PREDICACIÓN EN EL LUGAR CERCANO
A DONDE FUE CURADO EL LEPROSO
#¡Señor mío! grita el que fue leproso "¿Cómo es que regresas a donde estoy?"
#Recuerdos dolorosos. Déjalos entre las cenizas de la hoguera.
#Nos repartiremos la comida en un banquete fraternal" ordena Jesús.
#"Te quedas sin cantimplora, Maestro"
#"Quien hace estas cosas jamás se encontrará mal".
#Condición primera para entrar en el Reino de los cielos: "Vivir sin mancha."
#¿Entonces el cielo se cierra a los hijos de Dios?
#Grande, grandísima será su bienaventuranza de vencedores. Grande, cual el hombre no puede imaginar.
#¿Cómo se practica la justicia? ¿Cómo se conquista la victoria?
¡Señor mío! grita el que fue leproso
"¿Cómo es que regresas a donde estoy?"
"Señor mío! grita el que fue leproso, echándose de rodillas apenas ve venir a Jesús en el alijar que está antes de las rocas donde vivió por mucos años. Y después, poniéndose de pie, grita otra vez: "¿Cómo es que regresas a donde estoy?"
"Para darte la despedida con la palabra."
"La despedida se da a quien parte, y créeme que esta noche parto para la purificación, pero regreso a unirme a tus discípulos, si es que me quieres aceptar. No tengo ni casa, ni familiares, Señor. Soy viejo para volver a tomar mis antiguos negocios y mi vida. Volveré a tomar mis bienes, pero ¿en qué estado estará mi casa después de quince años que no hay nadie en ella? ¿Cómo la encontraré? Tal vez las paredes caídas... Soy un ave sin nido. Deja que me una al grupo de los que te siguen. Por otra parte... no me pertenezco a mí mismo pues con lo que me diste soy tuyo. No pertenezco más al mundo que me arrojó de sí, porque era yo impuro y por tanto tiempo. Soy yo ahora quien encuentra que el mundo no es puro, desde que te conocí. Huyo del mundo para venir a Ti."
"Yo no te rechazo. Pero te quisiera decir que deseo que te estés un tiempo en esta región. Aera y Arbela tienen su hijo, discípulo mío, que les anuncia la Buena Nueva. Haz lo mismo en Ippo, Gamala, Afeca y lugares circunvecinos. Dentro de pocos días voy a ir a Judea y no volveré más por estas partes. Quiero que haya en ellas anunciadores de la Buena Nueva."
"Lo que tú digas me es dulce. Haré lo que digas, tan pronto termine las purificaciones. Había pensado no volver a mi casa. Ahora te digo que volveré a ella para poder acoger en ella a almas que quieran saber de Ti, y pediré a algún discípulo que te sigue de hace tiempo a que venga a mí, porque si no quieres que yo sea un pequeño maestro, tengo necesidad de ser instruido de quien lo está mejor que yo. En primavera iré como los demás a predicarte."
"Está bien lo que piensas. Dios te ayudará a realizarlo."
"Ya empecé al destruir en el fuego todo lo que me pertenecía, esto es, la pobre cama, los utensilios, los vestidos que hasta ayer traje, todo lo que toqué con mi cuerpo enfermo. La cueva donde viví está negra del humo que hice para purificarla. Nadie se contaminará si entra, en alguna noche de tempestad. Además... (la voz de ese hombre se torna débil, casi imperceptible)... y además... tenía un cofre ya viejo... como si la lepra lo hubiese también corroído... pero para mí... valía más que las riquezas del mundo... Dentro de él tenía cosas que amaba yo... recuerdos de mi madre... el velo de nupcias de mi Ana... ¡Ah! cuando se lo quité, en la noche de las nupcias y contemplé ese rostro de lirio tan bello y puro ¿quien me iba a decir que pocos años después lo habría visto convertido en una llaga? Y... los vestidos de mis niños... sus juguetes... que tuvieron entre sus manos mientras pudieron... y... ¡oh! es muy grande mi dolor... perdóname que llore... La llaga del dolor renace ahora que los quemé con razón... no los besaré más... porque pertenecieron a seres leprosos... Soy injusto, Señor... Hago que veas mis lagrimas... Pero compadéceme... Destruí su último recuerdo... y ahora soy como uno perdido en el desierto..." El hombre se inclina llorando cerca del montón de cenizas que es el recuerdo del pasado...
