EPISODIO EN CAFARNAUM. 

JESÚS PROTECTOR DE LOS NIÑOS

 


 

#"Quien no se sienta con ganas de venir, que se quede. No obligo a nadie. Pero tampoco quiero dejar esta región sin que le diga una palabra."   

#Desde que se volvió a casar... los hijos del primer marido... son como mendigos... como si no los hubiera parido ella... Los manda afuera cual pordioseros y... ni un pedazo de pan para ellos..." dice la mujer del dueño de casa   

#"Id adelante con las provisiones. Mi Madre y Yo vamos hasta la casa del niño" dice a Pedro   

#"Como hijos sin madre. Mujer, sabes muy bien que es una mala señal que los hijos no estén pegados a las faldas de sus madres."   

#¿Y cómo puedes dirigirte al Señor justo, si eres una injusta?   

#La mujer quiere dejar a Jesús, pero María pide que le deje su niño para tenerle unos días con ella   

#Jesús y María dicen: "Si no comprenden el amor natural, ¿cómo pueden comprender el amor que existe en la Buena Nueva?" y se miran. Se miran, Hijo y Madre,

 


 

"Tomad provisiones y vestidos para algunos días. Vamos a Ippo, después a Gamala y a Afeca. Luego bajaremos a Gerguesa para regresar acá antes del sábado" dice Jesús, que está de pie en el umbral de la casa, y que maquinalmente acaricia a los niños de Cafarnaum que vinieron a saludar a su gran Amigo, tan pronto como el sol, que va a ponerse en el horizonte, no es tan duro, y permite que se pueda salir de casa. Jesús es uno de los primeros en hacerlo de entre la gente que sale de su entorpecimiento asfixiante de las horas en que el sol abrazó todo.

Los apóstoles no parecen estar muy contentos con las palabras que oyeron. Se miran mutuamente y miran el sol que todavía calienta sin compasión, tocan las paredes que están calientes, tientan con el pie el suelo y dicen: "Está caliente como un ladrillo en el fuego..." dando a entender con ello que sería una cosa tonta irse...

 

"Quien no se sienta con ganas de venir, que se quede. 

No obligo a nadie. Pero tampoco quiero dejar esta región 

sin que le diga una palabra."

 

Jesús se quita del dintel en que estaba apoyado y dice: "Quien no se sienta con ganas de venir, que se quede. No obligo a nadie. Pero tampoco quiero dejar esta región sin que le diga una palabra."

"Maestro... ¿te parece? Todos vamos contigo... Sólo... que nos parecía que era muy pronta la salida..."

"Antes de los Tabernáculos quiero ir hacia el norte, más allá y por estos caminos, sin barca. Por esto ahora se debe ir por esta región, que no hemos visto porque el lago no nos lo deja."

"Tienes razón. Voy a preparar las barcas..." Simón de Jonás se va con su hermano y con los dos hijos del Zebedeo y con otro discípulo a hacer los preparativos para partir.

Jesús se queda con Zelote, con sus primos, con Mateo, Iscariote, Tomás y los inseparables Felipe y Bartolomé, que preparan sus alforjas, llenan sus cantimploras, meten vestidos, fruta, todo lo que pueda necesitarse.

Un picarillo lloriquea pegado a las rodillas de Jesús.

"¿Por qué estás llorando Alfeo?" pregunta Jesús inclinándose para besarlo.

Nada... Lloriqueos más fuertes.

"Vio la fruta y quiere" dice Iscariote con mal humor.

"Pobrecito, tiene razón. No conviene hacer que los niños pillen con ojos ciertas cosas de que no se les de un poco. Ten, hijo, y no llores" dice María de Alfeo, tomando unas uvas, que había en el cesto con las hojas todavía pegadas.

"No quiero uvas..." y llora más fuerte.

"Quiere agua con miel, sin duda alguna" dice Tomás y le ofrece su cuerno diciendo: "A los niños les gusta y les hace bien. A mis sobrinos también les gusta..."

"No quiero tu agua..." y el llanto aumenta en tono e intensidad.

