LOS FUNERALES DE LÁZARO

 


#La noticia de la muerte de Lázaro debe haber surtido el mismo efecto que produce una vara metida dentro de una colmena   

#Diferentes comentarios sobre la ausencia de Jesús   

#La muerte de Lázaro, el hecho principal, sirve de puente para pasar a hechos secundarios   

#No escuchéis a los agitadores de los engañados, y no os dejéis engañar  

 #"Los escribas amenazaron a mi marido. ¡Tengo miedo, José, háblales!"   

#Porque Lázaro estaba ya corrompido antes de morir   

#En el Templo querían declararlo leproso   

#Los que quisieron venir fueron los más y por tres motivos   

#Pero Uziel se acordó, lo mismo que Sadoc de un desafío que sucedió hace ya varios meses. Se trata de que se dice que el Mesías dará la prueba de poder rehacer un cuerpo deshecho. Y Lázaro lo está   

#la puerta que lleva al camino de Betania. Juan exclama: "¡Mira! Está custodiada. ¿Cómo es posible? Detienen al que sale   

#Ahí está Betania vestida de luto por su ciudadano más famoso   

#Marta y María están agotadas. Se tienen de la mano como dos niñas espantadas por el vacío que hay en casa   

#Los fariseos quieren cerciorarse de que ha muerto   

#Otro grupo de fariseos se acerca a las hermanas. Son casi todos los de Galilea  

#También María llora. La realidad la tiene ante los ojos. Ha creído, ha esperado más allá de lo posible... y nada ha acaecido, los siervos han y puesto la piedra a la entrada del sepulcro porque el sol comienza a bajar  

 #María todavía espera que venga Jesús y que haga el milagro   

#Si a Jesús de Nazaret le ha parecido que así está bien, lo está. Su amor por todos nosotros de Betania es grande. Todo para la gloria de Dios y suya.   

#María da las órdenes para enterrar a Lázaro   

#María da un grito profundo de dolor. Se oye el nombre de Lázaro, se oye el de Jesús

 


 

La noticia de la muerte de Lázaro debe haber surtido 

el mismo efecto que produce una vara metida 

dentro de una colmena

 

La noticia de la muerte de Lázaro debe haber surtido el mismo efecto que produce una vara metida dentro de una colmena. Toda Jerusalén habla de ella. Nobles, mercaderes, gente humilde, pobres, gente de la ciudad, de los lugares circunvecinos, peregrinos pero que conocen el lugar, extranjeros que por vez primera están allí y que preguntan que quién murió, la clase de muerte, romanos, legionarios, oficinistas, levitas, sacerdotes que se reúnen, que se separan para venir a acá, para ir a allá. Corrillos que con palabras o expresiones diversas hablan de lo acaecido. Algunos alaban, otros lloran, algunos sienten su miseria ahora más que nunca, porque ha muerto su bienhechor, algunos se lamentan: "No tendré nunca más un amo semejante a él"; otros enumeran sus méritos; otros su hacienda, su linaje, servicio y cargos de su padre, la belleza y riquezas de su madre, su nacimiento "como si hubiese sido una reina", y no falta quien traiga a la memoria ciertas páginas sobre las que sería mejor correr un velo, sobre todo cuando está de por medio un muerto...

 

Diferentes comentarios sobre la ausencia de Jesús

 

Las noticias más diversas sobre la muerte, el lugar de la sepultura, la ausencia de Jesús que era su gran amigo y protector, son pastelillo de los grupos. Las opiniones que prevalecen son dos: una que atribuye todo lo sucedido a la actitud malévola de los judíos, sanedristas, fariseos y compinches para con el Maestro; la otra, que Este, al verse en frente a una verdadera enfermedad mortal, se escabulló porque en este caso no habrían surtido efecto sus engaños. Sin necesidad de ser uno astuto, fácilmente se comprende de dónde proceda este segundo modo de pensar que envenena a muchos que replican: "¿Eres, pues, fariseo? Si es así, ten cuidado, porque ante nosotros no se habla mal del Santo. Malditas víboras, hijas de hienas y de Leviatán. ¿Quién os paga por que habléis mal del Mesías?" Réplicas, insultos, uno que otro puñetazo; palabras picantes lanzadas contra los fariseos y escribas que pasan dándose aire de dioses, sin dignarse echar una mirada a la gente que vocifera pro y contra acerca del Maestro. ¡Acusaciones, y cuántas!

