EN EL TEMPLO. "ME CONOCÉIS Y DE
DONDE VENGO"
#Hablan de Jesús entre sí dos gentiles
#Jesús en voz alta contesta: "Así pues, me conocéis y sabéis de dónde vengo. ¿Estáis seguros?...
#Vosotros, lo sé, no veis en Mí sino un hombre semejante a vosotros, inferior a vosotros.
#Los ángeles, seres espirituales, siervos y mensajeros suyos, son sus criaturas como el hombre lo es
#¿Qué cosa es, pues, el Hombre que os está hablando?
#¡Vencer al demonio! No podía un ángel, no puede, realizar lo que el Hijo del hombre puede.
#Temblad solo de que no os sirva el Sacrificio del Hombre y la Misericordia del Mesías.
#¿Cuándo se empezó el sacerdocio? ¿Acaso en los tiempos de Abraham? No.
#Conocéis mi origen No. Conocéis mis obras No. Intuís sus frutos Tampoco. No sabéis nada de Mi.
#¡Padre, Padre mío! Te lo dije al principio de los días: "Heme aquí para cumplir tu voluntad"
#Gamaliel desea hablar con Jesús
El Templo está más lleno de gente que el día anterior. Entre la que se agita en el primer patio veo a muchos gentiles, mucho más que ayer. Tanto ellos como los israelitas están en espera ansiosa. En grupos formados los gentiles hablan entre sí, y lo mismo los hebreos, pero sin perder de ojo la puerta.
Los doctores bajo los portales se esfuerzan en levantar su voz para llamar la atención y dar muestras de elocuencia. Pero la gente no les hace caso y ellos hablan a unos pocos alumnos. Está Gamaliel en su sitio, pero no habla. Pasea de un lado a otro sobre la rica alfombra, con los brazos cruzados, la cabeza inclinada, meditando. Su vestido es largo y mucho más el manto que lleva suelto, retenido sólo a la espalda con dos fíbulas de plata, y que empuja con el pie cuando da vuelta. Sus discípulos, los más fieles, apoyados contra el muro, lo miran en silencio, reverentes, respetando los pensamientos en que está absorbido su maestro.
Los fariseos y sacerdotes parecen que tienen mucho que hacer, pues van y vienen... La gente que comprende sus verdaderas intenciones, los señala con el dedo, y uno que otro comentario sale de ella como un rayo de luz que revela su hipocresía. Mas ellos fingen que no oyen. Son pocos con respecto a los que no odian a Jesús, pero sí a ellos, y creen prudente no reaccionar.
Hablan de Jesús entre sí dos gentiles
"¡Allá viene! ¡Allá viene! ¡Por la Puerta dorada!"
"¡Vamos a su encuentro!"
"Yo me quedo aquí. Vendrá a hablar. No pierdo mi lugar."
"Tampoco yo. Mejor que se vayan para que nos dejen sitio."
"¿Pero lo dejarán hablar?"
"Si lo dejaron entrar..."
"Sí, pero es distinto. Como hijo de la Ley no pueden impedirle entrar. Pero como a rabí pueden arrojarlo afuera, si quieren."
"¡Cuántas diferencias! Si permiten ir a hablar a Dios, ¿por qué no lo deben dejar hablar a los hombres?" (es un gentil el que ha hablado).
"Es verdad" contesta otro. "A nosotros porque somos impuros no se nos permite entrar allá. ¡Sólo hasta aquí!, pues esperan que nos circuncidemos..."
"Cállate, Quinto. Por esta razón lo dejan que nos hable, esperando podarnos como si fuésemos árboles. Nosotros al revés hemos venido para poner sus ideas cual injerto en nosotros que no pertenecemos al pueblo."
"Dices bien. El único que no nos desprecia."
"¡Oh, por esto! Cuando va uno con una bolsa de dinero a comprar, tampoco los otros nos desdeñan."
