OTRO NUEVO SÁBADO EN NAZARET
#llegan Mirta y Noemí con el joven Abel
#Llega Simón y refiere sus andanzas
llegan Mirta y Noemí con el joven Abel
Mejor dicho, apenas si va a empezar el sábado, pues ahora comienza el crepúsculo del viernes, y calurosas pero alegres llegan Mirta y Noemí con el joven Abel. Bajan de sus borricos. Abel los lleva afuera, al pesebre de algún amigo, probablemente al de los borriqueros de Nazaret, que son discípulos. Ellas entran por la puerta del taller que está abierta para que entre aire, a donde hasta hace poco entraban los últimos rayos del sol, que la hacían más caliente.
Tomás está poniendo en su lugar sus instrumentos, y Simón barriendo el aserrín; Jesús por su parte está limpiando los cacharros de cola y pintura.
"La paz sea contigo, Maestro, y con vosotros también" dicen las mujeres inclinándose apenas entran, y luego arrodillándose a los pies de Jesús tan pronto se acercan a El.
"La paz sea con vosotras. Sois muy fieles. ¡Venir con este calor!"
"¡Oh, no es gran cosa! Se encuentra uno tan bien aquí que se olvida de todo. ¿Dónde está tu Mamá?"
"Está allí terminando un vestido para Áurea. Id vosotras."
Las dos toman sus alforjas y se van. Se oyen sus melodiosas voces, más bien de tono bajo, que se mezclan con la vocecita delgada de Áurea y con la argentina de María.
"Ahora se sentirán felices" dice Tomás.
"Sí. Son unas buenas mujeres" responde Jesús.
"Maestro, Mirta, además de conservar el hijo que tenía, ha conseguido una nueva criatura, y en poco más de un año..." dice Zelote.
"Sí. En poco más de una año. Hace ya más de un año que María Magdalena se convirtió. ¡Cómo pasa el tiempo! Me parece que fue ayer... ¡Cuántas cosas han pasado en un año! ¡Qué hermoso retiro el de antes de la elección! Después, Juan de Endor. Luego, Marziam. Luego Daniel de Naim. Luego María Magdalena, y luego Síntica... Pero ¿dónde estará Síntica? Pienso frecuentemente en ella, y no logro comprender por qué..." dice Tomás terminando su monólogo, porque ni Jesús, ni Simón le responden, pues se van afuera a lavarse para ir después a donde están las discípulas.
Regresa Abel de Belén de Galilea y encuentra todavía a Tomás pensativo, que está en el lugar donde suele trabajar, moviendo distraídamente sus pequeños instrumentos de orfebre.
"¿Tuviste trabajo?" pregunta el discípulo, inclinándose a verlos.
"¡Oh, he hecho que todas las mujeres de Nazaret fuesen felices! Jamás me pude haber imaginado que hubiese tantos broches, brazaletes, collares y lirios para componer. Tuve que pedir a Mateo que me trajese el metal de Tiberíades. Me he creado una buena clientela... ¡ja, ja! (alegre ríe) como la que ni mi padre tiene. Es verdad que no pido dinero...."
"¿Lo regalas todo?"
"No. Pido sólo lo que cuesta el material. El trabajo lo regalo."
"Eres generoso."
"No. Soy inteligente. No pierdo el tiempo. Doy ejemplo de laboriosidad y de no amar el dinero... y predico... ¡Chitón! Creo que he predicado más haciendo así, sin decir una palabra, sin haber dicho algo en la sinagoga, que si hubiese estado hablando siempre. Y luego... Me estoy preparando. Me he propuesto hacer propaganda con el trabajo cuando vaya a predicar a Jesús entre los infieles. Y que si estoy haciendo progresos."
"Eres un hombre inteligente como orfebre y como apóstol."
"Me esfuerzo en serlo por amor a Jesús. ¿Con que has ganado una hermana? Trátala bien ¿sabes? Es como una palomita salida del nido. Te lo digo yo que estoy acostumbrado por razón de mi trabajo a tratar mujeres. Una suave palomita que tuvo mucho miedo del gavilán, y que busca alas maternas, alas fraternas como defensa. Si tu madre no la hubiese querido, la hubiera pedido yo, para mi hermana gemela. Un hijo de más, un hijo de menos. Es muy buena mi hermana, ¿sabes?"
"También mi madre. Se le murió una niña cuando se quedó viuda. Tal vez se le puso mal la leche a causa del dolor con la muerte de mi padre. Apenas se me acuerdo de esta hermanita... y tal vez ni siquiera me acordaría de ella si mi madre frecuentemente no la llorase, y si cualquier niña pobre de Belén no tuviese derecho a comer y a vestirse con lo de nuestra casa como recuerdo de la muertita... Como he crecido siempre con mamá, he terminado por abrigar un gran cariño por las niñas... Yo pienso que esta no es más ya una niña... pero la consideraré como tal, por su corazón, si es como mi Madre, Noemí y tú decís..."
"Puedes estar seguro. Vámonos allá..."
