JESÚS JUZGA EL CASO DE
SABEA DE BETLEQUI
#Jesús a instancias de Zaqueo bendice el campo lo mismo que había hecho con Doras
#dice: "No miento, escriba. No tengo miedo, porque estoy en la verdad. ¿Dónde está el Señor?"
#"Hazla callar" le ordenan a Jesús los escribas. "Prometisteis que la dejaríais hablar..." contesta.
#Jesús ordena a Sabea que hable
#En verdad, en verdad os digo que mientras exista el hombre habrá profetas.
El pobre rancho donde se juntan los diversos y heterogéneos amigos de Zaqueo es muy pobre. Sobre todo ahora que es invierno no sirve para que el corazón se alegre. Pero a ellos les gusta y lo enseñan con orgullo a Jesús. Hay tres campos arados y negruzcos para el trigo, un huerto con poco árboles frutales y con otros que apenas acaban de plantarse, una hilera de vides delgaduchas, la hortaliza... un establo con una vaquilla y un borriquillo para la noria, un gallinero con unas cuantas gallinas, cinco pares de palomos, seis ovejas, una casucha con su cocina y tres cuartos, un tinglado que hace de leñera, un alpende y el lugar para el heno, un pozo con su brocal semirroto y una cisterna de agua sucia. No más.
"Si resiste la estación..."
"Si los animales tienen crías..."
"Si los árboles pegan..."
Todo está sujeto al "sí"... Esperanzas muy precarias...
Alguien se acuerda de que años antes había sucedido algo, esto es, la cosecha prodigiosa que había obtenido Doras porque el Maestro había bendecido sus terrenos para que fuese humano con sus siervos, y dice: "Si Tú bendijeses este lugar... También Doras era un pecador..."
Jesús a instancias de Zaqueo bendice el campo lo mismo
que había hecho con Doras
"Tienes razón. Lo que hice, aun sabiendo que no cambiaría de corazón, lo haré con vosotros que lo tenéis cambiado."
Abre sus brazos. Lo bendice diciendo: "Lo hago inmediatamente porque quiero convenceros de que os amo."
Continúan su camino hacia el río, por campos arados de terrones gruesos y negros, y de huertos de árboles sin hojas.
Quieren llevar a Jesús junto a una mujer para que
diagnostique si esta endemoniado o es una profetisa
En un recodo se ve a unos escribas: "La paz sea contigo, Maestro. Te hemos esperado aquí para... venerarte."
"No es verdad, para estar seguros que no había alguna trampa. Hicisteis bien. Convenceos de que no he tenido modo alguno de ver a la mujer, ni a ninguno de los que están con ella. Tú y tú estuvisteis de guardia en la casa de Zaqueo y habéis visto que ninguno de nosotros salió. Os adelantasteis a Mí y habéis visto que ninguno de los nuestros ha ido adelante. Vuestro corazón fomenta ciertas condiciones que queréis que acepte cuando me encuentre con esa mujer, y de antemano os digo que las acepto."
"Pero... si no las conoces..."
"¿No es verdad que me las queréis imponer?"
"Lo es."
"Así como conozco vuestra intención, que tan sólo conocíais, así también sé lo que me diréis. Y os aseguro que acepto lo que queréis proponerme porque servirá para dar gloria a la verdad. Hablad."
"¿Sabes cómo están las cosas?"
"Sé que a la mujer se le tiene por endemoniada, y que ningún exorcista ha podido arrojarle el demonio. Sé por otra parte que ella no dice palabras venidas del demonio. Así afirman los que la han oído hablar."
"¿Puedes jurar que jamás la has visto?"
"El justo no jura porque sabe que tiene derecho de que se le crea por su palabra. Yo os digo que jamás la he visto y que jamás he pasado por su poblado, cosa que todos pueden confirmar
"Y con todo ella pretende conocer tu rostro y tu voz."
"De hecho su alma me conoce por voluntad de Dios."
"Tú dices que por voluntad de Dios. ¿Pero cómo puedes asegurarlo?"
"Se me ha dicho que pronuncia palabras inspiradas."
"También el demonio habla de Dios."
"Pero con errores mezclados a propósito para extraviar a los hombre y conducirlos a que piensen erróneamente."
"Pues bien... nosotros quisiéramos que nos permitieseis someter a la mujer a prueba."
"¿De que modo?"
"¿De veras no la conoces?"
"Os lo he asegurado."
Quieren someter a Jesús a una prueba con ciertos requisitos
que Jesús acepta
"Entonces, mira. Enviaremos delante a alguien que vaya gritando: "Aquí está el Señor" y veremos si saluda al que vaya con él, como si lo fueras Tú."
"¡Pobre mujer! Acepto. Escoged de entre los que me acompañan, a quienes queráis que nos precedan. Os seguiré con otros. Mas si hablare, la debéis dejar para que Yo juzgue sus palabras."
"Es claro. Pacto es pacto y lo mantendremos lealmente."
"Que así sea, y que sirva para llamaros al corazón."
"Maestro, no todos somos enemigos tuyos. Algunos de nosotros están realmente a la expectativa... y tienen deseo sincero de conocer la verdad para seguirte" responde un escriba.
"Es cierto. Y Dios ama a tales."
Los escribas ven atentamente a los apóstoles y se admiran de que falten varios, sobre todo Iscariote. Escogen a Judas Tadeo y a Juan. Toman también al joven ladrón, recién convertido, que es de pálido y flacucho, con cabellos semirrubios. Escogen, en una palabra, a los que por su edad y fisonomía se parecen al Maestro.
"Nosotros vamos delante con éstos. Tú te quedas con nuestro compañeros y los tuyos. Después de un poco de tiempo nos seguiréis."
Así hacen.
Allá aparecen los bosques que hay a lo largo del río. Un sol invernal dora las copas de los árboles y derrama una luz amarillenta sobre las personas que están cerca de los árboles.
"Ved, ved que ha llegado el Mesías. ¡Levantaos! ¡Venid a su encuentro!" gritan los escribas que se habían adelantado, desviándose un poco hacia un gigantesco roble cuyas raíces que han salido afuera sirven de asiento a quienes se llegan a él.