"Mira. Nosotros los gentiles nos hemos quedado dueños del lugar. Oiremos bien, y veremos mejor. Me gusta ver las caras de sus enemigos. ¡Por Júpiter! Una batalla de caras..."
"Cállate. Que no te oigan nombrar a Júpiter. Está prohibido aquí."
"Entre Júpiter y Yeové no hay sino poca diferencia. Los dioses no se ofenden entre sí... Yo he venido con el buen deseo de oír, no para burlarme de nadie. Se habla tanto por todas partes de este nazareno. Me dije: la estación es buena y voy a escucharlo. Hay quienes van mucho más lejos a oír los oráculos..."
"¿De dónde viniste?"
"De Perges. ¿Y tú?"
"De Tarso."
"Soy casi hebreo. Mi padre era un helenista de Iconio, pero se casó en Antioquia de Cilicia con una romana, y murió antes de que yo naciera... Pero la sangre es hebrea."
"Tarda en venir... ¿Lo habrán detenido?"
"No tengas miedo. Lo dirían los gritos de la multitud. Estos hebreos gritan siempre como urracas inquietas..."
"Míralo allí. ¿Vendrá aquí?"
"¿No ves que con todo propósito han ocupado todos los lugares, menos este rincón? ¿Oyes cuántas ranas croan para hacerse pasar por maestros?"
"Aquel está callado. Dicen que es el más grande doctor de Israel."
"Sí, pero... ¡Qué pedante! Lo escuché un día, y para digerir su ciencia tuve que beber muchas copas de vino en la casa de Tito en Bezeta." Se ríen entre sí.
Jesús se acerca lentamente. Pasa cerca de Gamaliel, que no levanta su cabeza. Va a su lugar de ayer.
La gente que se compone de israelitas, prosélitos y gentiles, comprende que va a hablar y susurra: "Vedlo que habla públicamente y no le dicen nada."
"Tal vez los principales y los jefes han reconocido en El al Mesías. Ayer Gamaliel, después de que se fue el galileo, habló mucho con los Ancianos."
"¿Posible? ¿Cómo habrán hecho para reconocerlo al punto, si tan sólo poco antes lo tenían como reo digno de muerte?"
"Tal vez Gamaliel tenía las pruebas..."
"¿Cuáles? ¿Qué pruebas podía tener en favor de ese hombre?" ataca uno.
"Cállate, chacal. No eres más que uno de los escribas. ¿quién te preguntó?" y se burlan de él. Se aleja.
el Mesías cuando venga, nadie sabrá de dónde.
No conoceremos el origen de aquel,
pero el de este ¡sí!
Es hijo de un carpintero de Nazaret
y todo el pueblo puede decir si mentimos...
Otros que no pertenecen al Templo, pero que son judíos que no creen, intervienen: "Las pruebas las tenemos nosotros. Sabemos de dónde es El. Pero el Mesías cuando venga, nadie sabrá de dónde. No conoceremos el origen de aquel, pero el de este ¡sí! Es hijo de un carpintero de Nazaret y todo el pueblo puede decir si mentimos..."
Se oye en esos momentos la voz de un gentil que dice: "Maestro, háblanos hoy a nosotros un poco. Se nos ha dicho que afirmas que todos los hombres venimos de un solo Dios, el tuyo, de modo que los llamas hijos del Padre. También nuestros poetas estoicos tuvieron una idea semejante. Dijeron: "Somos descendencia de Dios". Tus connacionales dicen que somos más impuros que las bestias. ¿Cómo concilias las dos tendencias?"
La cuestión, como creo, ha sido propuesta según la costumbre de las disputas filosóficas. Jesús está para responder, cuando estalla la disputa entre judíos que no creen y entre los que creen. Se oye una voz chillona: "Es es un simple hombre. No será el Mesías. Todo será excepcional en El. Forma, naturaleza, origen..."
"Así pues, me conocéis y sabéis de dónde vengo.
¿Estáis seguros?
