CAMINO DE EFRAÍN
#Los apóstoles deliberan entre sí
#Los apóstoles vienen a Jesús para decirle que no le abandonan
#"Vámonos. Vosotros, vosotros todos, habéis sellado vuestro destino."
#La mujer refiere a Jesús su historia
En el fresco y claro amanecer los campos que circundan la casa de Nique son una alfombra de trigo de pocos centímetros de alto; tallos delicados de color esmeralda. El huerto que hay cerca de la casa, al compararlo con el risueño plantío y con el firmamento sereno, parece más oscuro, más tosco. La blanca casa, cuando los rayos del sol la besan, se corona de palomos que revolotean.
Nique ya se ha levantado y con diligencia provee a que no falte nada a los que están por partir. Despide primeramente a los dos siervos de Lázaro que han permanecido durante la noche y que parten montando en sus caballos al trote. Entra de nuevo en la cocina donde las siervas preparan leche y alimentos en buenos hornos. De una olla grande echa aceite en dos pequeñas, y vino en pequeños odres. Ordena a una sirvienta que está preparando algo así como hogazas, que las ponga al horno que está ya listo. Toma de las mesas los mejores quesos que están secándose al calor de la cocina. Toma miel y la echa en pequeños recipientes que tapa con cuidado. Con todos estos alimentos hace sendos envoltorios; uno con un cabrito o corderito que la sirvienta toma del asador; otro de manzanas coloradas como el coral; otro de aceitunas; otro más de uva pasa; y otro de cebada limpia. Está terminando este último cuando entra Jesús que saluda a todas.
"Maestro, la paz sea contigo. ¿Tan pronto te levantaste?"
"Debería haberlo hecho antes, pero estaban tan cansados mis discípulos que los he dejado dormir hasta ahora. ¿Qué estás haciendo, Nique?"
"Preparo... No pesan, ¿ves? Doce envoltorios. He tenido en cuanta las fuerzas de los que los van a cargar."
"¿Y Yo?"
"¡Oh, Maestro! Tú tienes ya tu peso..." y en los ojos de Nique se ve
brillar una lágrima.
"Ven conmigo, Nique. Vamos a conversar en paz."
Salen. Se alejan de la casa.
"Mi corazón llora, Maestro..."
"Lo sé. Pero hay que ser fuertes. Fuertes pensando que no se me ha causado algún dolor..."
"¡Oh, esto nunca! Yo me había imaginado que podría estar cerca de ti, y por esto me vine a Jerusalén. De otra manera me hubiera quedado donde tengo mis campos..."
"También Lázaro, también María y Marta pensaban estar conmigo. ¡Ya lo ves!..."
"Lo ves. Ahora que no estás en Jerusalén, no regreso a allá. Estando aquí estaré siempre más cerca de Ti y podré ayudarte."
"Me has ayudado tanto..."
"Ha sido nada. Quisiera llevarte mi casa donde quiera que estuvieres. Pero iré, ciertamente que iré a ver lo que te falte. Lo que me dijiste que hiciera está muy bien. Estaré aquí, hasta que se convenzan de que no estás aquí. Pero después..."
"Es un camino largo y difícil para una mujer, además de que no está vigilado."
¡Oh, no tengo miedo! Soy demasiado vieja para agradar como mujer, y no llevo conmigo tesoros para que puedan robarme. Los ladrones son mejores que muchos que se creen santos, pero que son unos bandidos que quieren robarte la paz y la libertad..."
"No los odies, Nique."
"Esto me cuesta muchísimo. Por amor tuyo trataré de no odiar... Toda la noche he llorado, Señor."
"Te oí que ibas y venías por la habitación como una abeja. Y me pareció ver en ti a una madre afligida por su hijo perseguido... No llores. Los culpables deben llorar, no tú. Dios es bueno con su Mesías. En las horas más tristes, siempre me permite encontrar un corazón maternal que está junto a Mí...."
"¿Y qué vas a hacer de tu Madre? Me habías dicho que pronto vendría..."
"Irá a Efraín... Lázaro va a avisarle. Mira ahí a Simón de Jonás y a mis hermanos..."
"¿Lo saben?"
"Todavía no, Nique. Lo diré cuando estemos lejos..."
"Y yo te contaré cuando vaya, lo que sucediere aquí y en Jerusalén."
Se reúnen los apóstoles que van saliendo uno por uno en busca de Jesús.
"Venid, hermanos. Tomad un buen bocado antes de partir. Todo está pronto."