El grupo de personas que había, se vuelve, se levanta, se abre, se separa para ir al encuentro de los que vienen. Junto al tronco se quedan sólo los tres escribas, Juan de Efeso, un hombre y una mujer ancianos, además de otra mujer sentada sobre una gran raíz, con la espalda recargada sobre el tronco, la cabeza inclinada sobre las rodillas con las manos juntas. La cubre un velo de color morado, tan fuerte que parece negro. Parece no poner atención a lo que la rodea. No se mueve ni con el griterío.
Un escriba le toca la espalda: "Sabea, el Maestro está aquí. Levántate y salúdalo."
No responde. No se mueve.
Los tres escribas se miran, e irónicos sonríen haciendo una señal de inteligencia a los que se acercan. Y como los que estaban en espera, al no ver a Jesús, se habían callado, ellos y sus compinches gritan con todos sus pulmones para que la mujer no caiga en la cuenta del engaño.
"Mujer" dice un escriba a la anciana madre que está con su hija "saluda al menos tú al Maestro y di a tu hija que lo haga."
La mujer se postra junto con su marido delante de Tadeo, Juan y el ladrón arrepentido. Luego, incorporándose, dice a su hija: "Sabea, el Señor tuyo está aquí. Venéralo."
La joven no se mueve.
La sonrisa irónica de los escribas se acentúa, y uno, flaco y narigudo, dice con voz nasal y arrastrada: "No te esperabas esta prueba ¿verdad? Tu corazón tiene miedo. Comprendes que tu fama de profetisa está en peligro y no te atreves... Creo que esto es suficiente para declararte mentirosa..."
dice: "No miento, escriba. No tengo miedo,
porque estoy en la verdad. ¿Dónde está el Señor?"
La mujer levanta su cabeza, se echa atrás el velo y mira con ojos muy grandes, mientras dice: "No miento, escriba. No tengo miedo, porque estoy en la verdad. ¿Dónde está el Señor?"
"¡Cómo! ¿Dices que lo conoces y no lo estás viendo? Lo tienes delante de ti."
"Ninguno de éstos es el Señor. Por esto no me he movido. Ninguno de éstos."
"¿Ninguno de éstos? ¿Cómo? ¿Ese galileo rubio no es el Señor? Yo no lo conozco, pero sé que es rubio y con ojos de cielo."
"No es el Señor."
"Entonces ese alto y majestuoso. Mira la fisonomía de rey que tiene. Él es sin duda."
"No. Entre ellos no está el Señor" y la mujer baja su cabeza y sigue en la misma actitud de antes.
Pasa un poco de tiempo. Después se ve que Jesús se acerca. Los escribas han hecho señal a la poca gente que guarde silencio. Por esto nadie lanza un hosanna a su llegada.
Jesús viene entre Pedro y Santiago, su primo. Camina despacio... calladito... La tupida hierba absorbe el ruido de sus pasos. Mientras la anciana se seca unas lágrimas con su velo y un escriba la molesta diciendo: "Vuestra hija está loca y es una mentirosa"; mientras su padre suspira y también reprocha a su hija, Jesús llega a los límites del sendero y se detiene.
La joven con fuerte grito dice: Ved que viene a mí, mi Señor.
Él es el Mesías, ¡oh, vosotros que me habéis querido engañar
y humillar!
Rasgos de la mujer
La joven, que no ha podido oír nada, que tampoco ha visto nada, se pone de pie, se echa atrás el velo, se descubre casi toda la cabeza, extiende sus brazos con un fuerte grito: "Ved que viene a mí, mi Señor. Él es el Mesías, ¡oh, vosotros que me habéis querido engañar y humillar! ¡Veo sobre El la luz de Dios que me lo señala y lo honro!" y se echa por tierra, sin retirarse de su lugar, a unos dos metros distante de Jesús. Con la cara en tierra, entre la hierba, grita: "Te saludo, ¡oh Rey de los pueblos!, ¡oh Admirable!, ¡oh Príncipe de la paz!, ¡Padre de los siglos que no conocen fin!, ¡Jefe del nuevo pueblo de Dios!" y sigue postrada bajo su amplio manto de morado oscuro, como su velo. En el momento que se levantó contra el negro tronco -y después de haberse echado atrás el velo, se ha quedado con los brazos extendidos hacia delante, como una estatua- pude notar que bajo el manto lleva un vestido grueso de lana de color que tiende al de marfil, sujetado en el cuello y en la cintura con un cordón. Pero sobre todo pude admirar su belleza femenina de mujer madura. Tendrá unos treinta años, y treinta años en Palestina equivalen por lo menos a cuarenta de los nuestros en general. Si María Santísima es una excepción, las otras mujeres llegan prontamente a la madurez, sobre todo las de cabello negro y de rostro y cuerpo hermosos, como ella.
Es el tipo clásico de la mujer hebrea. Me imagino que así habrán sido Raquel, Rut y Judit, célebres por sus belleza. Alta, hermosa y esbelta, de piel lisa y de color un poco moreno, boca pequeña, labios un poco gruesos y encarnados, nariz recta, larga, delgada, dos ojos profundos, oscuros, ocultos bajo un arco de pestañas largas y tupidas, frente alta, lisa, majestuosa, cara bien ovalada que alargada, cabellera de brillante ébano como una guirnalda de ónix. No tiene joyeles pero sí un cuerpo de estatua y majestuoso.
Se levanta alargando sus manos largas, morenas, hermosísimas, que se unen al antebrazo por una delgada muñeca. Está de pie, contra el negro tronco. Mira ahora en silencio al Maestro, sacude la cabeza porque los escribas le dicen: "Te has equivocado, Sabea. El no es el Mesías, sino el que viste antes y no reconociste."