Jesús se vuelve a esta dirección y en voz alta contesta: "Así pues, me conocéis y sabéis de dónde vengo. ¿Estáis seguros? ¿Aun lo poco que sabéis no os dice nada? ¿No es una confirmación de las profecías? pero no conocéis todo lo mío. En verdad, en verdad os digo que no vine por Mí mismo ni tampoco de donde creéis que haya venido. Es la misma Verdad, que no conocéis, la que me envió."
Gritos airados se levantan de los enemigos.
"La misma Verdad. No conocéis sus obras. Ni sus caminos. Esos por los que vine. El Odio no puede conocer los caminos y las obras del Amor. Las tinieblas no pueden soportar la vista de la Luz. Pero Yo conozco al que me envió porque soy suyo, su parte y un Todo con El. El me envió para que realice lo que su Pensamiento quiere."
Se forma una confusión. Los enemigos se adelantan para echarle la mano encima, aprehenderlo, pegarle. Los apóstoles, los discípulos, la gente, los prosélitos reaccionan para defenderlo. Acuden otros en ayuda de los primeros y tal vez lo hubieran logrado, si Gamaliel que hasta ese momento parecía no poner atención, sale de su alfombra y va a donde está Jesús, que es empujado hacia el pórtico por quien lo quiere defender. Gamaliel grita: "Dejadlo en paz. Quiero oír lo que dice."
La voz de Gamaliel logra más que un pelotón de legionarios, que han acudido a calmar el tumulto, que se apaga como nació y la gritería se transforma en ruido confuso. Los legionarios por prudencia se quedan cerca de la valla exterior. No son ya más necesarios.
"Habla" ordena Gamaliel a Jesús. "Responde a quien te acusa.". El tono es imperioso, pero sin el aire de burla.
Jesús se adelanta hacia el patio. Tranquilo, vuelve a tomar la palabra. Gamaliel se queda donde está y sus discípulos se apresuran a llevarle la alfombra y el banquillo para que esté más cómodo. Se para en ella, con los brazos cruzados, la cabeza inclinada, los ojos cerrados, atento sólo a escuchar.
Vosotros, lo sé, no veis en Mí sino un hombre
semejante a vosotros, inferior a vosotros.
"Me habéis acusado sin razón como si hubiese blasfemado en lugar de haber dicho la verdad. Yo hablo no para defenderme, sino para daros la luz con que podáis conocer la Verdad. Y no hablo por Mí mismo, sino que hablo recordando las palabras en las que creéis y sobre las que juráis. Ellas dan testimonio de Mí. Vosotros, lo sé, no veis en Mí sino un hombre semejante a vosotros, inferior a vosotros. Y os parece imposible que un hombre pueda ser el Mesías. Pensad a lo menos que tuviese que ser un ángel este Mesías, que debiera ser de un origen de tal modo misterioso para poder ser rey solo por la autoridad del mismo misterio de su origen. ¿Cuándo se ha visto en la historia de nuestro pueblo, en los libros que la forman, y que serán eternos cuanto el mundo, porque doctores de todos los países y de todos los tiempos los leerán para confirmar su ciencia y sus investigaciones sobre el pasado con las luces de la verdad, dónde está escrito en estos libros que Dios haya dicho a un ángel suyo: "Tú de ahora en adelante serás mi Hijo porque Yo te he engendrado"?"
Veo que Gamaliel se hace dar una tablilla y pergaminos y se sienta a escribir...
Los ángeles, seres espirituales, siervos
y mensajeros suyos, son sus criaturas
como el hombre lo es
"Los ángeles, seres espirituales, siervos y mensajeros suyos, son sus criaturas como el hombre lo es, como los animales, como todo lo creado. Pero no los engendró. Porque Dios engendra solo un otro Sí mismo, pues no puede el perfecto engendrar sino otro Perfecto, otro Ser semejante a Sí mismo, para no destruir su perfección al engendrar una criatura inferior a Sí.
