EN GUERGUESA Y REGRESO A 

CAFARNAUM

 


 

#Una mujer pide a Jesús por su marido que emplea mal su salud que le había curado  

  #Dice Jesús: Mujer... Qué cosa escogerías de estas dos que te propongo: ¿curar a tu marido, dejarlo vivir para que siga burlándose de Dios, acumulando pecados sobre su alma? o ¿convertirlo, perdonarlo y luego dejarlo morir?  Escoge. Lo que escojas, lo haré.   

#¡Perdón! ¡Perdón! No caeré más en el pecado. ¡Tu perdón como la otra vez! Cúrame como la otra vez. ¡Arria! ¡Arria! Te lo juro. Seré bueno.   

#No ha muerto, ni tampoco está sano. Su alma vio sus culpas, tomó el justo sendero. Ha sido perdonado porque quiere expiar   

#Recordar al culpable arrepentido sus culpas es lo mismo que envilecerlo. Basta su conciencia que lo comprende  

 #Al leproso en el cuerpo, después de la curación y de las purificaciones, se le admite otra vez entre la gente. Lo mismo debe suceder con el que ha sido curado del pecado    

#No despreciéis a nadie, aunque sea de otra raza.   

#"Maestro, ¡ese hombre se curará o no? No entendí nada" pregunta Pedro "No se curará."   

#En verdad os digo que aun en el dispensar alguna gracia, es menester tener en cuenta si es oportuno dispensarla o no. No siempre la vida es un bien. No siempre lo es la prosperidad. No siempre lo es un hijo.

 


 

 

Cuando el crepúsculo dejando su color rojizo se cambia en morado llegan a los bordes del lago, en la vecindad inmediata de Guerguesa. La ribera está llena de gente que prepara sus barcas para la pesca nocturna o que se baña en la playa, a donde llegan las ondas que el viento ligeramente mueve.

No pasa mucho tiempo sin que Jesús sea visto y reconocido, de modo que antes que pueda entrar en la ciudad, ésta ya sabe que llegó, y como de costumbre la gente se apiña a oírlo..

Entre ella se abre paso un hombre que le dice que en la mañana había venido algunos de Cafarnaum a buscarlo y que se habían regresado pronto.

"Esta noche no me voy a quedar aquí, y como las barcas no son nuestras, os ruego que me prestéis las vuestras."

"Como Tú ordenes, Señor. Pero ¿nos hablarás antes de partir?"

"Sí, y también para saludaros. Pronto dejaré la Galilea..."

Una mujer lo llama de entre la multitud, y pide que la dejen pasar porque quiere acercarse al Maestro.

 

Una mujer pide a Jesús por su marido 

que emplea mal su salud que le había curado

 

"Es Arria, la gentil que se hizo hebrea por amor. Le curaste su marido, pero..."

"Lo recuerdo. ¡Dejadla pasar!"

La mujer se acerca. Se echa a los pies de Jesús. Llora.

"¿Qué te pasa, mujer?"

"¡Rabbí! ¡Rabbí! Ten piedad de mí, de Simeón..."

Uno de Guerguesa le ayuda a explicarse: "Maestro, la salud que le diste, la emplea mal. Se ha hecho duro de corazón y avaro, no parece ni siquiera israelita. En verdad, la mujer es mucho mejor que él, aunque nació en tierra pagana. Se ha atraído pleitos y odio con su dureza y su codicia. En una de estas riñas le pegaron en la cabeza y el médico dice que se quedará ciego."

"¿Y qué puedo hacer en este caso?"

"Tú... podrías curarlo... Mira cómo sufre ella... Tiene muchos niños y todavía pequeños. Si su esposo se queda ciego, la miseria se apoderará de su hogar... Es verdad que es un dinero mal adquirido... pero la muerte será una desgracia, porque un marido siempre es un marido, y un padre siempre es un padre, aun cuando si en lugar de amor y de pan, sea un sinvergüenza y uno que reparta golpes..."

"Lo curé aquella vez y le dije: "No peques más". Ha vuelto a pecar. ¿No prometió acaso no volverlo a hacer? ¿No acaso prometió no volver a ser usurero y codicioso, si Yo lo curaba? ¿Y no acaso que devolvería lo mal obtenido a quien podía, y a quien no podía, de emplearlo en sus pobres?"

"Maestro, es verdad. Estaba yo presente... Pero el hombre no es constante en sus propósitos."

 

Dice Jesús: 

Mujer... Qué cosa escogerías de estas dos que te propongo:

 

 ¿curar a tu marido, dejarlo vivir para que siga burlándose

 de Dios, acumulando pecados sobre su alma? o 

 

¿convertirlo, perdonarlo y luego dejarlo morir? 

 

Escoge. Lo que escojas, lo haré.

