EL VIAJE POR SAMARÍA ANTES DE LA PASCUA. 

DE EFRAÍN HACIA SILO

 


 

#Jesús se prepara para la marcha a Jerusalén  

  #Dejadlos en paz. Me es más dulce su cariño, que lo fresco de la aurora, dejadlos en paz   

#Cuando me hubiese ido, éstos (señala a los apóstoles) vendrán en mi lugar  

 #Digamos la oración los cuatro. Digámosla nosotros que te amamos con todo el corazón, Madre   

#"Nos mostrasteis un sendero difícil, amigos." Lo es, pero pasado aquella arboleda, hay un camino bueno que en poco tiempo lleva a Silo  

 #Arriba está el Dios de todos. ¿Por qué entonces ni vosotros ni nosotros subimos la cuesta para encontrarnos juntos allá arriba, a los pies de Dios?   

#¡Ah, no es como Él! ¡Qué no perderemos al no tenerlo más!   

#Oye, Judas, el Maestro dice que quiere una gran fiesta para la pascua de Ácimos para saludar la nueva época. ¿Qué quiere decir con ello?

 


 

Jesús se prepara para la marcha a Jerusalén

 

"Permítenos que te sigamos, Maestro. No te daremos ninguna molestia" proponen a Jesús muchos Efrainitas reunidos ante la casa de María de Jacob, que llora desconsolada apoyada contra el estípite de la puerta abierta de par en par.

Jesús está en medio de sus doce apóstoles; más allá, en grupo y alrededor de la Virgen, Juana, Nique, Susana, Elisa, Marta, María, Salomé y María de Alfeo. Tanto hombres como mujeres están preparados para la marcha, con los vestidos arremangados en la cintura, con sandalias nuevas, cuyas correas no sólo sujetan el empeine, sino se enredan en las pantorrillas. Los hombres además de sus alforjas, cargan también las de las discípulas.

La gente suplica a Jesús que le permite seguirlo, mientras los niños gritan, levantando sus caritas y bracitos en alto: "¡Un besito! ¡Tómame en tus brazos! ¡Vuelve Jesús! ¡Vuelve pronto para que digas otras bellas parábolas! ¡Te guardaré las rosas de mi jardín! ¡No me comeré las frutas para guardártelas! ¡Vuelve Jesús! Mi ovejita va a tener un corderito y te lo regalaré para que con su lana te hagas un vestido... Si vienes pronto te daré de las hogazas que mamá hará con el nuevo trigo..." Dan vueltas, como otros tantos pajaritos, alrededor de su gran Amigo. Le jalan del vestido, se le cuelgan de la cintura para tratar de subirse hasta sus brazos, confiados en que los quiere tanto, aun cuando no le dejan responder a los adultos. Siempre hay un pequeñín más que quiere ser besado.

"¡Bueno, basta, dejad en paz al Maestro! ¡Mujeres, tomar a vuestros hijos!" gritan los apóstoles que saben que es la hora de emprender el camino en las primeras horas de la mañana. Y hasta dan uno que otro coscorrón a los que no quieren hacer caso.

 

Dejadlos en paz. Me es más dulce su cariño, 

que lo fresco de la aurora, dejadlos en paz

 

"No. Dejadlos en paz. Me es más dulce su cariño, que lo fresco de la aurora, dejadlos en paz. Y dejadme a Mí también. Dejadme que me consuele con su amor exento de cálculos y de incertidumbre" protesta Jesús defendiendo a sus amiguitos sobre los que, al abrir sus brazos, deja caer su ancho manto y felices se quedan quietos, como los polluelos baja el ala de la gallina.

Finalmente Jesús puede responder a los adultos: "Venid, pues, si queréis hacerlo."

"¿Y quién nos lo prohíbe, Maestro? ¡Estamos en nuestro lugar!"

"El trigo, las vides, los árboles os aguardan. Es tiempo de trasquilar las ovejas, o de que se aparejen, o de que paran. Es el tiempo del heno..."

"No importa, Maestro. Para lo de las ovejas bastan los viejos y los muchachos. También las mujeres pueden ayudar en eso y en el heno. Los árboles y los campos pueden esperar. Todavía falta que el trigo madure en la espiga para que lo cortemos con la hoz. Los olivos y los árboles no tienen más que recibir los besos del sol. No podemos hacer nada por ellos, sino hasta el tiempo de la cosecha, así como la madre de familia que no puede hacer el pan sino hasta que la levadura haya fermentado la harina. El sol es la levadura de los frutos. Continúa la obra que el viento hizo cuando esparcía por todas partes el polen. Y luego... ¡si se perdiese uno que otro racimo o fruta, o bien el farolillo y la cizaña acabasen con una que otra espiga, no sería nada en comparación de perder tu palabra!" dice un anciano al que he visto que la población respeta mucho.

