JESÚS HABLA DE LOS DEBERES ENTRE
SUEGRA Y NUERA
#Descripción de uno de los parajes más hermosos de Palestina
Descripción de uno de los parajes
más hermosos de Palestina
Los montés fértiles y llenos de árboles donde se encuentra Giscala dan alivio con su verdor, con sus brisas, con sus aguas y con sus horizontes siempre variados, siempre bellos según el rumbo que tome el camino, hacia este punto o hacia el otro. Por la parte norte hay continuas crestas llenas de árboles de matices de color verde variado, diría yo, como si la tierra tratase de erguirse hacia el firmamento azul al que quisiera ofrecer como homenajes de gratitud, sus aguas y sus rayos que el da, y toda su belleza envueltas en árboles. Al noreste la mirada se extasía con ese joyel de colores, según la hora del día y la luz del gran Hermón que levanta su cono más arriba, cual grandioso obelisco de diamantes, de ópalos, de un palidísimo zafiro, de un debilísimo rubí, o de acero apenas templado, y esto según sea que el solo lo bese o no y las despeinadas nubecillas arrastradas por los vientos jueguen sobre sus eternas nieves. La mirada desciende después por las vertientes de color esmeralda de sus mesetas, de sus crestas, de sus barrancos y picos que se encuentran a las faldas de la soberbia mole. Luego, dando vuelta más hacia el este se extiende el vasto altiplano verde de la Galaunítide y Araunítide. Su parte oriental la limitan los montes sumidos en la niebla de la lejanía, y la occidental el verde diverso que hay a lo largo del Jordán y señala al valle. Más cerca, como dos resplandecientes zafiros, los dos lagos el de Merón dentro del cerco de la fértil llanura y el de Tiberíades, bello como una bella pintura entre riberas eternamente floridas: sueño de oriente por los grupos de palmeras que sacuden su cresta a la brisa que viene de los montes cercanos, poesía de nuestros más hermosos lagos por la tranquilidad de sus aguas y el cultivo de sus riberas. Y luego, al sur, el Tabor de característica cumbre, y el pequeño Hermón todo verde cual guardián de la llanura de Esdrelón, de la extensa llanura que no se ve interrumpida por elevaciones montañosas. Más allá, hacia el sur los grandes montes de la Samaría que se pierden hacia la Judea. El único que no se ve es el Carmelo, hacia la parte occidental, lo mismo que la llanura que va hacia Ptolomaide, escondidos por una cadena más alta que esta.
Uno de los panoramas mas hermosos de Palestina.
Jesús continúa caminando entre los montes, algunas veces solo, otras con algún discípulo o apóstol que se le une.
Se detiene una vez para acariciar los niños de un pastor que juegan cerca del ganado, y acepta la leche que el pastor, que lo ha reconocido como al Rabí de que le hablaron otros que lo vieron, le da, diciendo "para Ti y para los tuyos."
En otra ocasión escucha a una viejecilla que sin saber quién fuese, le cuenta sus penas de familia, penas que le da una nuera caprichuda e irrespetuosa.
Jesús compadece a la viejecilla, la exhorta:
"Debes ser para ella madre, aunque no sea tu hija.
Dime la verdad: si en vez de ser nuera, fuera tu hija,
¿te parecerían sus defectos tan enormes?"
Aunque Jesús compadece a la viejecilla, la exhorta con todo a ser paciente, a persuadir a la bondad con la bondad: "Debes ser para ella madre, aunque no sea tu hija. Dime la verdad: si en vez de ser nuera, fuera tu hija, ¿te parecerían sus defectos tan enormes?"
La viejecilla piensa... y luego responde: "No... Una hija es siempre una hija..."
"Y si una hija tuya te dijese que en la casa de su esposo la madre de él la maltrata, ¿qué dirías?"
"Que es mala. Porque debería enseñar bondadosamente las costumbres de la casa -cada una tiene las suyas- sobre todo si la esposa es joven. Le diría que se acordase de cuando fue esposa joven, de que fue feliz al amar a su suegra si tuvo la suerte de que esta fuera buena, de que había sufrido, si se encontró con una mala. Y que no hiciera sufrir lo que no sufrió, o no hacerlo porque por experiencia sabe lo que es sufrir. ¡Defendería a mi hija!"
"¿Cuántos años tiene tu nuera?"
"Dieciocho, Rabí. Hace tres años que se casó con Santiago."
"Muy joven. ¿Es fiel al marido?"
"Sí. Siempre en casa y es toda amor por él, por el pequeño Leví y por la pequeñita Ana, que tiene el mismo nombre mío. Nació en la Pascua... ¡Es muy bella!..."
"¿Quién quiso que se llamase Ana?"
