alma débil, pero a uno que es fuerte es un adorno, y no es más que algo que sirve para tener el vestido en su lugar."

"¿Para qué lo haces? ¿Para tu esposa?"

"No tengo esposa, ni la tendré."

"Entonces, para tu hermana."

"Ella tiene más de los que le pueden hacer falta."

"Entonces para tu mamá."

"¡Mi mamá ya está vieja! ¡Qué pueden servirle!"

"Pero son para una mujer..."

"Claro que sí, pero no para ti..."

"¡Oh, nunca lo he pensado!... Y luego, después que dijiste que estos objetos hacen mal al espíritu débil, no los quiero. Quitaré aún esos adornos de los vestidos. No quiero hacer mal en lo que pertenece a mi Salvador."

"¡Que si eres una muchacha que vale la pena! Mira: has realizado un trabajo más hermoso que el mío con tu voluntad."

"Eso lo dices porque eres bueno..."

"¡Lo digo porque es la verdad! Mira: tomé este pedazo de plata, la reduje a láminas según me iban haciendo falta, y luego con ayuda de mis utensilios, las doblé de este modo. Pero todavía me falta mucho. Junto las partes para que tomen la forma de hojas. Dos tan sólo he acabado y tienen su florecita pegada" y Tomás levanta entre sus dedotes un pistilo delicado de convalaria, que es una imitación perfecta de los que se ven al natural. No sé qué se siente al ver el centelleo blanquecino de planta pura entre los dedos fuertes y requemados del sol del orfebre.

¡Qué hermosos! ¡Cuántos había en la isla! nos dejaban que los cortásemos antes de que saliese el sol, porque a nosotras, las rubias, nunca nos debía pegar el sol para que fuésemos mejor admiradas. Las morenas por el contrario se quedaban afuera, al sol, hasta que no podían más, para que se hiciesen más morenas. Las... ¿cómo se dice cuándo se vende una poca por otra, cuando en realidad no lo es?"..."

"¡Bueno!... engaño... robo... no sé..."

Las engañaban, así es, diciéndoles que eran árabes o del Nilo de allá donde nace. Vendieron a una de ellas como descendiente de la reina Saba."

"¡Ni qué decir! Ellos no se engañaban, sino los compradores. En una palabra, los estafaban. ¡qué gente ésa! Una sorpresa para cuando el comprador lo sepa... ¡qué ensueños! ¿Lo estás oyendo, Maestro? ¡Cuántas cosas hay que ignoramos!..."

 

lo más desagradable no consiste en el engaño que recibe 

el comprador... sino en la suerte que sufren las jovencillas...

 

"Lo siento mucho. Pero lo más desagradable no consiste en el engaño que recibe el comprador... sino en la suerte que sufren las jovencillas..."

"Es verdad. Corazones que se les pervierte para siempre. Corazones perdidos..."

"Eso no. Dios siempre puede intervenir..."

"Lo ha hecho conmigo. ¡Tú me salvaste!..." dice Áurea volviéndose al Señor, con una mirada pura, serena. y concluye. "Estoy contentísima" y como no puede abrazar a jesús, abraza a maría. Recarga su cabeza rubia sobre la espalda de la Virgen, como alguien que sabe que tiene confianza.

Ambas cabelleras rubias se encuentran. Cada una según sus años. Es un algo que no puede olvidarse. Pero María piensa en la cena. Se separan y se van.

 

Llegan a casa Pedro y los demás apóstoles del lago 

menos Bartolomé y Judas

 

"¿Se puede entrar?" es la voz ronca de Pedro que llega de la calle al cuarto donde están."

"¡Simón! Abridle."

"¡Simón! No aguantó esta afuera" dice Tomás riéndose, mientras corre a abrirle.

"¡Simón! Lo estábamos esperando..." dice sonriente Zelote.

No es sólo la cara de Pedro que se ve en la puerta, están con él todos los apóstoles del lago, menos Bartolomé e Iscariote. Se les juntaron Judas y Santiago de Alfeo.

