LOS SIETE LEPROSOS CURADOS. 

JESÚS HABLA A LOS APÓSTOLES, 

A MARTA Y MARÍA

 


 

#"Podemos dar alguna cosa con todo lo que hemos conseguido. Debe ser terrible vivir en esos sepulcros en el invierno" dice Tadeo   

#El lúgubre valle de Innón aparece con sus sepulcros de vivos.   

#Los leprosos descienden de sus lugares y Jesús a los que desean la curación les sana   

#Se dirigen hacia Siloán, triste y célebre lugar de leprosos. Jesús se detiene sobre el borde y dice: "Subid a decirles que mañana temprano estaré aquí. Id a hacer fiesta con ellos hablando del Maestro de la Buena Nueva."   

#Vamos a donde están. Son tan pocas las horas en que puedo hacer el bien sin que quien me odia turbe la paz de los que reciben el favor" replica Jesús y vuelve sobre sus pasos   

#Aparece Judas Iscariote   

#Pensad que el obedecer por lo menos libra de un pecado: el de persuadirse que uno es capaz de hacer algo por sí.   

#Simón Zelote ofrece su manto a Jesús pues el de El lo había dado a una leprosa que acababa de curar   

#También Yo, fundador de una sociedad que durará lo que duren los siglos, y que será santa como lo es su fundador y cabeza, de una sociedad que hará mis veces,... Es menester que ese cuerpo brille y que Yo me ofusque   

#Se dirigen a la casa de Lázaro   

#"Y el hermano se levantará contra su hermano; y el padre contra sus hijos" "Y quien hiciere así creerá haber servido a Dios. Ojos ciegos, corazones endurecidos, espíritus sin luz. Y con todo los deberéis amar" dice Jesús.   

#"Yo os daré un ejemplo que os enseñaré. A su tiempo. Y si me amareis haréis lo que Yo haré."   

#Jesús entra en la habitación donde Lázaro está muy enfermo   

#Pero Jesús habla: "Sabéis quién soy. Sé quiénes sois. Sabéis que os amo. Sé que me amáis. Conocéis mi poder. Conozco vuestra fe en Mí. Pues bien, por esto os digo que sepáis esperar y creer contra toda realidad contraria. ¿Me entendéis?

 


 

Jesús con Pedro y Judas Tadeo camina ligero por un lugar lúgubre, pedregoso, al lado de la ciudad. Como no veo el olivar, sino un montecillo, mejor dicho, varios montecillos y que poco a poco empiezan a verdear, y que están al poniente de Jerusalén, entre los que está el lúgubre Gólgota, pienso que estoy del lado occidental de la ciudad.

 

"Podemos dar alguna cosa con todo 

lo que hemos conseguido. 

 

Debe ser terrible vivir en esos sepulcros en el invierno" 

dice Tadeo

"Podemos dar alguna cosa con todo lo que hemos conseguido. Debe ser terrible vivir en esos sepulcros en el invierno" dice Tadeo cargado de paquetes al igual que Pedro.

"Estoy contento de haber ido a las casas de los libertos para conseguir dinero para los leprosos. ¡Pobres infelices! En estos días de fiesta nadie se acuerda de ellos. Todos la pasan bien... ellos se han de acordar de su casa perdida... Pero, ¡si al menos creyesen en Ti! ¿Lo harán, Maestro?" pregunta Pedro siempre tan sencillo, tan aficionado a Jesús.

"Lo esperamos, Simón, lo esperamos. Entre tanto roguemos..." Y continúan orando.

 

El lúgubre valle de Innón aparece 

con sus sepulcros de vivos.

 

El lúgubre valle de Innón aparece con sus sepulcros de vivos.

"Adelantaos y dad" dice Jesús.

Los dos van, hablando en voz alta. Por las aberturas de las cuevas o refugios se dejan ver las caras de los leprosos."Somos los discípulos del Rabí Jesús" dice Pedro. "Ahorita viene. Nos ha mandado a que os demos algo. ¿Cuántos sois?"

"Aquí siete. Tres más a la otra parte de En Rogel" responde uno.

