JESÚS CON LOS LEPROSOS DE BELÉN
DE GALILEA
#Comparación que hace Jesús del terebinto y de las almas
#Detengámonos, Maestro. Mira allá. Ahora los llamo. Lanza un grito, se adelanta.
#"Yo soy el Amor. Es verdad. Pero superior a Mi está el Padre, y El es la Justicia" dice Jesús
#Pide la salud del alma y del cuerpo en nombre de María
#Jesús los perdona con la promesa de su curación
#Jesús dice a Juan que vaya a buscar a su Madre y que la espera en el bosque de Matatías.
La áspera cadena de Yiftael domina hacia el norte, cerrando el horizonte. Allí donde las laderas de esta cadena montañosa empiezan, y se ven como a pico sobre el camino de las caravanas que se dirigen de Ptolemaide a Séforis y Nazaret, hay muchas cavernas entre macizos de rocas que sobresalen del monte, suspendidos sobre los abismos, que sirven de techo y de base a otras cuevas.
Una pequeña colonia de leprosos levanta su grito de aviso
y de súplica también al ver pasar a Jesús con Juan y Abel.
Este levanta su mirada hacia ellos diciendo:
"Es aquel de quien os he hablado. ...
Como siempre sucede, cerca de los caminos más importantes, están los leprosos, aislados pero al mismo tiempo cercanos para que los vea la gente y los socorra. Una pequeña colonia de leprosos levanta su grito de aviso y de súplica también al ver pasar a Jesús con Juan y Abel. Este levanta su mirada hacia ellos diciendo: "Es aquel de quien os he hablado. Lo llevo a donde están los dos que conocéis. ¿No tenéis nada que pedir al Hijo de David?"
"Lo que a todos pedimos: pan, agua, hasta saciarnos mientras pasan peregrinos. Luego en el invierno habrá hambre..."
"Hoy no tengo alimentos, pero traigo conmigo a la Salvación.." A la sugestiva invitación de acudir a la Salvación no se le hace caso. Los leprosos se retiran del peñasco volviendo las espaldas y dan vuelta por el saliente del monte para ver si vienen otros peregrinos.
"Creo que son marineros gentiles o idólatras. Hace poco que vinieron acá. Los arrojaron de Ptolemaide. Venían de África. No sé cómo se enfermaron. Sé que partieron sanos de sus países y luego después de haber dado vuelta por las costas africanas para conseguir marfil, y parece que también para comerciar con mercaderes latinos, llegaron a acá enfermos. Los magistrados del puerto los aislaron y quemaron hasta su nave. Algunos fueron hacia los caminos de Siro-Fenicia y otros se vinieron a acá. Estos son los que están más enfermos, porque casi no pueden caminar. Pero es el alma la que tienen más enferma. He tratado de darles un poco de fe... no piden más que comida..."
Hay que ser constantes en las conversiones. Lo que no
se consigue en un año, se logra en dos o en más.
"Hay que ser constantes en las conversiones. Lo que no se consigue en un año, se logra en dos o en más. Hay que insistir en hablarles de Dios, aunque parezcan ser como las rocas que los protegen."
"¿Hago mal entonces en pensar en darles alimentos?... Me propuse en traérselos antes del sábado, porque el sábado los hebreos no viajan, y nadie piensa en ellos..."
"Hiciste bien. Tú lo has dicho: son paganos, por esto piensan más en el cuerpo que en el alma. Tu amorosa solicitud que les demuestras en calmar su hambre, despierta en ellos el cariño hacia Ti, que eres un desconocido, pero que te preocupas por ellos. Y cuando te quieran, te escucharán, aun cuando les hables de otra cosa que no sea alimentos. El amor es presagio de seguir a aquel a quien se ha empezado a amar. Te seguirán un día en los caminos del espíritu.
Las obras de misericordia corporales allana el camino
a las espirituales, que lo limpian y aplanan de modo
que el encuentro con Dios que se acerca a un hombre
preparado de este modo, se realiza
sin que el mismo individuo caiga en la cuenta.