Sacude su cabeza con severidad y no quita sus ojos del Señor. Luego su cara toma una expresión indescriptible de suma alegría o de estático estupor. Creo que ambas cosas, porque parece cambiar de color como quien está a punto de desvanecerse, mientras todas sus fuerzas se concentran en los ojos que se iluminan de una luz de alegría, de triunfo, de amor... No sé. ¿Ríen esos ojos? No, no ríen, pues no se ve sonrisa en su austera boca. Y con todo hay una luz de alegría en los ojos que van adquiriendo una fuerza intensísima que sorprende. Jesús la mira pero un poco triste.
"¿Ves que es una loca?" le dice en voz baja un escriba.
Jesús no le rebate. Con su mano izquierda que le pende a lado, con la derecha que se sostiene el manto recogido sobre el pecho, mira y calla.
¡Oh Adonai, Tú eres grande! ¡Tú sólo eres grande, o Adonai!
Eres grande en el cielo, en la tierra, en el tiempo,
en los siglos de los siglos, y más allá del tiempo,
por siempre y por siempre,
La mujer abre su boca, vuelve a extender sus brazos. Parece una gigantesca mariposa de alas moradas y de cuerpo de viejo marfil. Un grito potente sale de sus labios: "¡Oh Adonai, Tú eres grande! ¡Tú sólo eres grande, o Adonai! Eres grande en el cielo, en la tierra, en el tiempo, en los siglos de los siglos, y más allá del tiempo, por siempre y por siempre, ¡oh Señor, Hijo del Señor! Bajo tus pies están tus enemigos y tu trono mantiene el amor de los que te aman."
La voz aumenta de intensidad, firmeza, fuerza, mientras sus ojos se separan de Jesús y miran en un punto lejano, un poco sobre las cabezas que atentas le rodean, porque de pie contra el tronco del roble, está un poco más alta.
Después de una pausa torna a hablar: "El trono de mi Señor está adornado con las doce piedras de las doce tribus de los justos. En la gran perla que es el trono, el blanco, el precioso y resplandeciente trono del Santísimo Cordero, están engastados topacios con amatistas, esmeraldas con zafiros, rubíes con sardónices, ágatas, crisolitos con aguamarinas, ónices, jaspes, ópalos. Los que creen, los que esperan, los que aman, los que se arrepienten, los que viven y mueren en la justicia, los que sufren, los que dejan el error por la verdad, los que siendo duros de corazón, se han hecho mansos por su Nombre, los inocentes, los arrepentidos, los que se despojan de toda cosa para poder fácilmente seguir al Señor, los vírgenes cuyo espíritu resplandece cual luz semejante al de un alba del cielo de Dios... ¡Gloria al Señor! ¡Gloria a Adonai! ¡Gloria al Rey sentado sobre su trono!"
Su voz parece el toque de una trompeta. La gente se sacude. La mujer parece que ve realmente lo que va diciendo, como si la dorada nube que navega por un cielo sereno y que parece como seguirla con extática mirada, le sirviese de lente para ver la gloria celestial. Descansa sin cambiar de actitud. Sólo su cara toma un color más pálido y sus ojos se hacen más brillantes.
Vuelve a hablar, bajando su mirada sobre Jesús que la escucha atento, rodeado de escribas que mueven la cabeza escépticos, burlones, y de los apóstoles y seguidores que están pálidos, presa de sacra emoción. El tono de su voz es menos alto: "¡Veo! Veo en el Hombre lo que se oculta en el Hombre. Santo es el Hombre, pero mis rodillas se doblan ante el Santo de los Santos encerrado en el Hombre."
Su voz cambia ahora de tono. Se hace imperiosa cual si fuera una orden: "¡Mira a tu Rey, oh pueblo de Dios! ¡Conoces su rostro! La belleza de Dios está delante de ti. La Sabiduría de Dios ha tomado una boca para instruirte. No son ya más los profetas, ¡oh pueblo de Israel!, los que te hablan del Inefable. Es Él mismo. Él, que conoce el misterio que es Dios, que te habla de Dios. El que conoce el Pensamiento de Dios, que te acerca a su pecho, ¡oh pueblo infantil después de tantos siglos!, y te alimenta con la leche de la Sabiduría de Dios para que te hagas adulto. Para obtenerlo se encarnó en un vientre. En el vientre de una mujer de Israel, más grande que cualquier otra mujer ante la presencia de Dios y de los hombres. Ella arrebató el corazón de Dios con sus palpitaciones de paloma. La hermosura de su espíritu sedujo al Altísimo y El la hizo su trono. María de Aarón pecó porque en ella existía el pecado. Débora dictó lo que tenía que hacerse, pero no lo realizó. Yael fue fuerte, pero ensució sus manos con sangre. Judit era justa. Temía al Señor, Dios estaba en sus palabras, y le permitió que realizara su propósito para que Israel se salvase, mas por amor a su patria empleó homicida astucia. La Mujer que lo engendró sobrepuja a estas mujeres porque es la Esclava perfecta de Dios y le sirve sin pecar. Toda pura, inocente y bella, es el hermoso Astro de Dios, desde que sale hasta que se pone. Toda bella, resplandeciente y pura para ser estrella y Luna, Luz para los hombres para que encuentren al Señor. No precede ni sigue al Arca santa como María de Aarón, porque ella es el Arca misma. Sobre la turbia onda de la tierra cubierta por el diluvio de las culpas ella camina y salva porque quien se acerca a ella encuentra al Señor. Paloma sin mancha vuela y trae la rama de olivo, olivo de paz a los hombres, porque ella es la oliva sin igual. Está callada, pero con su silencio habla y hace más que Débora, que Yael, que Judit. No aconseja a la guerra, ni incita a matar, ni derrama sangre fuera de la inigualable suya con la que fue hecho su Hijo. ¡Desgraciada Madre!... Judit temía al Señor, pero había vivido con un hombre. Esta ha dado al Altísimo su flor inviolable, y el fuego de Dios bajó al cáliz del lirio suave y un seno de mujer encerrado a la Potencia, a la Sabiduría y al Amor de Dios. ¡Gloria a la Mujer! ¡Cantadle alabanzas, oh mujeres de Israel!"
La mujer se calla como si se hubiera cansado. Y en realidad no comprendo cómo puede haber sostenido tono tan alto.
Los escribas dicen: "¡Está loca! ¡Está loca! Hazla callar..."
