EN JERICÓ

 


 

#Zaqueo quiere acercarse a Jesús y la gente no le deja   

#Grita con todas sus fuerzas: "¡Zaqueo, acércate a Mí! Dejadlo pasar que quiero entrar en su casa."   

#¡Oh, pueblo que me has traído en triunfo! El obstáculo más difícil, el más compacto, el más duro de romperse o de superarse, es el propio "yo".    

#Diréis: "¿Y cómo las conoces Tú que no vives entre nosotros?" Os respondo: pues que leo en el corazón de los hombres, por eso no ignoro sus acciones y sé ser justo y premiar  

 #Entran en la casa de Zaqueo   

#Zaqueo hace referencia a su vida anterior y lo que ha hecho después   

 #Nique me ayudó mucho Nique te comprende. Es abierta a la piedad universal.   

#Explica a Jesús cómo evangelizó a un ladrón que había sido comprado por los que le odian para espiarlo   

#"Josué pudo detener el sol, pero éstos, no obstante todos los medios que pongan, no podrán detener jamás la voluntad de Dios."

 


 

Gente y más gente por los campos próximos a Jericó está esperando a Jesús y apenas un vigía que está en la cima de un alto nogal, grita: "Llega ya el Cordero de Dios", que la gente acude a Él, en medio de la primera neblina crepuscular.

"¡Maestro, Maestro, hace tanto tiempo que te estábamos esperando! ¡Nuestros enfermos! ¡Nuestros niños! ¡Tu bendición! ¡Los viejos te esperan antes de dormirse en paz! Si nos bendices, Señor, nos veremos libres de toda desgracia" hablan todos al mismo tiempo, mientras Jesús levanta su mano como para bendecir, y repite: "¡Paz, paz, paz a todos vosotros!" Los apóstoles que vienen con él se pierden entre la multitud que los separa de Jesús, que apenas si puede caminar en medio de una manifestación tan cariñosa.

 

Zaqueo quiere acercarse a Jesús y la gente no le deja

 

El pobre Zaqueo lucha como puede para llegar a Jesús, para decirle algo, al menos para que lo vea. Pero como es muy bajo de estatura, y no es ni ágil ni fuerte, nuevas oleadas de gente lo rechazan, y sus gritos se pierden en medio de la confusión, del mar de cabezas, de brazos que se mueven. Zaqueo se pierde en medio de ella. Inútiles son sus quejas, inútiles sus protestas. La gente es siempre egoísta con lo que le da satisfacción y es cruel con los más débiles. El pobre Zaqueo, agotado por tantos esfuerzos, se convence de que no puede más y pierde su voluntad de seguir luchando y se resigna. Y en realidad, ¿cómo se las podría arreglar, si de cada bocacalle sale un río de gente que va a desembocar en la que viene Jesús? Y estas nuevas oleadas empujan cada vez más afuera al pobre de Zaqueo.

Tadeo lo ve y trata de abrirse paso para sacarlo de un ángulo del camino a donde la gente lo ha arrojado y lo tiene inmóvil. Pero Tadeo tampoco puede, porque es la gente la que lo empuja más allá. Tomás, haciendo uso de sus fuerzas y vozarrón, grita: "¡Abrid paso!" pero su tentativa también falla. La multitud es como una muralla de roca y de goma al mismo tiempo. Se puede doblar y flexionar, pero romperse, ¡imposible! Tomás también tiene que resignarse.

Zaqueo pierde toda esperanza porque Dídimo es el último de los apóstoles a los que arrastra la multitud. Esta pasa finalmente... Trozos de tela, de fimbrias, de franjas, horquillas de mujeres, broches de vestidos quedan esparcidos por el suelo como testimonio de la violencia de la multitud. Hasta se ve una sandalia de un pequeñín, aplastada, y parece como si estuviera esperando a que regrese el piececito... Zaqueo camina el último, triste lleva el corazón, como triste se queda la sandalia arrancada del piececito de su dueño.

