EN GABAÓN
#Jesús va a una gran cisterna o pozo
#El libro de la Sabiduría debería ser un manual de la vida espiritual.
En primavera, verano y otoño, Gabaón situada sobre la cima de una colina en medio de una fertilísima llanura, debe ser una ciudad atractiva, aireada y con un bellísimo panorama. Sus blancas casas están escondidas entre el follaje de los árboles que no lo pierden, entremezclados con otros que no tienen ni una hoja por ahora, pero que en la estación propicia transformarán la colina en una nube de ligeros pétalos y más tarde en un triunfo de frutos. Ahora en el invierno, se ven por sus pendientes vides sin hojas, olivos grises, o bien salpicadas de huertos en que sólo se ven oscuros troncos. Y con todo es hermosa y bien aireada. La vista descansa por la pendiente de la colina y en la llanura arada.
Jesús va a una gran cisterna o pozo
Jesús va a una gran cisterna o pozo que me trae a la memoria el de la Samaritana o el de En Rogel, y mucho más, los depósitos cerca de Hebrón.
Hay mucha gente allí, unos se apresuran a sacar agua suficiente, porque el sábado está cercano; otros se dan prisa por terminar sus últimos quehaceres, y otros que, terminadas sus labores, se entregan al descanso sabático.
En medio de ellos están los ocho apóstoles que anuncian al Maestro y que han tenido éxito porque veo que se reúnen en torno a ellos enfermos, mendigos y gente que sale de las casas.
Cuando Jesús llega a donde está la cisterna, se oye un murmullo que se transforma en un grito unánime: "¡Hosanna, hosanna! ¡Entre nosotros está el Hijo de David! ¡Bendita la Sabiduría que llega a donde fue invocada!"
Jesús se dirige a los enfermos y los paralíticos por alguna
desgracia o por enfermedad, a los ciegos que nunca faltan
o que pronto cegarán, y los cura.
"Benditos vosotros que sabéis acogerla. ¡Paz, paz y bendición!" E inmediatamente se dirige a los enfermos y los paralíticos por alguna desgracia o por enfermedad, a los ciegos que nunca faltan o que pronto cegarán, y los cura.
Qué hermoso es el milagro que se realiza en un niño mudo que su madre presenta a Jesús y que lo cura al darle un beso en la boca, y después el niño repite los bellos nombres de: "¡Jesús! ¡María!" Y desde los brazos en que lo tenía su madre se echa en los de Jesús, apretándosele al cuello, hasta que Jesús lo devuelve a su feliz madre que dice a Jesús, que este primogénito, destinado ya en su corazón y en el de su marido antes de que naciera para ser levita, podrá serlo ahora que no tiene ya defecto alguno: "Mi esposo Joaquín y yo no lo pedimos al Señor para nosotros, sino para que le sirviese a Él. Y no pedí para él el uso de la palabra para que me llame madre y me diga que me ama. Sus ojos y sus besos me lo decían ya. Pedí el milagro para que cual cordero sin mancha, pudiera ser ofrecido al Señor y alabase su Nombre."
Jesús le responde: "El Señor oía las palabras de tu corazón,
porque Él, cual una madre, los sentimientos los hace
palabras y realidad
Jesús le responde: "El Señor oía las palabras de tu corazón, porque Él, cual una madre, los sentimientos los hace palabras y realidad. Bueno fue tu deseo y el Altísimo lo acogió. Ahora procura que tu hijo se instruya en la alabanza perfecta para que sea perfecto cuando sirve al Señor."
"Sí, Rabí. ¿Pero qué debo hacer?"
"Haz que ame al Señor Dios con todo su ser y espontáneamente florecerá en su corazón la alabanza perfecta y será perfecto en el servicio de su Dios."
"Has dicho bien, Rabí. La sabiduría está en tus labios. Háblanos a todos nosotros, te lo ruego" dice un gabaonita de aspecto majestuoso que se ha abierto paso hasta donde está Jesús y a quien invita para que vaya a la sinagoga. Es el sinagogo.
Jesús, seguido de todos, se dirige al lugar, pero como a la gente de la población se ha unido también la que lo sigue, no hay lugar en la sinagoga para todos. Por eso, Jesús, siguiendo el consejo del sinagogo, habla desde la terraza de su casa, que está contigua a la sinagoga. Es una casa amplia y baja, que cubre por dos lados un cercado de verdes jazmines.
