JESÚS Y VALERIA. EL MILAGRO DEL
PEQUEÑO LEVÍ EN NOBE
#un navegante de Tiro que una desgracia en el mar lo ha hecho paralítico y cuenta su infortunio
#Jesús apoya la punta de sus dedos en la cicatriz, diciendo: "¡Quiero!"... "¡Levántate!"
#Soy el Pastor universal y debo acoger a todas las ovejas que quieran entrar en mi grey.
#a nadie le es lícito despreciar y rechazar a quien quiera entrar en la santa grey
#En el Reino de Dios no existen la guerra, el odio, las revoluciones.
#Un golpe a la puerta. Maestro, hay una mujer. Quiere verte. Trae a una niña consigo.
#Jesús sonríe, le dice: Aquí me tenéis. No tengáis miedo."
#Es Valeria, la madre de la pequeña, que saluda a Jesús en su lengua: "¡Salve, Maestro!"
#Valeria pide consejo al Señor para sus sufrimientos.. además de contarle lo que se dice de Jesús
#Jesús le explica lo mucho que le habló el Señor
#la separación legal no destruye el deber de la mujer de que sea fiel a su juramento de esposa
#La fornicación legal, peligrosa para la familia y para la patria, es criminal para la prole.
#Andrés ve a recoger las flores que me trajo la niña y llévalas al pequeño Leví.
un navegante de Tiro que una desgracia en el mar
lo ha hecho paralítico y cuenta su infortunio
Jesús está en medio de enfermos y peregrinos que han venido a Él de muchas partes de Palestina. Hay hasta un navegante de Tiro que una desgracia en el mar lo ha hecho paralítico y cuenta su infortunio: se le cayó encima un fardo en un balanceo de la nave y bultos pesados de mercancías le pegaron en la columna vertebral. No se murió, pero está peor que un muerto, porque perdido todo, obliga a sus padres a que no trabajen por atenderlo. Dice que fue con ellos a Cafarnaum, después a Nazaret, pero que María les dijo que estaría en Judea y sin duda en Jerusalén. "Me dio varios nombres de amigos que podían hospedarte. Un galileo de Séforis me dijo que estabas aquí. Y vine. Sé que no desprecias a nadie, ni siquiera a los samaritanos. Espero que me escucharás. Tengo mucha fe." La mujer no habla, pero en cuclillas junto a la colchoneta en la que está el enfermo, mira a Jesús con unos ojos más suplicantes que un discurso.
"¿Dónde te golpeaste?"
"Aquí en el cuello. Aquí el golpe fue más duro. Sentí un ruido en la cabeza, como cuando se golpea un bronce, que se cambió en un rugir tempestuoso, y luces, luces de todos colores danzaron ante mí... Luego no sentí más durante muchos días. Navegábamos por aguas de Cintium, y cuando volví en mí, estaba en casa. El rugir de la tempestad siguió en mi cabeza y las luces en mis ojos por días y días. Luego pasó... pero mis brazos están muertos, lo mismo que mis piernas. Soy un hombre muerto a los cuarenta años. Tengo siete hijos, Señor."
"Mujer, alza a tu marido y muestra el punto en que fue golpeado."
La mujer obedece sin replicar. Con destreza maternal y con la ayuda de otra persona que la acompaña, hermano o cuñado no lo sé, mete un brazo por debajo de la espalda, mientras que con la otra sostiene su cabeza y con la delicadeza de alguien que voltearía a un recién nacido levanta el cuerpo pesado del lecho. Una cicatriz, todavía roja, es la señal del lugar en que el golpe fue mayor.
Jesús apoya la punta de sus dedos en la cicatriz,
diciendo: "¡Quiero!"... "¡Levántate!"
"Jesús se inclina. Todos alargan su cuello para ver. Jesús apoya la punta de sus dedos en la cicatriz, diciendo: "¡Quiero!"
El enfermo siente una sacudida como si una corriente eléctrica lo hubiera tocado y se oye un grito: "¡Qué ardor!"
Jesús quita sus dedos de las vértebras lesionadas y ordena: "¡Levántate!"
El curado no espera a que se lo repitan dos veces. Apoyar los brazos inertes por varios meses sobre el lecho, sacudirse para quitarse de encima lo que lo cubre, echar las piernas fuera de la camilla, ponerse en pie, todo esto lo hace en menos tiempo del que yo lo describo.
Su mujer grita, lo mismo que su pariente. El curado enmudecido de alegría levanta los brazos al cielo. Un instante de gozo arrebatador, luego se vuelve, con la seguridad de un hombre ágil, y se encuentra cara a cara con Jesús. La voz torna a él y grita: "¡Bendito seas Tú, y quien te ha enviado! ¡Creo en el Dios de Israel y en Ti, su Mesías!" y se arroja a tierra a besar los pies de Jesús en medio de los gritos de la gente.
Luego se realizan otros milagros en niños, mujeres, ancianos. Después Jesús habla.
El milagro se concede a cualquiera, sin distinción
de lugar, que viene en busca de salud,
empujado por la fe en mi poder de curar.
"Habéis visto el milagro de huesos quebrados que se sueldan otra vez, de miembros muertos que vuelven a la vida. Esto os concedió el Señor ver para que la fe de los que creen se confirme, y hacerla nacer en los que no la tienen. El milagro se concede a cualquiera, sin distinción de lugar, que viene en busca de salud, empujado por la fe en mi poder de curar.
Hay aquí reunidos judíos y galileos, libaneses y siro-fenicios, habitantes de la lejana Batanea y de las costas marítimas. Todos han venido sin preocuparse de la estación y de lo largo del camino. Los acompañaron sus familiares sin quejarse, sin lamentarse de las labores o de los negocios que tuvieron que suspender. Porque cualquier sacrificio era nada respecto a lo que querían alcanzar. Así como cayeron por tierra los egoísmos y las incertidumbres humanas, así cayeron también las ideas políticas o religiosas que antes formaban como una muralla para que todos se considerasen como hermanos, iguales en la vida, como en el sufrimiento, en el deseo y esperanza de salud y de consuelo.
Yo he concedido esto a los que han sabido unirse en una esperanza que es ya fe. Porque es justo que se haga así.
Soy el Pastor universal y debo acoger a todas
las ovejas que quieran entrar en mi grey.
