PREDICACIÓN EN LA REGIÓN DEL LAGO.
EN CAFARNAUM
#Jesús está hablando cerca de la puerta que da al jardín para que todos puedan escucharlo.
#El centurión manda prender a Elí
#Ve y dile: "El Maestro te dice que tengas compasión". ¡Ve!"
Creo que hoy es sábado porque veo a la gente reunida en la sinagoga, aunque podría haberse reunido por evitar el sol, o por estar más segura en la casa de Jairo. La gente se aprieta, atenta, pese al calor que ni siquiera las puertas y ventanas que están abiertas, logran mitigar.
Jesús está hablando cerca de la puerta que da
al jardín para que todos puedan escucharlo.
Quien no logró entrar en la sinagoga para no verse tostado del sol, se ha refugiado en el jardín sombrío que está detrás de la sinagoga, que es de Jairo y que está tupido de parras y de árboles frondosos llenos de fruta. Jesús está hablando cerca de la puerta que da al jardín para que todos puedan escucharlo.
Jairo está a su lado, atento. Los apóstoles en grupo, cerca de la puerta queda al jardín. Las discípulas con la Virgen en el centro están sentadas bajo una parra que casi toca la casa. Myriam, la hija de jairo y las dos hijas de Felipe están sentadas a los pies de María.
Por las palabras que oigo, colijo que hubo ya un choque entre los acostumbrados fariseos y Jesús, pues el pueblo está inquieto por ello. Pero Jesús exhorta a la paz, al perdón, diciendo que en corazones turbados no puede penetrar con fruto la palabra de Dios.
"No podemos tolerar que te insulten" grita alguien de entre la gente.
"Dejádselo a mi Padre y vuestro. Imitadme a Mí. Tolerad.
Perdonad. Respondiendo insulto con insulto
no se persuade a los contrarios."
"Dejádselo a mi Padre y vuestro. Imitadme a Mí. Tolerad. Perdonad. Respondiendo insulto con insulto no se persuade a los contrarios."
"Pero tampoco con una mansedumbre perpetua. Te dejas pisotear" grita Iscariote.
"Tú, apóstol mío, no des escándalo con tu ira y con tu crítica."
"No. Tu apóstol tiene razón. Sus palabras son justas."
"No es justo un corazón que las medita, ni el del que las escucha. Quien quiera ser mi discípulo debe imitarme. Yo tolero y perdono. Soy bondadoso, humilde, pacífico. Los iracundos no pueden estar conmigo porque son hijos del siglo y de sus pasiones.
¿No recordáis el libro cuarto de los Reyes?
En cierto lugar de él se dice que Isaías habló contra
Sennaquerib que creía poder todo, y le profetizó
que ninguna cosa lo salvaría del castigo de Dios.
¿No recordáis el libro cuarto de los Reyes? En cierto lugar de él se dice que Isaías habló contra Sennaquerib que creía poder todo, y le profetizó que ninguna cosa lo salvaría del castigo de Dios. Lo parangona con un animal al que se pone una argolla en las narices y un freno en el hocico para domar su furor. Sabéis cómo Sennaquerib pereció a manos de sus mismos hijos, porque, en verdad, el cruel perece por su misma crueldad; perece no sólo en su cuerpo, sino también su espíritu.
A mí no me gustan los hombres crueles. No amo a los soberbios. No amo a los iracundos, avaros, lujuriosos. No os he dado ejemplo de estas cosas, sino siempre os he enseñado las virtudes que se oponen a estas malas pasiones.
Qué hermosa es la oración de David, nuestro rey, cuando, llegada a una perfección de su sincero arrepentimiento de culpas anteriores, y de años de una conducta prudente, alabó al Señor, y se resignó al decreto de no poder ser él el que construyese el nuevo Templo. Repitámosla con él, y demos alabanza al Señor Altísimo..."
Jesús entona -los que estaban sentados se ponen de pie, los que apoyados a la pared se yerguen por respeto- la plegaria de David (1 Par.29, 10-19).
Siempre hay que recordar que todas las cosas están en las
manos de Dios; cualquier empresa, cualquier victoria.
