EN BETSAIDA. EN CAFARNAUM. 

SALEN A UN NUEVO VIAJE

 


 

#Quiero ir a casa de Porfiria sin que nadie me vea. Vete luego al lugar acostumbrado y allí me esperas en la barca  

 #Por todas estas cosas he venido a hablarte en particular y a confiarte una cosa que nadie sabe, ni siquiera los apóstoles, ni el mismo Simón.   

#"Todo lo que quieras, Señor mío. Honras demasiado a tu pobre sierva... No merezco tanto... Vete en paz, Maestro y Dios. Haré lo que dices..." El dolor la vence y se postra en tierra   

#Jesús va a donde está Marziam que todavía duerme   

#Quiero irme antes de que se apiñe la gente. Adiós, Porfiria.   

#"Dentro de poco vendrá aquí una viuda. Te buscará. Se queda aquí. Procura ser amiga y amad mucho al niño y a sus hermanos... Hacedlo santamente, en nombre mío..."   

#¿A dónde vamos, Señor? A la casa de Judas y Ana y luego a Corozaín.

 


 

"Rema hacia Betsaida" dice Jesús que va con Juan en una barquita cuando están en la mitad del lago que poco a poco va iluminándose con los resplandores del nuevo día.

Juan obedece sin hablar. Un ligero viento hincha la pequeña vela y hace que veloz la barca se deslice hasta inclinarla a un lado. Taja las aguas veloz. La costa oriental pronto desaparece y la parte note en forma de arco se acerca más y más.

 

Quiero ir a casa de Porfiria sin que nadie me vea. Vete luego 

al lugar acostumbrado y allí me esperas en la barca

 

"Atraca antes de llegar al poblado. Quiero ir a casa de Porfiria sin que nadie me vea. Vete luego al lugar acostumbrado y allí me esperas en la barca.

"Está bien, maestro. ¿Y si alguien me ve?"

"Entretenlo, sin decirle a dónde fui. Pronto regreso."

Juan ve cerca de la playa un lugar bueno para desembarcar. Es un lugar de donde se sacó arena por alguna razón, y forma una especie de un minúsculo golfo de pocos metros, pero en el que puede detenerse una barca a profundidad de cincuenta centímetros.

Se dirige allá. La barca roza el fondo pero logra atracar. Juan la tiene firme en la playa, asiéndose de una raíz.Jesús salta a la playa. Juan apoya el remo sobre ella, y con un empujón lanza la barca otra vez hacia dentro. Levanta su cara luminada con su sonrisa de bueno y dice. "Hasta pronto, Maestro."

"Hasta pronto, Juan" y Jesús se abre paso entre la hierba, entre tanto que el discípulo bordea la costa.

Jesús da vuelta, pasa entre los huertos que están detrás de Betsaida. Camina ligero para no entrar en le poblado cuando empiece a despertarse. Sin encontrar a nadie llega a la casa de Pedro. Llama a la puerta de la cocina. Pocos segundos después de lo alto se asoma Porfiria, que lanza un grito de sorpresa. Se recoge con una mano su espléndida cabellera -su única belleza- que tiene suelta sobre la espalda y corre escaleras abajo, descalza, pues estaba aseándose.

"¡Señor, Tú! ¿Solo?"

"Sí, Porfiria. ¿Dónde está Marziam?"

"Durmiendo. Durmiendo todavía. Está un poco decaído... y por esto no hago que se levante pronto. Es cuestión también de la edad... ha crecido... Mientras duerme  ni piensa ni llora..."

"¿Llora con frecuencia?"

"Sí, Maestro. Creo que se trate de debilidad. Trato de animarlo... de consolarlo... Pero él dice: "Me quedo solo. Se van todos los que amo. Cuando no está ya más Jesús..." y lo dice como si nos fueses a abandonar... Claro... encontró muchos dolores en la vida... Pero yo y Simón lo queremos mucho... Mucho, créelo, Maestro."