Déjalos entre las cenizas de la hoguera.
"No estás solo, Juan. Estoy contigo. Los tuyos pronto estarán conmigo, en el cielo, donde te esperarán. Esas cosas te traían su recuerdo, desfiguradas por la enfermedad, o bien, hermosas con la salud que tenía antes de su desgracia. Recuerdos dolorosos. Déjalos entre las cenizas de la hoguera. Déjalos, seguro que Yo haré que los vuelvas a encontrar felices, felices con la alegría del cielo. Juan, lo pasado ha muerto... No lo llores más. La luz no se detiene a esperar las tinieblas de la noche, sino que se alegra de separarse de ellas y de brillar en el cielo cada mañana. Y el sol no se detiene en el oriente, sino que se levanta, corre hasta brillar alto en el firmamento. Tu noche ha terminado. No la recuerdes más. Sube con el espíritu a donde Yo, Luz, te llevo. Allí junto con la dulce esperanza y la hermosa fe, encontrarás la alegría, porque tu caridad podrá derramarse en Dios y en los amados que te esperan. No es más que una veloz ascensión... y en breve estarás arriba, con ellos. La vida es un soplo... la eternidad es el presente actual."
"Tienes razón, Señor. Me consuelas y me enseñas cómo vencer todo esto de un modo recto... Pero estás al sol para poder estar cerca de mí lo más posible. Retírate, Maestro. Mucho me has dado. Te podría hacer mal el sol que ya es fuerte."
"Vine para estar contigo. A eso vinimos todos. También tú retírate bajo los árboles y estaremos juntos sin peligro alguno."
"El que fue leproso obedece. Deja el peñasco a cuyo pie está el montón de cenizas: el pasado, y va al lugar a donde se dirige Jesús, donde apóstoles, mujeres y habitantes del lugar están conmovidos, lo mismo que los de los otros lugares que vinieron a escuchar al Maestro.
Nos repartiremos la comida en un banquete
fraternal" ordena Jesús.
"Prended fuego para asar los pescados. Nos repartiremos la comida en un banquete fraternal" ordena Jesús.
Y entre tanto que los apóstoles hacen lo que dijo, va acá y allá por aquel lugar que todos evitaban por estar cerca el leproso. Hay allí un montón de árboles que nadie los ha tocado, que no conocen ni la hoz, ni el hacha. Hay enfermos bajo la sombra propicia de este bosquecillo y cuentan a Jesús sus angustias, El los cura, o bien si tienen alguna aflicción los consuela, los conforta con toda su paciencia, con todo su poder. Más allá en un espacio pequeño está el niño de Cafarnaum que feliz juega con los niños del lugar y sus gritos alegres compiten con el canto de los pajarillos que hay en los árboles, mientras que con sus vestiditos de diversos colores, que flotan al aire y en la hierba en sus carreras, los hacen parecer mariposas grandes que sonríen.
La comida está ya pronta. Llaman a Jesús. Pide una canastilla a un campesino que había traído higos y uvas, y la llena de pan, de los mejores pescados, de frutas sabrosas y pone también una cantimplora de agua dulce, y va al lugar donde está el que fue leproso.
"Te quedas sin cantimplora, Maestro"
Hay todavía del agua que mi Padre envía
en los profundos pozos.
El Hijo del Hombre tiene todavía libres sus manos
para poder beber en ellas...
"Te quedas sin cantimplora, Maestro" le dice Bartolomé. "No te la puede devolver."