Así pues, si dios no puede engendrar ángeles, ni siquiera elevarlos a la dignidad de hijos suyos, ¿cuál será el Hijo al que El dice: "Tú eres mi Hijo. Hoy te engendré"? ¿De qué naturaleza será, si engendrándolo, El dice señalándolo a sus ángeles: "Y lo adoren todos los ángeles de Dios"? ¿Y cómo será este Hijo para merecer oír que el Padre le diga: "Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies"? Ese Hijo no podrá ser sino Dios como el Padre, con el que comparte los atributos y el poder, y con el que goza de la Caridad que los alegra en los inefables y desconocidos amores de la Perfección que existe por Sí misma.
Si Dios no ha juzgado conveniente elevar al grado de Hijo a un ángel, ¿hubiera podido decir de un hombre lo que dijo del que os habla -y muchos de vosotros que me sois contrarios estuvisteis presentes cuando dijo- allá en el vado de Betabara hace dos años? Lo oísteis y temblasteis, porque la voz de Dios es inconfundible, y sin una especial gracia suya aterra a quien la oye y sacude los corazones.
¿Qué cosa es, pues, el Hombre que os está hablando?
"¿Qué cosa es, pues, el Hombre que os está hablando? ¿Nació acaso de la voluntad y de la sangre del hombre como todos vosotros? ¿Habría podido el Altísimo haber puesto su Espíritu y para que habitase en un cuerpo, privado de gracia como es el de los hombres que han nacido por voluntad carnal? Para satisfacer por la gran culpa, ¿podría el Altísimo sentirse satisfecho con el sacrificio de un hombre? Pensadlo. No eligió un ángel para ser Mesías y Redentor, ¿pudo entonces elegir un hombre para serlo? ¿Y podía el Redentor ser solo Hijo del Padre sin tomar la naturaleza humana, pero con medios y poderes que sobrepasan los cálculos humanos? ¿Podía el Primogénito de Dios tener engendradores si es El el primogénito eterno?
¿No se trastorna vuestro soberbio pensamiento ante estos interrogativos que suben hacia los reinos de la Verdad, siempre más cercanos a ella, y que encuentran respuesta solo en un corazón humilde y lleno de fe?
¿Un ángel?
Más que un ángel.
¿Un hombre?
Más que un hombre.
¿Un Dios?
Sí, un Dios, pero con un cuerpo,
para que pueda realizar la expiación
de la carne culpable.
"¿Quién debe ser el Mesías? ¿Un ángel? Más que un ángel. ¿Un hombre? Más que un hombre. ¿Un Dios? Sí, un Dios, pero con un cuerpo, para que pueda realizar la expiación de la carne culpable. Cada cosa se redime por medio de la materia con que se pecó. Dios hubiera por lo tanto debido mandar un ángel para expiar las culpas de los ángeles caídos, y que expiase por Lucifer y sus ángeles secuaces. Porque, lo sabéis, también Lucifer pecó. Más Dios no envía un espíritu angelical para redimir a los ángeles encerrados en las tinieblas. No adoraron al hijo de Dios, y Dios no perdona el pecado cometido contra su Verbo que engendró con su Amor. Sin embargo, Dios ama al hombre y manda al Hombre, al Único perfecto, para que redima al hombre y obtenga la paz con Dios. Justo es que solo un Hombre-Dios pueda realizar la redención del hombre y aplacar a Dios.
El Padre y el Hijo se han amado y comprendido. El Padre dijo: "Quiero". El Hijo respondió: "Quiero". Después el Hijo dijo: "Dame". El Padre contestó: "Toma", y el Verbo tuvo un cuerpo cuya formación es misteriosa y este cuerpo se llamó Jesucristo, el Mesías, que debe redimir a los hombres, llevarlos al Reino, vencer al demonio, quebrantar la esclavitud.
No podía un ángel,
no puede, realizar lo que el Hijo del hombre puede.