 

"Dijiste bien. Y no sólo Simeón. Muchos son, como dice Salomón, los que tienen pesas dobles y balanza falsa, y no sólo en el sentido material, sino en el juzgar a los demás, en su comportamiento para con Dios. Y Salomón dice también: "Es una cosa sin provecho que el hombre consagre algo y luego se arrepienta de ello". Y muchos hacen esto... Mujer, no llores. Escúchame y sé justa, porque has elegido una religión de justicia. Qué cosa escogerías de estas dos que te propongo: ¿curar a tu marido, dejarlo vivir para que siga burlándose de Dios, acumulando pecados sobre su alma? o ¿convertirlo, perdonarlo y luego dejarlo morir? Escoge. Lo que escojas, lo haré."

La pobre mujer se encuentra en una situación de lucha. El amor natural, la necesidad de un hombre que bien o mal gane dinero para los hijos, la empujan a pedir la "vida". Su amor sobrenatural hacia su esposo, la empuja a pedir "el perdón y la muerte". La gente está callada, atenta, llena de emoción, en espera de lo que escoja la mujer.

Al fin ella, arrojándose nuevamente al suelo, asiéndose del vestido de Jesús como para recabar fuerzas, con lágrimas dice: "La Vida eterna... pero ayúdame, Señor..." y parece como si se muriera, por la manera con que se deja caer sobre la tierra.

"Escogiste lo mejor. Se bendita. Pocos en Israel te igualarían en temor de Dios y en amor de la justicia. Levántate. Vamos a donde está."

"Pero ¿de veras vas a hacer que muera, Señor? ¿Qué haré yo?"

Lo humano se levanta del fuego del espíritu como la mitológica ave fénix. Sufre, pierde valor.

"No tengas miedo, mujer. Yo, tú, todos ponemos nuestras cosas en manos del Padre que está en los cielos, y El arreglará todo con su amor. ¿Eres capaz de creer de este modo?"

"Sí, Señor mío..."

"Entonces digamos, mientras caminamos, la oración de todas las peticiones y consuelos."

Mientras camina, rodeado de mucha gente, recita despacio el Padre nuestro. Los apóstoles lo imitan y en medio de un vocerío armonioso se levantan las palabras de la oración. La gente se calla porque quiere oír al Maestro, de modo que las últimas peticiones se oyen perfectamente claras en medio de un solemne silencio.

"El Padre te dará el pan diario. Te lo aseguro en su Nombre" dice Jesús a la mujer y continúa, volviéndose no a ella, sino a todos: "Y se os perdonarán las culpas si vosotros perdonaréis al que os hubiere ofendido o causado daño. El tiene necesidad de vuestro perdón para alcanzar el de Dios. Y todos tienen necesidad de la protección divina para no caer en pecado como Simeón. Recordadlo."

Han llegado a la casa. Jesús entra con la mujer, y con ellos Pedro, Bartolomé y Zelote.

 

¡Perdón! ¡Perdón! No caeré más en el pecado. 

¡Tu perdón como la otra vez! Cúrame como la otra vez. 

¡Arria! ¡Arria! Te lo juro. Seré bueno.

 

El hombre, está echado sobre un camastro, con la cara envuelta en vendas y lienzos. Delira. Pero la voz o la voluntad de Jesús lo vuelven en sí y grita: "¡Perdón! ¡Perdón! No caeré más en el pecado. ¡Tu perdón como la otra vez! Cúrame como la otra vez. ¡Arria! ¡Arria! Te lo juro. Seré bueno. No emplearé más ni la fuerza, ni el engaño, no..." el hombre está pronto a hacer todas las promesas por temor a morir...

"¿Para qué deseas esto?" pregunta Jesús. "¿Para expiar o porque tienes miedo del juicio de Dios."

"¡Eso, eso! ¡Morir ahora, no! ¡El infierno!... He robado el dinero al pobre. He mentido. He golpeado al prójimo y hecho sufrir a mi familia. ¡Oh!..."

"El temor no es bueno. Es necesario el arrepentimiento. Un verdadero arrepentimiento. Firme."

"¡La muerte o la ceguera! ¡Oh, qué castigo no ver más! ¡Tinieblas! ¡Tinieblas! No..."

"Si tienes horror a que no veas con los ojos, ¿no tienes de las tinieblas que hay en tu corazón? ¿Y no tienes miedo de las del Infierno, que es eterno, horrible? ¿De la privación perpetua de Dios? ¿De los eterno remordimientos? ¿De la angustia de haberte matado a ti mismo, para siempre, en tu alma? ¿No la amas? ¿No amas a tus hijos? ¿No amas a tu padre, a tu madre, a tus hermanos? ¿No piensas que no los tendrás contigo si mueres condenado?"

