LA PARTIDA.
EL VIAJE A BELÉN DE GALILEA
#Pedro quiere pedir perdón a Jesús por decir a Tomás la despedida de Síntica
#Jesús despide a Noemí, Mirta y Áurea que están ya en sendos borricos.
#Jesús apaga un gran incendio con su querer
#Parábola que el Señor dice a propósito del incendio
#Ahora os pido hospedaje para estas mujeres
Lo que ofrece Tomás a la Virgen es algo
que nadie se esperaba:
un brocamantón, le llamaríamos ahora, broche,
que se pone en el escote del vestido.
Es la tarde del sábado verdaderamente dicho, y la vida torna a su acostumbrada actividad. Aquí, en la casa de Nazaret, vuelve, después del descanso, con los preparativos para la partida. Se reponen las provisiones, los vestidos en las alforjas, y estas se atan bien; se ve si las sandalias están fuertes, lo mismo que sus correas; se da de beber a los asnos que han comido cerca de la valla del huerto... despedidas, y alguna que otra lágrima entre sonrisas y bendiciones; promesas de verse pronto... Lo que ofrece Tomás a la Virgen es algo que nadie se esperaba: un brocamantón, le llamaríamos ahora, broche, que se pone en el escote del vestido. Es de tres tallos, finísimos, casi invisibles, perfectos de convalaria, que se unen en dos hojitas que imitan a la perfección las naturales, por el metal tan bien trabajado.
"Sé que no lo usarás, María, pero acéptalo de todos modos. Me llegó la idea de hacértelo cuando un día mi Maestro habló de ti, comparándote con los lirios de los valles... Yo no he hecho cosa alguna por tu casa... pero esto lo hice para ti, para que la alabanza que te dio tu Hijo se apreciase como símbolo tuyo, que la mereces más que cualquier otra mujer. Y si no he logrado dar al metal la viveza de un tallo real y la fragancia de la flor, mi sincero y respetuoso amor por ti lo hagan finísimo como una caricia y lo perfumen de la devoción que siento por ti, Madre de mi Señor."
¡Oh, Tomás, es verdad! No uso joyeles, porque me parecen
cosas fútiles, pero esto no lo es. Gracias, Tomás, no por el
valor, sino por el amoroso afecto. Gracias.
"¡Oh, Tomás, es verdad! No uso joyeles, porque me parecen cosas fútiles, pero esto no lo es. Es amor de mi Jesús y de su apóstol, y me gusta mucho. Lo guardaré siempre y me acordaré del buen Tomás que ama mucho a su Maestro, y que se acuerda no sólo de su doctrina, sino también de sus ultimas palabras dichas hacia las cosas más humildes, igual que a las personas más insignificantes. Gracias, Tomás, no por el valor, sino por el amoroso afecto. Gracias."
y Tomás, feliz, saca una pequeña preciosidad:
tres estrellitas de jazmín con una ramita,
unidas en un círculo, y se lo entrega a Áurea.
Todos admiran el perfecto trabajo, y Tomás, feliz, saca una pequeña preciosidad: tres estrellitas de jazmín con una ramita, unidas en un círculo, y se lo entrega a Áurea. "Porque no fuiste codiciosa en quererlo, porque has estado aquí mientras el jazmín estuvo en flor, y porque estas estrellitas te recuerden a nuestra Estrella. Pero ten en cuenta que con tus virtudes debes perfumar las flores y ser también una flor, cándida, hermosa, pura, que perfuma el cielo. Si no lo eres, me devuelves el broche. ¡Ea! y no llores... que todo pasa... y pronto volveremos con María, o Ella irá a donde estemos... y..." Tomás al ver las lágrimas de Áurea, piensa que es mejor no continuar y sale apenado diciendo a Pedro: "Si hubiese pensado que... se iba a poner a llorar, no le hubiera dado nada... Hice ese broche para consolarla en estos momentos... No adiviné lo que iba a suceder..."
Pedro, atolondrado por lo que está acaeciendo, pierde el control y dice: "Esto siempre ocurre en las despedidas... Hubieras visto entonces a Síntica..." Cae en la cuenta de lo que ha dicho, quiere volver atrás, se pone colorado... pero ha ya cometido el error.