"Has dicho bien. Vamos entonces. María de Jacob, te doy las gracias y te bendigo porque fuiste para Mí como una madre. ¡No llores! No debe llorar quien ha hecho una obra buena."

"¡Ah, te pierdo y no te veré más!"

"Nos volveremos a ver."

"¿Regresas, Señor?" pregunta con una sonrisa entre lágrimas. "¿Cuándo?"

"Aquí no volveré, así como ahora..."

"Y entonces dónde nos podremos ver, si yo estoy vieja y no puedo ir por todas partes."

"En el cielo, María. En casa de nuestro Padre. Allí donde hay lugar para judíos y samaritanos, donde hay un lugar para todos los que amen en espíritu y verdad, lo que ya haces al creer en Mí como en el Hijo de Dios verdadero..."

"¡Oh, lo creo! Tú eres el único que nos amas sin diferencias."

 

Cuando me hubiese ido, éstos (señala a los apóstoles) 

vendrán en mi lugar

 

"Cuando me hubiese ido, éstos (señala a los apóstoles) vendrán en mi lugar. Y en recuerdo mío no preguntarán que quién es el que quiere entrar en la grey del verdadero y único Pastor."

"Ya soy vieja, Señor. No viviré para ver eso. Tú eres joven, fuerte, por muchos años tu Madre estará contigo, como los que te aman y son de tu pueblo... ¿Por qué lloras, oh Madre?" pregunta, sorprendida al ver caer lágrimas de los ojos de la Virgen.

"Porque no tengo ahora más que mi dolor... Adiós, María. Que Dios te bendiga por lo que hiciste con mi Hijo, y recuerda que si tu dolor es grande, no hay mayor que el mío, ni lo habrá sobre la tierra. ¡Jamás! Acuérdate de María de Nazaret que sufre... ¡Adiós!"

Besa a la anciana en el umbral de la casa y se pone en camino con las mujeres, llevando a su lado a Juan, el cual como suele hacer siempre, levanta respetuosamente su cara hacia Ella y le dice: "No llores así, María. Si muchos odian a tu Jesús, muchos lo aman. Consuélate, oh Madre, al mirar a estos que lo aman y en pensar en los que en los siglos por venir lo amarán con todo su ser." Toma a la Virgen del brazo como para ayudarle a que no tropiece, pues no puede ver con las lágrimas que llenan sus ojos y luego termina en voz baja: "No todas las mujeres podrán ver que sus hijos sean amados. Habrá algunas que angustiadas gritarán: "¿Por qué los habré concebido?"."

Jesús se reúne a ellos, pues ambos, la Virgen y Juan, se habían quedado un poco atrás de las discípulas. Con Jesús viene Santiago de Alfeo. Los demás en grupo, detrás. Pensativos y tristes igual que las discípulas, que van delante de todos. En grupo compacto y cerrando la marcha, los de Efraín que entre sí hablan.

"Los adioses son siempre tristes, Madre, sobre todo cuando se ignora que el fin de una cosa es el principio de otra más perfecta. Es la triste consecuencia del pecado, y seguirá existiendo aun después del perdón. Pero los hombres al tener a Dios por amigo, lo soportarán con más valentía."

"Tienes razón, Jesús. Pero hay un dolor que Dios aun siendo el amigo más paternal que pueda haber deja que se guste. ¡Oh, Dios es bueno! ¡Tan bueno! No quisiera que Santiago, ni Juan, ni ningún otro se fuese a escandalizar porque lloro. Dios es bueno, siempre lo ha sido con la pobre María. Desde que pude pensar, me lo he repetido diariamente. Y cuanto más el dolor me oprime, tanto más lo repito... Me dio a Ti: Hijo amoroso y santo, que aun sólo como humano, basta con recompensar todos los dolores... Te dio a mí, y me hizo Madre de su Verbo encarnado... La alegría de poderte llamar "Hijo", ¡Señor mío adorado!, es tanta que de mis ojos ante cualquier martirio no deberían caer lágrimas, si fuese perfecta como Tú enseñas... Pero soy una pobre mujer, ¡Hijo mío! ¿Qué madre hay que no llore cuando sabe que el fruto de sus entrañas es odiado?... Hijo mío, socorre a tu sierva... Ciertamente que en mí había soberbia cuando pensaba que era yo fuerte... Pero entonces... el tiempo estaba todavía lejos... Ahora ha llegado... Lo siento... Socórreme, ¡Jesús, Dios mío! Ciertamente que si Dios deja que sufra así es para mostrarme su bondad. Porque si quisiera podría hacerme sufrir sólo lo que pasa... Él fue quien te formó en mi seno... Como... No hay cosa que pueda declarar cómo fuiste hecho... Pero quiere que yo sufra... que sea bendito... siempre. Pero Tú, Jesús, ayúdame. Ayudadme todos... todos... porque el mar en que bebo es amarguísimo..."