Las obras de misericordia corporales allana el camino a las espirituales, que lo limpian y aplanan de modo que el encuentro con Dios que se acerca a un hombre preparado de este modo, se realiza sin que el mismo individuo caiga en la cuenta. Encuentro que tiene en sí a Dios, y no sabe por dónde entró. ¡De dónde entró! Algunas veces detrás de una sonrisa, de una palabra de compasión, de un pedazo de pan se inicia la apertura de un corazón cerrado a la gracia, y comienza el camino de Dios para entrar en aquel corazón. ¡Las almas! Son la cosa más variada que pueda haber. Ninguna cosa, y que si hay tantas en la tierra, es tan variada en sus aspectos como lo son las almas en sus inclinaciones y reacciones.
Comparación que hace Jesús del terebinto y de las almas
¿Veis ese robusto terebinto? Está en medio de un bosque de árboles semejantes. ¿Cuántos son? Cientos, tal vez mil, tal vez más. Cubren esta parte escabrosa del monte, y su olor penetrante y saludable de resina ha invadido el valle y el monte. Pero ved, que aunque sean mil, no son iguales en grosor, altura, potencia, inclinación, disposición. Algunos están derechos como una caña, otros inclinados hacia el norte, o sur, oriente u occidente. Algunos han nacido donde todo es tierra, otros sobre el borde, que uno se pregunta cómo puede seguir allí asomándose al abismo, como si quisieran servir de puente con la otra vertiente, elevados sobre aquel río, ahora seco, pero turbulento en la estación de lluvias. Algunos están torcidos como si los hubiesen aplastado cuando eran tiernos; otros no tienen defectos. Algunos con ramaje casi hasta el suelo, otros no tienen, o bien algo solo en la punta. Uno con ramas a la derecha, otro frondoso abajo y su copa quemada por un rayo. Aquél casi muerto sobrevive gracias a una rama que se empeña en seguir viviendo, que brotó junto a las raíces y recoge la linfa que en la cima se había acabado. Y ése que os señalé al principio, hermoso como no se podría más, ¿tiene acaso unas ramas u hojas -y miles que tiene- que sean iguales entre sí? Parece que sí lo son, pero no. Mirad esa rama, la que está más abajo. Ved su punta, tan sólo su punta. ¿Cuántas hojas hay? Tal vez doscientas, verdes y finas. Y ved, ¿hay entre sí iguales por su color, fuerza, frescura, flexibilidad, edad? No hay.
De igual modo las almas. Tantas cuantas son, tantas son su diversidad de tendencias y reacciones. Y no es un buen maestro y médico de las almas el que no las sabe conocer y tratar según sus diversas tendencias y reacciones. No es un trabajo fácil, amigos míos. Se necesita un continuo estudio, hábito de meditación que ilumina más que cualquier lectura de textos determinados. El libro que debe estudiar un maestro y un médico de almas son las mismas almas. Tantas hojas cuantas almas, y en cada hoja muchos sentimientos y pasiones pasadas, presentes y en embrión. Por esto se necesita un estudio continuo, atento, reflexivo; se necesita paciencia infatigable, constancia, firmeza en saber curar las llagas más pútridas, para sanarlas sin mostrar asco, sin humillar al enfermo, sin una falsa piedad que, para no mortificar al descubrir el pus y no causar dolor con las vendas, deja que continúe la gangrena que termina por extenderse por todo el cuerpo; prudencia igualmente para no irritar con modos violentos las heridas de los corazones y para no infectarse con su contacto queriendo mostrar que no temen infectarse con tratar a los pecadores.
¿Y dónde encuentra estas virtudes necesarias el maestro
y médico de almas, su luz para ver y comprender, ...
En el amor. Siempre en el amor. ...?