Soy el Pastor universal y debo acoger a todas las ovejas que quieran entrar en mi grey. No hago distinción de ovejas sanas y enfermas, débiles y fuertes, de las que me conocen, porque pertenecen a la grey de Dios, y de las que hasta ahora no me conocían, y ni siquiera al Dios verdadero. Yo soy el pastor del linaje humano y tomo a mis ovejas de cualquier lugar donde se encuentren y se dirijan a Mí. ¿Son ovejas flacas, sucias, abatidas, ignorantes, apaleadas por sus pastores que no las aman y las han rechazado, diciendo que son inmundas? No existe inmundicia que no pueda limpiarse. No hay inmundicia de que si alguien quiere limpiarse y pide auxilio para lograrlo, se le rechace porque es inmundo.
a nadie le es lícito despreciar y rechazar
a quien quiera entrar en la santa grey
Dios es quien suscita los buenos deseos, y si lo hace, señal es que quiere que lleguen a la realidad. Es el mismo Espíritu de Dios que pide con súplicas inefables que todos los hombres sean absorbidos por el Amor, porque el Espíritu de Dios desea derramarse y enriquecerse con el amor de un número ilimitado de seres que vienen a Él atraídos por la dulzura de sus perfumes. Por lo tanto a nadie le es lícito despreciar y rechazar a quien quiera entrar en la santa grey.
Esto lo digo para aquellos de entre vosotros que cultiven en su corazón ideas comunes en Israel, ideas de distinción y de prejuicios que Dios no ama porque son contrarios a su designio de hacer que todos los pueblos formen uno solo, que lleve el nombre del Mesías que Él ha enviado.
Ahora hablo a aquellos que han venido de lejos, a las ovejas hasta ahora no domesticadas que han sentido el deseo de entrar en la grey única del Único Pastor. Les digo que nada les quite la confianza, que nada los abata. No existe paganismo, ni idolatría, ni vida contraria a lo que enseño, que no puedan abandonarse, rechazarse, permitiendo de este modo al corazón que se haga nuevo, que se vea libre de toda mala planta, para que pueda aceptar la nueva semilla y revestirse de nueva librea.
Todos deberíais pedirme ante todo,
y desear con todas vuestras fuerzas
que se os libre
de lo que hace esclavo vuestro espíritu
de fuerzas malas que lo domeñan.
Esto, más que el deseo de la salud corporal, debería empujar a los pueblos a venir a Mí. Lo que a continuación voy a decir es para los hebreos de Palestina, como para los hebreos y prosélitos de la Diáspora y gentiles. Así como sabéis venir para que os cure de vuestras enfermedades, así también sabed venir para que se quite de vuestro espíritu el yugo del pecado o del paganismo. Todos deberíais pedirme ante todo, y desear con todas vuestras fuerzas que se os libre de lo que hace esclavo vuestro espíritu de fuerzas malas que lo domeñan. El primer milagro que deberíais desear es veros libres y querer entrar en el Reino de Dios. Porque alcanzado esto, cualquier otra cosa se os dará, y en tal forma que el don no pesara como castigo en la otra vida.
No os pusisteis a pensar en la intemperie, fatigas, pérdida de dinero con tal de alcanzar la salud del cuerpo, que aunque hoy se le cure, en un mañana no muy lejano morirá. Con el mismo valor deberíais saber hacer frente a cualquier cosa para alcanzar la salud del corazón, la vida eterna y la posesión del Reino de Dios. ¿Qué son las befas o amenazas de familiares, conciudadanos o autoridades respecto a lo que tendréis todos vosotros, de donde sea el lugar que vengáis, si venís a la verdad y a la vida? ¿Quién dejaría de ir a un lugar donde supiese que le espera una vida feliz, por entretenerse un día en una fiesta que se acaba con el anochecer? Y sin embargo muchos lo hacen. Y para saciarse de insípidas e inútiles alegrías del mundo, que no duran nada, dejan de acudir al lugar donde encontrarían para siempre el verdadero alimento, la verdadera salud, la verdadera alegría, sin miedo de que el enemigo pueda arrebatarla.
En el Reino de Dios no existen la guerra,
el odio, las revoluciones.
En el Reino de Dios no existen la guerra, el odio, las revoluciones. Quien entra en él no conoce más el dolor, el ansia, el engaño, sino que posee la alegre paz que emana de mi Padre.
Podéis iros. Volved a vuestros países. Mis discípulos son ya numerosos y están esparcidos por las regiones palestinenses. Escuchadlos, si queréis conocer mi doctrina y estar prontos para el día de la decisión de la que dependerá la vida eterna de muchos. Que mi paz os acompañe."
Bendecida la multitud vuelve a entrar en casa... Los apóstoles se quedan fuera todavía un poco, luego entran para el almuerzo, pues el sol está ya a la mitad de su carrera.
Sentados a la rústica mesa, después de haber bendecido el queso y verduras con aceite, hablan de los sucesos de la mañana y se congratulan de que el número de discípulos evangelizadores sea tal que pueda aliviar al Maestro de la fatiga de hablar continuamente, sobre todo ahora que se le ve fatigadísimo.
En realidad Jesús ha adelgazado mucho estos días y su color que era de color marfil, con pinceladas de rosa bajo lo morenillo de su piel, por lo menos en sus mejillas, ahora es del todo blanco, semejante a un pétalo casi seco de magnolia. Viví mucho tiempo en Milán y conozco el delicado color de mármol de Candoglia con que está construida la hermosa catedral. Pues a mí me parece que el rostro de Señor, en estos últimos meses dolorosos de su vida terrena, tenga el color de ese mármol, que no es blanco, ni rosa, ni amarillo, sino los tres juntos. Los ojos son más profundos y por esto más oscuros. Tal vez se deba esto a una sombra de cansancio que obscurece sus párpados y órbitas. Ojos que poco duermen, que mucho lloran y sufren. Las manos parecen más largas porque están más delgadas y pálidas, las dulces manos de mi Señor en que se ven ya los tendones y las venas, las cavidades, y se transparentan los huesos. Manos santas, manos mártires que pronto el clavo traspasará. El verdugo perderá tiempo en encontrar el lugar donde meta el clavo, porque no hay grasa ya en la mano asceta de mi Señor. Ahora las tiene sueltas, como cansadas, sobre la tabla oscura de la mesa, mientras mueve su cabeza sonriendo cansadamente a su discípulos que caen en la cuenta de su infinito cansancio corporal, y sobre todo de corazón. Comprenden que está muy afligido por el esfuerzo de tener unidos corazones diversos, de tener que soportar y tener oculto la infamia de su discípulo incorregible...
Pedro dice: "Tú debes descansar completamente hasta la Fiesta de la Dedicación. Me ocuparé de los que vengan. Te irás... sí, te irás a casa de Tomás. Estarás cerca y tranquilo."
Tomás apoya la proposición de Pedro, pero Jesús mueve sus cabeza. No. No quiere ir.
"Entonces no hablarás en estos días. Lo podemos hacer nosotros. No será gran cosa, pero no nos separaremos de lo que sabemos. Solo curarás a los enfermos."
"También nosotros podemos hacerlo" propone Iscariote.