 

Digamos la oración los cuatro. Digámosla nosotros

 que te amamos con todo el corazón, Madre

 

"Digamos la oración los cuatro. Digámosla nosotros que te amamos con todo el corazón, Madre. Yo, tu Hijo, Juan y Santiago que te aman como si fueras su madre... Padre nuestro que estás en los cielos..." y Jesús, recita toda la oración recalcando sobre las palabras. "hágase tu voluntad..."... "no nos dejes entrar en tentación." Luego añade: "El Padre nos ayudará para que hagamos su voluntad aun cuando sea tal que nuestra debilidad humana crea no poderla realizar. No nos dejará entrar en la tentación de pensar que es menos bueno, porque mientras beberemos el cáliz amarguísimo, nos mandará su ángel a secarnos los labios que rebosan amargura con una consolación celestial." Jesús tiene asida la mano de su Madre que valerosamente ha dejado de llorar. Los dos apóstoles miran conmovidos a Jesús y a María, que van en medio.

Las discípulas se volvieron al oír el llanto de María y la plegaria de los cuatro. Pero no se reunieron con ellos. Los apóstoles que vienen detrás se preguntan: "¿Por qué llorará así, María?" Dije los apóstoles, menos Judas de Keriot que va  un poco adelante, aislado, pensativo, lóbrego de modo que Tomas lo hace notar a los demás: "¿Qué le pasará a Judas que está así? ¡Parece como si fuera a la muerte!"

"¡Bah! Tendrá miedo de regresar a Judea" le responde Mateo.

"Yo... ¿Qué te dijo el Maestro acerca del dinero?" le pregunta Zelote. 

"Nada de especial. Tan sólo: "Volvamos ahora a lo de antes. Judas es el tesorero y vosotros los distribuidores de las limosnas. Las discípulas han dicho que cuidarán de los gastos". No me ha parecido verdad. He manejado tanto el dinero, que le tengo asco."

"Las discípulas bien que socorren nuestras necesidades. Estas sandalias tan buenas... No parece que camina uno por el monte con ellas. ¡Quién sabe cuánto habrán costado!" dice Pedro mirando sus pies calzados con unas sandalias que cubren el calcañal y la punta y se sujetan fuertemente al empeine con correas.

"Me las dio Marta. Se ve al punto que es rica y previsora. Las otras sandalias también se amarraban igual, pero los cordones eran un suplicio. No se perdía la suela, pero si la piel de la pantorrilla..." aclara Andrés.

"Nos molestaban los dedos y el calcañal... Por eso, ese que viene allí detrás las traía siempre así" dice Pedro señalando a Judas de Keriot.

El camino va subiendo hacia la cresta del monte. Atrás se ve Efraín blanqueado por el sol.

 

"Nos mostrasteis un sendero difícil, amigos."

 Lo es, pero pasado aquella arboleda, hay un camino bueno 

que en poco tiempo lleva a Silo

 

Los apóstoles se unen a las discípulas para ayudarlas a subir la parte más escabrosa, y Bartolomé, que se había quedado atrás, dice a los de Efraín: "Nos mostrasteis un sendero difícil, amigos."

"Lo es, pero pasado aquella arboleda, hay un camino bueno que en poco tiempo lleva a Silo. Podréis reposar mucho tiempo que no, si hubiéramos tomado otro camino" responde uno.

"Tienes razón. El camino cuanto más fatigoso tanto más lleva a la meta."

"Tu Maestro lo sabe, por esto lo ha aceptado. ¡Ah... nosotros no podremos olvidar!... Sobre todo que hizo mucho bien en estos últimos días, pese a que como se cuenta algunos de nuestra región lo insultaron injustamente. El sólo es bueno y por eso hace bien a los que lo odian."

"Vosotros no lo habéis odiado."

