EN EL BARRIO QUE PRECEDE A IPPO

 


 

#"Es la barca de Simón de Jonás junto con la de Zebedeo. No cabe duda que el Rabbí viene con sus discípulos" convencido dice un pescador   

#Un ciego pide que se le lleve al Rabí   

#Jesús hace milagros curando enfermos   #Jesús en la roca donde está el leproso   

#En verdad, en verdad os digo que este hombre tiene una fe que puede hacer cambiar de lugar las montañas.

 


 

La ciudad de Ippo no está en la ribera del lago, como pensaba yo, al ver las casas que hay cerca del límite sureste del lago. Lo sé por lo que dicen entre sí los discípulos. Este grupo de casas, por decirlo así, son como una vanguardia de Ippo, que se encuentra tierra adentro. Algo así como lo es Ostia para Roma o el Lido para Venecia, que son la desembocadura de la ciudad al lago, que la emplea para importación y exportación, lo mismo que para acortar los viajes de este lugar a la orilla galilea que está al otro lado, También como un lugar en que los ociosos de la ciudad pueden venir a sus anchas, como donde puede conseguir el pescado que traen los pecadores del suburbio.

Aquí donde desembarcan, en un tranquilo atardecer junto al puerto natural, que lo forma el cauce seco de un arroyo, y por el que suavemente se mece por algunos metros la onda azul del lago, que no se ve rechazada por el agua del arroyo, hay casas y chozas de hortelanos y pescadores. Estos disfrutan de las ricas aguas de pesca, aquellos de la franja de tierra gruesa y húmeda debido a las aguas cercanas. La franja se extiende de la playa hasta el interior y se extiende al norte más bien que al sur, y termina donde se levanta el acantilado que desciende casi a pico en el lago, por donde se arrojaron los cerdos, cuando el milagro de los gerasenos.

Teniendo en cuenta la hora, los habitantes están en las terrazas, o en los huertos, o están cenando. Pero como las vallas de los huertos son bajas y también las terrazas tienen sus paredes bajas, muy pronto los habitantes descubren la flotilla que atraca en el pequeño puerto, y algunos por curiosidad, otros por saberlo, se levantan y van al encuentro del que llega.

 

"Es la barca de Simón de Jonás junto con la de Zebedeo. 

No cabe duda que el Rabbí viene con sus discípulos"

 convencido dice un pescador

 

"Es la barca de Simón de Jonás junto con la de Zebedeo. No cabe duda que el Rabbí viene con sus discípulos" convencido dice un pescador.

"Mujer, toma el niño y sígueme. Probablemente viene El. Lo curará. El ángel de Dios lo trae acá" ordena un hortelano a su mujer que tiene la cara bañada en lágrimas.

"Yo sí creo. Todavía recuerdo aquel milagro. ¡Aquellos cerdos! Los cerdos que extinguen el calor de los demonios que habían entrado en ellos y que se arrojaron al agua... Debió haber sido un sufrimiento grande para los cerdos, que odian la limpieza, haberse arrojado al agua..." dice un hombre, que va corriendo y haciendo propaganda por el Maestro.

"¡Oh, tú lo dices! Claro que debió haber sido un tormento. Yo también lo vi y me acuerdo. Los cuerpos de los cerdos echaban humo, lo mismo que el agua. El lago se calentó más que las aguas de Hamatha. Por donde pasaron antes de echarse al agua, quemaron la hierba, y los árboles del bosque.

"Yo también estuve, pero no vi eso..." replica otro.

"¿Nada viste? ¡todavía tienes las escamas sobre los ojos! Mira, desde aquí se ve. ¿Ves allá? ¿Allá donde ese arroyo seco? Mira un poco más arriba y mira si..."

"No, hombre. Eso lo hicieron los soldados romanos cuando buscaban a aquel bellaco en las noches frías del mes de Tebet (diciembre y enero). Acamparon allí y allí prendieron sus fogatas."

"Entonces ¿para hacer fuego, quemaron todo un bosque? Mira cuántos árboles faltan."

"En un bosque, ¡qué son dos o tres encina!"

"¿Y te parece poco?" "No. Pero se comprende, a ellos no les interesa lo nuestro. Son los dominadores y nosotros los oprimidos. ¡Ah, hasta cuándo!..." la disputa pasa del terreno sobrenatural al político.

