EN MÁGDALA
#Pedro navega con dirección a Magdala
#La barca de Jesús queda rodeada de barcarolas para escucharle sus enseñanzas.
#Oíd este otro ejemplo: el soldado que en guerra mata ¿es homicida?
Pedro navega con dirección a Magdala
"¿A dónde, Maestro?" pregunta Pedro que ha preparado todo lo necesario para el viaje sobre el lago, y con su barca está al frente de una pequeña flota de barcas que, llenas de gente, vienen con el Maestro.
"A Mágdala. Se lo prometí a María de Lázaro."
"Está bien" responde Pedro y gira el timón para tomar la dirección precisa.
Juana que viene en la misma barca con Jesús, la Virgen, María Cleofás, Marziam, Mateo, Santiago de Alfeo y uno que no conozco, dice, señalando a la multitud de barcas que hay en el lago en este atardecer de estío que apaga el fuego crepuscular con cascadas de velos de color violeta, como si del firmamento lloviesen cascadas de amatistas o manojos de glicina en flor: "Tal vez entre ellas están también las barcas de las romanas. Uno de sus devaneos favoritos es fingir una pesca en estos plácidos atardeceres."
"Con todo, habrá más al mediodía" dice el hombre que no conozco.
"No te lo creas, Benjamín. Tienen barcas veloces y expertos barqueros. Vienen hasta acá."
"Por lo que vienen a hacer..." refunfuñan Pedro, y gruñe entre su barba, arrastrado de su intransigencia como pescador que ve que considera el navegar y la pesca como una profesión, no como un pasatiempo, como una religión que se apoya en leyes estrictas y útiles, y que le parece una profanación todo esto sin motivo alguno: "Con sus inciensos, flores, perfumes y otros mejunjes demoníacos, con lo que corrompen las aguas; con sus gritos, chillidos y palabrejas ahuyentan los peces; con sus teas llenas de humo los espantan; con sus redes malditas, echadas sin saber a dónde, acaban con los cardúmenes... Se les debería prohibir. El mar de Galilea es de los galileos y por añadidura pescadores, no de las prostitutas y de sus compinches... ¡Si fuese yo el dueño! La pagaríais, apestosas barcas paganas, sentinas de vicio que lleváis el aire en popa, alcobas navegantes para traer aun acá, a estas aguas de Dios, de nuestro Dios a sus hijos, los vuestros... ¡Oh, pero ved, se dirigen a nosotros! Se puede pensar en cosa más... se puede permitir... pero..."
Jesús interrumpe esta perorata en que Pedro ha desfogado todo su corazón de israelita y de pescador, poniéndose colorado, casi ahogándose del desprecio, como si luchase contra fuerzas infernales, y con una sonrisa apacible dice: "Está muy bien que no seas el dueño. Afortunadamente no lo eres, por bien tuyo y por el de ellos. Porque les impedirías seguir un buen impulso, y por lo tanto un impulso grabado en sus corazones -paganos, lo sé, pero naturalmente buenos- impreso en su alma por la Misericordia eterna que guía estas criaturas, que no tienen culpa de haber nacido en el País romano más bien que en el hebreo, con ojos de piedad porque ve que tienden hacia lo que es bueno. Te harías mal a ti porque cometerías un acto contra la caridad y otro contra la humildad..."
"¿Contra la humildad? No lo veo por qué. Si yo fuese el dueño del lago me sería lícito disponer de él conforme yo quisiese."
Las cosas que tenemos, nos pertenecen porque Dios nos las
concede. Así pues, aunque sea uno dueño de ellas por un poco
espacio de tiempo, es menester pensar siempre que Uno
solo es el que posee todo y sin límites...
