JESÚS, LOS FARISEOS, LA ADÚLTERA

 


 

#Presentan a Jesús una mujer que fue tomada en flagrante adulterio   

#Jesús continúa escribiendo. Escribe y borra lo escrito con sus sandalias y escribe más allá, dando vuelta sobre Sí mismo para encontrar espacio.   

#"Quien de vosotros esté sin pecado, arroje sobre la mujer la primera piedra."   

#Jesús se ha puesto otra vez a escribir, mientras los acusadores huyen.   

#"Mujer, escúchame. Mírame." "¿Dónde están, mujer, los que te acusaban?" "¿Nadie te condenó?" Tampoco Yo te condeno. Vete. Y no peques más

 


 

Veo el interior del recinto del Templo, o más bien uno de tantos patios rodeados de pórticos. Veo también a Jesús, cuyo manto cubre su vestido de color rojo oscuro (parece hecho de lana gruesa), que habla a la gente que lo rodea.

Estaría por decir que es una mañana invernal porque veo que todos están muy bien envueltos en sus mantos, y que hace más bien frío porque en vez de estar parados caminan rápidamente para calentarse. Sopla viento que sacude los mantos y levanta  el polvo de los patios.

 

Presentan a Jesús una mujer que fue tomada 

en flagrante adulterio

 

El grupo que rodea a Jesús, el único que está parado mientras los otros van y vienen alrededor de este o de aquel maestro, se abre para dejar un grupo de escribas y fariseos que gesticulan, y que más que nunca traen el veneno en su alma, que les brota de los ojos, de su cara, de su boca. ¡Qué víboras! Más bien que traer, arrastran a una mujer de unos treinta años, despeinada, con sus vestidos desarreglados, como que ha sido golpeada, y que llora. La arrojan a los pies de Jesús como si fuese un montón de andrajos o despojos de algún muerto. Se queda allí, tirada por el suelo con la cara apoyada sobre los dos brazos, que la ocultan y que le sirven de defensa contra el suelo.

"Maestro, ésta fue tomada en flagrante adulterio. Su marido la amaba, nada le faltaba. Era la reina en su hogar. Pero lo traicionó porque es una pecadora, una viciosa, una ingrata, una sacrílega. Es adúltera y como a tal se le va a lapidar. Moisés lo prescribió. Manda en su ley que mujeres tales sean lapidadas como animales inmundos. Y que si lo son, porque traicionan a la fe y al hombre que las ama y las cuida, porque son como tierra que jamás se sacia, sino que está muertas de lujuria. Pero que las prostitutas son, porque sin necesidad de algo, se hacen daño a sí mismas para dar alimento a su impudicicia. Son unas corrompidas. Son unos seres que todo contaminan. Deben ser condenadas a muerte. Moisés lo mandó. Y Tú, Maestro, ¿qué dices de esto?"

Jesús, al que la llegada tumultuosa de los fariseos, a los que había mirado con una mirada penetrante, había interrumpido y que luego había bajado sus ojos a la pobre mujer, arrojada a sus pies, no dice nada. Siguiendo sentado, se inclina y con un dedo escribe en las piedras del patio que el viento cubre de polvo. Ellos hablan y El escribe.

"¿Maestro? Te estamos hablando. Escúchanos. Respóndenos. ¿No has entendido? Esta mujer fue sorprendida en adulterio. En su casa. En el lecho de su marido. Lo ha ensuciado con su pecado."

Jesús continúa escribiendo.

"¡Que si es tonto este hombre! ¿No veis que no comprende nada y que traza signos en el polvo como un pobre demente?"

"Maestro, por tu buen nombre, habla. Tu sabiduría responda a nuestra pregunta. Te repetimos: a este mujer nada le faltaba. Tenía vestidos, comida, amor. Y ha traicionado."

Jesús continúa escribiendo.

"Ha faltado a la palabra a su marido que tenía confianza en ella. Su mentirosa boca lo saludó al despedirse y con una sonrisa lo acompañó hasta la puerta y luego abrió la puerta secreta e introdujo a su amante. Y mientras su marido estaba ausente por el trabajo que era para ella, ésta como un animal inmundo, se echó en brazos de la lujuria."

"Maestro: es una profanadora de la ley además del lecho nupcial. Una rebelde, una sacrílega, una blasfema."

 

Jesús continúa escribiendo. Escribe y borra lo escrito 

con sus sandalias y escribe más allá, dando vuelta 

sobre Sí mismo para encontrar espacio.

