HACIA GAMALA
#María habla con su cuñada del destino de su Hijo como acepta la voluntad de Dios
La tarde va bajando, mensajera de la brisa que refresca después de un calor abrasador, mensajera de la penumbra que es un descanso después de un sol tan fuerte.
Jesús se despide de los habitantes de Ippo. No está dispuesto a cambiar de plan, y quiere partir para poder encontrarse en Cafarnaum el sábado que se acerca.
La gente se aleja de mala voluntad, y no falta quien tercamente le siga aun fuera de la ciudad. Entre estos se encuentra la mujer de Afeq, la viuda, la que le pidió en los suburbios del lago que le dejase el pequeño Alfeo cuya madre no lo quiere. Se ha metido entre las discípulas, como si fuera una de ellas, y ha simpatizado tanto, que la consideran como a una del grupo. Ahorita está con Salomé, y le habla mucho, en voz baja. Detrás viene la Virgen con su cuñada, que acomodan su paso al del pequeñín que camina en medio de dos a quienes da una mano, y que se divierte brincando sobre el lomo de las piedras del camino, que con seguridad construyeron los romanos, pues las baldosas son casi del mismo tamaño.
Se ríe de buena gana y dice: "¡Mira qué bueno soy! ¡Mira, mira otra vez!" Un juego que me imagino que todos los niños del mundo hacen, cuando sienten en su mano la de otros que los quieren. Las dos santas mujeres que lo llevan, muestran mucho interés en su juego, lo alaban por su habilidad en brincar. El pequeñín es un pimpollo en pocos días de una vida en que ha encontrado paz y amor. Sus ojos reflejan el contento, como lo reflejan los niños felices; y hasta su sonrisa es más bella, sin el aire de tristeza que tenía la tarde en que salieron de Cafarnaum.
María de Alfeo, al mirar esto y al oír a Sara, la viuda, dice a su cuñada: "Estaría bien así. Si estuviese en lugar de Jesús se lo daría."
"Tiene mamá, María..."
"¿Madre? No lo digas. Una loba tiene más amor maternal que esa desventurada."
"Tienes razón. Pero si es cierto que no se siente obligada para con su hijo, siempre tiene derecho sobre él."
"¡Umh, para hacerlo sufrir! ¡Mira qué bien se ha puesto!"
"Lo sé. Pero... Jesús no tiene el derecho de quitar sus hijos a sus madres, ni siquiera de regalarlos a quien los amaría."
"Tampoco los hombres tendrían derecho de... Basta... Sé que..."
"Te comprendo... Quieres decir: también los hombres no tendrían ningún derecho de quitarme al Hijo, y con todo lo hacen... Pero al hacer esto, que es un acto humanamente cruel, acarrearán un bien infinito. En el caso presente, no sé si será un bien para aquella mujer..."
Pero sí para el niño... ¿Porqué nos dijo esa cosa tan terrible? Desde que la sé, no tengo más paz..."
María habla con su cuñada del destino de su Hijo
como acepta la voluntad de Dios
"¿Y no lo sabías antes, que el Redentor debía padecer y morir?"
"¡Claro que lo sabía! Pero no sabía que fuese Jesús. Lo quiero mucho, más que a mis propios hijos. Tan hermoso, tan bueno... Oh, te tenía envidia por El, cuando era pequeñín, y luego cuando fue creciendo... siempre te he tenido envidia... Hasta el viento me desagradaba si le tocaba... y no puedo resignarme a pensar que deba sufrir el tormento..." María Cleofás llora bajo su velo.
María, la Madre, la consuela: "María, no veas las cosas del lado humano. Piensa en sus frutos... Puedes imaginarte, cómo veo yo que cada día pasa el tiempo... Cuando llega la noche digo: un día más y perderá a Jesús... ¡Oh, María! Yo agradezco al Altísimo sobre todo una cosa: que me concedió llegar al amor perfecto, perfecto en lo que cabe en una criatura. Este amor me permite poder curar y fortalecer mi corazón diciendo: "Su dolor y el mío son útiles a mis hermanos, y por lo tanto sea bendito el Dolor". Si no amase así al prójimo, no podría, pensar que Jesús morirá... No lo podría yo..."
"Pero ¿qué clase de amor es el tuyo? ¿qué amor se debe tener para pronunciar esas palabras? Para... para... para no huir con el hijo mismo, defenderlo y decir al prójimo: ¿"Mi primer prójimo es mi hijo y lo amo sobre todas las cosas"??
"A quién se debe amar sobre todas las cosas es a Dios."
"Y El lo es."
"El hace la voluntad del Padre, y yo con El. ¿Qué clase de amor es el mío? ¿qué amor se debe poseer para decir esas palabras? El amor de unión con Dios, de unión total, de entrega total, de perderse en El, de no ser sino una parte de El, al igual que la mano es una parte de ti misma, y hace lo que tu cabeza ordena. Este es mi amor y el que se debe tener para hacer siempre con buena voluntad, la Voluntad de Dios."
"Pero tú eres tú. Eres la Bendita entre todas las mujeres. Claro que lo eras antes de que tuvieses en tu seno a Jesús, porque Dios te había escogido para ello, y te es fácil..."