Allá, esto es al comedor donde están las mujeres, Jesús y Zelote. Mirta, que ha venido con una gran esperanza, está conquistándose a Áurea con probarle un vestido de lino que le hizo.
"Te queda bien". Vas a ver, hija... ¡Oh, ved a mi hijo Abel!
Acércate, hijo. Mira: esta es Áurea. Pertenecerá
a nuestra familia ¿lo sabías?"
"Te queda bien" dice deshebrándosela y acariciándola, mientras ajusta el vestido que se quitó al poner el nuevo. "Te queda bien". Vas a ver, hija... ¡Oh, ved a mi hijo Abel! Acércate, hijo. Mira: esta es Áurea. Pertenecerá a nuestra familia ¿lo sabías?"
"Sí, y me siento contento como tú." Mira a la niña, la estudia... sus negros ojos se clavan en ella y terminan en las grandes pupilas de pálido cielo. Queda satisfecho. Sonríe. Le dice: "Nos amaremos en el Señor que nos salvó y lo amaremos y haremos que otros lo amen. Seré para ti un hermano en espíritu y en cariño. Lo prometo ante el Maestro y mi Madre" y con una bella sonrisa, pura, juvenil, que refleja una gran espiritualidad, le tiende su mano fuerte y morena.
Áurea vacila por un momento; se sonroja, da su mano izquierda a la derecha que le alarga Abel. Dice: "Así haremos. En el Señor."
Los presentes se sonríen entre sí...
"Aquí se puede entrar, sin llamar a la puerta..."
Llega Simón y refiere sus andanzas
"¡Ved a Simón de Jonás! Esta vez no resistió a la tentación..." dice Tomás riéndose y saliendo fuera.
"¡Cierto! No aguanté... La paz sea contigo, Maestro." Lo besa, Jesús también hace lo mismo. "¿Quién iba a aguantar?" Ve a María y se inclina al saludarla. Luego continúa: "Pero, por escrúpulo, pasamos por Tiberíades y buscamos a Judas... Porque... estamos todos ¿eh? Los otros están por llegar. También Marziam... Bueno, decía que pasamos por Tiberíades. ¡Umh", para buscar a Judas por sí... pensaba venir a Cafarnaum, por lo menos este sábado... Sería feo que todos nos hubiésemos ido... Y lo encontramos... claro. Mejor dicho lo encontró Isaac, que había ido a saludar a Jonatás... Porque Isaac fue a Cafarnaum para esperarte con no sé cuántos, que se quedaron allí para hacerse más sabio bajo la guía de Hermas, y de Esteban, de tu Hijo, Noemí, y del sacerdote Juan... Pero Isaac se vino con nosotros, porque se muere sin verte... Y... ¡pobre Isaac! Judas no lo recibió bien. Creo que Isaac terminó con todas las impaciencias, rencores, enojos en su larga enfermedad... ¡No reacciona jamás! Aunque se le den de bofetones, sonríe... ¡Qué hombre tan pacífico! Bueno. Nos dijo: "Encontré a Judas. No viene. No insistáis". Yo comprendí. Dije: "¿Te respondió mal? Dímelo. Soy el jefe y debo saberlo..." "¡Oh, no!" contestó. "El no contestó mal, sino su mal. Hay que compadecerlo..." Y compadezcámoslo... Bueno, aquí estamos... y contentos de... ¡Ah!, ved que llegan los otros..."
Y con los otros llegan Judas y Santiago de Alfeo, y caso raro, también José de Alfeo.
Se descargan de las alforjas. Natanael ha traído miel y Felipe un cesto de uvas de color oro, como los cabellos de Áurea. Pedro pescado, lo mismo que los hijos de Zebedeo. Mateo, en cuya casa no hay mujeres, y por lo tanto no puede traer ningún obsequio de comer, ha traído una vasija llena de tierra y dentro un pie pequeño, cortado de la rama, de un limonero o naranjo o de alguno de este género. Dice: "Una primicia... Tan sólo el que ha estado en Cirene, puede poseer este árbol. Conozco a uno que estuvo allá, uno del fisco como yo en otros tiempos. Ahora ha dejado todo y vive en Ippo. Fui a verlo y le pedí el piecito porque en la luna nueva hay que plantarlo cuanto antes. Da frutos buenos, hermosos. Sus flores dan un perfume suave y parecen estrellitas de cera, estrellitas como tu nombre... Míralo" y ofrece a María la plantita.
Mi huerto se embellece con vuestra cooperación.
El alcanfor de Porfiria, las rosas de Juana, tu planta rara,
Mateo, las otras flores que trajo Judas de Keriot...
"Pero ¡cómo te habrás cansado con esto! Te lo agradezco. Mi huerto se embellece con vuestra cooperación. El alcanfor de Porfiria, las rosas de Juana, tu planta rara, Mateo, las otras flores que trajo Judas de Keriot... ¡Cuántas cosas tan hermosas! ¡Qué buenos sois para con la madre de Jesús!"
Los apóstoles están conmovidos. Sólo abren tamaños ojos cuando María menciona el nombre de Judas.