Tomás comprende, y bonachón le echa un brazo en el cuello, diciendo: "No te aflijas, Simón. Sé guardar un secreto. Comprendo por qué habéis guardado silencio... Por Judas de Simón. Yo, por el Dios de nuestros padres, te juro que lo que involuntariamente he sabido, lo olvidaré. No te aflijas, Simón..."
"Es que el Maestro no quería..."
"Y no hay duda que tenía toda la razón de hacerlo. Yo no me he molestado por eso."
"Lo sé. Pero ¿qué va a decir?..."
"Nada, porque nada sabrá. Confía en mí."
"¡Ah, no! Al Maestro no le oculto nada. Cometí un error. Merezco su reprehensión. Y al punto. No estaré en paz si no le digo mi equivocación. Tomás, hazme un favor, ve a llamarlo... Voy al taller. Ven con El. Me siento muy mal para hacerlo y los otros caerían en la cuenta."
Pedro quiere pedir perdón a Jesús por decir a Tomás
la despedida de Síntica
Tomás lo mira con mucha compasión, entra en la casa para llamar a Jesús: "Maestro, ven un momento. Quiero decirte algo."
Jesús, que estaba despidiéndose de María de Alfeo en esos momentos, lo sigue sin replicar."¿Qué quieres?" le pregunta, al caminar a su lado.
"Yo, nada. Es Simón el que te quiere hablar. Míralo..."
"¿Simón, qué te pasa? ¿Por qué estás así turbado?"
Pedro se echa a los pies de Jesús llorando: "He faltado. Absuélveme."
"¿Faltado? ¿En qué cosa? Estabas alebra, tranquilo..."
"Ah, Maestro, te he desobedecido. Hablé a Tomás de Síntica... Estaba yo conmovido por las lágrimas y él estaba más que yo; creía que las había aumentado él... para consolarle le dije: "Esto siempre ocurre en las despedidas. Hubieras visto entonces a Síntica..." y él comprendió..." Pedro levanta una cara afligida; su mirada revela la humillación, y el desconsuelo.
"Sea bendito el Señor, Simón mío. Pensaba que habías cometido una cosa más grave. Tu sinceridad borra aun ésta. Hablaste sin malicia. Lo dijiste a un compañero tuyo. Tomás es bueno y no lo dirá a nadie..."
"Me lo juró ya... Pero mira, ahora tengo miedo de ser más pedazo de alcornoque y de no saber guardar un secreto."
"Hasta ahora lo guardaste."
"Sí, pero imagínate. Jamás he dicho una palabra ni a Felipe, ni a Natanael. Y ahora..."
"¡Ea, levántate! El hombre siempre es imperfecto, y cuando lo es sin malicia no comete ningún pecado. Contrólate. No te aflijas más. Te daré un beso. Tomás, ven aquí." Tomás acude. "Ciertamente habrás comprendido las razones del secreto."
"Así es, Maestro, y he jurado respetarlo por mi parte y en lo que puedo. Se lo dije ya a Simón..."
"Al pedazo de alcornoque de Simón" dice Pedro con un suspiro.
"No, amigo. Me has edificado con tu humildad y sinceridad, que son perfectas. Me has dado una gran lección y la tendré presente. No lo diré a nadie por prudencia, lo que me apena, porque pocos de nosotros tienen y tendrán la rectitud que tuviste... Pero nos están llamando. Vámonos."
Jesús despide a Noemí, Mirta y Áurea que están
ya en sendos borricos.
De hecho, ya hay muchos en la calle y las tres mujeres: Noemí, Mirta y Áurea están ya en sendos borricos. María con su cuñada está junto a Áurea, la vuelven a besar, y cuando ven que llega Jesús, besan a las dos condiscípulas y por último se despiden de Jesús que las bendice antes de ponerse en camino...
La Virgen y María Cleofás entran nuevamente en casa... donde se ven los asientos fuera de su lugar, los trastos por todas partes... el desorden, consecuencia de cuando se parte.
María distraídamente pasa su mano con cariño sobre el pequeño telar en que enseñaba a Áurea a trabajar... Sus ojos están llenos de lágrimas, que quieren derramarse.
