JESÚS PARA AISLARSE VA A LA GRUTA
DE SU NACIMIENTO
#Llega Leví jadeando: "Por todas partes te buscan, Maestro...
#Jesús se dirige a la gruta de Belén
#Juan está más allá, cauteloso para que Jesús no lo sienta, ni le vea.
#Los pastores descubren a Juan que está durmiendo
#Matías se consagra como Víctima con el Mesías
#Pongamos todo nuestro alimento en la entrada de la gruta y vámonos.
Jesús está a las espaldas del Templo, cerca de la puerta de las Ovejas, a las afueras de la ciudad. Le rodean sus apóstoles y discípulos pastores, menos Leví, que todavía están bajo la impresión, atolondramiento y del enojo. No veo a ningún otro de los discípulos que estuvieron con Él en el Templo. Discuten entre sí. Mejor dicho parece como si discutiesen con Jesús, y con Judas de Keriot especialmente. A este último le echan en cara la rabia de los judíos y lo hacen con mordaz ironía. Judas los deja hablar, repite: "Yo hablé con fariseos, escribas y sacerdotes, y ni uno de ellos estuvo entre la multitud."
Echan en cara a Jesús que no hubiera truncado la discusión, después que la apaciguó la primera vez. Responde: "Tenía que terminar mi manifestación."
Ahora que el sábado se acerca y también los días de fiesta, están inciertos a dónde ir. Simón Pedro propone ir a casa de José de Arimatea. A Betania no se puede ir a dar molestia alguna, sobre todo porque Jesús dijo claramente que no quiere ir más allá.
Tomás dice: "Ni José ni Nicodemo están. Se han ido. Por la fiesta. Ayer los saludé cuando estábamos esperando a Judas, y me lo dijeron."
"Vamos entonces a casa de Nique" propone Mateo.
"Está en Jericó para la fiesta" replica Felipe.
"A la casa de José de Séforis" propone Santiago de Alfeo.
"Umh! José... ¡No le haremos un regalo! Ha tenido dificultades y... ¡Claro que lo dijo! Venera al Maestro, pero quiere estar en paz. Parece una barca entre dos corrientes... Quiere flotar siempre... tiene en cuenta todos los lastres. Hasta del pequeño Marcial... tanto que no quiso pasarlo a José de Arimatea" protesta Pedro.
"¡Ah, por esto estaba ayer con él!" exclama Andrés.
"¡Comprendido! Por eso es mejor que se refugie en un puertecillo seguro... ¡Eh, le falta valor! ¡El sanedrín mete miedo a todos" añade Pedro.
"Habla por ti, te lo pido. Yo no tengo miedo de nadie" interrumpe Iscariote.
"Tampoco yo... Por defender al Maestro desafiaría a todas las legiones. Pero no somos nosotros... Los otros... Eh, tienen negocios, casas, mujer, hijas... Tienen que pensar en ello."
"También nosotros tenemos" objeta Bartolomé.
"También nosotros somos los apóstoles y..."
"Y sois iguales a los otros. No critiquéis, pues, a nadie. La hora de la prueba aun no ha llegado" dice Jesús.
"¿Todavía no ha llegado? ¿Entonces qué cosa son las que hemos ya pasado? Tú mismo viste cómo hoy te he defendido. Todos lo hicieron, pero yo más que todos. Di tales empujones y codazos que hubieran hecho varar una barca... ¡Una idea! Vamos a Nobe. ¡El viejo estará feliz!"
"Sí, sí. A Nobe." Todos aprueban.
"Juan no está. Haríais el viaje de balde. Podéis ir a Nobe, pero no a casa de Juan, porque no está."
"¡Podéis! ¿Y Tú no vienes?"
os digo: id a donde queráis. Os bendigo.
Os recomiendo que estéis unidos en cuerpo y espíritu,
sujetos a Pedro, que es vuestro jefe
"No quiero, Simón de Jonás. Tengo que ir a un lugar en estos días de las Encenias. Si no estoy, podéis estar tranquilos en cualquier lugar. Por esto os digo: id a donde queráis. Os bendigo. Os recomiendo que estéis unidos en cuerpo y espíritu, sujetos a Pedro, que es vuestro jefe, pero no como si fuera el patrón, sino como a hermano mayor. Tan pronto como regrese Leví con mi alforja, nos separaremos."
"¡Eso no, mi Señor! ¡Que te deje ir solo, jamás!"
"Se hará, si Yo lo quiero, Simón de Jonás. No tengas miedo. No estaré en la ciudad. Nadie que no sea ángel o demonio descubrirá mi refugio.