"¡Umh! Por mí, no" contradice Pedro.
"¡Ya lo has hecho!"
"Sí. Cuando el Maestro no estaba con nosotros, y teníamos que presentarlo y hacer que lo amasen. Pero ahora está aquí y los milagros los hace Él sólo. Él es el único digno. ¡Milagros, nosotros! Si somos nosotros los que tenemos necesidad de renovación, porque por nosotros mismos, y ahora caigo en la cuenta de ello, no haremos nada de bueno. Somos unos miserables, pecadores ignorantes."
"Habla por ti sólo, te lo ruego. ¡Yo no me siento miserable!" replica Judas de Keriot.
Su cansancio es más bien moral que físico...
Jesús...Le alarga una mano ... para acariciársela.
Zelote... se la besa.
"El Maestro está cansado. Su cansancio es más bien moral que físico. Si en verdad lo amamos, evitemos las disputas. Son cosas que lo agotan" protesta enérgico Zelote!
Jesús levanta sus ojos para mirar al apóstol, siempre prudente. Le alarga una mano por encima de la mesa para acariciársela. Zelote toma entre sus manos oscuras la blanca de Jesús y se la besa.
"Tienes razón. Pero también la tengo yo al afirmar que debe absolutamente reposar. ¡Parece estar enfermo!..." insiste Pedro.
Todos están de acuerdo, incluidos el viejo Juan y Elisa, la que añade: "Lo había dicho hace tanto tiempo yo. Por esto quisiera..."
Un golpe a la puerta. Maestro, hay una mujer.
Quiere verte. Trae a una niña consigo.
Un golpe a la puerta.
Andrés que es el más cercano, abre y sale, cerrando la puerta detrás de sí.
Vuelve a entrar: "Maestro, hay una mujer. Quiere verte. Trae a una niña consigo. Debe ser de alta posición social, aun cuando su vestido es modesto. No está enferma. Tampoco la niña, según creo. Pero no puedo afirmarlo bien porque trae un grueso velo. La niña trae hermosas flores en sus bracitos."
Despídela. Estamos diciendo que debe descansar y tú no lo dejas ¡ni siquiera comer!" grita con mal genio Pedro.
"Se lo he dicho, pero respondió que no dará ninguna molestia al Maestro y que Él tendrá gusto de volverla a ver."
"Entonces dile que regrese mañana, a la hora de todos. Ahora el Maestro va a descansar."
"Andrés, acompáñala a la habitación de arriba. Voy pronto" dice Jesús.
"¡Ved! ¡Ya lo preveía! ¡Así se cuida! ¡Todo lo contrario de lo que estábamos diciendo!" Pedro está enojado.
Jesús se levanta y antes de salir pasa detrás de Pedro, le pone las manos sobre la espalda, se inclina un poco a besar sus cabellos diciéndole: "¡Bueno, Simón! Quien me ama ayuda a mi cansancio mas que el reposo de la cama."
"¿Qué sabes si es una de las que te aman?"
"Simón, la ira te empuja a decir palabras de las que ya te has arrepentido por necias. ¡Bueno, bueno" Una mujer que viene con una criatura inocente, que me trae flores, no puede ser sino una que me ama y que intuye mi necesidad de encontrar un poco de amor y pureza en medio de tanto odio e inmundicia." Sube por la escalera que lleva a la terraza, mientras Andrés, terminado su encargo, vuelve a entrar en al cocina.
La mujer está en la puerta de la habitación de arriba. Alta, delgada bajo un pesado manto gris, con un velo de viso de color marfil que le baja del capucho cerrado en torno a su cara. La niña, que apenas llegará a los tres años, viene vestida de blanca lana con un manto circular con su capucho también blanco que ha caído detrás de sus cabellos de color rubio-castaño, porque la pequeña mira a la mujer levantado su carita que emerge de las flores que tiene entre sus bracitos. Bellas flores que sólo pueden encontrarse en estas regiones en el invierno: rosas encarnadas y flores blancas cuyo nombre ignoro. No soy muy experta en florería.
Apenas Jesús aparece en la terraza, que la pequeñita empujada por la mujer, corre a su encuentro: "Ave, Domine Jesu!"
Jesús se inclina a ver a la pequeña. Le pone una mano sobre sus cabellos y le contesta: "La paz sea contigo", luego se endereza, sigue a la pequeñuela que con su sonrisita de pajarito vuelve a la mujer que se ha inclinado profundamente, haciéndose a un lado de la puerta para que pase el Maestro.
Jesús la saluda con una inclinación de cabeza y entra en la habitación. Se sienta en uno de los primeros bancos que encuentra, sin decir nada. Tiene la majestad de rey. Sentado sobre el banco de madera sin respaldo, parece estar sentado en un trono tanta es la dignidad que irradia. No trae el manto, tan sólo su vestido de lana de azul muy oscuro, sin adornos, ni flecos. Un poco descolorido en la espalda donde la lluvia, el sol, el polvo y el sudor lo han desteñido. Es pobre, pero limpio. Parece como si fuera de púrpura, por la majestad de quien lo viste. Mantiene su cuerpo erguido, sus manos sobre las rodillas con las palmas abiertas. Sus pies están descalzos sobre el desnudo suelo de viejos ladrillos. Por fondo una pared desnuda, apenas si blanqueada con cal. Detrás no hay ni baldaquino, ni una bandera, sino un cedazo para la harina, una reata de la que penden manojos de ajos y cebollas. Se ve más imponente que si tuviese bajo sus pies un suelo precioso, a sus espaldas una pared dorada y un velo de púrpura adornado con joyas sobre su cabeza.
Jesús sonríe, le dice: Aquí me tenéis.
No tengáis miedo."
Es Valeria, la madre de la pequeña,
que saluda a Jesús en su lengua:
"¡Salve, Maestro!"
Espera. Su majestad cohíbe a la mujer presa de una admiración respetuosa. También la niña se calla y se queda inmóvil junto a la mujer, un poco, tal vez, asustada. Pero Jesús sonríe, le dice: Aquí me tenéis. No tengáis miedo."
Todo temor desaparece. La mujer dice algo a los oídos a la niña, que camina seguida de la mujer hacia las rodillas de Jesús y le pone su racimo de flores. "Las rosas de Faustina a su Salvador." Lo dice lentamente como quien no conoce bien una lengua que no es la suya. Entre tanto la mujer se arrodilla detrás de la niña, echándose atrás el velo. Es Valeria, la madre de la pequeña, que saluda a Jesús en su lengua: "¡Salve, Maestro!"