¿Y dónde encuentra estas virtudes necesarias el maestro y médico de almas, su luz para ver y comprender, su paciencia algunas veces heroica, para perseverar recibiendo frialdad, algunas veces injurias, su fortaleza para saber curar, su prudencia para no causar mal al enfermo y causársela a sí mismos? En el amor. Siempre en el amor. El da luz a todo, sagacidad, fortaleza y prudencia. Preserva de la curiosidad que se presta como medio para cometer culpas que se han curado. Cuando uno es todo amor, no puede entrar en él otro deseo y otra ciencia que no sea el amor. Sabéis que los médicos dicen que cuando uno estuvo grave de alguna enfermedad y curó, difícilmente vuelve a contraer la misma otra vez, porque como que la sangre la lleva en sí y de nada le sirve. La idea no es del todo perfecta, pero tampoco está equivocada. El amor, que es salud y no enfermedad, hace lo que dicen los médicos con todas las pasiones que no son buenas. Quien ama con todas sus fuerzas a Dios y a sus hermanos, no hace nada que pueda causar algún dolor a Dios y a sus hermanos, por esto aunque se acerque a los enfermos de espíritu y llegue a saber cosas que el amor hasta el presente había ocultado, no se corrompe, porque permanece fiel al amor y el pecado no tiene acceso. ¿Qué puede significar la sensualidad para aquel que la ha vencido con la caridad? ¿Qué las riquezas para el que encuentra en el amor de Dios y de las almas todos los tesoros? ¿Qué la gula, la avaricia, la incredulidad, la pereza, la soberbia para quien no apetece sino a Dios, para quien se entrega a sí mismo al servicio de Dios, para quien en su fe encuentra todo su bien, para quien se siente aguijoneado de la llama inextinguible de la caridad, e incansablemente trabaja para dar alegría a Dios, para quien conoce a Dios -amarlo es conocerlo- y no puede ensoberbecerse, porque comprende qué es respecto de Dios?
Un día seréis sacerdotes de mi Iglesia. Seréis por lo tanto
médicos y maestros de los espíritus No será el nombre
que llevéis, ni la vestidura,... sino el amor que tengáis.
Un día seréis sacerdotes de mi Iglesia. Seréis por lo tanto médicos y maestros de los espíritus. Recordad estas palabras mías. No será el nombre que llevéis, ni la vestidura, ni las funciones que ejercitéis lo que os hará sacerdotes, esto es, ministros de Cristos, maestros y médicos de almas, sino el amor que tengáis. El os dará todo cuanto es necesario para serlo, y las almas, que son todas diferentes entre sí, llegarán a tener una semejanza única: la del Padre, si las sabéis trabajar con el amor."
"¡Qué hermosa lección, Maestro!" dice Juan.
"¿Seremos capaces de llegarlo a ser?" pregunta Abel.
Jesús mira al uno y al otro. Pone su brazo sobre el cuello de ambos, los atrae a Sí, el uno a la derecha, el otro a la izquierda, y les besa en los cabellos diciendo: "Lo lograréis porque habéis comprendido el amor."
Siguen caminando algún tiempo por el sendero cada vez más áspero, abierto sobre la cima del monte. Allá abajo, lejos, se ve un camino, y la gente que por él va.
Detengámonos, Maestro. Mira allá. Ahora los llamo.
Lanza un grito, se adelanta.
"Detengámonos, Maestro. Mira allá. De aquella como plataforma de rocas los dos bajan un cesto a los viajeros, y más allá está su cueva. Ahora los llamo." Lanza un grito, se adelanta. Jesús y Juan se quedan detrás ocultos entre el follaje.
Pocos instantes pasan y aparece una cara... llamémosla cara porque está colocada sobre un cuerpo, pero podría llamarse también hocico, monstruo, pesadilla... que se asoma por encima de una mata de zarzamoras.
"¿Tú? ¿Pero no te habías ido a los Tabernáculos?"
"Encontré al Maestro y regresé. El está aquí."
Si Abel hubiese dicho: "Yeové está sobre vuestras cabezas" el grito que se hubiera escapado hubiera sido probablemente menos espontáneo y reverente, lo mismo que su actitud, y el ansia de los dos leprosos -porque mientras Abel hablaba se había asomado el otro- en salir fuera, sobre la plataforma, bajo el sol radiante, postrarse con la cara en tierra y gritar: "Señor, pecamos. ¡Pero tu misericordia es mayor que nuestro pecado!" Lanzan este grito sin saber exactamente que Jesús esté allí o que esté en camino. Su fe es tal que hace ver aun a los ojos, cuyos párpados están llagados - algo que no han visto ni tuvieron tiempo de ver porque al punto se echaron por tierra.