Soy mujer y madre como lo es cualquiera otra mujer.
El don de Dios no suprime la naturaleza. Conserva su ser
humano como cualquiera otra, aun si el don le proporciona
una espiritualidad más fuerte
"No, María. Soy mujer y madre como lo es cualquiera otra mujer. El don de Dios no suprime la naturaleza. Conserva su ser humano como cualquiera otra, aun si el don le proporciona una espiritualidad más fuerte. Tú sabes ya que tuve que aceptar el don, por mi propia voluntad, y con todas sus consecuencias que pudiera acarrear. Todo don divino es una gran dicha, pero también una gran obligación. Dios no hace fuerza a ningún hombre para que acepte sus dones, sino que le pregunta, y si él responde a la voz que le pregunta con un: "No", Dios no lo fuerza. A todas las almas, al menos una vez en la vida, Dios les pregunta si..."
"Pero a mí no me ha preguntado ni pedido nada" dice con voz firme María de Alfeo.
La Virgen sonríe dulcemente. Le dice. "No has caído en la cuenta. Tú alma ha respondido sin que cayeses en la cuenta; y esto porque amas mucho al Señor."
"Te aseguro que no me ha hablado..."
"Y entonces ¿por qué vienes detrás de Jesús? ¿Y por qué te mueres de ansias de que tus hijos, todos tus hijos, sean seguidores de Jesús? Tú sabes lo que significa seguirlo, y con todo quieres que tus hijos lo sigan."
"Claro. Querría darle todos. Entonces podría asegurar que los he engendrado a la Luz. Y espero en Dios que pueda dárselos a Jesús para siempre, para la eternidad."
"Lo ves. ¿Y esto qué es? Un día Dios te preguntó: "¿María, me dejarías tus hijos para que sean mis servidores en la nueva Jerusalén?" Y le respondiste: "Sí, Señor". Y aun ahora que sabes que el discípulo no es más que el Maestro, respondes a Dios que te pregunta, para probar tu amor: "Sí, Señor mío. Quiero que todos sean tuyos". ¿No es así?"
"Así es, María. Así es. Soy muy ignorante y no logro entender lo que pasa en mi alma, pero cuando Jesús o tú me hacéis pensar, digo que es verdad. Es la pura verdad. Digo que... quisiera verlos muertos en manos de los hombres antes que ser enemigos de Dios... Cierto... si los viese morir... si... El Señor... me ayudaría ¿o no? El Señor me ayudaría en aquella hora... ¿o tan sólo a ti te ayudará?"
"Ayudará a todas sus hijas fieles y mártires en el espíritu, o en el espíritu y en la carne por su gloria."
"Pero ¿a quién van a matar?" pregunta el niño que al ir
oyendo esta plática ha dejado de seguir echando brinquitos
"Pero ¿a quién van a matar?" pregunta el niño que al ir oyendo esta plática ha dejado de seguir echando brinquitos, y ha estado atento. Pregunta nuevamente, entre curioso y espantado, mirando allá hacia la lejana campiña: "?¿Hay ladrones? ¿Dónde están?
"No hay ladrones, niño. Y por ahora nadie va a morir. Sigue, sigue brincando..." le dice la Virgen.
Jesús que iba muy adelante, se ha parado para esperar a las mujeres. Todavía se encuentran tres hombres y la viuda que desde Ippo le vienen siguiendo. Los demás, como gotas da agua, lo han ido dejando y regresado a su ciudad.
Jesús dice: "Detengámonos aquí en espera de la luna.
Luego continuaremos de modo que para cuando amanezca
entremos en la ciudad de Gamala."
Se unen los dos grupos. Jesús dice: "Detengámonos aquí en espera de la luna. Luego continuaremos de modo que para cuando amanezca entremos en la ciudad de Gamala."
"Pero, Señor, ¿no te acuerdas de que te echaron de allá? Te rogaron que te fueses..."
"¡Y qué! Me fui y ahora regreso. Dios es paciente y prudente. En aquella ocasión, como estaban fuera de control, no lograron acoger la Palabra que debe acogerse con un corazón tranquilo para que sea fructuosa. Acordaos de Elías y de cuando se encontró con el Señor en el Horeb, y reflexionad que Elías era un corazón a quien amaba el Señor y que estaba acostumbrado a entenderlo. Sólo en medio de la suavidad de una brisa sin rumor, cuando su alma descansaba de los sustos sufridos envuelta en la paz de las cosas que le rodeaban y de su ser tan valeroso, entonces el Señor le habló. El Señor ha esperado que este susto que quedó como recuerdo de cuando atravesó la legión de demonios -porque si cuando pasa el Señor hay paz, cuando Satanás pasa no hay más que turbación- haya pasado, y que volviesen a serenarse corazón e inteligencia, para volver a los de Gamala, que son hijos suyos todavía. No tengáis miedo. No nos harán ningún mal."
La viuda de Afeq se adelanta y se arrodilla: "¿Y no vendrás a mi casa, Señor? También Afeq está llena de hijos de Dios."
