JESÚS VA A ENÓN
#Jesús desciende por un atajo a la ciudad
#Iscariote se quiere quedar en Enón
#"También me quedo yo. Estoy vieja. Descansaré haciendo el oficio de madre" dice de pronto Elisa
#El deseo que tienes tú, puede tenerlo una mujer y con mayor razón si está entrada en años.
Jesús solitario medita sentado bajo una gigantesca encina que hay en una de las faldas del monte que domina Siquén. Se divisa la ciudad blanco-rosada a los primeros rayos del sol allá abajo, esparcida sobre las pendientes del monte. Vista desde arriba parece un campo de grandes cubos puestos al revés sobre un fondo verde. Las dos corrientes de agua cerca de las cuales se levanta, forman un semicírculo color plateado. Uno pasa por medio de ella cantando entre sus casas blancas, luego sale hacia lo verde, y se le ve aparecer y desaparecer bajo olivares y árboles frutales hacia el Jordán. La otra es más modesta. Corre por fuera de los muros, a sus pies, y después de regar las hortalizas, da de beber a las ovejas que apacientan en los pastizales que el trébol pinta de color rojizo. El horizonte se abre extenso a los ojos de Jesús. Después de varios montecillos, cada vez más bajos, se ve por una declinación, el verde valle del Jordán y más allá los montes de la Transjordania, que terminan en el noreste con las crestas características de la Auranítide. El sol que ha salido detrás de ellos, se ha puesto a pintar a tres ligeras nubecillas que horizontalmente se mueven por el velo color turquesa del firmamento. Las ha pintado de color rosa-naranja como ciertos preciosos corales. El cielo parece como obstruido de estas hermosísimas nubes. Jesús las mira, esto es, mira absorto en aquella dirección. Tal vez ni vea. Con el codo apoyado sobre las rodillas y su mentón sobre la palma de su mano, mira, piensa, medita. Por encima de Él los pajarillos revolotean como si estuvieran apostando a algo.
Jesús baja los ojos sobre Siquén que despierta a los primeros rayos del sol. A los pastores y ganados, que era lo único que se veía, se unen grupos de peregrinos. El retintín de las campanas de los ganados, las sonajas de los asnos, los gritos y el ruido de pasos y palabras. El viento lleva en ondadas hasta Jesús el rumor de la ciudad que ha despertado ya.
Jesús desciende por una atajo a la ciudad
Se pone de pie. Con un suspiro deja su tranquilo lugar y rápido baja por un atajo a la ciudad. Entre por en medio de caravanas de hortelanos que se apresuran a descargar sus mercancías, de peregrinos que se disponen a comprar lo necesario para ponerse en camino. En un rincón de la plaza están en su espera los apóstoles, las discípulas y a su alrededor los de Efraín, Silo, Lebona y muchos de Siquén.
Jesús se dirige a ellos. A los de Samaría dice: "Y ahora separémonos. Regresad a vuestros hogares. Acordaos de mis palabras. Creced en la justicia." Se vuelve a Judas de Keriot: "¿Has distribuido entre los pobres de cada lugar, como te ordené?"
"Sí. Menos a los de Efraín porque ellos ya han recibido."
"Idos entonces. Haced que cada pobre tenga un alivio."
"Te bendecimos en su nombre."
"Bendecid a las discípulas, son las que me dieron el dinero. Idos. La paz sea con vosotros."
Se va a regañadientes, pero obedecen.
"Voy a ir a Enón. Quiero saluda el lugar del Bautista.
Luego bajaré por el camino del valle.
Es más cómodo para las mujeres."
Jesús se queda con los apóstoles y discípulas. Les dice: "Voy a ir a Enón. Quiero saluda el lugar del Bautista. Luego bajaré por el camino del valle. Es más cómodo para las mujeres."
"¿No sería mejor hacer el camino de Samaría?" pregunta Iscariote.
"No tenemos por qué temer a los ladrones, aun cuando pasemos cerca de sus escondites. Quien quiera venir conmigo que venga, quien no que se quede en Enón hasta el día siguiente al sábado, en que yo iré a Tersa. El que se quede que me alcance en ese lugar."
Iscariote se quiere quedar en Enón
"De mi parte... preferiría quedarme. No estoy muy bien... estoy cansado..." dice Iscariote.
"Se ve. Estás como enfermo, de color ceniciento, que se te ve también tu mirada, en tus reacciones, en tu piel. Hace tiempo que te observo..." dice Pedro.
"Pero nadie me pregunta si sufro..."