Jesús ni por asomos se ve. Un recodo de la calle lo ha escondido a los ojos del pobre Zaqueo... Pero cuando llega a la plaza donde un tiempo tuvo su negocio, ve que la gente se ha detenido dando voces, rogando, suplicando. Ve que Jesús, subido sobre una grada de una casa, hace señales con la cabeza y con los brazos de que no. Dice algo que no puede oírse en medio del estruendo de la gente. Finalmente ve que Jesús, que baja con dificultad, torna a caminar y da vuelta precisamente por donde está su casa. Entonces Zaqueo saca fuerzas de flaqueza. La gente es mucha, pero la plaza es ancha, y por lo tanto la multitud es menos compacta y puede ser... que la atraviese con suerte y maña. Zaqueo se convierte en cuña, catapulta, ariete. Da empujones embiste, se cuela, distribuye y recibe manazos en la cara y codazos en el estómago y patadas en las pantorrillas; pero se abre paso, avanza... Ha llegado a la otra parte... Pero se encuentra ante la muralla impenetrable porque hay una calle. Pocos pasos lo separan de Jesús que ha parado cerca de su casa. Si lo separasen desiertos y ríos, podría tener esperanza de alcanzarlo. Pierde el control de sí mismo, grita, se impone: "¡Debo ir a mi casa! ¡Dejadme pasar! ¿No estáis viendo que quiere ir allí?"

¡Jamás lo hubiese dicho! Esto excita a la gente que querría que el Maestro fuese a otras casas. Quién se burla del pobre Zaqueo, quien le responde de mala manera. Nadie se compadece de él. Más bien se ponen a gritar y a moverse para que el Maestro no vea y no oiga a Zaqueo. Algunos gritan: "Ya lo tuviste mucho tiempo, ¡viejo pecador!" Creo que esta mala voluntad se deba también al recuerdo de antiguas exacciones por lo sobrenatural, en el fondo siempre guarda un cierto amorcillo por su dinero y no olvida fácilmente si se le quitó algo...

 

Grita con todas sus fuerzas: "¡Zaqueo, acércate a Mí! 

Dejadlo pasar que quiero entrar en su casa."

 

La hora de prueba de Zaqueo ha pasado. Jesús premia su constancia. Grita con todas sus fuerzas: "¡Zaqueo, acércate a Mí! Dejadlo pasar que quiero entrar en su casa."

Hay que obedecer. La multitud se apretuja para dejar pasar a Zaqueo, que avanza, rojo de la fatiga, rojo de alegría. Trata de componerse los cabellos despeinados, el vestido desabotonado, el cinturón que con sus flecos lo trae por delante. Busca el manto... ¡Quien sabe dónde esté!... No importa. Está ante Jesús, seminclinado en signo de reverencia. No puede hacer más porque no hay espacio.

"La paz sea contigo, Zaqueo. Acércate para que te dé el beso de paz. Lo has merecido" dice Jesús sonriente, con esa sonrisa que lo hace rejuvenecer, con una sonrisa que respira alegría.

"¡Oh, sí, Señor! Bien que me lo he merecido. ¡Qué difícil es llegar hasta Ti, Señor!" responde irguiéndose para que Jesús pueda darle el beso de paz, y al hacerlo se ve que en su mejilla derecha hay un rasguño por el que corre un poco de sangre, y se ve también que tiene un ojo morado por algún codazo o puñetazo que le regalaron.

 

"No te premio por esta fatiga, sino por las otras 

que los demás ignoran, y que Yo conozco.

 

¡Oh, pueblo que me has traído en triunfo! El obstáculo más

 difícil, el más compacto, el más duro de romperse o de

 superarse, es el propio "yo".

 

Jesús lo besa y agrega: "No te premio por esta fatiga, sino por las otras que los demás ignoran, y que Yo conozco. Tienes razón. Es difícil llegar a Mí, pero no es la multitud el único obstáculo, ni siquiera el más insuperable.