"Lo sé. Su alma siente... Porfiria, tengo que hablarte de estas cosas. Por esto vine, sin Simón, a esta hora. ¿A dónde podemos ir para hablar sin que Marziam nos oiga o que alguien nos perturbe?"

"Señor... no dispongo más que de... mi alcoba, o bien del cuarto de las redes... Marziam está arriba, también yo, porque nos fuimos allá para buscar algo de fresco..."

"Vamos al cuarto de redes. Está más separado y Marziam no nos podrá oír si se despierta."

"Ven, Señor" y Porfiria lo guía al rústico cuarto en que hay un poco de todo: redes, remos, utensilios, heno para las ovejas, un telar...

Porfiria se apresura a limpiar una especie de mesa que está contra la pared y le quita el polvo con un trapo para que el Maestro se siente.

"No te preocupes, mujer. No estoy cansado."

Porfiria levanta sus dulces ojos y mira el rostro abatido, fatigado de Jesús, y parece como si dijera: "Sí que lo estás." Pero acostumbrada a callar, no protesta.

 

Por todas estas cosas he venido a hablarte en particular 

y a confiarte una cosa que nadie sabe, ni siquiera 

los apóstoles, ni el mismo Simón. 

 

"Escúchame, Porfiria. Tú eres una mujer y discípula buena. Desde que te conocí siempre te he querido mucho, y con mucho gusto te tomé por discípula y te confié al muchacho. Eres prudente y virtuosa como pocas. Sé que sabes callar, virtud muy rara en las mujeres. Por todas estas cosas he venido a hablarte en particular y a confiarte una cosa que nadie sabe, ni siquiera los apóstoles, ni el mismo Simón. Te la quiero decir para que veas cómo debes comportarte con respecto a Marziam... y con todos... Estoy seguro que darás gusto a tu Maestro en lo que te voy a pedir, y que serás prudente como siempre..."

Porfiria, al oír los elogios de su Señor, se pone coloradísima. No hace más que decir sí con la cabeza, pues está muy conmovida -ella que es tan tímida y que está acostumbrada a aceptar la voluntad de los demás que ni siquiera le preguntan si quiere o no -muy conmovida para poder decir con palabras que acepta. 

"Porfiria... no volveré a estas partes, sino hasta que todo se haya cumplido... ¿Tú sabes, no es verdad, lo que debo realizar?"

Al oír estas palabras Porfiria deja caer su cabellera que tenía recogida sobre su nuca con la mano izquierda, y más que un grito, lanza un sollozo que ahoga llevándose las dos manos a la cara, entre tanto que cae de rodillas llorando: "Lo sé, Señor, mi Dios..." y llora con un llanto tan silencioso que sólo se ve por las lágrimas que de sus dedos con que se cubre la cara, caen al suelo.

"No llores, Porfiria. Por esto he venido. Estoy preparado... y preparados lo están quienes, sirviendo al Mal, servirán en realidad al Bien, porque harán que se adelante la hora de la redención. Podría realizarse aun ahora porque tanto Yo como ellos estamos preparados... y cualquier otra hora o algún suceso que se interpusiere, no servirán mas que para dar forma completa a su crimen... a y mi Sacrificio. Estas horas que precederá a aquella hora, sirven de algo... Todavía hay algo de realizar y de decirse por que todo lo que tenía que cumplirse, debe realizarse con conocimiento mío... Mas no regresaré aquí... Por última vez miro estos lugares... y por última vez entro en esta casa honrada... No llores... No quise irme sin darte el adiós y mi bendición. Llevaré conmigo a Marziam, al ir hacia los confines fenicios y luego cuando baje a Judea para los Tabernáculos. No me faltará ocasión para devolvértelo antes de que arrecie el invierno. ¡Pobre muchacho! Estará conmigo por algún tiempo. Y además... Porfiria, no está bien que Marziam se encuentre presente a mí hora. Por esto no lo dejarás ir a la Pascua..."

"El precepto, Señor..."

