EN GAMALA

 


 

#Mamá. Cada latido de tu corazón hace contento a Dios. Tú eres la alabanza viviente de Dios. Siempre lo serás, Mamá. Le estás agradeciendo desde que...   

#"¡La Mujer más amada del Amor eterno! Esto eres, Mamá. El Amor pensará en ti."   

#Desde ahora te los encomiendo, Madre mía. Acuérdate de estas mis palabras: te los encomiendo, te los confío. Te entrego mi herencia. No tengo en la tierra más que a mi Madre, y esta la ofrezco a Dios: Hostia con la Hostia; Te confío mi iglesia. Sé su Protectora.   

#Tú, durante el tiempo que todavía te quedas sobre la tierra, ayuda a Pedro como el jefe de la Iglesia. El es la cabeza, y tú su fiel. Tú eres la primera como Madre de la Iglesia, porque me diste a luz a Mí, que soy Cabeza de este Cuerpo místico. No rechaces a los muchos Judas; socorre y enseña a Pedro, a los hermanos, a Juan, Santiago, Simón, Felipe, Bartolomé, Andrés, Tomás y Mateo para que no rechacen a nadie, para que socorran a todos.   

#¡Madre, todos bajo tu manto! Tú eres la única que puedes cambiar, y lo podrás, los decretos de castigo que el Eterno determinó contra uno o contra muchos. Porque la Trinidad no podrá jamás negar algo a su Flor."   

#Gamala se encuentra en medio de dos valles de rocas que la separan de la campiña oriental y de los bosque de encinas de parte del occidente.   

#le daría de latigazos si Jesús no hubiera intervenido diciéndole: "No te es lícito. Es un hombre igual a ti.   

#"No se piden milagros para creer. Se pide fe para creer y conseguir así un milagro. Fe y compasión por el prójimo."   

#Jesús quiere hablar donde están los trabajadores que trabajan con mayor fatiga Se vuelve a los notables y dice: "Si tenéis poder para hacerlo, ordenad que suspendan su tarea."   

#"En este lugar ¿qué ve el hombre? Valles excavados, ...Y todo esto ¿para qué? "Preparad los caminos del Señor, enderezad en los desiertos los senderos de Dios. ...Esta es, vosotros que me escucháis, la verdadera defensa contra las desventuras del hombre.   

#El Profeta dice: "El hombre es como la hierba. Toda su gloria como la flor del campo. Se seca la hierba. Se marchita y cae la flor, apenas la toca el soplo del Señor"."   

#"La hierba seca cae, la flor se marchita y cae, pero la Palabra del Señor permanece para siempre". Esta es el arma, esta la defensa: la Palabra eterna que se ha hecho ley de vuestras acciones  

#Servir al Señor es amar. Amar la voluntad de Dios, quiere decir que lo amáis. La voluntad de Dios se esconde aun en las cosas aparentemente más humanas.  

 #Sube a la ciudad construida en la roca, como si fuese una ciudad de trogloditas, pero con edificios muy bien hechos

 


 

Apenas va a despuntar el alba y Jesús se despierta y se sienta sobre su lecho que fue de tierra y hierba. Luego se pone de pie, se pone las sandalias y el manto que se echó encima para defenderse del rocío y de la frescura de la noche. Con mucho tiento pasa entre sus discípulos que siguen durmiendo. Se retira unos cuantos metros Cuidadosamente trata de ver dónde pone el pie, porque la luz del alba es muy poca. Llega a un prado que entre un espacio de árboles y rocas, deja ver un pedazo de lago que surge, y un pedazo de cielo que se esclarece pasando del cielo oscuro del firmamento cuando la noche envuelve, al del día, mientras que en oriente se ve allá como si fuese una pincelada amarillenta, que a cada paso cambia de color hasta transformarse en un amarillo color rosado, y luego en un pálido coral.

Al ver la alborada se espera que hará un buen día, pese a una ligera niebla que se opone a la luz, allá en el oriente, y se asoma envuelta en levísimas nubes, tan leves que el firmamento azul del cielo se ve claro, mejor dicho, lo embellece como de organdí de oro y corales, que a cada instante se cambian, que parece cada vez más bella como si se esforzase por alcanzar la perfección de su efímera belleza antes que el día la disuelva con la victoria del brillante sol. En el poniente se nota todavía alguna que otra estrella, que si no lanza su fuerte brillo nocturno, no quiere desaparecer ante la luz solar. También hace lo mismo la luna que está a punto de esconderse detrás de las crestas de los montes, pero que pálida navega, sin sus fuertes rayos, como un planeta que se despide para siempre.

Jesús descalzo está de pie sobre la hierba mojada. Los brazos cruzados sobre el pecho. La cabeza levantada mira el día que surge, y piensa... o habla con su Padre.

El silencio es completo, tanto que se oyen caer las gotas del rocío.

