JESÚS EN EL TEMPLO EN LA FIESTA DE
LOS TABERNÁCULOS.
"EL REINO DE DIOS NO VIENE CON
POMPA"
#¿Qué cosa es la lujuria, oh escriba?
#La lujuria es desorden, ¡oh escriba!
#¿De quién son los diez mandamientos? ¿De dónde vienen? ¿Quién los dio?"
#No. El Altísimo. Moisés, su siervo, os los trajo. Son de Dios
Jesús entra en el templo, y con El sus apóstoles y numerosísimos discípulos que no conozco sino de vista. Y después de todos, pero unidos en grupo como si quisieran mostrar que quieren que se les tome como seguidores del Maestro, caras nuevas y desconocidas, menos la afilada del griego que vino de Antioquia que habla con otros, tal vez gentiles como él. Jesús y los suyos continúan caminando hacia el Patio de los israelitas. El antioqueño y aquellos con quienes hablaba, se quedan en el de los gentiles.
Naturalmente, la entrada de Jesús al Templo, que está pletórico de gente, no pasa desapercibida. Un nuevo murmullo se levanta como de colmena inquieta y sobrepuja las voces de los doctores que están enseñando en el Patio de los paganos. La lección se suspende como por encanto, y los alumnos de los escribas corren en todas direcciones a llevar la noticia de la llegada de Jesús de modo que cuando entra en el patio donde están los israelitas, diversos fariseos, escribas y sacerdotes están ya de pie en los escalones para observarlo. No le dicen nada entre tanto que ora y ni siquiera se le acercan. Tan sólo vigilan.
El murmullo se esparce entre la gente.
"¡Veis cómo ha venido! Es un hombre justo.
No podía faltar a la fiesta."
Jesús vuelve al Pórtico de los Gentiles, y estos detrás de él. El grupo de los mal intencionados aumenta como el de los curiosos o el de los bien intencionados. El murmullo se esparce entre la gente. De vez en vez alguien grita: "¡Veis cómo ha venido! Es un hombre justo. No podía faltar a la fiesta." O bien: "¿Qué ha venido a hacer? ¿A perturbar una vez más el pueblo?" O bien: "¿Estáis contentos ahora? Ya veis dónde está. ¡Tanto como lo buscasteis!"
Se oyen acá y allá voces aisladas que las miradas de los discípulos amordazan o ahogan en las gargantas, o bien las de los seguidores de Jesús que amenazan con su mismo amor a estos fastidiosos enemigos. Voces irónicas, voces envueltas en el veneno que escupen los enemigos, y luego se apaciguan porque tienen miedo de la gente. Y esta, después de una prueba clara en favor del Maestro, teme las represalias de los poderosos. El reino del miedo recíproco...
El único que no tiene miedo es Jesús. Camina despacio, con majestad al lugar donde se dirige. Un poco absorto en Sí, pero no tanto que deje de acariciar a un niño que su madre le presenta, o de sonreír a un anciano que lo saluda bendiciéndolo.
En el Pórtico de los Gentiles, de pie entre un grupo de alumnos, está Gamaliel. Tiene los brazos cruzados sobre el pecho. Su vestidura es blanquísima y muy amplia, que parece todavía más blanca por el contraste que forma con la alfombra roja oscura que cubre el suelo donde está Gamaliel. Parece como que piensa, con la cabeza inclinada, y que no se interesa de lo que está acaeciendo. Pero entre sus discípulos hay agitación que ha prendido la curiosidad. Uno de ellos, de estatura baja, se sube sobre un taburete para ver mejor.
