SI EL PRECEPTO DEL SÁBADO ES GRANDE,
MAYOR ES EL DEL AMOR
#Preguntan por Jesús. Juan dice : "Su Padre lo preservará del mal. Debemos creer en el Señor."
#Llega Jesús con dos niños en los brazos y uno asido a su vestido y los consuela para que no lloren
Los diez, cansados y polvorientos, regresan a casa. Apenas la mujer abre la puerta, que le preguntan: "¿Dónde está el Maestro?"
"Creo que está en el bosque. Siempre va a orar allí. Salió muy de mañana y aun es la hora que no regresa."
"¿Y nadie ha ido a buscarlo? ¿Qué están haciendo esos dos? grita fuera de sí Pedro.
"No te excites. Entre nosotros está seguro como si estuviera en su casa."
"¡Segura, seguro! ¿Os acordáis del Bautista? ¿Estuvo seguro?"
"No, porque no podía leer el corazón de quien le hablaba. Si el Altísimo permitió que sucediese esto al Bautista, de seguro que no lo permitirá a su Mesías. Mejor que yo que soy mujer y samaritana debes creerlo tú."
"María tiene razón. ¿Pero a dónde fue? ¿Se puede saber?"
"No lo sé. Ahora va a una parte, ahora a otra. Algunas veces solo, otras con los niños que lo quieren tanto. Les enseña a pedir a Dios viéndolo en todas las cosas. Tal vez hoy debe estar solo, porque no ha venido a siesta. Cuando los niños están con él, regresa, porque ellos son como los pajaritos que quieren comer a su hora..." sonríe la viejecita, acordándose tal ves de sus diez hijos, y luego lanza un suspiro... también porque alegrías y dolores son el pan diario de cada vida humana.
"¿Dónde están Judas y Juan?"
"En la fuente, Judas. Juan fue a traer leña. Acabe el agua y la leña porque lavé vuestros vestidos para que los llevéis limpios cuando partáis."
"Dios te lo pague, madre. Mucho te molestas por nosotros..." dice Tomás poniéndole una mano en su espalda flaca y encorvada, como para acariciarla.
"¡Oh!... no es ninguna molestia. Es como si volviese a ver a mis hijos..." sonríe mientras una lágrima se asoma en sus ojos.
Entra Juan con una carga de leña y parece como si el corredor se iluminase con su llegada. He notado siempre que hay algo como de luminoso donde está Juan. Su sonreír es tan dulce, franco, juvenil; sus ojos son claros, sonrientes como un hermoso cielo de abril, su voz cadenciosa al saludar a sus compañeros; es algo así como un rayo de sol, o como un arco iris de paz. Todos lo quieren. No sé si Judas de Keriot lo quiera o no, pero sí lo envidia; frecuentemente se burla de él, y algunas veces le dice palabras duras. En este momento Judas no está.
Juan dice : "Su Padre lo preservará del mal.
Debemos creer en el Señor."
Lo ayudan a descargar su fardo y le preguntan dónde está Jesús. También Juan se alarma por la tardanza, pero confiando en Dios más que los otros dice: "Su Padre lo preservará del mal. Debemos creer en el Señor." Y agrega: "Venid. Estáis cansados y polvorientos. Tenemos preparada la comida, y agua caliente. Venid, venid."
Regresa también Judas de Keriot con sus botes llenos de agua. "La paz sea con vosotros. ¿Os fue bien en el viaje?" pregunta, pero en su voz no hay amor. Está entretejida de burla y de descontento.
"Sí. Comenzamos por la Decápolis."
"¿Por temor a que os apedreasen o a que os contaminaseis?" de nuevo pregunta irónicamente Iscariote.
"Ni por una, ni por otra cosa, sino por prudencia de principiantes. Fui yo quien lo propuse, que aunque no tengo nada que reprocharte, he encanecido con los pergaminos" responde Bartolomé.
Judas no replica. Va a la cocina, donde los que acaban de regresar toman de lo que se les había preparado.
Pedro mira a Iscariote que sale y mueve la cabeza pero no dice nada. Tadeo toma de la manga a Juan y le pregunta: "¿Cómo se ha portado en estos días? ¿Ha estado siempre inquieto? Sé franco..."
"Lo soy, Judas. Pero te aseguro que no causó ningún dolor. Casi siempre el Maestro está separado. Yo estoy con la viejecilla, que es muy buena. Oigo al que viene a hablar al Maestro, y luego se lo comunico. Judas va por el poblado. Se ha hecho de amigos. ¡Qué queréis! Es así... No puede estar tranquilo como sabríamos estar nosotros."
"A mí no me importa lo que haga. Me basta con que no cause ninguna aflicción."
Llega Jesús con dos niños en los brazos y uno asido
a su vestido y los consuela para que no lloren
"No la ha causado. No molesta. Pero... ved al Maestro. Oigo su voz. Está hablando con alguien..."