La magnificencia, la potencia, la gloria y la victoria
pertenecen al Señor.
Luego Jesús toma su tono habitual: "Siempre hay que recordar que todas las cosas están en las manos de Dios; cualquier empresa, cualquier victoria. La magnificencia, la potencia, la gloria y la victoria pertenecen al Señor. El concede al hombre esto o aquello, si cree que es la hora de concedérselo por un bien seguro; pero el hombre no puede exigirlo. Dios no concede a David, al que había perdonado, pero que tenía necesidad de vencerse a sí mismo después de sus pasados errores, la hora de erigirle un templo: "Derramaste mucha sangre y emprendiste muchas guerras. No podrás erigir una casa a mi Nombre, después de que derramaste mucha sangre delante de Mí. Tendrás un hijo que será un hombre pacífico... y tendrá tal nombre... él edificará mi casa". Así dijo el Altísimo a su siervo David.
Lo mismo os digo Yo. ¿Queréis vosotros, por ser iracundos, no poder erigir en vuestros corazones un templo al Señor Dios vuestro? Así pues, lejos de vosotros cualquier otro sentimiento que no sea el del amor. Tened un corazón perfecto, cual David lo pedía para su hijo, que construiría el templo, para que, al observar mis mandamientos, y cumplir todo lo que os he enseñado, logréis edificar en vosotros la casa de vuestro Dios en la espera de que iréis vosotros a la suya, eterna y llena de júbilo.
Jairo, dame un rótulo. Explicaré lo que Dios quiere."
" 'Jeremías, capítulo 5. Recorred las calles de Jerusalén,
mirad, observad, buscad en sus plazas si encontráis un
hombre que practique la justicia y que trate de ser fiel,
y tendré misericordia para con él'."
Jairo va a donde están amontonados los rollos, toma el que le viene a la mano, que está en el centro, y después de quitarle el polvo, lo da a Jesús. El lo desenrolla y lee: " 'Jeremías, capítulo 5. Recorred las calles de Jerusalén, mirad, observad, buscad en sus plazas si encontráis un hombre que practique la justicia y que trate de ser fiel, y tendré misericordia para con él'." (Me dice el Señor: "No continúes. Digo todo el capítulo.")
Después de haber leído todo el trozo, Jesús devuelve el rollo a Jairo y dice: "Hijos míos, oísteis qué castigos tremendos están reservados a Jerusalén, a Israel que no es justo. No os pongáis alegres de ello. Es nuestra Patria. No os alegréis de ello al pensar: "Nosotros no viviremos para ese entonces con toda seguridad". Ella, la ciudad, está siempre llena de hermanos vuestros. No digáis: "Se lo merece porque es cruel para con el Señor". Las desventuras de la Patria, los dolores de los conciudadanos, deben siempre afligir a los que son justos. No midáis como los otros lo hacen, sino como Dios mide, esto es, con misericordia.
¿Qué cosa debéis hacer entonces por esta Patria, por estos compatriotas, sea que por Patria y patriotas se entiendan la Patria grande y sus habitantes, toda la Palestina, o esta pequeña que es Cafarnaum, vuestra ciudad; sea que se comprendan todos los hebreos, o estos pocos que me odian, en este pequeña ciudad de Galilea? Debéis hacer obras de amor. Tratar de salvar a la Patria y a vuestros compatriotas. ¿De qué modo? ¿Con la violencia? ¿Con el desprecio? No. Con el amor , con el paciente amor para convertirlos a Dios.
Oísteis hace un momento: "Si encontrare un hombre que practica la justicia, tendré misericordia". Trabajad, pues, para que los corazones lleguen a la justicia y sean justos. Ciertamente que en medio de su modo injusto de pensar, dicen de Mí: "No es El", y por esto creen que, persiguiéndome, no les acaecerá ningún mal. Ciertamente ellos dicen: "Estas cosas no nos sucederán jamás. Los profetas hablaron porque sí".