Jesús sonriente: "Hay mucha agua todavía para la sed del Hijo del Hombre. Hay todavía del agua que mi Padre envía en los profundos pozos. El Hijo del Hombre tiene todavía libres sus manos para poder beber en ellas... Un día vendrá que no tendré ni el agua, ni la libertad de hacerlo... y no tendré ni el agua del consuelo que se me pueda ofrecer cuando me muera de sed... Ahora tengo mucho amor alrededor de Mí..." y avanza. Lleva en sus manos la cestilla, redonda y pequeña, que pone sobre la hierba a unos cuantos metros de distancia de Juan. Le dice: "Toma y come. Es el banquete de Dios." Luego regresa a su lugar. Ofrece y bendice el alimento. Hace que se distribuya entre los presentes los cuales han puesto también el suyo.
Todos comen con gusto y alegres. María tiene a su cuidado al pequeño Alfeo. Terminada la comida, Jesús se pone entre la gente y el que fue leproso y empieza a hablar, mientras las mamás traen a sus hijos cerca de sí, que están hartos de comer y cansados de jugar, los acaricia para que se duerman y no perturben.
"Escuchadme todos.
"Quien hace estas cosas jamás se encontrará mal".
David en uno de sus salmos se pregunta: "¿Quién habitará en el Tabernáculo de Dios? ¿Quién descansará en el monte de Dios?" Luego pasa a enumerar quiénes serán los afortunados y por que razón. Dice: "El que vive sin mancha y practica la justicia. El que habla con el corazón la verdad y no trama engaños con su lengua; el que no engaña a su prójimo; el que no se hace cómplice de palabras infamantes contra su semejante". Poco más abajo, después de haber mencionado que entrará en los dominios de Dios, dice lo que estos benditos hicieron de bien y no de mal. Oíd: "Ante sus ojos el malvado es nada. Honra a los que temen a Dios. No engaña con juramente a su prójimo. No presta con usura, ni recibe dones para dañar al inocente". Y concluye: "Quien hace estas cosas jamás se encontrará mal".
en el Reino de los cielos: "Vivir sin MANCHA."
En verdad, en verdad os digo que el salmista dijo la verdad y confirmo con mi sabiduría que quien hace estas cosas no se encontrará mal jamás. Condición primera para entrar en el Reino de los cielos: "Vivir sin macha."
Pero ¿puede el hombre, débil criatura, vivir sin mancha? La carne, el mundo y Satanás en un continuo bullir de pasiones, inclinaciones y odios afilan sus aguijones para manchar los espíritus; y si el cielo sólo estuviese abierto a los que vivieron sin mancha, después de haber alcanzado el uso de razón, poquísimos de todos los hombres entrarían en el cielo, así como poquísimos son los hombres que llegan a la muerte sin haber conocido alguna enfermedad más o menos grave durante su vida.
¿Entonces el cielo se cierra a los hijos de Dios?
¿Y luego? ¿Entonces el cielo se cierra a los hijos de Dios? ¿Deberán decir: "Lo perdí", cuando un asalto de Satanás o una tempestad de la carne los hacen caer y se ven manchados en el alma? ¿No habrá perdón para quien pecó? ¿Ninguna cosa borrará la mancha que ensucia el corazón?
No tengáis miedo de que vuestro Dios os juzgue injustamente. Es Padre, y un padre tiende siempre la mano a los hijos que están por caer, les ofrece ayuda para que se levanten de nuevo, consuela con medios cariñosos para que la humillación no se convierta en desesperación, sino en una humildad decidida de reparación para ser dignos de que el Padre los quiera.
el arrepentimiento del pecador,
la buena voluntad de reparar,
son cosas ambas que nacen de un verdadero amor
hacia el Señor, y que limpian la mancha de la culpa
y hacen que el hombre sea digno del perdón divino.
