EL VIEJO SACERDOTE MATÁN (o NATÁN)

 


 

#"José el Anciano. ¡Qué honor!" y abre la puerta dejando entrar a José de Arimatea   

#Otra llamada a la puerta Entran Nicodemo y Mannaén. Les siguen todos los pastores-discípulos que hay en Jerusalén,   

#Maestro, ¿qué te pasó? ¿Cómo te salvaste? La Providencia que siempre vela por Mí. No lloren las discípulas, sino más bien bendigan al Eterno y robustezcan su corazón   

#El viejo Matán (o Natán) se ve con frecuencia revestido del espíritu profético, y si sus pupilas no ven ya, la mirada de su espíritu cada vez es más clara. Acepta a mi amigo, Señor dice el sacerdote Juan.   

#"¡Cómo se ve que todos sois "Israel", aun los mejores! ¡Cómo se ve que aun en hacer el bien no comprendéis y no sabéis ser perfectos! ¿No comprendéis todavía que Uno solo es el Padre de los cielos, y que toda criatura es hijo suyo?   

#Se van José de Arimatea y Nicodemo

 


 

Pedro entra y tiene el mismo aire de abatimiento que tenía en el Jordán cuando pasaron Betabara. Se deja caer como exhausto sobre el primer asiento que encuentra con la cabeza entre las manos. Los demás no están tan abatidos, pero sí preocupados, pálidos, diría yo, que todos se ven como perdidos, quien más, quién menos. Los hijos de Alfeo, Santiago de Zebedeo y Andrés casi no responden al saludo de José de Séforis y de su mujer que entra con una vieja criada con pan caliente y otros alimentos. 

En los ojos de Marziam se notan señales de llanto. Isaac acude cerca de Jesús, le toma la mano, se la acaricia diciendo: "Siempre como aquella noche de la matanza... Y salvo otra vez. ¡Oh, Señor mío! ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo te podrás salvar?"

Este grito abre las bocas y todos sin orden hablan, contando las injurias, los malos tratos, el miedo por...

Otro toquido a la puerta.

"¡Ay de mí! ¿Nos habrán seguido? Yo había propuesto que viniéramos con pequeños grupos..." dice Iscariote.

"Fue mejor así. Siempre los tenemos pegados al calcañal. Pero ya qué..." dice Bartolomé.

 

"José el Anciano. ¡Qué honor!" y abre la puerta 

dejando entrar a José de Arimatea

 

José, aunque sin ganas, va a la celosía a mirar, mientras su mujer dice: "Desde la terraza podéis bajar al establo y de allí al huerto que está detrás. Os lo mostraré..." Y está para irse, cuando su marido exclama: "José el Anciano. ¡Qué honor!" y abre la puerta dejando entrar a José de Arimatea.

"La paz sea contigo, Maestro. Estuve y vi... Mannaén me encontró cuando salía del Templo, con el alma entristecida. Y no poder intervenir, no poderlo hacer, para seguirte siendo más útil y...Oh, ¿estás aquí también tú, Judas de Keriot? Habrías podido hacerlo, tú, que eres amigo de tantos. ¿No te sientes obligado, tú que eres apóstol?"

"Tú eres discípulo suyo..."

"No. Si lo fuera lo seguiría como los demás. Soy un amigo suyo."

"Es la misma cosa."

"No. También Lázaro es su amigo, pero no vas a decir que sea su discípulo..."

"En su interior, sí."

"Los que no son discípulos de Satanás, lo son de su palabra porque reconocen que es palabra de la Sabiduría."

El breve encuentro entre José y Judas de Keriot se agota, mientras que José de Séforis, al oír que ha sucedido algo desagradable, pregunta a éste y a aquél con gran interés y con muestras de aflicción. "Esto tiene que decirse a José de Alfeo. Se le dirá. Mandaré un mensaje... ¿Qué se te ofrece, José?" pregunta volviéndose el Anciano que le toca la espalda para preguntarle.

"Nada. Quería solo congratularme contigo por tu buen aspecto. Este es un buen israelita. Fiel y justo en todo. ¡Eh, soy el único que lo sabe! Se puede decir de él que Dios lo ha probado y que lo conoce..."

 

Otra llamada a la puerta Entran Nicodemo y Mannaén. 

Les siguen todos los pastores-discípulos 

que hay en Jerusalén

 

Otra llamada a la puerta. Los dos José se dirigen a abrir, y veo que José de Arimatea se inclina para decir algo al oído de su compañero que muestra una viva sorpresa y por un instante se vuelve a mirar a los apóstoles. Luego abre la puerta.

