LA RESURRECCIÓN DE LÁZARO
#Un rapazuelo va a avisar que Jesús ha llegado
#¡El Maestro!" exclaman los que lo ven, y esta palabra corre como el viento de grupo en grupo
#Marta que ve a Jesús deja al grupo y se echa a sus pies y se los besa
#"Tu hermano resucitará. Levántate, Marta."
#"Quitad la piedra" grita Jesús, después de haberse secado el llanto.
#"Espera un momento, Sadoc. Tengo que decirte una palabra. A ti y a los tuyos."
#Encuentra a Gamaliel Jesús le dice: "Prepárate, ¡oh rabí! Pronto vendrá la señal. Nunca miento."
Jesús se acerca a Betania por Ensemes. La marcha habrá debido ser fatigosa por los difíciles caminos de los montes de Adamín. Los apóstoles, exhaustos, a duras penas siguen a Jesús que camina rápido como si el amor lo prendiese en alas de fuego. Una sonrisa brillante hay en su rostro. La cabeza la trae en alto bajo los rayos tibios de un sol de mediodía.
Un rapazuelo va a avisar que Jesús ha llegado
Antes de que lleguen a las primeras casas de Betania, lo ve un rapazuelo descalzo que va a la fuente que está cerca de la población con una jarra de bronce vacía. Da un grito. Deja la jarra en tierra y corre, con toda la velocidad de sus piernecillas, al poblado.
"Va a avisar que has llegado" observa Judas Tadeo, después de que se rió, como todos los demás, de la decisión del niño que dejó su jarra a merced del primero que pasare.
La población, vista desde la fuente, que está un poco más elevada que ella, se ve quieta, como desierta. Tan sólo el humo gris que sale por las chimeneas indica que en las casas están las mujeres ocupadas en preparar la comida, y alguna que otra voz varonil entre los olivares, entre los extensos y silenciosos huertos hace caer en la cuenta que alguien está trabajando. Pese a esto Jesús prefiere tomar un atajo que pasa por detrás del poblado, para llegar a la casa de Lázaro sin atraer la atención de la gente.
Casi están a mitad del camino cuando oyen a sus espaldas al rapazuelo de antes que los pasa corriendo, y luego se detiene pensativo a mirar a Jesús...
"La paz sea contigo, pequeño Marcos. ¿Huiste de miedo?"
"Yo no, Señor. Yo no tengo miedo. Como hace muchos días,
Marta y María enviaron sus criados a los caminos
para ver si venías, ahora que te vi, corrí a anunciárselo..."
"La paz sea contigo, pequeño Marcos. ¿Huiste de miedo?" le pregunta Jesús acariciándolo.
"Yo no, Señor. Yo no tengo miedo. Como hace muchos días, Marta y María enviaron sus criados a los caminos para ver si venías, ahora que te vi, corrí a anunciárselo..."
"Hiciste bien. Las hermanas preparan su corazón para verme."
"No, Señor. Las hermanas no se prepararán porque no saben nada. No quisieron que lo dijese. Me tomaron de los brazos cuando dije, al entrar en el jardín: "El Rabí está aquí", y me echaron fuera diciendo: "Eres un mentiroso o un tonto. Él no viene ya porque no puede hacer el milagro". Y como insistí en afirmar que eras Tú, me dieron dos cachetes como nunca me habían dado... Mira aquí que traigo las mejillas coloradas. ¡Me arden! Me echaron afuera diciendo: "Esto es para purificarte por haber visto un demonio". Yo te estuve viendo para convencerme si te habías convertido en demonio, pero no lo veo... Eres siempre mi hermoso Jesús como los ángeles de los que me cuenta mamá."
Jesús se inclina a besarlo en las mejillas donde le pegaron, diciendo: "Así se te va pasar el ardor. Me desagrada que por Mí hayas sufrido..."
"A mí no, Señor, porque esos cachetes me valieron dos besos tuyos" y se le agarra a las piernas esperando otros.
"Dime, Marcos, ¿quién te echó afuera? ¿Los criados de Lázaro?" pregunta Tadeo.
"No. Los judíos. Vienen todos los días para el pésame. ¡Hay muchos! Hay en la casa y en el jardín. Llegan temprano y se van tarde. Parece como si fueran los dueños. Maltratan a todos. Ves que no hay nadie por los caminos. Los primeros días estaba uno a ver... pero después... Ahora solo nosotros los niños podemos dar vueltas por... ¡Oh, mi jarra! Mi madre que espera el agua... Ahora también ella me pegará..."
Todos se echan a reír de la tristeza ante los futuros golpes. Jesús dice: "Vete ahora ligero..."
"Es que... quería entrar contigo y verte hacer el milagro..." y concluye: "... y ver sus caras... para vengarme de los cachetes recibidos..."
"Eso no. No debes desear vengarte. Debes ser bueno y perdonar... Tu madre está esperando el agua..."
"Voy yo, Maestro. Sé dónde vive Marcos. Le daré la razón a su madre y luego te alcanzo..." dice Santiago de Zebedeo, echando a correr.
Continúan el camino lentamente. Jesús lleva de la mano al niño que salta de gozo...
Están ya en el enrejado del jardín. Lo pasan. Se ven muchas cabalgaduras atadas de las que cuidan los criados de sus dueños. El murmullo que se levanta atrae la atención de algún judío que se vuelve al cancel abierto en el momento en que Jesús pone pie en los límites del jardín.
¡El Maestro!" exclaman los que lo ven, y esta palabra
corre como el viento de grupo en grupo
"¡El Maestro!" exclaman los que lo ven, y esta palabra corre como el viento de grupo en grupo. Se propaga cual onda, que venida de lejos se estrella en la ribera, contra los muros de las casas y penetra en ellas. Palabra que transmiten los judíos que están ahí, o algún fariseo, rabí, escriba o saduceo.