Cuando Jesús llega al nivel en que está Gamaliel, éste levanta su cara y sus profundos ojos de pensador se fijan por un instante en el rostro tranquilo de Jesús. Una mirada escudriñadora, atormentada. Jesús la siente y se vuelve. Lo mira. Los dos se miran con esos ojos: los unos negrísimos, los otros de zafiro. La mirada de Jesús es franca, dulce, que deja que se le escudriñe; la de Gamaliel es impenetrable, ansía por conocer y se muere por descubrir el misterio de la verdad -porque para él es un misterio el Rabí galileo- pero farisaicamente celosa de su pensamiento, de modo que no permite que nadie le escudriñe fuera de Dios. Fue un instante. Luego Jesús continúa y el rabí Gamaliel reclina su cabeza sobre el pecho, sordo a toda pregunta bien intencionada o no que le dirigen algunos de los que le rodean: "¿Es El, Maestro? ¿Qué dices?", "¿Cuál es tu parecer? ¿Quién es Ese?"
Jesús va al lugar que había escogido. No tiene alfombra bajo sus pies. No está ni siquiera bajo el Pórtico. Simplemente tiene a su espalda una columna. De pie, en la grada más alta, en el fondo del Pórtico. El lugar menos buscado. A su alrededor apóstoles, discípulos, seguidores, curiosos. Más allá fariseos, escribas, sacerdotes, rabinos. Gamaliel no deja el lugar donde está.
Jesús se pone a predicar por centésima vez sobre la venida
del Reino de Dios y la preparación de este Reino
Jesús se pone a predicar por centésima vez sobre la venida del Reino de Dios y la preparación de este Reino. Podría afirmar que repite amplificados por su fuerza, los mismos conceptos que dijo hace veinte años antes. Habla de la profecía de Daniel, del Precursor que predijeron los profetas, recuerda la estrella de los Sabios, la matanza de los Inocentes. Hechas estas premisas para mostrar las señales de que el Mesías ha llegado ya a la tierra, cita para confirmar su venida las señales contemporáneas que acompañan al Mesías que enseña, como antes las otras acompañaron la llegada del Mesías encarnado, esto es, recuerda la contradicción que lo sigue, la muerte del Precursor, y los milagros que continuamente suceden, confirmando que Dios está con su Mesías. Jamás ataca a sus contrarios. Parece como si ni los viera. Habla para confirmar en la fe a sus seguidores, iluminar el camino a los que, sin culpa, todavía no lo ven.
"¿Cómo puede Dios estar en tus milagros si acaecen
en días prohibidos?
Ayer mismo curaste a un leproso en el camino de Betfagé."
Una voz áspera sale del extremo de la multitud: "¿Cómo puede Dios estar en tus milagros si acaecen en días prohibidos? Ayer mismo curaste a un leproso en el camino de Betfagé."
Jesús mira al que le interrumpió, mas no le responde. continúa hablando de la liberación del demonio que oprime a los hombres y del establecimiento del Reino del Mesías, Reino eterno, invencible, glorioso, perfecto.
"¿Y cuándo será?" pregunta un escriba sonriendo maliciosamente. Y luego: "Sabemos que te quieres hacer rey. Pero un rey como tú sería la ruina de Israel. ¿Dónde están tus fuerzas de rey? ¿Dónde tus ejércitos, tus tesoros, las alianzas? ¡Estás loco! y mucho de los que piensan como él, mueven su cabeza riendo con sorna.
Un fariseo dice: "No está bien así. De este modo jamás lograremos comprender qué entienda El por reino, leyes, manifestaciones que tendrá tal reino. ¿Y qué? ¿Acaso el antiguo reino de Israel inmediatamente fue perfecto como en los tiempos de David y Salomón? ¿No recordáis las vicisitudes y momentos negros, antes de que brillase la ostentación de un rey perfecto? Para que hubiese existido el primer rey, fue necesario antes que existiese el hombre de Dios que lo ungió y para esto, hacer que Ana, la esposa de Elcana, no fuese más estéril, y que aceptase la inspiración de ofrecer el fruto de su vientre. Meditad en el canto de Ana. Es una lección para nuestra dureza y ceguedad: "Nadie es santo como el Señor... No queráis proferir palabras altisonantes vanagloriándoos... El Señor es el que hace morir y vivir... levanta al pobre... El hace firmes los pasos de sus santos, y los impíos callarán porque el hombre de Dios no es fuerte por su fuerza, sino por la que le viene de Dios". ¡Recordadlo! ¡El Señor juzgará los confines de la tierra y entregará su mando a su rey y exaltará el poder de su Cristo". ¿No debía acaso descender de David el Mesías predicho? ¿Todo lo que aconteció desde Samuel en adelante, no son acaso anticipaciones del reino del Mesías? Tú, Maestro, ¿no desciendes acaso de David, y naciste en Belén?" pregunta a Jesús.