Tratarán de llevaros a que digáis lo mismo. Vosotros que estáis aquí presentes, sois fieles, pero ¿dónde está Cafarnaum? ¿Está toda aquí? ¿Dónde están aquellos que otras veces vi que se arremolinaban junto a Mí? ¿Acaso la levadura, que fermentó desde la última vez que estuve aquí, ha hecho estragos en muchos corazones? ¿Dónde está Alfeo? ¿Dónde Josué con sus tres hijos? ¿Dónde Ageo de Malaquías? ¿Dónde José y Noemí? ¿Dónde Leví, Abel, Saúl y Zacarías? Olvidados del beneficio recibido, ¿posible que palabras mentirosas los hayan empolvado?
Cuanto más alta es la ciencia, tanto más baja es la fe,
porque los doctos creen que están exentos
de una fe sencilla y franca, que cree por fuerza de amor
y no por auxilio de ciencia.
Lo estáis viendo. No es más que un lugar pequeño. En este lugar, donde los que han recibido favores son muchos, la envidia ha logrado destruir la fe que tenían en Mí. Sólo veo reunidos en torno a Mí a los perfectos en ella. ¿Y podríais pretender que hechos lejanos, palabras dichas allá muy lejos, puedan hacer que todo Israel sea fiel a Dios? Esto sería el ideal porque la fe debería ser tal que no tuviese necesidad de los hechos. Pero no es así. Cuanto más alta es la ciencia, tanto más baja es la fe, porque los doctos creen que están exentos de una fe sencilla y franca, que cree por fuerza de amor y no por auxilio de ciencia.
Es amor lo que se debe respirar y encender, y para hacerlo hay que arder. Hay que estar convencidos, heroicamente convencidos, para convencer. En lugar de los desprecios, en lugar de responder a los insultos, hay que tener humildad y amor. Hay que recordar esto a quien no se acuerda más de las palabras del Señor: "Temamos al Señor que nos da la lluvia en la primera como en la última estación.'."
"No nos entenderían. Antes bien nos tacharían de sacrílegos porque enseñamos estas cosas sin tener derecho. Tú sabes quiénes son los escribas, quiénes los fariseos..."
"Lo sé. Aunque lo hubiese ignorado, ahora lo sabría. Pero no importa lo que ellos sean. Importa lo que nosotros somos. Si ellos y los sacerdotes aplauden a los falsos profetas que profetizan lo que les conviene, olvidando que sólo debe aplaudirse a las obras que ordena hacer el Decálogo, no por esta razón mis fieles deben imitarlos, ni siquiera perder valor, y considerarse como unos derrotados. Debéis trabajar cuanto más el Mal trabaja..."
"Nosotros no somos el Mal" grita desde la calle Elí el fariseo, con su voz cascada de viejo, que quiere entrar, no sin dejar de gritar: "No somos el Mal, Tú, alborotador de gente."
"Oye, tú no estás bien del seso. ¡Salte!" le dice al punto el centurión que probablemente estaba allí atento, junto a la sinagoga, pues su intervención es momentánea.
"¿Tú, tú, pagano, te atreves a imponerte a mí?..."
"Yo, romano, sí. ¡Salte! El Rabbí no te perturba a ti, mas tú, sí a El. No puedes."
"Somos nosotros los Rabbíes, no el carpintero galileo" grita el viejo, con voz más parecida a la de una campesina que a la de un maestro.
"Quien dice uno, dice otro... Tenéis centenares, y todos de mala calaña. He ahí al único virtuoso. Te ordeno que salgas."
"Virtuoso, ¿eh? ¡Virtuoso el que comercia con Roma su libertad! ¡Sacrílego! ¡Inmundo!"
El centurión da un grito, y el paso sonoro de algunos soldados se mezcla con el insulto chillón de Elí.
El centurión manda prender a Elí
"Aprehended a ese hombre y echadlo afuera" ordena el centurión.
"¿A mí? ¿Las manos de los paganos sobre de mí? ¡Los pies de los paganos en una sinagoga! ¡Anatema! ¡Ayuda! ¡Me profanan! Me..."
"Soldados, por favor. Os lo ruego. ¡Dejad que se vaya! No entréis. Respetad este lugar y sus canas" dice Jesús desde su lugar.