"Que Dios llegue a ti. ¿Cómo es que has venido? ¡Y sola!" pregunta Jesús mientras acaricia a la pequeñita que no tiene ya miedo, y no contenta con haber puesto las flores sobre las rodillas de Jesús, busca con sus manitas en el perfumado ramo las más hermosas según ella y se las ofrece diciendo: "¡Tómalas! ¡Tómalas! Son tuyas" y toma ya una rosa, ya una flor de largas hojas blancas y perfumadas, las levanta hasta el rostro de Jesús que las toma y luego las vuelve a poner sobre las demás.
Valeria pide consejo al Señor para sus
sufrimientos...
además de contarle lo que se dice de Jesús
Valeria habla: "Estuve en Tiberíades porque mi hija estuvo un poco enferma y nuestro médico lo aconsejó..." Una pausa larga. Cambia de color, después, como de prisa, dice: "Sufría terriblemente en el corazón deseaba verte, porque para este sufrimiento mío hay solo un médico: que eres Tú; Maestro, que para todo tienes palabras acertadas... Por esto he venido. Por el egoísmo de ser consolada, y también para saber lo que debo hacer para... sí, para agradecerte a Ti y a tu Dios que me habéis concedido tener a esta hijita mía... Sabemos muchas cosas, Maestro. Las cosas más pequeñas acaecidas en la Colonia se refieren a Pilatos diariamente sobre su mesa de trabajo, y así obtiene una vista de conjunto, pero para tomar alguna decisión se aconseja con Claudia... Muchos informes hablan de Ti y de los hebreos que agitan el país convirtiéndote al mismo tiempo en enseña nacional de rebeldía y causa de odio civil. Claudia está en lo cierto cuando le dice que si en Palestina hay alguien que no le haría mal alguno, eres Tú. Y Pilatos día tras día la escucha... Hasta ahora quien se impone es Claudia. Pero si mañana una otra fuerza dominase a Pilatos... Lo supe y por esto pensé que mi pequeñita te daría consuelo..."
Tienes un corazón bondadoso y lleno de luz. Que Dios te ilumine y vela ahora y siempre por esta hijita tuya."
"Gracias, Señor. Tengo necesidad de Dios..." Lágrimas resbalan por los ojos de Valeria.
"Es verdad. Tienes necesidad de Él. En Él encontrarás todo consuelo y además el guía para juzgar acertadamente, para perdonar, amar otra vez y sobre todo para educar a esta niña a fin de que tenga la vida dichosa de quienes son hijos del Dios verdadero.
Jesús le explica lo mucho que le habló el Señor
Lo ves. El Dios que no conocías, del que tal vez te burlaste, como de su ley, el Dios que es tan diverso de vuestros dioses, como lo es su ley diversa de las vuestras y de vuestra religión. El Dios que tal vez ofendiste con una vida en que la virtud no se tiene en cuenta: culpas leves, si quieres, pero duras heridas a la virtud y ofensas a la Divinidad que te creó. Este Dios te ha amado mucho. Valiéndose de un dolor que sentías con toda la fuerza de madre, de mujer que no conoce la vida futura e ignora lo que significa la separación temporánea de su hijo, te trajo a Mí. Tanto te amó que te llevó a Cesarea cuando en tu dolor agonizabas al ver que el cuerpo de tu hija iba enfriándose. Tanto te amó para que tuvieses siempre ante sus ojos su bondad y poder, y tuvieses un freno contra las costumbres licenciosas paganas y un consuelo en los dolores que pudieras encontrar como mujer casada. Tanto te ha amado que por medio de otros dolores ha reforzado en ti la voluntad de venir al Camino, a la Verdad, a la Vida, y de quedarte ahí con tu hijita para que al menos desde su infancia tenga lo que es consuelo y paz, salud y luz en los tristes días que caminará por la tierra, y la defienda de todo lo que te hace sufrir en tus afectos, en lo mejor de tu ser, que es instintivamente bueno y que no soporta el fango en que se le obliga a vivir.
Solo el que vive en la verdadera religión sabe dar
a sus afectos el valor,
medida y manifestaciones apropiadas.
Por lo que se refiere a tus afectos, eres una pagana. No es culpa tuya, sino del siglo en que vives, del gentilismo en que te creaste. Solo el que vive en la verdadera religión sabe dar a sus afectos el valor, medida y manifestaciones apropiadas. Tú, que no conocías la vida eterna, amabas desordenadamente a tu hijita, y al verla morir, te rebelabas con todas fuerzas, enloquecías con su muerte próxima. Así como alguien que viera a un demente apoderarse de su ser más querido y lo suspendiese sobre un abismo, de donde nunca se podría salir, del que al caer jamás se podrían tener ni siquiera el cadáver frío para darle el último beso de amor, así veías a tu Faustina colgando en el abismo de la nada... ¡Pobre madre que no tendría ya más hija! Ni con el espíritu, ni en la realidad. Sería la nada. La nada inexorable que llega con la muerte para los que no creen en la vida espiritual.
El hombre es la cabeza de la familia,
pero cabeza no quiere decir déspota.
"Donde tú, Cayo, ahí, yo, Caya" decís.
Tú, mujer pagana, amorosa, fiel, has amado en tu esposo a tu dios terrenal, compañero de placeres, a tu hermoso dios que se dejaba adorar, rebajando tu dignidad al nivel de esclava. Esté sujeta la mujer a su marido, humilde, fiel, castamente. El hombre es la cabeza de la familia, pero cabeza no quiere decir déspota. Cabeza no significa ser un patrón caprichudo que dispone a su antojo no sólo del cuerpo, sino también de la parte mejor de su esposa. "Donde tú, Cayo, ahí, yo, Caya" decís. Pobres mujeres de un país donde la licencia existe aun en las fábulas de vuestros dioses. Quienes de vosotras no sois impúdicas, ni desenfrenadas, ¿cómo podéis estar donde están vuestros esposos? Es inevitable que quien no es una desvergonzada y corrompida se separe con asco, que experimente un dolor verdaderamente atroz, como si sus fibras se desgarrasen, que sienta pasmo, derrumbarse todo un culto que tenía por su marido a quien contemplaba como a un dios, cuando descubre que a quien adoraba como a una deidad, es un ser miserable, dominado por el instinto brutal, y que es licencioso, adúltero, disipado, indiferente, que se burla de los sentimientos y dignidad de su esposa.
No llores. Todo lo sé, sin necesidad de que centuriones me lo informen. No llores, mujer. Aprende antes bien a amar a tu esposo ordenadamente."
