JESÚS EN LAS RUINAS DE UNA CIUDAD
DESTRUIDA
#Jesús pasa por un lugar en ruinas y se entristece por una visión que tiene
#Jesús refiere la visión que tiene
#Jesús explica la profecía de Isaías (28, 11-12, 15,16-19)
No sé qué lugar esté Jesús, pero no cabe duda que entre montes y en un lugar abandonado o porque lo destruyó un cataclismo o la guerra. Me inclinaría a decir que fue ésta porque entre las ruinas de las casas se ven señales de fuego, aun donde llega el agua y donde la hiedra y otras hierbas trepadoras o parásitas nacen. La hojas largas y peludas de una planta, cuyo nombre ignoro, pero que he visto en Italia, cubren las ruinas de algo que parece una colina derrumbada. Más allá se ve una pared, la única que quedó para contemplar las ruinas sobre las que se extiende una alcaparra y parietaria, y del parapeto, que en un tiempo formó parte de una terraza, balancea una clemátide al aire sus ramas como una cabellera suelta. En el centro se ve una casa derrumbada, pero con sus paredes en pie. Parece un gigantesco florero en el que en lugar de pétalos hay árboles que nacieron donde antes hubo habitaciones. Otra casa cuyas gradas se ven parece más bien un altar preparado para alguna ceremonia religiosa, la que adorna el verdor. En la cima de las ruinas se ve un álamo, seco, derecho como un puñal, parece como si preguntara al cielo el porqué de tal desgracia. Y entre casa y casa, entre ruinas y ruinas, crecen plantas de frutos selváticos que avanzan sobre las demás. Plantas nacidas sin plano fijo. Nacen ya de alguna pared, ya de un pozo seco. Dan la impresión de algo como embrujado. Los pajarillos y las palomas que salen de las hendiduras de las ruinas con ansias se echan sobre lo que un tiempo fueron campos arados y que ahora son un nudo de algarrobas duras que el sol ha secado; que se abren para que caiga la semilla y luego en primavera vuelven a nacer, así como la zizania y los bollicos. Las palomas espantan con violentos golpes de sus alas a los pajarillos que buscan algún granillo de mijo o de motaza que por muchos años ha habido allí y crecido sin cultivo especial. Los pajarillos no hacen otra cosa que arrancar de las espigas el mijo, llevárselo a sus nidos revoloteando hasta cansarse.
Jesús pasa por un lugar en ruinas y se entristece
por una visión que tiene
Con Jesús no están sólo los apóstoles sino también un buen grupo de discípulos entre los que están Cleofás y Hermas de Emmaús, hijos del viejo sinagogo Cleofás, y Esteban. Hay también hombres y mujeres que parece como si hubieran venido de algún poblado a invitar a Jesús a que vaya a su ciudad, o bien, como si lo siguiesen después de que Él estuvo con ellos. Jesús, al atravesar el lugar en ruinas, casi a cada paso se detiene a mirar, especialmente cuando llega a un lugar alto desde el que se domina todo aquel montón de ruinas, de plantas, en donde la vida la representan los palomos, un tiempo domesticados, pero que ahora se han vuelto salvajes. Jesús contempla con los brazos cruzados sobre el pecho, la cabeza vuelta hacia aquel paraje, y cuanto más lo hace, tanto más aparece preocupado y triste.
"¿Por qué te has parado aquí, Maestro? Se ve que el paraje te causa aflicción. No lo mires, Siento haberte hecho pasar por aquí, pero es el camino más corto" dice Cleofás de Emmaús.
"¡Oh, no miro lo que estás viendo!"
"¿Qué ves, Señor? ¿Acaso vuelves a ver lo pasado? No cabe duda que fue muy dolorosa. Este es el sistema de Roma..." dice el otro de Emmaús.