"Está bien. Porque son muchos los demonios que te odian. ¡te digo que sólo no irás!"
"Están también los ángeles, Simón. Me voy."
"¿Pero a dónde? A la casa de quién, si has rechazado las mejores porque quieres o por las circunstancias. Me imagino que no vas a quererte estar en esta estación en alguna gruta, en los montes."
"¡Si lo quisiere! Los montes son menos fríos que los corazones de los hombres que no me aman" responde Jesús como hablando a Sí mismo, inclinando su cabeza para esconder el brillo de una lágrima.
"Ahí viene Leví corriendo" dice Andrés que mira desde lo alto del camino.
"Démonos la paz y separémonos. Si queréis ir a Nobe apenas tendréis tiempo de llegar antes de que anochezca."
"Por todas partes te buscan, Maestro..."
Llega Leví jadeando: "Por todas partes te buscan, Maestro... Me lo han dicho los que te aman... Han ido a muchas casas, sobre todo a las pobres..."
"¿Te vieron?" pregunta Santiago de Zebedeo.
"Sí, y hasta me asieron. Pero yo que sabía de antemano, dije: "Voy a Gabaón", salí por la puerta de Damasco y corrí por detrás de la muralla... No dije mentira, Señor, porque yo y éste vamos a Gabaón después del sábado. Esta noche nos quedamos en la campiña de la ciudad de David... Me traen recuerdos de días..." y mira a Jesús con una sonrisa angelical en su cara varonil y barbada, una sonrisa que recuerda la fisonomía del niño de aquella noche de Belén.
Está bien. Podéis iros. También vosotros. Yo me voy. Cada uno por su camino. Dentro de pocos días estaré en el poblado de Salomón, id allá. Antes de dejaros os repito las palabras que os dije cuando os mandé de dos en dos por las ciudades: "Id, predicad, anunciad que el Reino de los cielos está muy cerca. Curad a enfermos, limpiad leprosos, resucitad a los muertos en el espíritu y en el cuerpo imponiendo en mi Nombre la resurrección del espíritu, la búsqueda de Mí que soy la vida, o la resurrección del cuerpo. No os ensoberbezcáis de lo que hiciereis. Evitad las disputas entre vosotros y con quien no os ame. No exijáis algo de lo que hiciereis. Preferid ir entre las ovejas extraviadas de la casa de Israel que no entre gentiles y samaritanos; y esto último no por desprecio, sino porque no estáis preparados para convertirlos. Sin preocupación del mañana dad de lo que tenéis. Haced todo lo que me habéis visto hacer, y con igual espíritu que el mío. Ved que os doy el poder de hacer lo que hago y que quiero que hagáis para que Dios sea glorificado"." Sopla sobre ellos, da el beso de paz a cada uno y luego se despide.
que el apóstol Juan, que había partido con sus compañeros,
ha regresado solo y lo imita escondiéndose entre un
matorral tupido...
Todos se van de mala gana, volviéndose varias veces. Los saluda con la mano hasta que ve que se han ido todos, luego baja al lecho del Cedrón, por entre unos matorrales, se sienta sobre una piedra a la orilla del riachuelo, bebe del agua clara fría, se lava el rostro, las manos, los pies. Se arregla nuevamente y se sienta otra vez. Piensa... Y no cae en la cuenta de lo que sucede a su alrededor, esto es, que el apóstol Juan, que había partido con sus compañeros, ha regresado solo y lo imita escondiéndose entre un matorral tupido...
Jesús se está allí por algunos minutos, luego se levanta, se echa la alforja encima y siguiendo el Cedrón, entre la espesura, llega al pozo de En Rogel; luego corta al suroeste, hasta tomar el camino de Belén. Juan, a unos cien pasos detrás, lo sigue, bien envuelto en el manto para no ser reconocido.
Jesús se dirige a la gruta de Belén
Y caminan por los senderos de los que el invierno ha arrebatado el verdor. Jesús, con su paso largo, devora el camino. Juan lo sigue con dificultad, y también para no ser descubierto. Dos veces Jesús se detiene y se vuelve. La primera al pasar cerca del pequeño collado donde Judas estuvo para ir a hablar con Caifás y camaradas, la segunda cerca de un pozo donde se sienta y come un poco de pan, bebiendo del jarro de un viajero. Luego continúa su camino, mientras el sol va bajando lentamente. Llega al sepulcro de Raquel, cuando los últimos rayos rojos del horizonte se apagan en una pincelada de color morado. El cielo en el occidente parece una calderola de glicinas en flor, mientras en el oriente se pinta de cobalto con un frío anochecer invernal y las primeras estrellas empiezan tímidas a asomarse.
