MARTA MANDA A AVISAR AL MAESTRO

 


 

#Las hermanas de Lázaro preguntan a Nicomedes cómo lo ve   

#"El es Dios, Nicomedes. Por esto puede todo. La fuerza que dices que fluye de Él, es su voluntad de Dios" replica María   

#Obedezcamos al Maestro. Él nos dijo que lo mandásemos llamar después de muerto   

#Marta quiere convencer a María para llamar al Maestro a que venga   

#Él dijo: "Cuando haya muerto, hacédmelo saber". Y lo haremos. No antes  

 #Ordena a un criado: "Ven conmigo." Después le ordena que sin que nadie lo sepa vaya al Maestro y le diga que Lázaro está muy enfermo que él lo quiere ver y que venga inmediatamente, por piedad.

 


 

Me encuentro todavía en casa de Lázaro y veo que Marta y María salen al jardín acompañando a un hombre más bien anciano, majestuoso de presencia, y creo que no es hebreo porque tiene la cara rasurada como los romanos.

 

Las hermanas de Lázaro preguntan a Nicomedes cómo lo ve

 

Una vez que están un poco lejos de la casa, María pregunta: "¿Y qué cosa, Nicomedes? ¿Qué nos dices de nuestro hermano? Lo vemos muy... enfermo... Habla."

El interpelado abre sus brazos con un gesto de compasión, pues sabe que no hay remedio alguno. Se detiene, contesta: "Está muy enfermo... Desde que tomé cuidado de él, jamás os engañé. He hecho todo lo posible y vosotras lo sabéis. Pero todo ha sido inútil. Creí que con darle algo con que pudiese reaccionar y vencer el agotamiento que le produce su enfermedad, se lograría algo. Le he preparado cosas nutritivas y bebidas reconfortantes. He empleado una cierta clase de venenos propios para que la sangre no se corrompa y para sostener las fuerzas, según lo que enseñaron los grandes maestros de la medicina. Pero la enfermedad es más fuerte que los remedios. Esta clase de males es como una enfermedad corrosiva. Destruye. Y cuando se deja ver en la superficie, los huesos están ya invadios, y como la savia en un árbol sube de las raíces a la copa, así también esta enfermedad se ha extendido por todo el cuerpo..."

"Pero sólo tiene piernas enfermas..." dice Marta.

"Es cierto, pero la fiebre destruye donde creéis que no haya mal. Mirad esta ramita caída. Parece carcomida, aquí cerca de donde se rompió. Pero ved... (la tritura entre sus dedos). ¿Habéis visto? Bajo la corteza que parecía buena estaba ya la polilla hasta la punta, donde parece que todavía hay vida, porque se ven hojitas. Lázaro está ya agonizando. El Dios de vuestros padres, y los dioses y semidioses de nuestra medicina no han podido hacer nada... o no han querido. Hablo de vuestro Dios... Y por esto.. y por esto, preveo que la muerte se acerca a Lázaro, parte porque la fiebre sigue aumentando, síntoma de la corrupción que ha entrado en la sangre, parte por los movimientos irregulares del corazón, y parte también por la falta de estímulos y reacciones en todos los órganos del enfermo. Lo estáis viendo: no se alimenta ya, no retiene lo que poco que puede comer y no asimila lo que retiene. Es el fin... -creedme como a un médico que es deudor a vosotras, por recuerdo a Teófilo- que más deseable sería la muerte... Son enfermedades duras. Por millares de años destruyen al hombre y el hombre no logra prevenirse contra ellas. Sólo los dioses podrían sí..." Se detiene, las mira frotándose con los dedos su mentón rasurado. Piensa. Luego dice: "¿Por qué no llamáis al Galileo? Es vuestro amigo. El puede porque todo lo puede. He examinado a personas que estuvieron condenadas a muerte y que fueron curadas. Una fuerza extraña sale de Él. Un fluido misterioso que reanima, que junta las reacciones dispersas y hace que se curen... No sé. También lo he seguido, mezclado entre la multitud, y he visto cosas maravillosas... Llamadlo. Soy un pagano, pero honro al Taumaturgo misterioso de vuestro pueblo. Sería yo feliz que Él pudiese lo que yo no."

