EN NOBE. 

JUDAS DE KERIOT QUIERE OBRAR POR SÍ

 


 

#Maestro, sabes que ese hombre no me gusta. Si mis hijos hubieran sido así. Habría rogado al Altísimo que se los hubiera llevado.   

#apoya realmente su frente contra el pecho de la discípula anciana Parece una Madre dolorosa. No pronuncia una palabra, ni se mueve. Pero su actitud es tan maternal que otra cosa no puede desearse.   

#Llega Judas y habla con voz áspera un poco pedante e irónica   

#Llegan los apóstoles y se encuentran con Judas   

#Judas cuenta como evangelizó e hizo milagros por su cuenta

 


 

"Sí, Maestro, hace muchos días que Judas de Keriot está aquí. Vino un sábado por la tarde. Parecía cansado y extenuado. Dijo que te había perdido por las calles de Jerusalén, que había corrido a buscarte en todas las casas a donde sueles ir. Aquí viene cada tarde. Dentro de poco estará. Por la mañana se va, y dice que va a los lugares cercanos a predicarte."

"Está bien, Elisa... ¿Y le creíste?"

 

Maestro, sabes que ese hombre no me gusta. 

Si mis hijos hubieran sido así. Habría rogado al Altísimo

 que se los hubiera llevado.

 

"Maestro, sabes que ese hombre no me gusta. Si mis hijos hubieran sido así. Habría rogado al Altísimo que se los hubiera llevado. No he creído, no, a sus palabras. Pero porque te amo he refrenado mi juicio... Me he portado como una madre para con él. Por lo menos así he obtenido que regrese cada tarde."

"Hiciste bien." Jesús la mira fijamente y de improviso le pregunta: "¿Dónde está Anastásica?"

Elisa se pone roja, roja, y con franqueza responde: "En Betsur."

"Has hecho bien aun en esto. Te ruego que tengas compasión por él."

"Como lo compadezco quise apagar el incendio antes de que estallase en escándalo, o cuanto menos, que llenase de terror a mi hija."

"Dios te bendiga, buena mujer..."

"¿Sufres mucho, Maestro?"

"Sí. Es verdad. Puedo decirlo a una madre."

"Puedes decirlo... Si no fueses, Jesús, el Señor, me gustaría que recargases tu cansada cabeza sobre mí y estrechar tu corazón afligido sobre el mío. Pero Tú eres así santo que una mujer, fuera de tu Madre, no puede tocarte..."

"Elisa, amiga buena de mi Madre y madre buena, a tu Señor muy pronto lo tocarán manos menos santas que las tuyas y lo besarán otros... Oh, después, otras manos... Elisa si se te permitiese tocar el Santo de los Santos, ¿con qué espíritu lo harías? ¿Te abstendrías acaso si la voz de Dios entre la nube de los inciensos te pidiese tu amor para que lo acariciases amorosamente en cambio de tantos que se acercan a El sin amarlo?"

"Señor mío, si Dios me lo pidiese, arrodillada iría a cubrir de besos el lugar santo, y sería feliz que Dios se sintiese satisfecho, consolado con mi amor."

"Entonces, Elisa, buena amiga de mi Madre, fiel y buena discípula de tu afligido Salvador, deja que apoye mi cabeza sobre tu corazón porque el mío está tan afligido que se siente morir."

 

apoya realmente su frente contra el pecho 

de la discípula anciana  Parece una Madre dolorosa. 

 

No pronuncia una palabra, ni se mueve. Pero su actitud 

es tan maternal que otra cosa no puede desearse.

 

Jesús, siguiendo sentado donde está, cerca de Elisa que está de pie, apoya realmente su frente contra el pecho de la discípula anciana. Lágrimas silenciosas se deslizan por el vestido oscuro de la mujer que no puede refrenarse de apoyar su mano sobre la cabeza reclinada sobre su pecho, y al sentir las lágrimas en sus pies, calzados con sandalias, se inclina y besa ligeramente los cabellos de Jesús y también ella silenciosamente llora levantando los ojos al cielo en muda plegaria. Parece una Madre dolorosa. No pronuncia una palabra, ni se mueve. Pero su actitud es tan maternal que otra cosa no puede desearse.