 

Un ciego pide que se le lleve al Rabí

 

"¿Quién me lleva con el Rabbí? ¡Piedad para un ciego! ¿Dónde está? Decídmelo. Lo he buscado en Jerusalén, en Nazaret, en Cafarnaum. Había partido antes de que llegase yo... ¿Dónde está? ¡Tened compasión de mí!" se lamenta un hombre de unos cuarenta años, tocando lo que le rodea con su bastón.

Los epítetos le llueven si pega a alguien en las piernas o en las espaldas; pero nadie se mueve a compasión. Todos le empujan. Nadie le tiende una mano. El pobre ciego se detiene espantado y desanimado...

"¡El Rabbí! ¡El Rabbí! ¡Ahc-Ahc, il il léee!" (Me esfuerzo en transcribir... el grito agudo de las mujeres. Es un grito, no es una palabra. Remeda más el chirrido de ciertos pájaros, que el sonido humano).

"¡Bendecirá nuestros hijos!"

"Su palabra hará que se regocije el fruto que traigo en mis entrañas. ¡Alégrate, hijito mío! El Salvador te va a hablar" dice una lozana mujer, y se toca sus seno en el que palpita un nuevo ser.

"Tal vez me dé la fecundidad. Sería mi alegría, y la paz entre mí y Eliseo. He ido a todos los lugares donde se dice que la mujer obtiene la fecundidad. He bebido del agua del pozo que está cerca de la tumba de Raquel, de la del río de la gruta donde su Madre lo dio a luz... Estuve en Hebrón por tres días, en la tierra donde nació el Bautista... He comido de los frutos de la encina de Abraham y he llorado invocando a Abel en el lugar donde nació y fue muerto... Todo ha sido cosas santas. Todo lo que cielo ha brindado de milagroso lo he probado. He visto médicos, he bebido brebajes, he hecho votos, y ofrecido súplicas... pero mi vientre ha quedado estéril, y apenas si me tolera Eliseo. Casi está a punto de odiarme. ¡Ay de mí!" llora una mujer ya entrada en años.

"Ya estás vieja, Sela. ¡Resígnate!" le dicen con piedad mezclada en un dejo de desprecio y en un claro deseo de mostrar que ellas valen, esto es, la que lleva en el seno el fruto, las que llevan sus pequeños pegados al pecho.

"¡No digáis eso! El ha resucitado muertos ¿no podrá acaso dar vida a mis entrañas?"

"¡A un lado, a un lado! Dejad que pase mi madre enferma" grita un joven que levanta junto con una niña paliducha los barrotes de una camilla improvisada. En ella viene una mujer que debe ser todavía joven, pero que parece un esqueleto.

"Habrá que decirle del pobrecito Juan. Enseñarle el lugar donde vive. Es el más infeliz de todos, porque como leproso no puede salir a buscar al Maestro..." dice un viejo a quien respetan.

"Primero nosotros. Primero nosotros. Si se va hasta Ippo, todo se acabó. Los de la ciudad lo tomarán para sí, y nosotros, como siempre, nos quedaremos sin nada."

"Pero ¿qué está pasando allí? ¿Por qué gritan en la playa de ese modo las mujeres?"

"Porque son unas tontas."

"No. Gritan jubilosas. Corramos..."

La calle es un mar de gente que encamina hacia la plata del lago, y hacia el arroyo, donde Jesús y los suyos quedaron como aprisionados.

 

Jesús hace milagros curando enfermos

 

"¡Milagro, milagro! El hijo de Elisa, a quien los médicos desahuciaron, está curado. El Rabbí lo curó, poniéndole saliva en la garganta."

Los "Ahc-Ahc, il il léee" de las mujeres son más fuertes y se mezclan con los gritos de hosanna de los varones.

La gente se ha agolpado sobre Jesús, que no puede hacer nada, pese a su estatura. Los apóstoles hacen esfuerzos por abrirse paso. ¡Que si lo lograrán! Las discípulas y la Virgen han sido separadas del grupo de los apóstoles. El niño que está en los brazos de María de Alfeo, llora espantado. Y su llanto hace que muchos dirijan sus ojos hacia el grupo de las discípulas, y no falta quien dándose por sabiondo diga: "¡Oh, también está la Madre del Rabbí y las madres de los discípulos!..."