"Este está diciendo que el Maestro es un falso. Ha de ser uno de los que recibieron sus denarios."

"¿Sus denarios? Los nuestros, deberás decir. Por estos motivos indignos nos despellejan. Pero dónde está ese que quiero ver si es uno de los que ayer fueron a decirme..."

"Ya se escapó. Pero, ¡vive Dios! Lo que hay que hacer es unirse y obrar. Son demasiado desvergonzados."

Otra conversación en diverso lugar: "Te oí y te conozco. Daré relación del modo como te expresas del supremo Tribunal."

"Yo pertenezco al Mesías, y la baba del demonio no me hace nada. Díselo también a Anás y Caifás, si te parece, y que sirva para hacerlos más justos."

Y en otra: "¿Yo? ¿que yo sea perjuro y blasfemo porque sigo al Dios viviente? Tú lo serás que lo ofendes y lo persigues. Te conozco, no lo olvides. Te he visto y escuchado. ¡Espía" ¡Vendido! Venid a aprender a ese..." y empieza a propinarle buenos bofetones que ponen colorada la cara huesuda y verdosa del judío.

"Cornelio, Simeón, ved que me están pegando" grita otro más allá, volviéndose a un grupo de sanedristas.

"Ten paciencia en nombre de la fe y no te ensucies los labios y manos en la vigilia del sábado" le responde uno de ellos sin volverse siquiera al que lleva las de perder en medio de un grupo de gente de pueblo que se hace rápida justicia por sí mismo...

Las mujeres gritan, suplican a sus maridos para que no se comprometan.

Los legionarios patrullan, reparten buenos golpes y amenazan con el arresto y castigo.

 

La muerte de Lázaro, el hecho principal, 

sirve de puente para pasar a hechos secundarios

 

La muerte de Lázaro, el hecho principal, sirve de puente para pasar a hechos secundarios, al desahogo de la larga tensión que hay en los corazones...

Los sanedristas, ancianos, escribas, saduceos, judíos poderosos, pasan indiferentes, socarrones, como si no fuesen la causa de la explosión de rencor, de venganzas personales, de nerviosismo. Y cuanto más pasan las horas, tanto más los corazones se revuelven y se encienden.

"Esos dicen, oídlo bien, que el Mesías no puede curar a los enfermos. Yo era leproso y ahora estoy sano. ¿Los conocéis? No soy de Jerusalén. Nunca los he visto entre sus discípulos desde hace dos años a esta parte."

"¿A esos? Déjame ver a ese que está en medio. ¡Ah, bellaco! Es el mismo que el mes pasado me fue a ofrecer dinero en nombre del Mesías, diciendo que anda reclutando hombres para apoderarse de Palestina. Y ahora dice... Pero, ¿por qué lo dejasteis escapar?"

Lo he comprendido. ¡Que si son unos malandrines! Casi por poco les hago caso. Tenía razón mi suegro. Pero, ved ahí a José el Anciano con Juan y Josué. Vamos a preguntarles si es verdad que el Maestro quiere reclutar soldados. Son buenos y lo saben." Corren en grupo al encuentro de los tres sanedristas y les exponen sus dificultades.