"¡No, no! ¡Perdón! ¡Perdón! Expiar aquí. Sí, sí aquí... También la ceguera, Señor... pero no el infierno...¡Qué no me maldiga Dios! ¡Señor, Señor! Tú arrojas los demonios y perdonas las culpas. No levantes tu mano para curarme, sino para perdonarme y librarme del demonio que me tiene como presa... Pon una mano sobre mi cabeza... Líbrame, Señor..."

"No puedo hacer dos milagros. Reflexiona. Si te libro del demonio, te dejaré la enfermedad..."

"¡No importa! Eres el Salvador."

"Hágase como quieres. Procura aprovecharte de mi gracia que es la última que hago. Adiós."

"¡No me has tocado! ¡Tu mano! ¡Tu mano!"

Jesús le da gusto y pone su mano sobre su cabeza y sobre su pecho. El como está vendado a tientas busca la mano de Jesús para tomársela. La encuentra, llora sobre ella, sin querer desprenderse, hasta que como un niño se duerme apretándola contra su calenturienta mejilla.

Jesús poco a poco se zafa su mano y sale sin hacer ruido alguno. Lo mismo hacen la mujer y los tres apóstoles.

"Dios te lo pague, Señor. Ruega por tu sierva."

"Continúa siendo buena, y Dios estará siempre contigo." Levanta su mano para bendecir la casa y a la mujer. Sale a la calle.

El alboroto de miles de preguntas curiosas retruena en el aire. Pero Jesús hace señal de que se callen y de que lo sigan. Toma el camino. La noche lentamente va cobijando la tierra. Jesús sube a una barca que se balancea cerca de la ribera y desde allí habla.

 

No ha muerto, ni tampoco está sano. 

Su alma vio sus culpas, tomó el justo sendero. 

Ha sido perdonado porque quiere expiar

 

"No. No ha muerto, ni tampoco está sano. Su alma vio sus culpas, tomó el justo sendero. Ha sido perdonado porque quiere expiar.

Todos vosotros sostenedlo en su camino hacia Dios. Pensad que todos tenemos una responsabilidad respecto del alma de nuestro prójimo. ¡Ay de aquel que da escándalo! Pero también ¡ay de aquel que con su modo intransigente, llena de temor a uno que apenas ha nacido al Bien, rechazándolo contra la severidad del camino en el que entró! Todos pueden ser más o menos maestros, y maestros de su prójimo; y tanto más si el prójimo es débil y no conoce la sabiduría del Bien. Os exhorto a que seáis pacientes, dóciles, longánimos con Simeón. No le mostréis odio, rencor, desprecio, ni le digáis palabras irónicas. No le recordéis el pasado, esto es, lo que fue consigo mismo, lo que fue para con vosotros. El hombre que se levanta después del perdón, después de un arrepentimiento sincero, tiene deseos de ser bueno, pero también el peso, la herencia de las pasiones y costumbres de un pasado. Es menester saber ayudarlo a que se vea libre de esto. Y con mucha discreción. Sin hacer alusión al pasado. De otra manera se hace algo imprudente que es contra la caridad y contra el ser humano.

 

Recordar al culpable arrepentido sus culpas es lo mismo 

que envilecerlo. Basta su conciencia que lo comprende

 

Recordar al culpable arrepentido sus culpas es lo mismo que envilecerlo. Basta su conciencia que lo comprende. Recordar al hombre su pasado, es lo mismo que despertar sus pasiones, y algunas veces, el que estas cobren mayores fuerzas, cuando ya se las había vencido. En todo caso es lo mismo que volver a traer a la mente las tentaciones. No pongáis en tentación a vuestro prójimo. Sed prudentes y caritativos. ¿Dios no quiso que cometiereis ciertos pecados? Alabadlo. Pero no os pavoneéis de vuestra rectitud para molestar a quien no lo ha sido. Sabed comprender la mirada suplicante del que se arrepiente, que querría que vosotros olvidaseis todo y que, comprendiendo que no olvidáis, al menos os suplica que no lo mortifiquéis, trayéndole a cuenta su pasado.

 

Al leproso en el cuerpo, después de la curación y de las

 purificaciones, se le admite otra vez entre la gente. 

Lo mismo debe suceder con el que ha sido curado 

del pecado

 

No digáis: "Fue un leproso en su alma" para justificar vuestros desmanes. Al leproso en el cuerpo, después de la curación y de las purificaciones, se le admite otra vez entre la gente. Lo mismo debe suceder con el que ha sido curado del pecado. No seáis como los que se creen perfectos, y no lo son porque no tienen caridad para con sus hermanos. Rodead más bien con vuestro amor a los hermanos que resucitan a la gracia, para que una buena compañía impida nuevas caídas.