Jesús levanta su rostro, la mira. Pálidamente le sonríe: "Dios te bendiga por tu compasión. ¡Oh, cuán necesaria es una madre cuando el dolor supera las fuerzas del hombre!"

Se pone de pie. Mira nuevamente a la discípula y le dice: "Nunca digas nada de esto a nadie. Por esto me adelanté."

"Sí, Maestro. Pero no puedes estar más solo. Haz venir a tu Madre."

 

Llega Judas y habla con voz áspera un poco pedante e irónica

 

"Vendrá dentro de dos meses..." e iba a añadir algo cuando abajo, en la cocina, resuena la voz áspera, un poco pedante e irónica de Judas de Keriot: "¿Todavía clavado en tu trabajo, viejo? ¡Hace frío! Aquí no hay fuego. Tengo hambre. Nada hay preparado. ¿Está dormida Elisa? Quiso hacerlo ella. Pero los viejos son lentos y su memoria débil. Ey, ¿no respondes? ¿Estás sordo esta tarde?"

"No. Te dejo hablar porque eres apóstol y no está bien que te regañe" responde el anciano.

"¿Que me regañes? ¿Por qué?"

"Pregúntatelo a ti mismo y lo sabrás."

"Mi conciencia no me reprocha nada..."

"Señal que es deforme y que la has mutilado."

"¡Ja, ja, ja!" y Judas tiene que salir de la cocina porque primero se oye que se cierra una puerta y luego pisadas en la escalera.

"Voy a preparar, Maestro."

"Ve, Elisa."

Elisa sale de la habitación, se encuentra con Judas que está por poner pie en la terraza.

"Tengo frío y hambre."

"¡No más que eso! Entonces tienes muy pocas cosas."

"¿Y qué más debería tener?"

"¡Eh, muchas cosas!..." La voz de Elisa se aleja.

"Son unos viejos tontos. ¡Uff!..." Empuja la puerta y se encuentra cara a cara con Jesús. Da un paso atrás de sorpresa. Reacciona y dice: "¡Maestro, la paz sea contigo!"

"También contigo, Judas." Jesús recibe el beso del apóstol, pero el no se lo devuelve.

"Maestro, estás... ¿No me das el beso?"

Jesús lo mira sin responder.

"Es verdad. Me equivoqué. Lo menos que puedes hacer es no besarme. Pero no me juzgues muy severamente. Aquel día me tomaron en medio unos que... no te aman y disputé con ellos hasta ponerme ronco. Después... me dije: "¡Quién sabe a dónde habrá ido!" y me vine aquí a esperarte. ¿No es esta tu casa, por lo demás?"

"Mientras me lo permitan."

"¿Vas a guardarme rencor por esto?"

"No. Quiero que pienses en el ejemplo que has dado a los demás."

"¡Eh, me parece oír ya sus palabras! Pero sé cómo justificarme con ellos. Contigo ni lo intento, porque sé que ya me has perdonado"

"Es verdad. Te he perdonado."

Judas, de quien habría que esperar un acto de humildad, de amor por tanta dulzura, exclama con un gesto de rencor: "¡Pero no hay manera de verte irritado! ¿Qué clase de hombre eres?"

Jesús no responde. Judas, de pie, mira a Jesús sentado con la cabeza inclinada y sacude su cabeza con una sonrisa perversa en sus labios. Todo ha pasado ya para él. Se pone a hablar de esto y de aquello como si fuese el que mejor de todos se hubiera portado.

Anochece. Cesan los rumores en la calle.

"Bajemos" ordena Jesús.

Entran a la cocina donde brilla el fuego y arde una lámpara de tres mechas.

Jesús, cansado, se sienta junto al horno y parece descabezar un sueño al sentir el calor...

 

Llegan los apóstoles y se encuentran con Judas

 

Llaman a la puerta. El anciano va abrir. Son los apóstoles. Pedro, que es el primero en entrar, ve a Judas y le ataca: "¿Se puede saber dónde has estado?"

"Aquí. Simplemente aquí. ¿Iba yo a ser tan tonto que, después de que desaparecisteis, anduviese por acá y por allá? Me vine acá donde estaba seguro que vendríais."

"¡Qué modo de obrar!"

"El Maestro no me ha regañado. Por otra parte ten cuenta que no he perdido tiempo. Cada día he evangelizado y hasta he hecho milagros. Lo que es cosa buena.

