"ANTES DE SER MADRE, SOY HIJA Y
SIERVA DE DIOS"
#Jesús quiere explicar a Áurea como Dios siempre es bueno
El sábado continúa en un verdadero sábado.
En una mañana tan hermosa, cuando el aire no está caliente todavía, ¡qué cosa tan agradable es sentarse en compañía fraternal, tranquilos bajo la sombra de la parra, o donde el manzano y la higuera con el almendro se encuentran en amena charla sombría! ¡Qué agradable es pasear entre los vericuetos de los pequeños prados, yendo de la colmena al palomar, de aquí a la pequeña gruta, y luego pasar por detrás de las mujeres: María, María de Cleofás, su nuera: Salomón de Simón, Áurea; ir por entre los pocos olivos del tranquilo huerto!
Lo están haciendo Jesús y los suyos; María y las otras mujeres. Jesús, aun sin querer, sigue enseñando: María enseña, aun sin querer. Tanto los discípulos de El como las discípulas de ella están atentos a sus palabras.
Áurea, sentada como de costumbre en su banquito a los pies de María, como acurrucada, tiene las manos entrelazadas en sus rodillas, la cara levantada, los ojos clavados en el rostro de ella. Parece una niña que escuchase una maravillosa leyenda. Pero no lo es. Es una hermosa verdad. María cuenta las antiguas historias de Israel, a la que hace poco era una pagana; las demás, sabedoras de las narraciones, escuchan atentamente, porque es muy agradable oír la historia de Raquel, la de la hija de Jefté, la de Ana, mujer de Elcana, que brotan de tales labios.
Judas de Alfeo se acerca poco a poco y escucha sonriente. Como está detrás de la espalda de María, Ella no lo ve. Pero la mirada alegre de María de Cleofás por su hijo Judas advierte a María que alguien está detrás. Se vuelve: "¡Oh, Judas! ¿Has dejado a Jesús para venir a oírme, a mí que soy una pobre mujer?"
"Así es. Te dejé para ir a Jesús, porque tú fuiste mi primera maestra. Pero algunas veces me gusta dejarlo para venirte a ver, para ser otra vez el niño a quien enseñabas. Continúa, por favor..."
"Cada sábado Áurea quiere su premio, que consiste en
contarle lo que más le entusiasma de nuestra Historia,
que suelo referirle poco a poco mientras trabajamos."
"Cada sábado Áurea quiere su premio, que consiste en contarle lo que más le entusiasma de nuestra Historia, que suelo referirle poco a poco mientras trabajamos."
También los demás se han acercado ya... Tadeo dice: "¿Qué te parece, niña?"
"Algo muy grande... Cómo me gustan Raquel, y también Ana, la mujer de Elcana, Rut... ¡Qué bello es! Tobías y su hijo, y el ángel, y luego la esposa que ruega para verse libertada..."
"¿Y no te agrada Moisés?"
"Me causa miedo... muy grande... Entre los profetas me gusta Daniel que defendió a Susana." Mira a su alrededor y en voz baja: "También mi Daniel me defendió" y mira a Jesús.
"¡También los libros de Moisés son hermosos!"
"Sí, cuando enseñan a no hacer lo que es feo. Donde hablan de esa estrella que nacería de Jacob. Ahora conozco su nombre. Antes lo ignoraba. Soy más afortunada que el profeta porque veo la Estrella y está cerca de mí. Todo me lo ha dicho, y también yo la conozco" concluye con un tono de triunfo.
"¿Y no te gusta la Pascua?"
"Sí... pero... también los niños de las mujeres egipcias tenían mamá. ¿Por qué había que matarlos? Me gusta más el Dios que salva que el que mata..."
"Tienes razón... María ¿todavía no le has contado nada de su nacimiento?" pregunta Santiago, señalando al Señor que escucha y calla.
Quiero que conozca mejor el pasado que el presente;
este presente que tiene su razón de ser en el pasado.
Cuando lo haya conocido, verá que el Dios que le causa miedo,
el Dios del Sinaí, no es sino un Dios de un amor severo,
pero siempre, un Dios de amor.
"Todavía no. Quiero que conozca mejor el pasado que el presente; este presente que tiene su razón de ser en el pasado. Cuando lo haya conocido, verá que el Dios que le causa miedo, el Dios del Sinaí, no es sino un Dios de un amor severo, pero siempre, un Dios de amor."