Corren todos afuera y ven a Jesús que avanza entre las penumbras que caen, con dos niños en los brazos y uno asido a su vestido, y los consuela para que no lloren.
"Que Dios te bendiga, Maestro. ¿De dónde regresas tan tarde?"
Al entrar en casa Jesús responde: "De los ladrones. También yo he capturado una presa. Caminé después del crepúsculo, pero espero que mi Padre me absolverá porque hice un acto de misericordia... Juan, toma. Simón, toma... Tengo los brazos que se me caen... estoy cansadísimo." Se sienta en una banquilla que hay en el camino. Sonríe cansado pero feliz.
"¿Con los ladrones? ¿Pero dónde estuviste? ¿Quiénes son estos niños? ¿Has comido? No es prudente estar afuera a estas horas ¡y lejos!... Estábamos preocupados. ¿No estabas en el bosque?" todos preguntan simultáneamente.
"En el bosque, no. Fui en dirección de Jericó..."
"¡Imprudente! ¡Por esos caminos puedes encontrar a quien te odie!" le reprende Tadeo.
"Seguí el camino que nos enseñaron. Hacía días que quería ir por allá. Hay infelices que redimir. No podían hacerme nada. Llegué a tiempo para ayudar a estos pequeñuelos. Dadles de comer. Pienso que no han comido, porque tenían miedo de los ladrones, y Yo no llevaba alimentos conmigo. ¡Si hubiera encontrado por lo menos a algún pastor!... La proximidad del sábado había dejado desiertos los pastizales..."
"Se comprende. Somos los únicos que desde hace ya algún tiempo no respetemos el sábado" observa Iscariote, cortante como siempre.
"¿Qué dices? ¿Qué insinúas?" le preguntan.
"Quiero decir que ya son dos sábados que trabajamos después de la caída del sol."
El pecado no siempre es de quien lo comete, sino también de quién obliga a alguien a que lo cometa
Jesús refiere la historia de como los niños estaban con el
ganado y su padre muerto cuando vinieron los ladrones
que querían llevar a los niños y matar al mayor
"Judas, tú lo sabes porque tuvimos que caminar el sábado. El pecado no siempre es de quien lo comete, sino también de quién obliga a alguien a que lo cometa. Y hoy... Lo sé. Quieres decir que también hoy he violado el sábado. Te respondo que si el precepto del reposo sabático es grande, mucho mayor lo es el del amor. No estoy obligado a justificarme contigo, pero lo hago para enseñarte la mansedumbre, la humildad, y la gran verdad que ante una necesidad santa se debe aplicar la ley con libertad de espíritu. Nuestra historia tiene episodios de esta necesidad. Fui, cuando amanecía, por los montes de Adoním porque sé que allá hay gente miserable, que tiene lepra en el alma. Esperaba encontrarlos, hablarles, regresar antes de la puesta del sol. Los encontré. No pude decirles lo que había pensado, porque hubo otras cosas de qué hablar... Habían encontrado ellos a estos tres niños que lloraban a la entrada de un redil pobre de la llanura. Habían bajado en la noche a robar ovejas y decididos a matar, si el pastor resistía. En el invierno el hambre es dura en los montes... Y cuando la sufren corazones crueles, hace a los hombres más feroces que los lobos. Estos niños estaban allí con un pastorcito un poco muerto en la noche. Bien pudo haberle picado algún animal, como habérsele parado el corazón... Estaba frío sobre la paja, cerca de las ovejas. El primero que vio que estaba muerto fue su hijo mayor que dormía a su lado. De este modo los ladrones, en lugar de cometer un homicidio, encontraron a un muerto y a cuatro niños que lloraban. Dejaron al muerto y echaron las ovejas y al pastorcillo adelante, y como aun en los más perversos suele haber algo de piedad que no desaparece, tomaron también consigo a los niños... Los encontré cuando discutían sobre lo que tenían que hacer. Los más duros querían matar al pastorcillo de diez años, que era un testimonio peligroso, los menos crueles querían devolverlo con amenazas, quedándose con el ganado. Pero todos querían quedarse con los niños."
"¿Para qué? ¿Tienen familia?"
me dejaron los pequeñuelos y mañana acompañarán
al pastorcillo por el camino de Siquén, porque por esos
contornos viven los hermanos de su madre Los tendré
conmigo hasta que lleguen sus parientes
"No. Su madre es difunta. Por esto su padre se los había llevado en el invierno a los pastizales, y ahora subía atravesando estos montes, a su hogar desierto. ¿Podía haber dejado estos pequeñuelos a los ladrones para que los convirtiesen en iguales? Les hablé... Os digo en verdad que me comprendieron mejor que otros. Y tanto me comprendieron que me dejaron los pequeñuelos y mañana acompañarán al pastorcillo por el camino de Siquén, porque por esos contornos viven los hermanos de su madre. Así, me he traído a los niños. Los tendré conmigo hasta que lleguen sus parientes."