"No, Simón de Jonás, no. Te equivocas. Las cosas que tenemos, nos pertenecen porque Dios nos las concede. Así pues, aunque sea uno dueño de ellas por un poco espacio de tiempo, es menester pensar siempre que Uno solo es el que posee todo y sin límites, sin medida de tiempo, ni de espacio. Uno solo es el Dueño. Los hombres... ¡Oh, ellos no son más que administradores de migajas de la gran Creación! Pero el Dueño es El, mi Padre y tuyo y de todos los seres vivientes. Además El es Dios, y por lo tanto perfectísimo en su pensamiento y en su acción. Ahora: si Dios mira con ojos benignos el movimiento de estos corazones paganos hacia la Verdad, y no sólo los mira, sino que hasta favorece este movimiento imprimiéndole cada vez mayor fuerza hacia el Bien, ¿no te parece que tú, hombre, al tratar de impedirlo, en el fondo quieres impedir a Dios que obre a su modo? ¿Y cuándo se impide algo? Cuando se le tiene por no bueno. Por lo tanto, ¿pensarías que tu Dios fuese capaz de una acción no buena? Ahora bien, si juzgar a los demás no es cosa buena, porque cada uno tiene sus defectos y tiene una facultad de conocer y juzgar tan limitada que de diez veces yerra siete, sería una cosa perversa juzgar a Dios en sus acciones. Simón, Simón, Lucifer quiso juzgar a Dios en su pensamiento y creyó que estaba equivocado y quiso ponerse en lugar de Dios creyéndose más justo que El. Tú sabes, Simón, en lo que paró Lucifer. Tú sabes que todo el dolor que padecemos mana de esa soberbia..."
"Tienes razón, Maestro. Soy un gran cabeza de tonto. ¡Perdóname, Maestro!"
Simón abandona el timón y la barca se desvía, se inclina
horriblemente en medio de los gritos pavorosos
de María de Cleofás, de Juana y de los gritos
de los de la otra barca gemela...
Y, siempre impulsivo, deja el timón para echarse a los pies de Jesús, mientras la barca, abandonada a sí misma, y que se encuentra en medio de una corriente, se desvía, se inclina horriblemente en medio de los gritos pavorosos de María de Cleofás, de Juana y de los gritos de los de la otra barca gemela, que ven que se le viene encima la barca pesada de Pedro. Por fortuna Mateo toma rápidamente el timón, y la barca vuelve a su nivel después de miedosos cabeceos, y se separa también porque los otros con sus propios remos la rechazan con todas sus fuerzas.
"Oye Simón. Una vez dijiste que los romanos como navegantes eran unos tontos porque se nos echaban encima. Eres tú ahora el que demuestras también serlo... exactamente ante sus ojos. Mira cómo todos se han puesto de pie en sus barcas, para ver..." dice Iscariote con sorna señalando las barcas romanas, que están ya tan cerca que se las puede ver, en el espejo de agua frente a Mágdala, no obstante la niebla esté apagando las luces.
"Perdiste ya una cesta y una bolsa, Simón. ¿Quieres que las busquemos con garfios?" pregunta Santiago Zebedeo desde una barca cercana, porque, después del incidente, todos se han reunido cerca de la barca de Pedro.
"Pero ¿qué te pasó? ¡Nunca lo haces!" dice en voz alta Andrés que viene en otra barca.
Pedro responde a todos por turno, mientras los demás hablan entre sí. "¿Me vieron? ¡Qué importa! Aunque hubiesen visto mi corazón y... Bueno, esto no decirlo, Pedro... Pero tú, ten en cuenta que no me causas ningún daño. No fue maniobra tonta, vino por las buenas, de otro modo me sentiría mortificado... No te preocupes, Santiago. Cosas viejas que se fueron al fondo... Ojalá pudiese también arrojar lejos de mí al viejo hombre que resiste dentro de mí. Quisiera perder todo, aun la barca, para ser como el Maestro quiere... ¿Cómo hice? Me he mostrado a mí mismo, a mi soberbia, que quiere enseñar aun a Dios en cosas del espíritu, que soy un animal en cuatro, aun en cosas de barca... Lo tengo bien merecido... Me he puesto así para que todos me vean. Cual una parábola... ¿No es verdad, Maestro?"
Jesús sonríe asintiendo... Sentado en la popa, en su lugar habitual, con su vestido blanco que resalta en el aire, tranquilo; sus cabellos levemente flotan a la brisa de la tarde; parece ser en el crepúsculo un ángel de paz luminosa.
Las barcas romanas los han alcanzado.
"Tienen muy buenas barquillas y velas perfectas... y marineros también. Reman veloces como halcones. Se aprovechan de la menor corriente de viento, de cada movimiento del agua..."
"Casi todos los remeros son esclavos cretenses o del Nilo" explica Juana.
"Los marineros del delta son muy expertos, como también los de Creta. También lo son los de Italia... Ganan los de Escila y Caribdis... y con esto es suficiente para llamarlos óptimos" reconoce eso el desconocido llamado Benjamín.