 

Jesús continúa escribiendo. Escribe y borra lo escrito con sus sandalias y escribe más allá, dando vuelta sobre Sí mismo para encontrar espacio. Parece un niño que estuviese jugando. Pero lo que escribe no son palabras de juego. Sucesivamente ha escrito: "Usurero", "Falso", "Hijo irrespetuoso", "Fornicador", "Asesino", "Profanador de la ley", "Ladrón", "Libidinoso", "Usurpador",, "Marido y padre indigno", "Blasfemo", "Rebelde ante Dios", "Adúltero". Lo escribió una y otra vez, mientras los acusadores hablan.

"¡Maestro, tu parecer! La mujer va a ser juzgada. No puede seguir contaminando la tierra con su presencia. Su aliento es veneno que perturba los corazones."

Jesús se levanta. ¡Pero qué rostro veo! Es algo así como si despidiese rayos que arrojase contra los acusadores. Parece hasta más grande, porque ha echado la cabeza hacia atrás. Parece hasta más grande, porque ha echado la cabeza hacia atrás. Parece un rey en su trono. Su severidad y majestad son indescriptibles. El manto se le ha caído y forma detrás de El una especie de caudal, pero no se preocupa de ello.

En su rostro es imposible descubrir lo mínimo de sonrisa. Pone sus ojos en la cara de esa gentuza que se echa para atrás como delante de dos puñales puntiagudos. Mira a uno por uno, con tal intensidad investigadora que infunde temor. Muchos de ellos, tratan de esconderse entre la multitud, de esconderse entre ella. El cerco se va alargando cada vez más y se va rompiendo como si una fuerza oculta lo amenazara.

 

"Quien de vosotros esté sin pecado, arroje sobre la mujer 

la primera piedra."

 

Por fin habla: "Quien de vosotros esté sin pecado, arroje sobre la mujer la primera piedra." Su voz es un trueno acompañado de un vivo relampaguear en sus ojos. Jesús cruza los brazos sobre su pecho y así continúa, derecho como un juez. Su mirada no da paz. Escudriña, penetra, acusa.

Primero uno, luego dos, después cinco, y finalmente los demás se retiran con la cabeza inclinada. No sólo los escribas y fariseos, sino también los que antes estaban alrededor de Jesús y otros que se le habían acercado para oír la sentencia y condenación y que tanto éstos como los otros se habían juntado para decir insolencias a la culpable y pedir su lapidación.

Jesús se queda solo con Pedro y Juan. No veo a los demás apóstoles.

 

Jesús se ha puesto otra vez a escribir, 

mientras los acusadores huyen.

 

Jesús se ha puesto otra vez a escribir, mientras los acusadores huyen. Ahora escribe: "Fariseos", "víboras", "Sepulcros de podredumbre", "Mentirosos", "Traidores", "Enemigos de Dios", "Insultadores de su Verbo"...

Cuando todo el patio está ya vacío un gran silencio reina  en él, a excepción del ruido del viento y el de una fuentecilla que hay en un rincón, Jesús levanta su cabeza y mira. Su rostro esta ya tranquilo. Un poco triste, pero no enojado. Dirige una mirada a Pedro que se ha alejado un poco, apoyándose contra una columna, y a Juan que muy cerca de El, lo mira con ojos en que se reflejan su amor por El. En los ojos de Jesús se dibuja una sonrisa al mirar a Pedro y una sonrisa mayor al mirar a Juan. Dos sonrisas diversas.

Luego mira a la mujer que todavía sigue postrada y llorando a sus pies. La contempla. Se levanta. Se compone el manto como si se fuese a poner en camino. Hace una señal a los dos apóstoles para que se dirijan hacia la salida.

 

"Mujer, escúchame. Mírame."  

"¿Dónde están, mujer, los que te acusaban?" 

 "¿Nadie te condenó?"  

Tampoco Yo te condeno. Vete. Y no peques más

 

Cuando queda solo, dice a la mujer: "Mujer, escúchame. Mírame." Repite su orden porque ella no se atreve a levantar la cara. "Mujer, estamos solos. Mírame."

La desgraciada levanta una cara que el llanto y el polvo han desfigurado.

"¿Dónde están, mujer, los que te acusaban?" Jesús habla despacio, con misericordia. Su rostro y cuerpo están ligeramente inclinados hacia tierra, hacia esa miseria, y sus ojos están preñados de una indulgente expresión, de una fuerza renovadora: "¿Nadie te condenó?"

La mujer entre sollozos, responde: "Nadie, Maestro."

"Tampoco Yo te condeno. Vete. Y no peques más. Ve a tu casa. Procura que te perdone tu marido, que te perdone Dios. No abuses de la benignidad del Señor. Vete."

La ayuda a incorporarse tomándola de una mano, pero no la bendice y no le da la paz. La mira irse con la cabeza inclinada y que levemente vacila bajo su vergüenza. Cuando ha desaparecido, Jesús sale a su vez con sus dos discípulos.

IX. 405-408

A. M. D. G.