"No puedo. No es más que el espíritu de Dios,
y Dios no se arroja a Sí mismo."
Los escribas dicen: "¡Está loca! ¡Está loca! Hazla callar. Es una posesa. Obliga al espíritu que la posee, que se vaya."
"No puedo. No es más que el espíritu de Dios, y Dios no se arroja a Sí mismo."
"No lo haces porque ella te alaba y ha alabado a Tu madre, lo que estimula tu orgullo."
"Escriba, piensa en lo que sabes de Mí y verás que no conozco el orgullo."
¡La mujer! ¡Y qué es en Israel y para Israel la mujer!
¿Que otra cosa sino pecado a los ojos de Dios?
¡Seducida y seductora! Si no creyésemos, costaría trabajo
creer que en la mujer haya un alma.
"Y sin embargo solo un demonio puede hablar en ella para hacer célebre de este modo a una mujer... ¡La mujer! ¡Y qué es en Israel y para Israel la mujer! ¿Que otra cosa sino pecado a los ojos de Dios? ¡Seducida y seductora! Si no creyésemos, costaría trabajo creer que en la mujer haya un alma. Le está prohibido acercarse al Santo por su inmundicia. Y ésta dice que Dios ha elegido a ella..." replica otro escriba, escandalizado, al que sus compañeros hacen coro.
Jesús responde sin mirar a nadie, como si hablase consigo mismo: "La mujer aplastará la cabeza de la Serpiente... La Virgen concebirá y dará a luz un Niño que será llamado Emmanuel... Un retoño saldrá de la raíz de Jesé, una flor nacerá de esta raíz y sobre ella reposará el Espíritu del Señor". Esta Mujer. Mi Madre. Escriba, por honra propia de tu saber, recuerda y comprende las palabras de los libros sagrados.
Los escribas no encuentran palabras con qué responder. Miles de veces han leído estas palabras y las han tomado por verdaderas. ¿Pueden ahora negar su valor? Se callan.
Uno da orden de que se prendan hogueras porque se siente el frío cerca de la ribera donde sopla el aire del crepúsculo. Obedecen y fogatas de ramas alumbran al compacto grupo.
La luz del fuego parece sacudir a la mujer que se había callado y que estaba con los ojos cerrados, como recogida en sí. los abre, se estremece. Mira de nuevo a Jesús y con voz estentórea grita: "¡Adonai! ¡Adonai!, Tú eres grande! ¡Cantemos al Divino un cántico nuevo! ¡Shalem, Shalem, Malquiq!... ¡Paz, paz, oh Rey al que nadie resiste!..."
La mujer se calla de pronto. Por primera vez desde que está hablando recorre con sus ojos a los que rodean a Jesús. Mira a los escribas como si los viese por primera vez, y sin motivo aparente descienden en sus grandes ojos lágrimas, su cara se entristece y carece de resplandor. Habla lentamente con voz profunda como quien habla de cosas dolorosas: "¡No! ¡Ay de quien se te opone! ¡Oh pueblo, escucha! Después de mi dolor, ¡oh pueblo de Betlequi!, me has oído hablar. Después de años de silencio y de dolor he sentido y he dicho lo que sentía. No estoy ahora entre los verdes bosques de Betlequi, viuda virgen que encuentra en el Señor su única paz. No tengo sólo alrededor a mis conciudadanos a los que aconsejaría: "Temamos al Señor porque ha llegado la hora de estar prontos a responder a su llamada. Hagamos que la vestidura de nuestro corazón esté limpia para no ser indignos de su presencia. Ciñámonos de fuerza porque la hora del Mesías es hora de prueba. Purifiquémonos como hostias para altar, para que Él que lo manda nos acepte. Quien es lujurioso, castigue su cuerpo para poder seguir al Cordero. Que el avaro se haga bienhechor, porque Dios nos beneficia en su Mesías, y cada uno practique la justicia para poder pertenecer al pueblo del Bendito que llega". Ahora hablo ante El, ante quien cree en Él y ante quien no cree y se burla del Santo, y de los que hablan y creen en su Nombre y en El. Pero no tengo miedo. Decís que estoy loca, decís que en mí habla un demonio. Sé que podríais hacerme lapidar por blasfema. Sé que lo que voy a decir os parecerá un insulto, una blasfemia y me odiaréis. Mas no importa. Tal vez, una de las últimas voces que habla de Él antes de su manifestación, tendrá probablemente la misma suerte que otras muchas voces. Pero no temo. Largo es el destierro en el frío y en la soledad de la tierra, para el que piensa en el seno de Abraham, en el Reino de Dios que nos abre el Mesías, más santo que el santo seno de Abraham. Sabea de Carmelo de la estirpe de Aarón no teme a la muerte. Teme al Señor. Y habla cuando le hace hablar y así desobedece a su voluntad. Dice la verdad porque habla de Dios con las palabras que Dios le da. No temo la muerte. Aun cuando me llamareis demonio y me lapidareis por blasfema. Aun cuando mis padres y mis hermanos mueran por esta deshonra, no temblare de miedo ni de compasión. Sé que el demonio no habla en mí, porque apaga toda concupiscencia, y toda Betlequi lo sabe. Sé que las piedras no harían sino apagar por un instante el respiro de mi canto, pero después se le dará uno mucho más amplio en la libertad del más allá. Sé que Dios consolará el dolor de los de mi sangre y será breve su dolor. Pero será eterna la alegría de los padres mártires de una mártir. No temo que me matéis, pero sí temo la muerte que me vendría de Dios sino lo obedeciera. Y hablo. Digo lo que me ordena que diga. ¡Escucha, oh pueblo escuchad, vosotros escribas de Israel!"
"De lo alto llega a mí una voz, una voz que dentro de mi
corazón grita. Dice: "El antiguo pueblo de Dios no puede
cantar el nuevo cántico porque no ama a su Salvador. ...