Jesús avanza mientras ellos repiten: "¡Señor, nuestro pecado no merece tu perdón, pero Tú eres la misericordia! ¡Señor Jesús, sálvanos por tu Nombre! Tú eres el Amor que puede vencer la Justicia."
"Yo soy el Amor. Es verdad. Pero superior a Mi está el Padre,
y El es la Justicia" dice Jesús
"Yo soy el Amor. Es verdad. Pero superior a Mi está el Padre, y El es la Justicia" dice Jesús con energía, saliendo con Juan al sendero.
Los dos levantan sus caras llagadas. ¡Qué horribles caras tienen! ¿Viejos? ¿Jóvenes? ¿Quién es el siervo? ¿Quién Aser? Imposible de decirlo. La enfermedad los ha hecho iguales, al hacer de ellos dos monstruos de horror y de espanto.
Cómo verán a Jesús que está derecho, en medio del sendero, con el sol que lo envuelve en sus rayos y enciende sus cabellos rubios, no lo sé. Lo que sé es que lo miran y luego se cubren el rostro entre gemidos: "¡Yeové! ¡La Luz!" Luego gritan: "El Padre te envió para salvar. El dice que eres su predilección. En Ti se complace. No te negará si quieres perdonarnos."
"¿El perdón o la salud?"
"El perdón" grita uno. Y el otro: "... y luego la salud. Mi madre se muere de dolor por mí."
"Si os perdono, os espera siempre la justicia de los hombres, sobre todo a ti. ¿De qué sirve mi perdón para hacer feliz a tu madre?" dice Jesús para hacer que contesten de modo que El obre el milagro.
"Sirve. Es una verdadera israelita. Desea que vaya yo al seno de Abraham. Pero ese lugar me está prohibido porque he pecado mucho."
"Mucho. Lo dijiste."
Pide la salud del alma y del cuerpo en nombre de su María
"¡Mucho!... Es verdad... Pero Tú... ¡Oh, aquel día estaba tu Madre!... ¿Dónde está ahora? Tuvo ella piedad de la madre de Abel. Lo vi, y si ahora lo oyese tendría piedad de la mía. ¡Jesús, Hijo de Dios, piedad en nombre de tu Madre!..."
"¿Y qué haríais después?" Se miran asustados. El "después" significa su condenación ante los hombres, el desprecio, la fuga, el destierro. Ante la posibilidad de poder ser curados tiemblan como también tiemblan ante la posibilidad de no serlo.
¡Cuánto ama el hombre la vida! Los dos al verse en medio del dilema: curarse y ser condenados por las leyes humanas, o vivir como leprosos, casi prefieren esta última conclusión. Lo dicen, lo declaran con estas palabras: "¡El suplicio es horrible!" Lo dice sobre todo el que creo que sea Aser, uno de los dos homicidas...
"Es horrible, pero por lo menos es justicia. Vosotros queríais que así fuese tratado éste por fines bajos. Y tú por un puñado de monedas, ¡tú!"
"¡Es verdad! ¡Oh, Dios mío! Pero él nos ha perdonado. También Tú perdónanos. Significa que moriremos, pero nuestra alma se salvará."
"La mujer de Yoel fue lapidada como adúltera. Sus cuatro hijos llevan una vida miserable con la madre de él porque los hermanos de Yoel los arrojaron cual bastardos, y se han apoderado de los bienes del hermano. ¿Lo sabíais?"
"Nos lo dijo Abel..."
"¿Y quién repara su desgracia?" La voz de Jesús es cual trueno. Es la voz de un Dios-Juez e infunde miedo. Bajo los rayos del sol, de pie, firme, su figura causa terror. Los dos lo miran con miedo. Aunque el sol debe irritar sus llagas, no se mueven, como tampoco Jesús que tiene su rostro del todo descubierto. Los elementos pierden valor en estos momentos en que se trata del alma...