"No puedo amarlo ya. No lo merece. Lo desprecio. No me envileceré imitándolo. No puedo amarlo. Todo ha acabado entre nosotros. He dejado que se fuera... sin tratar de detenerlo... En el fondo, la única vez que le agradezco, que se haya ido... No volveré a buscarlo. Por otra parte, ¿cuándo fue para mí un compañero? Al caerse la venda de mi adoración por él, ahora puedo recordar y juzgar sus acciones. ¿Estaba acaso en mi corazón cuando lloraba yo, teniendo que seguirlo hasta acá, abandonando a mi madre que moría de dolor y a mi patria, cuando era yo una joven esposa, próxima a dar a luz? El se burlaba con sus amigos de mis lágrimas, de mis náuseas, advirtiéndome sólo que no le fuese a ensuciarle el vestido. ¿Acaso estuvo a mi lado cuando me moría de nostalgia por mi patria? No. Afuera, con sus amigos, en banquetes donde mi estado no me permitía ir... ¿Estuvo vez alguna inclinado sobre la cuna de mi recién nacida? Se echó a reír cuando le mostraron a su hijita, y borbotó: "Estoy tentado a echarla al suelo. No me eché el yugo matrimonial para tener hijas". Ni siquiera se presentó a la purificación, llamándola inútil pantomima. Y como la pequeña lloraba, dijo al salir: "Ponle por nombre Libitina, y que la diosa la acepte". Cuando Fausta agonizaba, ¿acaso compartió conmigo mis angustias? ¿Donde estuvo la noche que precedió a tu llegada? En casa de Valeriano, en un banquete. Pero lo amaba yo. Era mi dios, como lo dijiste. Todo me parecía bueno en él, justo en él. Me permitía que lo amara... era la más sumisa esclava de sus caprichos. ¿Sabes porqué me ha rechazado?."
¿Sabes porqué me ha rechazado?
"Lo sé.
Porque en tu cuerpo surgió el alma,
y dejaste de ser hembra para ser la esposa."
Tu hija no debe ser causa de injusticia
para con el Todo,
sino al contrario.
Por ella y con ella tienes el deber de ser virtuosa.
"Lo sé. Porque en tu cuerpo surgió el alma, y dejaste de ser hembra para ser la esposa."
"Estás en lo cierto. He querido hacer de mi hogar un hogar virtuoso... Logró obtener del Cónsul que se le mandase a Antioquia y me ordenó que no lo siguiese, pero se llevó a las esclavas favoritas. ¡Oh, no iré detrás de él! Tengo a mi hija. Tengo todo."
"No. No tienes todo. Tienes una parte, una parte pequeña, del todo que te sirve a fin de que seas virtuosa. El Todo es Dios. Tu hija no debe ser causa de injusticia para con el Todo, sino al contrario. Por ella y con ella tienes el deber de ser virtuosa."
"Vine a consolarte y eres Tú el que me consuelas. Vine también a preguntarte cómo educarla para que sea digna de su Salvador. Había pensado en hacerme prosélita vuestra y en que ella también lo fuese..."
"¡Oh, todo ha acabado entre nosotros!"
"No. Todo empieza.
Eres siempre su mujer.
El deber de una mujer buena
es hacer a su consorte bueno."
"¿Y tu marido?"
"¡Oh, todo ha acabado entre nosotros!"
"No. Todo empieza. Eres siempre su mujer. El deber de una mujer buena es hacer a su consorte bueno."
"Dice que quiere divorciarse. Y lo hará. Por esto..."
"Y lo hará. Pero todavía no lo ha hecho. Y mientras no lo haga, tú eres su mujer aún según vuestra ley. Y como tal tienes la obligación de quedarte en tu lugar como esposa. Tu lugar es el segundo después del de tu marido, en tu casa, con tu hija, a los ojos de los criados y del mundo. Tú dices: él fue quien dio el mal ejemplo. Es verdad. Pero eso no quita que tú no des el de virtud. El se marchó. Es verdad. Ante tu hija y siervos toma su lugar.
vuestras antiguas virtudes eran fruto de la
convicción veraz de tener que ser virtuosos
para que lo mirasen a uno con amor los dioses;
eran fruto del deber que sentían para con las
divinidades que adorabais.
a los ojos de la justicia eterna y verdadera,
a los del Dios Altísimo, Único y Omnipotente Creador
de todos los seres, esas virtudes, ese respeto, esas
obligaciones y deberes no eran en vano
No todo lo que hay en vuestras costumbres es digno de condenación. Cuando Roma no se había corrompido tanto, sus mujeres eran castas, trabajadoras y servían a las divinidades con vida virtuosa y fiel. Aunque la condición miserable de paganas las hacía servir a falsos dioses, la intención era buena. Entregaban su virtud al Ideal de su religión, a la necesidad de respeto a una religión, a una divinidad cuyo nombre les era desconocido, pero que les parecía existir, que era mayor que el licencioso Olimpo, que las envilecidas deidades que lo pueblan según las leyendas mitológicas. Vuestro Olimpo no existe, vuestros dioses tampoco. Pero vuestras antiguas virtudes eran fruto de la convicción veraz de tener que ser virtuosos para que lo mirasen a uno con amor los dioses; eran fruto del deber que sentían para con las divinidades que adorabais. A los ojos del mundo, sobre todo de nuestro mundo judío, no habéis dejado de ser unos necios al honrar a quien no existe. Pero a los ojos de la justicia eterna y verdadera, a los del Dios Altísimo, Único y Omnipotente Creador de todos los seres, esas virtudes, ese respeto, esas obligaciones y deberes no eran en vano. El bien es siempre bien, la fe tiene siempre valor de fe, la religión tiene siempre valor de religión si el que la sigue, practica y ama está convencido de estar en al verdad.
la separación legal no destruye
el deber de la mujer de que sea fiel
a su juramento de esposa
Te exhorto a que imites a las antiguas mujeres castas, trabajadoras y fieles de vosotras, quedándote en tu lugar, como columna y luz en tu casa y de tu casa. No creas que los siervos dejarán de respetarte menos porque te quedas sola. Hasta ahora te han servido con miedo y algunas veces con cierto odio y deseos de rebelión. De hoy en adelante te servirán de corazón. Los infelices aman a sus iguales. Tus esclavos saben lo que es el dolor. Tu alegría fue en otros tiempos un aguijón amargo. Tus penas, al despojarte del frío resplandor de patrona, en el sentido odioso de esta palabra, te revestirán con una luz amorosa de piedad. Te amarán, Valeria. Te amará Dios, te amará tu hija, te amarán tus siervos. Y aun cuando no fueses esposa, sino la divorciada, recuerda (Jesús se pone de pie) que la separación legal no destruye el deber de la mujer de que sea fiel a su juramento de esposa.
es que la mujer es carne de la carne de su esposo
y que nada, ni nadie, puede separar
lo que Dios ha hecho una sola carne.