"Lo absuelvo del precepto. Soy el Maestro, Porfiria, y soy Dios, lo sabes. Como Dios puedo absolver de antemano de una omisión que en realidad no lo es, porque Yo lo quiero por motivo de justicia. El obedecer a mis órdenes es de sí absolución a la omisión del precepto, porque obedecer a Dios -y esto también es un sacrificio para Marziam- es siempre superior a cualquier otra cosa. Soy Maestro. No es buen maestro quien no sabe medir las cualidades y reacciones de su discípulo, y no piensa sobre las consecuencias de un esfuerzo superior que el discípulo puede soportar. También cuando uno impone la virtud, se debe ser prudente y no querer exigir algo que la formación espiritual o las fuerzas generales del hombre no pueden dar. Exigir una virtud o un dominio espiritual exagerados respecto al grado de fuerzas espirituales, morales y aun físicas al que ha llegado el hombre, puede destruir las fuerzas acumuladas y despedazar el ser en sus tres grados: espiritual, moral y físico. Marziam desde pequeño ha sufrido y ha conocido demasiado la brutalidad de los demás, hasta llegar a odiarlos. No podría soportar lo que será mi pasión: un mar de amor doloroso en el que lavaré los pecados del mundo, y un mar de odio satánico que tratará de sumergir a todos los que he amado y de aniquilar todo mi trabajo de Maestro. En verdad te digo que aun los más fuertes se doblegarán bajo la marea de Satanás, al menos por un poco de tiempo... Pero Yo no quiero que Marziam se doblegue, y beba de esa onda desoladora... Es un inocente... y lo quiero... Compadezco mucho a quien ha sufrido más de lo que sus fuerzas pudieron resistir... He vuelto a llamar de allá al espíritu de Juan de Endor..."

"¿Murió ya Juan? Marziam ha escrito muchos rollos para él... Otro dolor será para él..."

"Yo le comunicaré la muerte de Juan... Te decía que lo he sacado de la vida para preservarlo también del golpe de aquella hora. A Juan los hombres lo hicieron también sufrir mucho. ¿Con qué objeto hay que despertar sentimientos adormecidos? Dios es bueno. Prueba a sus hijos, pero no es un experimentador despreocupado... Si los hombres lo imitasen, cuántas ruinas se evitarían en los corazones, o más aun cuántas borrascas peligrosas ignorarían... Bien, tornando a Marziam, él no debe ir a la siguiente Pascua. Por ahora nada dirás. Cuando llegue el momento le dirás así: "El Maestro me dio órdenes de no enviarte a Jerusalén. Te promete un premio especial si obedeces". Marziam es bueno y obedecerá... Porfiria esto es lo que quería de ti. Tu silencio, tu fidelidad, tu amor."

 

"Todo lo que quieras, Señor mío. Honras demasiado 

a tu pobre sierva... No merezco tanto... Vete en paz, Maestro 

y Dios. Haré lo que dices..." El dolor la vence y se postra 

en tierra

 

"Todo lo que quieras, Señor mío. Honras demasiado a tu pobre sierva... No merezco tanto... Vete en paz, Maestro y Dios. Haré lo que dices..." El dolor la vence y se postra en tierra -antes estaba de rodillas, apoyada sobre los calcañales, con los ojos fijos en el rostro de Jesús- su cara está pegada al suelo, sus negros cabellos le sirven de manto. Solloza fuertemente: "¡Qué dolor, Maestro! ¡Qué dolor! ¡Pierde el mundo! ¡Perdemos los que te amamos! ¡Pierde tu sierva! ¡Pierdo al único que en realidad me ha amado! ¡Que no me ha despreciado! ¡Que no me ha impuesto su voluntad! ¡Que me ha tratado como a las demás, a mí que soy una ignorante, una pobre, una tonta! Marziam y yo -pues él me lo dijo primero que todos- nos habíamos tranquilizado... Todos afirmaban que no puede ser cierto... Todos: Simón, Natanael, Felipe... sus mujeres... y ellas saben, son sabios... y Simón... mi Simón, si Tú lo escogiste es porque debe valer algo... ¡y todos! todos decían que no puede ser... Pero ahora Tú lo dices, Tú lo dices... y no se puede dudar de tu palabra..." El dolor destroza a Porfiria.