"¿Te habría gustado? Nunca sé lo que te gusta. Pero si quieres te lo pregunto ahora, estoy dispuesto a quedarme contigo para curarte..." le responde pacientemente Pedro.
"¡No, no! Es solo cansancio. Vete, vete. Me quedo aquí."
"También me quedo yo. Estoy vieja. Descansaré haciendo
el oficio de madre" dice de pronto Elisa
"También me quedo yo. Estoy vieja. Descansaré haciendo el oficio de madre" dice de pronto Elisa.
"¿Te quedas? Habías dicho..." interrumpe Salomé.
"Si todos iban, también yo, para no quedarme aquí sola, pero ya que Judas se queda..."
"Entonces voy. No quiero que te sacrifiques, mujer. Ciertamente vas con gusto a ver el refugio del Bautista..."
"Soy de Betsur y jamás he sentido deseos de ir a Belén a ver la gruta donde nació el Maestro. Lo haré cuando no tenga más al Maestro. Puedes imaginarte si ardo en deseos de ver donde estuvo Juan... Prefiero ejercitar la caridad, segura de que vale más que una peregrinación."
"Reprendes al Maestro, ¿no comprendes?"
"Hablo por mí. El va y hace bien. Es el Maestro. Soy una vieja a quien los dolores arrebataron todo deseo de curiosidad, y a quien el amor por Él ha quitado todas ganas que no sean de servirlo."
"Entonces tu servicio es espiarme."
"¿Haces cosas reprobables? Se vigila a quien hace cosas malas. Ten en cuenta que jamás he expiado por alguien. No pertenezco a la raza de las sierpes. No traiciono."
"Tampoco yo."
"Dios lo quiera por tu bien. Pero no logro comprender por qué llevas tan a mal que me quede aquí para descansar..."
El deseo que tienes tú, puede tenerlo una mujer
y con mayor razón si está entrada en años.
Jesús, que no había dicho ni una palabra, levanta su cabeza y dice: "Basta. El deseo que tienes tú, puede tenerlo una mujer y con mayor razón si está entrada en años. Os quedaréis aquí hasta la aurora del día siguiente al sábado, luego me alcanzaréis. Entre tanto tú ve a comprar cuanto es necesario para estos días. Ve y hazlo bien."
Judas se va de mala gana a hacer las compras. Andrés quiere seguirlo, pero Jesús lo toma de un brazo diciendo: "No vayas. Lo puede hacer por sí mismo." Jesús habla con mucha severidad.
Elisa lo mira, se le acerca y le ruega: "Perdóname, Maestro, si te he causado algún disgusto."
"Ninguno, mujer. Antes bien, perdónalo a él, como si fuese tu hijo."
"Con estos sentimientos estaré cerca de él... aun cuando piense lo contrario... Tú me comprendes..."
Hiciste bien al decir que las peregrinaciones
a mis lugares se convertirán en algo necesario
después que ya no esté entre vosotros...
eN una necesidad de consuelo para vuestro corazón
"Sí y te bendigo. Hiciste bien al decir que las peregrinaciones a mis lugares se convertirán en algo necesario después que ya no esté entre vosotros... en una necesidad de consuelo para vuestro corazón. Por ahora se trata de secundar los deseos de vuestro Jesús. Has comprendido mi deseo porque te sacrificas para cuidar de un espíritu imprudente..."
Los apóstoles se miran entre sí... también las discípulas. Sólo María que tiene el velo no lo levanta para mirar a los demás. María Magdalena, derecha como una reina que sentenciase, no ha perdido con la mirada a Judas que se abre paso entre los vendedores. En sus ojos se ve el enfado y en las comisuras de sus labios el desprecio. Más que con palabras, habla con su expresión...
Regresa Judas. Da a sus compañero lo que compró. Se pone otra vez el manto en el que trajo todo, y hace como que quiere entregar la bolsa a Jesús.
Jesús la rechaza con la mano: "No es necesario. Para las limosnas está María. Tú trata de ser bondadoso. Son muchos los mendigos que de todas partes van para ir a Jerusalén en estos días. Da sin discriminación y con caridad, recordando que todos somos mendigos de la misericordia de Dios y de su pan... Adiós. Adiós, Elisa. La paz sea con vosotros." Se vuelve rápidamente y se pone en camino no dando tiempo a Judas de despedirse...
Todos lo siguen a Jesús en silencio... Salen de la ciudad, y se dirigen hacia el noreste a través de la bellísima campiña.
X. 233-235
A. M. D. G.