Pedro abre su envoltorio. Tadeo el suyo. Hacen diez partes. Pan, queso, mantequilla, aceitunas. ¿Dónde poner el aceite que viene en una pequeña jarra?

"Uno de vosotros traiga un recipiente. Que lo ponga allí, sobre el peñasco. Os dividiréis el aceite, como hermanos que sois y en nombre del Maestro que predica el amor para con el prójimo" grita Pedro.

Un leproso, baja cojeando en dirección de os dos apóstoles, cerca del peñasco, y pone un cacharro viejo. Los mira mientras echan el aceite, y pregunta pasmado: " ¿No tenéis miedo de que esté yo cerca de vosotros?"  En realidad entre él y los apóstoles no hay más que el peñasco.

"No tenemos miedo sino de ofender a la caridad. El nos ha mandado a socorreros porque quien es del Mesías debe amar como Él. Ojalá este aceite abra vuestro corazón, lo ilumine como si ya se hubiese encendido la lámpara de vuestro corazón. El tiempo de la gracia ha llegado para los que esperan en el Señor Jesús. Tened fe en Él. Es el Mesías y sana cuerpos y almas. Todo lo puede porque es Emmanuel" dice Tadeo con su majestad que impone.

El leproso con su cacharro entre las manos, lo mira como fascinado. Dice: "Sé que Israel tiene su Mesías, porque de Él hablan los peregrinos que vienen a buscarlo a la ciudad, y nosotros oímos lo que dicen. Yo nunca lo he visto porque hace poco que he venido. ¿Decís que me curaría? Entre nosotros hay algunos que lo maldicen, otros que no. No sé a qué decidirme."

"¿Son buenos los que lo maldicen?"

"No. Son crueles y nos tratan mal. Quieren los mejores lugares y las raciones más abundantes. No sabemos si vamos a quedarnos aquí."

"Tú mismo ves que quien da hospedaje al infierno, es quien odia al Mesías. Porque el infierno presiente que será vencido por Él, y por esto lo odia. Pero te aseguro que hay que amarlo y con fe, si quiere uno ser amado del Altísimo acá en la tierra y después" explica Tadeo.

"¡Que si quisiera alcanzar gracia! Hace apenas dos años que me casé y tengo un niñito que no me conoce. Desde hace pocos meses soy leproso. Lo veis." En realidad tiene pocas manchas.

"Dirígete al Maestro con fe.  ¡Mira! Allí viene. Llama a tus compañeros y regresa aquí. Pasará y te sanará."

El hombre corre por la falda del monte y llama: "¡Urías! ¡Joab! ¡Adiná! Y vosotros que no creéis. El Señor viene a salvarnos."Uno, dos, tres cuerpos horrorosos se asoman. La mujer muy poco. Es un horror viviente... Tal vez llora, tal vez habla, pero no se le puede entender nada, porque su voz sale de algo que no es la boca, y que ahora es dos maxilas desnudas de dientes, descubiertas, horribles.

"Te repito que me dijeron que te llamase. Que viene a curarnos."

"¡Yo no! Las otras veces no le he creído... y no me escuchará más... Además no puedo caminar" dice con más claridad la mujer, tal vez debido a las fatigas. Con los dedos sostiene sus trozos de labios para poder hablar claro.

"Nosotros te llevamos, Adiná..." dicen dos varones y el del cacharro.

"No... no... demasiado he pecado..." y se queda donde está...

Otros tres corren, como pueden, y con imperio dicen: "Danos aceite, y luego os podéis ir con Belzebú, si así os pluguiere."

"El aceite es para todos" replica el del cacharro, tratando de defender lo único que tiene. Pero los tres violenta, cruelmente le ganan y le arrebatan el cacharro.

"Ved. Siempre lo mismo... Un poco de aceite después de tanto... Pero el Maestro llega... Vamos a Él. ¿No quieres venir, Adiná?"

"No me atrevo..."

 

Los leprosos descienden de sus lugares y Jesús a los que

 desean la curación les sana

 

Los tres bajan al peñasco. Se paran a esperar a Jesús a quien han ido a encontrar los dos apóstoles. Cuando llega, gritan: "¡Piedad de nosotros, Jesús de Israel! ¡Esperamos en Ti, Señor!"

