JESÚS Y SIMÓN DE JONÁS

 


 

#Jesús llega al lugar donde está Pedro. Le dice: "¡Simón!  

 #¿Qué mirabas?, Simón   

#Mirabas el horizonte... y la tristeza te envolvió.   

#"Amigo mío, ¿crees que si tuvieses que... no ser perfecto en aquella hora, el Señor que es justo, no pondrá en la balanza tu error y tu amor y voluntad actuales?   

#¿Por qué te turbas, Simón, al pensar lo que podrías hacer para castigar? Deja al Señor esto. A ti te toca amar y perdonar, compadecer y perdonar.   

#La oración ahuyenta los fantasmas de Satanás, y hace que sintamos cerca a Dios.   

#Mi religión será la estrella que guíe a los caminantes del espíritu en el camino que va al cielo. Y estarás tan unido a ella que llegarás a ser una sola luz conmigo y con mi doctrina, ¡oh Pedro mío!, ¡oh Piedra bendita! Oremos por esa hora en que los hombres se salvarán por mi Nombre. "Padre nuestro que estás en los cielos"..."

 


 

No sé dónde están. Pero cierto es que no en el valle del Jordán, sino sobre los montes que lo flanquean, porque veo el verde valle y el hermoso río azul allá abajo, entre tanto que las altas cimas de los montes sobresalen en la extensa meseta que se extiende hacia el oriente del Jordán.

Veo a Pedro que está solo, en algo que sobresale, y que mira detenidamente al nordeste, que suspira, que está muy triste. La leña está a su pies; leña que sin duda recogió entre la maleza de estos bosques. Un poblado hay entre el verdor. Pedro está en verdad abatido. Termina por sentarse con su hatillo, mete la cabeza entre las manos, hecho un ovillo. Se queda así, olvidándose de las horas y de las cosas. tan absorto que no lo sacan de su ensimismamiento algunos niños al pasar detrás de sus caprichosas cabras, le miran y luego corren detrás de sus animales en dirección del pobladucho. poco a poco el sol va ocultándose, pero Pedro no se mueve.

 

Jesús llega al lugar donde está Pedro. 

Le dice: "¡Simón!

 

Por la vereda que va del pobladucho al monte camina Jesús. Anda despacio para no hacer ruido. Llega al lugar donde está Pedro. Le dice: "¡Simón!"

"¡Maestro!" Pedro da un sobresalto, levanta su mirada tratando de decir algo.

"¿Qué estás haciendo, Simón? Ya regresaron todos tus compañeros, pero tú, no. Todos están preocupados. Tanto que tu hermano y los hijos de Zebedeo con Tomás y Judas han ido por los montes a buscarte, mis hermanos con Isaac y Marziam fueron hacia la llanura."

"Me desagrada... me desagrada de ser la causa de esta aflicción y de esta fatiga..."

"Todos tus compañeros te quieren mucho... Fue Judas el primero que se preocupó y que regañó a Marziam porque te dejó venir solo."

"¡Umh!..."

"Simón, ¿qué te pasa?"

"Nada, Maestro."

"¿Qué estabas haciendo en este lugar, solo, mientras la tarde baja?"

"Estaba mirando..."

 

¿Qué mirabas, Simón?

 

"Tal vez estuviste mirando, pero ahora no mirabas ya... Pasaron cerca de ti unos niños y los espantaste porque creyeron que estabas muerto, puesta estabas tan encogido. Corrieron al redil que nos hospedó y me lo dijeron. Por eso vine... ¿Qué mirabas, Simón?"

"Miraba... miraba en dirección de Ramot de Galaad, de Gerasa, de Bozra, de Arbela, nuestro viaje del año pasado, tan hermoso... Veía a la Madre con nosotros. A las discípulas... a Juan de Endor... al mercader... Hasta él era bueno y nos hizo agradable el camino... ¡Cuántas cosas han cambiado! ¡Qué diversas son!... ¡Cuántos dolores!... En una palabra, miraba hacia el pasado."

 

Mirabas el horizonte... y la tristeza te envolvió.

 

"Y hacia el porvenir, Simón mío." Jesús se sienta sobre el montón de leña al lado de Pedro y pone un brazo sobre su espalda. Le dice: "Mirabas el horizonte... y la tristeza te envolvió. El presente como un torbellino levantó sus nubes que infunden temor y te ocultó el recuerdo sereno, lleno de promesas y esperanzas. Te llenó de miedo. Simón, estás en una de esas horas de tristeza y de melancolía que nuestra naturaleza humana encuentra en su camino. Nadie se exceptúa de ellas, porque las suscita quien odia al hombre. Cuanto más el hombre sirve a Dios, tanto más Satanás trata de infundirle miedo y de cansarlo para arrancarlo del ministerio abrazado. También tú te encuentras en una hora de cansancio... El continuo repetirse de persecuciones que caen sobre tu Maestro, te cansa. En una palabra -no sabes que no eres tú, sino el Tentador- escuchas una voz que te susurra: "¿Y mañana? ¿Qué será el mañana?"