"Entonces ¿qué quieres?" pregunta serio y secamente Judas de Alfeo.

"Lo que quiere son dos golpes en..." dice Iscariote.

"¿Por qué? ¡Pobre niño!" dice Mateo.

"Porque es un fastidioso."

"Bueno, si a todos los fastidiosos hubiese que tomar a bofetones... se debería pasar la vida en hacerlo" dice calmadamente Tomás.

"Tal vez no se siente bien. Fruta y agua, agua y fruta... hace mal al cuerpo" dice cual mujer entendida María Salomé que está entre las discípulas.

"Y ese apenas si comerá pan, beberá agua, o tomará frutas... son muy pobres" dice Mateo que conoce por experiencia de colector todas las finanzas de Cafarnaum.

"¿Qué te pasa, pequeñín? ¿Te duele aquí?... Pero no..." dice María Cleofás que está arrodillada cerca del pequeñín.

"¡Oh, mamá, si es un capricho!... ¿No lo estás viendo? Echarías a perder a todos."

"No te he echado a perder, Judas mío, ante mucho te he querido. Y no te parecía, hijo, que te amase hasta defenderte de la severidad de Alfeo..."

"Es verdad, mamá... Dije algo sin razón alguna."

"No te preocupes, hijo, pero si quieres ser apóstol trata de tener entrañas de madre para con los creyentes. Son como niños ¿sabes?... y se necesita una paciencia amorosa para con ellos..."

"¡Bien dicho, María!" dice Jesús.

"Vamos a acabar con que las mujeres nos enseñen" gruñe Judas Iscariote. "Y tal vez hasta las paganas..."

"Sin duda. Os aventajan en mucho si os quedáis en lo que sois, y sobre todo tú, Judas. Ciertamente todos te ganarán, los niños, los mendigos, los ignorantes, las mujeres, los gentiles."

"Quieres decir que soy el aborto del mundo. Dilo de una vez y termínalo" responde Judas y nerviosamente se echa a reír.

"Están de regreso los demás... y ¿será necesario partir, o no?" pregunta Bartolomé para truncar la escena que hace sufrir a muchos, a todos, de modo diverso.

El niño llora a más no poder.

"Pero dilo, ¿qué quieres? ¿Qué te pasa?" le pregunta Iscariote sacudiéndolo para arrancarlo de las rodillas de Jesús, a las que el pequeñín se ha asido, y sobre todo para desahogar contra el inocente, su rabia.

"¡Contigo! ¡Contigo sí!... Vete tú... o te pego, te pego."

 

Desde que se volvió a casar... los hijos del primer marido... 

son como mendigos... como si no los hubiera parido ella... 

Los manda afuera cual pordioseros y... ni un pedazo de pan

 para ellos..." dice la mujer del dueño de casa 

 

"¡Ah... pobre niño! Es verdad. Desde que se volvió a casar... los hijos del primer marido... son como mendigos... como si no los hubiera parido ella... Los manda afuera cual pordioseros y... ni un pedazo de pan para ellos..." dice la mujer del dueño de casa que parece que conoce lo que sucede pues conoce a los protagonistas. Concluye con: "Ojalá hubiese alguien que adoptase a estos tres niños abandonados..."

"No se lo digas a Simón de Jonás. Su suegra te odiaría a muerte, y ahora que está mohína contra él y contra todos nosotros. Esta mañana desembuchó injurias contra Simón y Marziam. Yo estaba con ellos..." dice Mateo.

"No se lo diré a Simón... pero las cosas son así..."

"¿Y tú no los adoptarías? No tienes hijos..." dice Jesús mirándola fijamente...

"A mí sí me gustaría... pero somos pobres... y luego... Tomás... tiene sobrinos... y también yo... y..."

"Y sobre todo te falta la voluntad de hacer bien a tus semejantes... Ayer criticabas a los fariseos porque tienen corazón duro, y a tus conciudadanos como reacios a mi palabra... Pero ¿qué otra cosa haces tú, que por otra parte son ya dos años que me conoces?..."

La mujer baja la cabeza, apretando entre sus dedos su vestido... No pronuncia ni una palabra en favor del pequeñín que continúa llorando.

