EN LA CASA DE CAMPO DE CUSA,
AL OTRO LADO DEL JORDÁN
#Cusa quiere llevar a Jesús a su casa
#Llegan al lugar donde es saludado por los presentes
#Cusa lleva a Jesús a una habitación para que descanse
#Cusa entra en la habitación donde está Jesús
#Cusa lleva a Jesús a la sala donde están las mesas
#Cusa aclara a Jesús del porqué de esta reunión
#Todos aplauden a las palabras de Cusa. Jesús guarda silencio
#Jesús sigue callado ante todas estas insinuaciones
#Jesús se pone de pie y dice: No
#"No. No os es lícito. No tenéis autoridad para ello."
#Jesús, cual roca firme ante un huracán, ni se mueve, ni reacciona. Está impasible.
#Le recuerdan a Jesús la consulta de los Reyes Magos cuando vinieron a adorarle
#"Yo he venido a realizar las esperanzas de Dios."
#"En una palabra: No aceptas" gritan muchos. "Lo habéis dicho."
#Jesús se va sin decir más a ninguno
#Los de buen corazón gritan: "Nos engañasteis. ¡Traidores! ¡Debíamos de haberlo pensado!"
#Pero alguien lo ha seguido. Es Juan, semidesnudo,...Se acerca poco a poco a Jesús
#¿Qué te hicieron, Maestro, para que no me reconozcas?
#Me querían hacer rey. Un pobre rey, Juan
#por que sigues llorando, Señor
Al otro lado de la ribera, junto al paso del puente, espera un carruaje cubierto.
Cusa quiere llevar a Jesús a su casa
"Sube, Maestro. No te cansarás aunque el viaje sea largo, no tanto por el camino, cuanto porque he dispuesto tener siempre aquí un par de bueyes para no dar sospecha alguna a los huéspedes más apegados a la Ley... Hay que compadecerlos..."
"¿Dónde están?"
"Se han adelantado en otros carros. ¡Tobíolo!"
"¡Sí, patrón!" dice el conductor que está unciendo los bueyes.
"¿Dónde están los otros huéspedes?"
"Muy adelante. Estarán para llegar a casa."
"¿Lo oyes, Maestro?"
"¿Y si no hubiese venido?"
"Estábamos seguros que vendrías. ¿Y por qué no deberías venir?"
"¡Porqué! Cusa, he venido para mostrarte que no soy un cobarde. Cobardes lo son los malvados, los que tienen cuentas con la justicia... La justicia de los hombres, por desgracia. Deberían más bien tener miedo por la única, por la de Dios. Pero Yo no tengo ninguna culpa y no tengo miedo a los hombres."
"¡Pero, Señor, todos los que están conmigo te veneran! Como yo. No debemos causarte ningún miedo. Te queremos tributar honores, no insultos." Cusa está afligido y casi hasta irritado.
Jesús, sentado enfrente de él, mientras el carruaje crujiendo avanza por los verdes campos, le responde: "Más que la guerra abierta de mis enemigos debo temer la oculta de los falsos amigos, o el imprudente entusiasmo de amigos verdaderos, pero que todavía no me han comprendido. Y tú eres uno de ellos. ¿No recuerdas lo que te dije en Béter?"
"Comprendo, Señor" contesta Cusa con voz no muy segura, pero sin responder directamente a la pregunta.
"Sí. Me comprendes. Bajo la ráfaga del dolor y de la alegría tu corazón era limpio, como después de una tempestad y del arco iris es límpido el horizonte. Veías las cosas con rectitud. Luego... Vuelve tu cabeza, Cusa, y mira nuestro Mar de Galilea. ¡Al amanecer se veía tan límpido! Por la noche el rocío había limpiado la atmósfera y con el fresco de la noche ya no hubo más evaporación. Cielo y lago eran dos espejos de zafiro claro que reflejaban mutuamente sus bellezas, y las colinas del alrededor respiraban frescura y limpieza como si las hubiese creado Dios en la noche. Ahora mira. El polvo de los caminos de la costa, por donde han pasado personas y animales, el ardor del sol que hace evaporar bosques y jardines como un caldero sobre el horno y arranca vapor de las aguas del lago, mira cómo han ensuciado el horizonte. Antes las orillas parecían cercanas, nítidas, como lo eran en la limpidez del aire; ahora, mira... Parecen oscurecidas sin contornos claros, como se ven las cosas a través del agua sucia. Esto mismo ha pasado en ti. Polvo: ideas humanas. Sol: orgullo. Cusa, no pierdas el control de ti mismo..."
Cusa inclina su cabeza, jugando maquinalmente con los adornos de su vestido y con la hebilla de su rica faja de que pende la espada.
Jesús no dice más. Cierra los ojos como si tuviese sueño. Cusa no lo perturba.
El carruaje camina lentamente en dirección del sureste, hacia las leves ondulaciones, que son, por lo que me imagino, la primera parte de la altiplanicie que separa el valle del Jordán de la parte oriental. Debido a la abundancia de aguas subterráneas o de algún río, lo cierto es que los campos son fértiles y hermosos. Viñedos y árboles frutales se ven por todas partes.
