EN LAS TERMAS DE EMMAÚS 

DE TIBERIADES

 


 

#Se dirigen a Tariquea   

#Cuando devuelve a un tirio la agilidad a sus anquilosados miembros del reuma la indiferencia irónica de muchos paganos pierde su sabor.   

#El romano lo jala del vestido: "Cúrame" ordena.   

#Se transporta a muchos enfermos en especie de sillas en espera de que sean curados, pero al ver a Jesús muchos gritan: "¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!"   

#Jesús continúa: "Ayer alguien me dijo: "Es difícil hacer lo que haces". No, no es difícil. Mi doctrina se funda en el amor y el amor no es difícil de cumplirse.   

#Jesús llama a los apóstoles para que le traigan los mendigos, y con la misma velocidad con que se juntó el dinero, con igual desaparece todo.  

 #Luego se yergue y dice: "¿De quién me vino el poder? Del Dios verdadero. Padre, haz brillar tu nombre por medio de tu Hijo. En tu nombre ordeno a las enfermedades: ¡largaos!"

 


 

El lago no es otra cosa sino una inmensa ágata entre los engastes de las colinas. Apenas si se le ve a la luz de las estrellas, que sólo ellas dominan, porque la luna ya no está. Jesús está solo en el quiosco verde con la cabeza reclinada sobre sus brazos en la mesa cerca de la lámpara, que está por apagarse. Pero no está durmiendo. De vez en vez levanta su cabeza, mira los pliegos que están extendidos porque por una parte la lámpara los sujeta y por otra su mismo antebrazo, y luego reclina nuevamente su cabeza.

El silencio es completo. Parece como si también el lago estuviese durmiendo en medio de un tranquilo bochorno. Después casi al mismo tiempo, un ruido de viento entre las hojas, un choque de olas en la playa, un movimiento que produce la naturaleza, mejor dicho algo así como rechinamiento de las cosas que se despiertan. Los primeros anticipos de luz se asoman ya, aun cuando el ojo no es capaz todavía de divisar las cosas en el solitario jardín. El lago que refleja estos anticipos, aumenta la luz, porque su ágata de color negro, plomizo, se hace más claro, y poco a poco, reflejando el cielo que se ilumina, de plomizo se hace gris-pizarra y luego gris más claro; y se convierte luego en un ópalo y finalmente refleja el cielo en un azulezco hermosísimo de aguas.

Jesús se pone de pie. Recoge los pergaminos, toma la lámpara que se apaga al primer soplo de la brisa, y se dirige a la casa. Encuentra a una sierva que se inclina ante El, luego a un jardinero que va a su trabajo, y con él intercambia el saludo. Entra en el atrio donde otros siervos están haciendo la limpieza.

"La paz sea con vosotros. ¿Me haríais el favor de llamar a los míos?"

"Ya se levantaron, Señor. El carro para las mujeres está ya pronto. También Juana ya se levantó. Está en el atrio de dentro."

Jesús atravesando la casa va al atrio que está de la otra parte del camino. Ahí están todos reunidos.

 

Se dirigen a Tariquea

 

"Vámonos. Madre, el Señor esté contigo. También contigo, María, y mi paz os acompañe. Adiós, Simón. Da mi paz a Salomé y a los niños."

Jonatás abre el pesado portón. En el camino está el carro cubierto. El camino no se ve bien debido a la poca luz, y no hay nadie en él. Las mujeres suben con su pariente y el carro parte.

"Vámonos también nosotros. Andrés, adelántate a donde están las barcas, y di a los trabajadores que se nos reúnan en Tariquea."

"¿Cómo? ¿Vamos ir a pie? Tardaremos mucho..."

"No importa. Permíteme que vaya contigo."

"Cómo tú quieras. ¿No está Cusa?"

"No regresó a casa, Señor."

"Le dices que lo saludo y que lo exhorto a que sea bueno. Da mis cariños a los niños. Y ... tú que has comprendido a tu Maestro, convence a Cusa de que está en un error y con él todos los que quieren hacer del Mesías un rey temporal."

También Jesús sale al camino, y rápido alcanza a los apóstoles. "Tomemos el camino que lleva a Emmaús. Muchos pobrecitos van a los manantiales, algunos para conseguir su curación, otros para recibir limosnas."