Entran Nicodemo y Mannaén. Les siguen todos los pastores-discípulos que hay en Jerusalén, esto es, Jonatás y los que fueron discípulos del Bautista. Vienen con ellos, Juan el sacerdote con otro de mayor edad, y Nicolás. Y en último lugar Nique con la jovencita que le confío y Analía con su madre. Se levantan el velo que les cubre el rostro y se ve en sus caras honda preocupación.

 

Maestro, ¿qué te pasó? ¿Cómo te salvaste? 

La Providencia que siempre vela por Mí.

 No lloren las discípulas, sino más bien bendigan al Eterno

 y robustezcan su corazón

 

"Maestro, ¿qué te pasó? Supe... Antes por la gente que por Mannaén... La ciudad parece un avispero. Los que te aman corren a buscarte donde suponen que estás. Han ido hasta tu casa, José... Yo misma fui a la casa de Lázaro... ¡Es demasiado! ¿Cómo te salvaste?"

"La Providencia que siempre vela por Mí. No lloren las discípulas, sino más bien bendigan al Eterno y robustezcan su corazón. Y que sobre todos vosotros desciendan gracias y bendiciones. En Israel no ha muerto del todo el amor ni la justicia, lo que me llena de consuelo."

"Cierto. Pero no debes ir más al Templo, Maestro. ¡Por mucho tiempo no debes subir, no debes subir!" Todos están conformes en esto y sus voces resuenan en las gruesas paredes de la vieja casa, como eco de un aviso suplicante.

El pequeño Marcial, que no se sabe dónde estaba escondido, oye estas palabras y curioso saca su cabecita entre los pliegues de la cortina. Al ver a María, va con ella refugiándose entre sus brazos por temor de que José de Séforis lo vaya a reprender, pero éste está demasiado ocupado en preguntar, aconsejar y aprobar para reparar en el niño y sólo cae en la cuenta cuando después de que María le dijo algo, va con Jesús y lo besa echándole los brazos al cuello. Jesús lo estrecha con un brazo trayéndolo hacia Sí,  mientras responde a muchos que le dicen lo que piensan qué es lo mejor que deba hacerse.

"No. No me muevo de aquí. Id a decir a Lázaro que me espera, que no puedo ir. Yo, galileo y amigo desde hace años de la familia, me quedo aquí hasta el crepúsculo de mañana. Y luego... ya veré a donde ir..."

"Siempre dices lo mismo, y luego regresas allá. Pero no te dejaremos ir más. Al menos yo. Creí en realidad que estabas perdido..." dice Pedro, y dos lágrimas corren de sus ojos.

"Jamás se ha visto cosa semejante. Basta. Está decidido. Si no me rechazas... Soy muy viejo para el altar, pero para morir por Ti, tengo todavía fuerzas. Moriré, si es necesario, entre el vestíbulo y el altar como el sabio Zacarías o bien como Onías defensor del Templo y del tesoro, moriré fuera del sagrado recinto al que he consagrado toda mi vida. ¡Pero tú me abrirás un lugar más santo! ¡Oh, no puedo ver más la abominación! ¿Por qué mis viejos ojos tienen que ver estas cosas? La abominación que vio el Profeta está ya dentro de los muros, y sube, sube como el agua de una avenida que va a sumergir una ciudad. Sube, sube. Invade los patios y pórticos. Sube ya las grada, penetra hasta más adentro. ¡Sube, sube! ¡Ya choca contra el Santo! ¡La onda de fango lame las piedras que embaldosan el lugar sagrado! ¡Las piedras preciosas pierden su color! ¡Se ensucia el pie del Sacerdote! ¡Se moja la túnica! ¡Se mancha el Efod! ¡Se cubren con un velo las piedras del Racional y no se pueden leer las palabras! ¡Oh, oh, las ondas de la abominación suben hasta la cara del Sumo Sacerdote, y la manchan! La santidad del Señor está bajo una costra de fango, y la tiara es como una tela que hubiera caído en una acequia fangosa. ¡Fango, fango! ¿Pero sube por afuera o de la cima del Moria se desparrama sobre la ciudad y sobre todo Israel? ¡Pobre Abraham, pobre Abraham! ¿No quisiste encender allí el fuego del sacrificio para que brillase el holocausto de tu corazón fiel? ¡Ahora bulle el fango donde debía haber fuego! Isaac está entre nosotros, y el pueblo lo inmola. Pero si la Víctima es pura... si es pura ella... los sacrificadores son unos seres inmundos. ¡Anatema sobre nosotros! ¡El Señor verá sobre el monte la abominación de su pueblo!... ¡Ah!" y el anciano que está con el sacerdote Juan se tira al suelo, cubriéndose el rostro con llanto desgarrador.

 

El viejo Matán (o Natán) se ve con frecuencia revestido del

 espíritu profético, y si sus pupilas no ven ya, la mirada de su

 espíritu cada vez es más clara. Acepta a mi amigo, 

Señor dice el sacerdote Juan.