 

No escuchéis a los agitadores de los engañados, 

y no os dejéis engañar

 

"Id a vuestras casas. Por las calles se peca y se hace mal a otros. No disputéis. No os alarméis. Pensad en vuestros negocios y en vuestra familias. No escuchéis a los agitadores de los engañados, y no os dejéis engañar. El Maestro es un maestro, y no un guerrero. Lo conocéis. Dice lo que piensa. no hubiera mandado a otros a deciros que lo siguieseis como soldados, si quisiese que lo fueseis. No le hagáis daño, como tampoco a vosotros mismos y a nuestra patria. Regresad a vuestros hogares. No forméis una cadena de desgracias, lo que ya lo es la muerte de un buen hombre. Regresad a vuestras casas y rogad por Lázaro, que fue vuestro bienhechor" responde José de Arimatea, al que la gente debe querer mucho y obedecer, por ser un hombre recto.

También Juan (el que era un celoso): "El Mesías es un hombre de paz, y no de guerra. No escuchéis a falsos discípulos. Recordad cuán diversos fueron los que se proclamaron Mesías. Recordad, comparad y vuestra conciencia os dirá que tales insinuaciones a la violencia no pueden proceder de Él. ¡A casa! Os esperan vuestras mujeres llorando y vuestros hijos que tiemblan de miedo. Dicho está: "¡Ay de los violentos y de los que encienden riñas". "

 

"Los escribas amenazaron a mi marido. 

¡Tengo miedo, José, háblales!"

 

Un grupo lloroso de mujeres se acerca a los tres sanedristas y una de ellas: "Los escribas amenazaron a mi marido. ¡Tengo miedo, José, háblales!"

"Lo haré con la condición de que tu marido sepa guardar silencio. ¿Creéis ayudar al Maestro con estas agitaciones y honrar así al difunto? Os equivocáis. A Él y al muerto causáis mal" dice José y las deja para ir al encuentro de Nicodemo que, seguido por sus siervos, se asoma por uno de los caminos: "No esperaba verte, Nicodemo. Ni yo mismo comprendo cómo he podido. El siervo de Lázaro llegó, después del canto del gallo a anunciarme la desgracia."

"A mi casa llegó más tarde. Al punto me vine. ¿Sabes si el Maestro está en Betania?"

"No está. Mi mayordomo de Bezeta fue a la hora de tercia y me dijo que no estaba."

"No comprendo cómo... A todos ha concedido un milagro, pero a él, no" exclama Juan.

"Tal vez porque a la casa de Lázaro dio un milagro mayor que una curación: hizo que María se redimiese, y devolvió la paz y la honra..." dice José.

"¡Paz y honra! De los buenos a los buenos. Porque muchos... ni siquiera respetan a María ahora que ... Vosotros no sabéis... Hace tres días que estuvieron allá Elquías y muchos otros... y no fueron respetuosos. María los arrojó. Me lo dijeron furiosos. Yo los dejé que hablasen para no descubrir mi corazón..." exclama Josué.

"¿Y ahora van a los funerales?" pregunta Nicodemo.

"Recibieron el aviso, se reunieron a discutirlo en el Templo. ¡Oh, los siervos tuvieron mucho que correr desde muy temprano!"

"¿Por qué tanta prisa por enterrarlo después de siesta?..."

 

Porque Lázaro estaba ya corrompido antes de morir

 

"Porque Lázaro estaba ya corrompido antes de morir. Me dijo mi mayordomo que, pese a los aromas y resinas que ardían por las habitaciones, el olor del cadáver se percibe hasta el portal de la casa. Y luego al atardecer empieza el sábado. No se podía obrar de otro modo."

"¿Y dices que se reunieron en el Templo? ¿Para qué?"

 

En el Templo querían declararlo leproso

 

"A decir verdad, se había ya determinado que se reuniesen todos para hablar sobre Lázaro. Querían declararlo leproso..." dice Josué.

"Eso no. Hubiera sido el primero en haberse separado según la Ley" protesta José. Y agrega: "He hablado con su médico. Absolutamente excluyó la enfermedad de la lepra. Estaba enfermo de una corrupción que lo iba pudriendo."