Por cuidarnos, Nique no ha dormido toda la noche.
Dad las gracias a la buena discípula" invita Jesús
"Por cuidarnos, Nique no ha dormido toda la noche. Dad las gracias a la buena discípula" invita Jesús entrando en una amplia cocina donde hay una mesa larga sobre la que se ve leche caliente y hogazas acabadas de sacar del horno, untadas de mantequilla y miel que les echó Nique. Ella asegura que son alimentos que dan fuerzas al que debe hacer una larga caminata cuando todavía no hace mucho calor.
Termina de comer. Entre tanto Nique ha terminado de hacer los últimos envoltorios con el pan sacado del horno. Cada apóstol toma lo suyo.
Es la hora de partir. Jesús se despide y bendice. Los apóstoles saludan. Nique los acompaña hasta los límites de sus campos y luego regresa despacio llorando en su velo, mientras que Jesús con los suyos se aleja por un camino secundario que ella había señalado.
Los campos están todavía desiertos. El caminillo pasa por campos de trigo que va naciendo, por viñedos sin hojas. No se ven pastores, porque no pueden traer sus ganados acá. El sol calienta el aire matinal. Las primeras florecillas en los bordes brillan como piedras preciosas bajo el rocío que el sol ilumina. Los pajarillos se deshacen en trinos. Está próxima la bella estación Todo se hermosea. Todo vuelve a la vida. Todo quiere amar... Y Jesús va al destierro que precede a la muerte que el odio le depara.
Los apóstoles no hablan. Caminan pensativos. La partida improvisa los ha desorientado. Tan seguros se creían ya. Avanzan agachados más bien por lo que llevan dentro que por el peso de lo que dio Nique. Las agacha la desilusión, la comprobación de lo que es el mundo, de lo que son los hombres.
Jesús por su parte, aunque no sonríe, no camina ni triste, ni abatido. Va con la cabeza en alto, delante de todos, sin altanería, pero tampoco sin temor. Camina como quien sabe a dónde debe ir y lo que debe hacer. Camina como un valiente, como un héroe a quien nada perturba ni amedrenta.
La vereda desemboca en el camino principal. Jesús la sigue hacia el norte. Los apóstoles detrás, sin hablar. Como este es el que viene de Galilea, atravesando la Decápolis y Samaría en dirección a la Judea, se ven personas y caravanas de mercaderes.
Pasa el tiempo. El sol calienta cada vez más. Jesús se separa del camino principal para tomar otra vereda que, a través de los campos de trigo, va a las primeras colinas.
Los apóstoles se miran entre sí. Probablemente empiezan a comprender que no van a Galilea por el camino del valle del Jordán, sino a Samaría. Pero no preguntan.
Al llegar a las primeras arboledas que hay en las colinas, Jesús dice: Detengámonos y comamos. Es mediodía."
Se acercan a un arroyuelo que trae poca agua, porque hace tiempo que no llueve, que es limpia y corre entre la arena salpicada con piedrecillas. En su ribera hay piedras suficientemente grandes para servir de mesa y de silla. Se sientan después que Jesús ha bendecido y ofrecido la comida. Comen silenciosos, pensativos.
¿No me preguntáis a dónde vamos?
Cualquiera de vosotros se puede ir si quiere,
y a tiempo para que no sea objeto del odio del Sanedrín...
A esta hora va a leerse el bando, que se dio ayer a la hora
de sexta, que Yo soy el gran pecador, y que cualquiera que
supiere dónde esté, tiene la obligación de denunciarme
al Sanedrín para que me cautive...
Jesús los saca de sus pensamientos: "¿No me preguntáis a dónde vamos? La preocupación del mañana os ha hecho mudos, ¿o no soy más vuestro Maestro?"
Los doce levantan la cabeza. Son doce caras afligidas o por lo menos atolondradas que se vuelven al rostro impasible de Jesús, y se oye un solo "¡oh!" que sale de sus bocas. Después de este "¡oh!" se oye la respuesta de Pedro, que en nombre de todos habla: "Maestro, Tú sabes que para nosotros no has cambiado. Sin embargo desde ayer estamos como quienes han recibido un fuerte golpe en la cabeza. Todo nos parece un sueño. Y Tú, vemos y sabemos que eres Tú, pero nos parece que... ya estás como lejos de nosotros. Algo de esto gustamos desde que hablaste con tu Padre antes de llamar a Lázaro, y desde que lo sacaste de allí, atado, valiéndote sólo de tu voluntad, y lo hiciste revivir con la sola fuerza de tu poder. Casi nos das miedo. Lo digo por mí... pero creo que lo mismo sienten los demás. Luego... Nosotros... Esta partida... tan imprevista y misteriosa."