Así pues, el arrepentimiento del pecador, la buena voluntad de reparar, son cosas ambas que nacen de un verdadero amor hacia el Señor, y que limpian la mancha de la culpa y hacen que el hombre sea digno del perdón divino. Y cuando El que ahora os habla haya cumplido su misión en la tierra, a la absolución del amor, del arrepentimiento, de la buena voluntad, se unirá la absolución poderosísima que el Mesías os habrá obtenido a costa de su sacrificio. Más limpios en el alma que los niños recién nacidos, muchos más puros, porque quien creyere en Mí, de su pecho brotarán torrentes de agua limpia que borra aun la culpa de origen, causa primordial de las debilidades del hombre, podréis aspirar al cielo, al reino de Dios, a sus tabernáculos. Porque la gracia que dentro de poco os daré, os ayudará a practicar la justicia, que acrecienta tanto más, cuanto más se le practica, el derecho de entrar limpios en la alegría del reino de los cielos.
Grande, grandísima será su bienaventuranza
de vencedores.
Grande, cual el hombre no puede imaginar.
Entrarán los pequeñines y se alegrarán con la bienaventuranza que gratuitamente recibieron, se alegrarán porque el cielo es alegría. Los adultos, los viejos, los que lucharon y vencieron, los que juntaron a la corona cándida de la gracia la multicolor de sus obras santas, de sus victorias sobre Satanás, el mundo y la carne. Grande, grandísima será su bienaventuranza de vencedores. Grande, cual el hombre no puede imaginar.
¿Cómo se practica la justicia?
¿Cómo se conquista la victoria?
¿Cómo se practica la justicia? ¿Cómo se conquista la victoria? Con palabras y acciones honestas, amando al prójimo. reconociendo que Dios es Dios; y no poniendo los ídolos de las criaturas, del dinero, del poder junto al Dios Santísimo. Dar a cada uno el lugar que le corresponde sin tratar de darle más o menos de lo que se debe. El que honra a alguien porque es amigo suyo o pariente aun en las obras que no son buenas, no es justo. El que por el contrario causa daño a su prójimo porque no puede esperar nada de él y jura contra él, se deja comprar con regalos para atestiguar contra el inocente, o para dar su sentencia con parcialidad, no según justicia, sino según cálculos de lo que puede recibir del que en el tribunal es el más poderoso, no es justo y vanas son sus oraciones, vanas sus ofertas, porque están manchadas con injusticia ante los ojos de Dios.
lo que estoy diciendo se encierra
dentro del Decálogo
porque el bien, la justicia, la gloria
consisten en cumplir con lo que el Decálogo
enseña y ordena hacer.
Comprendéis que lo que estoy diciendo se encierra dentro del Decálogo. La palabra del Rabí siempre es Decálogo, porque el bien, la justicia, la gloria consisten en cumplir con lo que el Decálogo enseña y ordena hacer. No hay otra doctrina. La que se dio entre los relámpagos del Sinaí, y la que se da ahora entre los resplandores de la Misericordia; pero la doctrina es la misma, y no cambia, y no puede cambiar. En Israel por excusa dirán muchos, para justificar el que no sean santos, aun después de que el Salvador haya pasado sobre al tierra: "No tuve tiempo ni de seguirlo ni de escucharlo". Pero su excusa no tiene ningún valor, porque el Salvador no vino a introducir una nueva Ley, sino a confirmar de nuevo, la primera, la única Ley; a reconfirmarla en su santa claridad, en su perfecta sencillez; a reconfirmarla con el amor y con las promesas de un amor de Dios lo que antes entró en medio del rigor por una parte, y que se escuchó por la otra con temor.