"¡Sufres, María!" le dice María Cleofás que da rienda suelta a su llanto. "Te habías encariñado con ellas... Vienen aquí... luego se van... y nosotras somos las que sufrimos..."
Nuestra vida de discípulas. Oíste lo que decía Jesús hoy: "Así
haréis en lo futuro. Al ver en todas las criaturas a almas
fraternales seréis acogedoras, sobrenaturalmente
acogedoras, pensando que sois peregrinas al acoger
a los peregrinos.
"Nuestra vida de discípulas. Oíste lo que decía Jesús hoy: "Así haréis en lo futuro. Al ver en todas las criaturas a almas fraternales seréis acogedoras, sobrenaturalmente acogedoras, pensando que sois peregrinas al acoger a los peregrinos. Prestaréis ayuda, fuerzas, consejo, y luego permitiréis que los hermanos se vayan a donde tenían que ir, sin entretenerlos con cariñosos mal entendidos, seguras que después de la muerte los volveréis a encontrar. Vendrán las persecuciones y muchos os dejarán para ir al martirio. No seáis cobarde, ni tampoco aconsejéis a serlo. Quedaos en vuestras casas vacías para orar, para sostener a los mártires en su valor. Serenas para fortalecer a los más débiles, fuertes para estar prontos a imitar a los héroes. Acostumbraos a las separaciones, a los heroísmos, al apostolado de la caridad fraterna, ya desde ahora..." Y nosotras lo hacemos, sufriendo... ¿es verdad? Somos humanas... Pero el espíritu participa de una alegría espiritual que es la de hacer la voluntad del Señor, de cooperar a su gloria. Por otra parte... Yo soy la madre de todos... y no debo serlo de uno solo. No lo soy ni siquiera exclusivamente de Jesús... Tú ves cómo lo dejo ir sin detenerlo... Quisiera estar con El, eso sí; pero a El le parece que debo quedarme aquí, hasta que El no me diga: "Ven". Yo me quedo. ¿Las veces que viene a estarse aquí? Son mis alegrías de madre. ¿Mis caminatas y correrías con El? Son mis alegrías como discípula. ¿Mis soledades de aquí? Son mis alegrías de quien hace la voluntad de su Señor."
"El Señor es tu Hijo, María..."
"Así es, pero siempre es mi Señor... ¿Te quedas conmigo, María?"
"Sí, si me lo permites... Siento que mi casa es muy triste en las primeras horas en que no están ya mis hijos... Mañana será otra cosa... Y esta vez lloraría mucho más..."
"¿Por qué, María?"
"Porque desde ayer siento el llanto en mi corazón... Soy un pozo... Un pozo cuando está lleno de agua por las lluvias."
"¿Por qué, querida?"
"Por José... ayer... ¡Oh! no sé si ir a regañarlo ásperamente, porque en resumidas cuentas es mi hijo, pues este vientre lo llevó y estos pechos lo amamantaron, y no hay primogenitura que sea superior a una madre... o bien, no hablarle más, no hablarle a ese bastardo que di a luz, y que ofende a mi Jesús, a ti y ..."
"Nada de esto vas a hacer. Serás para él siempre "una mamá". La mamá que compadece a su hijo obstinado, enfermo, extraviado, y que lo hace dócil con la bondad, y lo lleva a Dios con la oración y la paciencia... Toma ánimos y no llores... Ven conmigo más bien. Oraremos en mi cuarto por él, por los que se han ido, por la niña, porque sufra poco y sea una santa... ¡Ven, ven, María!" y la lleva consigo.
Entre tanto los peregrinos van por el camino que va hacia el sur-oeste. Adelante van las mujeres sobre sus borriquillos, que bien comidos y bien descansados, trotan alegres, haciendo que Marziam y Abel, los cuales por prudencia van al lado de Áurea, que es la primera vez que cabalga, vayan casi corriendo. Y la fatiga que se le ve sirve para distraer a Áurea del dolor de la separación de María.