Jesús baja su rostro, pero sin soltar sus brazos y se entrega a una meditación profunda. Está concentrado en Sí mismo. Sus hermosos ojos están clavados en el suelo, como si quisiera arrancar a la hierba su respuesta. Pero apuesto que no se fijan ni siquiera en el leve movimiento de los tallos que se mueven al sol de la brisa, algo semejante como el movimiento de quien se despierta y se estira, para despertar completamente. Jesús ve, pero no mira este despertar de las hierbas, de las flores selváticas que se balancean en sus ramitas, en sus hojas, en sus corolas, algunas que parecen un sombrero, otras un racimo, o espigas, y guedejas; otras que están solas con sus cálices, otras en forma de aureola, de cuerno, de edredón, de baya; algunas están tiesas en sus tallos, otras se han doblegado al contacto de otras que les están cerca; algunas están pegando ya con el suelo, o arrastrándose sobre él, algunas hechas un ramo como si fueran una familia, otras solitarias, altas de fuertes colores y de bella pose; pero todas estas flores y hierbas no quieren otra cosa más que sacudirse el rocío de sus pétalos, porque desean el sol. Algo así como a ciertos hombres que jamás están contentos de lo que son.

Jesús, parece que escucha, pero no cabe duda que no oye ni siquiera el roce del aire que aumenta  que juguetea sacudiendo el rocío; tampoco el trinar cada vez más grande de los pajarillos que se han despertado y se cuentan los sueños que tuvieron en la noche, o se intercambian sus saludos desde sus nidos todavía tibios, donde entre lanitas y delicado heno, los recién nacidos, que ayer no estaban sino pelados, ahora empiezan a echar las primeras plumitas, o bien abren sus ridículos picos, y enseñan sus gañotes rojos, pidiendo ya los primeros bocados del día. Parece como si escuchase, pero seguro que no oye el primer grito de amor del mirlo, el primer trino de la curruca, ni la nota de oro de la alondra que alegre remonta el vuelo hacia los primeros rayos solares, ni el zumbido de las golondrinas que rasgan el cielo, y empiezan a tejer en el aire sus telas de incansables vuelos. Ni siquiera pone atención al chirrido de una urraca que se balancea en una rama de pino, cerca del que está Jesús, y que parece como si le preguntara: "¿Quién eres? ¿Qué estás pensando?" y como que se burlara de El. Ni siquiera esto lo saca de su meditación.

Pero ¿quién no sabe que las urracas son un poco intolerantes? La que está en la rama, cansada de ver que alguien se ha metido en su propiedad, arranca del pino dos piñas, y con una precisión que envidiaría cualquier campeón, se las deja caer sobre la cabeza de Jesús. No es un proyectil que mate a cualquiera, pero sí lo suficiente para sacar al Pensativo Jesús de sus meditaciones. Mira hacia arriba, y ve al pajarraco con las alas abiertas, y digamos, con resoplidos pajarescos, se alegra de lo bien que dio en el blanco. Se sonríe, sacude su cabeza, suspira como para poner fin a sus pensamientos, y se aleja del árbol. La urraca lanza una carcajada, y en picada se lanza sobre la hierba para revolotear, buscar, picotear donde ya no está el Entrometido.

Jesús busca agua, pero no la encuentra. Se resigna a regresar a donde están sus apóstoles, pero los pájaros le enseñan dónde encontrarla. En parvadas bajan en dirección de las flores con sus cálices abiertos, en los que hay mucha agua, o bien se posan sobre las hojas largas, velludas, en donde el agua ha quedado aprisionada, y en ellas calman su sed, y se lavan sus caritas. Jesús los imita. En el hueco de su mano junta agua de los cálices de las flores y se la echa en su rostro. Corta largas hojas velludas y con ellas se quita el polvo de sus pies, se limpia las sandalias; con otras se lava las manos y al ver que están limpias, sonríe y consigo mismo dice: "¡Las divinas perfecciones del Creador!"

Ya está limpio, ya está bonito, porque con su mano mojada se alisa los cabellos y la barba, y entre tanto que el sol deja caer sus primeros rayos como una alfombra, va a despertar a los apóstoles y a las mujeres.

Unos como otras tardan en despertarse por lo cansados que están. La Virgen está ya despierta. Tiene en sus brazos al niño que duerme tranquilo, con su cabecita bajo el mentón de Ella. Al ver que entra Jesús, le sonríe con esos ojos celestiales, y se tiñe su rostro con la alegría de volverlo a ver. Deja al niño que gruñe un poco al sentir que no está en los brazos, se levanta y se dirige a Jesús con su paso tan calladito, cual de bella paloma.

"Que Dios te bendiga en este día, Hijo mío."

"Que Dios esté contigo, Mamá. ¿Pasaste mala noche?"

"Al revés. Muy buena. Me imaginé siempre que te tenía entre mis brazos como cuando eras pequeño... Y soñé que salía como de tu boca un río de oro, que cantaba un cántico tan dulce que no se puede expresar, y como que una voz decía... ¡Oh, qué voz!: "Esta es la palabra que enriquece al mundo y da bienandanza a quien la escucha y obedece. Bienandanza en el tiempo. Bienandanza en el espacio. Ella será la salvadora". ¡Oh, Hijo mío, Tú eres esta Palabra! ¿Cómo haré para que durante mi vida pueda agradecer al Eterno el haber sido tu Madre?"