Levanta nuevamente su voz lúgubre: "De lo alto llega a mí una voz, una voz que dentro de mi corazón grita. Dice: "El antiguo pueblo de Dios no puede cantar el nuevo cántico porque no ama a su Salvador. Los salvados de todas las naciones cantarán el cántico nuevo, los del pueblo nuevo del Mesías-Señor, no los que odian a mi Verbo"... ¡Horror! (y da un grito que hace estremecer). ¡La voz da luz; la luz da vista! ¡Horror! ¡Yo veo!" Su grito parece un aullido. Se retuerce como si estuviese viendo un horrible espectáculo que le torturara el corazón y rehusara verlo. De la espalda se el cae el manto. Le queda la vestidura blanca que tiene por fondo el negro tronco. A la luz que lentamente se apaga en el reflejo verde del bosque y en el rojizo y movedizo de las llamas, su cara adquiere un aspecto trágico, imponente. Se ven sus ojos, su nariz, sus labios adornados por la sombra. parece una cara esculpida del dolor. Se retuerce las manos repitiendo cada vez más quedo: "¡Veo! ¡Veo!" y se bebe sus lágrimas mientras continúa: "Veo los crimines de este pueblo mío. Soy impotente para detenerlos. Veo el corazón de mis compatriotas y no lo puedo cambiar. ¡Horror, horror! Satanás ha abandonado sus lugares y ha venido a vivir en su corazón."
"Hazla callar" le ordenan a Jesús los escribas.
"Prometisteis que la dejaríais hablar..." contesta.
"Hazla callar" le ordenan a Jesús los escribas.
"Prometisteis que la dejaríais hablar..." contesta.
Continúa la mujer: "Inclínate a la tierra, al lodo, ¡oh Israel que todavía sabes amar al Señor! Cúbrete de ceniza. Vístete de cilicio. ¡Por ti, por ellos! ¡Jerusalén, Jerusalén, sálvate! Veo una ciudad que en tumulto va a cometer un crimen. Oigo, oigo los gritos de los que invocan con odio su sangre sobre sí. Veo levantar la Víctima en la pascua de sangre y que corre esa sangre, y que grita esa sangre más que la sangre de Abel, mientras se abren los cielos, la tierra se sacude y el sol se oscurece. Esa sangre no pide venganza, sino piedad por su pueblo asesino, piedad por nosotros. ¡Jerusalén, conviértete! ¡Esa sangre! ¡Esa sangre! ¡Un río! Un río que lava el mundo curándolo de todos los males, borrando toda culpa... Pero para nosotros, para nosotros de Israel, esa Sangre es fuego, para nosotros es un cincel que escribe sobre los hijos de Jacob el nombre de los deicidas y la maldición de Dios. ¡Jerusalén!, ¡ten piedad de ti misma y de nosotros!..."
"¡Hazla callar, te ordenamos!" gritan los escribas, mientras la mujer solloza cubriéndose la cara.
"No puedo imponer silencio a la verdad."
"Ciertamente es una loca que delira. ¿Qué Maestro eres, si tomas por verdad las palabras de una demente?"
"¿Qué Mesías eres si no sabes hacer callar a una mujer?"
"¿Qué profeta eres si no sabes poner en fuga al demonio? ¡Y otras veces lo has hecho!"
"Lo ha hecho, sí. Pero ahora no le conviene. Es todo un juego preparado para atemorizar a las turbas."
¿Habría yo escogido esta hora, este lugar, este puñado
de hombres para hacerlo, cuando podría haberlo hecho
en Jericó...?
"¿Habría yo escogido esta hora, este lugar, este puñado de hombres para hacerlo, cuando podría haberlo hecho en Jericó, cuando me han seguido cinco mil y más de cinco mil personas y me han circundado, cuando el recinto del Templo ha sido estrecho para dar cabida a todos los que querían oírme? ¿Puede el demonio decir palabras sabias? ¿Quién de vosotros con el corazón en la mano puede afirmar que de los labios de ella ha brotado algún error? ¿No resuenan en sus labios femeninos las terribles palabras de los profetas? ¿No percibís el alarido de Jeremías y el llanto de Isaías y de los otros profetas? ¿No percibís la voz de Dios a través de esta mujer, la voz que quiere ser oída para bien vuestro? No me escucháis a Mí. Podéis pensar que hablo en mi favor. Pero esta, que me es desconocida, ¿qué favor puede esperar de estas palabras? No recogerá más que vuestro desprecio, vuestras amenazas, tal vez vuestra venganza. No. ¡Que no le impongo silencio! Antes bien para que estos pocos la oigan, y para que también vosotros podáis así enmendaros, le ordeno: "¡Habla, habla, te lo digo, en nombre del Señor!"
Es Jesús ahora el que parece majestuoso, es el Mesías de las horas del milagro, con sus grandes ojos magnéticos que una chispa azul desprendida de la hoguera, que está entre ella y Él, hace más brillantes.
La mujer por el contrario, oprimida del dolor, causa menor impresión. Sigue con la cabeza inclinada, con la cara cubierta con sus manos, sobre las que caen sus negros cabellos, que se han soltado, y que tanto delante como en la espalda le caen como un velo de luto sobre su vestido blanco.
Jesús ordena a Sabea que hable
"Habla, te lo ordeno. Tus palabras de dolor no dejan de tener su fruto. Sabea, de la estirpe de Aarón, habla."