Después de algunos minutos Aser dice: "Si Abel quiere amarme de veras, le ruego que vaya a la casa de mi madre y le diga que Dios me ha perdonado y..."
"Aun no te he perdonado."
"Pero lo harás, porque ves mi corazón... Le dirá que todo cuanto es mío que se dé a los hijos de Yoel, porque así lo quiero. Bien muera, bien viva, renuncia a la riqueza que me hizo un criminal."
Jesús sonríe. En su rostro se dibuja una sonrisa que disipa la severidad que antes tenía. Dice: "Veo vuestro corazón. Levantaos. Levantad vuestro espíritu a Dios y bendecidlo. Separados del mundo, podéis iros sin que el mundo sepa nada de vosotros. El mundo os espera para daros la manera con que podáis sufrir y expiar."
Jesús los perdona con la promesa de su curación
"¿Nos salvas, Señor? ¿Nos perdonas? ¿Nos curas?"
"Sí. Os dejo la vida porque la vida es sufrimiento sobre todo para quien tiene recuerdos como los tenéis vosotros. Por ahora no podéis salir de aquí. Abel tiene que venir conmigo. Tiene que ir como todos los hebreos a Jerusalén. Esperad hasta que regrese. Será la señal de vuestra curación. Buscará el modo de llevaros ante el sacerdote y de avisar a tu madre. Diré a Abel lo que debe hacer y cómo. ¿Podéis creer en mis palabras aun cuando me vaya sin curaros?"
"Sí. Señor. Pero repite que nos perdonas. Lo demás vendrá cuando quieras."
"Os perdono. Renaced con un espíritu nuevo y no volváis a pecar. Acordaos que además de absteneros de pecar, debéis ser honrados y con ello trataréis de anular completamente vuestra deuda ante los ojos de Dios. Por esto vuestra penitencia no debe cesar, porque vuestra deuda es grande, ¡muy grande! Sobre todo la tuya que abarca todos los mandamientos del Señor. Piénsalo bien y verás que ni siquiera uno estuvo fuera de tu alcance. Te olvidaste de Dios, pusiste la sensualidad como un ídolo tuyo, los días festivos fueron días de frenesíes; ofendiste y deshonraste a tu madre; tomaste parte en matar y en querer matar, robaste los bienes de otros y trataste de arrebatar a una madre su hijo, a cuatro niños los dejaste sin padre ni madre, fuiste un lujurioso, falsamente testimoniaste, deseaste por fines impúdicos a la mujer que era fiel a su esposo difunto, deseaste lo que era de Abel, tanto que quisiste suprimirlo para apoderarte de sus bienes."
Aser solloza y repite: "¡Es verdad! ¡Es verdad!"
"Como ves, Dios pudo haberte convertido en cenizas sin tener que esperar a los castigos de los hombres. Te perdonó para que pudiese Yo salvar a uno más. Pero el ojo de Dios te vigila y su Inteligencia recuerda. Idos" y se vuelve al bosquecillo, cerca de Abel y Juan que se habían ido a la sombra de los árboles.
Los dos, aunque desfigurados, pero sonrientes -¿puede alguien decir cuando sonríe un leproso o no?- con la voz característica de los leprosos: chillona, metálica, sin ser continua, con bruscas interrupciones, cantan, mientras Jesús baja por el peligroso sendero del monte, el salmo 114.
"Son felices" dice Juan.
"¡También yo!" dice Abel.
"Pensé que los iba a curar" vuelve a decir Juan.
"También yo. Así siempre lo hace."
"Fueron grandes pecadores. Es justo que esperen los que cometieron tan grandes crímenes. Escucha, Ananías..."
"Me llamo Abel, Señor" dice sorprendido el joven y mira a Jesús como para decirle: "Te has equivocado, ¿o no?"
Jesús sonríe: "Para Mí eres Ananías porque verdaderamente
pareces nacido de la bondad del Señor. Continúa siéndolo
cada vez más.