¡Vencer al demonio! No podía un ángel, no puede, realizar lo que el Hijo del hombre puede. Y esta es la razón por la cual Dios no llama para realizar la gran obra a los ángeles sino al Hombre. Este de cuyo origen estáis inciertos, o lo negáis, o meditáis sobre él. Este es el Hombre. El Hombre aceptable ante Dios. El Hombre representante de todos sus hermanos. El como vosotros por la semejanza, el Hombre superior y diverso de vosotros por el origen, que no lo engendró un hombre, sino Dios y lo consagró para su ministerio. Este Hombre está ante el excelso altar para ser Sacerdote y Víctima por los pecados del mundo, para ser eterno y supremo Pontífice, Sumo Sacerdote según la jerarquía de Melquisedec.
Temblad solo de que no os sirva el Sacrificio del
Hombre y la Misericordia del Mesías.
¡No tengáis miedo! No tiendo las manos a la tiara pontifical. Otro cetro me espera. ¡No tengáis miedo! No os quitaré el Racional. Hay otro preparado para Mí. Temblad solo de que no os sirva el Sacrificio del Hombre y la Misericordia del Mesías. Os he amado mucho, os amo tanto que he alcanzado del Padre el aniquilarme a Mí mismo. Os he amado tanto, y os amo mucho que he pedido apurar todo el dolor del mundo para daros la salvación eterna.
¿Por qué no me queréis creer? ¿No podéis creer todavía?
¿Cuándo se empezó el sacerdocio?
¿Acaso en los tiempos de Abraham? No.
¿Acaso no está dicho del Mesías: "Tú eres Sacerdote para siempre según la jerarquía de Melquisedec"? ¿Cuándo se empezó el sacerdocio? ¿Acaso en los tiempos de Abraham? No. Lo sabéis bien. El Rey de Justicia y de Paz que vino a anunciarme con una figura profética, en los albores de nuestro pueblo, ¿no os dice acaso que se trata de un sacerdocio más perfecto, que viene directamente de Dios, así como Melquisedec de quien nadie pudo señalar su linaje, y que es llamado "sacerdote" y sacerdote permanecerá para siempre? ¿No creéis en las palabras inspiradas? y si creéis, ¿cómo puede ser, ¡oh doctores!, que no sepáis dar una explicación razonable a estas palabras que se refieren a Mí: "Tú eres Sacerdote para siempre según la jerarquía de Melquisedec".?
Ved pues que esta frase anuncia
que el eterno Sacerdote no será de la estirpe de
Aarón, ni será de una estirpe sacerdotal,
sino que su origen será nuevo,
misterioso como Melquisedec.
Hay, pues, otro sacerdocio, además del de Aarón. De él se dijo "eres". No se dijo "fuiste". Ni tampoco "serás". Eres sacerdote para siempre. Ved pues que esta frase anuncia que el eterno Sacerdote no será de la estirpe de Aarón, ni será de una estirpe sacerdotal, sino que su origen será nuevo, misterioso como Melquisedec. Si la potencia de Dios lo manda, señal es que quiere renovar el Sacerdocio y el rito, para que sea útil a la Humanidad.
¿Conocéis mis obras? No.
¿Intuís sus frutos? Tampoco.
No sabéis nada de Mi.
¿Conocéis mi origen? No. ¿Conocéis mis obras? No. ¿Intuís sus frutos? Tampoco. No sabéis nada de Mi. Veis, pues, que aun en esto soy el "Mesías" cuyo origen y naturaleza y misión deben ser desconocidos hasta que Dios no se digne revelarlos a los hombres. Bienaventurados los que sabrán, los que saben creer antes de que la revelación tremenda de Dios no los aplaste con su peso sobre el suelo, los sepulte y triture bajo la fulgurante, poderosa verdad que los cielos gritarán, que la tierra repetirá: "Este era el Mesías de Dios".