Jesús sigue avanzando lentamente, mientras todos, aunque acuden de diversas partes, se hacen a un lado del camino. Y como nadie lo saluda, tampoco Él saluda a nadie. No conoce a muchos de los allí reunidos que lo miran con ira, con odio, fuera de unos cuantos, que siendo aun discípulos ocultos si no lo aman por lo que es, tienen buen corazón y lo respetan como a un hombres justo. Son José, Nicodemo, Juan, Eleazar, Juan el escriba, que vi en la multiplicación de los panes, el otro Juan que dio comida cuando se bajaba del monte de las bienaventuranzas. Gamaliel con su hijo, Josué, Joaquín, Mannaén, el escriba Yoel de Abías, que estuvo en el Jordán cuando lo de Sabea, José Bernabé discípulo de Gamaliel, Cusa que mira a Jesús de lejos, un poco atemorizado de volverlo a ver después de su equivocación, o bien presa del respeto humano que le impide mostrarse como amigo. Lo cierto es que ni amigos, ni imparciales, ni enemigos lo saludan. Y Jesús no saluda. Se ha limitado a una común y corriente inclinación al poner su pie en el sendero. Luego continúan derecho, sin preocuparle la gente que le rodea. El rapazuelo descalzo camina a su lado con sus vestidos de campesino, con la carita jubilosa, con sus negros ojitos, bien abiertos para ver todo y... para desafiar a todos...
Marta que ve a Jesús deja al grupo y se echa a sus pies
y se los besa
Marta sale de la casa con un grupo de judíos que han venido a visitarla entre los que vienen Elquías y Sadoc. se pone la mano en la frente para que el sol no le moleste los ojos hinchados de llorar, y ver por dónde viene Jesús. Lo ve. Se separa del grupo y corre a Él, que está a pocos pasos distante de la fuente y reverberante a los rayos del sol. Se arroja a los pies de Jesús, después de la primera inclinación, se los besa mientras en medio de un estallido de llanto: "La paz sea contigo Maestro" exclama.
También Jesús le ha dicho apenas la tuvo cerca: "La paz sea contigo" y levantó su mano para bendecir, soltando la del niño que la toma Bartolomé y lo hace retroceder un poco.
Marta continúa: "Para tu sierva no hay ya paz." Arrodillada como está, levanta su cara y con un grito de dolor rompe el silencio: "¡Lázaro ha muerto! Si hubieses estado aquí, no hubiera pasado eso. ¿Por qué no viniste antes, Maestro?" Su voz tiene un cierto tono de reproche. Después se oye el de abatimiento de quien no tiene fuerzas para nada y que el único consuelo que le queda es poder recordar los últimos actos, los últimos deseos de un pariente a quien se procuró contentar en todo, y por lo tanto no queda ningún remordimiento: "Tantas veces que te llamó nuestro hermano Lázaro... Mira. Siento el dolor en el alma y María llora sin poderse calmar. Él no está más aquí. ¡Tú sabes cuánto lo amábamos! ¡Todo lo esperábamos de Ti!..."
Un murmullo de compasión por Marta, uno de reproche a Jesús, un común acuerdo a la idea sobrentendida: "y podrías escucharnos porque lo merecemos, pues te amamos. Tú en cambio nos has desilusionado" corre de grupo en grupo con sacudimientos de cabezas o con miradas burlonas. Sólo los pocos discípulos que hay entre la multitud dirigen a Jesús ojos de compasión. Está muy pálido y triste al oír a Marta. Gamaliel, con los brazos cruzados sobre el pecho en su amplia y rica vestidura de lana muy fina, adornada con flecos azules, distante un poco entre un grupo de jóvenes entre los que está su hijo y José Bernabé, lo mira sin odio, sin amor.
Después de que Marta se secó la cara, continúa hablando: "Pero aun ahora abrigo la esperanza, porque sé que cualquier cosa que pidieres al Padre, te concederá." Una profesión dolorosa, heroica de fe que brota con voz temblorosa, con el ansia en la mirada, con la última esperanza que se estremece en su corazón
"Tu hermano resucitará. Levántate, Marta."
"Yo soy la Resurrección y la Vida.
Quien cree en Mí, aunque haya muerto, vivirá.
Quien cree y vive en Mí no morirá jamás.
¿Crees esto?"
"Tu hermano resucitará. Levántate, Marta."
Esta se levanta, peri siguen inclinada en señal de reverencia. Responde: "Lo sé, Maestro. Resucitará en el último día."
"Yo soy la Resurrección y la Vida. Quien cree en Mí, aunque haya muerto, vivirá. Quien cree y vive en Mí no morirá jamás. ¿Crees esto?" Jesús, que antes había hablado en voz casi baja y sólo a Marta, ha levantado la voz y proclama su poder de Dios. Su hermoso timbre de voz es cual una campanilla de oro que sonase en el jardín. Un temblor como de espanto sacude a los presentes. Algunos se miran de soslayo, moviendo la cabeza.
Marta, a la que como si Jesús tratase de infundir esperanzas al seguir apoyando su mano sobre su hombro, se yergue, mira con ojos llenos de dolor los esplendorosos de Jesús y estrechando sus manos sobre el pecho con tono del todo diverso al anterior responde: "Sí, Señor. Yo creo en esto. Creo que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo, que ha venido al mundo. Y que todo lo que quieres, lo puedes. Creo. Voy a llamar a María" ligera se va desapareciendo entre las habitaciones.
Jesús se detiene, mejor dicho, da algunos pasos adelante, y se acerca al prado donde está la fuente, que brilla bajo las gotas de agua que el surtidor en alas del viento ha depositado en él, como si fuese una pluma de plata. Se queda contemplando cómo se mueven los peces, cómo juguetean, como si escribiesen comas de plata y reflejos de oro en el agua que el sol hiere.