"¿Cuáles? ¿Cuáles son?"

"La Madre es aquella mujer pálida y rubia, vestida de lino; las otras son esas que tienen, una un niño, y la otra la canasta en la cabeza."

"¿Y quién es el niño?"

"¿El hijito? ¿No estáis oyendo que llama a la mamá?"

"¿Hijo de quien? ¿De la vieja? ¡No puede ser!"

"De la joven. Mira que quiere irse con ella."

"No. El Rabí no tiene hermanos. Eso lo sé muy bien."

Las mujeres lo oyen, y mientras Jesús, que fatigosamente avanza, logra llegar a la camilla donde está la mujer a la que han traído sus hijos, y Jesús la cura, se dirigen a ella.

Una de ellas, que no lo hace por curiosidad, se postra a los pies de la Virgen diciéndole: "Por tu maternidad, ten misericordia de mí." Es la mujer estéril.

María se inclina y le dice. "¿Qué quieres, hermana?"

"Tener un hijo... Uno solo. Me desprecian porque soy estéril. Pienso que tu Hijo puede todo, pero tengo una fe tan grande en El, que me imagino que para haber nacido de ti, te hizo santa y poderosa como El. Ahora yo te pido... por tus delicias de madre, te pido: haz que sea yo fecunda. Tócame con tu mano y seré feliz..."

"Tu fe es grande, mujer. Pero tu fe solo la merece quien tiene derecho a ello: Dios. Ven a donde está mi Hijo" y la toma de la mano pidiendo instantemente que la dejen pasar para llegar a donde está Jesús.

Las otras dos discípulas la siguen inmediatamente. La gente pregunta a María de Alfeo de quién es el niño que tiene sobre los hombros.

"Un niño a quien su madre no ama. Vino a buscar el amor en el Rabbí..."

"¿Un niño a quien su madre no ama ya?"

"¿Oíste, Susana?"

"¿Quién es esa hiena?"

"¡Pobre de mí! Y yo que me muero por tener uno. Deja, deja, que por lo menos una vez me bese un niño..." y Sela, la estéril arranca casi de los brazos de María de Alfeo al pequeñín y se lo estrecha contra el corazón; entre tanto trata de seguir a la Virgen, de la que se ha separado un poco, en el momento en que quiso tomar al niño.

"Jesús, oye. Aquí hay una mujer que pide un favor. Es estéril."

"No molestes al Maestro por ella. Sus entrañas están muertas" dice uno que no sabe que está dirigiéndose a la Madre de Dios. Y luego, avergonzado de su equivocación, porque se lo advierten, procura hacerse un aguja en un pajar y desaparecer antes de que Jesús le diga y responda a la que le pide el favor: "Soy la Vida, mujer. Se haga lo que pides" y por un instante pone su mano sobre la cabeza de Sela.

"¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!" grita el ciego de antes, que poco a poco ha llegado hasta donde está la multitud y desde ahí levanta su voz suplicante.

Jesús que encorvado estaba oyendo las palabras de Sela, levanta su rostro, mira hacia el lugar de donde vino la voz, como el grito de angustia de un náufrago.

"¿Qué quieres que te haga?" grita.

"Que vea. Estoy en las tinieblas."

"Yo soy la Luz. Lo quiero."

"¡Ah, veo! ¡De nuevo veo! Dejadme pasar para que bese los pies de mi Señor."

"Maestro, has curado a todos aquí. Pero hay un leproso en una choza, allá en el bosque... Siempre nos suplica que te llevemos a donde está..."

"Vamos. Pronto. Dejadme pasar. No os atropelléis. Estoy aquí para todos. Ea, dejadme pasar. No atropelléis a las mujeres y a los niños. todavía no me voy. Me quedo hasta mañana y estará en esta región por cinco días. Me podréis seguir, si queréis..."

Jesús trata de poner orden en el gentío, y de que los de la ciudad por gozar de su venida, no se hagan daño. Pero la multitud es como una masa gelatinosa que se retira para volver a estrecharse a El; es como una avalancha que por ley natural no puede menos de hacerse más compacta cuanto más avanza; es como las partículas de hierro que el imán atrae... Se camina lentamente, como a tropezones, con dificultad... Todos sudan. Los apóstoles se desgañitan. Se abren paso a codazos... Es inútil todo el esfuerzo que hagan. Para caminar diez metros se necesitan quince minutos.