"Tú lo has dicho" responde lacónicamente.
"Entonces satisface nuestras esperanzas. Comprendes que callar no es cosa buena porque favorece las nubes de duda que hay en los corazones."
"No de duda. De soberbia, que es mucho más grave."
"¡Cómo! ¿Dudar de Ti es menos grave que ser soberbios?"
Sí. Porque la soberbia es la lujuria de la mente.
Y es el pecado mayor.
Es el mismo pecado de Lucifer.
"Sí. Porque la soberbia es la lujuria de la mente. Y es el pecado mayor. Es el mismo pecado de Lucifer. Dios perdona muchas cosas, su luz resplandece amorosa para iluminar las ignorancias y ahuyentar las dudas, pero no perdona la soberbia que se burla, creyéndose superior a El."
"¿Quién dice entre nosotros que Dios sea más pequeño que nosotros? No blasfemamos..." gritan varios.
"No lo decís con los labios, pero lo confirmáis con vuestras acciones. Queréis decir a Dios: "No es posible que sea éste". ¿Qué cosa hay imposible para Dios?" La voz de Jesús parece un trueno. Si antes estaba un poco como decaído, apoyado como un mendigo sobre la columna, ahora se yergue, se separa de ella, levanta majestuosamente su cabeza y atraviesa la multitud con sus fulgurantes ojos. Todavía está sobre la grada, pero es como si estuviese en lo alto de un trono, tan majestuoso es su aspecto.
La gente retrocede espantada, y nadie responde a la última pregunta.
Luego un rabino, pequeño, rugoso, feo de cara como tal vez de alma, pregunta no sin reírse falsa y solapadamente: "La lujuria se realiza entre dos. ¿Con quién la realiza la mente? No es corpórea, ¿como puede pecar lujuriosamente? ¿Siendo incorpórea con quién se junta para pecar?" y ríe arrastrando sus palabras y risilla.
"¿Con quién? Con Satanás. La mente del soberbio fornica con Satanás contra Dios y contra el amor."
"¿Y Lucifer con quién fornicó para convertirse en Satanás, si todavía no existía Satanás?"
¿Qué cosa es la lujuria, oh escriba?
La lujuria es desorden, ¡oh escriba!
"Consigo mismo. Con su propio pensamiento inteligente y desordenado. ¿Qué cosa es la lujuria, oh escriba?"
"Si... ya te lo dije. ¿Quién no sabe qué cosa sea la lujuria? Todos la hemos experimentado..."
"No eres un rabino sabio porque no conoces la esencia verdadera de este pecado común, triple fruto del mal. Así como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son la Forma Trina del Amor. La lujuria es desorden, ¡oh escriba! Desorden que guía una inteligencia libre y consciente, que sabe que su apetito es malo, pero quiere saciarlo igualmente. La lujuria es desorden y violencia contra las leyes naturales, contra la justicia, contra el amor para con Dios, para con nosotros mismos, para con nuestros hermanos. Y esto cualquier lujuria, La carnal, como la que ambiciona las riquezas y el poder de la tierra, como la de los que quisieran impedir al Mesías su misión porque andan tras una desmesurada ambición que tiembla de miedo al saber que voy a acabar con ella."
Un murmullo corre entre la gente. Gamaliel, que está solo en su alfombra, levanta la cabeza y mira fijamente a Jesús.
"Pero ¿cuándo vendrá el Reino de Dios? No has respondido..." ataca el fariseo de antes.