Los judíos lo observan. Involuntariamente han formado grupos diversos. Frente a Jesús están sus enemigos, que suelen estar divididos por razón de sectas, pero a los que ahora el odio une. A su lado y detrás están los apóstoles a los que se ha unido Santiago de Zebedeo, José, Nicodemo y otros de buen corazón. Más allá, Gamaliel en su mismo lugar y en su misma actitud. Su hijo y sus discípulos se han separado de él, dividiéndose entre los dos grupos principales para estar más cerca de Jesús.
Con su grito habitual de "¡Raboni!" María corre a Jesús,
se echa a sus pies que besa entre fuertes sollozos.
¿Por qué lloras igual al que no tiene esperanza?"
Con su grito habitual de "¡Raboni!" María ha salido de la habitación y con los brazos extendidos corre a Jesús, se echa a sus pies que besa entre fuertes sollozos. Varios judíos que estaban con ella le han seguido y juntan a sus sollozos los suyos que difícilmente pueden tomarse en serio. También Maximino, Marcela, Sara, Noemí han seguido a María, y todos los criados. Los lamentos son fuertes y agudos. Me imagino que dentro no se haya quedado nadie. Marta al ver a María que llora tan fuerte, también se echa a llorar.
"La paz sea contigo, María. ¡Levántate! ¡Mírame! ¿Por qué lloras igual al que no tiene esperanza?" Se inclina para decir despacio estas palabras en los negros ojos de María, que de rodillas, apoyada sobre los calcañales, extiende a Él sus manos en actitud de súplica, y que no puede hablar en medio de tantos sollozos: "¿No te dije que debías esperar más allá de lo posible para ver la gloria de Dios? ¿Ha cambiado acaso tu Maestro para que haya razón de que así te angusties?"
Pero María no escucha las palabras que la quieren preparar a la alegría que tanto ha esperado después de amargas angustias, y grita: "¡Oh, Señor! ¿por qué no viniste antes? ¿Por qué te alejaste tanto de nosotros? Sabías que Lázaro estaba enfermo. Si hubieras estado aquí, no hubiera muerto. ¿Por qué no viniste? Debía mostrarle que lo amaba. Y para eso tenía que vivir. Debía mostrarle que persevero en el bien. Tantas penas que le di. ¡Y ahora! Ahora que podía hacerlo feliz, se me quita. Podías dejármelo. Brindar a la pobre María el gozo de consolarlo después de tanto dolor que le causé. ¡Oh, Jesús, Jesús! ¡Maestro mío! ¡Salvador mío! ¡Esperanza mía!" y pone nuevamente su frente sobre los pies de Jesús que baña con lágrimas diciendo: "¿Por qué lo hiciste, Señor? ¡Los que te odian, se alegran de lo que está pasando!... ¿Por qué lo hiciste Jesús?" En la voz de María no hay reproche, como lo hubo en la de Marta, sino angustia de quien además de su dolor de hermana une el de discípula porque le parece que muchos tienen menos estima de Él.
"¡No llores, María! También tu Maestro sufre por la muerte
del amigo fiel... por haber tenido que dejarlo morir..."
Jesús, que ha estado un tanto inclinado para oír las palabras de María que sigue con su cara pegada al suelo, dice con voz fuerte: "¡No llores, María! También tu Maestro sufre por la muerte del amigo fiel... por haber tenido que dejarlo morir..."
¡Qué miradas de alegría envenenada brilla en las caras de los enemigos de Jesús! Lo creen vencido y se regocijan, entre tanto que en las caras de sus amigos la tristeza es mayor.
"Yo te ordeno no llores. Levántate. Mírame.
¿Crees que Yo que tanto te he amado,
lo haya hecho sin motivo alguno?
¿Crees que te haya causado este dolor inútilmente?
¿Dónde lo enterrasteis?"
Con voz todavía más fuerte Jesús dice: "Yo te ordeno no llores. Levántate. Mírame. ¿Crees que Yo que tanto te he amado, lo haya hecho sin motivo alguno? ¿Crees que te haya causado este dolor inútilmente? Ven. Vamos a donde está Lázaro. ¿Dónde lo enterrasteis?"
Como María y Marta son presas de un fuerte llanto. Jesús se dirige a todos los demás, sobre todo a los que llegaron con María y parecen los más conmovidos. Probablemente sean parientes muy retirados. Responden a Jesús, que a las claras se ve que está muy afligido: "Ven a ver" y se dirigen al lugar del sepulcro que está en los confines del huerto, donde el terreno tiene ondulaciones y donde se ven venas rocosas calcáreas.
Marta, al lado de Jesús que ha hecho que María se levantase y que la guía, porque difícilmente puede ver con las lágrimas, señala con la mano a Jesús donde está enterrado Lázaro, y cuando están cerca del lugar dice: "Es allí, Maestro, donde tu amigo está enterrado." Señala la piedra colocada oblicuamente en la entrada del sepulcro.
Jesús pasó ante Gamaliel. Pero ninguno de los dos se saludaron. Gamaliel se ha unido a los otros, más se ha detenido, como todos los fariseos más estrictos, a unos cuantos metros del sepulcro, entre tanto que Jesús ha seguido adelante, hasta muy cerca con las dos hermanas, con Maximino y con los que tal vez sean parientes. Mira la pesada piedra que sirve de puerta al sepulcro y de obstáculo entre Él y su amigo difunto y llora. El llanto de las hermanas aumenta, como el de los amigos íntimos y familiares.
"Quitad la piedra" grita Jesús,
después de haberse secado el llanto.
"Quitad la piedra" grita Jesús, después de haberse secado el llanto. Todos experimentan una reacción de estupor y un murmullo corre por entre todos, murmullo que crece con el de algunos pobladores de Betania que han venido a unirse a los huéspedes. Veo a algunos fariseos que se llevan la mano a la frente, que mueven la cabeza como diciendo: "¡Está loco!"