De vez en vez para dar aliento a los dos jóvenes, Mirta detiene su borrico dando el alto, y no emprende la marcha, sino hasta que las han alcanzado los apóstoles. Cuando se paran, y que no hay ya qué distraiga a Áurea, esta se pone triste... Marziam, que tiene experiencias como huérfano, que fue acogido por caridad por una mujer que le hace las veces de madre, después de haber conocido a María, la consuela diciéndole cómo uno se encariña después con la madre adoptiva "como si fuese la propia mamá" y le cuenta sus impresiones, y cuenta cómo María y Matías son felices con Juana y Anastásica con Elisa.
Áurea escucha lo que se le refiere, y cuando Marziam termina con: "Créeme, las discípulas todas son buenas, y Jesús sabe a quién nos va a dar", y que Abel recalca: "Y tú no debes desconfiar de mi mamá que se siente feliz de que estés con ella y que mucho ha pedido en estos días para que Dios te concediese a ella", Áurea responde: "Lo creo. Las quiero mucho... Pero María es María... y debéis comprenderme..."
"Claro que sí. Pero nos desagrada verte triste..."
"¡Oh! pero no estoy ya triste como en la casa del romano y en las primeras horas en que me vi libre. Me sentía tan sola... como perdida. Hace años que jamás he tenido quien me acariciara... Sólo María ha sido la que volviese a hacerlo, después de tantos años de estar bajo los patrones..."
"¡Válgame Dios! Estoy aquí yo para acariciarte. Te seré una segunda María. Ven aquí, acércate... Si fueras más pequeña te subiría conmigo, como hacía con mi Abel cuando era pequeñín... Pero eres ya una joven..." dice Mirta acercándose y tomándole la mano. "Eres mi pequeña mujercita y te enseñaré muchas cosas, y cuando Abel se vaya lejos a evangelizar, yo y tú recogeremos a los peregrinos como dice el Señor. Haremos mucho bien en su Nombre. Tú eres joven y me ayudarás..."
"Ved aquella luz de allá. Más allá del montecillo" exclama Santiago de Zebedeo que los alcanzó.
Jesús apaga un gran incendio con su querer
"¿Arde el bosque?"
"¿O el poblado?"
"Vamos a ver..."
Nadie se siente cansado porque la curiosidad les quita esa sensación. Jesús condescendiente los sigue. Toma una vereda que va a dar a un collado. Pronto llega a la cima...
No arde ni el bosque, ni el poblado, sino una extensión entre dos colinas, llena de alto pasto. La hierba, sequísima ya por el ardiente sol, probablemente empezó a arder porque a alguien se le escapó alguna chispa. Los guardabosques del lugar trabajan en apagar esta alfombra de llamas, no muy altas, pero vivaces, que se esparcen rápidamente de aquí a allá, en busca de nueva hierba seca. Los guardabosques corren y se afanan en apagar las llamas. Pero es inútil. Son pocos y cuando han extinguido el fuego aquí, ya llegó a aquella otra parte.
"Si llega hasta el bosque, será una desgracia. Hay árboles resinosos" dice Felipe.
Jesús, con los cruzados, de pie sobre el borde de la colina, mira y sonríe pensando...
El contraste entre la blanquecina luz de la luna que se ve en el oriente y la roja de las llamas en occidente, es grande. Las espaldas de los espectadores están blanqueadas por los rayos lunares, pero sus rostros tienen el color rojo de las llamas.
Y estas corren, corren como agua que se desborda... El incendio está a pocos metros del bosque. Los montones de leña que hay en el borde están ya a punto de ser pasto de las llamas. El fuerte claror deja ver las chozas de un villorrio fundado sobre la colina, por la que el fuego avanza.
"¡Pobre gente! Perderán todo" dicen varios y miran a Jesús
que no habla, que sonríe... Pero luego...
vedlo que suelta los brazos y grita:
"¡Detente! ¡Apágate! Te lo ordeno."
"¡Pobre gente! Perderán todo" dicen varios y miran a Jesús que no habla, que sonríe...
Pero luego... vedlo que suelta los brazos y grita: "¡Detente! ¡Apágate! Te lo ordeno."
Como si una gigantesca manta se hubiese abatido sobre las llamas para sofocarlas, de igual modo el fuego cesa prodigiosamente. La vivaz, la ágil danza de las lenguas de fuego se cambia en carbones encendidos, rojizos, pero que no flamean. El color rojizo se cambia en morado, gris-rojo... aquí y allá salta alguna chispa entre las cenizas... y luego no queda sino la luna con sus plateados rayos iluminando la selva.