¡Oh, pueblo que me has traído en triunfo! El obstáculo más difícil, el más compacto, el más duro de romperse o de superarse, es el propio "yo". Parecía como que Yo no veía, pero no era así. Todo lo vi. ¿Qué cosa? He visto a un pecador convertido, a uno que fue duro de corazón, que fue amante de comodidades, soberbio, vanidoso, lujurioso y avaro. Y lo he visto despojarse de su antiguo "yo" aun en las cosas menores, y tomar modales y afectos como los que le empujaron a correr hacia su Salvador, que le dieron ánimos para llegarse a El, suplicar humildemente, oír pullas y aceptar los reproches con paciencia, que sufrió en su cuerpo los golpes de la gente, en el corazón el verse rechazado y arrojado de todos, sin poder conseguir siquiera una mirada mía. Otras cosas vi en él. Cosas que también vosotros conocéis, pero que no queréis contar con ellas, para encontrar consuelo.

 

Diréis: 

"¿Y cómo las conoces Tú que no vives entre nosotros?" 

Os respondo:

 pues que leo en el corazón de los hombres, por eso no ignoro

 sus acciones y sé ser justo y premiar

 

Diréis: "¿Y cómo las conoces Tú que no vives entre nosotros?" Os respondo: pues que leo en el corazón de los hombres, por eso no ignoro sus acciones y ser justo y premiar en proporción del camino hecho para llegar a Mí, de los esfuerzos para quitar la maleza que cubría su corazón, arrancar todo árbol que no sea bueno y ponerlo como rey en el "yo", rodearlo de plantas de virtudes para que esté adornado, vigilando que ningún animal inmundo, rastrero, ávido de corrupción, lascivo, vicios -las diversas malas pasiones- ponga su nido entre el follaje, sino que sólo habite en él este espíritu vuestro, lo que es bueno y capaz de alabar al Señor, esto es, los afectos sobrenaturales: cual avecillas canoras y mansos corderillos dispuestos a ser inmolados, dispuestos para la alabanza perfecta por amor de Dios.

Y como no ignoraba las obras de Zaqueo, sus pensamientos, sus fatigas, así no ignoraba que en muchos de esta ciudad, que me habían aclamado, había más bien un amor sensible que espiritual. Si me hubierais amado rectamente, hubierais sido compasivos con vuestro conciudadano; no lo habríais mortificado recordándole su pasado, ese pasado que él ha borrado, y que Dios ya no recuerda, porque el perdón no se pierde a no ser que la criatura vuelva a pecar. Y si lo juzga otra vez es por el nuevo pecado, no por el que ya ha sido perdonado. Ahora os digo, y procurad meditarlo en las horas de la noche, que el amarme en verdad no consiste en aclamarme, sino en hacer lo que Yo hago y enseño, en practicar el amor mutuo, en ser humildes y misericordiosos, recordando que sois de un mismo lodo en lo que se refiere a la parte material, que el polvo se puede convertir en pantano, y que por lo tanto, si hasta ahora lo que en vosotros os ha preservado de serlo y el espíritu no ha sufrido derrotas -es cosa imposible porque el hombre es pecador y solo Dios es sin pecado- el día de mañana podría conocerlas en número y alcance peor que las de aquel viejo pecador que había renacido a la gracia, y cual un recién nacido, con la humildad que le llega del recuerdo de haber sido pecador, con la voluntad decidida de hacer todo el bien posible en los días que le queden y reparar todo el mal que hubiera podido haber hecho.

Mañana os hablaré. Por ahora basta. Id con mi advertencia y bendecid a Dios que os manda al Médico que amputa vuestra sensualidad oculta bajo un velo de salud espiritual, como enfermedades escondidas que corroen la vida bajo un velo de aparente salud... Ven, Zaqueo..."

"Sí, Señor mío. No tengo más que a un viejo criado, y yo mismo abro la puerta y con él mi corazón emocionado, ¡Oh y que si lo está!, por tu infinita bondad."

 

Entran en la casa de Zaqueo

 

Abierto el cancel hace que pasen Jesús y los apóstoles y los guía a las habitaciones, pasando por el jardín que ahora es hortaliza... La casa está limpia de todo lo superfluo. Zaqueo prende una lámpara y llama al siervo.

"El Maestro está aquí. Cena aquí y duerme aquí con los suyos. ¿Has preparado todo como te había dicho?"