"¡Oh, Madre, cuéntamelo ahora! Me costará menos conocer el pasado cuando haya sabido el presente, porque con lo que sé es muy bello y más que suficiente para amar a Dios sin temor. Me urge no tener miedo."
Jesús quiere explicar a Áurea como Dios siempre es bueno
"La niña tiene razón. Acordaos todos vosotros de esta verdad cuando vayáis a evangelizar. Las almas tienen necesidad de no tener miedo para ir a Dios confiadamente. Es lo que me esfuerzo en hacer; y tanto más cuanto que por ignorancia o por culpa se ven obligadas a tener mucho miedo de Dios. Este Dios, el Dios que venció a los egipcios, y que te causa miedo, Áurea, es siempre bueno. Mira: cuando mató a los hijos de los crueles egipcios, tuvo piedad con los hijos que, por no haber crecido, no fueron pecadores como sus padres; y dio tiempo a éstos para que se arrepintieran de sus malas obras. Se trató, pues, de una severidad bondadosa. Conviene siempre distinguir la verdadera bondad de lo que es sólo una etiqueta de educación. Siendo Yo niño, también fueron asesinados muchos pequeñines en los brazos de sus madres. El mundo gritó de horror. Pero cuando llegue la consumación de los tiempos, una y otra vez comprenderéis que fueron benditos en Israel, que fueron los afortunados del tiempo en que vivió el Mesías, los que fueron exterminados en su infancia, y con ello preservados del mayor pecado: el de haber sido cómplices de la muerte del Salvador."
"¡Jesús!" grita María de Alfeo poniéndose de pie, espantada, mirando a su alrededor como si temiese ver aparecer detrás de la cerca y de los troncos de los árboles del huerto a los deicidas. "¡Jesús!" repite, mirándolo con dolor.
"¿Y qué? ¿No recuerdas las Escrituras para que te sorprendas tanto?" le pregunta Jesús.
"Pero... pero... no es posible... no debes permitirlo... tu Mamá..."
"Es Salvadora como Yo, y lo sabe. Mírala. Imítala."
De hecho María tiene un aspecto de energía, de majestad en medio de su profunda palidez. Está inmóvil. Las manos sobre su pecho como en actitud de orar, la cabeza en alto mirando al infinito...
"Pero no deberías decir este horrible futuro. Clavas una
espada en su corazón."
"Hace treinta dos años que tiene esa espada."
María de Alfeo la mira, luego se vuelve nuevamente a Jesús: "Pero no deberías decir este horrible futuro. Clavas una espada en su corazón."
"Hace treinta dos años que tiene esa espada."
"¡Noooo! ¡No es posible! María... siempre tan tranquila... María..."
"Pregúntaselo, si no quieres creerme."
"Se lo pregunto, ¡faltaba más! ¿Es verdad, María? ¿Lo sabías?..."
"Es verdad. Entonces tenía El cuarenta días de haber nacido
y me lo dijo un santo hombre... pero ya también antes... ¡Oh!
cuando el ángel me dijo que, permaneciendo Virgen,
concebiría un niño...
María, con voz débil pero firme, dice: "Es verdad. Entonces tenía El cuarenta días de haber nacido y me lo dijo un santo hombre... pero ya también antes... ¡Oh! cuando el ángel me dijo que, permaneciendo Virgen, concebiría un niño que por su concepción divina sería llamado Hijo de Dios, y tal es en realidad; cuando esto se me dijo, y que el seno de Isabel por un milagro del Eterno se había fecundado, no dudé en recordar las palabras de Isaías: "He aquí que una Doncella dará a luz un niño que será llamado Emmanuel"... Todo, todo Isaías pasó por mi mente. Donde se habla del Precursor... donde habla del Hombre de dolores, lleno, lleno de sangre, irreconocible... un leproso... por nuestros pecados... Desde entonces tengo la espada en el corazón, y todo ha venido a clavármela cada vez más: el cántico de los ángeles, las palabras de Simeón, la venida de los Reyes de Oriente, y todo, todo..."
"Pero ¿cuál puede ser todo lo otro, María? Jesús triunfa, Jesús obra prodigios, cada vez multitudes más numerosas lo siguen... ¿No es verdad?" pregunta María de Alfeo.
Y María, siempre en la misma postura, responde a cada pregunta con un: "Sí, sí, sí" sin angustia, sin alegría, son unos ""sí" porque así son las cosas.
"¿Y entonces? ¿qué es lo demás que te clava la espada en el corazón?"