Jesús se inclina. Le pone una mano sobre su cabeza: "No llores así... Marziam podrá oír... Lo sé... Nadie lo cree, nadie quiere creer... y su saber, su amor es causa de que no crean... Pero así es... Porfiria, me voy. Antes de irme te bendeciré ahora y para siempre. Recuerda que te he amado, y que me he sentido satisfecho de que me amaras. No te digo: sigue amándome, porque sé que lo harás, porque el recuerdo de tu Maestro será siempre tu dulzura y en él te refugiarás. Tu dulzura y tu paz aun en la hora de la muerte. Piensa entonces que tu Maestro murió para abrirte el Paraíso y que te espera allí. "¡Ea" Levántate. Voy a despertar a Marziam. Borra las huellas de tu llanto y ven con nosotros. Juan me está esperando para llevarme a Cafarnaum. Si tienes algo de enviar a Simón, prepáralo. Acuérdate que necesitará de sus vestidos gruesos..."

Porfiria, una mujer en realidad sumisa y obediente, besa los pies de Jesús, trata de ponerse en pie, pero una onda de amor le hace perder la cabeza, y sonrojándose vivamente, toma las dos manos de Jesús, las besa una, dos, diez veces. Luego se levanta y lo deja ir...

 

Jesús va a donde está Marziam que todavía duerme

 

Jesús sale. Sube a la terraza, entra en una especie de pabellón hecho con las velas extendidas sobre cuerdas, donde están los dos lechos. Marziam todavía duerme. No se ve más que una mejilla de su cara morena morena y un brazo largo y flaco que sale de debajo de la sábana que lo cubre.

Jesús se sienta en tierra cerca del lecho, acaricia levemente sus guedejas descompuestas que cubren su mejilla pálida. Marziam hace un movimiento, pero no se despierta del todo. Jesús vuelve a hacer lo mimo. Luego se inclina a besar la frente que ahora está descubierta. Marziam abre sus ojos y ve a su lado a Jesús, inclinado sobre él. Casi no puede creerlo, piensa que está soñando. Jesús le habla y entonces el jovenzuelo se levanta, y se echa en sus brazos...

"¿Aquí, Maestro?"

"Vine para llevarte conmigo por un mes. ¿Contento?"

"Sí. ¿Y Simón?"

"Está en Cafarnaum. Vine con Juan..."

"¿También regresó el? ¡Que contento se va a poner! Le daré lo que escribí."

"No habló de Juan de Endor, sino de Juan de Zebedeo. ¿No estás contento?"

"Sí. Lo quiero mucho, pero también al otro... tal vez hasta más..."

"¿Por qué, Marziam? Juan de Zebedeo es muy bueno."

"Sí, pero el otro es muy infeliz y también yo lo fui y todavía lo soy un poco... Entre gente que sufre, se entiende uno y se ama uno..."

"¿Te sentirías contento de saber que ya no sufre y que es muy feliz?"

"Sí, que me sentiré. Pero no puede ser feliz sino está contigo... ¿Ha muerto acaso, Señor?"

"Está en la paz, y hay que sentirse uno contento de ello, sin egoísmo, porque ha muerto como un justo, y porque ahora no haya separación entre su espíritu y el nuestro. Tenemos un amigo más que ruega por nosotros."

Marziam tiene dos lagrimones en su cara flaca y pálida, y en voz baja murmura: "Es verdad."

Jesús no añade más, ni hace observación sobre el estado físico y moral de Marziam que a las claras se ve que ha enflaquecido, más bien dice: "¡Ea! Vámonos. Ya hablé con Porfiria. Ahora ha de estar preparando tus vestidos. También tú arréglate, que Juan nos está esperando. Daremos una sorpresa a Simón. ¿No es aquella su barca que regresa a Cafarnaum? Tal vez pescó cuando regresaba..."

