MUERE EL ABUELO DE MARZIAM
#Jesús lleva a Marziam a ver a su abuelo
#En los brazos de Jesús que recita el salmo 120 y 121 muere el abuelo de Marziam
Jesús debe de haberse despedido de las mujeres porque está con los apóstoles, con Isaac y Marziam. Están bajando las últimas pendientes hacia la llanura de Esdrelón, mientras la tarde poco a poco se inclina.
Jesús lleva a Marziam a ver a su abuelo
Marziam está muy contento de que el Señor lo lleve con su querido abuelo. No así lo están los apóstoles que traen a colación el incidente que hace poco pasó con Ismael, pero no dicen ni una palabra, para no causar ningún dolor al jovencito que se alegra de no haber probado la miel que le dio Porfiria: "Porque esperaba que el Señor diese contento a mi corazón si me permitía volver a ver a mi padre. No sé porqué... pero desde hace ya algunos días no puedo apartar de mi mente su recuerdo, como si me llamase. Se lo dije a Porfiria y ella contestó: "Lo mismo me sucede cuando Simón está lejos". Pero no será lo mismo como ella dice, porque antes no me había ocurrido."
"Porque antes eras un muchachito; ahora eres un hombre y tu mente piensa mejor" le dice Pedro.
"Traigo también dos quesos unas cuantas uvas. Es lo poco mío que he podido traer a mi amado padre. También una túnica de cáñamo, y un vestido. Porfiria quería emplear el material para mí, pero le dije: "Si me amas, hazlos para mi abuelo". Siempre anda harapiento, tan acalorado con sus vestiduras de lana. Se sentirá fresco."
"Y entre tanto te quedaste sin vestiduras frescas, y sudas como una esponja con esos vestidos de lana" le dice Pedro.
"¡Oh, no importa! Muchas veces mi abuelo, cuando estaba yo en el bosque, se quedó sin comer para poderme dar su comida... ¡Hasta que puedo darle alguna cosa. ¡Si pudiera ahorrar tanto como para poder libertarlo!"
"¿Cuánto has ahorrado hasta ahora?" le pregunta Andrés.
"Poco. Con los pescados vendidos he logrado ahorrar ciento diez didracmas... pero dentro de poco venderé los corderos y entonces... Si lo pudiese hacer antes de que vengan los grandes fríos..."
"¿Os lo llevaríais vosotros?" pregunta Natanael a Pedro.
"Sí. No nos moriremos de hambre si ese pobre viejo toma un bocado de nuestro plato..."
"Y además... puede trabajar en alguna cosilla... Ir a Betsaida... ¿o no es verdad, Felipe?"
"Cierto... te ayudaremos, Simón, y daremos contento a nuestro buen Marziam y al viejo..."
"Esperamos que no esté Yocana..." dice Judas Tadeo.
"Me adelanto a decírselo" dice Isaac.
Rápidos caminan bajo los rayos de la luna... En un determinado punto Isaac se separa; apresura más el paso. Los demás lo siguen lentamente. Un gran silencio duerme en la llanura, hasta los ruiseñores están callados.
Caminan, camina, hasta que ven dos sombras que corren hacia ellos. "Uno es Isaac, sin duda... El otro... tal vez sea Miqueas, o el mayordomo. Ambos son altos..." dice Juan.
Ya están cerca... muy cerca. Es el intendente que viene con Isaac y se ve muy consternado.
Maestro... Marziam... pobre hijo... Venid pronto... Tu padre,
Marziam, está enfermo...
Vamos, vamos... Ten valor, Marziam" y Jesús le toma la mano
"Maestro... Marziam... pobre hijo... Venid pronto... Tu padre, Marziam, está enfermo...muy..."
"¡Ah, Señor!..." grita el jovenzuelo lleno de dolor.
"Vamos, vamos... Ten valor, Marziam" y Jesús le toma la mano y empieza a correr. Dice a los apóstoles: "Seguidnos."