"María. ¡Eh! Leví se llamaba el suegro y Santiago le puso este nombre al primogénito. María cuando dio luz a la niña, dijo: "A esta se le dará el nombre de nuestra madre". "
"¿Y no te parece que esto sea amor y respeto?"
La viejecilla piensa... Jesús insiste: "Ella es honesta, siempre en casa, es amorosa tanto como mujer que como madre, deseosa de darte alegrías... Pudo haber puesto a su hija el nombre de su madre, y sin embargo le puso el tuyo... honra tu casa con su conducta..."
"Sí. No es como esa sinvergüenza de Jesabel."
"¿Y luego? ¿Por qué te lamentas y tú misma te afliges? ¿No te parece que quieres tener dos medidas al juzgar de manera diversa a tu nuera de lo que lo harías con tu hija?"
"Es que... es que... me ha arrebatado el amor de mi hijo.
Antes él era todo para mí, ahora la ama más que a mí..."
La eterna razón verdadera de los prejuicios de las suegras
"Es que... es que... me ha arrebatado el amor de mi hijo. Antes él era todo para mí, ahora la ama más que a mí..." La eterna razón verdadera de los prejuicios de las suegras brota finalmente del corazón de la viejecilla con lágrimas en los ojos.
"¿No te da nada tu hijo? ¿Te descuida desde que se casó?.."
"No. No puedo decirlo, pero sí que ahora es todo de su mujer..." y el llanto es más fuerte.
Pero la ley no borró el dicho profético de Adán:
"El hombre dejará a padre y madre por su mujer".
Fueron palabras que dijo un justo y siguen viviendo.
Reflejaban el pensamiento de Dios, y el pensamiento de Dios
es inmutable porque es perfecto.
Tú, madre, debes pues aceptar, sin egoísmos,
que tu hijo ame a su mujer
Jesús sonríe bondadosamente de la celosa madre. Pero bueno como siempre, no la reprende. Compadece sus sufrimientos y trata de curarlos. Pone su manto sobre la espalda de la viejecilla como para guiarla porque las lágrimas no la dejan ver, o tal vez para hacerle sentir con el contacto un gran amor para consolarla y curarla. Le dice: "Madre, ¿y no acaso está bien que así sea? Tu marido lo hizo contigo, y su madre no lo perdió del todo como dices y piensas, sino en parte, porque tu esposo compartió su amor entre su madre y ti. El padre de tu marido dejó de ser todo de su madre para amar a la madres de sus hijos. Y así de generación en generación, llegando hasta Eva, la primera madre que vio que sus hijos condividían el amor que antes era exclusivo de ella y de Adán con sus esposas. ¿No dice acaso el Génesis: "He aquí finalmente el hueso de mis huesos y la carne de mi carne... El hombre por ella abandonará padre y madre y se unirá a su mujer y los dos serán una sola carne:? Replicarás: "Fueron palabras de un hombre. Sí, pero ¿de qué hombre? Era inocente y estaba en gracia, por lo tanto reflejaba absolutamente la Sabiduría que lo había creado y conocía la verdad. Por la gracia e inocencia poseía en modo completo también los otros dones de Dios. Con los sentidos sujetos a la razón tenía una inteligencia clara y no ofuscada con los vapores de la concupiscencia. Por la ciencia proporcionada a su estado, decía palabras llenas de verdad. Profeta fue. Tú sabes que profeta quiere decir el que habla en nombre de otro. Y como los verdaderos profetas hablan siempre de cosas pertinentes al tiempo presente y a la carne -porque en los pecados de la carne y en los sucesos del tiempo actual están las semillas de los castigos futuros, o los hechos del futuro tienen su raíz en un evento antiguo, por ejemplo, la venida del Salvador tiene su origen en la culpa de Adán, y los castigos de Israel, predichos por los profetas, nacen de la conducta de Israel - de igual modo el que mueve los labios para decir cosas del espíritu no puede ser sino el Espíritu Eterno que todo lo ve en un eterno presente. Y el Espíritu Eterno habla en los santos, porque no puede habitar en los pecadores. Adán era santo, esto es, existía en él la justicia completa, como también todas las virtudes, porque Dios había infundido en él la plenitud de sus dones. Ahora para llegar a la justicia y a la posesión de las virtudes, el hombre debe trabajar mucho, porque el incentivo al mal existe en él. En Adán no existían tales incentivos. La Gracia lo hacía un poco inferior a Dios, su Creador, por esto de sus labios brotaban palabras de un sabio. Así pues son verdaderas estas palabras: "El hombre dejará a padre y madre y se unirá a su mujer y serán un sola carne". Tanto es cierto que el Buen Dios siempre pronto a consolar madres y padres puso en la ley el cuarto mandamiento: "Honra a tu padre y madre". Mandamiento que no termina cuando el hombre se casa, sino que sigue. Primero, instintivamente, los buenos honraban a sus padres aun después de haberse separado de ellos para formar una nueva familia. A partir de Moisés es una obligación de la ley, y esto para suavizar los dolores de los padres a quienes muchas veces olvidaban sus hijos después de su matrimonio. Pero la ley no borró el dicho profético de Adán: "El hombre dejará a padre y madre por su mujer". Fueron palabras que dijo un justo y siguen viviendo. Reflejaban el pensamiento de Dios, y el pensamiento de Dios es inmutable porque es perfecto. Tú, madre, debes pues aceptar, sin egoísmos, que tu hijo ame a su mujer. Y también serás santa. Por otra parte cualquier sacrificio tiene ya una recompensa acá en la tierra. ¿No te sientes dichosa con besar a los hijos de tu hijo? ¿Y no te es placentera la noche y cuando te entregas al sueño sabiendo que tienes a una hija cercana, en lugar de las que no tienes más en casa?..."
