"NO TENGO MEJOR DESCANSO QUE 

DECIR: HE SALVADO UN ALMA QUE 

ESTABA A PUNTO DE PERECER"

 


 

#Judas llama al Maestro   

#amigo mío, hijo mío, ¿qué cosa te perturba?   

#"Tenme contigo, Maestro... tenme... Mi carne aúlla como un demonio... y si cedo, entonces todos los males se dejan venir... Sé que lo sabes, pero que esperas a que lo confiese... Es duro, Maestro, decir: "He pecado"."   

#Esta noche escapé... escapé de Corozaín... porque si me hubiera quedado... si me hubiera quedado... estaba perdido   

#No tengo mejor descanso que decir: "Hoy he salvado un alma que estaba a punto de perecer". Ven, ven... Vamos a Corozaín. ¡Si esta ciudad, Judas supiese imitarte!

 


 

Veo a Jesús que pasea lentamente yendo y viniendo por un sendero solitario, iluminado por la luna llena, que sonríe en medio de un cielo serenísimo. Por su posición, puedo calcular que ha pasado más ya de la medianoche.

Jesús camina pensando y orando sin duda, aunque no mueva sus labios. Pero no pierde de vista las cosas que le rodean. Se detiene una vez a escuchar complacido el canto de un pájaro cantor enamorado, que entona una serie de arpegios y trinos, tan fuertes y largos que parece imposible puedan salir de ese pequeño animal emplumado. Para no turbarlo ni siquiera con el ruido que sus sandalias produjesen al marchar sobre las piedrecitas del camino y con el roce de su vestido en las hierbas, se detiene con los brazos cruzados y en alto el rostro sonriente. Cierra hasta los ojos para poder oír mejor y cuando el pájaro cantor termina con un aguo que sube, sube, y termina finalmente con una nota agudísima, hasta que le quita el aire. Jesús hace señal de que le ha agradado y sin decir nada lo aplaude bajando dos o tres veces su cabeza con una sonrisa de satisfacción.

Otra vez se inclina sobre una mata de madreselvas en flor que despide su perfume de los miles de blancos cálices abiertos, en que suavemente se mueven los pistilos amarillentos, y en la parte de abajo se ve brillar la gotita dorada. Las flores, a la luz de la luna, parecen ser más blancas, como si fuesen de plata. Jesús las admira, las huele y las acaricia con la mano.

Torna a pasear. El lugar es un poco alto porque la claridad de la luna permite ver hacia el sur algo que brilla como un espejo, será un lago, porque río no lo es, ni mucho menos mar, porque se ven colinas que lo rodean en parte contraria donde está Jesús.

Mira el plácido centellear en la tranquila noche de verano. Luego vuelve sobre sí, de sur a poniente, y mira el blanquear de un poblado, no lejos más de unos dos kilómetros. Es un poblado regular. Se para a contemplarlo, y sacude su cabeza como siguiendo un pensamiento que lo afligiera mucho.

Vuelve a continuar su lento paseo y su oración. Se sienta sobre una piedra a los pies de un árbol muy alto, y asume su posición acostumbrada de apoyar sobre las rodillas los codos con los antebrazos hacia afuera, y las manos entrelazadas en forma de oración.

 

Judas llama al Maestro

 

Está así durante un poco de tiempo y continuaría a no ser que un hombre, una sombra, no saliese de la espesura y dirigiéndose a El no lo llamase: "¡Maestro!"

Jesús se vuelve, porque la voz se oye por detrás, y dice: "Judas, ¿qué quieres?"

"¿Dónde estás, Maestro?"

"A los pies del nogal. Acércate." Jesús se levanta y se pone de pie en el sendero, bañado de la luna, para que Judas lo pueda ver mejor.

"¿Viniste, Judas, a acompañar un poco a tu Maestro?" Ahora están cerca y Jesús pone con cariño un brazo sobre la espalda del discípulo. "¡O bien me necesitan en Corozaín?"

"No, Maestro. No te necesitan. tuve ganas de venir donde estás."

"Bien. Los dos podemos sentarnos sobre esta piedra."

Se sientan juntos. Silencio. Judas no habla, mira a Jesús. Lucha.