"Pero nosotros no tenemos ni siquiera un céntimo..." replica Santiago de Zebedeo.

Jesús no responde.

Según pasa el tiempo los caminos se llenan de gente de dos clases. Esto es, de hortelanos, vendedores, siervos, esclavos, gente menuda que aprisa va a los mercados, y de ricos que en literas o a caballo se dirigen también a los manantiales, me imagino, que son termas medicinales, si es que para algo sirven.

Tiberíades es una ciudad un tanto cosmopolita porque se ve gente de varias naciones. Romanos de vida ociosa y viciosa, griegos acicalados y no menos libertinos que los romanos, pero con una máscara diversa que el vicio les dejó de la de aquellos. Se ve gente fenicia de las costas, hebreos de edad por lo general. Se oyen diversas lenguas, como se perciben colores diversos en el vestir. Alguna que otra cara pálida, signo de enfermedad. Caras cansadas de patricios... Y también se pueden ver caras de hombres y mujeres que alegres van. Alguien va a caballo cerca de las literas, otros en ellas, diciendo chistes, discutiendo sobre cosas fútiles, haciendo apuestas.

El camino es bueno, lleno de sombra que le dan los árboles por en medio de los cuales de un lado se ve el lago, y del otro la campiña. El sol que ya ha salido da nuevo color a las aguas y a las plantas.

Muchos se voltean a ver a Jesús, y un murmullo va en pos de El. Se oyen exclamaciones femeninas de admiración, sátiras de varones, alguna que otra befa, broncas casuales, alguna súplica de algún enfermo a quien Jesús escucha.

 

Cuando devuelve a un tirio la agilidad a sus anquilosados

 miembros del reuma la indiferencia irónica de muchos

 paganos pierde su sabor.

 

Cuando devuelve a un tirio la agilidad a sus anquilosados miembros del reuma la indiferencia irónica de muchos paganos pierde su sabor.

"¡Oye!" exclama un viejo romano con su papada de tantas comilonas. "¡Oye!  Es una cosa hermosa el estar sano. Yo le hablo."

"No te curará, viejo Sileno. ¿Qué querrías hacer, si te curase?"

"¡Volver a gozar de la vida!"

"Entonces es inútil que te dirijas al Nazareno que no se alegra."

"Voy y apuesto lo que... tengo, que..."

"No apuestes. Pierdes."

"Déjalo que apueste. Todavía está ebrio. Su  dinero será nuestro."

El viejo que apenas si se puede poner en pie, baja de la litera, alcanza a Jesús que está escuchando a una mujer hebrea que le habla de su hija, de una niña palidísima que tiene de la mano.

"No temas, mujer. Tu hija no se morirá. Regresa a casa. No la lleves a los manantiales. No conseguiría la salud del cuerpo y perdería la pureza de su alma. Son unos lugares de un libertinaje nefando" y lo dice en voz alta de modo que todos lo oigan.

"Tengo fe en Ti, Rabbí. Regreso a mi casa. Bendice a tus siervas, Maestro."

Jesús las bendice y está por dar los primeros pasos.

 

El romano lo jala del vestido: "Cúrame" ordena.

 

El romano lo jala del vestido: "Cúrame" ordena.

Jesús lo mira y le pregunta: "¿De qué? ¿Dónde?"

Los romanos, los griegos, los fenicios se reúnen, ríen maliciosamente, y hacen apuestas. Los israelitas que también se han acercado, murmuran: "¡Profanación! ¡Anatema!" y otras palabras semejantes, pero atraídos de la curiosidad se detienen...

"¿De qué? ¿Dónde?" pregunta Jesús.

"De todo. Estoy enfermo... ¡je, je, je!" ignoro si se ríe o llora, porque lo que le sale de su boca es un sonido extraño. Parece como que la papada, que los años de vicio le dejaron, presione hasta las cuerdas vocales. El romano enumera sus males y el miedo que tiene de morir.

Jesús lo mira con severidad y le dice: "Tienes razón en temer a la muerte, ya que te mataste a ti mismo" y le voltea las espaldas. El viejo trata de asirlo del vestido, mientras los presentes se ríen burlonamente. Jesús se desprende de su mano y sigue su camino.