El carruaje deja el camino principal y toma por un camino privado. Se interna por un sendero tupido de ramajes, lleno de sombra y de frescor, teniendo en cuenta el calor que azota el camino principal.
Una casa de un piso, blanca, de aspecto señorial se ve al fondo del sendero. Se ven casas no tan ricas esparcidas acá y allá entre los campos y viñedos.
El carro pasa un puentecillo y un lindero, más allá del cual no se ve más un huerto, sino un jardín. Jesús abre los ojos al percibir un ruido diverso del que las ruedas hacían sobre la grava.
Llegan al lugar donde es saludado
por los presentes
"Hemos llegado, Maestro. Mira a los huéspedes que oyeron y vienen a nuestro encuentro" dice Cusa.
De hecho muchos hombres de rica posición social, se apiñan en el sendero y saludan con inclinaciones pomposas al Maestro que llega. Veo y reconozco a Mannaén, a Timoneo, a Eleazar, y a otros que antes he visto, pero cuyos nombres no conozco. Además de estos, muchas y muchas caras que jamás he visto, o por lo menos, no paré mientes en ellas. Muchos traen espada. Otros ostentan los abundantes perendengues de fariseos, sacerdotes o doctores de la ley.
Se detiene el carro. Jesús desciende y se inclina saludando a todos. Los discípulos Mannaén y Timoneo se acercan y lo saludan de una manera particular. Se acerca Eleazar (el fariseo bueno del convite dado en la casa de Ismael) y con él otros dos escribas que tratan de hacerse reconocer. Uno es aquel cuyo hijo fue curado en Tariquea el día de la primera multiplicación de los panes, y el otro el que en las faldas del monte de las bienaventuranzas dio alimentos para todos. Se acerca también el fariseo al que en la estación del trigo instruyó Jesús sobre el verdadero móvil de sus insensatos celos.
Cusa los presenta uno por uno, cosa que omito, porque se hace uno un lío con los nombres de Simón, Juan, Leví, Eleazar, Natanael, José, Felipe, etc. etc.; saduceos, escribas, sacerdotes, herodianos en su mayoría; y debería añadir que los últimos son los más numerosos; pocos los prosélitos y fariseos, dos sanedristas, cuatro sinagogos y entre todos estos, no puedo decir por qué, hay un esenio.
Jesús se inclina al oír el nombre de cada uno y dirige una rápida mirada a la cara. A veces sonríe ligeramente como cuando alguien, para darse mejor a conocer, saca a relucir algún hecho que lo puso en contacto con Jesús.
Esto sucede, por ejemplo, con un tal Joaquín de Bozra que dice: "Tú curaste a mi mujer María de la lepra. Tú bendito."
Y el esenio: "Te oí cuando hablaste cerca de Jericó, y uno de los nuestros dejó las riberas del Mar Salado para seguirte. Tuve después noticias de Ti por el milagro que obraste en Eliseo de Engaddi. En esas tierras vivimos, nosotros puros, esperando..."
Qué cosa esperan, no lo sé. Pero lo que sí puedo decir es que los esenios miran a los demás con un aire de superioridad, que no tienen apariencia de místicos, y la mayoría de ellos muestra a las claras que no desaprovecha la oportunidad de gozar de los bienes que su posición le concede.
a una habitación para que descanse
Cusa lleva a su huésped a una habitación bien arreglada con baño y lo deja allí para que se refresque un poco sobre todo con ese calor. Vuelve a sus invitados con los que habla acaloradamente, de modo que casi llegan a una discusión porque no todos son de igual parecer. Uno quiere que al punto se pongan las cartas sobre la mesa. ¿Cuáles? Otro que se trate de persuadir primero al Maestro debido al respeto que se le debe. Este grupo se lleva la palma por ser el más numeroso, y Cusa, como anfitrión llama a los siervos para que preparen la comida, y así dar tiempo a Jesús, "que está cansado- y se le nota- para que descanse", lo que todos aceptan, tanto más que cuando Jesús se deja ver, los huéspedes se alejan con muchas inclinaciones, dejándolo con Cusa que lo lleva a una habitación fresca donde hay un lecho con ricas alfombras.
Jesús se queda solo después de haber entregado a un siervo sus sandalias y su vestido, para que les quiten el polvo y señales del viaje, no se acuesta. Se sienta al borde del lecho, con sus pies descalzos sobre la estera del suelo, y con su túnica corta que le cubre el cuerpo y llega hasta los codos y rodillas. Está sumamente pensativo. Estar así vestido le hace aparecer más joven y más hermoso por su complexión armónica y viril, pero la concentración en lo que piensa, que no debe ser alegre, le ahonda las arrugas y hace que su rostro se alargue con una expresión dolorosa de cansancio que lo envejece.
Ningún ruido se oye en la casa, ninguno en la campiña donde las uvas maduran bajo el fuerte sol. Las cortinas oscuras que hay en puertas y ventanas no se mueven en absoluto.
Y así pasan las horas...
Las sombras aumentan con el descenso del sol. Pero el calor sigue. Y Jesús continúa en sus profundas reflexiones.
