JESÚS Y SU MADRE EN EL BOSQUE
DE MATATÍAS
#María habla a Jesús de su primo José
#Mamá, podías haber perdonado aun en mi lugar, porque Yo también ya perdoné al ver su corazón.
Jesús está solo, en una meseta ligeramente ahondad, que suavemente va subiendo por la vertiente de los collados que rodean el lago de Galilea, que allá abajo veo, a la derecha, en medio de su bellísimo azul oscuro del que en muchas partes el tramonto arranca reflejos solares. Detrás de la meseta, al norte, están las montañas de Arbela y más allá, las del otro lago donde se levantan Meierón y Giscala; al noroeste, lejos, pero grandioso, soberbio, desde cualquier parte que se le vea, el gran Hermón con cu pico mayor iluminado por el sol, y lo hace de un color topacio-rosa al occidente, y después con un color ópalo, que poco a poco llega a ese tinte de color níveo-azul que algunas veces he visto en las cimas de nuestros Alpes.
Esto es lo que miro hacia el norte. A mi derecha y sin trabajo alguno veo el lago; a la izquierda hay unos montes más altos que impiden ver la llanura de la costa. Pero si me vuelvo al sur, veo el Tabor y más allá las suaves colinas que son sin duda las que rodean Nazaret. hay allá abajo una ciudad pequeña, cerca de una vía principal por donde la gente se apresura a llegar a sus etapas.
Jesús no mira nada de lo que estoy viendo. Busca sólo un lugar para sentarse y lo encuentra a los pies de una frondosa carrasca que defiende con sus ramas la hierba, que está fresca y tupida como si el verano no hubiese pasado abrasándola.
De este modo Jesús tiene a su frente el lago, a su lado el sendero que viene entre árboles y por el que subió; de la otra parte las quebraduras que rodean hacia el norte la hondonada cubierta de vegetación, y todo verde porque la mayoría de los árboles son carrascas y otros que nunca se secan. En una que otra hoja se ve un punto rojizo señal de que pronto caerá al suelo, dando paso a la siguiente que vendrá a gozar de la luz del día.
Jesús que está muy cansado se apoya sobre el fuerte tronco y se queda así con los ojos cerrados por un espacio de tiempo, como descansando. Luego toma su posición habitual. Se retira del tronco, se inclina un poco hacia adelante, con los codos apoyados sobre sus rodillas, y los antebrazos hacia afuera, y las manos entrelazadas entre sí. Piensa. Estará orando. De vez en vez al oír algún ruido que se le acerca -pajaritos que buscan su nido para pasar la noche, alguno que otro animal que al moverse entre la hierba empuja alguna piedrecilla que rueda por la pendiente, alguna rama que choca contra otra al soplo aislado del viento- levanta sus ojos, y con una mirada absorta en algo que no ve, los vuelve en dirección de donde oyó el ruido, sobre todo si viene del sendero que sube entre las carrascas. Luego los baja concentrándose en Sí mismo. Dos veces mira el lago que la sombra envuelve. Luego vuelve la cabeza a mirar hacia el poniente por donde el sol se ha metido escondiéndose detrás de los montes cubiertos de vegetación. La segunda vez que lo hace se levanta y se dirige al sendero, mira si sube alguien, luego torna a su lugar.
Finalmente se oye rumor de pasos y dos figuras aparecen:
María vestida de azul oscuro y Juan, cargando las alforjas.
Finalmente se oye rumor de pasos y dos figuras aparecen: María vestida de azul oscuro y Juan, cargando las alforjas. Juan llama dos veces: "¡Maestro!" y apenas Jesús se vuelve, agrega: "Aquí está tu Madre" y la ayuda a pasar un riachuelo y algunas piedras que hay en el camino puestas con el fin de fortalecerlo y de que sea útil para quien baja o sube, pero de hecho sirven también para que alguien se tropiece.
Jesús se levanta inmediatamente y viene al encuentro de su Madre. La ayuda con Juan a subir el montón de piedras que sirven como para impedir el deslave, pero en realidad son las carrascas las que lo hacen. Jesús al ayudar a su Madre, le pregunta: "¿Estás cansada?"
"No, Jesús" le contesta sonriendo.