"¡Oh... todo!..."
"¿Y estás tan tranquila? ¿tan serena? Siempre la misma que cuando te casaste, hace treinta y tres años. Me parece que fue ayer por el recuerdo que no ha pasado... Pero ¿cómo puedes lograrlo? Yo... yo estaría loca... haría... no sé qué haría... pero no, no es posible que una madre sepa esto y esté tranquila."
Antes de ser Madre, soy hija y sierva de Dios...
¿Que dónde encuentro mi serenidad?
En hacer la voluntad de Dios.
¿De dónde me viene?
De hacer esta voluntad.
"Antes de ser Madre, soy hija y sierva de Dios... ¿Que dónde encuentro mi serenidad? En hacer la voluntad de Dios. ¿De dónde me viene? De hacer esta voluntad. Si fuese la voluntad de un hombre podría sentirme turbada, porque un hombre, aunque sea el más sabio, puede siempre imponer un querer equivocado. ¡Pero la voluntad de Dios! Si El me eligió para ser Madre de su Mesías, ¿debo acaso pensar que sea una cosa cruel, y con este pensamiento perder mi serenidad? El pensamiento de lo que significará la Redención para El, y para mí... también para mí, ¿debe acaso perturbar mi pensamiento de cómo haré para superar aquella hora? ¡Oh, será horrible!..." Y María da un sobresalto involuntario, entrelaza sus manos como para impedirles que tiemblen, como para orar más ardientemente, mientras su rostro se pone más pálido, y sus ligeros párpados se cierran con un sacudimiento de angustia sobre sus azules pupilas. Su voz vuelve a ser tranquila, pese a la pena que sufre, y concluye: "Pero El que me impuso su voluntad y a quien sirvo con todo mi amor lleno de confianza, me prestará ayuda en aquella hora. A mí, a El... Porque no puede imponer el Padre un querer suyo demasiado fuerte para las fuerzas del hombre... socorre... siempre. Nos socorrerá... siempre. Nos socorrerá, Hijo mío... nos socorrerá... El nos socorrerá... y no podrás ser otro sino El, infinito en medios para socorrernos..."
"Sí, Madre. El Amor nos socorrerá, y en el amor nos
socorreremos mutuamente, y en el amor redimiremos..."
Jesús se ha puesto al lado de su Madre, le pone la mano
sobre su espalda
"Sí, Madre. El Amor nos socorrerá, y en el amor nos socorreremos mutuamente, y en el amor redimiremos..." Jesús se ha puesto al lado de su Madre, le pone la mano sobre su espalda, Ella levanta su mirada para verlo, para ver a su hermoso y robusto Jesús destinado para que los tormentos lo conviertan en una piltrafa, en una llaga de innumerables heridas. Dice: "En el amor y en el dolor... Sí. Y juntos..."
Nadie se atreve a interrumpir el silencio... Alrededor de estos dos protagonistas principales de la futura tragedia del Gólgota, los apóstoles y las discípulas parecen estatuas pensativas...
Áurea está como petrificada en su banquito... Es la primera en recobrarse; y, sin levantarse, se pone de rodillas y se encuentra frente a María. Abraza sus rodillas, le inclina la cabeza, diciendo: "¡También todo esto por mí! Cuánto os cuesto; y cuánto os amo, por lo que os cuesto. ¡Oh, Madre de mi Dios, bendíceme para que no sea en vano.!..."
"Sí, hija mía. No temas. También Dios te ayudará a ti,
si aceptas siempre su voluntad."
Le acaricia los cabellos, las mejillas, y siente que están
bañadas de lágrimas.
"Sí, hija mía. No temas. También Dios te ayudará a ti, si aceptas siempre su voluntad." Le acaricia los cabellos, las mejillas, y siente que están bañadas de lágrimas. "No llores. Lo primero que has conocido del Mesías es su destino de dolores, fin de su misión humana. No es justo que habiendo oído esto, ignores la primera hora de su vida en el mundo. Escucha... Agradará a todos salir de este horizonte amargo, lleno de tinieblas, con volver a traer a la mente la dulce hora, que fue toda luz, todo canto, todo hosannas, de su Nacimiento..." y María refiere la razón del viaje a Belén de Judá, ciudad predicha como lugar de nacimiento del Salvador; con dulzura vuelve a contar la noche en que nació el Mesías.
VIII. 22-27
A. M. D. G.