JESÚS REFIERE LA VISIÓN QUE TIENE
"Y esto debería hacer reflexionar a uno. Ved, todos vosotros. Esto fue antes una ciudad, no muy grande, por sí bella. Abundó más en casas rica que en pobres. De los ricos fueron estos lugares ahora cubiertos de breñas. Ricos fueron estos campos que ahora las zarzas, los ballicos y las ortigas tapizan. En aquellos días fueron campos fértiles, cargados de mieses. Sus casas fueron bellas. Y los jardines estaban llenos de flores. En sus fuentes se bañaban los palomos y jugaban sus niños. Sus habitantes eran felices. Pero la felicidad no los hizo justos. Se olvidaron del Señor y de sus palabras... Esta es la razón
No más casas, ni flores, ni fuentes, ni mieses, ni frutas. No quedan más que los palomos, que no son más felices que antes. Hubo días que sus buches estuvieron llenos del rubio trigo y del comino, pero ahora pelean por unas pocas de alverjas secas, de ballicos amargos. Y fiesta celebran cuando encuentran un grano de cebada entre las espinas... Y al mirar, no veo ya palomos. Veo caras y caras... Muchas de las cuales no han nacido... y veo ruinas, ruinas, zarzas y labruscas, hierbas selváticas que cubren las tierras de mi Patria... Y esto porque no se ha querido acoger al Señor. Oigo los gemidos apagados de los niños, más infelices que esos pajarillos a los que Dios ayuda para vivir aun, mientras esos pequeñuelos no la tendrán porque sujetos al castigo general, desmayados sobre el seco pecho materno, mueren de hambre y de dolor, de terror jamás imaginado. Oigo los lamentos de las esposas que buscan su esposo, de las doncellas capturadas para servir de placer al vendedor, de hombres que arrastran las cadenas después que probaron y saborearon lo amargo de la guerra, de los viejos que vivieron para ver cumplida la profecía de Daniel. Oigo la voz incansable de Isaías en medio del silbido de este viento que sopla entre las ruinas, en las quejas de los palomos: "El Señor hablará con lenguaje de bárbaros, con lenguas extrañas a este pueblo, a quien he dicho: aquí está mi descanso. Dad reposo al cansado. Esto es mi alivio". "
Pero no han querido escuchar. No. No han querido y el Señor no puede encontrar reposo entre su pueblo. El cansado, quien se ha fatigado en recorrer sus calles para enseñar, curar, convertir, consolar, no encuentre reposo, sino persecución, no encuentra alivio, sino asechanzas y traición. El Hijo con el Padre es una sola cosa. Si la Verdad os ha enseñado que un vaso de agua dado a cualquier tendrá recompensa, porque cualquier acto misericordioso que se hace al hermano se hace a Dios mismo, ¿cuál no será el castigo para los que quitan la piedra del camino para que no sirva de almohada a la cabeza del Hijo del hombre, y le estorban para que uno beba de las aguas que dejó el Creador, le quitan las frutas que se quedaron en las ramas y las espigas de trigo que se dan a los palomos, y tienen ya presto el lazo para arrebatarle la vida? ¡Pobre Israel que has perdido en ti la justicia y la misericordia de Dios!
Jesús explica la profecía de Isaías (28, 11-12, 15,16-19)
Oíd, oíd nuevamente la voz de Isaías en el viento de la tarde. Una voz más terrible que el grito del ave de la muerte, horrible como la que resonó en el paraíso terrestre cuando se sentenció a los dos culpables, y -¡cosa horrible!- esta voz del profeta no lleva en sí el perdón como entonces. No. No hay perdón para los que se burlan de Dios, para los que dicen: "Hemos hecho alianza con la muerte, hemos celebrado un pacto con el infierno. Cuando llegue el azote, no caerá sobre nosotros porque hemos puesto nuestras esperanzas en la mentira y ella, poderosa como es, nos protegerá". Ved que Isaías vuelve a repetir lo que oyó del Señor: "Mirad que en Sión pondré como fundamento una piedra, una piedra a propósito, una piedra buena... Y juzgaré y sentenciaré según la rectitud. El granizo destruirá la esperanza fincada en la mentira, y los ríos acabarán con los diques, y vuestra alianza con la muerte será destruida y vuestro pacto con el infierno dejará de existir. Cuando pase el flagelo envuelto en tempestad os arrastrará consigo, y os arrastrará cada vez más. Sólo entonces los castigos os harán comprender la lección.".
Dios arrasará este pueblo soberbio bajo el peso
de su justicia y lo sofocará con la fuerza de su juicio...
¡Desgraciado de ti, Israel! Así como estos campos, en los que ha quedado solo la seca arveja, el amargo billaco y en los que no hay más trigo, así será Israel, y la tierra que no quiso al Señor no tendrá pan para sus hijos, y los hijos suyos que no quisieron acoger al cansado, serán perseguidos, atrapados, llevados como galeotes al remo, como esclavos serán tratados por los que desprecian como a inferiores. Dios arrasará este pueblo soberbio bajo el peso de su justicia y lo sofocará con la fuerza de su juicio...
Esto es lo que estoy viendo en estas ruinas. ¡Ruinas, ruinas! Al norte, al sur, a oriente y poniente, y sobre todo en el centro, en el corazón donde su ciudad culpable se convertirá en fosa pestilente..."
Lentas lágrimas corren por el rostro pálido de Jesús que levanta el manto para cubrírselo, dejando sólo descubiertos sus ojos espantados ante la horrible visión.
Se pone en camino y con Él los que le acompañan que en voz baja hablan, helados de espanto...
IX. 519-522
A. M. D. G.