"Cuando el Mesías esté en su trono que Israel le prepara. Un trono más alto que cualquier otro. Más alto que este mismo Templo."
"¿Pero dónde lo está preparando, que no se ve nada? ¿Podrá ser verdad que Roma permita que resurja Israel? ¿Se han hecho ciegas las águilas romanas para no ver la preparación?"
El Reino de Dios no viene con pompa. Sólo el ojo de Dios
ve cómo se forma, porque el ojo de Dios lee
en lo interior de los hombres
"El Reino de Dios no viene con pompa. Sólo el ojo de Dios ve cómo se forma, porque el ojo de Dios lee en lo interior de los hombres, por esto no vais a buscar dónde está este Reino, dónde se prepara. No creéis a quien dice: "Se conjura en Batanea, se conjura en las cuevas del desierto de Engaddi, se conjura en las playas del mar". El Reino de Dios está en vosotros, dentro de vosotros, en vuestro corazón que acepta la Ley que vino de los cielos como ley de la verdadera Patria, ley, que al practicarla, hace ciudadanos del Reino. Por esto antes de Mí vino Juan para que preparase los caminos de los corazones por los que debe penetrar mi doctrina. Con la penitencia se prepararon los caminos, con el amor surgirá el Reino y caerán las cadenas de la esclavitud del pecado que estorban a los hombres la entrada al Reino de los cielo"
"Dinos, ¿dónde conseguiste esta doctrina tuya?"
En verdad, en verdad os digo que esta doctrina no es mía,
sino del que me envió entre vosotros. ...
"No cabe duda que este hombre es grande. ¿Vosotros decís que sea un artesano?" grita uno de los que escuchaban. Y otros, que son judíos por el vestido que traen, y tal vez instigados por los enemigos de Jesús, se miran cohibidos, y miran a sus instigadores preguntando: "¿Pero qué quisisteis decir? ¿Quién puede afirmar que este hombre perturba el pueblo?" y otros añaden: "Nos preguntamos y os preguntamos que si es verdad que nadie de vosotros fue su maestro, ¿cómo es posible que sea tan sabio? ¿Dónde aprendió esa sabiduría si no estudió jamás con maestro alguno?" y volviéndose a Jesús: "Dinos, ¿dónde conseguiste esta doctrina tuya?"
Jesús alza un rostro lleno de inspiración, dice: "En verdad, en verdad os digo que esta doctrina no es mía, sino del que me envió entre vosotros. En verdad, en verdad os digo que ningún maestro me la enseñó, ni la leí en algún libro, o rollo, o monumento inscrito en piedra. En verdad, en verdad os digo que me preparé para esta hora oyendo al Viviente que hablaba a mi espíritu. La hora ha llegado en que dé Yo al pueblo de Dios la Palabra que vino de los cielos. Es lo que estoy haciendo y lo que haré hasta mi último momento, y cuando hubiera expirado las piedras que me escucharán, y que no se ablandecerán, experimentarán un temor de Dios mucho más fuerte que el que experimentó Moisés en el Sinaí, y en medio de ese temor, con voces que bendigan o maldigan se esculpirán las palabras de mi doctrina rechazada sobre las piedras. Esas palabras jamás se borrarán. Quedará la señal. Luz para quien las acoja, por lo menos en esos momentos, con amor. Tinieblas completas para quien ni siquiera en ese entonces comprenderá que es la Voluntad de Dios que me envió a fundar su Reino.
Cuando empezó la creación, se dijo: "Hágase la luz".