"¿A dónde vamos, Señor? A Mágdala, o bien... ¡Mira! Los de allá vienen a nuestro encuentro..."
Así es. Las barquillas de este lugar se apresuran a dejar la playa y el pequeño puerto, cargadas, sobrecargadas de gente, tanta que el agua llega a su borde, y trabajosamente salen al encuentro de las que vienen de Cafarnaum.
"No. Nos detenemos frente a la ciudad. Hablaré desde la barca..."
"Es que... esos imprudentes quieren ahogarse. ¡Mira, Maestro! Es verdad que el lago está tranquilo como un espejo... pero el agua siempre es agua... y el peso es peso... y aquellos parece que piensen estar en tierra y no en el lago... Diles que regresen, para que no se ahoguen..."
"¡Hombre de poca fe! ¿No te acuerdas que mientras creíste en mi palabra cuando te llamé a que fueses a Mí, caminaste en el agua como en tierra firme? Ellos tienen fe, y por esto, contra todas las leyes de equilibrio entre peso y densidad, las aguas sostendrán las barcas repletas de gente."
"Si esto sucede... es hoy una tarde en que se efectúa un milagro..." dice Pedro encogiéndose de hombros, mientras baja la pequeña ancla para fondear. La barca queda en el centro de una fila de barcas, que vinieron ya de Cafarnaum, ya de Mágdala, ya de Tiberíades, y estas son las de las romanas que prudentemente se ponen detrás de las de Cafarnaum, hacia el centro del lago. Quedan a la espalda de Jesús, que tiene enfrente a los de Mágdala, el vasto y sombrío jardín de María, hermana de Lázaro, las casas que en la noche y en la ribera se ven blanquear.
El lago toma una tranquilidad absoluta, al no moverse ni proas, ni remos. Es una extensa capa de cristal jaspeada con los primeros rayos plateados de la luna, y sembrada con brillos de topacios, o rubíes donde resplandecen las luces de los faros o de las teas, que hay en cada proa.
Las caras parecen raras en el contraste de la luz rojo-amarillenta o de la luna. Algunas veces parecen clarísimas, perfectas; otras parece como si estuviesen partidas en dos, de largo o de ancho, con sola la frente o solo el mentón; o bien con un sola mejilla; un semblante tajado a la mitad, como si la otra parte no existiese. Los ojos de algunos brillan, otros parecen oquedades, y también de las bocas de algunos se ve que sale una sonrisa franca en medio de blanquecinos dientes, o bien parecen desaparecer en la sombra.
La barca de Jesús queda rodeada de barcarolas
para escucharle sus enseñanzas.
Pero para que todos vean a Jesús, las barcas de Cafarnaum y Mágdala pasan faroles y más faroles que ponen a los pies de Jesús; y las colocan también sobre los remos que no se mueven, sobre los bordes de la popa, de la proa y hasta parecen racimos al ser colocados en el árbol de la vela. De este modo la barca donde está Jesús brilla en medio de un círculo de barcarolas que se han quedado sin luz, y Jesús se distingue ahora perfectamente bien, al recibir luz por todas partes. Tan sólo las barcas romanas conservan sus faros, cuyas luces apenas si se mueven al contacto de la ligerísima brisa.
"¡La paz sea con vosotros!" dice Jesús poniéndose de pie, sin temor alguno al ligero balanceo de la barca y abriendo sus brazos para bendecir. Luego habla lentamente, para que todos lo oigan, y su voz fuerte, armoniosa se extiende por todo el silencioso lago.
Parábola Un hombre que navegaba en el lago en una noche
plácida como esta, sintiéndose seguro de sí mismo,
resumía de no cometer errores.
"Hace poco uno de mis apóstoles me propuso el tema de una parábola y ahora os la diré porque puede ser útil para todos, pues que todos la podéis entender. Oídla.
Un hombre que navegaba en el lago en una noche plácida como esta, sintiéndose seguro de sí mismo, presumía de no cometer errores. Era un hombre expertísimo en navegar y por esto se creía superior a los demás que encontraba en el lago, los cuales, muchos de ellos, por diversión y por tanto sin esa experiencia que proporciona el trabajo cotidiano con el que se gana la vida. Por otra parte era un buen israelita y por esto creía que era poseedor de todas las virtudes. Era, para decirlo en una palabra, un buen hombre.