"¿Tenéis doble miedo? ¿Sentís que el peligro se os viene encima? ¿Pensáis, creéis no tener la fuerza suficiente para enfrentaros y superar la última prueba? Decidlo francamente. Todavía estamos en la Judea. Estamos todavía cerca de los caminos que llevan a la Galilea. Cualquiera de vosotros se puede ir si quiere, y a tiempo para que no sea objeto del odio del Sanedrín..."
Los apóstoles al oír estas palabras se turban. El que estaba casi echado sobre la hierba, se endereza, y el que estaba sentado se pone de pie.
Jesús continúa. A esta hora va a leerse en las cincuenta y más sinagogas de Jerusalén y en las de las ciudades que han recibido el bando, que se dio ayer a la hora de sexta, que Yo soy el gran pecador, y que cualquiera que supiere dónde esté, tiene la obligación de denunciarme al Sanedrín para que me cautive..."
Los apóstoles gritan, como si lo vieran ya preso. Juan se le cuelga del cuello, gimiendo fuertemente. "¡Ah, siempre lo había previsto!" Algunos maldicen el Sanedrín, otros invocan la justicia divina; otros lloran, otros se quedan fríos como una estatua.
os dejo libres de cualquier obligación para con Dios
y para con su Mesías.
Imaginaos que es la primera vez que os encuentro,
y que después de haberme escuchado, tomáis
las providencias de que si os conviene
o no seguir al Desconocido
"Callaos. Escuchad. Nunca os he engañado. Siempre os he dicho la verdad. Cuando he podido, os he defendido y protegido. He amado vuestra compañía como si fuerais mis hijos. No os he escondido ni siquiera mi última hora... mis peligros... mi pasión. Se trataba de cosas mías, exclusivamente mías. Ahora tenéis que pensar en vuestra seguridad, y en la de vuestras familias. Os ruego que lo hagáis. Con libertad completa. No penséis esto a través del amor que me tenéis, por el hecho de que os haya elegido. Y como os dejo libres de cualquier obligación para con Dios y para con su Mesías. Imaginaos que es la primera vez que os encuentro, y que después de haberme escuchado, tomáis las providencias de que si os conviene o no seguir al Desconocido cuyas palabras os han conmovido. Imaginaos que es la primera vez que me oís y que me veis y que os diga: "Ved bien que soy un perseguido, que me odian, que el que me ama y me sigue es perseguido y odiado como Yo, en su propia persona, intereses, afectos. Ved bien que la persecución puede llevar a la muerte y confiscación de los bienes familiares". Pensadlo bien y decid. Os seguiré siempre amando aunque me digáis: "Maestro, no puedo más seguirte". ¿Os entristecéis? No debéis hacerlo. Seamos buenos amigos que deciden pacífica y amorosamente lo que debe hacerse, que mutuamente se comprenden. No puedo permitir que salgáis al encuentro del porvenir sin haceros reflexionar sobre él. No os menosprecio. Os amo a todos. Yo soy el Maestro. Y es claro que debo conocer a mis discípulos. Soy el Pastor y el pastor tiene que conocer a sus corderos. Sé que mis discípulos, puestos a la prueba sin haber sido preparados suficientemente no sólo con el saber que reciben del Maestro, y que en este caso es bueno y perfecto, sino también con la reflexión que deben aportar, podrían fallar o por lo menos no triunfar como buenos atletas en el estadio
"Reflexionad" "No temáis a los que maten"
"El que pone mano al arado y vuelve atrás para considerar
lo pasado, y lo que puede perder o conseguir, no es apto
para mi misión". Pero se trataba de normas
que os indicaban lo que significa ser discípulos míos.
Voy a ir allá, entre aquel matorral a orar.
Uno por uno vendrá a decirme lo que piense.
Cualquiera que sea vuestra decisión la bendeciré.