"Por lo que veo, parece que sí. Me desagrada haberte hecho venir. Yo no podría ir..."
"¡Oh, no es nada, Hijo mío! Estoy solamente un poco acalorada. Pero aquí está uno bien... Mas bien el cansado eres tú, como también el pobre Juan..."
Este sacude su cabeza sonriendo, deja la alforja de Jesús nueva y bien llena y la suya propia sobre la hierba, a los pies de la carrasca, y se retira diciendo: "Voy allá. Vi un manantial, y voy a refrescarme un poco. Puedo oíros en caso de que me llaméis" y se va dejando solos a los Dos.
María se desabrocha el manto y se quita el velo, secándose el sudor que le baña la frente. Mira a Jesús que le sonríe; corresponde la sonrisa de Jesús que le acaricia la mano y se la lleva a su mejilla para sentir su calor. Es un "hijo" a carta cabal el que hace esto, y que otras tantas lo han hecho. María con la mano libre le compone los cabellos, le quita una brizna de rama que se le quedó prendida. Cada movimiento de sus dedos es una caricia amorosa por el modo como lo hace. Habla: "Has sudado, Jesús. El manto que tienes a la espalda está húmedo como si te hubieras bañado. Ahora puedes tomar otro. Te quito esto. El sol y el polvo lo han descolorido. Tenía todo con un puñado de aceitunas saladas, que te habrán secado la garganta. Me lo dijo Juan, que tan pronto llegó no hacia otra cosa más que beber agua. Te traje pan fresco. Apenas lo había sacado del horno, y un panal de miel que apenas ayer saqué de la colmena para darles a los niños de Simón. Para ellos tengo otras. Tómalo, Hijo mío. Es de nuestra casa..." y se inclina a abrir la alforja en la que, además de todo lo que le pusieron, hay un canastito de mimbre con fruta, y sobre esta un panal de miel envuelto en hojas de parra y ofrece todo a su Hijo con el pan fresco.
Mientras Jesús come, saca Ella de la alforja los vestidos que preparó para los meses de invierno; gruesos, calientes, propios para el frío y para el agua. Se los muestra a Jesús que dice: "¡Cuánto trabajo, Mamá" Todavía tengo los del pasado invierno.."
"Los hombres, cuando están lejos de sus mujeres, deben tener todo nuevo para que no haya necesidad de que se les remiende y para que estén siempre bien presentados. Mis vestidos todavía están buenos. Este manto que traigo es el tuyo que recorté y volví a teñir. Todavía está bueno. A Ti ya no te servía. Tú eres Jesús..."
Es imposible decir lo que hay en esta frase: "Tú eres Jesús." Una frase sencilla, pero todo el amor de una Madre, de una discípula, de la antigua mujer hebrea por el Mesías, y de la hebrea actual que conoce a Jesús, se encierra en estas pocas palabras. Si María se hubiera postrado adorando a su Hijo como a Dios, no habría mostrado más que un modo simple de manifestar su veneración. Pero en estas pocas palabras hay más que una adoración formal de rodillas que se doblan, de la espalda que se inclina, de la frente que toca el suelo: en ellas está todo el ser de María, su carne, su sangre, su inteligencia, su corazón, su espíritu, su amor, que adora total y perfectamente al Dios-Hombre.
Jamás he visto cosa más grande, más perfecta, que cuando María adora al Verbo de Dios que es su Hijo. No he visto ninguna de las personas curadas o convertidas por Jesús, que adoren así a su Salvador, ni siquiera las más llevadas de su ímpetu de amor, ni las que sin querer parecen actores de teatro. Aman completamente, pero como criaturas a las que falta siempre algo para ser perfectas. María ama, y me atrevería a decir, divinamente. Ama más que una criatura. ¡Es con toda verdad la hija de Dios inmune de la culpa! Por esto puede amar así... Y pienso en lo que el hombre perdió con el pecado original... Pienso en lo que Satanás robó al arrastrar consigo a los primeros padres. Nos quitó esta fuerza de amar a Dios como lo ama María... Nos quitó la fuerza de amar el bien.