Nadie cumple lo que Jesús ordena. Ni siquiera sus más fieles.
Jesús repite en voz más alta su orden haciendo que se estremezca la gente de temor, en medio de dos sentimientos contrarios: el de huir, y el de acercarse más, para ver, sin importarle el hedor del sepulcro.
"No es posible, Maestro" replica Marta esforzándose por contener su llanto. "Hace cuatro días que está allá abajo. Sabes de qué muerte murió. Sólo nuestro amor podía tener cuidado de él... Ahora hiede horriblemente, pese a los ungüentos... ¿Qué quieres ver? ¿Su podredumbre?... No se puede... además de la impureza que se contrae y..."
"¿No te he dicho que si creyeres, verás la gloria de Dios? Quitad la piedra. ¡Lo ordeno!"
Es la orden de un Dios. Se escuchan un "¡Oh!" que sumiso escapa de todos los pechos. El color huye de todas las caras. Algunos tiemblan como si por sus cuerpos pasase el helado viento de la muerte.
Marta hace una señal a Maximino el cual manda a los siervos que vaya a traer los instrumentos necesarios para mover la pesada piedra.
Así lo hacen y rápidos corren. Regresan con picos y fuertes palancas. Ponen mano a la obra. Meten las puntas de los picos que resplandecen, entre la roca y la piedra, bajo de ellos introducen las palancas y así logran hacer rodar la piedra de un lado, procurando cautelosamente que se apoye sobre el terreno rocoso. Un hedor horrible sale de dentro, que obliga a retroceder a todos.
Marta en voz baja dice: "Maestro, ¿quieres ir allá abajo? Tienes necesidad de antorchas..." Y en su cara se ve la palidez de tener que hacerlo.
"Padre, te doy gracias por haberme escuchado.
Sé que siempre me escuchas. Pero lo dije por estos
que están aquí presentes, por el pueblo que me rodea,
para que crean en Ti, en Mí, y para que crean
que me has enviado."
Jesús no le responde. Levanta sus ojos al cielo, abre los brazos en forma de cruz, ruega con voz muy fuerte, haciendo hincapié en cada palabra: "Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Sé que siempre me escuchas. Pero lo dije por estos que están aquí presentes, por el pueblo que me rodea, para que crean en Ti, en Mí, y para que crean que me has enviado."
Sigue en esta posición por unos instantes, y parece como transportado en éxtasis, parece como transfigurado, mientras dice palabras de oración o de adoración en silencio. No lo sé. Lo que sé es que no parece el mismo, que no se le puede mirar sin sentir palpitar fuertemente el corazón. Parece como si su cuerpo estuviera hecho de luz, como que es espiritualizara, que creciera, que se levantase de la tierra. Aunque conserva el color de sus cabellos, de sus ojos, de su piel, de los vestidos, y no como durante la transfiguración del Tabor en la que todo se convirtió en luz y en un resplandor avasallador, parece que emana luz y que de Él sale. Parece como si esta le formase una especie de halo, sobre todo en su rostro que tiene levantado al cielo, transportado en la contemplación de su Padre.
con un grito más fuerte que cuando en el lago mandó
al viento que se calmase, con una voz como en ningún
otro milagro había yo oído,
grita: "¡Lázaro, sal afuera!"
Así permanece por unos instantes, luego vuelve a ser el Hombre, pero de una majestad imponente. Se adelanta al umbral del sepulcro, extiende sus brazos, que hasta ahora había tenido en forma de cruz con las palmas hacia el cielo. Las manos las tiene en dirección del sepulcro, se les ve blancas en medio de la oscuridad que llena la galería subterránea. De sus ojos sale una especie como de fuego azul, el brillar del milagro que no puede resistirse. En esa muda oscuridad con voz poderosa, con un grito más fuerte que cuando en el lago mandó al viento que se calmase, con una voz como en ningún otro milagro había yo oído, grita: "¡Lázaro, sal afuera!" La voz repercute en la concavidad sepulcral, retumba dentro, sale, se extiende por el jardín, rebota contra los desniveles de ondulaciones de Betania, y creo que hasta las faldas de las colinas que hay más allá de los campos, y que regrese, hecha eco mil veces, como una orden que no puede dejar de cumplirse. El eco repite: "¡afuera! ¡afuera! ¡afuera!"
Un fuerte estremecimiento se apodera de todos. Si la curiosidad enclava a todos en sus lugares, las caras palidecen, los ojos se agrandan, las bocas se entreabren involuntariamente al ir a emitir el grito del estupor que está ya en las gargantas.
Marta está un poco detrás y al lado, como fascinada en mirar a Jesús. María, que no se había separado del lado de Jesús, cae de rodillas al umbral del sepulcro. Tiene una mano sobre el pecho como para frenar las palpitaciones de su corazón, con la otra inconscientemente agarra la extremidad del manto de Jesús y se ve que tiembla, porque el manto se mueve.
Una cosa blanca parece brotar de lo profundo de la caverna subterránea. Primero es una breve línea convexa, luego se cambia en ovalada, a la que se agregan líneas más claras, más grandes, cada vez mayores. Y el que estuvo muerto, en medio de sus vendas, avanza lentamente, cada vez más visible, cual fantasma, cada vez más impresionante.
Jesús retrocede, retrocede, cuanto más la forma blanca avanza. La distancia entre ambos siempre es la misma.
María suelta la extremidad del manto, pero no se mueve de donde está. La alegría, la emoción la enclavan donde está.
Un "¡oh!" cada vez más claro brota de las gargantas cerradas antes por la emoción de la expectativa, un "¡oh!" que se convierte de susurro en fuerte grito.