Finalmente la casa da señales de haberse despertado. Se oyen voces, pisadas, órdenes.
Cusa entra en la habitación donde está Jesús
Cusa mueve despacio la cortina para ver sin perturbar.
"¡Entra! No estoy durmiendo" dice Jesús.
Cusa entra. Está vestido ya para el banquete. Mira y observa sobre el lecho. No hay señal alguna de que Jesús se haya acostado.
"¿No dormiste? ¿Por qué? Estás cansado..."
"He descansado en el silencio y en la sombra. Me basta."
Voy a decir que te traigan unos vestidos."
"No. Mis vestidos han de estar ya secos. Prefiero los míos. Quiero partir tan pronto como termine el banquete. Te ruego que ordenes que estén prontos el carruaje y la barca."
"Como ordenes, Señor... Hubiera preferido que te quedases hasta mañana al amanecer..."
"No puedo. Debo irme..."
Cusa sale después de haber hecho una inclinación.
Se oye un gran vocerío...
Pasa algún tiempo. Regresa el siervo con el vestido de lino, limpio, oloroso al sol y con las sandalias limpias del polvo, relucientes con la grasa. Otro siervo viene con el lavamanos, una jarra y la toalla. Todo lo pone sobre una mesa baja. Salen...
... Jesús se reúne con los huéspedes en el vestíbulo que divide la casa de norte a sur, formando un lugar ventilado y agradable, en el que hay asientos y cortinas ligeras que cambian la luz sin impedir el aire. Ahora, que se les recorre, se pueden ver los verdes alrededores que rodean la casa.
Jesús está majestuoso. Pese a que no ha dormido, parece estar lleno de fuerza, y su caminar es de reyes. El lino de su vestido está blanquísimo y sus cabellos, limpios con el baño de la mañana, resplandecen levemente y con su color dorado adornan el rostro.
Cusa lleva a Jesús a la sala donde están las mesas
"Ven, Maestro. Te esperábamos solo a Ti" dice Cusa y lo lleva directamente a la sala donde están las mesas.
Después de la plegaria y de una nueva ablución de manos se sienta. La comida empieza, rica como de costumbre, y envuelta en el silencio. Poco a poco el hielo se deshace.
Jesús está cerca de Cusa. Mannaén está del otro lado con Timoneo por comensal. Cusa, un hombre habituado a la corte, señala a los demás sus lugares en la mesa en forma de "U". El esenio ha sido el único que no ha querido tomar parte en el banquete y sentarse a la mesa con los demás. Sólo cuando por órdenes de Cusa un siervo le presenta un cesto precioso lleno de frutas, acepta sentarse a una mesa baja, después de haber hecho no sé cuántas abluciones y después de haberse remangado las largas mangas de su blanca vestidura, por temor de mancharlas, bien sea por rito o por algún otro motivo que ignoro.
Es un banquete extraño donde prevalecen más las miradas que las palabras. Apenas si se oyen alguna que otra de etiqueta. Los presentes se miran unos a otros, esto es, Jesús a los demás y éstos a Él.
Los siervos después de haber puesto sobre las mesas grandes fuentes de frutas por orden de Cusa se retiran. Las frutas están frescas, y debieron de estar dentro del pozo. Parece como si estuvieran heladas por lo hermosas que se ven.
Los siervos salen después de haber prendido las lámparas que todavía no son necesarias, porque en la estación del verano los días son largos.
Cusa EXPLICA a Jesús del porqué de esta reunión
"Maestro" empieza diciendo Cusa, "debes de haberte preguntado el porqué de este encuentro y de nuestro silencio. Lo que tenemos que decirte es de mucha importancia, no lo pueden oír oídos imprudentes. Ahora estamos solos y podemos hablar. Lo ves. Todos los presentes guardan hacia Ti el máximo respeto. Encuentras quienes te veneran como a Hombre y como al Mesías. Tu justicia, tu sabiduría, los dones con los que Dios te ha adornado, es algo que conocemos y admiramos todos los aquí presentes. Tú eres para nosotros el Mesías de Israel. Mesías según la idea espiritual y política. Eres el Esperado para acabar con el dolor, con la humillación de todo un pueblo. Y no sólo de este pueblo encerrado en los confines de Israel, mejor: de la Palestina, sino del pueblo de todo el Israel, de las millares y millares de colonias de la Diáspora, esparcidas por toda la tierra, y que hacen resonar el nombre de Yeové en todos los lugares, que dan a conocer las promesas y esperanzas que ahora se cumplen, de un Mesías restaurador, de un Vengador, de un Libertador y creador de la verdadera independencia y de la Patria Israel, esto es, de la Patria más grande que haya en el mundo, la Patria: reina y dominadora, que borra todos los recuerdos pasados y toda huella de esclavitud, el Hebraísmo triunfante sobre todas las cosas y sobre todos, y para siempre, porque así se dijo y así se debe realizar. Señor, tienes ante Ti a todo Israel en los representantes de las diversas clases de este pueblo eterno, que el Altísimo ha castigado, pero que no deja de amar y que lo llama "su pueblo". Tienes el corazón vivo y sano de Israel con los miembros del Sanedrín y de los sacerdotes. Tienes la fuerza y la santidad con los fariseos y saduceos. Tienes la sabiduría con los escribas y rabinos. Tienes la política y el valor con los herodianos. Tienes las rentas con los ricos, el pueblo con los mercaderes y propietarios. Tienes la Diáspora con los prosélitos. Tienes aun a los separados que ahora sienten estar unidos porque ven en Ti al Esperado: los esenios, a los que nunca se puede uno acercar. Mira, Señor, este primer prodigio, esta grande señal de tu misión, de tu veracidad. Tú, sin violencia, sin medios, sin ministros, sin ejércitos, sin espadas, reúnes a todo tu pueblo como un depósito reúne las aguas de miles de manantiales. Tú, casi sin palabra alguna, sin habernos dicho en modo alguno que nos reuniéramos; a nosotros que nos hemos visto divididos por tantas desgracias, odios, ideas políticas y religiosas, nos juntas de una manera pacífica. ¡Oh, Príncipe de la Paz! alégrate por haber redimido y reinaugurado todo antes de haber tomado entre tus manos el cetro y puesto sobre tu cabeza la corona. Tu Reino, el Reino que ha esperado Israel, ha nacido. Nuestras riquezas, nuestras fuerzas, nuestras espadas están a tus pies. ¡Habla! ¡Ordena! Ha llegado la hora."