"Es verdad, Señor. Estás leyendo mi corazón. Pero también sabes que si hago esto no es porque tenga miedo por mí. Es porque... No. No podré verte jamás atormentado... Frecuentemente hablas de un crimen, de una traición. Yo... ¡Oh, no soy solo yo! ¿Cuántos, sobre todo entre los viejos, te han pedido morir antes de ver que ofendan a su Rey? ¡Y yo!... Tú sabes que eres todo para mí. Ninguna otra cosa que no seas Tú, me interesa. No es como dice Judas, nostalgia por mi barca, por mi mujer... Mira: Tú sabes que digo la verdad. Insistí mucho por tener a Marziam. Mi modo humano quería tener por lo menos un hijo adoptivo en lugar de los hijos que mi mujer no me dio, llenando de pena mi virilidad que quería perpetuarse. Pero ahora, pero hoy yo... Quiero sí a Marziam. Pero si me lo quitaras no reaccionaría. Tan sólo te diría... ¡pero no" No diría nada."

"¿Tan sólo me dirías? Acaba."

"Inútil, Maestro."

"¡Habla!"

"Diría: "Dalo a quien mejor que yo puede educarlo en la rectitud". No te diría más. Esto es... y esto te lo digo, llorando, por él, por mí, por mi hermano, y también por Juan y Santiago, y también por los demás, pero nosotros... nosotros somos los que fuimos tus primeros..." Pedro se pone de rodillas apoyándose sobre las rodillas de Jesús, con sus manos en alto, con sus palmas en alto, como suplicantes, con lágrimas en sus mejillas que se le pierden entre la barba... "... lo digo por nosotros: haznos morir, llévanos antes de que nosotros... ¡Oh! Hace meses que pienso y Tú sabes que es verdad que este pensamiento me corroe, me envejece. Es algo que no me deja nunca en paz, ni siquiera cuando duermo. Pienso que si es como tu dices, podría yo ser el traidor, o serlo Andrés, o Juan, Santiago, Marziam... Y si no se llegare a esto, ser uno de los que decías hace apenas tres noches en la casa de Ananías, uno de los que llegan a desear tu Sangre, uno, aun uno de los que no sabrán oponerse por cobardía y a consentir en el mal por temor del mal... Yo... si tuviera que consentir solo en no reaccionar por temor... Maestro, ¡oh, Maestro mío!, me mataría para castigarme o... mataría a tus asesinos si los encontrase... Yo... si no quieres esto, haz que muera antes. Hazlo pronto, aquí... La vida no vale nada. Pero faltar al amor que te tengo... Ser uno de esos... ser... ver y no..." Está tan excitado que le faltan hasta las palabras. Baja su cabeza sobre las rodillas de Jesús llorando con gemidos amargos de un hombre rudo, de un hombre de edad, que no sabe llorar, que se encuentra presa de diversos sentimientos.

 

Amigo mío, crees que si tuvieses que... no ser perfecto en

 aquella hora, el Señor que es justo,  ¿no pondrá en la 

balanza tu error y tu amor y voluntad actuales?

 

Jesús le pone sus manos sobre la cabeza como para calmar ese dolor y ahuyentar los pensamientos que lo perturban. Dice: "Amigo mío, crees que si tuvieses que... no ser perfecto en aquella hora, el Señor que es justo,  ¿no pondrá en la balanza tu error y tu amor y voluntad actuales? ¿Tienes miedo que este amor sin comparación y que esta voluntad puedan valer menos que tu momentánea imperfección, y ser insuficientes para alcanzar el perdón de Dios, y con ella todos los medios para que vuelvas en ti, mi amado Simón?"

"¡Haz que muera! ¡Sálvame! ¡Tengo miedo!"

"Tú eres mi Piedra, Simón. ¿Podría hacer añicos la Piedra que será el fundamento que me debe perpetuar en la tierra?"

"No soy digno. Me doy cuenta. Soy un pobre hombre, ignorante, pecador. No hay inclinación mala que no haya en mí. No soy digno, ¡no lo soy! Seré un perverso. Un homicida. Todo lo peor que haya... Haz que muera. Comprende que si pudiese descubrir a quien te odia..."

"Todo un mundo me odia, Simón. Hay que perdonar..."

"Me refiero al cabecilla. Debe haber uno que haga de cabecilla..."