Jesús apresura el paso. Llegará antes de que la noche se cierre. Llegado a un cierto punto alto, desde el que divisa la ciudad de Belén, se detiene, contempla, suspira... Luego ligero desciende. No entra a la ciudad. La rodea por entre sus últimas casas. Derecho a las ruinas de la casa o torre de David, donde nació. Pasa el arroyuelo que corre cerca de la gruta, pone pie en el pequeño descubierto de hojas secas... Mira cuidadosamente las ruinas. No hay nadie. Entra...
Juan está más allá, cauteloso para que Jesús no lo sienta,
ni le vea.
Juan está más allá, cauteloso para que Jesús no lo sienta, ni le vea. Mira, busca con cuidado. Más bien a tientas, que por verlas, encuentra una de las secciones de establos. Entra y prende luz en un rincón. Ve un poco de paja sucia; algunas ramas secas; heno en el pesebre.
Juan está contento. Habla consigo mismo: "Al menos oiré... y ... O morimos juntos o lo salvo." Luego entre suspiros dice. "¡Aquí nació! ¡Y aquí viene a llorar su dolor... Y... ¡Ah, Dios eterno, salva a tu Mesías! Me tiembla el corazón, ¡oh Dios Altísimo!, porque Él se aísla siempre antes de emprender grandes cosas... ¿Qué gran cosa puede haber ahora, sino manifestarse como el Rey Mesías? ¡Oh, todo lo que ha dicho lo tengo dentro!... Soy un muchacho tonto y poco es lo que comprendo. Todos comprendemos poco, ¡oh Padre eterno nuestro! Pero yo tengo miedo. ¡Miedo tengo! Porque habla de muerte, de una muerte dolorosa, de traición, de cosas terribles... ¡Tengo miedo, miedo, Dios mío! Da fuerzas a mi corazón, ¡eterno Señor! Fortifica mi corazón de muchachillo, como sin duda robusteces el de tu Hijo para los futuros acontecimientos... ¡Oh, que lo presiento! Para eso ha venido aquí. Para sentirte más que nunca, y robustecerse con tu amor. Yo lo imito, ¡oh Padre Santísimo! Ámame y haz que te ame para tener fuerza de padecer todo sin cobardía, para consuelo de tu Hijo."
Juan ora largamente, de pie, con los brazos en alto, a la luz que despiden temblorosas las ramas que encendió en una vieja hornilla. Ora, hasta que ve que el fuego está por apagarse. Sube al ancho pesebre y se acurruca entre el heno. No puede distinguirse en medio de las sombras. Su negro manto lo envuelve. Un primer rayo de luna se mete por la abertura que da al oriente, señal de que la noche ya reina. Juan, cansado, se duerme. Su respiro y el leve chasquido del arroyuelo son los únicos rumores en esta noche de diciembre.
Arriba, el firmamento, en el que ligeras nubes envuelven y ocultan por instantes a la luna, parece como si escuadras de ángeles lo recorriesen... Pero no se oye su canto. De cuando en cuando entre los escombros se oye el cantó lúgubre de " ¡cucú! ¡cucú!" de las aves nocturnas, y algunas veces se oye una especie de risotada, como de bruja, que es una lechuza, y de lejos se percibe que llega como un lamento, un aullido. ¿Algún perro encerrado en el redil aúlla a la luna; o bien será algún lobo, a quien el viento trae el olor de la presa y que se sacude los flancos con la cola, que aúlla de hambre, no atreviéndose a acercarse a los establos bien guarnecidos? No lo sé.
Luego se escuchan voces y pisadas y se ve una luz rojiza,
que tiembla entre las ruinas. Son discípulos pastores.
Luego se escuchan voces y pisadas y se ve una luz rojiza, que tiembla entre las ruinas. Son discípulos pastores. Uno detrás del otro: Matías, Juan, Leví, Daniel, Benjamín, Elías, Simeón. Matías trae una rama por antorcha. Pero el que va adelante es Leví y se asoma en la gruta de Jesús. Se vuelve rápido y hace señal de estarse quietos. Mira otra vez... luego con la mano derecha abre la portezuela; hace señal a los otros de entrar, se hace a un lado que los otros pasen, teniendo siempre un dedo en los labios en señal de silencio. Después todos se retiran conmovidos como Leví.
"¿Qué hacemos?" pregunta en voz baja Elías.
"Quedémonos aquí a contemplarlo" responde José.
"No. No es lícito a nadie violar los secretos espirituales de las almas. Vámonos más allá" dice Matías.
"Tienes razón. Entremos en aquélla otra parte. Así no nos vamos lejos y estamos cerca de Él" propone Leví.