Jesús trata de ayudarlo. "¡Qué hermosa noche, Judas! Mira cómo todo está limpio. Me imagino que la primera noche que sonrió a la tierra no fue más pura, ni la que iluminó la cara de Adán al dormir en el paraíso terrestre. Mira cómo huelen esas flores. Huélelas, pero no las cortes. Son tan bellas y tan puras. No he querido cortarlas para no profanarlas. No es cosa buena emplear la fuerza, tanto en las plantas como en los animales; en estos como en el hombre. ¿Por qué quitar la vida? ¡Qué bella es la vida cuando se emplea en el bien!... Y estas flores la emplean bien porque perfuman, alegran con sus formas, proporcionan miel a las abejas y a las mariposas y les entregan el oro de sus pistilos que adorna cual topacio sus alas, y además sirven de nido a los pájaro... Si hubieras estado aquí un poco antes, hubieras oído un pajarillo cantar tan dulcemente su alegría de vivir y su deseo de alabar al Señor. ¡Hermosos pájaros! ¡Qué bien sirven de ejemplo al hombre! Se contentan con poco y sólo de lo que es lícito y santo. Un granito o un gusanillo que les da el Padre Creador; y si no hay no se irritan ni se sienten de malhumor. Engañan su hambre con el entusiasmo de cantar alabanzas al Señor y sus alegrías de esperanza. Son felices de sentirse cansados porque volaron desde el alba hasta la tarde para fabricarse un nido, tibio, suave, seguro, no por egoísmo, sino por amor a su prole. Cantan por la alegría de amarse honestamente. El pájaro macho por la hembra y ambos por sus polluelos. Los animales son siempre felices porque no tienen remordimientos ni reproches en su corazón. Somos nosotros los que los hacemos infelices, porque el hombre es malo, falta de atenciones, siempre quiere imponer su voluntad cruel. No le basta serlo con sus semejantes. Es malo hasta con los inferiores. Y cuantos más remordimientos tiene dentro de sí, tanto más su conciencia le remuerde y tanto más él se ensaña con los demás. Estoy cierto, por ejemplo, que el jinete que hoy espoleaba su caballo hasta echarle sangre, pese a que estaba sudado y cansado, y que lo golpeaba hasta arrancarle los pelos, hasta en las tenillas y párpados oscuros que llenos de dolor se cerraban, tan llenos de resignación, tan dulces, no llevaba un alma tranquila. O iba a cometer un pecado contra la honestidad o regresaba de haberlo cometido." Jesús se calla y piensa.

Judas no dice nada, también él piensa. Luego: "¡Qué bello es, Maestro, oírte hablar así! Todo se ilumina a los ojos de uno, a la mente, al corazón... y todo se hace fácil. Hasta el decir: "¡Quiero ser bueno!" Hasta decirte... hasta decirte... decirte: "Maestro, también yo tengo mi alma intranquila. No tengas  asco de mí, Maestro, Tú que tanto amas lo que es puro". "

 

amigo mío, hijo mío, ¿qué cosa te perturba?

 

"Oh, Judas, ¿que tenga Yo asco? amigo mío, hijo mío, ¿qué cosa te perturba?"

"Tenme contigo, Maestro. Tenme junto a Ti... He jurado de ser bueno, desde que me hablaste tan hermosamente. He jurado volver a ser el Judas de los primeros días, que te seguía y que te amaba como el novio a su novia, no anhelaba otra cosa más que a Ti y encontraba en Ti toda mi satisfacción. Así te amaba, Jesús..."

"Lo sé... y por esto te amé... y sigo amándote ¡oh, pobre amigo mío que estás herido!..."

"¿Cómo sabes que lo estoy? ¿Sabes de qué cosa?..."

Silencio Jesús mira a Judas con unos ojos tan dulces... Parece como si las lágrimas los hiciesen y disminuyesen su fulgor. Ojos de niño inocente e indefenso que se entrega por completo al amor.

 

"Tenme contigo, Maestro... tenme... Mi carne aúlla 

como un demonio... y si cedo, entonces todos los males 

se dejan venir... Sé que lo sabes, pero que esperas a que 

lo confiese... Es duro, Maestro, decir: "He pecado"

 

Judas se echa a sus pies con la cara sobre las rodillas, sus brazos estrechan la cadera y con lágrimas dice: "Tenme contigo, Maestro... tenme... Mi carne aúlla como un demonio... y si cedo, entonces todos los males se dejan venir... Sé que lo sabes, pero que esperas a que lo confiese... Es duro, Maestro, decir: "He pecado"."

"Lo sé, amigo mío. Por esto sería necesario obrar bien, para no verse uno obligado a decir: "Pequé". Con todo, Judas, también en esto se encuentra una buena medicina. El tener que hacer un esfuerzo para confesar la culpa, lo detiene a uno; y si se cometió, la pena que siente al acusarse es ya penitencia que redime. Si después uno sufre no ya por honra propia, ni por miedo del castigo, sino porque uno sabe que al faltar ha causado dolor, entonces, Yo te lo digo, la culpa se borra. Es el amor el que salva."

"Yo te amo, Maestro, pero soy débil... ¡Oh, no puedes amarme! Eres puro y amas a los puros... No puedes amarme porque yo soy... yo soy... ¡Jesús, quítame el hambre del placer" Sabes qué clase de demonio es."