Jesús levanta su rostro, los mira con esos ojos que no tienen igual. Pregunta: "¿Por qué queréis la salud?"

"Por nuestras familias, por nosotros... Es horrible vivir aquí..."

"No sois solo carne, hijos. Tenéis también alma y vale más que la carne. De ella os deberíais ocupar. No pidáis, pues, sólo la curación por vosotros, por vuestras familias, sino para que conozcáis la palabra de Dios y viváis a fin de comprender su Reino. ¿Sois justos? Obrad más santamente. ¿Sois pecadores? Pedid tiempo para que podáis reparar el mal hecho... ¿Dónde está la mujer? ¿Por qué no viene? ¿No tiene valor de ver el rostro del Hijo del hombre, ella que no temió encontrarse con el rostro de Dios cundo pecaba? Id a decirle que mucho le ha sido perdonado por su arrepentimiento y resignación, y que el Eterno me ha traído para absolver a los que se han arrepentido de su pasado."

"Maestro, Adiná no puede caminar..."

"Id a ayudarla a que baje aquí. Y traed otro jarro. Os daremos más aceite..."

"Señor, apenas si alcanza para los otros" dice Pedro en voz baja, mientras los leprosos van a buscar a la mujer.

"Habrá para todos... Ten fe. Para ti es más fácil creer en esto, que no que esos miserables crean que su cuerpo pueda volver a ser como antes."

Entre tanto allá abajo, en la gruta, hay pleito entre los leprosos malos al repartirse la comida...

La mujer traída en bazos... gime, gime como puede: "¡Perdón! ¡Del pasado! ¡De no haber pedido perdón las otras veces!... ¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!"

La ponen junto al peñasco. Y sobre él una cacerola todo abollada, aumente el aceite o hacer que brote la carne donde la lepra se la comió"

Un silencio... Luego la mujer responde: "El aceite. Pero también la carne porque Tú puedes todo. Puedes devolverme el corazón de mis años mozos. ¡Creo, Señor!"

¡Oh, la sonrisa divina! Es como luz que dulce, suave, gozosa se propagara! Está en los ojos, en los labios, en la voz mientras dice: "Por tu fe estás curada y perdonada. También vosotros. Tened este aceite y alimentos para restableceros. Id a ver al sacerdote como está prescrito. Mañana, cuando amanezca os traeré vestidos y podréis salir. ¡Ea, alabad al Señor! ¡No sois más leprosos!"

Sucede entonces que los cuatro, que hasta ahora habían estado mirando fijamente al Señor, se miran demasiado desnuda para hacerlo. Sus harapos se le caen y su cuerpo está más desnudo que cubierto. Semiescondida por el peñasco, llevada del pudor no sólo para con Jesús, sino para con sus compañeros, llora sin freno, diciendo: "¡Bendito seas! ¡Bendito seas! ¡Bendito seas!" y sus bendiciones se mezclan con las horribles blasfemias de los tres malos leprosos, que se han enfurecido al ver curados a los otros. Suciedades y piedras vuelan por el aire.

"No podéis quedaros aquí. Venid conmigo. No os pasará nada. Mirad. Por el camino no viene nadie. Mirad. Es la hora de sexta que hace que todos se reúnan en casa. Iréis con los otros leprosos hasta mañana. No temáis. Seguidme. Ten, mujer" y le da su manto para que se cubra.

 

Se dirigen hacia Siloán, triste y célebre lugar de leprosos.

 Jesús se detiene sobre el borde y dice: 

"Subid a decirles que mañana temprano estaré aquí. 

Id a hacer fiesta con ellos hablando del Maestro 

de la Buena Nueva."

 

Los cuatro, un poco atemorizados, un poco sin saber qué hacer, lo siguen como cuatro corderos. Se dirigen hacia Siloán, triste y célebre lugar de leprosos. Jesús se detiene sobre el borde y dice: "Subid a decirles que mañana temprano estaré aquí. Id a hacer fiesta con ellos hablando del Maestro de la Buena Nueva." Ordena que les den toda la comida que tiene y los bendice antes de despedirse de ellos.