"Sí, menos las verduras, que voy a echar ahora al agua hirviente, todo está preparado."

"Entonces cámbiate de vestido y ve a decir a los que sabes que está aquí, que vengan."

"Voy, patrón. ¡Bendito Tú, Maestro, porque puedo morir contento!" Se va.

 

Zaqueo hace referencia a su vida anterior 

y lo que ha hecho después

 

"Es el siervo que tenía mi padre y que se ha quedado conmigo. A todos los demás los licencié. Lo quiero mucho. Fue la voz que jamás calló, cuando yo pecaba, y por esto lo maltrataba yo. Ahora, después de Ti, es al que más amo... Venid, amigos. Allí hay fuego y cuanto puede dar descanso a vuestros cansados y helados cuerpos. Tú, Maestro, en mi misma habitación..." y lo guía a una recámara en el fondo de un corredor.

Entra, cierra la puerta, echa agua hirviente en una jarra, quita las sandalias a Jesús y le sirve el agua. Antes de volverle a poner las sandalias, besa su pies desnudo, se lo pone sobre el cuello diciendo: "¡Así! ¡Para que arrojes los restos del viejo Zaqueo!" Se levanta, mira a Jesús con una sonrisa que tiembla en sus labios, una sonrisa humilde, con lágrimas en los ojos. Hace un gesto como para señalar todo el ambiente. Dice: "¡Tanto que pequé aquí adentro! Pero he cambiado todo, para que nada trajese al recuerdo el antiguo sabor. Los recuerdos... Soy débil... He dejado que sobreviviese el recuerdo de mi conversión en  estas paredes solas, en este lecho duro... Lo demás... lo he vendido porque me había quedado sin dinero y quería hacer el bien. Siéntate, Maestro..."

Jesús se sienta sobre un banco de madera y Zaqueo en tierra, a sus pies, medio sentado, medio arrodillado. Continúa hablando.

"No sé si he hecho bien, si puedes aprobar lo que hice. Tal vez empecé por donde debía haber terminado. Pero también ellos son. Sólo un viejo publicano no puede tener repugnancia de ellos en Israel. No. He dicho mal. No sólo un viejo publicano, sino más bien Tú me enseñaste a amarlos verdaderamente. Antes eran mis cómplices en el vicio, pero no los amaba. Ahora los reprendo y los amo. Tú y yo. El que es todo Santo, el pecador convertido. porque jamás has pecado y quieres darnos tu alegría de Hombre sin culpa. Yo porque pequé mucho, y sé cuán dulce sea la paz que viene del hecho de ser perdonados, redimidos, renovados... Esto lo quise para ellos. Los busqué. ¡Oh, al principio fue una cosa dura! Quería hacerlos buenos, y tenía que ser yo primero bueno... ¡Qué fatigas! ¡Estar en guardia, para que otros no me vigilasen! Hubiera bastado cualquier cosa para alejarlos... Y luego... muchos pecaban por necesidad, por razón de su trabajo. Vendí todo para tener dinero y mantenerlos hasta que no encontrasen otras ocupaciones, menos fructíferas, más fatigosas, pero honradas. Y siempre hay alguno de ésos que viene, parte por curiosidad, parte porque quiere ser hombre y no solo animal. Los debo hospedar hasta que acepten el nuevo yugo. Muchos se han circuncidado. El primer paso hacia el verdadero Dios. Pero no los obligo. Extiendo mis brazos al abrazar las miserias, yo, que de ellas no puedo tener asco. Quisiera dar a todos ellos lo que Tú querrías dar: la alegría de no tener remordimientos, la alegría de no haber pecado nunca como Tú. Dime ahora, Señor mío, si me he atrevido a mucho."