Todos aplauden a las palabras de Cusa.
Jesús guarda silencio
Todos aplauden el discurso de Cusa. Jesús, con los brazos cruzados sobre su pecho, guarda silencio.
"¿No hablas? ¿No respondes, Señor? Tal vez todo esto te toma de sorpresa... Tal vez crees no estar preparado y sobre todo tal vez dudas que Israel no lo esté... Pero no es así. Da oídos a nuestras palabras. En nombre mío y en el de Mannaén hablo por lo que se refiere a la corte. No es digna de que siga existiendo. Es una vergonzosa llaga para Israel. Es la tiranía sin nombre que oprime al pueblo y servil se inclina a adular al usurpador. Ha llegado su hora. Levántate, Estrella de Jacob, y ahuyenta las tinieblas de ese conjunto de crímenes y vergüenzas. Aquí están los que son llamados herodianos, y son con todo los enemigos de los que profanan el nombre, para ellos sagrado, de los Herodes. Hablad, vosotros."
"Maestro, ya soy viejo, pero recuerdo lo que fue la gloria de otros tiempos. Como nombre de héroe arrocado a la carroña, así es el nombre de Herodes llevado por degenerados descendientes que envilecen nuestro pueblo. Es la hora en que se repita la hazaña que tantas veces ha realizado Israel cuando indignos monarcas se sentaban sobre los dolores del pueblo. Tú eres el único digno de realizarla."
Jesús no dice nada.
"Maestro, ¿crees que podamos dudar de ello? Hemos escudriñado las Escrituras. Tú eres ése. Tú debes reinar" dice un escriba.
"Debes ser rey y sacerdote. El nuevo Nehemías, mayor que él, debe venir a purificar. El altar es profanado. Que el celo del Altísimo te espolee" dice un sacerdote.
"Muchos de los nuestros, de los que temen tu sabio reinado, te han atacado. Pero el pueblo está contigo y los mejores de los nuestros con él. Tenemos necesidad de un sabio."
"Necesitamos de un hombre puro."
"De un verdadero rey."
"De un santo."
"De un redentor. Cada vez más somos esclavos de todo y de todos, Señor!"
"Se nos pisotea en el mundo, porque no obstante nuestro número y riquezas, somos como ovejas sin pastor. Lanza el viejo grito de: "¡Israel, a tus tiendas!" y de todas las partes de la Diáspora, como leva, se levantarán tus súbditos, derribando los vacilantes tornos de los poderosos que Dios no ama."
Jesús sigue callado ante todas estas insinuaciones
Jesús sigue callado. Es el único que conserva su serenidad, como si no se tratase de El, en medio de unos cuarenta energúmenos, cuyos argumentos apenas si puedo entender una décima parte, porque todos hablan al mismo tiempo produciendo una algarabía de plaza. Jesús conserva su actitud tranquila y su silencio.
Todos gritan: "¡Di algo! ¡Responde!"
Jesús se pone de pie y dice: No
Jesús se pone de pie lentamente, apoyando sus manos sobre la extremidad de la mesa. Un profundo silencio reina. Siente que todos los ojos están en El. Abre su boca y los otros también, como para aspirar su respuesta, y esta es breve, pero clara: "No."
"¡Cómo! Pero, ¡cómo! ¡Nos traicionas! ¿Traicionas a tu pueblo? ¡Reniega de su misión! ¡Rechaza las órdenes de Dios!..." Una gritería. Un tumulto. Caras que se tiñen de carmesí, ojos rojizos de sangre, puños casi amenazadores... Más que amigos, parecen enemigos. Pero así es: cuando una idea política se apodera de los corazones, aun los más serenos parecen fieras contra quien se opone a ella.