Así pues, una tarde en que navegaba sin ningún peligro, tuvo el atrevimiento de expresar su opinión acerca de su prójimo, de un prójimo -según él- muy lejano para ser considerado prójimo. Ningún lazo de nacionalidad, trabajo o fe lo unía con ese prójimo y por esto él, sin freno alguno de solidaridad nacional, religiosa o de trabajo, se burlaba de él frescamente, mejor dicho, hasta con dureza, y se quejaba de no ser el dueño del lago, porque de serlo habría arrojado a aquel prójimo del lugar; y llevado de su fe intransigente, como que reprochaba al Altísimo de permitir a estos prójimos, que no eran de su grupo, que llevasen igual vida e hiciesen lo mismo que él hacía.
En la barca venía un amigo suyo, que lo amaba con toda rectitud, y por esto trataba de hacerlo prudente, y cuando era necesario decirle algo, le corregía ideas equivocadas: "¿Por qué estos pensamientos? ¿No es acaso Uno el Padre de los hombres? ¿No es El acaso el Señor del Universo? ¿No baja acaso su sol sobre todos los hombres para darles calor, y sus nubes acaso no descienden para los campos tanto de los gentiles como de los hebreos? Y si esto hace tratándose de las necesidades materiales del hombre, ¿no tendrá las mismas providencias por sus necesidades espirituales? ¿Querrías tú sugerir a Dios lo que debe hacer? ¿Quién como Dios?"
El hombre era bueno. En su intransigencia existía mucha ignorancia, existían muchas ideas equivocadas, pero su voluntad no era mala, no tenía intención de ofender a Dios, antes bien tenía intenciones de defender sus intereses. Al oír estas palabras se arrojó a los pies de quien le reprehendía y le pidió perdón de haber hablado como un necio. Se lo pidió tan impetuosamente que por poco nos sucede una desgracia haciendo que la barca se hundiese con los que iban en ella, porque en la premura de querer pedir el perdón se olvidó del timón, de la vela, de las corrientes. Así pues, después del primer error, cometió otro que fue el de mal navegante, y con ello demostró que no sólo era un juez inexperto, sino también un mal marinero.
Esta es la parábola.
Ahora escuchad. Según vosotros ¿perdonará Dios a ese
hombre o no? Recordad:
pecó contra Dios y contra el prójimo al juzgar las acciones
de entrambos, y faltó muy poco para que no se hubiera
convertido en homicida
Ahora escuchad. Según vosotros ¿perdonará Dios a ese hombre o no? Recordad: pecó contra Dios y contra el prójimo al juzgar las acciones de entrambos, y faltó muy poco para que no se hubiera convertido en homicida, al hundirse la barca en que iban sus compañeros. Meditad y responded..." Jesús cruza sus brazos, pasea su mirada por las barcas, hasta las más lejana, por las romanas, en las que están las patricias y los remadores muy atentos...
La gente habla entre sí, se cruzan los pareceres... Es un murmullo de voces que se confunde con el chapoteo apenas nítido del agua contra el casco de la barca. Es difícil la decisión. La mayoría opina que el hombre no será perdonado porque pecó. Por lo menos no se le perdonará el primer pecado...
Jesús ve que el rumor crece en este sentido y sonríe con esa mirada de sus hermosísimos ojos, cual dos zafiros, bajo el rayo de la luna que cada vez es más bella y brillante, de modo que muchos creen que s mejor apagar las teas y las antorchas, quedándose solo con la luz de la luna.
"Apaga también éstas, Simón. Son unas chispas en comparación a la luz de las estrellas, bajo un cielo tapizado de astros y planetas" dice Jesús a Pedro que está atentísimo en oír la sentencia de la multitud. Jesús lo acaricia. Acaricia a su apóstol, mientras éste se esfuerza en quitar las antorchas, y le pregunta en voz baja: "¿Por qué esos ojos turbados?"
"Porque esta vez haces que me juzgue el pueblo..."
"¿Y que miedo tienes?"
"Porque... como yo... es injusto..."
"Dios es quien juzga, Simón."
"Cierto, pero todavía Tú no me has perdonado y esperas su sentencia... Tienes razón, Maestro... Soy un incorregible... Pero ¿por qué... a tu pobre Simón este juicio de Dios?..."
Jesús le pone la mano sobre la espalda, y lo hace con facilidad porque Pedro está en la parte inferior, y Jesús de pie sobre la popa, por lo tanto más alto que Pedro. Sonríe... pero no le responde. Más bien pregunta a la gente. "¿Y bien? Decid vuestro parecer en voz alta. Barca por barca."