Medirse y medir es siempre una sabia providencia, en las cosas pequeñas o grandes. Yo, Pastor, debo decir a mis corderos: "Ved que ahora me adentro en una región de lobos y de carniceros. ¿Tenéis fuerzas para ir entre ellos?" Podría aún deciros quien no va tener fuerzas para resistir la prueba, aun cuando os pueda asegurar una y otra vez que ninguno de vosotros caerá en las manos de los verdugos que sacrificarán al Cordero de Dios. Se contentarán con haberme capturado... Repito: "Reflexionad". Una vez os dije: "No temáis a los que maten". Os dije: "El que pone mano al arado y vuelve atrás para considerar lo pasado, y lo que puede perder o conseguir, no es apto para mi misión". Pero se trataba de normas que os indicaban lo que significa ser discípulos míos. Normas para el futuro cuando no seré más el Maestro, sino cuando mis fieles lo sean. Esas normas eran para daros un corazón fuerte. Pero esta misma fortaleza, que creo tenéis -me refiero a vuestro espíritu- es muy poca en comparación a la magnitud de la prueba. No penséis en vuestro corazones: "¡El Maestro se escandaliza de nosotros!" No, no me escandalizo. Aun más os digo que ni siquiera vosotros debéis escandalizaros de vuestra debilidad. En los siglos que están por venir, habrá entre los miembros de mi iglesia, bien corderos, bien pastores, quienes serán inferiores a la alteza de su misión. Llegarán períodos en que pastores ídolos y fieles ídolos serán más numerosos que los verdaderos pastores y que los fieles verdaderos. Períodos en que el espíritu de fe en el mundo se eclipsará. Pero el eclipse no es la muerte de un astro. Es tan sólo un oscurecimiento momentáneo, más o menos parcial. Después resplandece su belleza que parece más luminosa. Lo mismo sucederá con mi Redil. Os digo que reflexionéis. Os lo digo como Maestro, como Pastor y Amigo. Os dejo en plena libertad de discutir entre vosotros. Voy a ir allá, entre aquel matorral a orar. Uno por uno vendrá a decirme lo que piense. Cualquiera que sea vuestra decisión la bendeciré. Os amaré teniendo en cuenta el amor que me habéis dado." Se levanta y se va.
Los apóstoles deliberan entre sí
Los apóstoles quedan espantados, perplejos, conmovidos. Al principio nadie se atreve a hablar. Pedro es el primero en tomar la palabra: "¡Que me trague el infierno si lo abandono! Estoy seguro de mí. ¡Aunque me viniesen a atacar todos los demonios que hay en la Gehenna, con Leviatán, al frente, no me separaré de Él por temor!"
"Tampoco yo. ¿Voy a ser inferior a mis hijas?" dice Felipe.
"Yo esto seguro que no le harán nada. El Sanedrín amenaza, pero lo hace para hacernos ver de que todavía vive. Es el primero en saber que nada vale, si Roma no quiere. ¡Sus amenazas! ¡Es Roma la que condena!" afirma Iscariote desvergonzadamente.
"Pero en cosas religiosas el Sanedrín es Sanedrín" hace notar Andrés.
"¿Tienes miedo, hermano? Ten en cuenta que en nuestra familia jamás ha habido bellacos" le replica Pedro con tono amenazador, sintiendo en sus venas sangre belicosa.
"No tengo miedo, y espero poder demostrarlo. He tan sólo querido responder a Judas."
"Tienes razón. El error del Sanedrín está en querer emplear el arma política para no decir y que no se le diga, que levantó su mano contra el Mesías. Estoy seguro de ello. Les gustaría hacer caer al Mesías en pecado y hasta lo han intentado para hacerlo odioso a las multitudes. ¡Pero matarlo! ¡He, no! ¡Tienen miedo! Un miedo que no tiene comparación porque es miedo que llevan dentro. Saben bien, saben bien, que Él es el Mesías! Y tanto lo saben que sienten que para ellos ha llegado el fin, porque vienen los tiempos nuevos. Quieren destruirlo. ¿Destruirlo ellos? No. Por esto buscan una razón política para que sea el Procónsul, para que sea Roma, quien acabe con Él. Pero el Mesías no hace sombra a Roma, y Roma no le hará ningún mal, y el Sanedrín aúlla en vano."
"¿Entonces tú te quedas con Él?"
"Claro. ¡Más que todos!"
"Yo no tengo que perder o ganar nada quedándome o yéndome. Tan sólo tengo la obligación de amarlo, y lo haré" dice Zelote.
"Yo lo reconozco como al Mesías y por esto lo sigo" proclama Natanael.
"También yo. Lo he creído desde el momento que Juan el Bautista me lo señaló" afirma Santiago de Zebedeo.
"Nosotros somos sus hermanos. A la fe hemos juntado el amor de la sangre. ¿No es verdad, Santiago?" dice Tadeo.