La voz fuerte y armoniosa de Jesús atraviesa el aire tranquilo de la tarde que desciende, se propaga por la plaza, llega a las tres calles que en ella desembocan. Un pequeño mar de cabezas atento lo escucha.
¿Qué cosa es necesaria, durante la vida, para obtener
después el premio eterno, la verdadera Vida eterna y feliz?
Dos cosas son índice del valor espiritual del hombre:
su modo de comportarse en la alegría y en el dolor.
"La mujer, conciudadana vuestra, que pidió que su hijo hablase, no por el deseo de oír de sus labios dulces palabras, sino para que pudiese entrar al servicio de Dios, me recuerda otra palabra, muy lejana, que salió de los labios de un gran hombre que tuvo esta ciudad. Dios escuchó aquella petición como la de esta mujer, porque en ambas encontró que su petición era algo justo, cosa que debería de haber en todas las plegarias para que Dios las acoja y las conceda. ¿Qué cosa es necesaria, durante la vida, para obtener después el premio eterno, la verdadera Vida eterna y feliz? Ante todo, amar al Señor con todo el ser y al prójimo como a uno mismo. Esto es lo más necesario para tener a Dios como amigo, y para alcanzar de Él gracias y bendiciones. Cuando Salomón se convirtió en rey, después de la muerte de David, vino a esta ciudad donde ofreció sacrificios. En aquella noche el Altísimo se le apareció diciéndole: "Pídeme lo que desees" (Cfr.2 Par.1,1-12; 3 Rey.3, 4-15; Sab.8, 17-9,18) Una benignidad inmensa de parte de Dios. Y una gran prueba de parte del hombre. Porque corresponde una gran responsabilidad al que recibe un don, responsabilidad tanto más grande, cuanto mayor es el don. Y es una prueba para saber a qué grado de formación ha llegado el espíritu. Si un espíritu que ha recibido de Dios un don, en lugar de perfeccionarse, baja a la materialidad, cae en la prueba y así muestra que no está formado, que su formación es parcial. Dos cosas son índice del valor espiritual del hombre: su modo de comportarse en la alegría y en el dolor. Solo el que está formado rectamente sabe ser humilde en la gloria, fiel en la alegría, agradecido y constante aun después de haber recibido algo, aun cuando no desee más. Y solo el que sabe ser paciente y perseverante en su amor para con Dios, aun cuando las penas se encarnicen contra de él, es realmente un santo."
"Maestro, ¿puedo hacerte una pregunta?" dice uno de Gabaón.
"Habla."
Respóndeme ahora, dice uno: ¿por qué Dios le hizo ese bien,
si luego pecaría? Y entonces, ¿por qué le dijo: "Pídeme lo que
quieras"? ¿Fue un bien o un mal?
"Fue siempre un bien, porque Dios no comete cosa malas."
"Es verdad todo lo que has dicho. Y si he entendido bien, quisiste decir que Salomón superó felizmente la prueba. Pero luego pecó. Respóndeme ahora: ¿por qué Dios le hizo ese bien, si luego pecaría? (Cfr. 3 Rey. 11). Ciertamente el Señor conocía el futuro pecado del rey. Y entonces, ¿por qué le dijo: "Pídeme lo que quieras"? ¿Fue un bien o un mal?"
"Fue siempre un bien, porque Dios no comete cosa malas."
"Pero acabas de decir que a cada don toca una responsabilidad. Ahora al haber Salomón pedido y alcanzado la sabiduría..."
"Tenía la responsabilidad de haber sido sabio y no lo fue, quieres decir. Tienes razón. Yo te digo que por haber faltado a la sabiduría no dejó de ser castigado justamente. Pero la acción de Dios de haberle concedido la sabiduría fue cosa buena. Como también fue bueno que Salomón hubiera pedido sabiduría y no cosas materiales. Y como Dios es Padre y es justo, en el momento del error, se le perdonó mucho de éste, porque tuvo presente que el pecador había amado un tiempo más la Sabiduría que cualquier otra cosa o criatura. Una acción habrá disminuido la otra. La acción buena hecha con anterioridad al pecado permanece y sirve para el perdón, con la condición de que el pecador después de su falta, se arrepienta. Por esto os digo que no dejéis pasar ocasión de hacer acciones buenas, que sirvan como de moneda para descontar vuestros pecados, cuando por gracia de Dios, os arrepentís de ellos.