 

"El es Dios, Nicomedes. Por esto puede todo. 

La fuerza que dices que fluye de Él, es su voluntad de Dios" 

replica María

 

"El es Dios, Nicomedes. Por esto puede todo. La fuerza que dices que fluye de Él, es su voluntad de Dios" replica María.

"No me burlo de vuestra fe. Más bien la espoleo para que llegue hasta lo imposible. Por otra parte... Se sabe que los dioses algunas veces han bajado a la tierra. Yo... nunca hubiera creído... Pero como hombre y médico honrado que lo soy, debo afirmar que es verdad, porque el Galileo hace curaciones que sólo un dios puede hacer."

"No un dios, Nicomedes. El verdadero Dios" insiste María.

"Está bien. Como quieras. Yo creeré en Él y me haré su seguidor si viere que Lázaro... resucita. Porque en su caso no se trata ya de curación, sino de resurrección. Llamadlo pues y con urgencia... porque, si no me he hecho un tonto, al máximo dentro de tres ocasos a partir de este, habrá muerto. Dije "al máximo". Puede suceder que sea hasta antes..." 

"Oh, podríamos, pero no sabemos dónde esté..." responde Marta.

"Yo lo sé. Me lo dijo un discípulo suyo que iba a alcanzarlo, al que acompañaban unos enfermos, dos de los cuales eran míos. Está al otro lado del Jordán, cerca del vado. Así me dijo. Vosotras conoceréis tal vez mejor el lugar."

"¡Ah, claro, la casa de Salomón!" dice María.

"¿Está muy lejos?"

"No, Nicomedes."

"Entonces mandad inmediatamente a un siervo a decirle que venga. Más tarde regreso y me quedaré para ver su poder en Lázaro. Sálvete, dominae. Y ... mutuamente animaos." Hace la inclinación, se dirige a la salida, donde un siervo lo espera para tenerle el caballo y abrirle el cancel.

"¿Qué hacemos, María?" pregunta Marta después de haber visto partir al médico.

 

Obedezcamos al Maestro. Él nos dijo 

que lo mandásemos llamar después de muerto

 

"Obedezcamos al Maestro. Él nos dijo que lo mandásemos llamar después de muerto. Y así lo haremos."

"Pero una vez que haya muerto... ¿de qué sirve tener aquí al Maestro? Para nuestro corazón será un consuelo. ¡Pero para Lázaro!... Voy a enviar a un siervo que le diga que venga."

"No. Echarías a perder el milagro. El ordenó que supiésemos esperar y creer contra todo lo imposible. Y si así lo hacemos, veremos el milagro. Estoy segura. Si no lo hacemos, Dios nos dejará con nuestra presunción porque queremos hacer mejor que Él, y no nos concederá nada."

 

Marta quiere convencer a María para llamar al Maestro 

a que venga

 

"¿Pero no estás viendo cuánto sufre Lázaro? ¿No oyes cómo desea ver al Maestro, en sus momentos lúcidos? No tienes corazón. ¡Quieres negar a nuestro pobre hermano su última alegría!... ¡Pobre hermano nuestro! ¡Pobre hermano nuestro! Dentro de poco no tendremos ya hermano. ¡Ni padre, ni madre, ni hermano! La casa destruida y nosotras solas como dos palmeras en el desierto. " Es presa de una crisis de dolor, y yo diría de una crisis típicamente oriental. Se agita, se golpea la cara despeinándose la cabellera.