¡Ay de mí, pobre Pedro! Si Dios lo hubiese juzgado según el parecer de los presentes, lo hubiera condenado. Fuera de tres barcas, todas las demás y también la barca donde están los apóstoles, lo condenan. Las romanas no dicen nada, ni tampoco se les pregunta algo, pero es claro que también juzgan que debe condenarse a ese tal, porque de una a otra barca -fuera de las tres- vuelven el pulgar hacia abajo.
Pedro levanta sus ojos de toro espantados al rostro de Jesús y se encuentra con una tiernísima mirada que brota de los ojos de zafiro como una señal de paz, y ve que se inclina un rostro que resplandece amor y siente que se le empuja hacia allá, de modo que su cabeza enmarañada da al pecho de Jesús, entre tanto que el brazo del Maestro lo estrecha.
"Así juzga el hombre, pero Dios no, hijos míos.
Vosotros decís: "¡No será perdonado!"
Yo os digo: "El Señor ni siquiera ve en él razón de perdón".
Repito: aquí no hay culpa alguna.
"Así juzga el hombre, pero Dios no, hijos míos. Vosotros decís: "¡No será perdonado!" Yo os digo: "El Señor ni siquiera ve en él razón de perdón", porque el perdón presupone una culpa, pero aquí no la hay. No mováis la cabeza. Repito: aquí no hay culpa alguna.
¿Cuando se comete una culpa? Cuando existe la voluntad de pecar, el conocimiento del pecar y la persistencia en querer pecar, aun después de que se sabe que tal acción es pecado. Todo consiste en la voluntad de quien quiere pecar, aun después de haber conocido que tal acción es pecado. Todo está en la voluntad con la que uno realiza un acto, sea virtuoso o pecaminoso. Cuando uno hace una acción aparentemente buena, pero no sabe que lo sea, antes bien cree cometer una acción mala, comete un pecado como si hubiese cometido una acción mala, y al contrario.
Por ejemplo. Alguien tiene un enemigo y sabe que está enfermo. Sabe que por órdenes del médico no debe beber agua fría, y ningún líquido, y va a visitarlo fingiendo amor. Oye que se queja: "¡Tengo sed! ¡Tengo sed!" y fingiendo piedad se apresura a darle a beber agua fría del pozo, diciendo: "Bebe, amigo. Te amo y no puedo verte sufrir esta ansia. Mira: He sacado esta agua tan fresca. Bebe, bebe, que gran recompensa aguarda a quien asiste a los enfermos y da de beber al sediento" y dándole de beber, le causa la muerte. ¿Creéis que esta acción buena en sí porque se apoya en dos obras de misericordia, sea buena ahora pese a que se le hizo con fin perverso? No lo es.
Todavía más: un hijo cuyo padre sea un bebedor y que por salvarlo de la muerte con no beber, cierra la cantina, quita el dinero a su padre y le prohíbe rigurosamente que salga del poblado a beber y a ir perdiendo poco a poco la salud ¿os parece que falta solo al cuarto mandamiento porque echa en cara a su padre lo mal que hace, y se convierte en cabeza de la familia? Aparentemente hace sufrir a su padre y parece culpable. En realidad es un buen hijo porque no tiene otra voluntad más que rescatar dela muerte a su padre. Es siempre la voluntad la que da valor a la acción.
Oíd este otro ejemplo: el soldado que en guerra mata
¿es homicida?
Oíd este otro ejemplo: el soldado que en guerra mata ¿es homicida? No, si su corazón no acepta la matanza y combate porque está obligado, pero lo hace con una cierta humanidad, pese a la dura ley de la guerra y al de estar sujeto a otros.
Por esto el hombre de la barca que con su buena voluntad de creyente, de patriota, de pescador, no soportaba a los que, según él, eran profanadores, no cometía ningún pecado contra el prójimo. Tan sólo tenía un concepto equivocado del amor hacia el prójimo. No cometía ningún pecado contra el respeto de Dios porque su resentimiento contra Dios nacía de su espíritu, que no estaba equilibrado, ni era luminoso. No cometía ningún homicidio porque su buena voluntad de pedir perdón era la que causaba una inclinación peligrosa de la barca.