Entre tanto que yo estoy reflexionando en estas cosas y al mismo tiempo estoy mirando a los Dos, Jesús, terminado su colación se ha vuelto a sentar en la hierba a los pies de su Madre. Le pone su cabeza sobre sus rodillas, como un niño cansado y triste que busca refugio en la única persona que puede consolarlo. María acaricia los cabellos y la frente limpia de su Jesús. Parece como si quisiera arrancarle todo el cansancio, todas las penas con esa caricia. Jesús cierra los ojos y María deja de acariciarlo, dejando su mano apoyada sobre los cabellos, mirando pensativa, inmóvil. Creo que Jesús se ha quedado dormido. Está muy cansado...
Pero pocos instantes después abre sus ojos, ve que la noche se viene, comprende que no puede seguir gozando de aquel consuelo. Levanta la cabeza, pero sin moverse de su lugar y habla: "¿Sabes, Mamá, de dónde vengo?"
"Lo sé. Me lo dijo Juan. Dos almas que tornan a Dios. Una alegría para Ti y para mí."
"Así es. Subo a Jerusalén con esta alegría."
"Para consuelo del desengaño que tuviste el mismo día en que nos separamos."
"¿Cómo lo sabes? ¿Te lo dijo Juan? Es el único en saberlo..."
"No. Yo se lo pregunté, pero él me contestó: "Madre, dentro de poco lo vas a ver. Pregúntaselo". "
Jesús sonríe diciendo: "Juan es fiel hasta el escrúpulo." Una pausa. Luego Jesús pregunta: "¿Quién, pues, te habló de ello?"
María habla a Jesús de su primo José
"A mí, no. Fueron a casa de José, tu hermano, unos hombres. Y él vino a verme. Es algo... Sí, Hijo mío. Es mejor siempre decir la verdad. Estaba un poco inquieto después de que ambos os encontrasteis en Cafarnaum, y sobre todo después de la conversación que tuvieron entre sí José, Judas y Santiago. En tu ausencia se han vuelto a ver. Y Santiago ha estado muy enérgico... Mucho... Diría hasta demasiado. Pero el Eterno, siempre bueno, ha sacado bien de este sinsabor. Que no dejó de serlo porque procedió de dos fuentes de amor diversas, pero siempre amor. Son imperfectas, no cabe duda. Porque si fuesen perfectas, si por lo menos una fuese perfecta, no se hubiera llegado al arrebato de ira... Decir ira, es tal vez un poco fuerte para dar nombre al estado de ánimo de Santiago, pero no cabe duda que fue muy severo, mucho... Le hubieras ciertamente recordado la caridad. De mi parte... no lo aprobé, pero lo compadecí porque comprendí lo que inquietaba a Santiago que siempre es paciente. No se puede pretender a que sea perfecto... Es un hombre. Y también él todavía es muy humano. ¡Oh, Santiago todavía tiene que recorrer mucho camino para que llegue a ser justo como lo era mi José! El... sabía siempre dominarse... y ser siempre bueno... ¡Bueno, estoy divagando! Te estaba contando el amor imperfecto de los dos por Ti -porque te ama, ¡y mucho! También José, aunque no lo parezca a primera vista. Pero es un real amor por Ti todos los cuidados que se toma por esta pobre mujer. Es amor por Ti su modo de pensar, de un viejo israelita fijo en sus ideas como su padre. ¡Qué cosa daría por ver que todos te amasen! A su modo.... No cabe duda... -Bueno, tornando a lo que pasó, quería decirte que José al que el comportamiento un poco duro de Santiago no ha molestado, ha comenzado venirme a ver todos los días ¿y sabes para qué? Para que le explique las Escrituras "como tú y tu Hijo las entendéis", me dijo. ¡Explicar las Escrituras a la luz de la Verdad!... Es difícil cuando el que nos escucha es un José hijo de Alfeo, esto es, uno que cree firmemente en el reino temporal del Mesías, en su nacimiento real, y ¡en otras tantas cosas!
Me he aprovechado de su mismo orgullo para hacerle ver
la idea de que el Rey de Israel debe ser de estirpe real,...