María la sujeta. Le grita: "¡Cállate! ¡Cállate, te lo mando! Puede oírnos. Lo amo más y sé dominarme mejor que tú. Pareces una mujer enferma. ¡Cállate, te lo mando! Con estas tonterías no se cambia la suerte de nadie, ni tampoco se hace uno digno de que se le compadezca. Si lo haces para conmoverme estás equivocada. Piénsalo bien. Mi corazón se despedaza, pero obedece."

Marta, dominada por la fuerza y palabras de su hermana, se calma un tantín pero en medio de su dolor que es más tranquilo, lora, ruega, invocando a su madre: "¡Madre, oh madre mía, consuélame! Dame más paz de la que me has dado después de tu muerte. ¡Si estuvieses aquí, madre! ¡Si los dolores no te hubieran matado! Si estuvieses nos guiarías y te obedeceríamos para bien de todos... ¡Oh!..."

María cambia de color. Su cara se cubre de lágrimas sin sollozo alguno y sin decir una palabra se retuerce las manos.

Marta la mira y dice: "Nuestra madre, cuando estaba para morir, me hizo prometerle que sería yo para Lázaro una madre. Si estuviese aquí..."

"Obedecería al Maestro porque fue una mujer buena. Es inútil que trates de conmoverme. Dime si quieres que fui yo quien mató a mi madre por las aflicciones que le causé. Y te responderé: "Tienes razón". Pero si quieres que diga que está bien que mandes llamar al Maestro, te respondo: "No". Y siempre te diré: "No". Estoy cierta que desde el seno de Abraham aprueba lo que digo y me bendice. Vamos adentro."

"¡No hay más! ¡No hay más!"

"¡Hay todo! Todo, debes decir. Tú escuchas al Maestro y pareces muy atenta mientras habla, y luego te olvidas de lo que dijo. ¿No ha afirmado siempre que amar y obedecer nos hace hijos de Dios y herederos de su Reino? Si es así, ¿cómo puedes asegurar que nos quedaremos sin nada, si tenemos a Dios y poseemos su Reino por nuestra fidelidad? Oh, en realidad es necesario ser absolutas como lo fui yo, también en el mal, para poder ser, para poder saber y querer ser absolutas en el bien, en la obediencia, en la esperanza, en la fe, en el amor..."

"Pero permites que los judíos se burlen y hagan insinuaciones sobre el Maestro. El otro día lo oíste..."

"¿Todavía estás acordándote de los graznidos de esos grajos, del revoloteo de esos buitres? Déjalos que escupan lo que traen dentro. ¿Qué te importa el mundo? ¿Qué es este en comparación de Dios? Mira, menos que este sucio y aterido o envenenado moscón por haber chupado en la porquería y al que aplasto así" y con fuerte golpe de su pie aplasta al moscardón que despacio camina por entre la grava del sendero. Luego toma a Marta por un brazo y le dice: "¡Ánimos! Vamos adentro y ..."

"Por lo menos hagámoslo saber al Maestro. Mandémosle a decir que está agonizando, sin agregar más..."

 

Él dijo: "Cuando haya muerto, hacédmelo saber".

Y lo haremos. No antes."

 

"Como si tuviese necesidad de que se lo dijésemos. Él dijo: "Cuando haya muerto, hacédmelo saber". Y lo haremos. No antes."

"Nadie, nadie se compadece de mi dolor. Tú, menos de todos..."

"Déjate de lagrimear así. No lo puedo soportar..." En su angustia se muerde los labios para dar fuerza a su hermana, pero ni siquiera llora.

Marcela sale corriendo fuera de la casa. La sigue Maximino: "¡Marta, María, corred, Lázaro está mal! No responde más..."Las dos hermanas ligerísimas entran en casa... luego se oye la voz enérgica de María que da órdenes para el caso, se ve que corren criados con bebidas estimulantes y jofainas de agua hirviendo, se oyen los cuchicheos, se ven gestos de dolor...