Al tumulto sucede un silencio extraño. Parece como que agotadas las fuerzas, todos se sientan exhaustos, derrotados. Se miran con ojos interrogadores, tristes... y hasta intranquilos...
Sabía la inutilidad de vuestro plan.
...Vine para mostraros que no temo ninguna
asechanza porque no es la hora.
Jesús mira a todos. Dice: Sabía que para esto me queríais tener aquí. Sabía la inutilidad de vuestro plan. Cusa puede decíroslo que se lo dije en Tariquea. Vine para mostraros que no temo ninguna asechanza porque no es la hora. Y no tendré miedo cuando llegue, porque para esto he venido. Y vine para persuadiros. Muchos de entre vosotros estáis en buena fe. Debo corregir el error en que habéis caído de buena fe. ¿Veis? No os reprendo. No reprendo a ninguno, ni siquiera a los que por ser mis fieles discípulos deberían saber controlar rectamente sus pasiones. No te reprendo a ti, buen Timoneo; pero te digo que en el fondo de tu amor que quiere verme honrado, existe todavía tu "yo" que se excita, y que sueña con tiempos mejores en que pueda ver castigados a los que te hicieron sufrir. No te reprocho nada, Mannaén, aun cuando has dado muestras de haber olvidado la sabiduría y los ejemplos espirituales que te di, y antes de Mí el Bautista; pero debo decirte que también en ti hay una raíz de egoísmo humano que se levanta tras la hoguera de amor que por mi sientes. No te reprocho nada, Eleazar, hombre justo, incluso por la pobre anciana que quedó contigo, siempre justo, y ya no justo; y no te reprocho nada, Cusa, aunque debería hacerlo por más que en todos los que me queréis en buena fe como rey, existe vigoroso tu yo. Quieres que sea yo rey. No me pones ninguna trampa al decirlo, ni lo haces para denunciarme ante el Sanedrín, ante el rey y ante Roma. Pero más que amor -y tú estás persuadido de que todo sea amor y no es verdad- lo haces para vengarte de las ofensas que en la corte has recibido. Soy tu huésped. Debería guardar silencio acerca de tus sentimientos, pero Yo soy la Verdad en todas las cosas. Y hablo. Por tu bien. Lo mismo digo de ti, Joaquín de Bozra; y de ti, Juan escriba; y también de ti, de ti, de ti." Señala a éste, a aquél sin rencor, pero con tristeza... y continúa: "No os reprocho nada. Porque sé que espontáneamente no queréis esto. Es el Adversario quien trabaja y vosotros... vosotros sin saberlo sois juguetes en sus manos. También se aprovecha del amor, de vuestro amor, Timoneo, Mannaén, Joaquín; del vuestro, vosotros que realmente me amáis; de vuestro respeto que sentís por Mí, vosotros que en Mí veis al Rabí perfecto; aun de esto el Maldito se aprovecha para dañar y dañarme. Pero Yo digo a vosotros, como a quien os incita a los planes peores hasta convertirse en traición y crimen: No. Mi Reino no es de este mundo. Venid a Mí para que establezca mi Reino en vosotros, y no otra cosa. Ahora dejadme ir."
"No, Señor. Estamos completamente resueltos. Hemos puesto ya en juego riquezas, preparado planes, decididos a salir de esta incertidumbre que tiene inquieto a Israel, y de lo que se aprovechan otros para causar daño a Israel. Se te sigue por todas partes con mala intención. Es verdad. Tienes enemigos aun dentro del mismo Templo. Yo que soy uno de los Ancianos, no lo niego. Para poner fin a todo esto, he aquí lo que hay que hacer: ungirte. Y nosotros estamos preparado para hacerlo. No es la primera vez que en Israel se proclama así a alguien como a rey para acabar con desgracias nacionales y discordias. Aquí está alguien que puede hacerlo en nombre de Dios. Permítenos hacerlo" dice uno de los sacerdotes.
No tenéis autoridad para ello."
"No. No os es lícito. No tenéis autoridad para ello."
"El Sumo Sacerdote es el primero que lo quiere, aunque no esté presente. No puede permitir más la situación actual del dominio romano y de los escándalos de la corte."
"No mientas, sacerdote. En tus labios la blasfemia es dos veces más reprobable. Tal vez no lo sabes y eres engañado, pero en el Templo, esto no se desea."
"¿Crees, pues, que es un engaño nuestra afirmación?"
"Sí. Si no de todos vosotros, sí de la mayoría. No mintáis. Yo soy la Luz e ilumino los corazones..."
"Puedes fiarte de nosotros" gritan los herodianos. "Nosotros no amamos ni a Herodes, ni a ningún otro."
"No. Os amáis a vosotros solos. Es verdad. Y no podéis amarme. Os serviría de leva para derrocar el trono, y dejar expedito el camino a un poder más fuerte, y para imponer sobre el pueblo una opresión mayor. Caería Yo en engaño, lo mismo que el pueblo y vosotros mismos. Roma aplastaría a todos, después de que vosotros lo hubierais sido."