"El camino es áspero y no hay mucho tiempo. Vienen con nosotros mujeres y para el sábado tenemos que estar de regreso a Cafarnaum. No insistas, mujer" dice cortante Iscariote, como si intentase rechazar su petición.
"Es que... quería que se convenciese que puedo cuidar bien del niño."
"Pero tiene su mamá, ¿comprendes?" le dice Iscariote de mal modo.
"¿Conoces algún camino corto entre Gamala y Afeq?" pregunta Jesús a la mujer.
"¡Oh, sí! Por los montes, y es bueno, y fresco porque va entre árboles. En cuanto a las mujeres, pago lo que cuesten los borricos..."
"Iré para consolarte, pero no puedo darte el niño porque tiene su mamá. Pero te prometo que si Dios quiere que el inocente que no encuentra amor, lo tenga, me acordaré de ti."
"Gracias, Maestro. Eres bueno" dice la viuda y mira a Judas como si le dijese: "Y tú eres malo."
El niño que lo oyó y comprendió, por lo menos en parte, y que quiere también a la viuda que se lo ha venido conquistando con caricias y golosinas, parte por lo que comprendió, y parte por el instinto de imitación propia de los niños, repite lo que hizo la viuda, aunque no se arrodilla a los pies de Jesús, pero se agarra a sus rodillas; levanta su carita que la luna ilumina y dice: "Gracias, Maestro. Tú eres bueno." Pero no termina aquí. Quiere ser franco con lo que piensa y dice: "Y tú eres malo" y le da un puntapié a Iscariote, para que no haya error de a quién se dirige.
La carcajada de Tomás truena por los aires, y arrastra las de los demás, mientras dice: "¡Pobre Judas, estás seguro que los niños no te quieren! Cada vez que uno de estos te juzga, siempre te es desfavorable..."
Judas pierde su control. Su ira se desborda sin tener en cuenta que lo que dijo el niño no es para tanto. Lo arranca de las rodillas de Jesús y dice iracundo: "Esto sucede cuando lo serio se convierte en payasada. No es digno de nosotros ni tampoco de provecho el que traigamos una cola de mujeres y de bastardos..."
"Esto sí, no. Tú conociste muy bien a su padre. Fue esposo legítimo, y un varón justo" protesta enérgicamente Bartolomé.
"¿Y qué? ¿Y este no es acaso un perro sin dueño, un futuro ladrón? ¿No es acaso culpa de que a nuestras espaldas se digan ciertas cosas no muy convenientes? Algunos pensaron que fuese hijo de tu Madre... ¿Y dónde está el marido de tu Mamá para poder justificar un hijo de esta edad? O bien piensan que sea un hijo de nosotros, y..."
Hablas el lenguaje del mundo. El mundo habla
con las manos en el fango, a las ranas, a las sierpes,
a las lagartijas, a los animales inmundos...
Ven, Alfeo. No llores. Ven conmigo.
"Basta. Hablas el lenguaje del mundo. El mundo habla con las manos en el fango, a las ranas, a las sierpes, a las lagartijas, a los animales inmundos... Ven, Alfeo. No llores. Ven conmigo. Te llevaré en mis brazos."
La aflicción del niño es muy grande. Sale a flor todo el dolor que tiene como huérfano, como uno a quien su misma madre no ama. No le duelen tanto los rasguños que se ha hecho en la frente y en las manos, cuando se ha ido cayendo por entre las piedras, y que en esos casos las mujeres se las limpiaban y lo besaban para consolarlo, cuanto el dolor de ser un hijo que conoce el amor. Llora. Su lloro es triste. En medio de él se oye que grita por su padre muerto, por su madre... ¡Pobre niño!
Jesús lo toma entre sus brazos, lo besa, lo mima, lo consuela y delante de todos camina en medio del claror de la luna... Y entre tanto el lloro poco a poco va cesando, se puede oír en el silencio de la noche la voz de Jesús que dice. "Estoy Yo, Alfeo. Yo en lugar de todos. Soy como tu padre, como tu madre. No llores. Tu papá está junto a Mí, y te besa conmigo. Los ángeles te cuidan como si fuesen otras tantas madres. Todo el amor, todo el amor si eres bueno e inocente lo tendrás."
La voz ronca de uno de los tres que habían venido de Ippo, se oye que dice: "El Maestro es bueno y atrae. Pero sus discípulos no. Mejor me voy..."
Se oye la voz enérgica de Zelote que dice a Judas de Keriot: "¿Ves lo que has hecho?"
Y luego, se escucha el paso de los tres de Ippo que se van. La viuda se ha quedado con las discípulas y como ellas está afligida. Siguen caminando hasta que llegan a una gran caverna, que probablemente es refugio de pastores porque se ve erica y helechos, que fueron cortados no hace mucho, y que se les ha echado en el suelo para que se sequen.
"Vamos a detenernos aquí. Dejemos a las mujeres esta paja que la Providencia nos dio. Nosotros podemos recostarnos allá fuera sobre la hierba" dice Jesús. Y así hacen mientras la luna sigue sonriendo en el vasto firmamento.
VIII. 132-138
A. M. D. G.