Y la luz se produjo en el caos. Al principio de mi vida, se dijo:
"Venga la paz sobre los hombres de buena voluntad"
Cuando empezó la creación, se dijo: "Hágase la luz". Y la luz se produjo en el caos. Al principio de mi vida, se dijo: "Venga la paz sobre los hombres de buena voluntad". La buena voluntad es la que hace la voluntad de Dios y no la contradice. Ahora bien, quien hace la voluntad de Dios y no la contradice, siente que no me puede combatir porque sabe que mi doctrina viene de Dios y no de Mí mismo. ¿Busco acaso mi gloria? ¿Digo acaso que soy el Autor de la ley de gracia y de la era del perdón? No. Yo no acaparo la gloria que no es mía, sino que doy gloria a la Gloria de Dios, Autor de todo lo que es bueno. Ahora mi gloria es hacer lo que el Padre quiere que Yo haga para que esto dé gloria a El. Quien habla a su favor para verse alabado busca su propia gloria, pero quien, pudiendo, aun sin hacer intentos, tener gloria de los hombres por lo que hace o dice, y la rechaza diciendo: "No es mía. No la hice. Viene del Padre, así como Yo procedo de El", está en la verdad, y en El no hay injusticia, pues da a cada uno lo suyo sin quedarse con nada de lo que no es suyo. Yo soy porque El me ha querido."
¿De quién son los diez mandamientos?
¿De dónde vienen?
¿Quién los dio?"
Moisés, su siervo, os los trajo. Son de Dios
Jesús hace una pausa. Sus ojos van por la multitud. Registra las conciencias. Las lee. Las pondera. Abre de nuevo sus labios: "Os quedáis callados, parte por admiración parte porque pensáis cómo lograréis hacerme callar. ¿De quién son los diez mandamientos? ¿De dónde vienen? ¿Quién los dio?"
"Moisés" grita la multitud.
"No. El Altísimo. Moisés, su siervo, os los trajo. Son de Dios. Vosotros que no tenéis fe, sino fórmulas, decís en vuestros corazones: "No vimos a Dios. Como tampoco los que estuvieron en la falda del Sinaí". Oh, para creer que Dios estaba presente, no os bastan ni los rayos que encendían el monte mientras Dios relampagueaba tronando a la presencia de Moisés. De nada os sirven los rayos y los terremotos para creer que Dios está con vosotros para escribir el Pacto eterno de salvación y condenación. Veréis muy en breve una nueva y terrible manifestación entre estos muros. Las penumbras sagradas saldrán de las tinieblas porque se establecerá el Reino de la luz, y el Santo de los Santos será puesto en alto a la presencia del mundo y no estará ya más oculto bajo la triple cortina. Y aun no creeréis. ¿Qué cosa será necesaria para haceros creer? ¿Que los rayos de la justicia caigan sobre los cuerpos? Entonces la justicia se aplacará. Descenderán los rayos del amor. Y con todo no serán capaces de escribir en vuestros corazones la Verdad, ni de suscitar el arrepentimiento y con él el amor..."
Gamaliel tiene sus ojos fijos en el rostro de Jesús...
"Sabéis que Moisés fue un hombre como todos los demás. Los cronistas de su tiempo nos lo han descrito. Y pese a que sabéis quién era, de quién recibió la ley y cómo la recibió, no la observáis. Sí, no la observáis."
Un grito de protesta se oye entre la multitud.
¿Que la observáis? Y entonces,
¿por qué buscáis matarme?
¿No lo prohíbe acaso el quinto mandamiento?
¿No queréis admitir que Yo sea el Mesías?
Jesús impone silencio: "¿Decís que no es verdad? ¿Que la observáis? Y entonces, ¿por qué buscáis matarme? ¿No lo prohíbe acaso el quinto mandamiento? ¿No queréis admitir que Yo sea el Mesías? Pero no podéis negar que Yo sea el hombre. Ahora bien, ¿por qué me buscáis para matarme?"
"¡Estás loco! ¡Endemoniado! Un demonio habla en Ti que te hace delirar y decir mentiras. Ninguno de nosotros piensa en matarte. ¿Quién quiere matarte?" gritan precisamente los que quieren hacerlo.