"Entonces, ¿de qué discutieron, si Lázaro estaba ya muerto?" pregunta Nicodemo.

 

Los que quisieron venir fueron los más y por tres motivos

 

"Sobre si vendrían o no al entierro, después que María los echó afuera. Algunos querían venir, otros, no. Los que quisieron venir fueron los más y por tres motivos. Para ver si está el Maestro, primera y única causa común a todos. Para ver si obra el milagro, segunda razón. Y tercera porque se acordaron de unas palabras recientes que el Maestro dijo a los escribas cerca del Jordán, allá por Jericó" dice Josué por vía de explicación.

"¡El milagro! ¿Cuál, si ya está muerto?" pregunta Juan, encogiendo los hombros y concluye: "Los mismos de siempre... Siempre en busca de lo imposible.

"El Maestro ha resucitado a otros muertos" hace notar José.

"Será verdad, pero si lo hubiese querido conversar vivo, no lo hubiera dejado morir. Lo que dijiste antes de que no estaba leproso, es verdad. Ellos se convencieron."

 

Pero Uziel se acordó, lo mismo que Sadoc de un desafío que

 sucedió hace ya varios meses. Se trata de que se dice que el

 Mesías dará la prueba de poder rehacer un cuerpo deshecho.

 Y Lázaro lo está

 

"Pero Uziel se acordó, lo mismo que Sadoc de un desafío que sucedió hace ya varios meses. Se trata de que se dice que el Mesías dará la prueba de poder rehacer un cuerpo deshecho. Y Lázaro lo está. Sadoc el escriba añadió que cerca del Jordán el Rabí, porque quiso, le dijo que en el mes siguiente vería realizarse el desafío, que consiste en que uno que está ya descompuesto vuelva a vivir. Y ellos han vencido. Si se realiza es porque Él es el Maestro. Y también, si lleva a cabo, no hay duda más acerca de Él."

"Con tal de que no sea un mal..." dice en voz baja José.

"¿Mal? ¿Por qué? Los escribas y fariseos se persuadirán..."

"¡Oh, Juan! ¿Eres un extraño para poder afirmar esto? ¿No conoces a tus conciudadanos? ¿Cuándo la verdad ha podido hacer que sanasen? ¿No piensas que algo hay pues no me invitaron a la reunión?"

"Tampoco a mí me invitaron. Dudan de nosotros y con frecuencia nos dejan afuera" dice Nicodemo. Luego pregunta: "¿Y estuvo Gamaliel?"

"Estuvo su hijo. Vendrá en nombre de su padre, que está enfermo en Gamala de Judea."

"¿Y qué dijo Simeón?"

"Nada de particular. Se limitó a escuchar. Luego se fue. Hace poco pasó con unos discípulos de su padre, en dirección a Betania."

 

la puerta que lleva al camino de Betania. Juan exclama:

 "¡Mira! Está custodiada. ¿Cómo es posible? 

Detienen al que sale

 

Están casi cerca de la puerta que lleva al camino de Betania. Juan exclama: "¡Mira! Está custodiada. ¿Cómo es posible? Detienen al que sale."

"Hay agitación en la ciudad..."

¡Oh! La puerta no es de las más importantes..."

Llegan, y se les ordena a ellos y a los demás que se detengan.

"¿Qué razón hay para ello, soldado? Todos me conocen en la Antonia y no tenéis nada en mi contra. Os respeto y respeto vuestras leyes" protesta José de Arimatea.

"Órdenes del centurión. El Procurador está por llegar a la ciudad y queremos saber quién sale por las puertas, y sobre todo por ésta que comunica con el camino de Jericó. Te conocemos, pero también conocemos lo mucho que nos apreciáis. Tú los tuyos podéis pasar. Si gozáis de alguna autoridad entre el pueblo, decidle que es mejor que esté quieto. A Poncio no le gusta cambiar de costumbres por súbditos que le hagan sombra... y podría ser muy severo. Te lo digo a ti, porque eres leal." Pasan...