Poco a poco la calma vuelve. Los criados hablan entre sí, más calmados, pero no abrigan esperanzas. Unos sacuden su cabeza, otros la levantan al cielo alargando los brazos como si quisieran decir: "Así es", algunos lloran, otros esperan el milagro.

 

Ordena a un criado: "Ven conmigo." 

Después le ordena que sin que nadie lo sepa vaya al Maestro 

y le diga que Lázaro está muy enfermo que él lo quiere ver 

y que venga inmediatamente, por piedad.

 

Ahí está nuevamente Marta, pálida como un cadáver. Vuelve la cara para cerciorarse de que nadie la sigue. Mira a los criados que vienen ansiosos a su alrededor. Vuelve a la casa la mirada para asegurarse de que nadie viene. Ordena a un criado: "Ven conmigo."

El siervo se separa del grupo, la sigue hacia dentro del emparrado de los jazmines. Marta habla, pero sin perder de vista la casa que a través del tupido follaje puede verse: "Escúchame. Cuando todos los criados hayan vuelto a entrar, les daré órdenes para que todos estén ocupados, entonces tú irás a la caballeriza, tomarás uno de los caballos más veloces, lo ensillas... Si por casualidad alguien te viese, dile que vas a casa del médico... No mientes y tampoco te enseño a hacerlo, porque en realidad te mando a donde está el Médico digno de toda bendición... Toma contigo cebada para el caballo, y alimentos para ti y esta bolsa para lo que se te pudiere ofrecer. Sal por el pequeño cancel pasando por los campos arados, donde no se oye el rumor de los cascos del aballo. Toma el camino que lleva a Jericó y galopa sin detenerte ningún momento, ni siquiera de noche. ¿Entendido? Sin detenerte un solo momento. La luna nueva te alumbrará, si está oscuro cuando todavía vas de camino. Piensa que la vida de tu patrón está en tus manos y en tu rapidez. Deposito mi confianza en ti."

"Patrona, te serviré cual fiel esclavo."

"Vas al vado de Betabara. Lo pasas y te diriges a la otra Betania de la Transjordania. ¿La conoces? Donde al principio bautizaba Juan."

"La conozco. También fui allá a purificarme."

"Allí está el Maestro. Todos te señalarán la casa donde esté hospedado. Pero si en lugar del camino principal, sigues por la ribera del río, es mejor. Nadie te verá y tú mismo darás con la casa. Es la primera del único camino del poblado que lleva de la campiña al río. No puedes equivocarte. Una casa baja, sin terraza ni habitaciones superiores, con un jardincillo, que está situada de esta parte del río. Antes de la casa, un huertecillo con un cancel de madera y una cerca como de blanco-espinos, me parece. De todas maneras es una cerca. ¿Has entendido? Repítelo."

El siervo repite.

"Está bien. Trata de hablar con Él, con Él sólo, y le dirás que tus patronas te mandan a decirle que Lázaro está muy enfermo, que está para morir, que no resistimos más, que él lo quiere ver y que venga inmediatamente, inmediatamente, por piedad. ¿Has entendido bien?"

"Sí, patrona."

"Después regresa al punto de modo que nadie note mucho tu ausencia. Lleva una lámpara contigo para la oscuridad. Ve, corre, galopa, mata el caballo, pero regresa presto con la respuesta del Maestro.

"Así lo haré, patrona."

"¡Vete, vete! ¿Ya ves? Todos han vuelto a entrar. Vete al instante. Nadie te verá hacer los preparativos. Yo misma te llevaré la comida. Vete. Te la pondré en el umbral del cancel pequeño. Vete y que Dios sea contigo. ¡Vete!..."

Ansiosa lo empuja. Luego rápida va dentro, espía, y poco después sale ocultándose por una puerta secundaria, por el lado sur, con una pequeña bolsa en las manos, pasa cerca, muy cerca de la valla hasta la primera brecha, da vuelta, desaparece...

X. 13-18

A. M. D. G.