Una mujer que frisa en los cuarenta logra llegar hasta Jesús y lo toca en un codo.

"¿Qué quieres?"

"Ese niño... supe... Soy viuda y no tengo hijos... Acuérdate de mí. Soy Sara de Afeca, la viuda del vendedor de esteras. Acuérdate. Mi casa está cerca de la fuente roja. Pero también tengo una que otra viña y un bosque. Se lo daré a él... y seré feliz..."

"Lo tendré presente, mujer. Tu compasión sea bendita."

Pronto se atraviesa  el poblado que es más bien paralelo que vertical al lago. Entran a la campiña acogedora, silenciosa en medio del crepúsculo que poco a poco va descendiendo. No se ve que oscurezca porque la luz del día y la de la luna apenas si se distinguen. Se dirigen a la punta del acantilado, que por el lado sur bordea el lago. En la roca se ven, no sé si sean naturales o artificiales, grutas pintadas de blanco por fuera, que sin duda alguna son sepulcros.

 

Jesús en la roca donde está el leproso 

 

"¡Ya llegamos! Detengámonos aquí para no contaminarnos. Estamos cerca de la tumba del hombre y esta es la hora en que va a ese peñasco a tomar lo que le hayan traído. Era rico ¿sabes? Lo recordamos todavía. Era bueno también. Ahora es un santo. Cuanto más lo ha quebrantado el dolor, tanto más se hace justo. No sabemos cómo le vino. Se dice que unos peregrinos que hospedó lo contagiaron. Decían que había ido a Jerusalén. No se veía que estuviesen enfermos, pero de seguro que estaban leprosos. El hecho es que después de que se fueron, primero su mujer, luego los criados, sus hijos y finalmente él, fueron presa de la lepra. Todos. Los primeros que lavaron los pies y sus vestidos fueron los que vieron la lepra en sus manos, por esto decimos que ellos, los huéspedes, fueron la causa de todo. Los niños, que eran tres, murieron muy pronto. Luego la mujer, más bien del dolor que de la enfermedad... El... cuando el sacerdote declaró que todos estaban leprosos, se compró este pedazo de monte con lo que le quedaba  e hizo provisiones para sí y los suyos... incluidos los criados, también metió azadas y picos... comenzó a hacer los sepulcros... y fue colocando a uno por uno: a sus hijos, a su mujer, a sus criados... Y se quedó solo, pobre, porque todo se acaba con el tiempo... ya son quince años que dura esto... y con todo jamás ha lanzado una queja. Era docto: sabe de memoria la Escritura. La recita a las estrellas, a las hierbas, a las plantas, a los pajarillos, Nos la dice a nosotros que hemos aprendido mucho de él y consuela nuestros dolores... ¿nos oyes? consuela nuestros dolores. Vienen de Ippo y de Gamala y hasta de Guerguesa y Afeca a oírlo. Cuando supo el milagro de los dos endemoniados... ¡oh! se puso a predicar acerca de ti y de que se te debe creer. Señor, si los hombres te han saludado con tu nombre de Mesías, si las mujeres te han saludado como vencedor y rey, si nuestros niños conocen tu Nombre y que eres el Santo de Israel, se debe al pobre leproso" dice en nombre de todos el anciano que habló antes con Juan.

"¿Lo curarás?" preguntan muchos.

"¿Y todavía me lo preguntáis? Tengo piedad de los pecadores, ¿qué no tendré para un justo? ¿Es ése el que viene, entre esos matorrales?..."

"El es. Pero ¡qué buenos ojos tienes, Señor! nosotros oímos el roce entre la hierba, pero no vemos nada..."

El roce se calla. Todo es silencio. Todo expectativa...

Jesús se distingue bien. Se ha adelantado un poco y llegado hasta el peñasco donde se suele poner lo que llevan al leproso. Los demás, en la penumbra de algunos árboles, desaparecen confundiéndose con los troncos y matorrales del alijar. También los niños se callan, o porque están dormidos en los brazos de sus madres, o porque espantados del silencio, de los sepulcros, de las sombras extravagantes que la luna proyecta entre los árboles y las rocas.