"¿Habéis oído? Preveo días duros... Será necesario aconsejar a los otros más bien que al pueblo..." propone José. 

El camino de Betania está lleno de gente. Todos van al entierro. Se ven sanedristas y fariseos mezclados con saduceos y escribas, y estos con campesinos, siervos, mayordomos de las diversas casas y terrenos que tiene Lázaro en la ciudad y en la campaña. Cuanto más se acerca uno a Betania, tanto más de todos los senderos y atajos desemboca gente en el camino principal.

 

Ahí está Betania vestida de luto 

por su ciudadano más famoso

 

Ahí está Betania vestida de luto por su ciudadano más famoso. Todos sus habitantes con lo mejor que tienen se vuelcan a la calle. Van a la casa del difunto, pero no entran en ella. Se detienen cerca del cancel, en el camino. Miran a los invitados y se intercambian nombres e impresiones.

"Ved a Natanael Ben Faba. ¡Oh, el viejo Matatías, pariente de Jacob! El hijo de Anás. Míralo allí con Doras, Calascebona y Arquelao. Uff, ¿cómo habrán hecho para venir aquellos de Galilea? Están todos. Mira: Elí, Yocana, Ismael, Urías, Joaquín, Elías, José... El viejo Cananías con los sanedristas Sadoc, Zacarías y Yocana. También está Simeón de Gamaliel. Solo. El rabí no ha venido. Ved a Elquías con Nahum, Feliz, el escriba Anás. Zacarías, Jonatás de Uriel. Saúl como Eleazar, Trifón y Yoazar. ¡Pillos! Otro de los hijos de Anás. El menor. Habla con Simón Camit. Felipe con Juan de Antipátrida. Alejandro, Isaac y Jonás de Babaón. Sadoc, Judas, descendiente de los asideos y creo que es el último. Ved allí a los mayordomos de los diversos palacios. No veo a los amigos fieles. ¡Cuánta gente!"

¡De veras! ¡Cuánta gente! Toda muy seria y con señales de dolor en sus caras. Se abre el cancel y entran todos, muchos de los cuales he visto como amigos o enemigos alrededor del Maestro. Gamaliel no está, tampoco el sanedrista Simón. Veo también a otros que nunca había visto en las discusiones en torno a Jesús, o que si los vi, no supe su nombre... Pasan rabinos con sus discípulos, y escribas en grupos compactos. Pasan judíos cuyas riquezas oigo alabar... El jardín está lleno de gente que, después de haber presentado sus pésames a las hermanas que están sentadas, tal vez será el uso, bajo el portal, y por lo tanto fuera de las habitaciones, se esparce por el jardín en una mezcla continua de colores y de continuas inclinaciones.

 

Marta y María están agotadas. Se tienen de la mano 

como dos niñas espantadas por el vacío que hay en casa

 

Marta y María están agotadas. Se tienen de la mano como dos niñas espantadas por el vacío que hay en casa, de que no tienen ya nada con que pasar el día, pues Lázaro ha muerto. Escuchan las palabras de los visitantes, lloran con los verdaderos amigos, con los fieles súbditos, se inclinan ante los austeros, imponentes, rígidos sanedristas que han venido más por ostentación que por honrar al difunto; responden hasta la fatiga a quienes les preguntan los últimos momentos de Lázaro...

José, Nicodemo, los amigos de más confianza, se ponen al lado de ellas con palabras cortas, con las que muestran su amistad que vale más que todo.

 

Los fariseos quieren cerciorarse de que ha muerto

 

Regresa Elquías con los más intransigentes con quienes había estado hablando y dice: "¿No podríamos ver al difunto?"

Marta dolorosamente se pasa la mano por la frente y pregunta: "¿Ha sido acaso costumbre en Israel? Está ya embalsamado..." y lágrimas le corren por las mejillas. 

"No es costumbre. Tienes razón. Pero lo quisiéramos nosotros. Los amigos más fieles tienen derecho de ver por última vez al amigo."