La mujer obedece, pero habla quedo, tanto que todos se acercan más para poder oírla. Parece como si hablase a sí misma, mirando hacia el río que corre a su derecha haciendo ruido. Parece como si hablara al río: "Oh Jordán, sagrado río de nuestros padres, de las encrespadas y azules ondas cual un viso precioso, reflejas las estrellas puras y la cándida luna, acaricias los sauces de tus riberas. Eres un río de paz, y conoces muchos dolores. Oh Jordán que en las negras horas de la tempestad, sobre tus hinchadas y negras ondas arrastras las arenas de miles de arroyos, lo que ellos arrebataron, y algunas veces el tierno arbusto en que había un nido lo arrastras vertiginoso hacia el abismo mortal del Mar Salado, y no tiene piedad del par de pajarillos que siguen con su vuelo, piando de dolor, su nido, que has destruido. De igual modo verás, ¡oh sagrado Jordán!, azotado por la ira divina, arrancado de sus casas, de su altar, caminar a la ruina, sumergiéndose en la muerte más espantosa, al pueblo que no quiso al Mesías. ¡Pueblo mío, sálvate! ¡Cree en tu Señor! ¡Sigue a tu Mesías! Reconócelo por lo que es. No es rey de pueblos y de ejércitos. Es rey de las almas, de tus almas, de todas las almas. Descendió a reunir las almas justas y volverá a subir para conducirlas al Reino eterno. ¡Vosotros que todavía podéis amar, estrechaos al Santo! ¡Vosotros a quienes preocupa el destino de la patria, unios al Salvador! ¡Que no perezca toda la descendencia de Abraham! Huid de los falsos profetas de bocas mentirosas y de corazones de rapiña que tratan de apartaros de la Salvación. Salid de las tinieblas que se alzan en vuestro derredor. ¡Escuchad la voz de Dios! Los grandes a quienes hoy teméis, son ya polvo en el decreto de Dios. Uno solo es el Viviente. Los lugares donde mandan y desde donde oprimen, son ya ruinas. Uno solo perdura. Jerusalén, ¿dónde están los orgullosos hijos de Sión de los que te glorías? ¡Míralos! Oprimidos, encadenados, caminan hacia el destierro por entre los escombros de tus palacios, entre el hedor de los muertos que degolló la espada, que mató el hambre. El furor de Dios se abate sobre ti, ¡oh Jerusalén!, que rechazas a tu Mesías, le golpeas en el rostro, en el corazón. Toda hermosura que había en ti se ha marchitado. Muerta está para ti toda esperanza. Profanados están el Templo y el altar..."
"¡Hazla callar! ¡Blasfema! Te decimos que la hagas callar."
"... arrancado el efod (vestidura de lino fino, corta y sin mangas, que usaban los sacerdotes hebreos.).
"Eres culpable si no le impones silencio."
"... porque no reina más. Hay otro, Pontífice eterno, es santo. Dios lo ha enviado como Rey-Sacerdote para siempre. Lo envió quien toma las injurias hechas al Mesías por suyas y las venga. Otro Pontífice. El verdadero, el Santo, ungido de Dios y por su sacrificio, en lugar de aquel en cuya frente la tiara (Dignidad del Sumo Pontífice. Mitra alta y convexa, ceñida por tres coronas, que usa el Papa como insignia de su autoridad suprema.) es una deshonra porque cobija pensamientos criminales..."
"¡Cállate, maldita, cállate o te golpeamos!" Los escribas la maldicen atrozmente. Pero ella parece no oír.
El pueblo se arremolina: "Dejadla hablar, vosotros locuaces. Dice la verdad. Así es. No hay más santidad entre vosotros. Uno solo es el Santo y vosotros lo maltratáis."
Recorrerás, Israel, toda la tierra como un pueblo vencido
y maldito, perseguido por la voz de Dios y con las mismas
palabras que se dijeron a Caín.
No podrás reconstruir un nido sólido sino hasta cuando
reconozcas con los otros pueblos que éste es Jesús,
el Mesías, el Señor, Hijo del Señor...
Los escribas opinan que es mejor callarse. La mujer continúa con su voz cansad y dolorosa: "Había venido para traernos la paz, y lo combatiste... La salud, y te burlaste de él... Amor, y lo odiaste... Milagros. Y has dicho que eran del demonio... Sus manos curaron tus enfermos, y tú se las perforaste. Te trajo la luz, y le cubriste con salivazos y con suciedades su rostro. Te trajo la vida, y le diste la muerte. ¡Llora Israel tu error, y no impreques al Señor cuando bajas al destierro que no tendrá fin, como el de otro tiempo. Recorrerás, Israel, toda la tierra como un pueblo vencido y maldito, perseguido por la voz de Dios y con las mismas palabras que se dijeron a Caín. No podrás reconstruir un nido sólido sino hasta cuando reconozcas con los otros pueblos que éste es Jesús, el Mesías, el Señor, Hijo del Señor..." La voz de la mujer se envuelve en el dolor y en la fatiga, cansada como la voz de uno que muere.
Pero aún no ha terminado. Se reanima a una última orden: "¡A tierra, pueblo que todavía sabes amar! Cúbrete de ceniza, vístete de cilicio. El furor de Dios está suspendido sobre nosotros como una nube preñada de granizo y rayos sobre un campo maldito."
La mujer cae de rodillas, con los brazos extendidos
hacia Jesús y grita: ¡Por tu Nombre, oh Jesús, Salvador
y Mesías, Redentor, Rey, Dios tres veces santo,
alcánzanos la paz!"
y se tira, sacudida por los sollozos,
con la cara sobre la hierba.
La mujer cae de rodillas, con los brazos extendidos hacia Jesús y grita: "¡Paz, paz, oh Rey de justicia! ¡Paz, oh Adonai grande y poderoso, a quien ni siquiera el Padre resiste! ¡Por tu Nombre, oh Jesús, Salvador y Mesías, Redentor, Rey, Dios tres veces santo, alcánzanos la paz!" y se tira, sacudida por los sollozos, con la cara sobre la hierba.
Los escribas rodean a Jesús. Lo llevan aparte lejos de los demás y con palabras amenazadoras uno le dice: "Lo menos que puedes hacer es curarla. Porque si en verdad quieres decir que no esté poseída de un demonio, no puedes negar que sea una enferma. ¡Mujeres!... Y mujeres sacrificadas por el destino... Su vitalidad debe mostrarse por cualquier parte... y divagan... y dicen cosas irreales... sobre todo te ven a Ti que eres joven y bello y..."
"¡Cállate, boca de serpiente! Tú mismo no crees en lo que dices" le ordena Jesús con tal fuerza que el rompe las palabras en los labios de este escriba flaco y narigudo, que al principio se había burlado de la mujer como de una falsa profetisa.
"No ofendamos al Maestro. Lo elegimos por juez de un caso que no podíamos resolver..." dice otro escriba. El que había ido a encontrar a Jesús, el que le había dicho que no todos los escribas eran sus adversarios, pero que algunos lo seguían con buena voluntad para poder dar un juicio sobre Él.