El leproso debe ver desde su escondrijo, y ver bien. Ve la alta y majestuosa persona del Señor, blanco en medio de los blancos rayos de la luna, bellísimo. La mirada cansada del leproso se cruza con la viva de Jesús.  ¿Qué palabras salen de sus pupilas divinas de sus largas, resplandecientes pupilas cual estrellas? ¿Qué no brotará de esa boca abierta con una sonrisa de amor? ¿Qué no saldrá del corazón, sobre todo del corazón de Cristo? Es un misterio. Uno de tantos misterios que se desarrolla entre Dios y las almas. Ciertamente el leproso comprende algo y grita: "¡He ahí el Cordero de Dios! ¡He ahí al que vino a salvar al mundo de sus dolores! Jesús, Mesías bendito, Rey nuestro, Salvador nuestro, ten piedad de mí."

"¿Qué deseas? ¿Cómo puedes creer en el Desconocido y ver en El al Esperado? ¿Qué soy para ti? El Desconocido..."

"No. Tú eres el Hijo de Dios que vive.. ¿Cómo lo sé?  ¿Cómo lo veo? No lo sé. Aquí dentro de mí una voz me gritó: "¡He ahí al Esperado! Vino a premiar tu fe". ¿Desconocido? Sí. Nadie ha visto el Rostro de Dios. Por esto eres "el Desconocido" en tu apariencia. Pero eres el Conocido por tu Naturaleza, por tu Realidad. Jesús, Hijo del Padre, Verbo Encarnado y Dios como el Padre. Esto es lo que eres, y yo te saludo y te pido al creer en Ti."

"¿Y si no pudiese hacer nada por ti y tu fe se viese traicionada?"

"Diría que tal es la voluntad del Altísimo y continuaría creyendo y amando, esperando siempre en el Señor."

 

En verdad, en verdad os digo que este hombre tiene una fe 

que puede hacer cambiar de lugar las montañas.

 

Jesús se vuelve a la gente que ha estado escuchando el diálogo y le dice: "En verdad, en verdad os digo que este hombre tiene una fe que puede hacer cambiar de lugar las montañas. En verdad, en verdad os digo que la verdadera caridad, que la fe y que la esperanza se encuentran más fácilmente en el dolor que en la alegría, porque el exceso de alegría podría llevar a la ruina a un alma que no está todavía del todo preparada. Es cosa fácil creer y ser buenos cuando la vida no ha sido más que fluidez de días iguales aun cuando no muy alegres. Pero el que sabe perseverar en la fe, en la esperanza, en la caridad, aun cuando enfermedades, miserias, pérdida de seres queridos, desgracias, lo dejan solo, triste, abandonado, y no sabe más que decir: "Se haga lo que el Altísimo cree que me conviene" en verdad que este tal no sólo merece la ayuda de Dios, sino, Yo os lo digo, en el Reino de los cielos está preparado ya su lugar y no irá al purgatorio, porque su justicia borró toda deuda de la vida pasada. Hombre, Yo te lo digo: "¡Vete en paz, que Dios sea contigo!" Se vuelve al decir estas últimas palabras, extiende sus brazos hacia el leproso; lo acerca así, y cuando le está cerca, muy cerca, le ordena: "¡Quiero! ¡Sé limpio!..." y parece como si la luna limpiase y se llevase consigo, con sus rayos de plata, las úlceras, las llagas, los forúnculos, las costras de la horrible enfermedad.

El cuerpo se rehace. Y se ve que es la figura de un viejo, lleno de dignidad, de aspecto ascético por lo delgado. Al oír los gritos de hosanna de la multitud cae en la cuenta del milagro, se inclina a besar el suelo, ya que no puede tocar a Jesús, ni a nadie, antes del tiempo prescrito por la Ley."

"Levántate. Te darán vestidos limpios para que puedas ir a presentarte ante el sacerdote. Pero procura siempre seguir con la limpieza del espíritu ante tu Dios. Hasta la vista. ¡La paz sea contigo!"

Jesús se reúne a la gente y lentamente regresa al poblado para descansar.

VIII. 103-110

A. M. D. G.