"¿Quién? Vosotros. Buscáis excusas para hacerlo. Me imputáis culpas que no son verdaderas. No es la primera vez que me reprocháis que haya curado a un hombre en sábado. ¿Acaso no dice Moisés que se tenga piedad también del asno y del buey caídos porque tal acto representa un bien para tu hermano? ¿ Y no debería tener Yo piedad del cuerpo enfermo de un hermano para el que la salud recuperada es un bien material y un medio espiritual para bendecir a Dios y amarlo por su bondad? ¿Y la circuncisión que Moisés os transmitió porque la recibió de los patriarcas, no la practicáis acaso aun en sábado? Si se circuncida a un hombre en sábado y pese a ello no se viola la ley mosaica, porque sirve para hacer a un varón hijo de la ley, ¿por qué os enojáis contra mí de que haya curado a un hombre en sábado, en el cuerpo y en su espíritu, y lo haya hecho hijo de Dios? No juzguéis según las apariencias y la letra. Juzgad rectamente y con el espíritu, porque la letra, las fórmulas, las apariencias son cosas muertas, escenarios pintados, pero no la vida verdadera, mientras el espíritu de las palabras y apariencias es vida real y fuente de eternidad. Pero vosotros no comprendéis estas cosas porque no queréis. Vámonos."
Vuelve la espalda a todos y se dirige a la salida. Le siguen sus apóstoles y discípulos que lo miran con tristeza, y a sus enemigos con enojo.
"No estéis tristes. Sois mis amigos. Y hacéis bien en serlo,
porque mi tiempo se acerca a su fin.
Presto llegará la hora en que querréis ver uno de estos
días del Hijo del hombre, pero no lo lograréis.
Entonces os servirá de consuelo el deciros:
"Lo amamos y le fuimos fieles mientras estuvo con nosotros"
El, pálido, sonriendo les dice. "No estéis tristes. Sois mis amigos. Y hacéis bien en serlo, porque mi tiempo se acerca a su fin. Presto llegará la hora en que querréis ver uno de estos días del Hijo del hombre, pero no lo lograréis. Entonces os servirá de consuelo el deciros: "Lo amamos y le fuimos fieles mientras estuvo con nosotros". Y para burlaros de vosotros y trataros como a locos os dirán: "Ha vuelto el Mesías. ¡Está aquí! ¡Está allá!" No creáis a esas voces. No vayáis, ni os pongáis a seguir a esos falsos burladores. El Hijo del hombre una vez que se vaya no volverá sino cuando sea su día. Su aparición será como el relámpago que fulgura y atraviesa el firmamento de una parte a la otra, tan veloz que apenas los ojos si pueden seguirlo. Vosotros, no solo vosotros, pero nadie será capaz de seguirme cuando sea mi aparición final para recoger a todos los que vivieron, viven y vivirán. Pero antes de que esto suceda, es menester que el Hijo del hombre sufra mucho y sufrirá todo. Todo el dolor de la humanidad, además de ser rechazado por esta generación."
"Entonces, Señor mío, sufrirás todo el mal que esta generación será capaz de descargar sobre Ti" concluye el pastor Matías.
Y el Hijo del hombre gustará toda la amargura de los
pecados pasados, presente y futuros,
hasta el último pecado, en su espíritu,
antes de ser el Redentor.
Y más allá de su gloria todavía sufrirá en su espíritu
de Amor al ver que la humanidad lo pisotea.
"No. Dije: "Todo el dolor de la humanidad". Ella existía antes de esta generación y después de ella vendrán generaciones y generaciones. Siempre pecará. Y el Hijo del hombre gustará toda la amargura de los pecados pasados, presente y futuros, hasta el último pecado, en su espíritu, antes de ser el Redentor. Y más allá de su gloria todavía sufrirá en su espíritu de Amor al ver que la humanidad lo pisotea. No podéis comprender esto por ahora... Entremos en esa casa, los que viven son amigos."
Llama a la puerta que se abre dejándolo entrar sin que el portero muestre admiración por el número de personas que entran después de Jesús.
VIII. 355-363
A. M. D. G.