"Señor, entre las colonias de la Diáspora hay muchos hombres prontos a levantarse... y nuestras posesiones son para ello" dicen los prosélitos.
"Y las mías, y todo el apoyo de la Auranítide y Traconítide" grita el de Bozra. "Sé lo que digo. Nuestros montes pueden mantener un ejército, fuera de todo peligro, para lanzarlo después como bandada de águilas a tu servicio."
"También la Perea."
"También la Gaulanítide."
"¡El valle del Gahas está contigo!"
"Y contigo las riberas del Mar Salado con los nómadas que nos creen dioses, si consientes en unirte con nosotros" grita el esenio y continúa con una monserga de exaltado que se pierde en la gritería.
"Los montañeses de la Judea son de la raza de fuertes reyes."
"Y los de la Alta Galilea son héroes del temple de Débora. También las mujeres, también los niños son héroes."
"¿Crees que seamos pocos? Somos ejércitos y ejércitos. Todo el pueblo está contigo. Tú eres rey de la estirpe de David, el Mesías. Este es el grito que se oye en los labios de los sabios y de los ignorantes, porque este es el grito de los corazones.. Tus milagros... tus palabras... las señales..." Una confusión que no logro seguir.
Jesús, cual roca firme ante un huracán,
ni se mueve, ni reacciona.
Está impasible.
Jesús, cual roca firme ante un huracán, ni se mueve, ni reacciona. Está impasible. Y la vorágine de súplicas, insistencias, razones, continúa.
"¡Nos destruyes! ¿Por qué quieres nuestra ruina? ¿Quieres hacerlo por Ti solo? No puedes. Matatías Macabeo no rechazó la ayuda de los Asideos y Judas libertó a Israel con su ayuda... ¡Acepta!" De cuando en cuando todos dicen esta única palabra.
Jesús no cede.
Uno de los Anciano, y lo es también en edad, parlotea con un sacerdote y un escriba, más viejos que él. Se abren paso. Imponen silencio. Habla el viejo escriba que llamó también a Eleazar y a los dos escribas de nombre Juan: "Señor, ¿por qué no quieres ceñir la corona de Israel?"
"Porque no es mía. No soy hijo de príncipe hebreo."
Le recuerdan a Jesús la consulta
de los Reyes Magos cuando vinieron a adorarle
"Señor, tal vez no lo sabes. Un día este y este otro fuimos convocados, porque tres Sabios llegaron preguntando donde estaba el que había nacido como rey de los hebreos. ¿Comprendes? "El rey nacido". Herodes para poder responder nos convocó a nosotros, a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo. Con nosotros estaba Hilel el Justo. Nuestra respuesta fue: "en Belén de Judá". Nos consta que naciste allí y que grandes señales acompañaron tu nacimiento. Algunos de tus discípulos son testigos de esto. ¿Puedes negar que los tres Sabios te adoraron como a Rey?"
"No lo niego."
"¿Puedes negar que el milagro te precede y que te acompaña y que te sigue como señal del cielo?"
"No lo niego."
"¿Puedes negar que no eres el Mesías prometido?"
"No."
"Entonces, en nombre de Dios vivo ¿por qué quieres defraudar las esperanzas de un pueblo?"
las esperanzas de Dios."
"Yo he venido a realizar las esperanzas de Dios."
"¿Cuáles?"
"Las de la redención del mundo, del establecimiento del Reino de Dios. Mi Reino no es de este mundo. Dejad en su lugar vuestras riquezas, dejad las armas. Abrid los ojos y el corazón para leer las Escrituras y los profetas, y para acoger mi verdad, y tendréis el Reino de Dios en vosotros."
"No. Las Escrituras hablan de un rey libertador."
todo esto sirve para que se abra el abismo...
el abismo del error en que un pueblo
desconociendo a su Rey perecerá.
"De la esclavitud satánica, del pecado, del error, de la carne, del gentilismo, de la idolatría. ¿Qué os hizo Satanás, hebreos, pueblo sabio, para haceros caer hasta tal punto en error acerca de las verdades proféticas? ¿Qué os hace, hebreos, hermanos míos, para haceros de tal manera ciegos.? ¿Qué os hace, discípulos míos, para que ni siquiera vosotros comprendáis nada? La mayor desgracia de un pueblo y de un creyente es la de caer en una falsa interpretación de las señales. Y aquí es donde se verifica esta desgracia. Intereses personales, prejuicios, arrebatos, amor patrio mal entendido, todo esto sirve para que se abra el abismo... el abismo del error en que un pueblo desconociendo a su Rey perecerá."
"Tú eres el que te desconoces."
"Lo sois vosotros, y además me desconocéis. Yo no soy el rey humano. Vosotros... vosotros, tres cuartas partes de los aquí reunidos, lo sabéis. Queréis mi mal, no mi bien. Lo hacéis por odio, no por amor. Os perdono. Digo a los rectos de corazón: "Volved a vosotros mismos, no seáis siervos involuntarios del mal". Dejadme que me vaya. No tengo nada que añadir."
Un silencio lleno de estupefacción...