"¿Y crees a los ladrones...?" pregunta Iscariote con risas en los labios...
"Estoy seguro que no arrancarán un cabello al pastorcito. Son infelices. No debemos juzgar el motivo, sino tratar de salvarlos. Una acción buena puede ser el principio de su salvación..." Jesús baja la cabeza, absorto en quién sabe qué pensamiento.
Los apóstoles y la viejecilla hablan y buscan la manera de consolar a los niños que están asustados.
Jesús se yergue al oír el llanto del más pequeño, un morenito de unos tres años y dice a Santiago que se afana inútilmente por darle leche: "Dame el niño y ve a traer mi alforja..." y sonríe porque el niño se calma sobre sus rodillas, y con toda avidez bebe la leche que antes rechazaba. Los otros, más grandecitos, comen sopas que les han puesto delante, mas las lágrimas no desaparecen de sus ojos.
"¡Cuánto dolor! ¡Qué nosotros suframos es justo, pero los inocentes!..." dice Pedro que no puede oír que lloren los niños.
"Eres un pecador, Simón. Reprochas algo a Dios" observa Iscariote.
Simón, el dolor es la consecuencia de la culpa.
después de que hayas quitado la culpa, los niños no sufrirán
más Siempre habrá dolor y muerte sobre la tierra.
Hasta los más puros sufren y sufrirán.
Más bien serán los que sufran por todos.
Serán las hostias aceptables al Señor.
Pedro no le contesta. Espera la respuesta de Jesús que está mimando al niño que ha terminado de beber su leche: "Simón, el dolor es la consecuencia de la culpa."
"Está bien. Entonces... después de que hayas quitado la culpa, los niños no sufrirán más."
"Sufrirán. No te admires de ello, Simón. Siempre habrá dolor y muerte sobre la tierra. Hasta los más puros sufren y sufrirán. Más bien serán los que sufran por todos. Serán las hostias aceptables al Señor."
"¿Por qué? No lo comprendo..."
"Hay muchas cosas que en la tierra no se comprenden. A lo menos tened en cuenta que el Amor perfecto las quiere. Cuando la gracia haya sido restituida a los hombres, hará que los más santos conozcan mejor las verdades escondidas. Entonces se verá que propiamente los más santos querrán ser víctimas porque han comprendido la fuerza del dolor... María, el niño se está durmiendo ¿te lo llevas contigo?"
"Sí, Maestro. Entre nosotros se dice: niño espantado, sueño corto y mucho lloro, como también: pájaro sin nido hace falta el ala materna. Mi lecho es grande, ahora que duermo sola. Me llevaré los niños y tendré cuidado de ellos. También estos están por dormirse y olvidar el dolor. Llevémoslos a la cama."
Toma el pequeñuelo de las rodillas de Jesús, y seguida de Pedro y Felipe se va, cuando regresa Santiago de Zebedeo con la bolsa de Jesús.
Jesús la abre y busca algo. Saca un vestido pesado, lo desdobla, mide su amplitud. No está contento. Hace lo mismo con su manto oscuro. Los pone a un lado y cierra la alforja, devolviéndola a Santiago.
Regresa Pedro con Felipe. La viejecita se ha quedado con los tres niño. Pedro ve los vestidos doblados. Pregunta: "¿Quieres cambiarte de vestido, Maestro? Con lo cansado que estás, te haría muy bien un baño. Hay agua y te calentaremos los vestidos. Luego cenamos e iremos a descansar. Esta historia de los pequeñuelos me ha llenado de compasión..."
"Alabemos al Señor que me llevó a tiempo
para salvar a estos inocentes."
Cuando acabe el sábado harás de este mío tres vestidos
pequeños...
Jesús sonríe, pero no responde. Se limita a decir: "Alabemos al Señor que me llevó a tiempo para salvar a estos inocentes." Luego se calla, cansado...
Vuelve a entrar la viejecita con los vestidos de los niños. "Habría que cambiárselos... Están rotos y llenos de lodo... No tengo más los vestidos de mis hijos que pudiera darles. Mañana se los lavaré.
"No es necesario. Cuando acabe el sábado harás de este mío tres vestidos pequeños..."
"Pero, Señor, ¿no sabes que sólo tienes tres mudas? Si regalas una, ¿con qué te quedas? No está aquí Lázaro, como aquella vez que diste el mato a la leprosa" protesta Pedro.
"No te preocupes. Me quedan dos, y son suficientes para el Hijo del hombre. María, toma. Mañana después de que se ponga el sol comenzarás tu trabajo, y el Perseguido tendrán la alegría de haber socorrido al pobre cuyas tribulaciones comprende.
X. 96-100
A. M. D. G.