Lázaro ha llegado al umbral, y yerto se detiene, mudo,
semejante a una estatua de yeso en que apenas el cincel
ha trabajado
Jesús grita:
"Quitadle las vendas, y dejad que camine.
Dadle vestidos y comida."
Lázaro ha llegado al umbral, y yerto se detiene, mudo, semejante a una estatua de yeso en que apenas el cincel ha trabajado. Es una figura larga, delgada arriba, delgada en las piernas, ancha en el tronco, macabra como la muerte misma, un espectro blanco de vendas que tiene por fondo la concavidad oscura del sepulcro. Y bajo la luz del sol que da sobre las vendas se ve que destila podredumbre.
Jesús grita: "Quitadle las vendas, y dejad que camine. Dadle vestidos y comida."
"¡Maestro!..." dice Marta y quisiera decir algo más, pero Jesús la mira fijamente, subyugándola con su brillante mirada. Ordena: "¡Aquí! ¡Pronto! Traed un vestido. Vestidlo en la presencia de todos y dadle de comer." No se vuelve a mirar a nadie. Sus ojos miran sólo a Lázaro, a María que está cerca del resucitado, sin preocuparse de la repugnancia que todos experimentan al ver las vendas, a Marta que jadea como si se le fuese a saltar el corazón y que no sabe si gritar de alegría o llorar...
Los siervos se apresuran a cumplir las órdenes. Noemí es la primera en correr y la primera en regresar con vestidos doblados sobre el brazo. Algunos sueltan las vendas, después de haberse arremangado las mangas y haberse estrechado el vestido para que no toquen la podredumbre que de las vendas cae. Marcela y Sara regresan con jarras de perfumes. Las siguen otros criados con lavamanos y jarras de agua caliente, con palanganas, con tazones llenos de leche, de vino, de fruta, de hogazas cubiertas con miel.
Las vendas estrechas y larguísimas, de lino, como me parece, hechas para el caso, se desenredan como rollos de cinta de una gran bobina y se juntan en el suelo, cargadas de aromas y de podredumbre. Los criados las retiran por medio de palos. Han empezado por la cabeza, y también allí hay podredumbre que debe caer de la nariz, de las orejas, de la boca. El sudario que fue puesto sobre la cara está empapado de lo mismo. Aparece la cara de Lázaro palidísima, flaquísima con los ojos cerrados por lo que le pusieron en las órbitas, con los cabellos pegados, lo mismo que su barba corta. La manta cae lentamente. Cae también la que envuelve el cuerpo, conforme van cayendo las vendas, conforme van cayendo, van cayendo, y dejan el tronco libre, que toma su figura humana, semejante a una gran crisálida. Lentamente se ven la espalda huesuda, los brazos flaquísimos, las costillas que apenas protege la piel, el vientre sumido. Y conforme las vendas van cayendo, las hermanas, Maximino, los siervos se dan prisa en quitar la primera capa de porquería y de bálsamo y persisten con agua que cambian a cada paso, hasta que no se ve clara la piel.
Cuando limpian la cara de Lázaro y puede ver,
dirige sus ojos a Jesús antes que a sus hermanas
Sin decir nada hace que los ojos de Lázaro se levanten
a lo alto. Este lo comprende.
Mueve sus labios en silenciosa plegaria
Cuando limpian la cara de Lázaro y puede ver, dirige sus ojos a Jesús antes que a sus hermanas. Se olvida de todo lo que tiene a su alrededor, con una sonrisa amorosa en sus pálidos labios, y un brillar de llanto en sus profundos ojos mira a Jesús. También Él le sonríe y una breve lágrima se asoma en el ángulo de sus ojos. Sin decir nada hace que los ojos de Lázaro se levanten a lo alto. Este lo comprende. Mueve sus labios en silenciosa plegaria.
Marta piensa que quiere decir algo, pero que todavía no puede hablar. Le pregunta: "¿Qué quieres decirme, Lázaro mío?"
"Nada, Marta. Daba gracias al Altísimo." Su pronunciación es segura, su voz es fuerte.
La gente lanza un "¡oh!" de estupor.
Le han ido quitando hasta la cadera y lo han limpiado. Le ponen una túnica corta, algo así como un camisón, que le llega hasta los muslos.
Hacen que se siente para acabarle de quitar las vendas de las piernas y lavárselas, al verlas Marta y María gritan, señalándolas, lo mismo que las vendas. Si sobre las vendas amarradas a las piernas y sobre la manta puesta sobre ellas, la podredumbre es mucha, las piernas se ven cicatrizadas. Donde un tiempo hubo gangrena, no se ve más que cicatrices de color rojizo.
La gente grita de estupor. Jesús sonríe y sonríe a Lázaro que por un instante se mira las piernas curadas, y luego sigue mirando fijamente a Jesús. Parece como si no se cansara de mirarlo. Lo judíos, fariseos, saduceos, escribas, rabinos, se adelantan, cautelosos de no mancharse sus vestiduras. Miran de cerca a Lázaro. Miran de cerca a Jesús. Pero ni Lázaro, ni Jesús se preocupan de ellos. Se miran mutuamente. Todo lo demás no vale nada.
Ponen las sandalias a Lázaro. Se pone de pie, ágil, seguro. Toma la vestidura que María le alarga, se la pone, se ciñe la cintura, se ajusta los pliegues. Vedlo ahí, flaco y pálido, igual a todos. Se lava las manos y los brazos hasta el codo, remangándose las mangas, y luego con agua limpia se limpia la cara y la cabeza, hasta que siente que no tiene nada. Se seca los cabellos y la cara. Da la toalla al siervo y se dirige a Jesús. Se postra. Le besa los pies.
"Bienvenido, amigo mío. La paz y la alegría sean contigo.
Vive para realizar tu feliz suerte.
Levanta tu cara para que te de el beso de saludo."