 

Mamá. Cada latido de tu corazón hace contento a Dios. 

Tú eres la alabanza viviente de Dios. Siempre lo serás, Mamá. 

Le estás agradeciendo desde que...

 

"No te pongas a pensar en ello, Mamá. Cada latido de tu corazón hace contento a Dios. Tú eres la alabanza viviente de Dios. Siempre lo serás, Mamá. Le estás agradeciendo desde que..."

"No creo que lo haga suficientemente bien, Jesús. ¡Es tan grande! ¡Es muy grande lo que Dios ha hecho en mí! ¿Qué cosa hago de más de lo que hacen las otras que como yo son tus discípulas? Díselo, Hijo, a nuestro Padre, para a que me conceda la manera de agradecerle el don que me ha dado."

"Mamita, ¿crees que el Padre tiene necesidad de que se lo pida Yo? El te ha preparado el sacrificio que debes consumar por esta alabanza perfecta, y lo será cuando la hayas realizado..."

"¡Jesús mío!... comprendo lo que quieres decir... Pero ¿seré capaz de pensar en aquella hora?... Tu pobre Mamita..."

 

"¡La Mujer más amada del Amor eterno! Esto eres, Mamá. 

El Amor pensará en ti."

 

"¡La Mujer más amada del Amor eterno! Esto eres, Mamá. El Amor pensará en ti."

"Tú lo dices, Hijo, y a tu palabra me fío. Pero Tú... ruega por mí, en aquella hora que ninguno de estos comprende... y que ya se acerca... ¿No es verdad? ¿No es acaso verdad?"

Es imposible describir la expresión del rostro de María cuando dice estas palabras. No hay escritor que pueda transcribirla con palabras sin que no le quite su fuerza, belleza, tinte. Sólo el que tiene corazón y un corazón bueno, cualquiera que sea su sexo, puede figurarse mentalmente el rostro de María y la expresión que tiene en estos momentos.

 

Desde ahora te los encomiendo, Madre mía. 

Acuérdate de estas mis palabras: te los encomiendo, 

te los confío. Te entrego mi herencia. 

No tengo en la tierra más que a mi Madre, 

y esta la ofrezco a Dios: Hostia con la Hostia; 

Te confío mi iglesia. 

Sé su Protectora. 

 

Tú, durante el tiempo que todavía te quedas sobre la tierra,

 ayuda a Pedro como el jefe de la Iglesia. 

El es la cabeza, 

y tú su fiel. 

Tú eres la primera como Madre de la Iglesia,

 porque me diste a luz a Mí, que soy Cabeza 

de este Cuerpo místico. 

No rechaces a los muchos Judas; 

socorre y enseña a Pedro, a los hermanos, a Juan, Santiago,

 Simón, Felipe, Bartolomé, Andrés, Tomás y Mateo 

para que no rechacen a nadie, para que socorran a todos.

 

Jesús la mira... Otra expresión que no puede traducirse en humildes palabras. Le responde: "Y tú ruega por Mí en la hora de la muerte... Sí, nadie de estos comprende... No es su culpa... Es Satanás que echa humo para que no vean, para que estén como ebrios y no comprendan, y por lo tanto para que estén impreparados... y con mayor facilidad se les pueda doblegar... Pero Yo y tú los salvaremos, pese a las asechanzas de Satanás. Desde ahora te los encomiendo, Madre mía. Acuérdate de estas mis palabras: te los encomiendo, te los confío. Te entrego mi herencia. No tengo en la tierra más que a mi Madre, y esta la ofrezco a Dios: Hostia con la Hostia; Te confío mi iglesia. Sé su Protectora. Hace poco estuve pensando que en el correr de los siglos cuántos Judas no habrá con sus taras. Y pensaba que uno que no fuese Jesús lo rechazaría, alejaría a este tarado. Pero no lo rechazaré. Soy Jesús. Tú, durante el tiempo que todavía te quedas sobre la tierra, ayuda a Pedro como el jefe de la Iglesia. El es la cabeza, y tú su fiel. Tú eres la primera como Madre de la Iglesia, porque me diste a luz a Mí, que soy Cabeza de este Cuerpo místico. No rechaces a los muchos Judas; socorre y enseña a Pedro, a los hermanos, a Juan, Santiago, Simón, Felipe, Bartolomé, Andrés, Tomás y Mateo para que no rechacen a nadie, para que socorran a todos. Defiéndeme de los que me persiguen. Defiéndeme de los que quieran destruir y despedazar mi Iglesia naciente. Y en los siglos que están por venir, serás, Madre, la que interceda, la que proteja, defienda, ayuda mi Iglesia, mis sacerdotes, mis fieles, del mal y del castigo... ¡Cuántos Judas habrá durante los siglos, Madre mía! ¿Y cuántos que no sabrán comprender, semejantes a ciegos y a sordos que no pueden ni ver ni oír, a lisiados y a paralíticos que no pueden acercarse!... ¡Madre, todos bajo tu manto! Tú eres la única que puedes cambiar, y lo podrás, los decretos de castigo que el Eterno determinó contra uno o contra muchos. Porque la Trinidad no podrá jamás negar algo a su Flor."