"¿Cómo sabes que mis hijas, mayores que mi hijo, están casadas y viven lejos?... ¿Eres acaso también profeta? Rabí lo eres, y eso lo demuestran los flecos de tu vestido, y aunque no los tuvieses, lo declaran tus palabras, pues hablar como un doctor. ¿Eres acaso amigo de Gamaliel? Aquí estuvo antier. Ahora no sé... venía con él muchos rabinos y muchos de sus discípulos predilectos. Tal vez llegas tarde."
"Conozco a Gamaliel. Pero no voy a donde está. Ni siquiera entro en Giscala..."
"¿Pero quién eres? Ciertamente un rabí. Hablas mejor todavía que Gamaliel..."
"Entonces haz lo que te dije, y tendrás paz en ti. Adiós, madre. Yo sigo mi camino. Tú entra a la ciudad."
"¡Me llamas madre! Los otros rabinos no son tan humildes para con una pobre mujer... La que te llevó en el vientre debe ser más santa que Judit, si te dio ese dulce corazón para con todas las criaturas."
"Santa lo es en realidad."
"Dime su nombre."
"María."
"¿Y el tuyo?"
"Jesús."
"¡Jesús!..." la mujer no cabe de estupor. Lo que ha oído la paraliza y la deja enclavada en su lugar.
"Adiós, mujer. La paz sea contigo" y Jesús se va ligero, como corriendo, antes de que ella vuelva en sí de su admiración. Los apóstoles lo siguen con igual paso en medio de revoloteos de vestidos. En vano los siguen los gritos de la mujer que suplica: "¡Deteneos! ¡Jesús Rabí, detente! Quiero decirte un cosa..." Aflojan el paso cuando lo tupido del bosque nuevamente los ha escondido, y no se ve más el camino que lleva a Giscala.
"¡Qué hermoso hablaste a la mujer!" dice Bartolomé.
"¡Una lección de doctor! Desgracia que hubiera estado sola..." observa Santiago de Alfeo.
"Quiero grabarme esas palabras..." exclama Pedro.
"La mujer comprendió, o medio comprendió, después que oyó tu nombre... Ahora va a ir a divulgarlo a la ciudad..." dice Tomás.
"Con tal de que no provoque a las avispas y nos las eche encima" dice en voz baja Judas de Keriot.
"¡Estamos lejos!... Entre estos bosques no se dejan rastros, y nada nos perturbará" dice optimista Andrés.
"¡Aunque nos las echase encima!... Es la paz de una familia que he vuelto a cimentar..." dice Jesús a todos.
"¡Pero cómo son! Todas las suegras son iguales" dice Pedro.
"No. Hemos conocido algunas buenas. ¿Te acuerdas de la suegra de Yerusa de Doco? ¿Y qué dices de la suegra de Dorca de Cesarea de Filipo?"
"Claro que sí, Santiago... Hay una que otra buena..." conviene Pedro; pero ciertamente piensa que la suya es un tormento.
"Detengámonos a comer. Luego descansaremos para llegar al poblado del valle para pernoctar allí" dice Jesús
Se quedan en una especie de concavidad verde y pequeña, parece el interior de una concha esmeraldina incrustada en el monte y abierta para dar reposo a los peregrinos. La luz es suave, no obstante la hora, por los árboles altos y tupidos. La temperatura es agradable por la brisa que sopla sobre los montes. Una pequeña caída de agua, un hijo de plata en medio de dos rocas oscuras, canta con delicada voz perdiéndose entre la hierba, en un lecho pequeño que se ha excavado, no más ancho de un palmo y cubierto en ambas riberas de hierbecilla que ondea al contacto del viento suave, y de ahí como una cascada de muñecas, cae a una hondonada. El horizonte hacia los montes del Líbano presenta un espectáculo maravilloso allá en lontananza...
VIII. 261-266
A. M. D. G.