Los guardabosques y leñadores hacen ademanes,
miran a su alrededor, hacia arriba en busca del ángel
que produjo el milagro.
Los guardabosques y leñadores hacen ademanes, miran a su alrededor, hacia arriba en busca del ángel que produjo el milagro.
"Vamos a bajar. Me ocuparé de esas almas aprovechando el caso imprevisto, y nos detendremos en el poblado, o si se puede, en la ciudad. Partiremos al amanecer. Tendrán un lugar para las mujeres. A nosotros nos basta el bosque" dice Jesús que rápido baja. Los demás le siguen.
"Pero ¿por qué sonreías de ese modo? ¡Parecías feliz!" pregunta Pedro.
"Lo sabrás al oír mis palabras."
Han llegado a donde el alijar se ha cambiado en cenizas todavía calientes, y crujen bajo las sandalias. Lo atraviesan. Llegados al centro, donde la luna da de lleno, los guardabosques los miran.
"¡Oh, lo había dicho! El era el único que podía hacerlo.
Vamos a presentarle nuestra veneración" grita un leñador
"¡Oh, lo había dicho! El era el único que podía hacerlo. Vamos a presentarle nuestra veneración" grita un leñador y lo hace echándose entre la ceniza a los pies de Jesús.
"¿De qué te vales para creer que lo haya podido hacer?"
"Porque solo el Mesías lo puede."
"¿Y cómo sabes que sea Yo el Mesías? ¿Me conoces acaso?"
"No. Pero sólo el Bueno que ama a los pobres puede tener compasión, y sólo el Santo de Dios puede haber ordenado al fuego y hacer que se le obedezca. ¡Sea bendito el Altísimo que nos envió a su Mesías! Y el Mesías ha llegado a tiempo para salvar nuestros hogares."
"Deberíais de preocuparos más por salvar vuestra alma."
"Se salva si se cree en Ti, y se hace lo que enseñas. Pero Tú comprendes, Señor, que la amargura de perder todo puede debilitar nuestras almas que ya de sí son débiles... y arrastrarlas a que duden de la Providencia."
"¿Quién os ha hablado de Mí?" "Tus discípulos... Ve ahí a nuestras familias... Habíamos mandado a decirles que estuviesen despiertas, temiendo que toda la colina se incendiase... Adelantaos... y luego enviamos a otro para que les dijese que había ocurrido un milagro y que viniesen a ver. Míralas, Señor. Esta es la mía, aquella la de Jacob, esta la de Jonatás, aquella la de Marcos, esta de mi hermano Tobías, esta de mi cuñado Melquías, esta la de Felipe, y esta la de Eleazar. Aquellas otras son las de los pastores que ahora apacientan entre los altos montes..."
Es un grupo como de 250 personas, incluyendo a los niños, algunos de los cuales todavía están mamando, otros lloran porque se les despertó, o bien siguen dormidos, ignorantes del peligro.
"La paz sea con todos vosotros.
El ángel de Dios os ha salvado. Alabemos juntos al Señor."
"¡Nos salvaste! Siempre estás presente, donde hay fieles que
crean en Ti" dicen muchas mujeres...
Los hombres asienten con la cabeza.
"La paz sea con todos vosotros. El ángel de Dios os ha salvado. Alabemos juntos al Señor."
"¡Nos salvaste! Siempre estás presente, donde hay fieles que crean en Ti" dicen muchas mujeres... Los hombres asienten con la cabeza.
Parábola que el Señor dice a propósito del incendio
"Sí. Donde hay fe en Mí, está presente la Providencia. Pero así como en lo que se refiere a las cosas corporales, así en las del espíritu hay que obrar con interrumpida prudencia. ¿Qué cosa produjo el fuego entre la hierba? Probablemente alguna chispa que saltó de vuestros hornos, o bien algún niño que sin pensarlo, ni quererlo, y más bien para divertirse, lanzó algún tesoncillo. Es divertido ver cómo una chispa de fuego cruza por la oscuridad. Pero considerad lo que puede acarrear una imprudencia. Puede causar ruinas. Una chispa, un tesoncillo que cae sobre la hierba seca, fueron más que suficientes para poner fuego a un valle, y si el Eterno no me hubiera mandado, todo el bosque se hubiera convertido en un horno que habría dado cuenta de vuestros bienes y de vuestras vidas.