"El es de Nazaret. Su padre era José.
Su Madre es María".
No.
No tengo ningún padre que me haya engendrado
como hombre.
No tengo madre que me haya engendrado
como Dios.
Vosotros decís: "El es de Nazaret. Su padre era José. Su Madre es María". No. No tengo ningún padre que me haya engendrado como hombre. No tengo madre que me haya engendrado como Dios. Y sin embargo tengo un cuerpo, y lo tengo por obra misteriosa del Espíritu, y vine entre vosotros pasando por un tabernáculo santo. Os salvaré, después de haberme formado a Mí mismo por querer de Dios. Os salvaré haciendo que Yo mismo salga del Tabernáculo de mi Cuerpo para realizar el gran sacrificio de un Dios que se inmola para la salvación del hombre.
¡Padre, Padre mío! Te lo dije al principio de los días:
"Heme aquí para cumplir tu voluntad"
¡Padre, Padre mío! Te lo dije al principio de los días: "Heme aquí para cumplir tu voluntad" Te lo dije en la hora de gracia antes de dejarte para revestirme de carne con la que pudiera padecer: "Heme aquí para hacer tu voluntad". Una vez más te lo digo, para santificar a aquellos por los que he venido: "Heme aquí para hacer tu voluntad". Una vez más te lo diré para santificar a aquellos por los que he venido: "Heme aquí para hacer tu voluntad". Y te lo repetiré, hasta que tu voluntad sea cumplida..."
Jesús, que al decir estas palabras había levantado sus brazos hacia el cielo, los baja ahora y los recoge sobre su pecho, inclina la cabeza, cierra los ojos y se absorbe en una oración secreta.
La gente cuchichea. No todos han comprendido, mejor dicho, la mayoría (y entre ellos también estoy yo). Somos muy ignorantes, pero intuimos que ha anunciado grandes cosas, y nos callamos admiradas.
Los malos, que no han comprendido o no han querido comprender, se ríen sarcásticamente: "¡Delira!" Pero no se atreven a decir más, y se apartan o se van a las puertas moviendo la cabeza. Creo que esta prudencia es el resultado de las lanzas y dagas romanas que brillan al sol en la muralla del fondo.
Gamaliel desea hablar con Jesús
Gamaliel se abre paso entre los que han quedado. Llega cerca de Jesús, que todavía está en oración, absorto, lejano de la multitud y del lugar, y lo llama: "¡ Rabí Jesús!"
"¿Qué se te ofrece, rabí Gamaliel?" pregunta Jesús levantando su cabeza, con los ojos todavía absortos en una visión interna.
"Una explicación tuya."
"Habla."
"¡Retiraos todos!" ordena Gamaliel con tal tono que apóstoles, discípulos, seguidores, curiosos y los mismos discípulos suyos rápidamente se separan. Quedan solo ambos frente a frente. Se miran. Jesús siempre manso y dulce, el otro autoritario sin quererlo, e in voluntariamente soberbio en su aspecto. Cosas que le han venido sin duda durante tantos años en que ha sido reverenciado exageradamente.
"Maestro... Me han referido algunas palabras tuyas que dijiste en un banquete... que desaprobé porque no era sincero. Combato o no combato, pero siempre abiertamente... He meditado en esas palabras, las he confrontado con las que viven en mi memoria... Te he esperado, aquí, para preguntarte algo sobre ellas... Primero quise oírte hablar... Ellos no comprendieron. Espero haberlo podido yo. Escribí tus palabras según las dijiste. Para meditarlas, y no para hacerte algún mal. ¿Me crees?
"Te creo. Y quiera el Altísimo hacerlas resplandecer en tu espíritu."
"Así sea. Oye. ¿Las piedras que deben estremecerse, son las de nuestros corazones acaso?"
"No, rabí. Estas (y señala las murallas del Templo siguiendo su configuración). ¿Por qué me lo preguntas?"