"Sí... pero despacio... Está Yocana" dice el mayordomo que se ha alejado.
El abuelo de Marziam está en casa de Miqueas. Hasta un tonto puede comprender que está agonizando. A ojos vistas, está muriendo. Su cuerpo está flojo, de color cenizo, menos en sus pómulos donde se ve un color violeta que todavía le queda.
Marziam se inclina sobre el camastrón, y con voz alta le dice: "¡Papá! ¡Papá! ¡Soy Marziam! ¿Oyes? ¡Marziam! ¡Yabé, tu Yabé!... ¡Oh, Señor! No me oye más... Ven aquí, Señor... Ven aquí. Haz las pruebas... Cúralo... Haz que me vea, que me hable... ¿Debo acaso ver que todos los míos mueran así, sin que me den el último adiós?..."
Jesús se acerca, se inclina sobre el moribundo, le pone una mano sobre la cabeza diciendo: "Hijo de mi Padre, óyeme."
Como alguien que despierta de un sueño profundo, el anciano da un gran respiro, abre sus ojos ya vidriados, que miran vagos las dos caras que tiene ante sí. Trata de hablar, pero la lengua le está como pegada. Debe haber comprendido porque una sonrisa hay en sus labios, trata de buscar las manos de los dos para llevárselas a los labios.
"Padre... vine... ¡Tanto que pedí por venir!... Te quería decir... que pronto tendré mucho... para poder libertarte... y para que vinieras conmigo, a la casa de Simón y de Porfiria, que son muy buenos, muy buenos con tu Yabé... y con todos..."
"Dios los recompense, y... te recompense... pero ya es t arde...
voy con Abraham... donde no sufriré más..."
Se vuelve a Jesús y con ansias pregunta:
"¿Verdad que es así?"
El viejo logra soltar la lengua y a duras penas dice: "Dios los recompense, y... te recompense... pero ya es tarde... voy con Abraham... donde no sufriré más..." Se vuelve a Jesús y con ansias pregunta: "¿Verdad que es así?"
"Así es. ¡Esta en paz!" Jesús se endereza y majestuoso dice: "Yo, con mi poder de Juez y Salvador, te absuelvo de todo cuanto en la vidas hayas podido haber hecho de mal, o del bien que hayas omitido hacer, y de tus reacciones contra la caridad y contra quien te ha odiado. De todo te perdono, hijo. ¡Ve en paz!" Jesús tiene las manos en alto, extendidas sobre el lecho, como si estuviese en un altar, y El, Sacerdote, las extendiese para consagrar la víctima.
Marziam llora, mientras el viejo dulcemente sonríe, murmurando: "En paz, con tu ayuda me duermo... gracias, Señor..." y se reclina...
"¡Padre! ¡Papá! ¡Oh, se muere, se muere! Démosle un poco de miel... tiene la lengua seca... Está frío... la miel da calor..." grita Marziam y trata de trasegar con una mano en la alforja, mientras que con la otra sostiene la cabeza de su abuelo, que pesa.
En el umbral están los apóstoles... mudos miran...
"Hazlo, Marziam. Yo sostengo al abuelo" dice Jesús... y dirigiéndose a Pedro: "Simón, ven aquí..."
Simón conmovido se acerca.
Marziam trata de dar un poco de miel al anciano. Mete un dedo en el frasco, lo saca lleno de miel que pone en los labios de su abuelo, que abre sus ojos, lo mira, le envía una última sonrisa, dice: "Está sabrosa."
"La hice para ti... y también los vestidos de cáñamo fresco..."
El viejo levanta la mano vacilante y trata de ponerla sobre la morena cabeza, diciendo: "Eres bueno... más que la miel... El que seas bueno... que lo seas... me consuela... Pero tu mil... no me sirve más... ti tampoco los vestidos frescos... guárdalos... guárdalos con mi bendición..."
Marziam cae de rodillas. Llora con la cabeza apoyada en la orilla del camastrón. Dice: "¡Me quedo sólo! ¡Siempre sólo!"