"Lo haré, Hijo. Por lo que me toca, sigue hacia tu meta. Tu Mamá se queda para defenderte en tu Iglesia, y esto, siempre."

"Dios te bendiga, Mamá... Ven. voy a cortar cálices de flores llenos de perfumado rocío, y te lavarás tu rostro como yo lo hice. Nos los puso a la mano nuestro Padre Santísimo, y los pájaros me lo enseñaron. Mira cómo todo es útil en lo que Dios creó. Esta explanada cercana al lago, tan fértil por las nubecillas que se levantan del Mar galileo y por los altos árboles que atraen el rocío, haciendo que se refresquen las plantas, aun en medio de este ardiente sol. Estas pobres flores llenas de rocío para que en sus cálices encuentren sus hijos amados agua para lavarse sus caras... Mira lo que el Padre dejó para los que le aman. Ten. Agua de Dios en cálices que Dios creó para que la Eva del nuevo Paraíso se lave su rostro." Y Jesús corta las hojas largas, no sé cómo se llaman, y echa en las manos de María el agua que juntó...

Los demás se despertaron ya y vienen en busca de Jesús que se ha alejado unos cuantos metros del lugar donde descansaron.

"Estamos prontos, Maestro."

"Está bien. Vamos por acá."

"Pero ¿es buen camino? Acá terminan los bosques y la otra vez fuimos bajo la sombra de árboles..." replica Santiago de Zebedeo.

"Porque subíamos de la parte del lago; pero ahora podemos tomar un camino mejor. ¿Veis? Gamala está allá entre el oriente y el sur. Y este es el único camino. Los otros tres lugares no son más que para las cabras del monte."

"Tienes razón. Así no tendremos que pasar por ese valle seco, por el que vimos venir a los endemoniados" dice Felipe.

 

Gamala se encuentra en medio de dos valles de rocas 

que la separan de la campiña oriental y de los bosque 

de encinas de parte del occidente.

 

Rápidos caminan, dejando muy pronto el bosque en el que pernoctaron, por un camino pedregoso más allá del valle que se ve tanto mejor, cuanto más se acerca uno al monte sobre el que está situada Gamala, y abrupto por tres partes, esto es, por el este, norte y poniente, y a él solo se llega por este camino derecho que va de norte a sur. Gamala se encuentra en medio de dos valles de rocas que la separan de la campiña oriental y de los bosque de encinas de parte del occidente.

Muchas piaras de cerdos se ven ir hacia las encinas. Pasan carros cargados de piedras labradas, que tiran lentamente mansos bueyes. De vez en cuando pasa alguien que cabalgando en su caballo levanta nubes de polvo. Pasan cuadrillas de escavadores, que me imagino, son de esclavos o de hombres condenados a trabajos forzados. Se les nota la flacura al pasar. Con ellos pasan los capataces.

Cuanto más se acerca uno al monte, y el camino empieza a subir, se ven trincheras o fosos como anillos pegados al monte, que lo defienden. haber hecho aquellas excavaciones no habrá sido cosa fácil, sobre todo en ciertos lugares que están a pico. Y con todo, hombres y más hombres trabajan en reparar las fortificaciones y existentes, en hacer otras, en llevar sobre las espaldas desnudas piedras que los doblan, y que dejan sus huellas de sangre sobre ellas.

"Pero ¿qué se proponen hacer los hombres de la ciudad? ¿Estamos acaso en tiempo de guerra para tantos trabajos? ¡Están locos!" dicen algunos de los apóstoles. Las mujeres compadecen a los infelices semidesnudos, mal alimentados, obligados a trabajos superiores a sus fuerzas.

"¿Quién los obliga a trabajar? ¿El Tetrarca o los romanos?" preguntan los apóstoles y discuten entre sí, porque parece que Gamala, si se puede decir, parece que sea una parte independiente de la tetrarquía de Filipo, y de la de Herodes, y porque parece imposible a varios apóstoles que los romanos se pongan a construir en lugares que no les pertenecen fortificaciones que el día de mañana se podrían emplear contra ellos. Y la eterna idea, fija como delirio, del reino temporal del Mesías se le emplea como bandera de una victoria segura y de una gloria de independencia nacional.

 

le daría de latigazos si Jesús no hubiera intervenido

 diciéndole: "No te es lícito. Es un hombre igual a ti.