"También nosotras las hermanas tendríamos igual derecho, pero fue necesario embalsamarlo lo más pronto posible... Cuando regresamos a la habitación de Lázaro no vimos más que vendas..."

"Debíais de haber dado órdenes claras. ¿No podéis ahora quitar el sudario?"

"Oh, está ya corrompido... Ya es la hora del entierro."

José interviene: "Elquías, me parece que nosotros... por exceso de amor, causamos pena. Dejemos en paz a las hermanas..."

Se adelanta Simeón, hijo de Gamaliel e impide que Elquías responda: "Mi padre vendrá tan pronto como pueda. Lo represento. Apreciaba a Lázaro, lo mismo que yo."

Marta se inclina respondiendo: "Que Dios premie al rabí la honra que da a mi hermano."

Como se queda ahí el hijo de Gamaliel, Elquías se retira sin insistir más y se pone a hablar con los demás que le hacen notar: "¿Pero no sientes qué feo huele? ¿Dudas de que haya muerto? Ya veremos si no tapan completamente el sepulcro. Nadie puede vivir sin aire."

 

Otro grupo de fariseos se acerca a las hermanas. 

Son casi todos los de Galilea

 

Otro grupo de fariseos se acerca a las hermanas. Son casi todos los de Galilea. Marta, recibidos sus pésames, no puede menos de admirarse de su presencia.

"El Sanedrín ha celebrado sesiones de importancia y por eso nos encontrábamos en la ciudad" explica Simón de Cafarnaum y mira a María cuya conversión no cabe duda que recuerde. Pero se limita tan sólo a mirarla.

Se acercan Yocana, Doras hijo de Doras e Ismael con Cananías, Sadoc y otros cuyos nombres ignoro. Antes de que abran sus bocas de serpientes, se hablan con los ojos. Esperan que José se aleje con Nicodemo para hablar con tres judíos. Ahora están listos para herir. El viejo Cananías con su voz cascada de vejete da la puñalada: "¡Qué te parece, María! Vuestro Maestro es el único ausente de los muchos amigos de tu hermano. ¡Bonita amistad! ¡Tanto amor mientras Lázaro estuvo bien! ¡Indiferencia cuando es la hora de mostrarla! Todos han sido objeto de algún milagro. Pero éste no. ¿Qué dices  a esto? ¡Qué bien te engañó! ¡Qué bien se comportó el hermoso Rabí de Galilea! ¡Je, je! ¿No decías que te había ordenado que esperaras más allá de lo posible? ¿No has, pues, esperado? ¿Sirve esperar en Él? Esperabas en la Vida, dijiste. ¡Me lo imagino! Él se llama "la Vida" ¡je, je! Pero allí dentro está tu hermano muerto. Y ahí está abierta ya la entrada del sepulcro. Entre tanto el Rabí está ausente. ¡Je, je!"

"El sabe dar muerte, pero no vida" dice con un guiñó Doras.

Marta se oculta la cara con las manos y llora. La realidad se impone. Su esperanza ha fallado. El Rabí está ausente. No ha venido siquiera a consolarlas. Y podía haberlo hecho. Marta llora. No sabe más que llorar.

 

También María llora. La realidad la tiene ante los ojos.

 Ha creído, ha esperado más allá de lo posible... 

y nada ha acaecido, 

los siervos han y puesto la piedra a la entrada 

del sepulcro porque el sol comienza a bajar

 

También María llora. La realidad la tiene ante los ojos. Ha creído, ha esperado más allá de lo posible... y nada ha acaecido, los siervos han y puesto la piedra a la entrada del sepulcro porque el sol comienza a bajar, y baja más aprisa en invierno, y es viernes, y todo tiene que terminarse a tiempo, de modo que los huéspedes no vayan a dejar de observar la ley del sábado, que dentro de poco empezará. Ha esperado mucho, siempre. Todo lo puso en esta esperanza. Se ha llevado un chasco.