"¡Perdiste, Apio Fabio! ¡Perdiste! El llamado rey de los hebreos no te concedió ninguna gracia. Danos la bolsa. Perdiste la apuesta." Griegos y romanos rodean al viejo que con un golpe los deja y se echa a correr, así tan gordo, levantándose el vestido, y bamboleándose con toda su obesidad. Se tropieza y se cae en el polvo en medio de las risotadas de sus amigos que lo arrastran contra un árbol, a cuyo tronco se abraza el ebrio llorando como suelen hacer los borrachos.

Los manantiales están ya ceca porque cada vez aumenta más la gente, que acude de diversas direcciones. Olor de aguas sulfurosas llena el aire.

"¿Descendemos a la ribera para evitar a estos inmundos?" pregunta Pedro. 

"No todos son inmundos, Simón. Hay entre ellos muchos de Israel" responde Jesús.

Han llegado ya a las termas. Una serie de edificios de mármol blanco fuera del camino, enfrente al lago, pero separados de él por una especie de una ancha plaza llena de árboles, bajo los que pasean los que han llegado, esperando su turno del baño o porque ya se bañaron. Medusas de cabeza de bronce, que sobresalen de un edificio, arrojan agua caliente en una piscina de mármol por afuera, y semirosado en el interior como si estuviese cubierta de herrumbre. Muchos israelitas se acercan al manantial y beben el agua mineral en vasos, y veo que sólo ellos vienen a esta parte, tal vez -como pienso- para evitar contacto con los gentiles, y para mantener su observancia ritual.

 

Se transporta a muchos enfermos en especie de sillas en

 espera de que sean curados, pero al ver a Jesús muchos

 gritan: "¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!"

 

Se transporta a muchos enfermos en especie de sillas en espera de que sean curados, pero al ver a Jesús muchos gritan: "¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!"

Jesús se dirige a ellos. Hay paralíticos, reumáticos, anquilosados, con huesos quebrados que no pueden soldarse, enfermos de anemia, de glándulas, mujeres envejecidas antes de tiempo, niños que parecen ya adultos. Y luego, bajo los árboles, están los mendigos que se desgañitan pidiendo su limosna.

Jesús se detiene donde están los enfermos. Se esparce la voz de que el Rabbí va a hablar y a curar. La gente, aun de otras razas, se acerca a verlo. Jesús se voltea, y sonríe al ver que sale todavía con los cabellos mojados de su baño, el griego a quien envió Síntica. Levanta su voz para que lo oiga: "La misericordia abre las puertas para obtener un favor. Sed misericordiosos para conseguir misericordia. Todos los hombres necesitan algo: algunos dinero, otros cariño; quién la libertad, quién la salud. Todos los hombres tienen necesidad de Dios que creó el universo y que puede, siendo Padre único, socorrer a sus hijos."

Hace una pausa como para dar tiempo a que la gente se decida o a escucharlo o ir a los baños. Casi todos prefieren escucharlo. Israelitas y gentiles se agolpan. Algunos romanos, escépticos, esconden su curiosidad bajo el velo de la burla diciendo: "Hoy no deja el orador de hacer de este lugar una terma romana."

El griego Zenón irrumpe entre la multitud con: "¡Por Júpiter! Iba a irme ya a Tariquea y te encuentro aquí."

 

Jesús continúa: "Ayer alguien me dijo: 

"Es difícil hacer lo que haces". 

No, no es difícil. Mi doctrina se funda en el amor 

y el amor no es difícil de cumplirse.

 