"Habrá tantos uno, y todos tendrán su mansión principal..."

"¿Qué mansión? La de... ¡Oh, no quiero pronunciar su nombre! Pero yo..."

 

¿Por qué te turbas, Simón, al pensar lo que podrías hacer 

para castigar? Deja al Señor esto. A ti te toca amar y

 perdonar, compadecer y perdonar. 

 

 La oración ahuyenta los fantasmas de Satanás, 

y hace que sintamos cerca a Dios.

 

"Tú debes perdonar como Yo y conmigo. ¿Por qué te turbas, Simón, al pensar lo que podrías hacer para castigar? Deja al Señor esto. A ti te toca amar y perdonar, compadecer y perdonar. ¡Todos esos que se harán culpables ante tu Jesús, tienen mucha necesidad de que se les ayude y de que se les perdone!"

"No hay perdón para ellos."

 

Mi religión será la estrella que guíe a los caminantes del

 espíritu en el camino que va al cielo. Y estarás tan unido a

 ella que llegarás a ser una sola luz conmigo y con mi

 doctrina, ¡oh Pedro mío!, ¡oh Piedra bendita! Oremos por esa

 hora en que los hombres se salvarán por mi Nombre. 

"Padre nuestro que estás en los cielos"..."

 

"¡Oh, qué duro eres con tus hermanos, Simón! ¡No! Hay perdón también para ellos, si vuelven atrás. ¡Ay de todos los que me ofenden, si no pudiesen ser perdonados! ¡Ea, levántate, Simón! Tus hermanos estarán muy preocupados al ver que ni tú ni Yo regresamos al redil. Pero aunque pudieran sufrir algo, antes de irnos, vamos a orar. Oremos juntos. No hay otra cosa para poder conseguir de nuevo la paz, la fuerza espiritual, el amor, la compasión... también para con nosotros mismos. La oración ahuyenta los fantasmas de Satanás, y hace que sintamos cerca a Dios. Si Dios está cerca, puede uno enfrentarse a todo y soportarlo con rectitud y mérito. Oremos así, Yo y tú, aquí, desde este monte desde el que se ve una gran parte de nuestra Patria, como la vio Moisés desde el Nebo. Nosotros, más afortunados que él, traemos a esta tierra que pertenecerá al Mesías la palabra y la salvación. Yo he sido el primero, después tu. ¡Mira! Con los últimos rayos se distinguen aun los montes de la Judea. Más allá está la llanura, el mar, luego otras tierras, el mundo... Esas tierras, ese mundo te esperan, Pedro. Te esperan para saber que existe un solo Dios. Un Dios que dará la verdadera luz a las almas que andan a tientas en la oscuridad del gentilismo y de la idolatría. Mira: la luz terrenal se apaga.  ¿Cómo podrán los viajeros hacer menos de no perder la dirección en una noche sin luz? Pero mira allí la estrella polar. Se levanta para guiarlos. Mi religión será la estrella que guíe a los caminantes del espíritu en el camino que va al cielo. Y estarás tan unido a ella que llegarás a ser una sola luz conmigo y con mi doctrina, ¡oh Pedro mío!, ¡oh Piedra bendita! Oremos por esa hora en que los hombres se salvarán por mi Nombre. "Padre nuestro que estás en los cielos"..."

Recita lentamente el Padre nuestro teniendo de la mano a Pedro y parece como si lo presentase al Padre levantando brazos y manos, sobre los que apoyan los del apóstol.

"Bajemos. Dejemos aquí las tristezas y cruces inútiles para el mañana. Junto con el pan cotidiano el Padre nos dará mañana, cada mañana, su ayuda. ¿No lo crees, Simón?"

"Sí, Maestro, lo creo" dice con firmeza Pedro, cuyo rostro no tiene más señales de intranquilidad, sino de una austeridad que hace pocos meses se ha venido acentuando y que parece haber transformado al rudo y tosco pescador de hace dos años antes.

Descienden. Jesús va adelante, detrás Pedro con su haz de leña. Casi al llegar a las primeras casas del poblado encuentran a los apóstoles preocupados.

"¿Dónde te habías ido?" gritan a Pedro.

"Hubiéramos podido llegar hace mucho antes, pero nos quedamos hablando, viendo Gerasa..." responde Jesús en su lugar.

Doblan a la derecha, a una especie de redil semidestruido, algo que parece como si fuera a caer, un tinglado de paredes toscas, mal cubierto, mal protegido de muros por los tres lados y tablas por el cuarto. Dentro no hay más que una poca de paja en el suelo y un horno malhecho en un rincón.

Me imagino que no los quisieron recibir en el poblado y que buscaron aquí refugio...

IX. 420-424

A. M. D. G.