"Has hecho bien, Zaqueo. Das a ellos más de lo que esperas y de lo que piensas que quiera Yo dar a los hombres. No solamente la alegría de ser perdonados, de estar sin remordimientos, sino la de ser prestos ciudadanos del Reino celestial. No ignoraba tus obras. Te seguía por el camino arduo, pero glorioso, de la caridad; porque esto es caridad, y muy digna de alabanza. Tú has comprendido la palabra del Reino. Pocos lo han logrado porque sobrevive en ellos la antigua concepción y convicción de ser ya santos y doctos. Tú, después de haber arrancado de tu corazón el pasado, quedaste vacío y has podido, mejor, has querido poner dentro de ti las palabras nuevas, lo futuro, lo eterno. Continúa así, Zaqueo, y serás el exactor de tu Señor Jesús" concluye Jesús sonriente y pone su mano sobre la cabeza de Zaqueo.

"¿Apruebas todo, Señor?"

 

Nique me ayudó mucho Nique te comprende. 

Es abierta a la piedad universal.

 

Explica a Jesús cómo evangelizó a un ladrón que 

había sido comprado por los que le odian para espiarlo

 

"Todo, Zaqueo. Se lo dije también a Nique me habló de ti. Nique te comprende. Es abierta a la piedad universal."

"Nique me ayudó mucho. Ahora la veo cada luna nueva... Hubiera querido seguirla, pero Jericó se presta a mi nuevo trabajo..."

"Por largo tiempo no va a estar en Jerusalén... Harías un viaje inútil. Nique volverá después aquí..."

"¿Después de cuánto tiempo, Señor?"

"Después de que mi Reino sea proclamado."

"Tu Reino... Tengo miedo de ese momento. Los que ahora se dicen ser tus fieles, ¿lo serán entonces? Porque habrá a no dudarlo motines y lucha entre los que te aman y los que te odian... ¿Sabes, Señor, que tus enemigos asueldan hasta ladrones, la hez del pueblo, para tener secuaces prontos para infundir miedo e imponerse sobre los demás? Lo supe por uno de mis pobres hermanos... ¡Oh, entre quien roba abusando de la ley, entre quien roba el honor y quien despoja a un viajero, hay mucha diferencia! También yo robé legalmente hasta que Tú me salvaste, pero ni siquiera entonces hubiera yo secundado a quien te odia... Se trata de un joven. Es un ladrón, para qué negarlo. Una tarde que había ido yo por Adomín a esperar a tres iguales a mí, que venían de Efraín con animales comprados a menor precio, lo encontré que estaba esperando en un desfiladero. Le hablé... Yo nunca he tenido familia, y sin embargo pienso que si hubiera tenido hijos, les habría hablado en tal forma para persuadirlos a que cambiasen vida. Me explicó el cómo y el por qué se había hecho ladrón... ¡Eh, cuántas veces los verdaderos culpables son los que parece que no comenten ningún mal!... Le dije: "No robes más. Si tienes hambre, pan no te faltará. Te buscaré un trabajo honrado. Como todavía no has cometido ningún homicidio, detente, sálvate". Lo persuadí. Me dijo que se había quedado solo porque los otros habían sido comprados con mucho dinero por los que te odian, y que están ahora prontos a fomentar motines y a decirse partidarios tuyos para escandalizar al pueblo; que están escondidos en las grutas de Cedrón, en los sepulcros, hacia Faselo, en las cavernas que hay al norte de la ciudad, entre las tumbas de los reyes y de los jueces, por todas partes... ¿Qué intentan hacer, Señor?"

 

"Josué pudo detener el sol, pero éstos, no obstante todos 

los medios que pongan, no podrán detener jamás 

la voluntad de Dios."

 

"Josué pudo detener el sol (Cfr. Jos. 10, 10-15); Eccli. 46, 1-8), pero éstos, no obstante todos los medios que pongan, no podrán detener jamás la voluntad de Dios."

"¡Tienen dinero, Señor! El Templo es rico y no es corbán (ofrenda, ofrenda hecha a Dios) para ellos el oro que se ofrece en el Templo, si sirve para su triunfo."

"No tienen nada. La fuerza es mía. Su edificio caerá como hojas secas otoñales con las que un niño ha construido su castillo. No tengas miedo, Zaqueo, Tu Jesús será Jesús (Salvador. Jesús en hebreo significa: "Dios salva").

"¡Dios lo quiera, Señor!... Nos llaman. Vamos."...

IX. 582-589

A. M. D. G.