"Sí, es esa. ¿A dónde vamos, Señor?"

"Al norte y luego a Judea."

"¿Por mucho tiempo?"

"Sí."

Marziam, entusiasmado con la idea de estar con Jesús, se levanta rápido, baja a toda prisa a lavarse en el lago y vuelve con los cabellos húmedos, gritando: "He visto a Juan. Me hizo una señal de saludo. Está en la desembocadura, entre el cañaveral..."

"Vámonos."

Bajan. Porfiria está terminando de cerrar dos alforjas, dice: "Pensé enviar más tarde los vestidos gruesos al Getsemaní, para mi hermano, para la fiesta de los Tabernáculos. Así caminaréis más ligeros tanto tú como tu padre" y mientras termina de amarrar los cordones hace lista de lo que preparó. Leche, pan, frutas...

 

Quiero irme antes de que se apiñe la gente. Adiós, Porfiria.

 

"Lo comeremos en la barca. Quiero irme antes de que se apiñe la gente. Adiós, Porfiria. Que Dios siempre te bendiga y la paz de los justos esté siempre en ti. Vámonos, Marziam"...

Atraviesan pronto el breve trecho de la calle y mientras Marziam va a donde está Juan, Jesús va a la barca, a la que inmediatamente llegan os dos que corren entre el cañaveral, saltan en ella y se valen del remo para entrar agua dentro. Reman. Se detienen en la playa de Cafarnaum en espera de la barca de Pedro que está por llegar. La hora los salvó del asedio de la gente y pueden, tirados sobre la arena bajo la sombra de la barca, comer en paz su pan y fruta.

Simón no conoce la barca y por esto cuando desembarca y ve que detrás está la barca de Jesús, cae en la cuenta de El.

"¡Maestro! ¡Y tú, Marziam! ¿Desde qué hora?"

"Desde hace unos cuantos  minutos. Pasé por Betsaida. Date prisa. Hay que partir cuanto antes..."

Pedro lo mira pero no dice nada. El y sus compañeros descargan el pescado, sacan de los sacos los vestidos, y también el de Juan que ahora puede vestirse. Simón pregunta algo al compañero, que le hace una señal como diciendo. "Esperaré..."

Van a la casa. Entran. Los apóstoles que se han quedado, acuden. 

"Daos prisa. Nos vamos inmediatamente. Tomad todo, porque no volveremos aquí" ordena Jesús.

Los apóstoles se miran a hurtadillas y se traba una red de señales con que se hablan, pero obedecen. Creo que lo hacen con prisa para poder hablar en las otras habitaciones...

Jesús se queda en la cocina con Marziam, de despide de los dueños de casa, pero no les dice: "no regreso más", ni siquiera cuando pasa por la calle aunque lo vean y saluden. Sencillamente les responde con su saludo acostumbrado. Se detiene en la casa de Jairo, que todavía no ha regresado.

 

"Dentro de poco vendrá aquí una viuda. Te buscará.

 Se queda aquí. Procura ser amiga y amad mucho al niño 

y a sus hermanos... Hacedlo santamente, en nombre mío..."

 

Encuentra cerca de la fuente a la viejecilla que vive cerca de la casa de la madre del pequeño Alfeo y le dice: "Dentro de poco vendrá aquí una viuda. Te buscará. Se queda aquí. Procura ser amiga y amad mucho al niño y a sus hermanos... Hacedlo santamente, en nombre mío..."

Prosigue caminando y de sus labios se oye: "Hubiera querido haber saludado a todos los niños..."

"Puedes hacerlo, Maestro. ¿Por qué no has descansado? Estás muy fatigado. Tu rostro está pálido y tus ojos se ven cansados. Te va a hacer mal... Todavía hace calor y ciertamente que no habrás dormido ni en Tiberíades ni en casa de Cusa..."

"No puedo, Simón. Tengo que ir a algunos lugares y hay poco tiempo..."

