EN EL POBLADO DE SALOMÓN 

Y EN SU CASA

 


 

#llegan a la casucha de Salomón   

#Eres más diligente que la esposa del Cantar de los Cantares, padre   

#Muchas veces después de Pentecostés vinieron a buscarte   

 #Cierto que era la verdad. Sé siempre veraz. Aunque tuvieses que causarme algún daño, nunca mientas, padre   

#Pero no querer oír, no sirve para nada. Lo que sirve es no consentir ¿Quién es el que consiente en ello? ¿Quién? Todos los que sueñan ya con verme morir bañado en mi sangre.   

#Judas grita: "¡Cállate! ¡Cállate! ¿Por qué nos atormentas?" y sale golpeando violentamente la puerta...

 


 

llegan a la casucha de Salomón

 

Para que la gente del poblado no los vean entrar, suben por el margen del río y llegan a la casucha de Salomón. Pienso que son precauciones inútiles porque a principios de noviembre o a fines de octubre atardece temprano y la gente se recoge a sus casas. Por el camino no se ve a nadie, absolutamente a nadie, y si no fuese porque se oye algún balido, se diría que es un desierto.

Sacuden el cancelillo. Está cerrado. El jardincito parece que esta bien atendido.

"Llamad. Está en la cocina. Por las hendiduras sale un rayo de luz" dice Jesús.

Tomás con su vozarrón grita al anciano, que sin tardanza abre la puerta, mirando hacia el camino. No ve nada porque  casi afuera no hay luz, y porque dentro de la cocina había fuego y él no logra distinguir inmediatamente.

Pero cuando Jesús dice: "Somos nosotros", el anciano reconoce al punto la voz y grita: "¡El Maestro!" y desciende por la grada corriendo a abrir.

"¡Mi Señor! Entra, entra en tu casa, y que sea bendito este día que termina con tu llegada" dice tratando de abrir el cancel. Luego: "Estoy solo y cierro bien... Los ladrones son capaces de todo. Hay algunos que comenten injusticias acá o allá, viniendo al valle de los montes de Galaad. No tengo miedo por mi vida. Había preparado para Ti y... Mira, Maestro. Ven. La noche está húmeda. Tus cabellos lo están por el rocío..."

 

Eres más diligente que la esposa 

del Cantar de los Cantares,  padre

 

"Eres más diligente que la esposa del Cantar de los Cantares, padre. ¿No te molestas en acoger al Peregrino?" dice Jesús sonriendo.

"¿Molestarme? ¡Qué largos me han parecido los meses! Fueron pasando los días, unos después de los otros. Sembré semillas y vi que se convertían en verduras. Me dije: "Si viniese, las saborearía". Pero no viniste y ellas maduraron... Veía que las frutas se pintaban de colores y con dolor me las comía, porque Tú no estabas. Aquella oveja me parió un corderito, que es todo un vellón blanco. Lo guardé para que nos lo pudiéramos comer juntos. Tenía esperanzas de que nos veríamos antes de los Tabernáculos. Luego... ¿Un corderito para mí?... ¡Demasiado ! Lo cambié por una cordera, y fueron buenos conmigo porque no me pidieron la diferencia. Con todo he guardado lo más que he podido: frutas y queso, pescado seco y legumbres y alguna que otra sandía. Tengo un poco de vino... bebo de él pero lo preparé para Ti, para el invierno."

Sigue hablando mientras limpia la mesa y pone encima el servicio, atiza el fuego, pone agua en el caldero, y se entrega contento a su quehacer. No parece ser el viejo de meses anteriores.

Sale, vuelve con leche y dice a manera de excusa: "Es poca porque sola una de ellas da leche. Dentro de poco serán dos. Pero es suficiente para Ti."

Todo tiene en sí: gestos paternales y gestos de devoción. Toma los mantos húmedos, las sandalias lodosas y los lleva a otra parte. Vuelve con manzanas, granadas, uvas y con algunos higos no del todo secos. Dice. "Los hice secar así, sólo para que los probases. Pensaba... pensaba yo que a mi Ananías le gustaba tanto que así se los preparase..." Su voz, antes serena, toma un tinte de tristeza al decir esas palabras y concluye: "... pensé que te gustaría mucho y pensé que.. al prepararlos, lo hacía para el hijo de mi hijo." Sacude su cabeza, hace fuerzas por sonreír, pese al brillo de las lágrimas que hay en sus ojos.