Jesús continúa: "Ayer alguien me dijo: "Es difícil hacer lo que haces". No, no es difícil. Mi doctrina se funda en el amor y el amor no es difícil de cumplirse. ¿Qué cosa enseña mi doctrina? El culto de un Dios verdadero, el amor a nuestro prójimo. El hombre, eterno niño, tiene miedo de las sombras, y sigue las quimeras porque no conoce el amor. El amor es sabiduría y luz. Es sabiduría porque enseña; es luz porque ilumina. Donde hay luz deja de existir la oscuridad; y donde hay sabiduría desaparecen las fábulas. Entre los que me están escuchando hay gentiles. Ellos preguntan: "¿Dónde está Dios?" Interrogan: "¿Quién nos asegura que tu Dios sea el verdadero?" O bien: "¿Con qué nos aseguras que eres veraz en lo que dices?" Pero no tan sólo los gentiles preguntan estas cosas. Otros hay también que me dicen: "¿Con qué poder haces estas cosas?" Con el poder que me viene del Padre, de aquel Padre que dejó todas las cosas al  servicio del hombre, su criatura predilecta, y que me envió a instruir a los hombres, mis hermanos. ¿Pudo acaso el Padre, que dotó de cualidades medicinales a las aguas que nacen de las entrañas de la tierra, haber limitado a su Mesías el poder? ¿Y quién otro, sino el verdadero Dios, puede conceder al Hijo del hombre obrar prodigios, al volver a crear miembros deshechos? ¿En qué templo de ídolos se ve que los ciegos recuperen su vista, los paralíticos el movimiento? ¿En cuál los moribundos, al oír la palabra "quiero" de un hombre, se levantan más sanos que los que gozan de salud? Yo, para tributar alabanza al Dios verdadero y para hacer que lo conozcáis y lo alabéis, mando a estos que están aquí reunidos, sin importar raza o religión, que recuperarán la salud que quieren obtener a través del agua, y la alcanzarán de Mí, Agua viva que doy la vida al cuerpo y al espíritu a quien cree en Mí y tiene misericordia con corazón recto. No pido cosas difíciles, pido que el hombre trate de creer, de amar. Abrid vuestro corazón a la fe. Abrid vuestro corazón al amor. Dad, para poder tener. Dad vuestra ayuda para que Dios os dé la suya. Empezad a amar a los hermanos. Procurad tener misericordia. Los dos tercios de vosotros que estáis enfermos, lo estáis por egoístas y codiciosos. Destruid el egoísmo, poned frenos a la codicia. Ganaréis en salud física y en sabiduría. Destruid la soberbia, y el Dios verdadero os curará. Os pido una limosna para los pobres, y luego os daré mi regalo que es la salud."

Jesús levanta la punta de su manto y lo tiende para que en él caiga la plata, que tanto paganos como israelitas se apresuran a echarle. Pero no tan sólo son monedas, sino también anillos y otras joyas que mujeres romanas que acaban de llegar le arrojan; alguna de ellas dice alguna palabra a Jesús que asiente o responde brevemente. 

 

Jesús llama a los apóstoles para que le traigan 

los mendigos, y con la misma velocidad con que se juntó 

el dinero, con igual desaparece todo. 

 

Dejan de regalar. Jesús llama a los apóstoles para que le traigan los mendigos, y con la misma velocidad con que se juntó el dinero, con igual desaparece todo. Se quedan solo los joyeles que Jesús devuelve a las que los habían regalado, porque allí no hay nadie que quiera comprarlos. Y para consolarlas les dice: "El deseo equivale a la acción. Lo que se ofreció es tan precioso como lo que se dio, porque Dios ve el pensamiento del hombre."

 

Luego se yergue y dice: 

"¿De quién me vino el poder? Del Dios verdadero. 

Padre, haz brillar tu nombre por medio de tu Hijo. 

En tu nombre ordeno a las enfermedades: ¡largaos!"

 

Luego se yergue y dice: "¿De quién me vino el poder? Del Dios verdadero. Padre, haz brillar tu nombre por medio de tu Hijo. En tu nombre ordeno a las enfermedades: ¡largaos!"

El tantas veces contemplado milagro, se realiza nuevamente, al incorporarse los enfermos, al enderezarse los lisiados, moverse los paralíticos, llenarse de vida las caras, brillas los ojos, gritar hosannas, al congratularse mutuamente. Y entre estos hay romanos: dos son mujeres y uno varón, que no logran imitar a los hebreos en humillarse hasta besar los pies de Jesús, pero se inclinan, toman el extremo de su mano y lo besan.

Después Jesús se va, tratando de evitar a la gente, pero no lo logra, porque fuera de algún gentil obstinado, y de algún hebreo mucho más obstinado, todos van en pos de El por el camino que lleva a Tariquea.

VII. 198-203

A. M. D. G.