comprender lo que son los diez Mandamientos
y la importancia que hay en seguirlos
Para haceros comprender lo que son los diez Mandamientos y la importancia que hay en seguirlos, os propongo esta parábola
Un padre de familia tenía dos hijos. A ambos los amaba, a ambos los cuidaba. Este padre tenía como posesión, además del lugar donde vivía, otras donde había grandes tesoros escondidos. Los hijos habían oído hablar de ellos, pero no conocían el camino, porque el padre, por motivos propios, no se lo había revelado, y esto por muchos y muchos años. Pero en un cierto momento, llamó a sus hijos y les dijo: "Está bien ya que sepáis dónde están los tesoros que vuestro padre apartó para vosotros, para que podáis llegar a ellos, cuando os lo diga. Entretanto conoced el camino y las señales que puse en él, para que no os extraviéis. Oídme, pues. Los tesoros no están en alguna llanura donde se estancan las aguas, donde arde el sol, donde hay polvo, donde pinchan las espinas y los cardos, y donde fácilmente pueden acercarse los ladrones para robarlos. Los puse allí. En la cima. Y allí os aguardan. El monte tiene muchos senderos, pero uno sólo es el bueno. Algunos de ellos llevan a precipicios, otros a cuevas sin salida, otros a fosos de agua pútrida, algunos a nidos de víboras, otros a pozos de azufre encendido, otros contra murallas insuperables. El sendero bueno es duro de recorrerse, pero llega a la cima sin tener que pasar por precipicios u otros obstáculos. Para que lo podáis reconocer, he puesto a lo largo de él y a distancias regulares diez monumentos de piedra sobre los que hay estas palabras esculpidas: Amor, obediencia, victoria. Siguiendo este sendero llegaréis al lugar del tesoro. Yo, por otro camino, que soy solo en conocerlo, iré y os abriré la puerta para que seáis felices"
Los dos hijos se despidieron de su padre. Mientras pudo ser oído, repitió: "Seguid el sendero que os dije. Es por vuestro bien. No os dejéis atraer de los otros, aunque os parezcan mejores. Perderíais el tesoro y con él a mí".
Ved pues que han llegado a las faldas del monte. El primer monumento estaba allí, exactamente donde empezaba el sendero que estaba en el centro de una multitud de senderos que subían a la conquista del monte en todos los sentidos. Los dos hermanos empezaron la ascensión por el sendero bueno. Al principio era fácil, aunque no tenía nada de sombra. De lo alto del cielo el sol caía perpendicular inundando todo de luz y de calor. Lo que los hermanos veían y sentían no era más que la roca blanquecina, el cielo azul, y el calor terrible que les quemaba el cuerpo. Pero todavía animados de buena voluntad, del recuerdo de su padre y de sus recomendaciones, ascendían alegres hacia la cima. He aquí que ven el segundo monumento y luego el tercero. El sendero se hace cada vez más áspero, solitario, abrasador. Ni siquiera se ven los otros senderos en que hay hierba, plantas y agua fresca, ni siquiera una subida más fácil, que no estuviese hecha sobre la viva roca.
"Nuestro padre nos quiere matar" dijo uno de los dos al llegar al cuarto monumento, y empezó a aflojar el paso. El otro lo animó a proseguir diciendo: "El nos ama como a sí mismo, y mucho más porque de una manera tan previsora nos conservó el tesoro. Este sendero excavado sobre la roca que sin extravío llega a la cima, él mismo lo hizo. Estos monumentos los hizo para guía nuestra. Piensa, hermano mío. El solo, llevado de su amor lo hizo todo, para darnos el tesoro, para hacer que llegásemos a él sin perdernos, sin peligro".
Siguieron caminando. Con todo, los senderos que dejaron en la falda del monte, de vez en vez se acercaban al de la roca, y mucho más cuanto más se acercaba a la cima del monte, que se hacia cada vez estrecho en su forma cónica. ¡Qué bellos eran! llenos de sombra. Convidaban a uno...
"Cómo que siento ganas de tomar uno de esos" dice el que ya antes se sentía vacilar, cuando llegaron al sexto monumento. "Ese también lleva a la cima".
"No puedes asegurarlo... No ves si sube o si baja..."