"Desde hace años Él es mi sol. Sigo su trayectoria. Si cae en el abismo que le hubieren abierto sus enemigos, lo seguiré" responde Santiago de Alfeo.
"¿Y yo? ¿Puedo olvidar que me redimió?"
"Mi padre me maldeciría siete veces si lo abandonase. Por otra parte tan sólo por el amor a María yo no me separaría jamás de Jesús" exclama Tomás.
Juan no habla. Está con la cabeza inclinada, abatido. Los otros toman esta actitud por debilidad y le preguntan.
"¿Y tú? ¿Eres el único en quererte ir?"
Levanta su cara, tan franca en sus gestos como en sus miradas y clavando sus ojos azules en ellos responde: "Yo estaba rogando por todos nosotros. Queremos hacer, decidir, por nuestras propias fuerzas, y no caemos en la cuenta que al hacerlo así dudamos de las palabras del Maestro. Si asegura que no estamos preparados, estará en lo cierto, Si no lo hemos logrado en tres años, ¿vamos a lograrlo en pocos meses?..."
"¿Qué estás diciendo? ¿En pocos meses? ¿Qué sabes tú? ¿Eres profeta?" lo atacan como regañándolo.
"No soy nada."
"¿Y entonces? ¿Qué sabes tú? ¿Te lo dijo acaso? Tú no ignoras sus secretos..." grita con rabia Judas de Keriot.
"No me odies, amigo, si comprendo que la tranquilidad se está acabando. ¿Cuando será? No lo sé. Pero sí llegará el fin. Él lo dice. ¡Cuántas veces lo ha dicho! No queremos creer. El odio de los otros es señal de que sus palabras son verdaderas... Y por eso prefiero orar, porque no hay otra cosa que hacer. Pedir a Dios que nos haga fuertes. ¿No te acuerdas, Judas, de que un día nos dijo que Él había orado a su Padre para que tuviese fuerzas en las tentaciones? La fuerza viene de Dios. Yo imito a mi Maestro, como es razonable hacerlo..."
"En una palabra, ¿te quedas?" lo interpela Pedro.
"¿Y a dónde quieres que vaya sino me quedo con Él, que es mi vida y mi todo? Como soy un pobre jovencillo, el más necesitado de todos, todo lo pido a Dios, Padre de Jesús y nuestro."
"Dicho está. Nos quedamos todos. Vamos donde está. Ha de estar triste. Nuestra fidelidad lo contentará" dice Pedro.
Jesús está orando de rodillas, con el rostro inclinado a la hierba. Ha de estar orando a su Padre. Se yergue al oír el ruido de las pisadas y mira a los doce. Los mira serio pero un poco triste.
Los apóstoles vienen a Jesús para decirle
que no le abandonan
"Vámonos. Vosotros, vosotros todos,
habéis sellado vuestro destino."
"Alégrate, Maestro. Ninguno de nosotros te abandona" dice Pedro.
"Muy pronto tomasteis vuestra decisión y..."
"Las horas y los siglos no cambiarán nuestra decisión" reitera Pedro.
"Ni las amenazas nuestro amor" proclama Iscariote
Jesús no los mira ya en grupo, sino a uno por uno. Su mirada es larga, profunda, mirada que los doce sostienen sin miedo. Su mirada se detiene especialmente en Iscariote, que lo mira con más seguridad que todos los otros. Abre sus brazos con un acto de resignación y dice: "Vámonos. Vosotros, vosotros todos, habéis sellado vuestro destino." Vuelve a su lugar, toma su alforja, da la orden: "Tomemos el camino que lleva a Efraín, que nos indicaron."
"¿A Samaría?" La sorpresa no tiene límites.
"A Samaría. Por lo menos a sus confines. Juan también fue a esos lugares para vivir predicando al Mesías, hasta que llegase su hora."
"¡Sin embargo no se salvó!" objeta Santiago de Zebedeo.
"No busco salvarme, sino salvar, y salvaré en la hora señalada. El Pastor perseguido va a donde están las ovejas más infelices. Para que ellas, las abandonadas, tengan la prudencia de prepararse para los tiempos nuevos."
Con paso rápido se pone en camino, con la esperanza de llegar antes de que la noche les impida caminar, ahora que han descansado y observado el sábado.
Jesús llama a Pedro y a Natanael y les da una bolsa diciendo:
Adelantaos. Buscad a María de Jacob.
Recuerdo que Malaquías me dijo que era la más pobre
del lugar, pese a su gran casa.