"Lo sé. No obedecí a su voz, pero sé que clase de voz sea."

"¿Lo ves? ¿Lo ves?  Te causa tanto asco, que con sólo decirlo tu rostro se cambió... ¡No puedes perdonarme!"

"Judas, ¿no te acuerdas de María? ¿Y de Mateo? ¿Del publicano que se hizo leproso? ¿Y de aquella mujer, la prostituta romana, a la que le profeticé que irá al cielo, porque después de que la perdoné, vivirá santamente?"

 

Esta noche escapé... escapé de Corozaín... 

porque si me hubiera quedado... si me hubiera quedado... 

estaba perdido

 

"Maestro... Maestro... Maestro... ¡Qué dolencia tengo en el corazón! Esta noche escapé... escapé de Corozaín... porque si me hubiera quedado... si me hubiera quedado... estaba perdido. Sabes... es como quien bebe y se emborracha... El médico le quita el vino y cualquier bebida alcohólica. Se cura, sana hasta que no vuelve a sentir el sabor... Pero si cede, sola una vez, y vuelve a saborearlo... siente una sed... una sed por beber... que no resiste más... y bebe y bebe... y se enferma de nuevo... enfermo para siempre... loco... poseído... poseído por su demonio... de ese demonio suyo... ¡Jesús, Jesús, Jesús!... No lo digas a los demás... No lo digas... Tengo vergüenza de todos..."

"Pero no de Mí."

Judas entiende mal. "¡Es verdad! ¡Perdóname! Debería de tener más vergüenza de Ti que de cualquier otro, porque eres perfecto..."

"No, hijo, no quería decir esto. Tu dolor, tu angustia, tu humillación que no te sean especie de velo. Dije que puedes avergonzarte de todos, pero no de Mí. Un hijo no tiene miedo ni vergüenza de su buen padre, y un enfermo de un buen médico. Al uno y al otro debe decirse todo sin temor, porque el uno ama y perdona, y el otro comprende y cura. Yo te amo y te comprendo, por esto te perdono y curo. Pero dime, Judas, ¿qué cosa te pone en las manos de tu demonio? ¿Acaso Yo? ¿Los hermanos? ¿Las mujeres de mala vida? No. Es tu voluntad. Ahora te perdono y curo... ¡Me has dado una gran satisfacción, Judas! Estaba muy contento con esta noche serena, perfumada, llena de trinos y alabanza al Señor. Pero la alegría que me has dado supera esta claridad de la luna, estos perfumes, esta paz, estos trinos. ¿Oyes? Parece como si el pajarillo se uniera para decirte conmigo que es feliz con tu buena voluntad, él, el canoro pajarillo, siempre dispuesto a hacer aquello para lo cual fue creado. También este vientecillo matinal, que pasa sobre las flores, las despierta, introduciendo en su cáliz una gota diamantina de rocío para que la encuentren dentro de poco la mariposa y el rayo del sol, para que ella encuentra algo con qué saciar su sed, y este para tener espejo donde mire su fulgor. Mira. La luna se va metiendo ya. El canto lejano del gallo nos anuncia el alba. La tinieblas de la noche con sus fantasmas van desapareciendo. Mira qué veloz y cuán dulcemente ha pasado el tiempo que, de no haber venido tú a Mí lo hubieras pasado entre el hastío y el remordimiento. Ven siempre, cuando tengas miedo de ti. Judas, el yo propio es un gran amigo, un gran tentador, un gran enemigo y un gran juez. Y mira, es amigo bueno y fiel, si eres bueno; sabe ser amigo insincero si no eres bueno, y luego que te sirvió de cómplice, se convierte en juez inexorable y te atormenta con sus reproches... Sus reproches son crueles... ¡No Yo! bueno, vámonos. La noche va terminando..."

"Maestro, no te dejé descansar... y hoy tendrás que hablar tanto..."

 

No tengo mejor descanso que decir: 

"Hoy he salvado un alma que estaba a punto de perecer". 

Ven, ven... Vamos a Corozaín. 

¡Si esta ciudad, Judas supiese imitarte!

 

"He descansado con la alegría que me diste. No tengo mejor descanso que decir: "Hoy he salvado un alma que estaba a punto de perecer". Ven, ven... Vamos a Corozaín. ¡Si esta ciudad, Judas supiese imitarte!"

"Maestro, ¿qué dirás a mis compañeros?"

"Nada si no me lo preguntan... Si preguntan diré que hablábamos de las misericordias de Dios... Es un tema real y sin límites que una larga vida no llega a desarrollar. Vámonos..."

Y bajan. Ambos son altos. Ambos son bellos, pero de modo diverso. Ambos jóvenes, pero diferentes. Desaparecen tras un grupo de árboles...

VIII. 253-258

A. M. D. G.