"Vámonos. Pasa ya la sexta" dice Jesús volviéndose para regresar por el camino inferior que lleva a Betania.

De pronto oye un grito: "Jesús, Hijo de David, piedad también de nosotros."

"No han esperado al alba..." advierte Pedro.

 

Vamos a donde están. Son tan pocas las horas en que puedo

 hacer el bien sin que quien me odia turbe la paz de los que

 reciben el favor" replica Jesús y vuelve sobre sus pasos

 

"Vamos a donde están. Son tan pocas las horas en que puedo hacer el bien sin que quien me odia turbe la paz de los que reciben el favor" replica Jesús y vuelve sobre sus pasos, con la cabeza levantada hacia los tres leprosos de Siloán que se han asomado al rellano de la pequeña colina y que repiten el grito, al que se unen los curados, que están detrás.

Jesús no hace más que extender sus manos y decir: "Hágase como queréis. No olvidéis de vivir según los caminos del Señor." Los bendice, entre tanto que la lepra desaparece de sus cuerpos, algo así como una capa de nieve que se derrite a los rayos del sol. Jesús se va aprisa, seguido por las bendiciones de los curados, que desde su lugar extienden los brazos como para abrazarlo.

Vuelven al camino que lleva a Betania, que sigue la corriente del Cedrón y que da una vuelta pronunciada, después de algunos centenares de pasos de Siloán. Cuando se pasa, y se puede ver la otra parte del camino que sigue a Betania, se ve que ligero camina Judas de Keriot.

 

Aparece Judas Iscariote

 

"¡Si es Judas!" exclama Tadeo, el primero en verlo.

"¿Por qué andas aquí y solo? ¡Oye, Judas!" grita Pedro.

Judas se vuelve al punto. Está pálido, verduzco. Pedro le grita: "Pareces un demonio de color lechuga."

"¿Qué haces aquí, Judas? ¿Por qué dejaste a tus compañeros?" pregunta al mismo tiempo Jesús.

Judas toma control de sí. Responde: "Estaba con ellos. Encontré a alguien que me trajo noticias de mi madre. Mira..." se busca en la faja. Se pega en la frente con la mano: "Lo dejé en su casa. Quería que leyeras la carta... O la perdí por el camino... No está muy bien. Mejor dicho, está mal... Pero ved ahí a los compañeros... que están esperando. Te han visto... Maestro.. no sé dónde estoy."

"Lo comprendo."

"Maestro... aquí tienes las bolsas. Hice dos... para no llamar la atención... Caminaba solo..."

Los apóstoles Bartolomé, Felipe, Mateo, Simón y Santiago de Zebedeo se sienten un poco embarazados. Se acercan francos a Jesús sí, pero como quien sabe que cometió un error.

Jesús los mira, dice: "No volváis a hacerlo. No está bien que os dividáis. Si os digo que no lo hagáis es porque sé que tenéis necesidad de ayudaros mutuamente. No sois demasiado fuertes para hacer algo por vosotros solos. Unidos, el uno frena, el otro sostiene. Divididos..."

"Fui yo, Maestro, el que aconsejó que nos dividiéramos, aunque nos habías mandado no lo fuéramos a hacer, que juntos fuéramos a Betania. Judas se fue por justas razones y pensamos que no estaba bien que fuéramos sin él. Perdóname, Señor" dice humilde y francamente Bartolomé.

 

Pensad que el obedecer por lo menos libra de un pecado: 

el de persuadirse que uno es capaz de hacer algo por sí.