"Porque mi corazón se ha estremecido cuando me refirieron tus palabras del banquete, y tus respuestas a los que te tentaban. Creía que aquel estremecimiento fuese la señal..."
"No, rabí. Es muy poco el estremecimiento de tu corazón y el de otros pocos para ser la señal que no deje dudas... Aun cuando tú, con un gesto de humilde reconocimiento de ti mismo, llamas a tu corazón: piedra. Rabí Gamaliel, ¿de veras no puedes hacer de tu corazón hecho piedra un altar luminoso que acoja a Dios? No porque yo reciba algo útil, sino para que tu modo de obrar sea perfecto..."
Jesús mira dulcemente al viejo maestro que se coge la barba, se pasa los dedos por la frente murmurando con la cabeza inclinada: "No puedo... No puedo todavía... Mas espero... ¿Darás de todos modos la señal?"
"La daré."
"Adiós, Rabí Jesús."
"El Señor venga a ti, rabí Gamaliel."
Se separan. Jesús hace una señal a los suyos y con ellos sale del Templo.
Escribas, fariseos, sacerdotes, discípulos de los rabinos se precipitan como otros tantos buitres en torno a Gamaliel que está metiendo dentro de la cintura los pergaminos escritos.
¿Y bien? ¿Qué te parece? ¿Un loco?
trato de reconocer en sus palabras de ahora
las palabras que un día me habló. Aquí.
"¿Y las encuentras acaso?"
"Algo así como un trueno, que tiene diverso rumor
según está más cerca o más lejos.
Pero siempre es rumor de trueno."
"¿Y bien? ¿Qué te parece? ¿Un loco? Hiciste bien en haber escrito sus delirios. Nos servirán. ¿Estás decidido? ¿Persuadido? Ayer... hoy... Más que suficiente para persuadirte." Hablan todos al mismo tiempo. Gamaliel se calla, mientras se arregla la cintura, tapa el tintero que tiene colgando, entrega a su discípulo la tablilla sobre la que se había apoyado para escribir sus pergaminos.
"¿No respondes? Desde ayer no hablas..." insiste un colega suyo.
"Escucho. No a vosotros. A El. Y trato de reconocer en sus palabras de ahora las palabras que un día me habló. Aquí."
"¿Y las encuentras acaso?" se ríen varios.
"Algo así como un trueno, que tiene diverso rumor según está más cerca o más lejos. Pero siempre es rumor de trueno."
"Luego a ninguna conclusión llegan" dice alguien en tono de burla.
"No está bien, Leví. En el trueno puede estar aun la voz de Dios, y nosotros podemos ser tan necios que la tomemos como un rumor de nubes que se rompen... Tampoco te rías tú, Elquías, ni tú, Simón, no sea que el trueno se cambien en rayos y os haga cenizas."
"¿Entonces tú... como que quieres insinuar que el Galileo es aquel niño que tú e Hilel tomasteis por profeta, y que ese niño, esto es, este hombre, es el Mesías...?" preguntan burlones, sin querer darlo a entender, porque Gamaliel se hace respetar.
"Yo no afirmo nada. Digo que el rumor del trueno es siempre rumor de un trueno."
"¿Más cercano o más lejano?"
"¡Ay de mí! Las palabras son más fuertes, como la edad las supone. Los veinte años que han pasado, han cerrado veinte veces más mi inteligencia al tesoro que posee. Y el sonido penetra cada vez más débil..." Gamaliel deja caer su cabeza sobre el pecho, pensativo.
"¡Ah, ah, ah, te estás haciendo viejo y tonto, Gamaliel! Tomas los fantasmas por cosa real. "¡Ah, ah, ah!" y se echan a reír todos.
Gamaliel desdeñosamente levanta los hombros. Después recoge sus amplísimo manto, que le caía por las espaldas, se envuelve en él, y vuelve las espaldas a todos sin agregar palabra, despectivo en su silencio.
VIII. 363-372
A. M. D. G.