Jesús, que estaba sentado a la mesa, se levanta, le pone un brazo en la espalda, lo atrae a Sí: "Me gustan mucho. Es algo que me recuerda mi niñez... Y a mi padre. No deberías de privarte de tantas cosas por Mí. A los de edad les hace bien. Debes estar sano y fuerte, para hospedarme siempre. Es tan dulce encontrar una casa igual, con un padre que nos espera. ¿No es verdad, amigos míos?"

"¡Cierto que lo es! Y es tan hermoso, que podemos entregarnos a la pereza aunque no ayude Ananías" dice Pedro, y poniéndose de pie, continúa: "Ea, vamos a preparar nuestras camas, mientras Jesús habla con él."

"¡No es necesario! Siempre están preparadas. Todo está limpio... Sólo que... No alcanzan. Sois doce. Yo iré al pajar y ..."

"Eso no, padre. Yo iré" dice Juan.

"No, yo" se disputa Andrés con otros este honor.

"No es necesario. Yo puedo dormir sobre esta mesa. No es más dura que el fondo de mi barca, y Marziam..." dice Pedro.

"Duerme conmigo" lo interrumpe Jesús.

"O conmigo, si os gusta... como hacía mi pequeñuelo Ananías" dice el viejo, y en su mirada hay algo de súplica.

"Está bien, Maestro. Todavía puedo estar contigo... Duermo con él" dice Marziam.

Jesús lo acaricia viendo su gesto.

 

Muchas veces después de Pentecostés vinieron a buscarte

 

"Muchas veces después de Pentecostés vinieron a buscarte. Luego no más" dice el anciano.

"¿Quién lo buscaba?

"¡Quienes otros, sino los fariseos! Y otros como ellos. Querían saber de Ti. Yo les dije: "No está aquí, ni sé cuándo vendrá..." Es la verdad. Terminaron por cansarse de venir. Buscaban a otro, a un cierto Juan, que decían que estaba contigo y que pensaban que tal vez estaría aquí. Les dije: "Su discípulo anda con Él". Dijeron: "¿Acaso su discípulo es tuerto? ¿Acaso viejo, casi por morir?" Comprendí que no eras tú y respondí: "Conozco a su apóstol Juan, que es un joven apuesto, y sano de alma como de cuerpo". Me amenazaron. Pero, ¿qué podía decir yo? Era la verdad..."

 

Cierto que era la verdad. Sé siempre veraz. Aunque tuvieses

 que causarme algún daño, nunca mientas, padre

 

"Cierto que era la verdad. Sé siempre veraz. Aunque tuvieses que causarme algún daño, nunca mientas, padre."

"Señor, mis cabellos son grises ya, tratando de obedecer siempre al Señor. Y entre las cosas que tengo que obedecer está la de no decir cosas falsas. Pero, ¿por qué te buscan, Señor? Yo era un ciego. Jamás iba a Jerusalén. Volví, pues... para la ceremonia. Porque quise esperarte aquí... que se te odia y se te ama. He comprendido que existe más odio que amor entre los jefes del pueblo. Estaba en el Templo en aquella mañana en que quisieron hacerte daño... triste huí para esperarte y para llorar aquí. ¿Por qué el hombre debe ser tan malo?"

"Porque ha dado muerte a su espíritu. Y con ella a su capacidad de oír el remordimiento de que es injusto.

"¿Es verdad que te buscaban para hacerte mal?"

"Así es."

"¡Sí! ¿Quiere Israel causar daño a su Rey? ¡Horror! Israel sale al encuentro de los castigos que los profetas predijeron... Oh, estoy contento, ahora, de que mi hijo haya muerto... también yo quisiera morirme para no ver el pecado de Israel..."

Un silencio profundo se cierne sobre todos. Tan sólo el crepitar de la leña parece entonar un lúgubre canto.

"Hablemos de otra cosa. Siempre se habla de muerte, de odio, de traición. ¡Basta, basta! ¡No puedo más oír hablar de esto!" dice Iscariote completamente cambiado de rostro, torvo, agitado y caminando por la cocina, abriendo sus brazos.

"Judas tiene razón" dicen muchos.

 

Pero no querer oír, no sirve para nada. 

Lo que sirve es no consentir 

¿Quién es el que consiente en ello? ¿Quién ? 

Todos los que sueñan ya con verme morir bañado 

en mi sangre.