Sabed siempre distinguir. Dios es Misericordia más que intransigencia. Dios es bueno. Dios es Padre. Dios es Amor. El Dios verdadero es esto. El verdadero Dios abre el corazón a todos, diciendo a todos: "Venid", a todos señala su Reino. Es libre de hacerlo porque es el Único, el Universal, el Creador, el Eterno Señor.
Os ruego a vosotros de Israel que seáis justos, que recordéis estas cosas. No permitáis que las comprendan en vuestro lugar los que para vosotros son inmundicia, entre tanto que vosotros no las comprendéis. También el amor excesivo y desordenado de la religión de la patria es pecado, porque se convierte en egoísmo. El egoísmo siempre es motivo y causa de pecado.
El egoísmo es pecado porque siembra en el corazón
una mala voluntad que hace que se rebele el hombre
contra Dios y sus mandamientos.
El egoísmo es pecado porque siembra en el corazón una mala voluntad que hace que se rebele el hombre contra Dios y sus mandamientos. La inteligencia del egoísta no ve más claramente a Dios en sus verdades. La soberbia ensombrece con su humo al egoísta y ofusca la verdad. En la oscuridad la inteligencia, que no ve más la luz clara de la verdad como la veía antes de hacerse soberbia, comienza el proceso de los por qué, y de estos pasa a la duda, de la duda a la separación no sólo del amor y de la confianza en Dios y de su justicia, sino también del temor de Dios y de su castigo. De aquí proviene por qué tan fácilmente se peca, y de esta facilidad se llega a la soledad del alma que se aleja de Dios, y al no tener más la voluntad de Dios como guía suya, cae en la ley de su voluntad pecadora. ¡Oh!, que si es una cadena demasiado fea la voluntad del pecador, uno de cuyos extremos está en la mano de Satanás y el otro tiene asidos los pies del hombre a una bola tan pesada que lo enclava allí, esclavo en el fango, amante de las tinieblas.
¿Puede menos el hombre que se encuentra en tal estado dejar de cometer culpa mortal? ¿Puede menos de hacerla si su voluntad es mala? Entonces, sólo entonces Dios no perdona. Pero cuando el hombre tiene voluntad buena y realiza actos espontáneos de virtud, termina por poseer la Verdad, porque su buena voluntad lo conduce a Dios, y el Padre Santísimo se inclina amoroso, compasivo, indulgente a ayudar, a bendecir, a perdonar a sus hijos que tiene buena voluntad.
Por lo tanto el hombre de la barca era digno de mucho amor, porque no tenía voluntad de pecar.
Id en paz a vuestras casas. Las estrellas brillan en todo el firmamento, y la luna riela por el mundo con su belleza. Cual las estrellas obedeced. Sed puros como la luna, porque Dios ama a los obedientes y a los puros de espíritu y bendice a los que en cada acción suya ponen su buena voluntad de amar a Dios y a sus hermanos y en trabajar por su gloria y su bien.
¡La paz sea con vosotros!"
Jesús vuelve a abrir sus brazos bendiciendo mientras el círculo de las barcas se aleja, se disuelve, y cada uno toma la dirección propia.
Pedro está tan contento que ni piensa en moverse.
Mateo lo sacude: "¡Qué te pasa, Simón! Yo puedo hacerlo, aunque no tan bien..."
"Es verdad... ¡Oh, Maestro mío! Entonces es verdad que no me habías juzgado indigno de Ti. Eso era mi gran temor..."
No temas más, Simón de Jonás. Te escogí para salvarte,
no para perderte. Te escogí por tu buena voluntad... Ánimo.
"No temas más, Simón de Jonás. Te escogí para salvarte, no para perderte. Te escogí por tu buena voluntad... Ánimo. Toma el timón y mira la Estrella Polar y camina seguro, Simón de Jonás. Siempre seguro... en todas tus navegaciones... Dios, tu Jesús, estará siempre de pie a tu lado, en la proa de tu barca espiritual. Te comprenderá siempre, Simón de Jonás. ¿Comprendes? Siempre. No tendrá más que perdonarte, porque podrás también caer, cual débil niño, pero jamás tendrás la voluntad de caer... Alégrate, Simón de Jonás."
Pedro fuera de sí, demasiado conmovido para hablar, está ahogado del amor. La mano le tiembla un poco en el timón, pero su cara resplandece de paz, de seguridad, de amor, mientras mira a su Maestro que está de pie, allá, en el borde de su barca, cual un cándido arcángel.
VIII. 89-98
A. M. D. G.