Eleazar dice: "No soy enemigo tuyo. Creía que buscaba tu bien. No soy el único... Otros amigos piensan como yo."
"Lo sé. Pero dime, y sé sincero: ¿qué dice Gamaliel?"
"¿El rabí?... Dice... Si, dice: "El Altísimo dará la señal si este es su Mesías"..."
"Dice bien. ¿Y qué José el Anciano?"
"Que Tú eres el Hijo de Dios y reinarás como Dios."
"José es un hombre recto. ¿Y Lázaro de Betania?"
"Sufre... Habla poco... Pero dice... que reinarás sólo cuando nuestros espíritus te acojan."
"Lázaro es un sabio. Cuando vuestros espíritus me acogerán. Por ahora vosotros, también vosotros a quienes tomaba como unos corazones que me aceptaban, no aceptáis ni al Rey ni su Reino; y esto me llena de dolor."
"En una palabra: No aceptas" gritan muchos.
"Lo habéis dicho."
"En una palabra: No aceptas" gritan muchos.
"Lo habéis dicho."
"Nos has hecho comprometernos, nos dañas, nos..." gritan otros: herodianos, escribas, fariseos, saduceos, sacerdotes...
Jesús se aparta de la mesa y se dirige a este grupo mirándolo fijamente. ¡Qué ojos! Involuntariamente los del grupo enmudecen, se pegan contra la pared... Jesús se dirige a ellos cara a cara, y calmadamente pero con una claridad sin ambages, como un sablazo: "Está dicho: "Maldito quien golpea a su prójimo a escondidas y acepta dones para condenar a muerte a un inocente". Yo os digo: os perdono. Pero vuestro pecado lo conoce el Hijo del hombre. Si no os perdonase Yo... Por cosas menores Yeové redujo a cenizas a muchos de Israel." Es tan severo al decir esto, que nadie se atreve a moverse. Jesús levanta la doble y pesada cortina y sale al patio sin que nadie se atreva a hacer algo. Sólo cuando la cortina deja de moverse, esto es, después de algunos minutos, vuelven a pensar.
Jesús se va sin decir más a ninguno
"Hay que alcanzarlo... Hay que detenerlo..." dicen los más enfurecidos.
"Hay que decirle que nos perdone" dicen los mejores, como Mannaén, Timoneo, los prosélitos, el de Bozra, en una palabra, los rectos de corazón.
Se apiñan fuera de la sala. Buscan, preguntan a los siervos: "¿El Maestro? ¿Dónde está?"
¿El Maestro? Nadie lo ha visto, ni siquiera los que están en las dos puertas del patio. No está... Con antorchas y linternas lo buscan en la oscuridad del jardín, en la habitación donde descansó. No está, ni tampoco está su manto que había dejado sobre el lecho, ni la bolsa dejada en el patio...
"Nos engañasteis. ¡Traidores!
¡Debíamos de haberlo pensado!"
"¡Se escapó! ¡Es un satanás! No. Es Dios. Hace lo que quiere. ¡Nos traicionará! No. Nos conocerá por lo que valemos." Un griterío de pareceres y de insultos recíprocos. Los de buen corazón gritan: "Nos engañasteis. ¡Traidores! ¡Debíamos de haberlo pensado!". Los malintencionados, y son los más, amenazan, perdido el macho cabrío expiatorio, vuelven su ira contra sí mismos...
¿Dónde está Jesús? Lo veo, porque me lo permite, muy lejos, en dirección al puente que da sobre la desembocadura del Jordán. Camina veloz, como si el viento se lo llevase. Sus cabellos le revolotean por su rostro pálido, su vestido se agita cual una vela en su ligero andar. Luego, cuando está seguro que se ha alejado, se interna entre las espadañas de la ribera. Toma por la ribera oriental. Y apenas encuentra las primeras rocas del alto acantilado se sube, sin preocuparse de la poca luz, ni del peligro que supone el subir por la costa abrupta. Sube, continúa subiendo hasta una roca alargada sobre el lago, cubierta por una vieja encina, y allí se sienta, pone un codo sobre su rodilla, sobre la palma de la mano apoya su mentón, y con la mirada fija en la vastedad envuelta en la noche -apenas si se puede ver por lo blanco de su vestido y por la palidez de su rostro- está...
Pero alguien lo ha seguido. Es Juan, semidesnudo,
...Se acerca poco a poco a Jesús
Pero alguien lo ha seguido. Es Juan, semidesnudo, esto es, con la túnica corta de pescador, con los cabellos empapados en agua, anhelante y sin embargo pálido. Se acerca poco a poco a Jesús. Parece una sombra que se deslizara sobre el escabroso acantilado. Se detiene distante. Mira a Jesús atentamente... No se mueve. Parece cual roca. Su túnica oscura lo favorece. Sólo la cara, las pantorrillas y los brazos desnudos son visibles en la oscuridad de la noche. Pero cuando oye que Jesús llora, entonces no resiste más. Y se acerca hasta hacerse oír: "¡Maestro!"
Jesús oye. Levanta su cabeza. Se recoge la vestidura pronto a huir.