 

Gritan tanto los apóstoles que los capataces se acercan a escuchar. Son hombres rudos, de raza no hebrea, ya entrados en años, con cicatrices en el cuerpo. Lo que son lo grita uno de ellos: "¡Nuestro reino!" ¿Oíste, Tito? ¡Narigudos! Vuestro reino está aplastado bajo estas piedras. Quien emplea al enemigo para construir contra el enemigo, favorece al enemigo. Palabras de Publio Corfinio. Y si no las comprendéis, que os aproveche. La piedras os darán razón del enigma" y se carcajea levantando su látigo al ver que un pobre trabajador, agotado, no puede más y se sienta; y le daría de latigazos si Jesús no hubiera intervenido diciéndole: "No te es lícito. Es un hombre igual a ti."

"¿Quién eres tú para que te inmiscuyas en lo mío y defiendas a un esclavo?"

"Soy la Misericordia. Mi nombre como tal poco te podría decir, pero mi modo de obrar, te recuerda que debes ser compasivo. Acabas de decir: "Quien emplea al enemigo para construir contra el enemigo, sirve al enemigo". Y dijiste algo que es doloroso pero cierto. Yo te voy a decir algo que es luminoso: "Quien no tiene misericordia, no la encontrará"."

"¿Eres orador?"

"Soy la Misericordia, te lo he dicho."

Algunos que vienen de Gamala o se dirigen a ella, dicen: "Es el Rabbí de Galilea. Al que obedecen las enfermedades, los vientos, el mar, los demonios; quien cambia las piedras en pan y a quien ninguna cosa resiste. Vayamos a decirlo en la ciudad. Que vengan los enfermos. Que nos hable. También nosotros somos de Israel." Algunos de ellos parten rápidamente, otros se quedan con el Maestro.

El capataz pregunta: "¿Es verdad lo que dicen estos de Ti?"

"Sí."

"Haz un milagro y creeré."

 

"No se piden milagros para creer. Se pide fe para creer 

y conseguir así un milagro. Fe y compasión por el prójimo."

 

"No se piden milagros para creer. Se pide fe para creer y conseguir así un milagro. Fe y compasión por el prójimo."

"Yo soy pagano..."

"No es razón suficiente. Vives en Israel que te da dinero..."

"Porque trabajo."

"No. Porque haces trabajar a otros."

"Sé hacerlo..."

"Y sin piedad. ¿Pero nunca te has puesto a pensar que si en vez de ser romano, hubieras nacido en Israel podrías estar en el lugar de uno de estos?"

"¡Eh!... Claro... pero no soy, por protección de los dioses."

"Tus vanos ídolos no te podrán defender, si el verdadero Dios quisiere castigarte. Todavía no has muerto, procura pues ser misericordioso para que obtengas misericordia...

El capataz quisiera replicar, discutir, pero sacude con desprecio sus hombros, da media vuelta y va a dar latigazos a un trabajador que ha dejado de dar con el pico en una durísima roca.

Jesús mira al infeliz trabajador y mira al capataz. Dos miradas llenas de compasión, pero distintas. De una tristeza tan profunda que me trae a la memoria ciertas miradas de Jesús durante s Pasión. Pero ¿qué puede hacer? Impotente para intervenir, continúa su camino, llevando en su corazón las desventuras de que ha sido testigo.

De Gamala bajan corriendo muchas personas, de entre ellas, algunos principales. Al llegar a Jesús se inclinan profundamente y lo invitan a entrar en su ciudad para que hable a la población, que por su parte está viniendo en tropel.

 

Jesús quiere hablar donde están los trabajadores que

 trabajan con mayor fatiga Se vuelve a los notables 

y dice: "Si tenéis poder para hacerlo, 

ordenad que suspendan su tarea."

 

"Vosotros podéis ir a donde queréis, pero esos ( y señala a los trabajadores), no pueden. Todavía no hace mucho calor. Se siente el fresco. Vamos con aquellos infelices para que también puedan oír la Palabra de Vida" dice Jesús, y es el primero en regresar. Toma un atajo que va a dar al pie del monte, donde los trabajadores trabajan con mayor fatiga. Se vuelve a los notables y dice: "Si tenéis poder para hacerlo, ordenad que suspendan su tarea."

"Sí, tenemos. Somos nosotros los que pagamos, y si pagamos las horas en que no trabajen, nadie podrá lamentarse" dicen los de Gamala y van a hablar con los capataces, que veo que después de algunos momentos, encogen sus hombros como diciendo: "¡Si así os place, qué nos importa!" Dan un silbido que debe ser la señal de descanso.

Jesús entre tanto ha estado hablando con otros de Gamala, los cuales asienten con la cabeza y ligeros parten a la ciudad.

Los trabajadores acuden temerosos a donde están los capataces. "Dejad el trabajo. El ruido molesta al filósofo" dice uno de ellos, que tal vez será el jefe de todos.

Los trabajadores miran con cansados ojos al que ha sido llamado "filosofo" y por cuya causa ellos van a descansar. Y este "filósofo" mirándolos con compasión, responde a su mirada, y a lo que dijo el capataz con las siguientes palabras: "No me molesta el ruido, sino que me da compasión su miseria. Venid, hijos. Descansen vuestros cuerpos y mucho más vuestro corazón junto al Mesías de Dios."