Jesús sonríe: "Para Mí eres Ananías porque verdaderamente pareces nacido de la bondad del Señor. Continúa siéndolo cada vez más. Escucha. Cuando regreses de la fiesta de los Tabernáculos vas a la ciudad y dirás a la madre de Aser lo que su hijo quiere y que se haga lo más prontamente posible, entregando todo como reparación, menos un décimo. Y esto por compasión a ella que ya es de edad, y que contigo abandonará Belén de Galilea e irá a Ptolemaide a esperar a su hijo, donde llegará con el compañero. Una vez que la hayas establecido en la casa de algún discípulo de la ciudad, irás a tomar todo lo que sea necesario para la purificación de los leprosos y no los dejarás hasta que se haya cumplido con todo. Que el sacerdote no sea de uno de aquellos que conocen el pasado, sino de algún otro lugar."
"¿Y luego?"
"Luego regresarás a tu casa, o te juntarás a los discípulos. Los curados seguirán su vida de expiación. Te digo lo más indispensable. Te dejo libre para que lo hagas como quieres..."
Bajan, siguen bajando sin parar, pese a lo áspero del camino y al calor del sol... incansable, sin decir palabra alguna por mucho tiempo.
Luego Abel interrumpe el silencio diciendo: "¿Señor, puedo pedirte una gracia?"
"¿Cuál?"
"Que me dejes ir a mi ciudad. Me desagrada dejarte, pero la mamá..."
"Ve. No tardes. Apenas tendrás tiempo de llegar a Jerusalén."
"¡Gracias, Señor! No visitaré a nadie más que a ella, que es una pobre mujer de edad, avergonzada por lo sucedido, desde que Aser cometió ese crimen. Pero ahora se llenará de alegría. ¿Qué le diré en nombre tuyo?"
Jesús dice a Juan que vaya a buscar a su Madre
y que la espera en el bosque de Matatías.
"Que sus lágrimas y oraciones obtuvieron la gracia, y que Dios la conforta para que espere siempre más y la bendice. Pero antes de que nos separemos vamos a descansar un poco. No podemos detenernos. Luego te vas por tu parte. Juan y Yo por la nuestra, y por atajos. Juan tú te vas adelante de Mí. Te vas a ver a mi Madre. Le dirás que quiero verla y que la espero en el bosque de la mujer de Matatías. Lo conoces. Habla con Ella a solas y regresa pronto."
"Sé dónde está el bosque. ¿Y Tú? ¿Solo te quedas?"
"Me quedo con mi Padre. No tengas miedo" dice Jesús levantando su mano y poniéndola sobre la cabeza del discípulo amado, que está sentado al lado de Jesús . Sonríe y dice: "Pero nos veremos al atardecer..."
"Maestro, cuando veo que puedo hacer algo con que te sientas contento, no siento el cansancio. Lo sabes. ¡Y menos ir a la casa de tu Madre!... Es como si los ángeles me llevasen. No está muy lejos."
"No está jamás lejos lo que se hace con alegría... Pasarás la noche en Nazaret."
"¿Y Tú?"
"Yo... estaré con mi Padre después de haber estado un poco con mi Madre. Luego me encaminaré al amanecer. Tomaré el camino del Tabor sin entrar a Nazaret. Sabes que debo estar en Yezrael pasado mañana cuando despunte el sol."
"Te vas a cansar mucho, Maestro. Ya lo estás.
"Tendremos tiempo de descansar en el invierno. No tengas miedo. No te hagas las ilusiones de que podrás ir evangelizando tranquilamente como acá lo has hecho. Tendremos muchas paradas..." Jesús baja pensativo su cabeza, mordisqueando su pan más bien por acompañar a los otros dos, que por que tenga ganas de comer. Tanto es así que lo deja, y se sumerge en uno de sus silencios que los dos respetan. Descansan a la brisa del monte, y buscan lo fresco de la hierba nacida cerca de los troncos para sus pies descalzos. Se echaría a dormir, si Jesús que levanta su cabeza, no dijese: "Vámonos. Nos separaremos en el cruce."
Se vuelven a poner las sandalias y continúan el camino. La sombra del bosque, y el viento que sopla del norte los ayuda a aguantar lo pesado de la hora que todavía es calurosa, aunque no tanto como lo es en los meses en que el verano arrecia.
VIII. 295-303
A. M. D. G.