"Estamos prontos, Maestro" grita Pedro que está viniendo.

"Pobre niño... ¡Y perseguido!..." suspira Jesús levantando los brazos y moviéndolos como señal de desconsuelo...

"¡Hijo mío!..." lo consuela María que hasta ahora había estado callada. Y esa palabra basta para consolarlo.

 

"Id adelante con las provisiones. Mi Madre y Yo vamos 

hasta la casa del niño" dice a Pedro

 

"Id adelante con las provisiones. Mi Madre y Yo vamos hasta la casa del niño" dice a Pedro y a los que estaban con El. Se va con la Virgen que se lleva al niño sobre el hombro...

Se dirigen a las afueras de la ciudad.

"¿Qué le vas a decir, Hijo mío?"

"¿Mamá, qué quieres que diga a una que no tiene amor de madre en sus entrañas, ni siquiera para los que nacieron de su seno?"

"Tienes razón... ¿Y entonces?"

"No nos queda más que orar, Mamá."

Siguen caminando y orando.

Una anciana les grita: "¿Lleváis a Alfeo a Meroba? Decidle que es hora ya de que los cuide. Así no serán más que unos ladrones... O como la langosta que acaba con todo, donde se para. No son ellos los que me disgusten, sino ella... ¡Oh, qué injusta es la muerte! ¿No hubiera sido mejor que Jacob viviese y ella se hubiese muerto? Deberías hacerla morir..."

"Oye, ¿ya era entrada en años y todavía no tienes demasiado sentido común? ¿Dices esas palabras, pidiendo morir en cualquier momento? En realidad que eres una injusta en el mismo grado que lo es Meroba. Arrepiéntete y no vuelvas a hacer lo mismo."

"Perdóname, Maestro... Es que lo que hace me saca de quicio..."

"Te perdono, pero no vuelvas a repetir, ni siquiera dentro de tu corazón, esas palabras. Con la maldición no se repara ningún error. Tan sólo con el amor. Si muriera Meroba, ¿cambiaría la suerte de estos? Probablemente el viudo tomaría otra mujer, y tendría hijos de ella, y así se convertiría en madrastra.... Sería peor su suerte."

"Tienes razón. Soy vieja y necia. Mira ahí a Meroba. Ya está maldiciendo... Me voy, Maestro. No quiero que piense que te dije algo de ella. Es una víbora..."

Pero la curiosidad es más fuerte que el miedo a la "víbora", y la vieja, aunque un poco distante de Jesús y María, se agacha a arrancar hierba de la orilla, que está mojada porque está cerca de una fuente, y así puede oír lo que se dice.

"¿Estás aquí? ¿Qué has hecho? A casa. Siempre de vagabundo como animales perdidos, como perros sin dueño, como..."

 

"Como hijos sin madre. 

Mujer, sabes muy bien que es una mala señal que los hijos 

no estén pegados a las faldas de sus madres."

 

"Como hijos sin madre. Mujer, sabes muy bien que es una mala señal que los hijos no estén pegados a las faldas de sus madres."

"Porque son malos..."

"No es verdad. Hace treinta meses que vengo por acá. Primero, cuando todavía estaba en vida Jacobo y en los primeros meses de viudez. Entonces no era así. Luego volviste a casarte... y con el pensamiento de tus nuevas nupcias perdiste la memoria de tus hijos. Pero, ¿en qué se diferencian estos, del que ahora llevas en el seno? ¿No acaso también llevaste a estos así? ¿No acaso también los alimentaste con tu leche? Mira allá esa paloma... qué cuidados tiene para con el pichoncito... y pese que está empollando otros huevos más... Mira aquella oveja. No da más leche al corderito porque ya tiene otro en el vientre, pero mira cómo le lame la trompita y deja que le de cabezadas en las ubres. ¿Qué dices? Mujer ¿ruegas al Señor?"

"Claro. No soy una pagana..."

 

¿Y cómo puedes dirigirte al Señor justo, si eres una injusta?