Me he aprovechado de su mismo orgullo para hacerle ver la idea de que el Rey de Israel debe ser de estirpe real, de David, claro, pero que no es necesario que haya nacido en un palacio real. El... ¡oh, qué orgullo tiene por pertenecer a la estirpe de David! Con todo cariño le he dicho muchas cosas... y ha prendido en él esta idea. Ahora admite, por la unidad armoniosa de las profecías, que eres el profetizado. No hubiera logrado convencerlo de que tu grandeza verdadera consiste en ser Rey del espíritu, única cosa que te puede hacer Rey universal y eterno, si no hubieran llegado dos veces gente a buscarlo.. Los primeros, aquellos de Cafarnaum y otros con ellos, después que nuevamente lo sedujeron con deslumbradoras promesas de grandeza para toda la casa, al verlo menos inclinado a ceder en su favor -pretendían que te obligase y me obligase a hacerte aceptar una corona- se equivocaron al pasar a las amenazas... Las acostumbradas y ocultas amenazas que emplean. Cuchillos filosos envueltos en muelle lana para hacerlos parecer inofensivos... José reaccionó diciendo: "Yo soy el más viejo, pero El es mayor de edad y en nuestra familia no creo que haya jamás habido tontos o locos. Como mayor de edad, desde hace cuatro lustros, sabe lo que hace. Id pues a decírselo, y si El rehúsa, dejad de molestarle. Es responsable de sus acciones".
Pero luego, y exactamente en la vigilia del sábado, llegaron dos discípulos tuyos... ¿Me miras, Hijo? Permíteme que no te diga sus nombres, pero sí quiero que los perdones... Un hijo que hubiese levantado su mano contra las canas de su padre, un levita que hubiera profanado el altar y temiese la ira de Yeové, no hubieran estado como ellos... Llegaban de Cafarnaum donde te habían buscado... Tomaron la ruta del lago desde Cafarnaum hasta Mágdala y luego a Tiberíades, esperando encontrarte. Encontraron a Hermas y a Esteban que subían con los demás a Jerusalén ,después de que fueron huéspedes de Gamaliel durante algunos días. No quiero repetir lo que dijeron, lo que te quieren decir, y se mueren de ansias por decírtelo. Pero sus palabras habían aumentado mucho más el dolor de los discípulos que perdieron su control, tanto que se unieron a los que te querían traicionar con una unción mentirosa. Cuando llegaron, José estaba conmigo. Y estuvo bien. ¡Oh, José todavía no ha llegado a la Luz, pero ya está cerca de la aurora! El comprendió la insidia y.. ahora te ama mucho, nuestro José. Te ama, no me atrevería a decir: como se debe, pero sí como un pariente de mayor edad que sufre porque sufres, que vigila por tu seguridad, que conoce a tus enemigos...
Este es el motivo por el que sé que te lo hicieron, Hijo mío. Un dolor... y una alegría porque más de uno ha reconocido lo que eres. Tanto para Ti como para mí son este dolor y esta alegría. Perdonamos a todos, ¿no es verdad? De mi parte ya perdoné a los arrepentidos, en lo que pude."
Mamá, podías haber perdonado aun en mi lugar, porque Yo
también ya perdoné al ver su corazón.
"Mamá, podías haber perdonado aun en mi lugar, porque Yo también ya perdoné al ver su corazón. Son mortales... ¡Bien dijiste! También Yo me alegro al saber que José se acerca a la aurora de la verdadera Luz..."
"El esperaba verte. No está mal que lo vieses. Hoy se ausentó hasta el anochecer. Sentirá mucho no poderte ver. En Jerusalén lo hará."
"No, Madre. Iré a Jerusalén pero será de modo que nadie puede estar conmigo. Tengo necesidad de evangelizar a la Ciudad y los lugares circunvecinos a ella; y al punto me arrojarían si me descubre. Deberé, pues, obrar como el que hace el mal; aun cuando no quiero más que el bien... Así son las cosas."
"¿Entonces no podrás encontrarte con José? Mañana parte para la fiesta de los Tabernáculos. Podíais hacer el viaje juntos."
"No puedo."
"¿En tal forma te persiguen, Hijo mío?" Una gran angustia se percibe en las palabras de la Madre.