 

"Lo he traído... Hace tiempo que quería... Pero hoy, después de lo que vio, nadie pudo contenerlo... El viejo Matán (o Natán) se ve con frecuencia revestido del espíritu profético, y si sus pupilas no ven ya, la mirada de su espíritu cada vez es más clara. Acepta a mi amigo, Señor" dice el sacerdote Juan.

"No rechazo a nadie. Levántate, sacerdote, y levanta tu espíritu. En lo alto no hay fango. Y a quien sabe estar en alto, el fango no lo toca."

El viejo antes de levantarse, lleno de reverencia, toma la punta del vestido de Jesús y la besa.

Las mujeres, sobre todo Analía, que todavía lloraban bajo su velo, al oír las palabras del anciano, lloran con mayor fuerza. Jesús las llama a Sí. Salen de su rincón con la cabeza inclinada y se acercan al Maestro. Si Nique y la madre de Analía logran dominar su llanto, la joven discípula solloza, sin poder controlar sus sentimientos.

"Perdónala, Maestro. Te debe la vida y te ama. No puede pensar que te hagan mal. Y luego se ha quedado así... sola... triste después que..." dice la madre de Analía.

"¡Oh, no es eso! ¡No es eso, Señor! ¡Maestro! ¡Salvador mío! Yo... yo..." Analía no logra hablar, parte por los sollozos, parte por vergüenza, o por otro motivo.

"Tiene miedo de las represalias, porque es discípula. Esto será. Muchos se van por el mismo motivo... " dice Iscariote.

"¡Oh, no! ¡Mucho menos esto! Tú no comprendes nada, o quieres que otros piensen como tú. Pero Tú, Señor, sabes por qué lloro. Tuve miedo de que te hubieran matado y de que no te hubieras acordado de la promesa..."

Jesús le responde: "Jamás olvido algo. No tengas miedo. Vete tranquila a tu casa, a esperar la hora de mi triunfo y de tu paz. Vete. El sol va a ponerse. Retiraos, y la paz vaya con vosotras."

"Señor, no quisiera dejarte..." dice Nique.

"La obediencia es amor."

"Es verdad, Maestro, pero ¿por qué no puedo, como puede Elisa?"

"Porque me eres útil aquí, como ella en Nobe. ¡Vete, Nique, vete!" Que algunos las acompañen para que nadie vaya a molestarlas.

Mannaén y Jonatás se apresuran a obedecer, pero Jesús detiene a Jonatás preguntándole: "¿Regresas, pues a Galilea?"

"Sí, Maestro. Al día siguiente del sábado. Me manda mi patrón."

"¿Tienes lugar en tu carro?"

"Voy solo, Maestro."

"Entonces llévate a Marziam y a Isaac. Tú, Isaac, sabes lo que hay que hacer; también tú, Marziam."

"Sí, Maestro" responden ambos. Isaac con su dulce sonrisa, Marziam con un temblorcillo de llanto en su voz y labios.

Jesús lo acaricia y Marziam, olvidando toda compostura, se le echa sobre el pecho diciendo: "¡Dejarte... ahora que te persiguen todos! ¡Oh, Maestro mío, no volveré a verte!... ¡Eres todo mi Bien! ¡En Ti todo lo he encontrado!... ¿Por qué me mandas? Déjame morir contigo! Qué me puede importar la vida, sino te tengo a Ti."

"Te digo a ti también lo que acabo de decir a Nique. La obediencia es amor."

"Voy. ¡Bendíceme, Jesús!"

Jonatás se va con Mannaén, Nique y las otras tres mujeres. También los otros discípulos se van en grupos pequeños.

Y sólo cuando la habitación queda casi vacía es cuando se nota la ausencia de Judas de Keriot. Muchos se sorprenden porque hacía poco que estaba allí, y ha salido sin haber recibido orden alguna.

"Habrá ido a hacer algunas compras para nosotros" dice Jesús para impedir comentarios y continúa hablando a José de Arimatea y a Nicodemo, que se habían quedado, además de los once apóstoles y Marziam que está cerca de Jesús y que quiere aprovechar los últimos momentos que le quedan. Jesús, pues, está entre el jovencillo Marziam y Marcial, el niño moreno. Ambos flacuchos, infelices en su niñez y que dos buenos israelitas los han acogido en nombre de Jesús.

José de Séforis y su mujer se han retirado prudentemente para dejar en libertad al Maestro.

Nicodemo pregunta: "¿Quién es ese niño?"

"Es Marcial. Un niño que José ha adoptado por hijo."

"No lo sabía."

"Nadie, o casi nadie lo sabe."