La gente, los esclavos, los que trabajan por condena, los apóstoles, los discípulos se apiñan en el espacio libre que hay entre el monte y los fosos, y el que no puede, trepa más arriba, o se sube sobre los pedazos de roca que hay en el suelo; los que ni esto, se resignan a ir al camino donde ya los rayos del sol están golpeando. Sigue llegando cada vez más gente de Gamala, o de otras partes, y que iban a la ciudad.

La multitud es muy numerosa; se abren paso entre ella los que ha poco habían partido. Traen canastas pesadas. Llegan hasta donde está Jesús, que ha dicho a los apóstoles que pongan en primera fila a los trabajadores. Ponen las canastas y las jarras a los pies de Jesús.

"Dad a estos la oferta de la caridad" ordena Jesús.

"Ya comieron y allí está todavía su posca, su pan. Si comen mucho, no podrán trabajar" grita uno de los capataces.

Jesús lo mira y repite la orden: "Dad a estos una comida para humanos, y traedme su alimento."

Los apóstoles y algunos por propia voluntad, hacen lo que ordenó Jesús.

¡Su alimento! Una especie de algo que quiere ser pan, duro, que ni los mismos animales comerían. Su posca, agua mezclada con vinagre. Este es el alimento de estos que tiene que trabajar. Jesús lo mira y hace que lo pongan sobre el suelo. Mira a los que deberían comérselo. Cuerpos demacrados en los que no hay más que músculos, a fuerza del trabajo. Se les nota como que quieren reventar bajo la piel. Ojos llenos de cansancio, de temor. Bocas ávidas, que parecen como si fueran de animales, tal es el ansia con que comen lo que se les ofrece y en abundancia. Beben vino, un buen vino que les da fuerzas. Vino fresco...

Jesús espera que terminen de comer; pero no por mucho tiempo porque en un santiamén acaban con todo.

 

En este lugar ¿qué ve el hombre? Valles excavados, ...

Y todo esto ¿para qué?  ...

"Preparad los caminos del Señor, enderezad 

en los desiertos los senderos de Dios. ...

Esta es, vosotros que me escucháis, la verdadera defensa

 contra las desventuras del hombre.

 

Jesús abre sus brazos con su actitud habitual de cuando va a empezar a hablar, y para llamar la atención e imponer silencio. Dice: "En este lugar ¿qué ve el hombre? Valles excavados, cosa que la naturaleza misma no hizo. Colinas formadas con rocas y terraplenes, mano de hombre; caminos sinuosos y que penetran hasta las entrañas del monte, como cuevas de animales. Y todo esto ¿para qué? Para defenderse de algún posible peligro, que pudiera venir de dónde no se sabe, pero que se presiente como se presiente una granizada en un cielo tempestuoso.

En verdad que aquí se ha trabajado humanamente, con fuerzas humanas y con medios humanos, y aun con deshumanos, para defenderse y atacar, si es necesario, olvidándose de las palabras del Profeta que enseñó a su pueblo cómo deba defenderse de las desventuras humanas con medios sobrehumanos, y mejores. El dijo: "Consolaos... Consolad a Jerusalén porque su esclavitud ha terminado, su iniquidad ha quedado expiada. La mano del Señor la castigó doblemente por sus pecados". Y después de la promesa, dice el modo con qué debe ejecutarse, para que sea realidad: "Preparad los caminos del Señor, enderezad en los desiertos los senderos de Dios. Los valles deben ser nivelados, las montañas mochadas, los caminos torcidos enderezados, los ásperos, aplanados. Entonces aparecerá la gloria del Señor y todos los hombres sin excepción la verán porque la boca del Señor ha hablado". Palabras que Juan el que bautizaba, las repitió hasta que la muerte no tronchó su vida.

Esta es, vosotros que me escucháis, la verdadera defensa contra las desventuras del hombre. No el arma contra el arma, defensa contra la ofensa, no más orgullo, no más crueldad, sino armas sobrenaturales, virtudes conquistadas en la soledad, esto es, en lo íntimo del hombre, que trabaja por santificarse, edificando montes de caridad, destruyendo cimas de soberbia, nivelando caminos torcidos de concupiscencia, quitando los obstáculos que sus pasiones puedan presentarle. Entonces se dejará ver la gloria del Señor y el hombre gozará de la protección de Dios contra las asechanzas de sus enemigos espirituales y materiales. ¿Qué cosa queréis que sean una pocas trincheras y fosos, unas cuantas explanadas, unas cuantas fortalezas contra el castigo que Dios envía debido a la iniquidad o aun a la tibieza humanas? Contra estos castigos, que pueden tener por nombre: romanos, como un tiempo lo tuvieron los babilonios, filisteos, egipcios, pero que en realidad no son ni fueron más que un castigo de Dios, debido al demasiado orgullo, sensualidad, codicia, mentira, egoísmo desobediencia a la santa Ley del Decálogo. Una mosca puede matar aun al hombre más fuerte. La ciudad mejor amurallada puede caer por una u otra razón, si Dios no la protege, y no lo hace por causa de los pecados del hombre o de la ciudad.