"¿Y quién te había autorizado para ello?" pregunta enérgico Bartolomé.

 

Judas cuenta como evangelizó e hizo milagros por su cuenta

 

"Nadie. Ni tú, ni nadie. Pero basta con ser de los... de la... En una palabra, la gente está sorprendida y murmura y se ríe de nosotros, los apóstoles, que no hacemos nada. Y yo que lo sé, he trabajado por todos. Hice más. Fui a la casa de Elquías y le demostré que no se puede obrar mal cuando uno es santo. Había muchos. Los persuadí. Veréis que por estas partes no nos darán más camorra. Ahora estoy contento."

Los apóstoles se miran entre sí, miran a Jesús. Su rostro es impenetrable. Parece como cubierto por un gran cansancio físico. Es lo único que puede verse.

"Podías haberlo hecho pero con licencia del Maestro" advierte Santiago de Alfeo. "Hemos estado preocupados por tu causa."

"¡Oh, bien! Ahora podéis estar tranquilos. Nunca me habría dado permiso. Nos... tiene demasiado bajo tutela, tanto que la gente murmura de que está celoso de nosotros, que tema que se pueda hacer algo más que Él, y también de que nos tenga castigados. La gente tiene lengua mordaz. Pero la verdad, es que Él nos ama más que a la pupila de sus ojos. ¿No es verdad, Maestro? Y teme de que nos veamos en peligro o que hagamos... el ridículo. También nosotros, en nuestro interior, pensábamos haber sido castigados y que Él estuviese celoso..."

"¡Esto no! ¡Nunca lo he pensado!" le interrumpe Tomás, y con él los otros. Menos Tadeo que planta sus claros y bellísimos ojos en los bellísimos pero huidizos de Judas y lo interpela: "¿Y cómo pudiste obrar milagros? ¿En nombre de quién?"

"¿En nombre de quién? ¿Pero no te acuerdas que nos dio este poder? ¿Acaso lo ha retractado? Que lo sepa yo, no, y por esto..."

"Y por esto nunca me hubiera permitido a hacer algo sin su consentimiento u órdenes."

"Bueno, ¡y qué! A mí se me antojó hacerlo. Pensaba que no sería capaz de hacerlo. Lo logré. ¡Estoy contento de ello!" y corta la discusión saliendo al huerto oscuro.

Los apóstoles vuelven a mirarse. Están atolondrados de tanta audacia, pero ninguno quiere decir algo que pueda hacer sufrir más a su Maestro, que se le ve sufrir aun en el rostro.

Juan, Andrés y Tomás se quitan de encima las alforjas. Bartolomé, inclinándose para recoger una rama seca caída de un manojo, dice en voz baja a Pedro: "¡Quiera Dios que el demonio no lo haya ayudado!"

Pedro junta sus manos como para decir: "¡Misericordia!" pero no responde. Va a donde está Jesús, le pone una mano sobre la espalda, preguntándole: ¿Estás muy cansado?"

"Mucho, Simón."

"Está todo listo, Maestro. Ven a cenar. Mejor... quédate ahí junto al horno. Te voy a llevar leche y pan" dice Elisa. Dentro de una bandeja trae un tazón de leche caliente, pan con miel y espera a que ore de pie, ofreciendo los alimentos. Se sienta en tierra, cual una buena y anciana madre, deseosa de consolarlo. Le sonríe invitándolo a comer. Responde a Jesús que dulcemente le dice que no debería haber puesto miel sobre el pan: "Te daría mi sangre para darte fuerzas, Maestro mío. No es más que la pobre miel de mi huerto de Betsur y sirve para fortalecer. Pero mi corazón..."

Los otros comen alrededor de la mesa, con el apetito de quien ha caminado mucho. Judas, tranquilo, petulante, come con ellos y no habla más que de sí.

Todavía está hablando cuando Jesús ordena: "Cada uno vaya a las casas donde los hospedan. La paz sea con vosotros."

Se quedan con Él Judas, Bartolomé, Pedro y Andrés. Jesús manda que todos vayan a descansar. Está fatigado hasta el agotamiento, tanto que no puede ni hablar ni oír hablar, y pienso que siente fatiga en seguir haciendo esfuerzos por dominarse ante Judas de Keriot.

IX. 630-635

A. M. D. G.