"¡La paz sea con vosotros! ¿Por qué vinisteis con este calor?"

"Porque... no pudimos aguantar. Hace dos semanas y media, ¿comprendes? Hace dos semanas y media que no te veíamos" y parece como si Pedro dijese: "¡Hace dos siglos! ¡Una eternidad!"

"Os dije que debíais esperar a Judas en uno de estos dos sábados."

"Pero no vino... y cuando llegó el tercer sábado nos vinimos. Se quedó allá Natanael que no se encuentra bien. Lo espera, si es que Judas va... Pero no lo creemos... Cuando pasamos por Tiberíades antes de que fuésemos al grande Hermón, Benjamín y Daniel nos dijeron que lo habían visto en Tiberíades... Bueno... luego te contaré..." dice Pedro, que no terminó porque su hermano le dio un jalón.

"Está bien. Luego me contarás... Estabais deseosos de descansar, y ahora que lo podíais hacer, hacéis ¡tantas carreras! ¿Cuándo partisteis?"

"Ayer por la tarde. El lago no era un corderito. Desembarcamos en Tariquea para que no... nos fuésemos a encontrar con Judas..."

"¿Por qué?"

"Maestro, queríamos sentirnos contentos contigo, sin él."

"¡Sois egoístas!"

"No es cierto. El sí tiene sus alegrías... No sé quien puede darle tanto dinero para pasar una vida así... Ya entendí, Andrés. No me jales más así, tan fuerte. No tengo más vestidos que estos. ¿Quieres que se conviertan en un harapo?"

Andrés se pone rojo. Los otros se echan a reír. Jesús sonríe.

"Está bien. Vinimos hasta Tariquea por... no me vayas a regañar... Tal vez porque hacía calor, tal vez porque lejos de Ti siento que me hago malo, tal vez será porque al pensar que se separó de Ti para juntarse con... En una palabra, ¡deja de jalarme la manga! Ves que puedo detenerme cuando es necesario... Bueno, Maestro, será por tantas cosas... no quise pecar... y si hubiese visto a Judas, lo hubiera hecho... Entonces me dirigí a Tariquea... Y al alba nos pusimos en camino."

"¿Pasasteis por Caná?"

"No. No quisimos caminar más... Pero nos resultó lo mismo. El pescado se nos terminaba... Dimos lo que nos sobraba en la casa en que nos refugiamos por algunos horas, las más calurosas. Y partimos después de las tres de la tarde... ¡Qué calor!..."

"Podíais no haberlo hecho. Pronto hubiera ido a donde estabais." 

"¿Cuándo?"

"Después que el sol hubiera salido de la constelación del León."

 

Miles de calores semejantes somos capaces de desafiar 

por estar contigo, Maestro. ¡Nuestro Maestro querido!" 

Pedro abraza a su querido Maestro.

 

"¿Y te parece que hubiéramos aguantado a estar sin Ti? Miles de calores semejantes somos capaces de desafiar por estar contigo, Maestro. ¡Nuestro Maestro querido!" Pedro abraza a su querido Maestro.

Y pensar que cuando estamos juntos no hacéis otra cosa que lamentaros del tiempo, de que el camino es largo..."

"Porque somos unos torpes, porque mientras estamos junto no comprendemos lo que eres para nosotros... Pero míranos ya aquí. Tenemos lugar. Unos con María de Alfeo, otros con Simón de Alfeo, otros con Ismael, otros con Aser y algunos con Alfeo que está cerca. Hoy descansaremos, y mañana, contentos, nos iremos."

"El sábado pasado estuvieron con nosotros Mirta y Noemí, que vinieron a ver otra vez a la muchachita" dice Tomas.

"¿Comprendes que quien apenas puede, viene aquí?"

 

¿Y qué habéis hecho durante estos días?

 

"Así es, Pedro. ¿Y qué habéis hecho durante estos días?"