"Vamos." Pero antes de retirarse, miran una vez más hacia dentro de la cueva de la Natividad; luego se van, conmovidos, tratando de no hacer rumor.
Los pastores descubren a Juan que está durmiendo
Cuando están en el umbral de la otra sección oyen los ronquidos de Juan.
"Hay alguien" dice Matías deteniéndose.
"¿Qué querrá? Entremos también nosotros. Como pudo refugiarse un mendigo, que ciertamente lo será, también nosotros podemos refugiarnos" replica Benjamín.
Entran con la antorcha en alto. Juan, hecho un ovillo en su improvisado e incómodo lecho, con la cara cubierta por su cabellera y por el manto, continúa durmiendo. Se acercan despacio con la intención de sentarse en la paja esparcida cerca del pesebre; pero al hacerlo Daniel echa una mirada más atenta sobre el que duerme y lo reconoce. Dice: "Es el apóstol del Señor. Juan de Zebedeo. Se han refugiado para orar... el sueño ha vencido al apóstol. Vámonos de aquí. Podría sentirse mortificado al verse descubierto dormido en lugar de estar orando..."
Salen y de mala gana entran en el otro galerón que está detrás de éste. Simeón propone: "¿Porqué no quedarnos en el umbral de su gruta, para verlo de vez en vez? Por muchos años hemos estado bajo el rocío a la luz de las estrellas, cuando los rebaños ¿y no podemos hacerlo para cuidar al Cordero de Dios? ¡Nosotros que fuimos los primeros en haberlo adorado en su primera noche tenemos derecho!"
"Tienes razón como hombre y como adorador del Hombre-Dios ¿Pero qué viste al asomarte hacia dentro? ¿Acaso al Hombre? No. Sin querer hemos atravesado el umbral al atravesar el triple velo extendido para proteger el misterio, y hemos visto lo que ni siquiera el Sumo Sacerdote ve al entrar en el Santo de los Santos. Hemos visto los inefables amores de Dios con Dios. No nos es lícito espiarlos otra vez. La potencia de Dios podría castigar nuestras pupilas atrevidas, que han visto el éxtasis del Hijo de Dios. ¡Oh, contentémonos con lo que tuvimos! Quisimos venir aquí para pasar la noche en oración antes de irnos a nuestra misión. Orar y recordar aquella noche lejana... En vez de eso hemos contemplado el amor de Dios. ¡Oh, cuánto nos ha amado el Eterno, al darnos la alegría de contemplar al Infante, haber sufrido por Él, y de anunciarlo como discípulos del Niño-Dios y del Hombre-Dios! Ahora nos ha concedido este misterio... Bendigamos al Altísimo y no deseemos más" dice Matías que, según me parece es el que goza de mayor autoridad por su saber y rectitud.
"Tienes razón. Dios nos ha amado mucho. No debemos pedir más. Samuel, José y Matías no tuvieron sino la alegría de adorar el Infante y de haber sufrido por Él. Jonás murió sin haberlo alcanzado. Él mismo Isaac no está aquí para ver lo que hemos visto. Y si hay alguno que lo merece es él que se deshace en anunciarlo" dice Juan.
"¡Es verdad, es verdad! ¡Qué feliz se hubiera sentido si hubiera visto esto! Se lo contaremos" dice Daniel.
"Sí. Grabemos todo en nuestro corazón para decírselo" añade Elías.
"Y a los otros discípulos y fieles" exclama Benjamín.
"No. No a los otros. Y no por egoísmo, sino por prudencia y por respeto al misterio. Si Dios quiere, llegará la hora en que podamos revelarlo. Por ahora debemos guardar silencio" aconseja nuevamente Matías, y volviéndose a Simeón: "Tú fuiste como yo discípulo de Juan. Acuérdate cómo nos instruía sobre la prudencia de las cosas santas: "Si alguna vez Dios, como ya os ha favorecido, os siguiese favoreciendo con dones extraordinarios , que esto no os haga ebrios charlatanes. Recordad que Dios se manifiesta a los espíritus, que están encerrados en los cuerpos, que son como piedras celestiales que no deben exponerse a las inmundicias del mundo. Sed santos en el cuerpo y en los sentidos para poder frenar todo instinto carnal. En los ojos como en los oídos, en la lengua como en las manos. Y santos en el pensamiento sabiendo frenar el orgullo de querer demostrar lo que tenéis. Porque los sentidos y demás partes del cuerpo, como la inteligencia, deben servir, y no reinar. Servir al espíritu, no reinar sobre él. Deben proteger, no turbar el espíritu. Por esto, poned el sello de vuestra prudencia en los misterios de Dios, fuera de una orden explícita, así cómo el espíritu conserva el de su permanencia temporal en el cuerpo. Serían inútiles en realidad, y hasta peligrosos, el cuerpo y la inteligencia, si no lográsemos que nos sirviesen para obtener méritos, y si no sirviesen para ser templos de un altar donde brilla la gloria de Dios: nuestro espíritu". ¿Os acordáis de esto, tú Juan, y tú Simeón? Espero que sí, porque si no os acordáis de las palabras de nuestro primer maestro, él ha muerto realmente para vosotros. Un maestro vive mientras su doctrina vive en sus discípulos. Y si después viene suplantado por otro mayor, por los discípulos de Jesús, por el Maestro de los maestros, no es jamás lícito olvidar las palabras del primero, que nos prepararon a comprender y a amar con sabiduría al Cordero de Dios."