Quisieras entrar en nuestra religión. Uno de sus preceptos divinos es que la mujer es carne de la carne de su esposo y que nada, ni nadie, puede separar lo que Dios ha hecho una sola carne. También entre nosotros existe el divorcio. Se introdujo como fruto perverso de la lujuria humana, del pecado de origen, de la corrupción de los hombres. Pero Dios espontáneamente no lo quiso. Dios no cambia palabra. Dios había dicho, al inspirar a Adán, todavía inocente y por lo tanto que hablaba con una inteligencia no ofuscada por la culpa, que los esposos, una vez unidos, deben ser una sola carne. La carne no se separa de la otra sino por la muerte o enfermedad.
El divorcio mosaico, permitido para evitar pecados atroces, no concede a la mujer sino una libertad mezquina. La divorciada es siempre un ser inferior en el concepto de los hombres, bien se quede en tal estado, bien pase a segundas nupcias. En el juicio de Dios, es una infeliz si su esposo por mala voluntad la divorcia y sigue en esta condición; pero no es más que una pecadora, una adúltera si comete tales pecados o si vuelve a casarse. Tú, al querer entrar en nuestra religión, lo haces por seguirme. Así pues Yo, Verbo de Dios, al haber llegado el tiempo de la religión perfecta, te digo lo que he dicho a muchos. No es lícito al hombre separar lo que Dios unió y es adúltero el que, o la que viviendo su cónyuge, se casa.
El divorcio es una prostitución legalizada,
que pone al hombre y a la mujer en condiciones
de cometer pecados de lujuria
La fornicación legal, peligrosa para la familia
y para la patria, es criminal para la prole.
Los hijos de los divorciados juzgarán a sus padres.
¡Severo es el juicio de los hijos!
Por lo menos uno de sus padres recibe la condenación.
El divorcio es una prostitución legalizada, que pone al hombre y a la mujer en condiciones de cometer pecados de lujuria. La mujer divorciada difícilmente puede ser viuda de su varón, viuda fiel. El hombre divorciado jamás permanece fiel a su primer matrimonio. Tanto el uno como el otro, al pasar a otras uniones, descienden del nivel de hombres al de animales, que pueden cambiar de hembra según su apetito. La fornicación legal, peligrosa para la familia y para la patria, es criminal para la prole. Los hijos de los divorciados juzgarán a sus padres. ¡Severo es el juicio de los hijos! Por lo menos uno de sus padres recibe la condenación. Y los hijos, por el egoísmo de sus padres, se ven condenados a una vida afectiva mutilada. Si a las consecuencias que acarrea el divorcio, por el que los inocentes hijos se ven privados de padre o madre, se añade que uno de los cónyuges vuelva a casarse y con él se quedan los hijos; a la suerte desgraciada de una vida afectiva que mutiló un miembro que no está, se une otra mutilación: la que perdió, más o menos en parte, en el afecto del otro miembro, separado, o completamente perdido, por el nuevo amor y por hijos que nacen de una nueva unión.
Hablar de nupcias, de matrimonio
en el caso de una nueva unión de un divorciado
o divorciada,
es profanar el significado del matrimonio
Hablar de nupcias, de matrimonio en el caso de una nueva unión de un divorciado o divorciada, es profanar el significado del matrimonio. Sólo la muerte de uno de los cónyuges y la viudez de uno de ellos puede justificar secundas nupcias. Yo sería de parecer que sería mejor bajar la cabeza ante la sentencia siempre justa de quien regula los destinos de los hombres y encerrarse dentro de una castidad, cuando la muerte ha puesto fin al estado matrimonial, dedicándose completamente a los hijos y amando al cónyuge que pasó a buena vida en sus hijos. Un amor despojado de todo lo que puede ser material, un amor santo y verdadero.
¡Pobres hijos! Saborear después de la muerte o la destrucción del hogar, la dureza de un padrastro o la de una madrastra, y ¡la angustia de ver que las caricias se condividen con otros hijos que no son hermanos!
En mi religión no existirá el divorcio
La ley humana no podrá cambiar mi decreto
El matrimonio en mi religión ...será un rito sagrado.
No. En mi religión no existirá el divorcio. Será adúltero y pecador el que se divorcie civilmente para contraer nuevo matrimonio. La ley humana no podrá cambiar mi decreto. El matrimonio en mi religión no será un contrato civil, una promesa moral, que se hace ante la presencia de testigos y que éstos sancionan. Será una unión fuerte, sólida, santamente indisoluble por el poder santificante que le daré para que se convierta en Sacramento. Para que comprendas: será un rito sagrado. Este poder o fuerza ayudará a practicar santamente todos los deberes matrimoniales, pero también será la señal de la indisolubilidad del vínculo.
se extenderá al alma de los cónyuges.
Por tanto se convertirá también en un contrato
espiritual que Dios sancionará
por medio de sus ministros.
Hasta ahora el matrimonio ha sido un contrato natural, mutuo y moral entre dos de sexo diverso. Cuando llegue mi ley, se extenderá al alma de los cónyuges. Por tanto se convertirá también en un contrato espiritual que Dios sancionará por medio de sus ministros. Bien sabes que nada es superior a Dios. Por esto lo que Él hubiere unido, ninguna autoridad, ley o capricho humano podrá disolver.
la muerte no es fin, sino separación temporal
del esposo y de la esposa, y
el deber de amar dura aún después de la muerte.
Vuestro rito de "donde tú Cayo, ahí yo, Caya" se perpetúa en el nuestro hasta el más allá, en mi rito, porque la muerte no es fin, sino separación temporal del esposo y de la esposa, y el deber de amar dura aún después de la muerte. Por esto afirmo que los viudos deberían ser castos. Pero el hombre no sabe serlo. Por esto también afirmo que los cónyuges tienen el deber recíproco de mejorar a su compañero.
No muevas la cabeza. Esta es la obligación, que debe cumplirse, si alguien quiere venir en pos de Mí."
"Hoy estás severo, Maestro."
"No. Soy Maestro y tengo ante Mí a una criatura que puede crecer en la vida de la gracia. Si no fueras lo que eres, te impondría menos. Pero tienes una buena disposición, y el sufrimiento purifica, templa siempre el metal. Un día te acordarás de Mí y me bendecirás de haberme portado como ahora lo hago."
"Mi marido no volverá atrás..."
"Pero tú irás adelante, llevando de la mano a la inocente y caminarás por el sendero de la justicia, sin odio, sin venganzas; y también sin inútiles esperas o reproches porque se perdió."
"¡Sabes que lo tengo perdido!"
"Lo sé. Pero no tú. El te ha perdido a ti. No te merecía. Escucha ahora... Es algo duro. Sí. Me has traído rosas y la inocente sonrisa de tu hijita para consolarme.... Yo... no puedo sino prepararte a que lleves la corona de espinas de las esposas abandonadas... Pero reflexiona. Si pudiese retroceder el tiempo y llevarte a aquella mañana en que Faustina agonizaba, y que tu corazón se encontrase en condiciones de escoger entre tu hija o tu marido, y que debieras absolutamente perder a uno de los dos, ¿a quién habrías escogido?"