"Míralo allá arriba".
"No sabes si es él. Además nuestro padre dijo que no dejásemos este sendero..."
De mala gana continúa el otro tirando para arriba.
Ved ahí el séptimo monumento: "¡Oh, en realidad que no puedo! Me voy".
"¡No lo hagas, hermano!"
El sendero en realidad era extremadamente difícil, pero la cima estaba ya cerca...
Se acercan al octavo monumento y cerca de él, casi tocándolo, está un sendero lleno de flores. "¡OH, mira! que este va allá arriba en línea recta".
"No sabes si es él".
"Sí. Lo puedo distinguir".
"Te engañas".
"No me engaño. Voy por él".
"No lo hagas. Piensa en nuestro papá, en los peligros, en el tesoro".
"Que se pierda todo. ¿Para qué me sirve el tesoro si llego medio muerto a la cima? ¿Qué otro peligro mayor que el de este camino? ¿Qué falta de amor más grande pudo tener nuestro padre que se burló de nosotros con esta vereda para hacernos morir? Adiós. Llegaré antes que tú, y vivo..." y se metió en el camino contiguo, desapareciendo con un grito de alegría detrás de los troncos que arrojaban sombra.
El otro continuó lleno de tristeza... ¡Oh, el sendero en su última parte verdaderamente que era pesado! El caminante no podía más. Se sentía como ebrio de fatiga, de calor. En el noveno monumento se detuvo anhelante, apoyándose contra la roca excavada y leyó instintivamente las palabras esculpidas. Cerca había un sendero sombreado, con agua, con flores... "Casi, casi... ¡Pero no, no! Allí hay algo escrito, algo que escribió mi padre: 'Amor, obediencia, victoria'. Debo creer: en su amor, en su verdad, y debo obedecer para demostrar mi amor... En marcha... El amor me sostenga..." El décimo monumento está ya a la mano... El viajero agotado, quemado del sol, seguía caminando agachado como si llevase un yugo... Era el amoroso y santo yugo de la fidelidad que es amor, obediencia, fortaleza, esperanza, justicia, prudencia, que es todo... En vez de apoyarse, se echó bajo la poca sombra que proyectaba el monumento. Sentía morirse... Del sendero contiguo se oía un rumor de pájaros y olor a bosque..."Padre, padre, ayúdame con tu espíritu en la tentación... ayúdame a ser feliz hasta el fin".
De lejos, le llegó la voz del hermano llena en alegría: "Ven, te espero. Aquí es un edén... Ven..."
"¿Si fuese?... y gritando con todas sus fuerzas. ¿Sube de veras a la cima?"
"Sí, ven. Hay una galería fresca que lleva allá. Ven. Estoy viendo la cima, que está al otro lado de la galería..."
"¿Voy? ¿No voy?... ¿Quién me ayuda?... Voy..." Se apoyó sobre las manos para levantarse y mientras lo hacía notó que las palabras esculpidas no eran tan claras como las que se veían en el primer monumento: "En cada monumento las letras eran menos claras... como si mi padre ya agotado, las hubiese esculpido fatigosamente. Y... mira... también aquí se ve la misma señal roja que se vio ya desde el monumento quinto... Sólo que aquí está en el hueco de cada palabra y se escurrió hacia afuera, pintando la roca como con lágrimas llenas de sudor, como... de sangre..." Raspó con el dedo donde había una mancha grande, como de dos palmos. La mancha desapareció y dejó al descubierto estas palabras todavía frescas: "Así os llegué a amar, hasta derramar mi sangre para conduciros al tesoro".
"¡Oh, oh, padre mío! ¿E iba yo a tener la osadía de no obedecer tus órdenes? Perdóname, padre. Perdóname". El hijo se echó a llorar contra la piedra, y la sangre que había sobre las palabras se rehizo fresca, resplandeciente como un rubí, y las lágrimas se convirtieron para el hijo en bebida y en alimento y en fuerza... Se levantó... por amor llamó a su hermano con voz fuerte, con voz muy fuerte... Quería decirlo lo que había descubierto... el amor de su padre, decirle: "Regresa". Nadie respondió...