"Nosotros no, como otros muchos. Sin embargo se nos odia sin razón."

"Haced como Él hace, sin miedo y veréis que..."

 

Arriba está el Dios de todos. 

¿Por qué entonces ni vosotros ni nosotros subimos 

la cuesta para encontrarnos juntos allá arriba, 

a los pies de Dios?

 

"¿Por qué vosotros no lo hacéis? Es la misma cosa. Nosotros de esta parte, vosotros de aquella, en medio un monte: que hemos levantado con nuestros errores. Arriba está el Dios de todos. ¿Por qué entonces ni vosotros ni nosotros subimos la cuesta para encontrarnos juntos allá arriba, a los pies de Dios?"

Bartolomé comprende el reproche que es justo porque, aunque tiene mucha virtud, sin embargo se siente muy israelita e inexorable con todo lo que no es Israel. Cambia el discurso sin responder directamente: "No lo que no es Israel. Cambia el discurso sin responder directamente: "No hay necesidad de subir. Dios ha bajado entre nosotros. Basta seguirlo."

"Seguirlo, así. Quisiéramos. ¿Pero si entrásemos en Judea con Él, no le causaríamos algún mal? Bien sabes de lo que se le acusa, y de lo que se nos acusa: de ser samaritanos, esto es: demonios."

Bartolomé da un suspiro y los deja plantados, diciendo: "Me hacen señal de que vaya..." y apresura el paso.

 

¡Ah, no es como Él! ¡Qué no perderemos al no tenerlo más!

 

Al verlo ir uno de ellos con voz desconsoladora murmura: "¡Ah, no es como Él! ¡Qué no perderemos al no tenerlo más!"

"¿Supiste, Elías, que ayer por la tarde llevó una gran cantidad de dinero al sinagogo para que la entregara a María de Jacob, y así socorrerla?"

"No. ¿Por qué no se la dio personalmente?"

"Para que la anciana no se lo agradeciese. Todavía no lo sabe. Yo lo sé porque el sinagogo me lo dijo para ponernos de acuerdo si será mejor comprarle los campos de Juan que su hermano quería vender, o darle el dinero poco a poco. Le aconsejé que comprase los campos de Juan, que le producirán trigo, aceite y vino suficientes para vivir sin hambre. Mientras que el dinero..."

"¿Es mucho?" pregunta un tercero.

"Sí. Nuestro sinagogo recibió mucho, y también para los otros pobres de la ciudad y de la campiña. Para que "también ellos puedan celebrar su fiesta en la pascua de los Ácimos, para saludar la nueva época" ha dicho el Maestro."

"Habrá dicho año nuevo."

"No. Dijo: "La nueva época". Tanto que el sinagogo no empleará ese dinero antes de la fiesta de los Ácimos."

"¿Qué habrá querido decir con ello?" preguntan varios.

"¿Qué será? No lo sé. Ninguno lo sabe, ni siquiera Juan que es su predilecto, ni Simón de Jonás que es el jefe de ellos. Les pregunté y Juan se puso pálido el otro se quedó pensativo como quien trata de adivinar."

"¿Y Judas de Keriot? Está mucho con ellos, tal vez más que los otros dos. Se dice que está informado de todo. Lo sabrá. Vamos a preguntarle. Le gusta decir lo que sabe."

Alcanzan a Judas que va solo por el camino, pues los otros han desaparecido tras una vuelta como tragados por el verde follaje de la pendiente.

 

Oye, Judas, el Maestro dice que quiere una gran fiesta 

para la pascua de Ácimos para saludar la nueva época. 

¿Qué quiere decir con ello?

 

"Oye, Judas, el Maestro dice que quiere una gran fiesta para la pascua de Ácimos para saludar la nueva época. ¿Qué quiere decir con ello?"

"No lo sé. ¿Vivo acaso en el pensamiento del Maestro? Preguntádselo a Él que tanto os ama" y apresura el paso dejándolos desilusionados.

"También él no es el Maestro. ¡No hay nadie que tenga su compasión..."! dicen moviendo la cabeza.

"¡Y qué! ¿Acaso venimos en pos de ellos? ¡Es a Él a quien seguimos!  Y hacemos bien en hacerlo. Vamos. Quien sabe, si antes de que entre en Judea, no se sepa lo que quiso decir."

Apresuran el paso. Se juntan con los otros que están sentados bajo un bosque de robles seculares. Tienen ante sus ojos uno de los más bellos panoramas de Palestina.

X. 213-218

A. M. D. G.