"Te quieren mucho. Pero también nosotros te queremos" dice con fuerza e impetuosamente José de Alfeo.
"No hay duda. Sois los queridos hijos de Alfeo mi pariente y de María, que es tan buena. Me amáis. Es natural. Somos parientes... Estos no tienen nuestra misma sangre, y sin embargo son como hijos míos, como hermanos de Jesús, a quien tanto aman y lo siguen...
José de Alfeo dice:...Vine a decir a Jesús que estoy contento
de que se haya acordado de las necesidades que padece
su Madre, y haya hecho cosas útiles...
José comprende lo que la Virgen ha dicho. Se limpia la garganta. Busca palabras... las encuentra... dice: "Tienes razón. Pero si todavía no estoy con ellos es porque pienso en las consecuencias que le podría acarrear a El, a ti... y... y... En una palabra, también yo amo, y sobre todo a ti, pobre mujer, que te quedas sola por muchos tiempo... Vine a decir a Jesús que estoy contento de que se haya acordado de las necesidades que padece su Madre, y haya hecho cosas útiles..." y orgulloso de ser el "cabeza" de la parentela, y de poder alabar y amonestar, se digna encomiar a Jesús por sus trabajos de carpintero, por los barnices que ha dado, y por lo que hizo este mes: "¡Muy bien hecho! Ahora todos saben que esta mujer tiene un hijo. Me siento orgulloso de afirmar que vuelvo a encontrar a mi inteligente Jesús hijo de José. ¡Bravo! ¡Bravo!"
El inteligente Jesús hijo de José, el sapientísimo Verbo divino, que se ha humillado a ser un mortal, acepta dulce, humildemente las alabanzas mezcladas con... los autoritativos consejos de su primo José, con una sonrisa tan bella que es un freno que reprime la reacción de los apóstoles en favor de Jesús.
José, tiene los humos en la cabeza al ver que le escuchan. Continúa: "Abrigo la esperanza de que de hoy en adelante Nazaret no tendrá ante sus ojos, a una pobre madre abandonada, y a un hijo que, imprudente, se sale del sendero común para caminar por veredas inseguras en su meta, en sus consecuencias. Hablaré con mis amigos, con el sinagogo... Te perdonaremos... ¡Oh! Nazaret será feliz en abrirte los brazos como a un hijo que regresa, y que regresa como ejemplo de virtudes para todos sus ciudadanos. Mañana mismo, y yo en persona, te acompañaré a la sinagoga y..."
Jesús levanta su mano... dice:
"Como un fiel, ciertamente que iré a la sinagoga,...
Pero no es necesario que hables en mi favor,
porque una hora después del crepúsculo partiré
para ir a evangelizar,
cumpliendo así con mi deber de obedecer al Altísimo."
Jesús levanta su mano. Impone silencio. Con calma, pero claramente dice: "Como un fiel, ciertamente que iré a la sinagoga, como he ido otros sábados. Pero no es necesario que hables en mi favor, porque una hora después del crepúsculo partiré para ir a evangelizar, cumpliendo así con mi deber de obedecer al Altísimo."
Un buen desaire se ha llevado José... Todo su natural bonachón se apaga, y aflora su dura intransigencia: "¡Está bien! Pero no me vengas a buscar cuando me necesites. He cumplido con mi deber y no soy responsable de tus desgracias que ciertas se ciernen sobre ti. Adiós. Aquí estoy de más, porque no os puedo comprender, ni vosotros a mí. Me voy sin rencor, pero muy afligido... Que el Señor te proteja como lo hace con todos los que... son sencillos de corazón, imperfectos... Adiós, María. Date valor, pobre madre."
"Adiós, José. Pero no por El, sino por ti es por quien debo tener valor. Porque tú eres el que estás fuera de los caminos de Dios, y me causas aflicción" dice María sosegadamente, pero con firmeza.
"Eres un terco, ¡y no más! Y si no fueses -por desgracia- el jefe de casa, te cogería a golpes; hijo por mi sangre, pero no por mi espíritu..." le grita María de Alfeo. Y diría más, si la Virgen suplicante no le dijese: "Cállate. Por amor a mí."
"Me callo. Sí. Pero... Pero pensad si puedo ver entre mis hijos a un bastardo de esa clase..."
El bastardo ya se fue. La buena María de Alfeo descarga todo su peso por este hijo terco. Su desahogo termina con llanto, y entre sollozos revela la mayor pena de sus dolores: "Y a ese no lo tendré conmigo en el cielo, no lo tendré. ¡Lo veré entre los tormentos! ¡Oh, Jesús, haz el milagro!"
"Sí, María. Sí. ¡No llores! También a él le llegará su hora. Tal vez la undécima, pero le llegará. Te lo aseguro. No llores..." dice Jesús consolándola... Y cuando María se ha calmado dice a los apóstoles y discípulos: "Venid conmigo al olivar, mientras ellas preparan sus cosas. Tenemos algo que hablar entre nosotros."
VIII. 39-44
A. M. D. G.