Jesús se inclina, lo levanta, lo estrecha contra el pecho diciéndole: "Bienvenido, amigo mío. La paz y la alegría sean contigo. Vive para realizar tu feliz suerte. Levanta tu cara para que te de el beso de saludo." Lo besa en las mejillas, lo que también Lázaro hace.
Después Lázaro se dirige a sus hermanas a quienes besa, lo mismo hace con Maximino y Noemí que lloran de alegría y con algunos que me imagino son parientes o amigos muy íntimos. Luego besa a José, a Nicodemo, a Simón Zelote y a algún otro.
Jesús personalmente va a donde está un criado que tiene una palangana con alimentos, toma una hogaza con miel, una manzana, un vaso de vino, los da a Lázaro, después de haberlos ofrecido y bendecido, para que coma lo que hace con el apetito de quien está sano. Todos lanzan un final "¡oh!" de estupor.
"Espera un momento, Sadoc. Tengo que decirte una palabra.
A ti y a los tuyos."
Jesús que parece no estar viendo más que a Lázaro, en realidad ve todo y a todos, y al notar la ira de Sadoc que con Elquías, Cananías, Félix, Doras, Cornelio y otros está por irse, dicen en voz alta: "Espera un momento, Sadoc. Tengo que decirte una palabra. A ti y a los tuyos."
Se paran con aire de delincuentes.
José de Arimatea se sobresalta de miedo y hace señal a Zelote que detenga a Jesús, pero inútil, porque se dirige al grupo y los apostrofa: "¿Te basta, Sadoc, lo que has visto? Un día me dijiste que para creer teníais necesidad, tú y tus iguales, de ver rehacerse un cadáver corrompido. ¿Estás satisfecho de la podredumbre que viste? ¿Eres capaz de afirmar que Lázaro estuvo muerto, que ahora vive, que está sano, como años antes no lo había estado? Lo sé. Vinisteis a buscarme, esperando encontrarme escondido en la habitación del agonizante. Vinisteis no por que os hubieran movido el amor y el deseo de honrar al difunto, sino para aseguraros de que Lázaro estaba realmente muerto, y habéis seguido viniendo para regocijaros, cuanto más el tiempo pasaba. Si las cosas hubieran salido como esperabais, lo que creíais de seguro, hubierais tenido razón de alegraros. El Amigo que cura a todos, pero no cura al suyo. El Maestro que premia la fe de todos, pero no la de sus amigos de Betania. El Mesías impotente ante la realidad de una muerte. Esto era el incentivo de vuestra alegría. Pero ved que Dios os ha dado la respuesta. Ningún profeta jamás ha podido juntar lo que estaba deshecho, además de muerto. Dios lo ha hecho. He ahí el testimonio viviente de lo que soy. Un día Dios tomó un poco de lodo, le dio forma, sopló en él y se convirtió en hombre. Fui Yo quien dije: "Hágase el hombre según nuestra imagen y semejanza". Porque Yo soy el Verbo del Padre. Hoy, Yo, el Verbo, dije a lo que era menos que el lodo, a la corrupción: "Vive" y la corrupción volvió a convertirse en carne, en carne perfecta, viva, palpitante. Os está viendo. Allí está. Y a la carne junté el alma que hacía unos días estaba en el seno de Abraham. Lo volví a llamar porque quise, porque todo lo puedo, Yo, el Viviente, Yo el Rey de reyes a quien están sujetas todas las criaturas y cosas. ¿Qué respondéis?"
Cual un Juez, como Dios que es, está delante de ellos derecho, alto, majestuoso.
"¿No os basta esto para creer,
para aceptar lo que no puede desmentirse?"
"Has cumplido tan sólo una parte de la promesa.
Esto no es la señal de Jonás..." dice agriamente Sadoc.
Insiste: "¿No os basta esto para creer, para aceptar lo que no puede desmentirse?"
"Has cumplido tan sólo una parte de la promesa. Esto no es la señal de Jonás..." dice agriamente Sadoc.
"También esa se os dará. Lo he prometido y lo mantengo. Hay otro aquí presente, que espera otra señal, y la tendrá. Y como es recto, la aceptará. Vosotros no. Vosotros permaneceréis en lo que sois."
Da media vuelta y ve a Simón, el sanedrista, hijo de Eliana. Lo mira. Lo mira. Deja a los que estaba hablando y llegado a él, le dice en voz baja, pero firme: "¡Es bueno para ti que Lázaro no recuerde su estadía entre los muertos! ¿Qué hiciste de tu padre, Caín?"
Simón huye con un grito de miedo, que luego se transforma en aullido de maldición: "¡Seas maldito, Nazareno!" a lo que Jesús responde: "Tu maldición ha llegado al Cielo y de allá el Altísimo te la lanza. Estás marcado con la señal, ¡desgraciado!"
Jesús le dice: "Prepárate, ¡oh rabí!
Pronto vendrá la señal. Nunca miento."
Vuelve al grupo que está sin saber qué decir, casi aterrorizado. Encuentra a Gamaliel que se dirige a la salida. Lo mira, y Gamaliel también. Sin detenerse, Jesús le dice: "Prepárate, ¡oh rabí! Pronto vendrá la señal. Nunca miento."
Poco a poco el jardín queda vacío. Los judíos están atolondrados, pero los más de ellos respiran ira por todos sus poros. Si las miradas pudieran reducir en ceniza a alguien, a Jesús lo hubieran ya convertido en polvo. Hablan, discuten entre sí al irse alejando, saboreando la dura derrota, de modo que no son capaces ya de ocultar bajo una apariencia hipócrita de amistad el objeto de su presencia. Se van sin despedirse ni de Lázaro, ni de sus hermanas.
Se quedan algunos que el milagro ha conquistado para el Señor. Entre ellos José Bernabé, que se echa de rodillas ante Jesús y lo adora; lo mismo hace Yoel de Abías. Otros, cuyos nombres no sé, pero que deben ser personas importantes, los imitan.