Simón da la vuelta alrededor del lecho, con voz áspera, llena de emoción, dice acariciando los cabellos de Marziam: "No... Sólo no... Te quiero mucho. Porfiria te quiere mucho... los discípulos... muchos hermanos... y además Jesús... Jesús que mucho te quiere... ¡No llores, hijo mío!"
"Tu... hijo... sí... soy feliz... ¡Señor! Señor..." El anciano lanza sus últimos estertores... siente que le llega su fin.
En los brazos de Jesús que recita el salmo 120 y 121 muere
el abuelo de Marziam
Jesús le pasa el brazo, lo levanta, lentamente recita: "Levanto mis ojos a los montes de donde viene mi ayuda" y continúa todo el salmo 120. Terminado, mira la anciano que muere entre sus brazos plácidamente. Empieza a recitar el salmo 121, pero no llega sino hasta el versículo cuarto, cuando se interrumpe diciendo: "¡Vete en paz, alma justa!" lo reclina poca a poco, y le cierra los párpados.
Una muerte tan tranquila, que nadie, fuera de Jesús, ha caído en la cuenta de lo sucedido. Pero lo notan por la acción del Maestro y se forma una algarabía.
Jesús dice que se callen. Da vuelta por donde está Marziam, que llora con la cabeza inclinada sobre el lecho y que no ha caído en la cuenta de nada; se inclina, lo abraza y tratando de levantarlo dice: "Está ya en paz, Marziam. No sufre más. La mayor gracia que Dios le concedió es la muerte, y en los brazos del Señor. No llores, hijo querido. Míralo qué tranquilo está... qué sereno. Pocos en Israel han logrado el premio que este justo obtuvo al morir sobre el pecho del Salvador. Ven aquí, entre mis brazos... No estás solo. Está Dios, y es todo. Te ama en lugar de todo el mundo."
"Gracias, Señor, por haber venido... También tú, Simón,
por haberme traído... A todos, a todos, gracias...
por lo que me disteis para él... Ya no sirve más... "
De veras que causa dolor el pobre Marziam, pero encuentra las fuerzas para decir: "Gracias, Señor, por haber venido... También tú, Simón, por haberme traído... A todos, a todos, gracias... por lo que me disteis para él... Ya no sirve más... pero... los vestidos sí... Somos pobres... No podemos embalsamarlo... ¡Oh, padre mío! Ni siquiera te puedo ofrecer un sepulcro... Pero si tenéis confianza en mí, si podéis... haced los gastos y para octubre os daré el dinero en que haya vendido los corderos y los pescados..."
"¡No! Tienes todavía un padre. Recuerda. Yo me encargo de ello. Aunque tenga que vender una barca. Tributaremos al abuelo todos los honores. Lo que hay que saber es quien anticipa... y quién da el sepulcro..."
El mayordomo dice: "En Jezrael hay discípulos entre la población. No nos negarán nada. Voy pronto y para eso de las nueve estoy de regreso..."
"Bien, pero... ¿el fariseo?"
"No os preocupéis. Le voy a avisar que hay un muerto y por no contaminarse no saldrá de casa. Me voy..."
Mientras Marziam, inclinado sobre su abuelo, llora y lo acaricia, y Jesús en voz baja habla con los apóstoles e Isaac, Miqueas y los demás van y vienen, haciendo los preparativos de los últimos honores que rendirán a su compañero muerto.
(Y aquí voy a hacer una observación mía. Me ha sucedido muchas veces encontrarme ante semejantes casos, y he notado con frecuencia que los presentes, con buen fin o con intransigencia desmoderada, levantan la voz a los que mueren de pesar por haber perdido un ser amado.. Comparo esta actitud con la dulzura de Jesús que compadece el sufrimiento del huérfano y que no exige de él un heroísmo... ¡Cuánto hay que aprender del acto más mínimo de Jesús!...
VIII. 59-63
A. M. D. G.