 

"¿Y cómo puedes dirigirte al Señor justo, si eres una injusta? ¿Cómo puedes ir a la sinagoga y oír los rollos que se leen cuando hablan del amor de Dios por sus hijos, sin que sientas remordimientos en el corazón? ¿Por qué no respondes? ¿Eres tan malvada?"

"Porque yo no te dije que me hablases... y no comprendo por qué vienes a quitarme la calma. ... El estado en que me encuentro merece respeto..."

"¿Y el de tu alma, no? ¿Por qué no respetas los derechos de tu alma? Sé lo que quieres decirme: que si te encolerizas puedes poner en peligro la vida del que nacerá... Pero ¿no tienes preocupación de la vida de tu alma? Es más preciosa que la del que va a nacer... Lo sabes... Tu estado puede terminar en muerte. ¿Y quieres enfrentarte en esa hora con un alma turbada, enferma, injusta?"

 

La mujer quiere dejar a Jesús, pero María pide que le deje 

su niño para tenerle unos días con ella

 

"Mi marido dice que eres uno de aquellos a quienes no se debe escuchar. No quiero hacerlo. Ven, Alfeo..." y da la media vuelta entre los chillidos del niño que sabe que le esperan palos, y no quiere separarse de los brazos de María, que afligida trata de persuadirla. Le dice: "También yo soy madre y puedo comprender muchas cosas. Soy mujer.... Puedo compadecer a las mujeres. Atraviesas por un período no muy bueno ¿o no es así? Sufres y no sabes sufrir... Te irritas así... Hermana mía, escúchame. Si te entregase ahora a Alfeo, sería injusta para contigo y para con él. ¿Me lo dejas por unos cuantos días? Verás que cuando ya no lo tengas vas a extrañarlo... porque un hijo es algo tan querido que cuando se aleja de nosotras nos vemos pobres, sin calor, sin luz..."

"¡Tómatelo! ¡Tómatelo! ¡Ojalá te llevases a las otras dos! Pero ¿dónde están?..."

"Me lo llevo, claro que sí, mujer. Vámonos, Jesús." María rápidamente se voltea, y se va con lágrimas en los ojos...

"No llores, Mamá."

"No la condenes, Hijo..."

 

Jesús y María dicen: "Si no comprenden el amor natural,

 ¿cómo pueden comprender el amor que existe en la Buena

 Nueva?" y se miran. Se miran, Hijo y Madre,

 

Las dos frases se cruzan, ambas envueltas en compasión, y luego como si ambos tuviesen el mismo pensamiento dicen: "Si no comprenden el amor natural, ¿cómo pueden comprender el amor que existe en la Buena Nueva?" y se miran. Se miran, Hijo y Madre, por sobre la cabecita del pequeñín que no tiene reparo en irse contento y dichoso entre los brazos de María...

"Tendremos un discípulo más de lo previsto, Mamá."

"Y el gozará de días de tranquilidad..."

"Lo visteis, ¿eh? Sorda, sorda como una tapia. Os lo había dicho. ¿Y ahora? ¿Y luego?"

"Ahora no hay más que tranquilidad. Luego ojalá Dios quiera que algún corazón tenga piedad de él. ¿Por qué el tuyo no, mujer? Un vaso de agua que se da por amor, se le tiene en cuenta en el cielo; pero a quien ama a un pequeñín inocente por amor a Mí... ¡Oh, que dicha aguarda a los que aman a los pequeñuelos y los preservan del mal!..."

La vieja se queda afligida... Jesús sigue su camino por un atajo que lleva al lago, a donde llega y toma al niño de los brazos de su Madre, para que pueda subir con más facilidad a la barca. Levanta al niño para que todos lo vean. Sonríe feliz, diciendo a los que están ya en las barcas: "Ved. Esta vez sin duda alguna que tendremos una predicación que traiga frutos porque un pequeñín está con nosotros" y sube sin vacilar sobre la tabla, entra en la barca y se sienta junto a su Madre, entre tanto que la barca se separa de la playa dirigiéndose hacia el sureste, hacia Ippo.

VIII. 98-103

A. M. D. G.