"Cómo tú ordenes, Rabbí."
"¡Ah, ah, alborotador! Pero lo sabrá el Sanedrín. ¡Tengo las pruebas! ¡Tengo las pruebas! Ahora creo en las palabras que me dijeron de ti. Tengo las pruebas. Que caiga sobre ti el anatema."
"Y la espada sobre ti, si dices una palabra más. Roma defiende el derecho. No hace compadrazgo con ninguno, apestosa hiena. El Sanedrín sabrá que eres un mentiroso. El procónsul tendrá mis informes. Voy a escribirlos ahora mismo. Vete a tu casa y quédate a disposición de Roma." El centurión, da la vuelta militarmente y se va. Cuatro soldados lo siguen, dejando plantado, pálido y tembloroso, cobardemente tembloroso a Elí...
Vosotros debéis trabajar, cuanto más trabaja el Mal,
para edificar en vosotros y a vuestro alrededor
la casa del Señor como os lo dije al principio.
Jesús continúa hablando como si nada lo hubiese interrumpido: "Vosotros debéis trabajar, cuanto más trabaja el Mal, para edificar en vosotros y a vuestro alrededor la casa del Señor como os lo dije al principio. Construirla con tal santidad que Dios una vez más se digne descender a vuestros corazones, a nuestra querida Patria nativa, que está muy castigada, que ignora qué desgracia se trame en el norte, en la nación fuerte que nos domina y que nos dominará cada vez más, porque las acciones de sus ciudadanos son tales que disgustan al Señor, y provocan al romano. ¿Queréis acaso tener paz, tener prosperidad bajo la ira de Dios y de la del dominador? Sed buenos, sed buenos, vosotros, hijos de Dios. Procurad que no uno, sino cientos y cientos lo sean en Israel para alejar los castigos del cielo. Os dije al principio que donde no hay paz, no puede haber palabra de Dios que pacíficamente se oiga y produzca sus frutos. Ved que esta reunión nuestra no fue tranquila, ni será fructuosa. Hay mucha agitación en los corazones... Idos. Todavía tendremos tiempo para volvernos a ver. Orad, como Yo también lo hago, para que el que nos mete la turbación se convierta... Vámonos, Mamá" y abriéndose paso entre la gente, sale a la calle.
Elí Se echa a los pies de Jesús. "¡Ten compasión!
Una vez salvaste a mi nieto. Sálvame, para que tenga tiempo
de que me arrepienta. Pequé, lo confieso. Pero Tú eres bueno.
Roma...
Allí está Elí todavía, pálido como un muerto. Se echa a los pies de Jesús. "¡Ten compasión! Una vez salvaste a mi nieto. Sálvame, para que tenga tiempo de que me arrepienta. Pequé, lo confieso. Pero Tú eres bueno. Roma... ¡Oh! ¿Qué me irá a hacer Roma?"
"¡Te sacudirá el polvo del verano con unos buenos varazos!" grita uno, y mientras la gente se echa a carcajear, Elí lanza un grito de dolor como si ya estuviese sintiendo los golpes, y entre lágrimas: "Estoy viejo... Enfermo de dolores... ¡Ay de mí!"
"Las caricias te los curarán, viejo chacal."
"Volverás a rejuvenecer y bailarás..."
"¡Silencio!" dice Jesús a los que se están burlando. Al fariseo: "Levántate. Ten dignidad de tu persona. Tú sabes muy bien que no tramo ningún complot con Roma. ¿Qué quieres, pues, que haga por ti?"
"Tienes razón, sí, tienes razón. No tramas ningún complot. Antes bien desprecias a los romanos, los odias, los mal..."
"Nada de eso. No mientas con alabarme, como antes lo hiciste al acusarme. Y ten en cuenta que ninguna alabanza sería para Mí el que se dijese que odio a este o a aquel, que maldigo a esto o a aquel. Soy el Salvador de todos los espíritus y no existen razas ante mis ojos, ni caras, ni corazones."