"No es eso, Mamá. Ya antes lo hacían. Créemelo. Pero ten en cuenta que otros corazones buenos vienen a Mí. Otros, que no lo son, piensan antes de dar el golpe, como antes solían hacerlo sin motivo alguno. Aumenta el número de los discípulos. Los más antiguos se forman mejor, los apóstoles se perfeccionan. No me refiero a Juan. El ha sido siempre una gracia especial que el Padre me ha concedido. Me refiero a Simón de Jonás y a los demás. Simón, puedo asegurarlo, cada día se transforma del hombre que era en el apóstol. Tú me comprendes. Esto me proporciona gran alegría. Y qué decir de Natanael y Felipe que se desprenden de sus ideas. Tomás y... Pero ¡qué estoy diciendo! Todos. Sí, créeme. Todos en estos momentos son buenos y son mi alegría. Debes tranquilizarte al saber que todos ellos son amigos míos, consoladores, defensores de tu Hijo. ¡Si así te defendiesen y amasen!"
"Yo tengo a María. Están conmigo las mujeres de José y Simón y sus mismos hijos. Tengo al bueno de Alfeo. Y luego, ¿quién no ama en Nazaret a María de Nazaret? Tranquilízate... Todo un poblado ama a tu Mamá."
Pero los que me aman de allí son muy pocos. Comprendo muy
bien que si te aman es por una compasión que experimentan
por la madre de un loco y de un vagabundo
"Pero los que me aman de allí son muy pocos. Comprendo muy bien que si te aman es por una compasión que experimentan por la madre de un loco y de un vagabundo. Bien sabes que no soy ni una ni otra cosa, y sabes bien que te amo. Sabes bien que si me separo de ti, es porque debo obedecer. Se trata de una obediencia realmente muy dolorosa que me llega al corazón, obediencia que el Padre me pide..."
"Tienes razón, Hijo mío. Lo sé muy bien. Nada me duele. Es claro que me gustaría estar contigo. Preferiría estar contigo, aunque fuese en el fango, entre las tolvaneras, entre la basura, perseguida, sin aliento, sin casa ni nada, sin pan, como tantas veces te ha pasado, más bien que estar en mi casa, entre tanto que Tú estás lejos, y no sé como estás. Si estuviésemos juntos, sufrirías menos, lo mismo que yo... Tú eres mi Hijo. Podría siempre tenerte entre mis brazos y protegerte del frío, de las piedras y sobre todo de la dureza del corazón de los hombres con mi amor, con mi pecho, con mis brazos. Eres mi Hijo. Cuánto te amé en el pesebre, cuánto en la huída a Egipto, como cuando regresábamos de allá. Siempre te amé. Lo mismo que cuando el rigor de las estaciones o el genio de los hombres podían causarte algún daño. ¿Cómo no podré hacerlo ahora? ¿Dejo de ser tu Madre porque eres Tú ahora el Hombre? ¿Debe una madre acaso dejarlo de ser porque su hijo no es más un pequeñín? Yo pienso que si estoy contigo, nada te podrán hacer... porque nadie... No. Soy una tonta... Tú eres el Redentor... y los hombres, lo he visto, no tienen compasión ni siquiera de su propia madre... Mas permíteme que esté cerca de Ti. Cualquier cosa es mejor que estar separada de Ti."
Por esto te aconsejo, Mamá, que procures reunirte
conmigo a principios de la primavera, y que te establezcas
cerca de Jerusalén. Nos podremos ver con más facilidad.
"Si los hombres hubiesen sido mejores, habría regresado otra vez a Nazaret. Pero también allí... No interesa. Vendrán a Mí, Por ahora voy a otros lugares... No puedo llevarte conmigo. No regresaré sino hasta cuando sepan quién soy. Ahora voy a la Judea... Subiré al Templo... Luego estaré por aquellos lugares... Una vez más recorreré la Samaría. Trabajaré donde hay que trabajar más. Por esto te aconsejo, Mamá, que procures reunirte conmigo a principios de la primavera, y que te establezcas cerca de Jerusalén. Nos podremos ver con más facilidad. Otra vez iré hasta la Decápolis y podremos vernos nuevamente... Así lo espero. Pero casi siempre estaré en Judea. Jerusalén es la oveja más necesitada de cuidados porque es más testaruda que cualquier cabra salvaje. Voy a esparcir la Palabra como un rocío que no deja de caer sobre lugares áridos..."