 

El Profeta dice: "El hombre es como la hierba. 

Toda su gloria como la flor del campo. 

Se seca la hierba. Se marchita y cae la flor, 

apenas la toca el soplo del Señor"."

 

El Profeta dice: "El hombre es como la hierba. Toda su gloria como la flor del campo. Se seca la hierba. Se marchita y cae la flor, apenas la toca el soplo del Señor"."

Vosotros hoy, porque lo he querido, miráis con compasión a estos que hasta el día de ayer habíais considerado como máquinas de trabajo. Hoy, porque los reuní aquí, como hermanos entre hermanos, como pobres hermanos en medio de vosotros que sois ricos y conocéis la felicidad, los consideráis por lo que son: hombres. El desprecio o la indiferencia ha desaparecido del corazón de muchos de vosotros y en su lugar ha entrado la compasión. Pero consideradlos más profundamente, más que un ser oprimido. Dentro de su cuerpo, dentro de ellos, hay un alma, una inteligencia, sentimientos como los que vosotros abrigáis. Un día fueron como vosotros: sanos, libres y alegres porque eran felices. Después no más. Porque si la vida del hombre es como la hierba que se seca, todavía mucho más frágil es su bienestar. Los que hoy están sanos, mañana pueden estar enfermos; los que hoy son libres mañana pueden ser esclavos; los que son hoy felices, mañana no lo pueden ser.

Entre estos que están infelices, habrá de los culpables, pero no juzguéis su culpa y no os alegréis de que la estén expiando. Mañana, por muchas razones, podríais convertiros en culpables u obligados a una cruel expiación. Sed por tanto misericordiosos, porque no conocéis el día de mañana, en el que necesitarías de toda la compasión divina y humana, porque el presente puede cambiarse. Sed propensos a amar y a perdonar. No hay ningún hombre sobre la tierra que no necesite del perdón de Dios y de algún prójimo suyo. Perdonad, pues, para que se os perdone.

 

"La hierba seca cae, la flor se marchita y cae, 

pero la Palabra del Señor permanece para siempre". 

 

Esta es el arma, esta la defensa: la Palabra eterna 

que se ha hecho ley de vuestras acciones

 

El Profeta añade: "La hierba seca cae, la flor se marchita y cae, pero la Palabra del Señor permanece para siempre". Esta es el arma, esta la defensa: la Palabra eterna que se ha hecho ley de vuestras acciones.

Levantad este baluarte contra el peligro que os amenaza y seréis salvos. Acoged, pues, la Palabra, acoged al que os está hablando. Pero no la acojáis materialmente, por el espacio de una hora dentro de vuestra ciudad, sino más bien en vuestro corazón, y para siempre, porque Yo soy El que sabe, El que obra, El que gobierna con poder. Soy el buen Pastor que apacienta el rebaño que se le ha confiado. A nadie descuido, bien sea pequeño, cansado, herido; o uno a quien la suerte ha golpeado, o bien que llora sus errores; no descuido al rico y al dichoso que deja todo por la verdadera riqueza y felicidad: la de servir a Dios hasta la muerte.

El Espíritu del Señor está conmigo porque El me envió a anunciar la Buena Nueva a los que sobrellevan la dureza de la vida, a curar a los que llevan penas en el alma, a predicar la libertad a los esclavos, la libertad a los prisioneros. No se puede decir que sea yo un alborotador de pueblos porque no incito a la rebelión, ni aconsejo a los esclavos y prisioneros a que escapen; sino que enseño al hombre encadenado, al esclavo la verdadera libertad, el verdadero modo de libertarse, que nadie le puede quitar, ni limitar; aquella que cuanto mayor es, tanto más en sus brazos se arroja el hombre: la libertad espiritual, la liberación del pecado, la mansedumbre y paciencia en el dolor, el saber reconocer a Dios más allá de lo que hacen los hombres que le ponen a uno las cadenas; el saber creer que Dios ama a quien lo ama, y perdona donde el hombre no perdona; saber esperar una región eterna de premio para quien sabe ser bueno en la desgracia, a quien sabe arrepentirse de sus pecados, sabe ser fiel al Señor.

No lloréis, vosotros por los que estoy hablando en particular. Vine a consolar a los abandonados, a recoger a los despreciados, a prender luz en sus tinieblas, paz en sus almas, a prometer una mansión de gloria a quien se arrepiente, como al que no tiene porqué arrepentirse. No hay nada que pueda impedir esto que espera en el cielo a los que saben servir al Señor en la condición en que se encuentran.

 

Servir al Señor es amar. Amar la voluntad de Dios, 

quiere decir que lo amáis. 

La voluntad de Dios se esconde aun en las cosas

 aparentemente más humanas. 