Esto mismo sucede con las cosas del espíritu. Es menester una atención continua y prudente para que ninguna chispa de fuego se pegue a vuestra fe y la destruya, después de haber estado oculta en vuestro corazón; para que no suceda un incendio que provocan los que me odian y quieren verme desprovisto de creyentes. Aquí, el fuego detenido a tiempo, se ha cambiado en beneficio, en acabar con el alijar inútil que habíais dejado crecer en el valle, y os ha preparado con las cenizas el terreno, que si lo aprovecháis bien os puede producir bastantes bienes. Pero en los corazones las cosas son distintas. Cuando todo el Bien es destruido, ninguna cosa puede quedar en pie, fuera de las zarzas, pasto de los demonios.
Recordadlo y estad atentos contra las insinuaciones de mis enemigos que como chispas infernales serán arrojadas en vuestros corazones. Estad alertas para combatir el fuego. ¿Y con qué? Con una fe siempre más fuerte, con una voluntad inconmovible de querer ser de Dios. Con pertenecer al Fuego santo, porque el fuego no se come al fuego. Si vosotros sois fuego en amar al Dios verdadero, el fuego del que tiene el odio contra Dios, no os podrá hacer daño. El fuego del amor vence cualquier otro fuego. Mi doctrina es amor, y quien la acepta entra en el fuego de la Caridad y no puede torturarlo el fuego del demonio.
De lo alto de aquella colina, mientras miraba cómo corría el fuego, y oía las palabras que vuestros corazones dirigían a su Señor Dios, aun cuando no veía con mis ojos vuestros esfuerzos en apagar las llamas, sonreía. Un apóstol mío me preguntó: "¿Por qué sonríes?" Le respondí: "Te lo diré cuando hable a la gente." Lo estoy haciendo. Sonreía al pensar que así como las llamas avanzaban entre la hierba del valle, y en vano vuestro empeño quería detenerlas, de igual modo mi doctrina se esparcirá por todo el mundo, y en vano la perseguirán quienes no aman la Luz. Y mi doctrina será luz. Será purificación. Será bienhechora. ¡Cuántas viboritas han muerto bajo las cenizas y otros bichos dañosos también! No os gustaba este valle porque había en él áspides. Ved que ninguno ha sobrevivido. Del mismo modo el mundo será libertado de toda clase de errores, de pecados, de dolores, cuando me haya conocido y el fuego de mi doctrina lo haya limpiado y libertado de las inútiles frondosidades, y convertido en semilla buena, fértil en santos frutos.
Esta es la razón por la que sonreía... Veía en el fuego que avanzaba un símbolo de mi doctrina que se esparcirá en el mundo. Después el amor al prójimo, que jamás se separa del amor al Señor, me trajo el pensamiento de vuestra aflicción. Descendí de la contemplación de los intereses de Dios a los de mis hermanos, y contuve el fuego, porque en medio de vuestro júbilo, alabaríais al Señor. Ved, pues, que mi pensamiento subió a Dios; y bajó mucho más poderoso porque el sumergirse en Dios aumenta siempre nuestras facultades; y luego tornó a ascender, junto con el vuestro, a Dios. Y así, por la caridad, cumplí con los intereses de Dios y de mis hermanos. Haced también lo mismo en vuestra vida futura.
Ahora os pido hospedaje para estas mujeres
Ahora os pido hospedaje para estas mujeres. La luna baja y el incendio no nos dejó seguir nuestro camino. No podemos proseguir, sino hasta la ciudad cercana."
"¡Ven! ¡Venid! Hay lugar para todos. Podíamos habernos visto sin techo. Nuestras casas son las vuestras. Son pobres, pero limpias. ¡Venid! Venid y nuestro hogares serán benditos" gritan todos.
Despacio suben por la cuesta, un tanto escarpada, hasta el poblado que milagrosamente escapó a la destrucción. Y casa uno se va con quien le ofrece hospedaje.
VIII. 44-53
A. M. D. G.