"Tienes toda la razón. Hablas sabiamente. Te obedecemos."
"Pero, ¡qué penoso, qué duro es resistir no verlo otra vez, estando cerca! ¿Estará todavía como antes?" pregunta Simeón.
"¡Quién sabe! ¡Cómo brillaba su rostro!"
"¡Más que la luna en una noche serena!"
"En su boca había una sonrisa divina..."
"De sus pupilas se desprendían lágrimas..."
"No decía ni una palabra. Pero todo en Él era plegaria."
"¿Qué habrá estado viendo?"
"A su Eterno Padre. ¿Lo dudas? Solo ese ver, puede premiar con ese aspecto. Antes bien ¿qué digo? Más que verlo ¡estaba con El, en Él! ¡El Verbo con el Pensamiento! ¡Y se amaban!... ¡Ah!..." dice Leví que parece estar en éxtasis también.
"Bueno, por lo que dije no es lícito quedarnos allí, Pensad que ni siquiera su apóstol lo hizo..."
"¡Es verdad, Maestro santo! Más que la tierra ardiente en sed, El tiene necesidad de sentirse inundado del amor de Dios. ¡Tanto odio a su alrededor!..."
Matías se consagra como Víctima con el Mesías
"Pero también mucho amor. Yo quisiera... ¡Lo haré! ¡El Altísimo me oye! Me ofrezco y digo: "Señor Dios Altísimo, Dios y Padre de tu pueblo, que aceptas y consagras los corazones y los altares e inmolas las víctimas que te aguardan, descienda como fuego tu voluntad y me consuma como víctima con tu Mesías, con el Mesías y por el Mesías, tu Hijo, mi Dios y Maestro. A Ti me encomiendo. Escucha mi plegaria"." Matías que ha pronunciado esta oración de pie, con los brazos levantados, vuelve a sentarse sobre su montón de hierba seca.
La luna no ilumina ya la gruta, está próxima al occidente. Sus rayos todavía iluminan la campiña, pero no aquí dentro. Caras y cosas se envuelven en una sola sombra. También las palabras diminuyen, hasta que el sueño vence la buena voluntad, y se oyen de vez en vez palabras alejadas que no reciben respuesta... El frío, que es más duro al amanecer, es un estimulante para combatir el sueño. Se ponen otra vez de pie, prenden unas ramas, se calientan los cuerpos que tiritan.
"¿Cómo la pasará Él que no piensa en hacer fuego?" pregunta Leví que está castañeteando de frío
"¿Y tendrá comida?" pregunta Elías. Dice: "No tenemos ahora más que nuestro amor y un poco de alimentos pobres... y hoy es sábado..."
Pongamos todo nuestro alimento en la entrada de la gruta
y vámonos.
"¿Sabes qué? Pongamos todo nuestro alimento en la entrada de la gruta y vámonos. Un pedazo de pan no nos faltará antes de que llegue la tarde, en casa de Raquel o en la de Elisciá. Seremos la providencia de la Providencia del Hijo de quien a todos nos provee" propone José.
"Sí, sí. Hagamos una buena fogata para ver bien y calentarnos. Luego llevamos todo allá y nos alejaremos antes de que Él o el apóstol salgan y nos vean."
A las llamas juguetonas abren sus alforjas. Sacan pan, queso seco y una que otra manzana. Luego echan encima leña y cautelosos salen, entre tanto que Matías alumbra con una tea sacada de la hoguera. Ponen todo fuera de la entrada de la gruta, las ramas secas en tierra, encima el pan y demás cosas. Luego se retiran, pasan otra vez el arroyuelo, uno tras otro, cobijados en un silencioso amanecer que el canto de un gallo de improviso viene a deshilvanar.
IX. 717-725
A. M. D. G.