 

"Os perdono. Pero os repito que no lo volváis a hacer. Pensad que el obedecer por lo menos libra de un pecado: el de persuadirse que uno es capaz de hacer algo por sí. No sabéis cómo el demonio gira a vuestro alrededor para espiar cualquier ocasión con tal de haceros pecar, de hacer daño a vuestro Maestro, que es muy perseguido. Son tiempos cada vez más difíciles para Mí y para la sociedad que he venido a formar, de modo que es necesario mucho cuidado para que no sea, no digo ya herida y exterminada, porque no lo será jamás sino hasta el fin de los siglos, en que dejará de existir, sino ensuciada de fango. Sus adversarios os miran con toda atención, no os pierden jamás de vista, y también pesan todas mis palabras, todas mis acciones. Y esto para que tengan con qué denigrarme. Si os ven peleadores, si os ven divididos, imperfectos en algo, aunque no sea de gran monta, recopilan, unen lo que hicisteis y os lo lanzarán como fango, como una acusación contra Mí y mi Iglesia que se está formando. ¡Lo estáis viendo! No os reprocho nada, pero sí os aconsejo para vuestro bien. Oh, ¿no sabéis, amigos míos, que se aprovecharán aun de las cosas mejores y las presentarán para poder acusarme con cierta apariencia de justicia? Procurad ser más obedientes y más prudentes en lo porvenir."

Los apóstoles están conmovidos por la dulzura de Jesús. Judas de Keriot continúa cambiando de colores. Se queda abatido, un poco detrás de todos, hasta que Pedro le pregunta: "¿Qué te haces ahí? No cometiste un error mayor que los demás. Vente, pues, con todos" y lo obliga a obedecer.

Caminan rápidos, porque no obstante que haga sol, sopla un vientecillo que invita a caminar para entrar en calor. Han caminado ya un trecho cuando Natanael, envuelto en su manto, nota que Jesús no trae el suyo, pregunta: "Maestro, ¿qué has hecho de tu manto?"

"Lo di a una leprosa. Hemos curado y consolado a siete leprosos."

 

Simón Zelote ofrece su manto a Jesús, pues el de El 

lo había dado a una leprosa que acababa de curar 

 

"Tendrás frío. Toma el mío" dice Zelote y añade: "Me acostumbré a los fríos sepulcros cuando el frío del invierno soplaba."

"No, Simón. Mira, allá está Betania, pronto estaremos en casa. De veras que no tengo frío. He tenido tanto gusto en el corazón que me calienta más que un grueso manto."

"Hermano, nos das algo que no tuvimos. Nosotros no los curamos. Tú fuiste y Tú los consolaste" dice Tadeo.

 

También Yo, fundador de una sociedad que durará lo que

 duren los siglos, y que será santa como lo es su fundador y

 cabeza, de una sociedad que hará mis veces,... Es menester 

que ese cuerpo brille y que Yo me ofusque

 

"Vosotros preparasteis su corazón para creer en el milagro. Por esto conmigo y como Yo habéis ayudado a curar y consolar. ¡Si supieses cuánto disfruto en asociaros a Mí en todas mis cosas! ¿No os acordáis de las palabras de Juan de Zacarías, mi primo: "Es menester que Él crezca y que yo empequeñezca"? Lo decía con toda razón, porque cualquier hombre, por grande que sea, digamos Moisés o Elías, debe desaparecer como las estrellas ante los rayos del sol, ante el que ha venido de parte del Padre Santísimo. También Yo, fundador de una sociedad que durará lo que duren los siglos, y que será santa como lo es su fundador y cabeza, de una sociedad que hará mis veces, y será una sola conmigo, así como los miembros y el cuerpo del hombre son una sola cosa con la cabeza que lo dirige, debo de decir: "Es menester que ese cuerpo brille y que Yo me ofusque" Vosotros seréis mis continuadores. Dentro de poco no estaré más entre vosotros, acá en la tierra, materialmente, para dirigiros a vosotros mis apóstoles, a los discípulos, a mis seguidores. Pero estaré espiritualmente con vosotros, siempre, y vuestras almas sentirán mi Espíritu, recibirán mi Luz. Vosotros tendréis que aparecer en primera línea, entre tanto que Yo regresaré al lugar de donde he venido. Por esto os vengo preparando gradualmente para que seáis los primeros en salir. Algunas veces me hacéis la observación de que "antes nos mandabas". Había necesidad de que fuerais conocidos. Ahora que lo sois, que para este pedazo de tierra sois ya los Apóstoles, os tengo siempre unidos a Mí, participantes de todas mis acciones de modo que el mundo pueda decir: "Los ha hecho socios en las obras que realiza porque después de Él seguirán siendo su continuación". Es verdad, amigos míos. Debéis avanzar cada vez más, iluminaros, ser mi continuación, ser Yo, mientras que cual una madre que lentamente deja de sostener a su hijo que ha aprendido a caminar, me retiro... El traspaso de Mí a vosotros no debe ser violento. Los pequeños de la grey, los humildes fieles podrían asustarse. Yo los paso con toda suavidad de Mí a vosotros para que no se sientan solos ni por un momento. Amadlos, mucho, como Yo los amo. Amadlos en recuerdo mío, como Yo los he amado..."