"Cállate, Yoel llamado Alamot, hijo de Abdías! Solo un malnacido como tú puede decir esas palabras" le atacan los demás.
El escriba se pone rojo por la ofensa, pero se domina, y con dignidad responde: "Si mi nacimiento no puede aceptarse, eso no quita que mi inteligencia sea clara. Antes bien, el prohibirme muchos placeres, me ha hecho un hombre de sabiduría. Si fuerais santos no me humillaríais, sino respetaríais al sabio."
"¡Bueno" Hablemos de lo que nos preocupa. Maestro, tienes la obligación de curarla, porque en medio de su delirio espanta a la gente y ofende al sacerdocio, a los fariseos y a nosotros."
"Si os hubiere alabado, ¿me diríais que la curase?" pregunta Jesús dulcemente.
"No. Porque haría que la gente nos respetase, este pueblo de cabrones que nos odia en su corazón y se befa de nosotros cuando puede" replica un escriba sin caer en la cuenta de la trampa.
"¿Pero no continuaría siendo una enferma? ¿No debería curarla? " pregunta otra vez con dulzura Jesús. Parece un estudiante que preguntase al profesor lo que debe hacer. Los escribas, cegados por la ira, no comprenden que se están descubriendo...
"En tal caso, no. ¡Más bien, tendrías que dejarla que delirase, que delirase. Hacer todo lo posible porque la gente la creyese profetisa ¡Honrarla! Señalarla..."
"¡¿Y si no fuesen cosas verdaderas?"..."
"¡Oh, Maestro, si se quita lo que dice contra nosotros, lo demás serviría mucho para levantar el orgullo de Israel contra el romano, a sujetar el orgullo del pueblo contra nosotros!"
"Pero no se le podría intimar: "Habla de este modo. Ni tampoco: no digas esto" replica secamente Jesús.
"¿Y por qué no?"
"Porque el que delira habla sin saber lo que dice."
"¡Con dinero y alguna que otra amenaza... se podría obtener todo. También así se comportaban los profetas..."
"No veo claro, en verdad..."
"¡Ah, es porque no sabes leer entre líneas y porque no todo se dejó escrito en papel!"
"El espíritu profético no conoce imposición alguna, escriba.
Viene de Dios y a Dios no se le compra, ni se le atemoriza"
dice Jesús
"El espíritu profético no conoce imposición alguna, escriba. Viene de Dios y a Dios no se le compra, ni se le atemoriza" dice Jesús cambiando de tono. Empieza su contraataque.
"Pero ésta no es profetisa. No es ya tiempo de profetas."
"¿No es ya tiempo de profetas? ¿Y por qué no?"
"Porque no nos lo merecemos. Estamos muy corrompidos."
"¿De veras? ¿Y lo dices tú? ¿Tú que hace unos cuantos instantes la juzgabas digna de castigo porque afirmaba lo mismo?"
El escriba queda desorientado. Otro viene en su ayuda: "El tiempo de los profetas terminó con Juan. Y no hay necesidad de ellos."
"¿Cómo es posible?""Porque Tú estás para hablarnos de la ley y hablarnos de Dios."
"También en tiempo de los profetas existía la ley y la
Sabiduría hablaba de Dios. Y con todo los había."
"También en tiempo de los profetas existía la ley y la Sabiduría hablaba de Dios. Y con todo los había."
"¿Pero qué profetizaban? Tu venida. Ya estás aquí. No sirven para más."
"Una y mil veces me habéis preguntado vosotros, como también los sacerdotes y fariseos, si soy Yo el Mesías o no, y porque lo he afirmado, me llamáis blasfemo, loco y habéis tomado piedras para arrojármelas. ¿No acaso eres tú, Sadoc, al que llaman el escriba de oro?" pregunta Jesús señalando al escriba narigudo que maltrató a la mujer porque no le obedeció.
"Lo soy. ¿Y qué?"
Pues bien. Tú, exactamente tú has sido siempre el primero
tanto en Giscala como en el Templo, en volverte violento
contra Mí. Te perdono. Te lo recuerdo sólo porque dijiste
que no podía ser Yo el Mesías, mientras que ahora lo sostienes.
que mientras exista el hombre habrá profetas.
"Pues bien. Tú, exactamente tú has sido siempre el primero tanto en Giscala como en el Templo, en volverte violento contra Mí. Te perdono. Te lo recuerdo sólo porque dijiste que no podía ser Yo el Mesías, mientras que ahora lo sostienes. Te recuerdo la apuesta que te hice en Cedes. Dentro de poco verás que se cumple parte de ella. Cuando la luna vuelva a brillar en esa cara con que alumbra el firmamento, te daré la prueba. La primera. La otra la tendrás cuando el grano de trigo, que ahora duerme en la tierra, sacuda sus espigas todavía verdes al soplo de los vientos de Nisán. A los que dicen que los profetas son inútiles, respondo: "¿Quién es el que va a poner límites al Altísimo?" En verdad, en verdad os digo que mientras exista el hombre habrá profetas. Son las teas en medio de las tinieblas del mundo. Son los hornos entre el hielo del mundo. Son las voces que recuerdan a Dios y sus verdades que el tiempo olvida y el descuido arrastra. Los profetas traen directamente al hombre la voz de Dios, provocando sacudimientos de emoción en los olvidadizos, en los apáticos hijos del hombre. Tendrán otros nombres, pero tendrán igual misión e igual suerte en el dolor humano y en el gozo inimaginable. ¡Ay si no existieran estos espíritus que el mundo odiará, pero a quienes Dios amará sobremanera! ¡Ay si no padeciesen y no perdonasen; si no amasen y no trabajasen por obedecer al Señor! El mundo perecería en las tinieblas, en el hielo, en un sopor de muerte, en una idiotez, en una ignorancia salvaje y brutal. Por esto Dios seguirá suscitándolos. ¿Quién podrá decir a Dios que no lo haga? ¿Tú, Sadoc? ¿O tú? ¿O tú? En verdad os digo que ni siquiera los espíritus de Abraham, Jacob y Moisés, de Elías y Eliseo podrían decir a Dios que no lo hiciera y Dios solo sabe cuán santos fueron, y en medio de qué luces eternas se encuentran."