"Es muy humilde este hombre. Otro cualquiera lo hubiera publicado" observa José.

"¿Lo crees?... Vete, Marcial. Lleva a Marziam a ver la casa..." dice Jesús. Y luego que se han ido, Jesús continúa diciendo: "Estás equivocado, José. ¡Cuán difícil es juzgar con rectitud!"

"¡Pero Señor! Acoger a un huérfano, porque sin duda lo es, y no vanagloriarse de ello, es sin duda humildad."

"El niño no es de Israel, como su nombre lo dice..."

"¡Ah, comprendo! Entonces está bien que quede oculto."

"Ya se le circuncidó..."

"No importa. Tú sabes... También Juan de Endor lo era... Pero tú no lo aprobaste. José, galileo por añadidura, puede tener dificultades, pese a la circuncisión. Hay tantos huérfanos en Israel... Claro que con ese nombre... y con esa cara..."

 

"¡Cómo se ve que todos sois "Israel", aun los mejores!

 ¡Cómo se ve que aun en hacer el bien no comprendéis 

y no sabéis ser perfectos! 

¿No comprendéis todavía que Uno solo es el Padre de los

 cielos, y que toda criatura es hijo suyo? 

 

"¡Cómo se ve que todos sois "Israel", aun los mejores! ¡Cómo se ve que aun en hacer el bien no comprendéis y no sabéis ser perfectos! ¿No comprendéis todavía que Uno solo es el Padre de los cielos, y que toda criatura es hijo suyo? ¿No comprendéis todavía que el hombre puede tener un único premio o un único castigo, que en realidad sea premio o castigo? ¿Por qué haceros esclavos de los hombres por temor? Pero esto es el fruto de la corrupción de la ley divina, que se ve oprimida con tantas leyecitas humanas, que oscurecen y entorpecen el modo de pensar del justo que las practica. En la ley mosaica, y por tanto, divina, en la anterior a Moisés, y la única moral, o que nació por inspiración divina, ¿acaso se dijo que quien no fuese de Israel no podía formar parte de él? ¿No se lee en el Génesis: "Ocho días después de nacido, el varoncito que haya entre vosotros sea circuncidado, tanto el nacido en vuestra casa como el comprado, aunque no sea de vuestra estirpe"? Esto fue lo que se mandó. Cualquier otra añadidura es vuestra. Se lo dije a José y os lo digo a vosotros. Dentro de poco no tendrá importancia más la antigua circuncisión. Una nueva y de mayor importancia se pondrá en la parte más noble. Pero mientras la vuestra dura y por fidelidad al Señor la ejecutáis en el varoncito que os nazca o adoptéis, no os avergoncéis de hacerlo en el que no pertenezca a vuestra raza. La carne es para el sepulcro, el alma para Dios. Se circuncida la carne, porque no se puede circuncidar lo que es espiritual. Pero la santa señal brilla en su espíritu, y el espíritu es del Padre de todos los hombres. Pensad en esto."

Silencio. Luego José de Arimatea se levanta y dice: "Me voy, Maestro. Ven, mañana, a mi casa."

"No. Es mejor que no vaya."

"Entonces a la mía que está cerca del camino de los Olivos que lleva a Betania. Está todo tranquilo y..."

"Tampoco. Iré al Olivete pero para orar.... Mi corazón busca la soledad. Os ruego que me disculpéis."

"Como quieras, Maestro. Y... no vayas al Templo. La paz sea contigo."

"También con vosotros."

 

Se van José de Arimatea y Nicodemo

 

Los dos se van...

"¡Quisiera saber a dónde se ha ido Judas!" exclama Santiago de Zebedeo. "Podría decir que se fue a donde hay pobres, pero aquí está la bolsa."

"No os preocupéis... Ya vendrá..."

Entra María, esposa de José, con lámparas porque la luz no atraviesa ya la delgada lámina de mica  colocada en la ventana. Entran también los dos muchachos.

"Estoy contento de dejarte con uno que casi tiene mi mismo nombre. Cuando lo llames, te acordarás de mí, ¿verdad?" pregunta Marziam.

Jesús lo atrae hacia Sí.

Vuelve a entrar Judas al que abrió la sirvienta. Gallardo sonriente, franco.

"Maestro, quise ir a ver... La tempestad está calmada. Acompañé a las mujeres... ¡Tan miedosas esas doncellas! No te dije nada porque me lo hubieras prohibido, pero yo quería comprobar por mí mismo si hay algún peligro. Nadie piensa más en lo que pasó. El sábado vacía las calles."

"Está bien. Ahora estemos aquí y mañana..."

"¡Cuidado con ir al Templo!" gritan los apóstoles.

"No. Iré a nuestra sinagoga, a la de los fieles galileos."

IX. 494-500

A. M. D. G.