Cananías insiste: "¿No me respondes? ¿Te persuades ahora que es un impostor, que se aprovechó de vosotras y que os escarneció? ¡Pobres mujeres!" y tanto él como los demás mueven sus cabezas, repitiendo: "¡Pobres mujeres!"

Maximino se acerca: "Es hora. Dad las órdenes. Os toca a vosotras."

Marta cae al suelo. Se le ayuda a levantarse. Se le lleva entre brazos, en medio de los gritos de dolor de la servidumbre que comprende que ha llegado la hora del entierro. Empiezan los lamentos.

 

María todavía espera que venga Jesús y que haga el milagro

 

María presa de angustia se aprieta las manos. Suplica: "Un poco más. Un poco más. Mandad criados por el caminos que va a Ensemes, por el que va a la fuente, por todos los senderos. Criados a caballo que vean si ya viene..."

"¿Pero esperas todavía, infeliz? ¿Quieres algo más para persuadirte de que os traicionó, que os engañó, de que se burló de vosotras, de que os ha escarnecido?..."

 

Si a Jesús de Nazaret le ha parecido que así está bien, 

lo está. Su amor por todos nosotros de Betania es grande.

 Todo para la gloria de Dios y suya.

 

¡Es demasiado! Con la cara bañada en lágrimas, llena de dolor pero siempre fiel, en medio del semicírculo de huéspedes que están reunidos para ver salir el cadáver, María en voz alta grita: "Si a Jesús de Nazaret le ha parecido que así está bien, lo está. Su amor por todos nosotros de Betania es grande. Todo para la gloria de Dios y suya. El afirmó que de esto vendrá gloria al Señor para que resplandezca completamente el poder de su Verbo. Vamos, Maximino. El sepulcro no es un obstáculo al poder de Dios..."

 

María da las órdenes para enterrar a Lázaro

 

Se hace a un lado, ayudada de Noemí que ha acudido, y da la señal... El cadáver, envuelto en vendas, sale de la habitación, atraviesa el jardín entre dos hileras de gente, entre los lamentos. María quiere ir detrás, pero vacila. Cuando todos se dirigen al sepulcro, ella también va y llega a tiempo para ver cómo desaparece el bulto inmóvil dentro de su oscuridad a cuya entrada los siervos tienen en alto hachas encendidas para que vean los que bajan dentro, pues el sepulcro de Lázaro está mas bien excavado hacia abajo, tal vez para aprovecha el terreno rocoso.

 

María da un grito profundo de dolor. 

Se oye el nombre de Lázaro, se oye el de Jesús

 

María da un grito profundo de dolor. Se oye el nombre de Lázaro, se oye el de Jesús. Parece como si le arrancaran el corazón.. Sólo pronuncia esos dos nombres y los repite hasta que se escucha el ruido de la roca puesta a la entrada de la tumba. Lázaro ha desaparecido aun con su cuerpo. María se deja caer sobre quien la sostiene, pierde el conocimiento, no sin haber gritado: "¡Jesús, Jesús!" Se le lleva dentro.

Se queda Maximino para despedir a los huéspedes y darles las gracias en nombre de todos los familiares. Todos le dicen que regresarán diariamente para los pésames...

Lentamente se van. Los últimos son José, Nicodemo, Eleazar, Juan, Joaquín, Josué. En el cancel encuentran a Sadoc con Uriel que maliciosamente riendo, dicen: "¡Su apuesta! ¡Y tuvimos miedo de ella!"

"¡Oh, está bien muerto! ¡Cómo apestaba, pese a los perfumes! No hay duda, no la hay. No era necesario quitar el sudario. Creo que estaba lleno ya de gusanos." Están felices.

José los mira. Y su dura mirada les troncha las sonrisas. Todos se apresuran a regresar a la ciudad antes de que termine el crepúsculo.

X. 32-40

A. M. D. G.