Jesús calla absorto en sus pensamientos. No sale de ellos sino hasta que un poco antes de Betania encuentra a los otros apóstoles que han venido por el otro camino. Todos prosiguen hacia la casa de Lázaro. Juan dice que los están esperando, porque los siervos ya los divisaron. Dice que Lázaro está muy mal.

 

Se dirigen a la casa de Lázaro

 

"Lo sé. Por esto os dije que estaríamos en la casa de Simón. Pero no quería alejarme sin saludarlo una vez más."

"Pero, ¿por qué no lo curas? Sería muy justo. A tus mejore siervos los dejar morir. No comprendo..." dice Iscariote, atrevido como siempre, aun en sus mejores momentos.

"No hay necesidad de que lo comprendas antes de tiempo."

"No lo habrá, dices bien. Pero, ¿sabes qué cosa dicen tus enemigos?  Que curas cuando puedes, no cuando quieres. Que proteges cuando puedes... ¿No sabes que el viejo de Tecua murió ya? ¿Y que lo mataron?"

"¿Muerto? ¿Quién? ¿Eliana? ¿Cómo?" preguntan todos, sorprendidos. Pedro es el único que pregunta: "¿Y cómo lo sabes tú?"

"Por casualidad lo supe hace poco en la casa donde estuve. Sabe Dios que no miento. Parece que fue un ladrón, disfrazado de mercader, y que en vez de pagar el lugar, lo mató..."

"¡Pobre viejo! ¡Qué vida tan infeliz! ¡Qué muerte tan triste! ¿No dices nada, Maestro?" preguntan varios.

"No tengo nada que añadir fuera de que el anciano sirvió al Mesías hasta su muerte. ¡Así fuera el final de todos!"

"Respóndeme, hijo de Alfeo, pero no será como tú afirmabas, ¿o sí?" pregunta Pedro a Tadeo.

 

"Y el hermano se levantará contra su hermano; 

y el padre contra sus hijos" 

 

"Y quien hiciere así creerá haber servido a Dios. 

Ojos ciegos, corazones endurecidos, espíritus sin luz. 

Y con todo los deberéis amar" dice Jesús.

 

"Puede ser. Un hijo que por odio a su padre y por añadidura por odio de esta clase, puede ser capaz de todo. Hermano mío, muy verídicas son tus palabras: "Y el hermano se levantará contra su hermano; y el padre contra sus hijos". "

"Y quien hiciere así creerá haber servido a Dios. Ojos ciegos, corazones endurecidos, espíritus sin luz. Y con todo los deberéis amar" dice Jesús.

"Pero, ¿cómo vamos a amar a quien nos tratare así? Ya será bastante sino reaccionamos y si soportamos resignadamente sus hechos..." exclama Felipe.

 

"Yo os daré un ejemplo que os enseñaré. A su tiempo. 

Y si me amareis haréis lo que Yo haré."

 

"Yo os daré un ejemplo que os enseñaré. A su tiempo. Y si me amareis haréis lo que Yo haré."

"Ved a Maximino y a Sara. Debe estar muy malo Lázaro que sus hermanas no salgan a tu encuentro" observa Zelote.

Los dos se llegan y se postran. En sus rostros, en sus vestidos está impresa la huella que el dolor y la fatiga acompañan a las familias en donde se lucha contra la muerte. Maximino no dice sino: "Maestro, ven..." pero tan afligido, que vale más que un discurso. Llevan a Jesús a la puerta de la pequeña habitación, mientras los otros siervos se ocupan de los apóstoles.