"¿Qué te hicieron, Maestro, para que no me
reconozcas?"
Juan grita: "¿Qué te hicieron, Maestro, para que no me reconozcas?"
Jesús reconoce a su predilecto. Le tiende los brazos y Juan se lanza a ellos. Los dos lloran por dos diversos dolores y por un solo amor.
El llanto cesa y Jesús es el primero en volver a la visión completa de las cosas. Siente y ve a Juan semidesnudo, con la túnica empapada en agua, con su cuerpo que tiembla de frío, descalzo. "¿Cómo estás aquí y en estas trazas?"
"¡No me regañes, Maestro! No pude aguantarme... No podía dejarte ir... Me quité los vestidos, menos la túnica, y me eché a nado tornando a Tariquea y de allí, por la ribera, corrí al puente y luego paso tras paso, detrás de ti. Me quedé escondido en el foso que está cerca de la casa, pronto a ir en tu ayuda, o por lo menos para saber si te raptaban, si te hacían algún mal. Oí mucha gritería. Luego te vi pasar veloz delante de mí. Parecías un ángel. Para seguirte sin perderte de vista me metí en fosos y pantanos y por eso estoy lleno de lodo. Te ensucio el vestido... Te miraba desde que estás aquí... ¿Llorabas? ¿Qué te han hecho, Señor mío? ¿Te insultaron? ¿Te golpearon?"
Un pobre rey, Juan
"No. Me querían hacer rey. ¡Un pobre rey, Juan! Varios lo hacían de buena fe, llevados de un amor verdadero, pero un fin bueno... Pero los más... para poder denunciarme y matarme..."
"¿Quiénes son?"
"No preguntes."
"¿Y los otros?"
"No preguntes ni siquiera el nombre de éstos. No debes odiar, ni debes criticar... Los perdono..."
"Maestro... ¿había discípulos?... Dime solo ésto."
"Sí."
"¿Y apóstoles?"
"No, Juan. Ningún apóstol."
"¿De veras, Señor?"
"De veras, Juan."
¿por que sigues llorando, Señor?
"Dios sea alabado... Pero, ¿por que sigues llorando, Señor? Yo estoy contigo. Te amo por todos. También Pedro, y Andrés y los demás... Cuando vieron que me echaba en el lago, me dijeron que estaba loco, y Pedro se enfureció y mi hermano dijo que quería yo morir en los remolinos. Pero luego comprendieron y gritaron: "Dios te acompañe. Ve, ve". Nosotros te amamos, pero nadie como yo, que soy un muchacho."
"Sí. Nadie como tú. ¡Tienes frío! Ven aquí bajo mi manto..."
"No, a tus pies. ¡Así... Maestro mío! ¿Por qué no todos te aman como este pobre muchacho cual soy yo?"
Jesús lo estrecha contra su corazón, sentándose a su lado: "Porque no tienen tu corazón de niño..."
"¿Querían hacerte rey? ¿Pero no han comprendido que tu Reino no es de esta tierra?"
"¡No lo comprenden!"
"Sin decir nombre alguno, cuéntame, Señor, cómo estuvo..."
"Pero tú no dirás lo que te digo."
"Si así lo quieres, Señor, no lo diré..."
El no fue Rey de la tierra, porque no quiso,
porque su Reino no es de este mundo.
El es el Hijo de Dios, el Verbo Encarnado
y no podía aceptar lo que es terreno.
"No lo dirás sino cuando los hombres quieran presentarme como un cabecilla vulgar. Llegará ese día. Tú estarás y dirás: "El no fue Rey de la tierra, porque no quiso, porque su Reino no es de este mundo. El es el Hijo de Dios, el Verbo Encarnado y no podía aceptar lo que es terreno. Quiso venir al mundo, revestirse de carne para redimir al hombre, a las almas, al mundo. Pero no se sometió a las pompas del mundo, ni a los incentivos del pecado. En El no hubo nada de carnal ni de mundano. Las Tinieblas no envolvieron la Luz. El Infinito no aceptó cosas finitas, sino que de las criaturas, limitadas por la carne y el pecado, hizo criaturas que le fuesen iguales, llevando a los que creen en El a la verdadera realeza y estableciendo su Reino en los corazones, antes de inaugurarlo en los cielos, donde será perfecto y eterno con todos los salvados. Dirás esto, Juan, a quien querrá verme solo hombre, a quien querrá verme solo espíritu, a quien negará que Yo haya sufrido tentaciones... que haya padecido... Dirás a los hombres que el Redentor lloró... y que ellos, los hombres, fueron redimidos aun con mi llanto..."
"Sí, Señor. ¡Cómo sufres!"
"¡Y así redimo! Pero tú me consuelas en el sufrimiento. Cuando amanezca nos iremos de aquí. Encontraremos una barca. ¿Crees que podremos ir sin remos?"
"Yo lo creería aun si dijeses que iríamos sin barca..."
Se quedan así juntos, envueltos en el único manto. Juan, sintiendo calor, termina por dormirse, cansado, como un niño en los brazos de su madre.
VIII. 213-227
A. M. D. G.