Con grandes inclinaciones de cuerpo se despiden los judíos
que estaban con Marta y María.
Los siervos cierran el cancel. La paz vuelve a la casa.
Lázaro, rodeado de sus más íntimos, se ha retirado dentro. José, Nicodemo y los otros buenos de corazón se despiden de Jesús. Con grandes inclinaciones de cuerpo se despiden los judíos que estaban con Marta y María. Los siervos cierran el cancel. La paz vuelve a la casa.
Jesús mira a su alrededor. Ve que sale humo, que salen llamas en el fondo del jardín, en dirección del sepulcro. Solo, derecho en medio de un caminillo, dice: "La podredumbre que el fuego destruye... La podredumbre de la muerte... pero la de los corazones... de esos corazones ningún fuego la destruirá... Ni siquiera el fuego del infierno. Será eterna... ¡Qué horror!... Más que la muerte... Más que la corrupción... Y... ¿Quien te salvará, ¡oh linaje humano! si tanto te gusta la corrupción? La amas. Y Yo... Yo he arrancado del sepulcro a un hombre con una palabra... Y con un mar de ellas... con uno de dolores no podré arrancar al hombre del pecado, a los hombres, a millones de hombres." Se sienta y se cubre el rostro con las manos, abatido...
"Raboni, estás cansado... Ven, Señor mío.
Tus apóstoles cansados están dentro,
todos menos Simón Zelote...
¿Lloras, Maestro?
¿Porqué?"
Un siervo que pasa, lo ve. Corre adentro. Poco después sale María. Corre donde Jesús, ligera como si no tocase el suelo. Se le acerca, le dice quedito: "Raboni, estás cansado... Ven, Señor mío. Tus apóstoles cansados están dentro, todos menos Simón Zelote... ¿Lloras, Maestro? ¿Porqué?"
Se arrodilla a los pies de Jesús... lo observa... Jesús la mira. No responde. Se levanta y va.
Entran en una sala. Lázaro no está, tampoco Zelote. Pero está Marta, llena de alegría. Se vuelve a Jesús: "Lázaro fue a bañarse, para limpiarse bien. ¡Oh, Maestro, Maestro, qué decir!" Lo adora con todo su ser. Nota su tristeza y le pregunta: "¿Estás triste, Señor? ¿No estás feliz de que Lázaro...?" Le llega una sospecha: "Oh, estás irritado contra mí! Pequé. Es verdad."
"Pecamos, hermana" dice María."
"No. Tú no. Maestro, María no pecó. María supo obedecer, yo fui la que desobedecí. Te mandé llamar porque... porque no podía soportar más que aquellos insinuasen que no eres el Mesías, el Señor... y no podía verlo más sufrir ... Lázaro te necesitaba con ansias. Te llamaba... Perdóname, Jesús."
"¿Y tú no hablas, María?" pregunta Jesús.
Maestro mío... te conocí, ¡oh divina Misericordia!,
en las últimas horas de Lázaro.
¡Oh, Dios mío! Cuánto me has amado, Tú que me perdonaste,
Tú, Dios, Tú, Puro, Tú...
mi hermano que mucho me ama, pero es hombre,
solo hombre, en el fondo de su corazón,
¡no ha perdonado!
No
"¿Y tú no hablas, María?" pregunta Jesús.
"Maestro... yo... no sufrí otra cosa que como mujer. Sufrí porque... Marta, jura, jura aquí ante el Maestro que jamás, jamás dirás a Lázaro lo que dijo en su delirio... Maestro mío... te conocí, ¡oh divina Misericordia!, en las últimas horas de Lázaro. ¡Oh, Dios mío! Cuánto me has amado, Tú que me perdonaste, Tú, Dios, Tú, Puro, Tú... mi hermano que mucho me ama, pero es hombre, solo hombre, en el fondo de su corazón, ¡no ha perdonado! No. Digo mal. No ha olvidado mi pasado y, cuando la agonía debilitaba sus fuerzas y entorpecía su bondad, que pensaba yo era olvido del pasado, gritó su dolor, su desdén contra mí... ¡Oh!..." María llora...
"No llores, María. Dios te ha perdonado y olvidado. El alma de Lázaro también ha perdonado y olvidado, ha querido olvidar. El hombre no ha podido olvidar. Y cuando el cuerpo, en medio de sus estremecimientos, debilitó la voluntad ya frágil, el hombre habló."
"No estoy enojada, Señor. Esto me sirvió para amarte más y amar mucho más a Lázaro. A partir de ese momento fue cuando yo deseé tu presencia... porque sentía angustia de que Lázaro fuera a morir sin paz por mi causa... y luego, luego, cuando vi que los judíos se burlaban de Ti... cuando vi que no venías, ni aun después de muerto, ni siquiera después que había obedecido hasta más allá de lo posible, esperando hasta cuando el sepulcro se abrió para recibirlo, entonces sí que mi corazón sufrió. Señor, si tenía que expiar, y, ciertamente, lo debía, he expiado..."
"¡Pobre María! Conozco tu corazón. Has merecido el milagro y que te confirme en saber esperar y creer."
"Maestro mío, esperaré y creeré siempre de hoy en adelante. No dudaré más, jamás, Señor. Viviré de fe. Me has dado la capacidad de creer en lo increíble."
"¿Y tú, Marta, has aprendido? No.
Todavía no.
Eres mi Marta, pero no me adoras completamente.
¿Por qué te entregas a la actividad y no a la contemplación?