 

"Pero no querer oír, no sirve para nada. Lo que sirve es no consentir" dice Jesús abriendo resignadamente en sus manos, con las palmas abiertas, sobre la rústica mesa.

"¿Qué quieres decir con eso de "consentir"? ¿Quién es el que consiente en ello?" Judas le agita las manos por su rostro, a través de la mesa.

"¿Quién ? Todos los que sueñan ya con verme morir bañado en mi sangre. ¡Sangre! ¡Sangre de tu Mesías! ¡Sangre sobre ti, tierra que no quiere a su Señor! ¡Sangre que brilla más que esas llamas! ¡Sangre, fuego en el hielo y en las tinieblas de un mundo criminal! Creen poder matar la Luz, quitándole su sangre. Pero Luz es el espíritu; la sangre es todavía algo material. Lo material hace pesado el espíritu. ¿Acaso no es cierto que la sangre echada sobre una lámina de mica hace más débil la luz? Bueno. En verdad, en verdad os digo que así como esos leños no brillaban, sino hasta que se convirtieron en llama y su resina no prendió hasta que sintió el fuego, y ahora resplandecen y alumbran, de igual modo cuando todo se haya cumplido y la sangre y la carne se hayan consumido en sacrificio, entonces, como ese fuego, que es ahora todo luz, mi espíritu más que nunca iluminará el mundo y más que nunca será Luz. Una Luz tal que deslumbrará para siempre a los que la odian, como a sus asesinos. Una Luz tan intensa que se fundirán las puertas áureas de los cielos cerradas al Linaje humano por tantos siglos y se abrirán de par en par a los justos. Una Luz tal que perforará las piedras que aman al Abismo y su fuego ardiente será mucho más cruel con mis rayos que despediré. ¡Ay, ay, ay de aquellos que hayan tratado de atacar a la Luz! ¡Sangre y luz! Sólo estas dos cosas estarán ante ellos para hacerlos enloquecer y desesperar. ¡Demonios!"

Jesús que se había puesto de pie cuando pronunció "en verdad, en verdad..." y había infundido un miedo terrible en la cocina de paredes oscuras, a quien el chisporrotear de la leña parecía como si le formase una corona, se sienta y guarda silencio.

 

Judas grita: "¡Cállate! ¡Cállate!  ¿ Por qué nos atormentas?"

 y sale golpeando violentamente la puerta...

 

Todos se miran entre sí, todos menos Judas que parece hipnotizado al ver la leña que arde... Hipnotizado y espantado. Un espanto que le pone algo así como una horrible máscara de lívido color sobre la que las llamas de la hoguera pintan colores rojizos. Esto me recuerda la espantosa cara de Jesús en el Viernes Santo. Luego se vuelve de pronto y grita: "¡Cállate! ¡Cállate!  ¿Por qué nos atormentas?" y sale golpeando violentamente la puerta...

"Teniendo en cuenta su carácter es verdad, pero él te quiere mucho... y sufre al oír ciertas palabras" dice Tomás. Luego: "También a nosotros nos causan pena. Pero nosotros no nos comportamos de esa manera rara... tan rara, para decirlo de una vez..."

Nadie se atreve a hablar. El mismo Jesús sigue callado.

"Las verduras están cocidas, y la leche ya se calentó..." dice en voz baja el atemorizado anciano, y como que no se atreviera a decir palabras tan corrientes después de lo sucedido...

"Llamad a Judas y cenemos" ordena Jesús.

Juan sale a llamar al compañero. Entran... En la cara de Judas se nota el tormento, un tormento sin paz... Se sienta a la mesa y se levanta con los demás cuando Jesús ofrece y bendice, y mira de reojo a Jesús cuando hace las partes, guardando para Sí la última.

Todos quieren romper el muro de tristeza que reina en la sala. Nadie lo logra hasta que el mismo Jesús se dirige al anciano, preguntándole si el poblado y lugares vecinos han aceptado la palabra del Señor.

"Sí, sí, Maestro. Y produce mucho, mucho bien. Diría yo más que al otro lado de la ribera. Sabes... por acá el recuerdo del Bautista vive fuertemente, y sus discípulos, que ahora son tuyos, le alimentan, y te dan a conocer con sus palabras. Además... aquí... Los fariseos son pocos tanto en Perea como en la Decápolis, y por eso..."

IX. 416-420

A. M. D. G.