Las buenas acciones, aun cuando parezca que ya pasaron,
y ..., son siempre activas,
aun cuando no sea más que por el recuerdo que surge del
fondo de un alma abatida, y provoca un pesar por el tiempo
en que fue uno bueno
Las buenas acciones, aun cuando parezca que ya pasaron, y erróneamente se pueda pensar que no estimulan en nosotros nuevos incentivos y fuerzas para las cosas buenas, son siempre activas, aun cuando no sea más que por el recuerdo que surge del fondo de un alma abatida, y provoca un pesar por el tiempo en que fue uno bueno. El pesar es con frecuencia el primer paso hacia el camino de regreso a la Justicia. He dicho que aun un vaso de agua que se da con amor a un sediento, no queda sin premio. Un sorbo de agua no es nada, como valor material, pero lo hace grande la caridad. Y no queda sin premio. Algunas veces el premio puede significar regreso al bien que se forma con el recuerdo de aquella acción, de las palabras del hermano sediento, de los sentimientos del corazón que se tuvieron en aquel entonces, del corazón que ofrecía de beber en nombre de Dios y por amor. Y sucede entonces que Dios, como consecuencia de los recuerdos, torna como un sol que sale después de la negra noche, a brillar en el horizonte de un pobre corazón que lo perdió y que, fascinado por su inefable presencia, se humilla y grita. "¡Padre, he pecado! Perdóname. Nuevamente te amo".
Amar a Dios es sabiduría. Es la más grande sabiduría
porque quien ama conoce todo, posee todo.
El libro de la Sabiduría debería ser un manual
de la vida espiritual.
Porque la Sabiduría me prepara los caminos y hace de los
hombres "seres de corta vida e incapaces de comprender
los juicios y las leyes, siervos e hijos de las esclavas de Dios",
dioses del paraíso divino.
Amar a Dios es sabiduría. Es la más grande sabiduría porque quien ama conoce todo, posee todo. Mientras la tarde está para caer, y el viento frío hace que os estremezcáis y agita las antorchas que tenéis encendidas, Yo no vengo a deciros lo que ya sabéis, esto es, los puntos del Libro sapiencial donde se describe cómo obtuvo Salomón la sabiduría y la plegaria que pronunció para alcanzarla. Pero como recuerdo mío, como un sendero seguro, como luz que sirve de guía, os exhorto a que meditéis con el vuestro sinagogo esas palabras. El libro de la Sabiduría debería ser un manual de la vida espiritual. Cual mano materna os debería guiar a introducir en el prefecto conocimiento de las virtudes y de mi doctrina. Porque la Sabiduría me prepara los caminos y hace de los hombres "seres de corta vida e incapaces de comprender los juicios y las leyes, siervos e hijos de las esclavas de Dios" (Sab.8, 17-9,18), dioses del paraíso divino.
Buscad ante todo la Sabiduría para honrar al Señor y oír que os diga en el día eterno: "Ya que amaste sobre todo esto y no las riquezas, bienes, gloria, vida larga, triunfo sobre tus enemigos, que se te conceda la Sabiduría". (Cfr. 2 Par. 1, 11-12), esto es, Dios mismo, porque el Espíritu de Sabiduría es el Espíritu de Dios. Buscad ante todo la Sabiduría santa y, Yo os lo digo, se os darán todas las demás cosas de tal forma que ninguno de los grandes del mundo podrá conseguirla. Amad a Dios. Vuestra ocupación sola sea el amarlo. Amad al prójimo para honrar a Dios. Consagrados a su servicio, a su triunfo en los corazones. Convertid al Señor quien no es su amigo. Sed santos. Acumulad obras santas como defensa vuestra contra las posibles debilidades del hombre. Sed fieles al Señor. No critiquéis ni a vivos ni a muertos. Más bien esforzaos en imitar los buenos, y no por alegría vuestra terrena, sino por alegría de Dios, pedidle gracias, que se os darán.
Vámonos. Mañana oraremos juntos y Dios estará con nosotros."
Jesús los bendice y se despide de ellos.
IX. 546-550
A. M. D. G.