Es cosa más santa
"¿Y tú, Marta, has aprendido? No. Todavía no. Eres mi Marta, pero no me adoras completamente. ¿Por qué te entregas a la actividad y no a la contemplación? Es cosa más santa. ¿Ves? Tus fuerzas, muchas veces entregadas a cosas terrenas, cedieron ante la comprobación de hechos terrenales que parecen no tener remedio. En verdad que no lo tiene, si no interviene Dios. Por esto la criatura tiene necesidad de saber creer y contemplar, de amar hasta lo último de sus fuerzas, con su pensamiento, con su alma, con su cuerpo, con su voluntad; con todas sus fuerzas humanas, repito. Quiero que seas fuerte, Marta. Quiero que seas perfecta. No supiste obedecer, porque no supiste creer y esperar, porque no has sabido amar totalmente. Yo te perdono, te absuelvo, Marta. He resucitado hoy a Lázaro, ahora te doy un corazón más fuerte. A él le he devuelto la vida, en ti infundo la fuerza de amar, creer y esperar perfectamente. Sed felices y gozad de la paz. Perdonad a quienes en aquellos días os ofendieron..."
"Señor, en esto pequé. Hace poco dije al viejo Cananías, que hace unos cuantos días se había burlado de Ti: "¿Quién ha ganado? ¿Tú o Dios? ¿Tu befa o mi fe? Jesús es el Viviente y es la Verdad. Sabía yo que su gloria brillaría mucho más. Y tú, viejo, rehaces tu alma, si no quieres gustar la muerte". "
"Dijiste bien. Pero no disputes con malvados, María. Perdona. Perdona si me quieres imitar... Ya viene Lázaro. Oigo su voz."
"¡Maestro!" Lázaro se arrodilla una vez más adorándolo.
¿Te recuerdas del pasado?
Esto es ¿de tus últimas horas?"
Lázaro entra, trae la barba rasurada, los cabellos peinados y olorosos a aromas. Con él Maximino y Zelote. "¡Maestro!" Lázaro se arrodilla una vez más adorándolo.
Jesús le pone la mano sobre la cabeza y sonriente le dice: "La prueba ha sido superada, amigo mío. La superasteis tú y tus hermanas. Sed ahora felices y fuertes para servir al Señor. ¿Te recuerdas del pasado? Esto es ¿de tus últimas horas?"
"Un gran deseo de verte y una gran paz con el amor de mis hermanas."
"¿Qué te dolía dejar más al morir?"
"A Ti, Señor, a mis hermanas. A Ti, porque no podría servirte; a ellas porque me han brindado toda clase de alegrías..."
"¡Oh, hermano!" suspira María.
"Tú más que Marta. Tú me has dado a Jesús y la medida de lo que es Él. Jesús te he dado a mí. Tú eres el don de Dios, María."
"Lo dijiste cuando agonizaba..." dice María y ve detenidamente el rostro de su hermano.
"Porque era y es mi constante pensamiento."
"Pero yo te causé muchos dolores..."
"También la enfermedad. Por esta espero haber expiado las culpas del viejo Lázaro y haber resucitado, purificado para ser digno de Dios. Tú y yo: los dos resucitados para servir al Señor, y entre ambos Marta, que siempre ha sido la paz de nuestro hogar."
"¿Lo oyes, María? Lázaro habla sabia y verazmente. Ahora me retiro y os dejo en vuestra alegría..."
"No, Señor. Quédate. Con nosotros. Aquí. Quédate en Betania y en mi casa. Será bello..."
"Me quedaré. Quiero premiarte todo lo que padeciste. Marta, no estés triste. Marta piensa que no me causaste algún dolor. No estoy triste por causa vuestra, sino por quienes no quieren redimirse. Cada vez odian más. Tienen el veneno en el corazón. Pues bien... perdonemos."
"Perdonemos, Señor" dice Lázaro con su sonrisa delicada... y con estas palabras termina la visión.
Para salir al paso de posibles objeciones,
quiero hacer notar que entre esta frase y la de la Obra
que encontré a Marta a pocos pasos del estanque que había
en el jardín de Lázaro, no hay contradicción de hechos,
sino de traducción y descripción.
Al margen del escrito sobre la resurrección de Lázaro y en relación a una frase del Evangelio de S. Juan.
Jesús dice: "En el Evangelio de Juan así como se lee desde hace tantos siglos, está escrito: "Jesús no había entrado todavía en el poblado de Betania" (Ju. 9. 30, léase Ju. 11,30). Para salir al paso de posibles objeciones, quiero hacer notar que entre esta frase y la de la Obra que encontré a Marta a pocos pasos del estanque que había en el jardín de Lázaro, no hay contradicción de hechos, sino de traducción y descripción.
Tres cuartas partes de Betania pertenecían a Lázaro. Jerusalén era gran parte suya. Hablemos de Betania. Perteneciendo a Lázaro tres cuartas partes podía decirse: Betania de Lázaro. Por lo tanto no comete ninguna equivocación el texto que afirma, según algunos quieren, que hubiese encontrado a Marta en el poblado o en la fuente. Realmente no había entrado en el poblado para evitar el encuentro de los habitantes de la población, que eran hostiles a los del Sanedrín. Pasé por detrás de Betania para llegar a la casa de Lázaro, que estaba en la punta opuesta de quien entre en el poblado viniendo de Ensemes.
Con toda razón Juan escribe diciendo que Jesús no había entrado en le poblado. También la tiene el pequeño Juan al asegurar que me había detenido junto al estanque (fuente, para los hebreos) que estaba en el jardín de Lázaro, pero separado de la casa.
Piensen también que durante el tiempo del luto y de la impureza (todavía no se estaba en el día séptimo después de la muerte) las hermanas no salían de su casa. Por esto el encuentro se llevó a cabo dentro del recinto de su propiedad.
Nótese también que el pequeño Juan afirma que los habitantes de Betania llegaron al jardín sólo después que se había dado la orden de quitar la piedra. Al principio los de Betania no sabían nada de mi llegada, pero cuando corrió la voz corrieron a casa de Lázaro."
X. 46-59
A. M. D. G.