Al leve toquido de la puerta acude Marta, saca su cabeza flaca y pálida: "¡Maestro, ven! ¡Bendito seas!"

 

Jesús entra en la habitación donde Lázaro 

está muy enfermo

 

Jesús entra, atraviesa la habitación que precede a la del enfermo, y entra en ella. Lázaro está durmiendo ¿Lázaro? Un esqueleto, una momia amarillenta que respira... Su cara es la de una calavera, y en el sueño se ve mejor. La piel cenicienta y estirada brilla en los ángulos de los pómulos, de las maxilas, de la frente, de las órbitas tan profundas que parece como si en ellas no hubiese ojos, de la nariz afilada que parece haber crecido tanto que desfigura el contorno de las mejillas. Los labios son tan pálidos que apenas si se notan, y aparece como que no pueden cerrarse en medio de dos filas de dientes semidescubiertos, semicerrados... es la cara de uno que ya ha muerto.

Jesús se inclina a mirarlo. Se yergue. Mira a las dos hermanas que lo miran con toda el ansia concentrada en sus ojos, en su alma adolorida, en su alma llena de esperanza. Les hace una señal, y sin ruido sale al patiecillo que precede a las los habitaciones. Lo siguen. Cierran la puerta tras sí.

 

Pero Jesús habla: "Sabéis quién soy. Sé quiénes sois. 

Sabéis que os amo. Sé que me amáis. Conocéis mi poder. 

Conozco vuestra fe en Mí. Pues bien, por esto os digo 

que sepáis esperar y creer contra toda realidad contraria. 

¿Me entendéis?

 

Solos, entre cuatro paredes, en silencio, con el cielo arriba, sobre sus cabezas, se miran. Las hermanas no saben ya pedir, no saben ni siquiera hablar. Pero Jesús habla: "Sabéis quién soy. Sé quiénes sois. Sabéis que os amo. Sé que me amáis. Conocéis mi poder. Conozco vuestra fe en Mí. Sabéis también, sobre todo tú, María, que cuanto más se ama, más se obtiene. Amar es saber esperar y creer sobre toda medida, sobre toda realidad que aconsejase a no creer y a no esperar. Pues bien, por esto os digo que sepáis esperar y creer contra toda realidad contraria. ¿Me entendéis? Os digo: sabes esperar y creer contra toda realidad contraria. No puedo detenerme aquí sino unas cuantas horas. Sól el Altísimo sabe cuanto desearía como hombre detenerme aquí con vosotras, para asistirlo, consolarlo, para asistiros y confortaros. Pero como Hijo de Dios sé que es necesario que me vaya. Que me aleje... Que no esté aquí cuando.. me deseéis más que el aire que respiraréis. Un día... muy pronto... comprenderéis estas razones que ahora os parecen crueles. Son motivos divinos, que me duelen a Mí como Hombre, tanto como a vosotros. Son dolorosos por ahora. Ahora que no podéis abrazar y contemplar la belleza y la sagacidad. Ni os las puedo revelar. Cuando todo se haya cumplido, entonces comprenderéis y os alegraréis... Escuchadme. Cuando Lázaro haya... muerto. ¡No lloréis así! Entonces mandadme llamar cuanto antes. Entre tanto arreglad todo para los funerales con gran pompa, cual corresponde a él y a vuestra casa. El es un judío de fama. Pocos lo aprecian por lo que es, pero supera a muchos ante los ojos de Dios... Os haré saber dónde esté para que me podáis encontrar."

"Pero, ¿por qué no estar aquí por lo menos en ese momento? Nos resignamos, sí, a su muerte... Pero Tú... Pero Tú... Pero Tú..." Marta solloza no pudiendo decir algo, ahogando en su vestido el llanto...

María, al revés, mira Jesús, lo mira, lo mira, como hipnotizada... y no llora.

"Sabed obedecer, sabed creer, esperar... sabed decir siempre "sí" a Dios... Lázaro os está llamando... Id. Luego voy... No tendré más tiempo de hablaros a solas. Recordad lo que os acabo de decir."

Y mientras presurosas entran, Jesús se sienta sobre una banquita de piedra y ora.

IX.697-706

A. M. D. G.