Valeria reflexiona. Palidece por lo que sufre, por las lágrimas que la principio de la conversación derramó,... Se inclina sobre la pequeñita que está sentada en el suelo que juguetea poniendo las flores blancas alrededor de los pies de Jesús. La toma, la abraza, dice con fuerte voz: "Escogería a ésta, porque a ella puedo darle mi corazón y educarla como he aprendido en la vida. ¡Mi hija! Y no separarnos ni en la otra vida. ¡Yo siempre su madre; ella siempre mi hija!" La cubre de besos, y la pequeñita la estrecha en el cuello, toda amor, toda sonrisas.
para que ambas estemos en tu Reino?
¿Qué palabras debo decirle, qué conducta?...
Ama a Dios y al prójimo para que aprenda a amar.
Vive en al tierra con tus cariños en Dios.
Ella te imitará.
"Dime, ¡oh!, dime, Maestro que enseñas a vivir como héroes, ¿cómo educarla para que ambas estemos en tu Reino? ¿Qué palabras debo decirle, qué conducta?..."
"No son necesarias palabras ni conducta especial. Sé perfecta para que refleje tu perfección. Ama a Dios y al prójimo para que aprenda a amar. Vive en al tierra con tus cariños en Dios. Ella te imitará. Por ahora así. Más tarde, mi Padre que os ha amado de modo especial, proveerá a vuestras necesidades espirituales, y seréis sabias en la fe que traerá mi Nombre. esto es lo que hay que hacer. En el amor de Dios encontrarás frenos contra el mal. En el amor al prójimo tendrás una ayuda contra el abatimiento de la soledad. Aprende a perdonar, a ti misma... y enseña lo mismo a tu hijita. ¿Comprendes lo que quiero decir?"
"Comprendo... Es justo... Maestro, me voy. Bendice a una pobre mujer... que es más pobre que una mendiga que tiene un fiel marido..."
"¿En dónde vives ahora? ¿En Jerusalén?"
"No. En Béter. Juana que es muy buena, me ha mandado a su castillo... Sufría mucho allá... Estaré hasta que venga Juana a Jerusalén, que será muy pronto. Baja a Judea con tu Madre y las otras discípulas cuando empiece la primavera. Estaré con ella por un poco de tiempo. Luego vendrán las otras e iré con ellas. Para ese entonces el tiempo habrá curado ya la herida."
"El tiempo. Pero sobre todo Dios y la sonrisa de tu hijita. Hasta la vista, Valeria. Que el Dios verdadero que buscas con buen corazón, te consuele y te proteja." Jesús pone la mano sobre la cabeza de la pequeñuela bendiciéndola. Se acerca a la puerta cerrada y pregunta: "¿Viniste sola?"
"No. Con una liberta. Mi carro me espera en el bosque a la entrada del pueblo. ¿Nos volveremos a ver, Maestro?"
"Para la Dedicación estaré en Jerusalén, en el Templo."
"Iré a allá, Maestro. Tengo necesidad de tus palabras en mi nueva vida..."
"Vete tranquila. Dios no deja de ayudar a quien lo busca."
"Lo creo... ¡Oh, qué triste es nuestro mundo pagano!"
La tristeza está donde no está la verdadera vida
en Dios. También en Israel se llora...
Y es porque no se vive más en la ley de Dios.
"La tristeza está donde no está la verdadera vida en Dios. También en Israel se llora... Y es porque no se vive más en la ley de Dios. Hasta pronto. La paz sea contigo."
La mujer se inclina profundamente y dice algo al oído a la niña. Esta levanta su carita, tiende sus bracitos y repite con su vocecilla: "Ave, Domine, Jesús!"
Jesús se inclina sobre la boquita y recoge el besito que la niña le iba ya a dar. Nuevamente la bendice... Luego entra en la habitación y pensativo se sienta junto a las flores esparcidas por el suelo.
Pasa el tiempo así. Luego alguien llama a la puerta.
"Entra."
La puerta se entreabre y aparece la cara fiel de Pedro.
"¿Eres tú? Ven."
"No. Tú deberías venir con nosotros. Aquí hace frío. ¡Qué hermosas flores! ¡Deben valer!" Pedro habla mirando a su Maestro.
"Sí. Valen. Pero la manera y el modo con que se hizo valen más que las flores. Me las trajo la niña de Valeria, la romana amiga de Claudia."
"¡Lo sé, lo sé! ¿Y para qué?"
"Para consolarme. Saben lo que sufro y Valeria tuvo una buena idea. Pensó que las flores de una inocente podrían consolarme..."
"¡Una romana!... ¡Y nosotros los de Israel te causamos tanto dolor!... Judas tuvo razón en sospechar. Dijo que había visto un carro esperando, y que sin duda era de alguna mujer romana... y... se intranquilizó..." La cara de Pedro es toda una interrogación.
Jesús no pregunta más que: "¿Dónde está Judas?"
"Afuera. Quiero decir, en el camino, cerca del bosque. Quiere enterarse de quién ha venido a verte..."
"Bajemos."
Andrés ve a recoger las flores que me trajo
la niña y llévalas al pequeño Leví.
Judas está ya en la cocina. Se vuelve al ver a Jesús y dice: "Aunque quisieras negarlo, no podrás menos de decir que esa mujer vino a... ¡lamentarse de alguna cosa! ¿No tienen algo más que decir? No tienen otra ocupación más que de espiar y de ir a contar y..."
"No estoy obligado a responderte, pero lo haré por todos. Simón Pedro sabe quién fue, y a todos voy a decir a qué vino. Aun las personas aparentemente más felices pueden tener necesidad de consuelo y de consejo... Andrés ve a recoger las flores que me trajo la niña y llévalas al pequeño Leví."
"¿Por qué?"
"Porque está agonizando."
"¿Agonizando? Pero si a la hora de tercia lo vi yo, ¡y estaba sano!" dice admirado Bartolomé.
"Estaba sano. Dentro de poco habrá muerto."
"Si está tan mal, poco gozará de las flores..."
"Las flores que manda el Maestro dirán una palabra luminosa en ese hogar aterrorizado."
Jesús se sienta. Los demás hablan de la fragilidad de la vida. Elisa se pone el manto, diciendo: "Yo también voy con Andrés... ¡Pobre mujer!..."
Andrés y Elisa se alejan con las flores entre las manos...