 

No es difícil, hijitos, servir al Señor. El os ha dado un modo fácil con que le sirváis, porque quiere que seáis felices en el cielo. Servir al Señor es amar. Amar la voluntad de Dios, quiere decir que lo amáis. La voluntad de Dios se esconde aun en las cosas aparentemente más humanas. Me dirijo a vosotros que tal vez derramasteis sangre fraterna, porque, si es verdad que no fue voluntad de Dios que hubierais empleado la violencia, ahora es su voluntad que en la expiación canceléis vuestras deudas para con el Amor. Porque si no fue voluntad de Dios que os hubieseis rebelado contra vuestros enemigos, es ahora su voluntad que seáis humildes como en un tiempo fuisteis soberbios para vuestro mal. Porque, si no fue voluntad de Dios que con engaño, grande o pequeño, os hubieseis apropiado de lo que no era vuestro, es ahora voluntad de Dios que seáis castigados para que no os presentéis ante El con el pecado en vuestro corazón.

Y esto no deben olvidarlo los que ahora gozan de la felicidad, los que se creen seguros, los que por esta necia seguridad no reparan en sí el Reino de Dios; cuando llegue la hora de la prueba serán como hijos que están lejos de la casa del Padre, a merced de la tempestad, bajo el látigo del dolor.

Observad la justicia. Levantad los ojos a la casa paterna, al reino de los cielos que, cuando sus puertas abra El que vino a abrirlas, no rechazará a nadie que haya obrado con justicia.

Vosotros que habéis perdido algún miembro de vuestro cuerpo, los paralizados, los eunucos; los que en vuestro corazón habéis sufrido alguna pérdida, los que estáis paralizados, o sois eunucos en vuestro espíritu, excluidos en Israel, no temáis de no tener un lugar en el Reino de los cielos. Las mutilaciones, la parálisis, la castración del cuerpo, terminan con él. Las privaciones como la de la libertad, y la esclavitud cesan también algún día; las del espíritu, esto es, las culpas pasadas, se reparan con buena voluntad. Las mutilaciones materiales no tienen ningún valor ante los ojos de Dios; las espirituales desaparecen ante sus ojos cuando las cubre un arrepentimiento amoroso.

El no pertenecer al Pueblo santo no es ningún obstáculo para servir al Señor. Ha llegado el tiempo en que las fronteras de la tierra se borrarán porque uno solo es el Rey, el Rey de todos y de los reyes también, el que reúne a todos los pueblos en uno solo para formar un Pueblo nuevo, que es el suyo. De este pueblo no serán excluidos sino los que tratan de engañar al Señor con un respeto hipócrita a su Ley, Ley que todos los hombres de buena voluntad pueden seguir, bien sean hebreos, gentiles o idólatras. Porque donde existe la buena voluntad, existe la inclinación natural a la justicia; y quien a esta tiende, no encontrará dificultad en adorar al Dios verdadero, cuando llegue a conocerlo, a venerar su Nombre, a santificar sus fiestas, a honrar sus padres, a no matar, ni robar, ni jurar en falso, ni cometer adulterio o fornicación, a no ambicionar lo que no es suyo. Y si hasta el presente no lo ha hecho, de ahora en adelante que lo haga, para que pueda salvar su alma y conquiste un lugar en el cielo. Escrito está: "Daré un lugar en mi casa, si observan mi Alianza y los haré dichosos". Esto se dijo a todos los hombres de santa voluntad, porque el Santísimo es Padre común de todos los hombres.

He dicho que no tengo dinero que dar a estos, ni les serviría para algo. Pero digo a vosotros de Gamala, que habéis avanzado mucho en el camino del Señor desde la primera vez en que nos encontramos, que construyáis una muralla más fuerte para defender vuestra ciudad: la del amor mutuo, y para con estos, lo mostréis socorriéndolos en mi Nombre, mientras por vosotros derraman sus sudor. ¿Lo haréis?"

"Sí, Señor" responde a coro la multitud.

"Entonces vámonos. No hubiera entrado dentro de vuestra ciudad, si la dureza de vuestro corazón hubiese respondido con un "no" a mi súplica. Vosotros que os quedáis, sed benditos... Vámonos..."

 

Sube a la ciudad construida en la roca, como si fuese una

 ciudad de trogloditas, pero con edificios muy bien hechos

 

Toma nuevamente el camino, sobre el que cae el sol. Sube a la ciudad construida en la roca, como si fuese una ciudad de trogloditas, pero con edificios muy bien hechos, con un hermosísimo y variado panorama, según el lugar donde se contempla la cordillera de la Auranítide, el Mar de Galilea, el lejano Gran Hermón o el verde valle del Jordán. La ciudad es fresca, porque está construida en alto y con calles a donde no cae el sol. Parece más bien un gigantesco castillo que una ciudad. Las fortalezas se siguen una tras otra. También las casas, mitad muralla, mitad excavaciones en la montaña tienen el aspecto de fortificaciones.

En la plaza mayor, la más alta de todas, el lugar más alto de la ciudad -y por lo tanto desde donde la vista puede extasiarse contemplando los diversos panoramas, montes, selvas, lagos, ríos- están los enfermos de Gamala. Jesús pasa y los cura...

VIII. 138-150

A. M. D. G.