Mamá, si José quiere hablarme, que lo haga antes del
amanecer de pasado mañana en el camino que va de Nazaret
al Tabor en dirección de Yezrael. Estaré solo o con Juan.
Jesús se pone de pie, mira a su Madre que a su vez lo mira atentamente. Abre su boca. Sacude su cabeza y dice: "Hay que decir esto, Mamá, antes de que suceda todo... Mamá, si José quiere hablarme, que lo haga antes del amanecer de pasado mañana en el camino que va de Nazaret al Tabor en dirección de Yezrael. Estaré solo o con Juan."
"Se lo diré, Hijo mío."
Un silencio. Un profundo silencio, porque hasta los pajarillos han dejado de pelearse entre las ramas y el viento deja de silbar al morir el crepúsculo. Después Jesús, que parece que hubiera buscado con pena las últimas palabras que iba a decir, dice. "Mamá, estos minutos han terminado... Dame el beso y tu bendición." Se dan mutuamente el beso y se bendicen igualmente.
Jesús dice: "Cuando vayas a Judea llévame mi mejor vestido.
El que me tejiste para las fiestas solemnes.
Debo ser en Jerusalén el "Maestro"
Jesús se inclina a levantar el velo de su Madre, y llamando a Juan como para hacer que sus palabras sean menos penosas, dice: "Cuando vayas a Judea llévame mi mejor vestido. El que me tejiste para las fiestas solemnes. Debo ser en Jerusalén el "Maestro" en el sentido de la palabra, y también de una manera clara, porque los corazones cerrados e hipócritas miran más lo externo: el vestido, que lo interno: la doctrina. Y también Judas de Keriot estará contento al verme así... lo mismo que José al verme con mis vestidos reales.¡Oh, será un triunfo! El vestido que me tejiste servirá para ello..." y sonríe moviendo la cabeza como para amortiguar la realidad tajante que se oculta tras estas palabras.
Pero María no se engaña. Se pone de pie, se apoya en el brazo de Jesús al mismo tiempo que exclama: "¡Hijo!", con una angustia que me llega al alma. Jesús la estrecha contra su pecho, mientras Ella llora...
Mamá, por esto quise hablarte en estos momento de paz...
Te confío mi secreto y lo que más amo en la tierra.
Ninguno de los discípulos sabe que no regresaremos a estas
partes, sino hasta después que todo se haya terminado
"Mamá, por esto quise hablarte en estos momento de paz... Te confío mi secreto y lo que más amo en la tierra. Ninguno de los discípulos sabe que no regresaremos a estas partes, sino hasta después que todo se haya terminado. Pero tú... Para ti no hay secretos... Te lo había prometido, Mamá. No llores. Todavía y durante muchas horas estaremos juntos. Por esto te he dicho que vengas a Judea. Si te tengo cerca de Mí, no tendré mucho trabajo en evangelizar a los duros corazones que se oponen a la Palabra de Dios. Ven con las discípulas galileas. Me seréis muy útiles. Juan procurará encontrar para vosotras lugar donde os quedéis. Ahora antes de que venga, oremos juntamente. Después, vuelve al poblado. También Yo iré esta noche..."
Juntos oran, y cuando dicen las últimas palabras del Pater noster llega Juan que de cerca y a las últimas luces crepusculares se queda sorprendido al ver lágrimas en el rostro de María. No dice nada. Saluda al Maestro y dice: "Estaré al amanecer en el camino de Nazaret... Ven, Madre. Fuera del bosque todavía hay luz y el camino no es muy oscuro porque alumbran las lámparas que hay puestas en los carros..."
María besa una vez más a Jesús, llorando bajo su velo, y luego, ayudada por Juan que la sostiene por el antebrazo, baja por el sendero, hacia el valle.
Jesús se queda solo a orar, a pensar, a llorar. Porque llora al ver bajar a su Madre. Regresa al lugar donde estaba antes, vuelve a tomar su antigua posición, entretanto que el silencio y las sombras lo rodean y lo acompañan
VIII. 303-311
A. M. D. G.