No queráis ser más que Dios que no rechaza al pecador que se arrepiente y lo perdona y lo vuelve a admitir a su compañía. Y si ese pecador os hizo algún mal que no puede repararse, no os venguéis ahora que no puede más, que no puede infundir miedo. Perdonadle y tenedle mucha compasión, porque él fue un pobre que no tuvo el tesoro que cualquiera, cuando quiera puede tenerlo, esto es, la bondad. Amadlo porque con el dolor que os dio, o proporcionó un medio para merecer un premio mayor en el cielo. Unid a lo que él os proporciona el vuestro: el perdón, y vuestro premio será todavía mucho mayor en el cielo.

 

No despreciéis a nadie, aunque sea de otra raza.

 

No despreciéis a nadie, aunque sea de otra raza. Vosotros estáis viendo que cuando Dios atrae a Sí un alma, aunque sea de un pagano, la transforma de modo que pueda superar a muchos del pueblo elegido con su recto proceder.

Me voy. Recordad siempre estas palabras que os acabo de decir, y las que en otras ocasiones os dije."

Pedro, que está pronto, toma el remo y la barca se separa de la ribera. Dos más la siguen.

El lago, un poco agitado, balancea las barcas, pero nadie se asusta, porque el trayecto es breve. Los fanales rojos ponen manchas de rubíes en las oscuras aguas y tiñen con sangre las espumas blancas.

 

"Maestro, ¿ese hombre se curará o no? No entendí nada"

 pregunta Pedro "No se curará."

 

"Maestro, ¿ese hombre se curará o no? No entendí nada" pregunta Pedro, sin dejar el timón, después de pasados algunos minutos.

Jesús no le responde. Pedro hace señal a Juan, que está sentado en el fondo de la barca a los pies del Maestro, y tiene reclinada su cabeza contra las rodillas de Jesús. Juan hace la misma pregunta en voz baja.

"No se curará."

"¿Por qué, Señor? Yo pensaba, por lo que oí, que se curaría para que pudiese expiar."

"No, Juan. De nuevo volvería a pecar, porque es un espíritu débil."

Juan vuelve a apoyar su cabeza contra sus rodillas y dice: "Pero podrías hacerle fuerte..." y parece como si le dijese con dulzura un reproche.

 

En verdad os digo que aun en el dispensar alguna gracia, 

es menester tener en cuenta si es oportuno dispensarla o no.

 No siempre la vida es un bien. No siempre lo es la prosperidad.

 No siempre lo es un hijo.

 

Jesús sonríe, mientras con sus dedos tocan la cabellera de su discípulo amado, y levantando la voz de modo que todos lo oigan, da la última lección del día: "En verdad os digo que aun en el dispensar alguna gracia, es menester tener en cuenta si es oportuno dispensarla o no. No siempre la vida es un bien. No siempre lo es la prosperidad. No siempre lo es un hijo. No siempre, ni siquiera siempre, la elección es un don, un bien. El don lo es siempre que cuando quien lo reciba sepa hacer buen uso de él y lo emplee para santificarse. Pero cuando con la salud, la prosperidad, los afectos, el ser mensajero, se causa ruina en el propio corazón, entonces sería mejor no haberlo recibido. Y algunas veces Dios concede un don que mayor no podría conceder, y es el no dar lo que los hombres querrían o piensan que sería justo tenerlo como algo bueno. El padre de familia o el médico prudente conocen las cosas que pueden dar a los hijos o a los enfermos para que se curen o para que no se enfermen. De igual modo Dios sabe lo que debe dar para el bien del alma."

"Entonces  ese hombre va a morir. ¡Pobre hogar!"

"¿Sería acaso más dichosa si viviese en ella un réprobo? ¿Sería acaso él más feliz, si continuase viviendo para pecar? En verdad os digo que la muerte es un don cuando sirve para no pecar más y acoge en su dulce beleño al hombre mientras está reconciliado con su Señor."

La quilla raspa sobre la arena de la ribera de Cafarnaum.

"¡A tiempo! Esta noche tenemos borrasca. El lago está agitándose. El cielo no tiene estrellas. Está negro como la pez. ¿Oís detrás de los montes? ¿Veis esas luces? Truenos y relámpagos. Dentro de poco vendrá la lluvia. ¡Pronto! Poned en buen lugar las barcas que no son nuestras. Váyanse cuanto antes las mujeres y el niño. Antes de que llueva. ¡Oh, ayudadme!" grita Pedro a los otros pescadores que sacan sus redes y cestas.

A fuerza de brazos sacan la barca sobre la playa. Los primeros golpes de las ondas refrescan los cuerpos semidesnudos y la arena de la ribera.

Y luego, todos se echan a correr. Las primeras gotas levantan el polvo de la tierra quemada. Le sacan su fuerte olor. Los relámpagos están ya sobre el lago y con su fragor retumban sobre las colinas de la ribera.

VIII. 161-167

A. M. D. G.