Jesús sigue callado, también Judas... Jesús está silencioso, pero no severo... Judas lo mira una y otra vez, aguijoneado por el ansia de saber, por el ansia atormentadora de quien no tiene paz en la conciencia. Encuentra la solución en llamar aparte a Pedro. Se calma Va a molestar a Mateo que quieto escribe en un rincón de la mesa".
Maestro... el niño en verdad que está agonizando...
sus padres... juntos dijeron:
"¡Oh, es verdad" Ve a llamarlo. El lo curará"
"La palabra de la fe. Vamos"
Regresa Andrés corriendo, jadea. "Maestro... el niño en verdad que está agonizando... De improviso... Parece como si estuviesen locos... Cuando Elisa dijo: "Las manda el Señor", yo creía que entenderían que era: "para el féretro", pero sus padres... juntos dijeron: "¡Oh, es verdad" Ve a llamarlo. El lo curará"."
"La palabra de la fe. Vamos" y Jesús sale aprisa, casi corriendo. Todos lo siguen, hasta el viejo Juan que cojea.
La casa está en los límites del poblado. Jesús pronto llega, se abre paso entre la gente que estorba la entrada, va derecho a una habitación que está en el fondo del pasillo. Es una casa grande; muchos viven en ella, tal vez hermanos ".
En la habitación, están inclinados sobre el lecho improvisado, los padres y Elisa... No ven a Jesús sino cuando dice: "La paz sea en esta casa."
Los padres dejan al niño agonizante y se arrojan a sus pies. Sólo Elisa se queda donde está; trata de frotar los miembros, que se enfrían, con sustancias aromáticas.
El pequeñuelo está agonizando. Su cuerpo se ha hecho ya pesado. La muerte va entrando en él. Su carita tiene color de cera, sus narices fuliginosas, los labios morados. Fatigosa, acongojadamente respira. Parece como si cada respiro fuese el último, por lo separado uno del otro.
La madre llora con su cara pegada a los pies de Jesús. También el marido está inclinado. Dice: "¡Ten piedad, ten piedad!" No sabe decir otra cosa.
Jesús responde: " Leví, ven a Mí" y tiende sus brazos.
El pequeño, un niño como de cinco años, parece sacudirse, algo así como si alguien lo hubiese llamado con voz fuerte mientras dormía. Se sienta sin fatiga, se restriega con sus puñitos los ojos, mira atónito a su alrededor y al ver a Jesús con una sonrisa, baja del lecho, y sin vacilar con su tuniquita, va a Él.
Sus padres como están inclinados, no ven nada, pero el grito de Elisa: "¡Bondad eterna!" y el de los apóstoles que desde el pasillo lanzan un: "¡Oh!" estupefacto, les dicen que algo ha sucedido. Levantan sus caras y ven a su hijito allí, sano, como si nunca hubiera estado agonizante...
La alegría se transforma en risa, en lágrimas, en gritos, en silencio, según las reacciones de cada uno. Enmudecen. Parecen ser presa del espanto... Es grande la diferencia ente lo que se ve en estos momentos y lo que se veía hace unos cuantos. Los padres, atolondrados del dolor, tratan a volver a la alegría.
Lo logran al fin al ver a su hijito en los brazos de Jesús. El mutismo se transforma en un diluvio de palabras de alegría, de bendición, y es difícil entenderlas, porque unas se sobreponen a las otras sin orden alguno. Creo que esto fue lo que sucedió. A eso de la hora sexta (hacia las 12), el niño que jugaba en el huerto, había entrado quejándose de dolores en el abdomen. Su abuela lo tomó en brazos y lo llevó cerca del fuego, donde pareció sentirse mejor. Pero la hora de nona (a eso de las tres), había tenido un ataque de vómito intestinal e inmediatamente había empezado a agonizar. La clásica peritonitis fulminante.
Su padre había ido a toda prisa a Jerusalén a los primeros síntomas del mal y regresado con un médico que, informado de todo diagnosticó: "No tiene remedio" y partió... El niño de momento en momento empeoraba, se enfriaba. En medio de su angustia, nunca pudieron imaginar que llegase a salvarse. sólo cuando Andrés y Elisa habían entrado con las flores diciendo: "Las manda Jesús a Leví" habían como sentido una luz interna y exclamado: "Jesús lo salvará."
"Lo salvaste. ¡Bendito seas para siempre! ¡Tus flores! ¡La esperanza! ¡La Fe! ¡Oh, sí, la fe de que nos amas! ¿Pero cómo supiste? ¡Bendito! Pide lo que quieras de nosotros. ¡Danos órdenes como si fuéramos tus esclavos" ¡Somos tuyos!...!
habéis sido muy buenos conmigo.
Yo soy bueno con quien me odia,
¿que no daré a quien me ama?
Jesús los escucha con el niño en los brazos.. Los deja hablar hasta que se cansen, hasta que sus nervios, sujetos a una tensión tan grande, se calmen con el desahogo. Luego dulcemente dice: "Amor a los niños y a los corazones fieles. Todos vosotros de Nobe habéis sido muy buenos conmigo. Yo soy bueno con quien me odia, ¿que no daré a quien me ama? Yo sabía... sabía que el dolor os hacía olvidaros de la fuente de la Vida. Quise señalar el camino..."
"¿Por qué no viniste por Ti solo, Señor? ¿Tenías miedo de que no te fuésemos a acoger?"
"No. Sabía que me habríais recibido con amor. Pero entre los que están aquí, hay alguno que tenía necesidad de convencerse de que no ignoro nada de lo que pasa a los hombres, ni el estado de su corazón. Quise también que los demás comprendieran que Dios responde a quien lo invoca con fe. Quedaos en paz. Creced siempre en la fe, en la misericordia de Dios. La paz esté con todos vosotros. Adiós, Leví. Ve con mamá, ahora. Consagra también al Señor lo que llevas en el seno, como recuerdo de la bondad que el Señor ha tenido para contigo. Adiós, tú. Conserva tu espíritu en la justicia."
Se voltea para irse, pasando con mucho trabajo por entre familiares que se han apiñado en el pasillo: abuelos, tíos, primos de Leví, que quieren hablar a Jesús, bendecirlo y que los bendiga, besarle la vestidura, las manos...
Detrás de la numerosa parentela está la gente de la población que quiere hacer lo mismo. Toma el camino detrás de Jesús y dejan la casa de Leví entregada a su alegría. Por las calles oscuras ya, con el acostumbrado estrépito de fiestas, toda Nobe acompaña a Jesús a la casucha de Juan y es menester la autoridad de los apóstoles para persuadir a los de la población a que regresen a sus casas y dejen en paz al Maestro; y a ella agregan medios más enérgicos, como la amenaza de que, si no lo dejan descansar, al día siguiente se irán todos, y esto último da resultado.
Por fin Jesús puede reposar...
IX. 645 - 664
A. M. D. G.