"¡Es verdad! Lo es. Tú eres justo y Roma sabe y te defiende por ello. Haces que las multitudes estén calmadas, enseñas el respeto a las leyes y..."
"¿Es acaso algo malo a tus ojos?"
"¡Oh, no, no! Es una cosa bien hecha. Sabes hacer lo que deberíamos hacer todos, porque es algo puesto en razón, porque..."
La gente ríe maliciosamente y comenta entre sí. No pocos epítetos como "¡Mentiroso!" "¡Bellaco!" "¡Hoy apenas en la mañana decías al revés!" etc., se oyen, aunque en voz baja.
"Bueno. ¿Y qué quieres que haga?"
"Que vayas a la casa del centurión. Pero pronto, antes de que parta la estafeta. ¿Ves? Está ya preparando los caballos. ¡Oh, ten piedad!"
Jesús lo mira: mira a ese pedazo de hombre, pequeño, tembloroso, pálido de miedo, una piltrafa... lo piensa, lo mira con compasión. No hay más que cuatro pupilas que lo miran con piedad: las del Hijo y las de la Madre. Todas las demás reflejan ironía, dureza, intranquilidad... También las pupilas de Juan, las de Andrés, le escupen desdeño.
"La tengo. Pero Yo no voy a la casa del centurión..."
"Es tu amigo..."
"No."
"Te quiere. Quiero decir por... causa del siervo que le curaste."
"También a ti te curé tu nieto, y no me lo agradeces, pese a que eres israelita como Yo. El favor no crea obligaciones."
"Sí que la crea. ¡Ay de aquel que no es agradecido a...!" Elí comprende que se condena a sí mismo, se embrolla en lo que quiere decir. La gente se burla de él.
"Pronto, Rabbí. ¡Gran Rabbí, santo Rabbí, mira que está dando ya órdenes! ¡Están ya para partir! ¿Quieres que me escarnezca? ¿Quieres verme muerto?"
Ve y dile: "El Maestro te dice que tengas compasión". ¡Ve!"
"No. Yo no voy a recordar un favor que hice. Ve y dile: "El Maestro te dice que tengas compasión". ¡Ve!"
Elí trota por la calle y Jesús se va, en dirección opuesta, a su casa.
El centurión debe haber aceptado, porque se que los soldados que están montados, devuelven una tableta encerada al centurión y llevan a otra parte los caballos.
"¡Es una desgracia! ¡Se lo merecía!" exclama Pedro y Mateo le hace coro: "Sí. El Maestro debía haber dejado que lo castigasen. Tantos golpes, cuantos insultos nos echó. ¡Un vejo roñoso!"
"Y de este modo otra vez a empezar" exclama Tomás.
Jesús se vuelve severo: "¿Tengo discípulos o demonios? Largaos, vosotros que no tenéis en vuestro corazón misericordia. Me desagrada vuestra presencia."
Los tres se quedan donde están, como petrificados ante el regaño.
"¡Hijo mío, ya tienes muchos sufrimientos! ¡Y yo tantas aflicciones! No añadas otra más... Míralos..." implora María.
Jesús se vuelve a mirar a los tres... tres caras desoladas, con toda la esperanza y el dolor en sus ojos.
"¡Venid!" ordena Jesús.
Sí. Las golondrinas son menos veloces que los tres.
Que sea la última vez que os digo decir semejantes palabras
Desde ahora hablaré desde las barcas, en el lago.
"Que sea la última vez que os digo decir semejantes palabras. Tú, Mateo, no tienes ningún derecho. Tú, Tomás, no estás muerto todavía para juzgar quién es imperfecto, creyéndote salvado. Y luego, tú, Simón de Jonás, has hecho como un peñasco que se lleva fatigosamente hasta la cumbre, y se le deja rodar hacia abajo. Comprende lo que quiero decirte... Y ahora escuchad. Es inútil hablar aquí en la sinagoga y en la ciudad... Desde ahora hablaré desde las barcas, en el lago. Acá y allá. Preparad las barcas, cuantas sean necesarias, y partiremos a la vista de bellos atardeceres o de frescos amaneceres..."
VIII. 83-89
A. M. D. G.