Ahora que en ella no viven ni sus hijos ni hijas.
Nos hospedaremos en su casa.
Cuando llega al arroyuelo que corre de Efraín al Jordán, Jesús llama a Pedro y a Natanael y les da una bolsa diciendo: "Adelantaos. Buscad a María de Jacob. Recuerdo que Malaquías me dijo que era la más pobre del lugar, pese a su gran casa. Ahora que en ella no viven ni sus hijos ni hijas. Nos hospedaremos en su casa. Dadle suficiente dinero para que nos hospede sin tener que tratar del caso con otros. Conocéis la casa. Es grande. Tienen unos cuatro granados. Está cerca del puente que da al arroyo."
"La conocemos, Maestro. Haremos como ordenas." Rápidos se van. Jesús los sigue lentamente con los demás.
Desde ambas riberas se ven blanquear las casas del poblado iluminadas a los últimos rayos del día y a los primeros de la luna. No hay nadie por la calle cuando llegan a la casa que la luna adorna con su luz. Sólo el arroyuelo rompe el silencio de la noche. Si alguien mira hacia el horizonte, verá una inmensa extensión de cielo que se inclina curva sobre una inmensidad de terrenos que bajan hacia la llanura del Jordán. La tranquilidad reina por doquier. Llama a la puerta. Pedro abre: "Todo está arreglado, Señor. La mujer lloró al ver el dinero. No tenía ni un céntimo. Le dije: "No llores. Donde está Jesús, no existe el dolor". Me respondió: "Lo sé. Durante toda mi vida he sufrido y ahora estaba ya para no soportar más. El Cielo se me ha abierto en esta noche, y me trae a la Estrella de Jacob para que me de paz". Ahora está preparando las habitaciones que por tanto tiempo habían estado cerradas. La mujer parece muy buena. ¡Hela aquí! ¡Mujer, el Rabí está aquí!"
Se acerca una viejecilla de ojos tiernos, llenos de melancolía. Se detiene como avergonzada ante Jesús, unos cuantos pasos. Tiene miedo.
Quisiera... quisiera yo que caminases sobre mi corazón
para que al entrar en mi casa tus pies encontrasen todo
delicado Entra, Señor, y que Dios entre contigo
"La paz sea contigo. No te daré mucha molestia."
"Quisiera... quisiera yo que caminases sobre mi corazón para que al entrar en mi casa tus pies encontrasen todo delicado. Entra, Señor, y que Dios entre contigo." Ha tomado alientos y fuerzas bajo la luz de la mirada de Jesús.
Entran todos. Cierran la puerta. La casa es amplia como un hotel y vacía como si nadie viviese en ella. Sólo en la cocina el fuego que sube en lengüetas de alegría y de calor. Bartolomé, que estaba echando leña, se vuelve y sonriendo dice: "Consuélala, Maestro. Está afligida porque no sabe cómo honrarte."
"Me basta tu corazón. No te preocupes de nada. Mañana proveeremos. También Yo soy un pobre. Dale las provisiones. Entre pobres se comparte pan y sal sin vergüenza, y con amor fraternal. Amor que en ti debe ser maternal, porque podrías ser mi madre. Y como a tal te honro..."
La mujer refiere a Jesús su historia
La mujer llora silenciosamente, y seca sus lágrimas con su velo: "Tuve tres varones y siete mujercitas. El arroyo arrastró a uno, y la fiebre al otro. El tercero me abandonó. De las mujercillas cinco murieron del mismo mal que su padre, la sexta murió de parto y la última... Lo que no hizo la muerte lo hizo el pecado. En mi vejez no tengo hijos que sean mi honra y me pongo triste... Acá todos son buenos... Pero a esta pobre mujer. Tú eres bueno conmigo también como madre..."
"Yo también tengo una madre, y en cada mujer que es madre honro a la mía. No llores. Dios es bueno. Ten fe y los hijos que te quedan pueden regresar todavía. Los otros están en paz... "
"Yo pensaba que fuese un castigo porque todos nacieron en estos lugares..."
"Ten fe. Dios es más justo que los hombres..."
Regresan los apóstoles que habían ido con Pedro a las habitaciones. Traen los alimentos. Calientan al fuego el corderito que Nique les asó. Lo ponen sobre la mesa. Jesús ofrece y bendice. Dice a la viejecita que esté con ellos y no en su rincón comiendo raíces de hierbas como cena...
El destierro a los confines de Judea ha empezado...
X. 83-92
A. M. D. G.