Han llegado a la ribera. Jesús llama a los trabajadores de Pedro y los saluda. Les dice que devuelvan la barca a un tal Saúl de Zacarías que está en el poblado antes de llegar a Ippo.

Toma el camino sombreado que corre a lo largo del río. Lo sigue hasta un cruce y continúa por esta parte.

 

¿A dónde vamos, Señor?

 A la casa de Judas y Ana y luego a Corozaín.

 

"¿A dónde vamos, Señor?" pregunta Simón que ha venido hablando en voz baja con sus compañeros.

"A la casa de Judas y Ana y luego a Corozaín. Quiero saludar a mis buenos amigos..."

Otra vez las miradas furtivas de los apóstoles y otra vez el murmullo de voces. Finalmente Santiago de Alfeo se adelanta, alcanza a Jesús que va delante de todos con Marziam.

"Hermano, ¿no vamos a regresar más a estas partes, pues dices que quieres saludar a nuestros amigos? Queremos saberlo."

"Claro que regresaréis, pero después de varios meses."

"¿Y Tú?"

Jesús hace un gesto evasivo... Marziam se separa discretamente, juntándose con los otros, esto es, con todos menos con Santiago de Alfeo que está con Jesús y con Judas de Keriot, que viene solo en la cola, con aire sombrío, algo así como desganado.

"Hermano, ¿qué te ha pasado?" pregunta Santiago poniendo una mano sobre la espalda de Jesús.

"¿Por qué lo preguntas?"

"Porque... No sé. Todos nos lo preguntamos. Nos pareces cambiado... Viniste solo con Juan... Simón dice que fuiste huésped de Cusa... No descansas... No saludas sino a pocos... parece como si no quisieras regresar acá... Tu rostro... ¿No podemos saber algo más? ¿Ni siquiera yo?... Tú me amabas... Me has dicho cosas que tan solo yo sé..."

"Todavía te amo. Pero no tengo nada que decir. Perdí un día más de lo previsto. Lo recupero."

"¿Es necesario ir hacia el norte?"

"Sí, hermano."

"Entonces... ¡Has sufrido! Lo siento..."

Jesús pone un brazo sobre la espalda de su primo: "Ha muerto Juan de Endor. ¿Lo sabías?"

"Me lo dijo Simón mientras preparaba los vestidos. ¿Luego?..."

"Dejé a mi Madre."

"¿Y luego?" Santiago, de estatura más baja que Jesús, lo mira de abajo a arriba, insistente, curioso.

"Y luego estoy contento de estar contigo, con vosotros, con Marziam. Lo tendré conmigo por algunos meses. Tiene necesidad. está triste y sufre. Lo sabes."

"Sí. Pero no es nada de esto... No quieres decírmelo. No importa. Te sigo queriendo aunque me trate como a un amigo."

"Santiago, eres para mí más que un amigo. Pero mi corazón necesita de reposo..."

"Y así no hablar de lo que te aflige. Entendido. ¿Es Judas el que te causa dolor?"

"¿Judas? ¿Tu hermano?"

"No. El otro."

"¿Por qué esta pregunta?"

"No sé. Mientras no estuviste con nosotros, un mensajero de no sabemos quién vino a buscar a Judas varias veces. El no lo quiso admitir, pero..."

"En cada acción de Judas vosotros veis un delito. ¿Por qué faltar a al caridad?"

"Porque él se muestra tan torvo. Nos esquiva. Se ve que no tiene gana de nada..."

"Dejadlo en paz. Hace más de dos años que está con nosotros y siempre ha sido así... Piensa qué felices van a ser los viejos. ¿Y sabes por qué voy allá? Quiero encargarles al pequeño carpintero de Corozaín..."

Se alejan hablando. Detrás de ellos, en grupo, siguen los apóstoles que han esperado a Judas para no dejarlo atrás solo, no obstante se vea a las claras que está tan de mal humor que sería mejor no tenerlo junto.

VIII. 232-239

A. M. D. G.