"¡Entonces no quieres curar a la mujer! ¿Ni siquiera condenarla?"
"No."
"¿La consideras como profetisa?"
"Inspirada, sí."
"Eres un demonio como ella. Vámonos. No nos conviene perder tiempo con los demonios" dice Sadoc, dando un empujón... de cargador a Jesús, para hacerlo a un lado.
Muchos lo siguen. Otros se quedan. Entre éstos, al que llamaron Yoel Alamot.
"¿Y vosotros no los seguís?" pregunta Jesús señalando a los que se van.
"No, Maestro. Nos vamos porque es ya noche. Pero queremos decirte que aceptamos tu decisión. Dios puede todo. Es verdad. Y puede suscitar almas para nosotros que caemos en muchas culpas, para que nos llamen a la justicia" dice uno de mucha edad.
"Dijiste bien. Y esta humildad tuya es mucho más grande ante los ojos de Dios que tu saber."
"Entonces acuérdate de mí cuando estés en tu Reino."
"Sí, Jacob."
"¿Cómo sabes mi nombre?"
Jesús sonríe, sin responder.
"Maestro, acuérdate también de nosotros" dicen los otros dos. Yoel Alamot añade: "Bendigamos al Señor que nos dio esta hora."
"¡Bendigamos al Señor!" responde Jesús.
Se saludan. Se separan.
Jesús se reúne con sus apóstoles y con ellos va a donde está la mujer que ha vuelto a tomar su antigua posición: sentada sobre la raíz del árbol.
"¿Tiene nuestra hija un demonio?
Eso dijeron aquellos antes de irse."
"No. Estad tranquilo.
Amadla porque su destino es muy amargo,
como todas sus semejantes."
Sus padres le preguntan con ansias: "¿Tiene nuestra hija un demonio? Eso dijeron aquellos antes de irse."
"No. Estad tranquilo. Amadla porque su destino es muy amargo, como todas sus semejantes."
"Añadieron que ésa había sido tu opinión..."
"Mintieron. Yo no miento. Estad tranquilos."
Juan de Efeso se acerca con Salomón y otros discípulos: "Maestro, Sadoc ha amenazado a éstos. Te lo aviso."
"¿A éstos, o a ésta?"
"A éstos y a ella. ¿No es verdad?"
"Sí. Nos dijeron a mí y a mi esposa que si no procuramos hacer callar a nuestra hija, ¡ay de nosotros! A Sabea le han dicho: "Si hablas te denunciaremos al Sanedrín.[Asamblea judía suprema. Tenía poder de administrar justicia y de decidir en el campo religioso-político. Se componía del Sumo Sacerdote y de setenta miembros más, distribuidos en tres categorías: Sumo Sacerdote (esto es: el que estaba en el cargo y sus predecesores, etc.), los Ancianos (esto es: representantes de la aristocracia laica), los Escribas (esto es: doctores de la ley)].. Prevemos que días negros se cernirán sobre nosotros... Pero estamos tranquilos por lo que dijiste... y aguantaremos lo que nos venga. Pero por ella... ¿qué podemos hacer? Aconséjanos, Señor."
Jesús piensa. Luego dice: "¿No tenéis parientes que vivan lejos de Betlequi?"
"No, Maestro."
"Iréis con éstos hasta Betlequi, y de allá la acompañaréis
con sus cosas hasta Aera. Diréis a la madre de Timoneo
que le dé hospedaje en mi nombre.
...Jesús piensa, levanta su cabeza, mira a José, a Juan de Efeso y a Felipe de Arbela. Da la siguiente orden: "Iréis con éstos hasta Betlequi, y de allá la acompañaréis con sus cosas hasta Aera. Diréis a la madre de Timoneo que le dé hospedaje en mi nombre. Ella sabe lo que es tener un hijo perseguido."
"Así lo haremos, Señor. Está muy bien así. Aera está lejos y fuera de mano" dicen los tres.
Los padres de Sabea besan las manos al Maestro, le dan las gracias, lo bendicen.
Jesús se inclina sobre la mujer, le toca la cabeza velada, llamándola con dulzura: "¡Sabea, escúchame!"
La mujer levanta la cabeza, lo mira, y cae de rodillas.
Jesús con la mano todavía sobre la cabeza, le dice: "Escucha, Sabea. Vas a ir a donde te envío. Es la casa de una mujer de corazón maternal. Hubiera querido enviarte a la mía, pero no me es permitido. Continúa sirviendo al Señor en justicia y obediencia. Te bendigo, mujer. Quédate en paz."
¿Cuándo deba hablar, lo podré hacer?
El Espíritu que te ama, te guiará según las circunstancias.
No tengas miedo de su amor
"Sí, Señor y Dios mío. ¿Cuándo deba hablar, lo podré hacer?..."
"El Espíritu que te ama, te guiará según las circunstancias. No tengas miedo de su amor. Sé humilde, casta, sencilla y sincera y Él no te abandonará. Quédate en paz."
Se reúne con los apóstoles, con Zaqueo y los suyos, que habían estado un poco lejos, impidiendo que se acercasen algunos curiosos.
"Vámonos. Es de noche. No sé como vais a poder regresar a Jericó, los que tenéis que ir allá."
"Mejor dicho, la mujer y sus padres. Si lo juzgas prudente, nosotros nos quedaremos fuera de la casa y Tú y ellos podréis dormir en ella hasta mañana" propone uno de los amigos de Zaqueo.
"Buena idea. Decid a Sabea que venga con sus padres y con los discípulos. Ellos dormirán dentro, Yo me quedaré con vosotros. Esta noche no hace viento. Encenderemos fuego y esperaremos así el alba, instruyéndoos Yo, escuchándome vosotros."
Lentamente se ponen en camino a los primeros rayos de la luna...
IX. 605-621
A. M. D. G.