"Pescar... pintar las barcas... componer las redes... Ahora Marziam va con los trabajadores, lo que hace que los regaños de mi suegra sean menos, que siempre dice: "El flojonazo de mi yerno no hace otra cosa que matar de hambre a su mujer, después de haberle llevado un hijo bastardo". Y pensar que Porfiria jamás se ha encontrado tan bien como ahora que tiene a Marziam en el corazón... y en todo el resto. Las ovejitas que eran tres, ahora son cinco, y dentro de poco habrán aumentado... Es algo útil para nuestra pequeña familia. Marziam con la pesca abastece, lo que apenas yo hago de vez en cuando. Pero esa mujer tiene una lengua de víbora, aun cuando se trate de su hija, que es una palomita... Pero, por lo que veo, también Tú has trabajado..."

"Así es, Simón. Hemos trabajado. Todos. Mis hermanos en su casa, Yo con estos en la mía, para que nuestras madres descansasen y estuviesen contentas."

"Lo comprendo. También nosotros" dicen los hijos de Zebedeo

"También mi mujer ha estado contenta. Ha trabajado en las colmenas en las viñas" dice Felipe.

"¿Y tú, Mateo?"

 

Mateo dice: Por ahora yo mismo me hago feliz al escribir 

las cosas que quiero siempre recordar...

 

"Yo no tengo a nadie a quien pueda hacer feliz... Por ahora yo mismo me hago feliz al escribir las cosas que quiero siempre recordar..."

"Entonces te contaremos la parábola del barniz y de la pintura. Yo fui quien tuvo la causa de ella..." dice Zelote.

"Pero pronto aprendiste a hacer tu trabajo... ¡Mirad qué lisas dejó las sillas!" dice Tadeo.

 

Entra Áurea y se queda sorprendida al pisar el umbral.

"¡Oh, vedla! ¡Ved qué bien está! ¡Parece una jovencilla hebrea,

 vestida de ese modo!"

 

Todos están de acuerdo. Jesús, que apenas está en casa se siente más contento, se deshace en gozo al tener a sus discípulos junto a Sí. Entra Áurea y se queda sorprendida al pisar el umbral.

"¡Oh, vedla! ¡Ved qué bien está! ¡Parece una jovencilla hebrea, vestida de ese modo!"

Áurea enrojece y no sabe qué decir; pero como pedro lo dijo con un aire tan bonachón y paternal, dice ella: "Mi esfuerzo en serlo... y con mi Maestra pronto lo lograré... Maestro, voy a decir a tu Mamá que han llegado también estos..." y se retira rápidamente.

"Es una buena muchachilla" dice Zelote.

"No cabe duda. ¡Cómo me gustaría que se quedase en Israel! Bartolomé perdió una oportunidad tan buena y una alegría al haberla dejado..." dice Tomás.

"Bartolomé es un, digamos, esclavo de las fórmulas" lo excusa en su favor Felipe.

"Su único defecto" advierte Jesús.

 

Llega María y saluda a los presentes

 

Entra María.

"La paz sea contigo, María" dicen los que acaban de llegar de Cafarnaum.

"La paz sea con vosotros... No sabía que estuvieseis aquí. Ahora voy a pensar en vosotros... Entre tanto, venid..."

"Mamá traerá de casa varios alimentos preparados, y lo mismo Salomé. No te preocupes, María" dice Santiago de Alfeo.

"Vamos al huerto... Sopla el viento y uno se siente bien..." dice Jesús.

Entran en el huerto. Se sienta cada uno donde puede. Se oyen conversaciones de hermanos. Los palomos se pelean por última vez. Comen lo que Áurea les echa en el suelo... Los apóstoles quieren hacer lo mismo. María de Alfeo, que acaba de llegar junto con Áurea y María, preparan la cena para los huéspedes. El olor de la cena que se prepara se mezcal con el de la tierra mojada, así como los cantos y pleitos de los pájaros de las ramas se mezclan con las voces de los apóstoles, altas o bajas...

VIII. 17-22

A. M. D. G.