El joven emprendió de nuevo su marcha, casi arrastrándose sobre la dura piedra, porque estaba completamente fatigado, aunque su corazón gozaba de tranquilidad. Y pronto ve la cima... Y allí a su padre.
"¡Padre mío!"
"¡Hijo amado!"
El joven se echó a los brazos de su padre, que lo acogió cubriéndolo de besos.
"¿Vienes solo?"
"Sí... pero pronto llegará mi hermano..."
"No. No llegará jamás. Dejó el camino de los diez monumentos. No quiso regresar después de los primeros desengaños que le amonestaban. ¿Quieres verlo? Míralo allá. En el horno del fuego... Fue pertinaz en su culpa. Lo hubiera perdonado y esperado si, después de haber reconocido su error, hubiese vuelto sobre sus pasos, y aunque con retardo, hubiese pasado por donde derramé hasta mi sangre, para mostraros mi amor".
"El no lo sabía..."
"Si hubiese mirado con amor las palabras excavadas en los diez monumentos hubiera leído su verdadero significado. Tú lo leíste desde el quinto monumento y se lo hiciste notar, diciendo: '¡Papá tal vez aquí sufrió una herida!' y lo leíste en el sexto, en el séptimo, en el octavo, en el noveno... cada vez más claro, hasta que tuviste la curiosidad de ver lo que había bajo mi sangre. ¿Sabes el nombre de esa curiosidad, de ese instinto? 'Tu verdadera unión conmigo'. Las fibras de tu corazón, fundidas en las mías, tuvieron un vuelco, te dijeron: 'Aquí tienes la medida del amor de tu padre'. Ahora toma posesión del tesoro y de mí mismo; tú que fuiste amoroso, obediente, serás victorioso para siempre".
Esta es la parábola.
Los diez monumentos son los diez mandamientos. Vuestro Dios los esculpió y puso en el sendero que lleva al tesoro eterno, y ha sufrido por llevaros a aquel sendero. ¿Sufrís vosotros? También Dios. ¿Debéis haceros fuerza a vosotros mismos? También Dios.
¿Sabéis hasta qué punto? Sufriendo al separarse de Sí mismo y de esforzarse en saber lo que es el hombre con todas sus miserias que el ser humano trae consigo: nacer, tener frío, hambre, cansancio; padecer sarcasmos, afrentas, odios, asechanzas y hasta la muerte, derramando toda su sangre para daros el tesoro. Esto sufre Dios que ha bajado para salvaros. Esto sufre Dios en lo alto del cielo, permitiéndose a Sí mismo poder sufrir.
Jamás ningún hombre caminará por una vereda
más fatigosa y llena de dolor
como la que va caminando el Hijo del Hombre
En verdad os digo que ningún hombre, por más difícil que sea su sendero que lo lleve al cielo, caminará jamás por una vereda más fatigosa y llena de dolor como la que va caminando el Hijo del Hombre para venir del cielo a la tierra, y de la tierra al sacrificio y así abriros las puertas del tesoro.
Vosotros, para que no en vano se haya derramado
mi Sangre, debéis caminar por el sendero inmutable
de los diez mandamientos.
En las tablas de la Ley está ya mi Sangre. En el camino que os trazo está mi Sangre. La puerta del tesoro se abre bajo la onda de mi Sangre. Vuestra alma se hace pura y fuerte al verse lavada y alimentada con mi Sangre. Vosotros, para que no en vano se haya derramado, debéis caminar por el sendero inmutable de los diez mandamientos.
Ahora descansemos. Al atardecer me iré a Ippo, Juan a purificarse, y vosotros a vuestros hogares. La paz del Señor sea con todos vosotros."
VIII. 116-125
A. M. D. G.