LOS DOS CIEGOS DE JERICÓ

 


 

#Salen al encuentro de Jesús los dos hermanos de Juana de Cusa y otros que hasta entonces no se descubrieron  

 #"Señor... Lo que sé es esto... ¡horrible!... Quisiera que nadie, nadie supiese ni oyese lo que voy a decirte..." Jesús se adelanta y les refiere todas las acusaciones que el Sanedrín le imputa y las consecuencias que el crimen traerá al pueblo de Israel.   

#Eliel pregunta: "¿Nos aconsejas?"...Sí. A que os vayáis. No habrá acá cosa alguna que pueda detener a los hijos del pueblo de Abraham   

#Jesús profetiza la destrucción de Jerusalén   

#y señala la suerte de la tierra que rechazó al señor   

#Parábola con la que compara a Israel con una añosa planta que dentro tiene carcomido su meollo   

#Pero cuidaos que la serpiente es astuta. Yoel, procura cuidarte..." "¡Preferiría mi muerte a la tuya! ¡Y no ver los días de que has hablado! Bendíceme, Señor, para robustecerme..."   

#Pedro dice a Jesús que hay una gran multitud que le espera y que le quiere seguir y Jesús le dice que deje que le sigan   

#Una mujer pide que cure a una hija suya. Jesús cura a uno que tenía un brazo perdido   

#"Yo soy la Vida. Quien cree en Mi tendrá vida en su espíritu y en sus miembros. ¡Lo quiero!"  

 #Dos ciegos piden al Señor su curación

 


 

Es un amanecer cuya blanquecina luz juguetea con el color de rosa. El silencio fresco de la campiña lo interrumpen los trinos de los pajarillos que ha despertado.

Jesús es el primero en salir de la casa de Nique, abre silenciosamente la puerta, se dirige al verde huerto donde desgranan sus límpidas notas las currucas, y cantan los mirlos sus canciones.

 

Salen al encuentro de Jesús los dos hermanos de Juana 

de Cusa y otros que hasta entonces no se descubrieron

 

Todavía no entra cuando le salen al encuentro cuatro sujetos, de los que estuvieron en el grupo de los desconocidos, y que no se levantaron jamás el velo. Se postran en tierra. Jesús los saluda: "La paz sea con vosotros. ¿Para qué me queréis?" Se levantan, echan atrás sus mantos y capuchos de lino.

Reconozco la cara pálida y flaca del escriba Yoel de Abia, que vi cuando lo de Sabea. No sé el nombre de los otros sino hasta cuando ellos dicen: "Yo soy Judas de Beterón, el último de los verdaderos asideos, amigos de Matatías Asmoneo." "Yo soy Eliel y mi hermano Elcana de Belén de Judá, hermanos de Juana, tu discípula, y para nosotros no hay título mayor que éste. No estuvimos contigo cuando todo podías, pero sí ahora que eres un perseguido." "Yo, Yoel de Abia, que por tanto tiempo tuve los ojos cegados, pero ahora abiertos a la Luz."

"Os había dicho que os fuerais. ¿Qué se os ofrece?"

"Queríamos decirte que... si estuvimos cubiertos no era por Ti, sino..." dice Eliel.

"¡Ea, hablad!"

"Bien... Tú, Yoel, habla, porque tú eres el que sabes más de todos..."

"Señor... Lo que sé es esto... ¡horrible!... Quisiera que nadie, nadie supiese ni oyese lo que voy a decirte..."

 

"Señor... Lo que sé es esto... ¡horrible!... Quisiera que nadie,

 nadie supiese ni oyese lo que voy a decirte..." 

 

Jesús se adelanta y les refiere todas las acusaciones 

que el Sanedrín le imputa y las consecuencias 

que el crimen traerá al pueblo de Israel.

 

"No te preocupes. Sé lo que vas a decir. Pero habla. Da lo mismo..."

"Si lo sabes, permite que mis labios no se estremezcan al hablar de una cosa tan horrible. No quiero insinuar que mientas porque dices saber todo, y que quieres que lo diga para cerciorarte, sino sólo porque..."

"Sí. Porque es algo que grita al Señor. Pero te lo diré para que te convenzas de que conozco el corazón de los hombres. Tú, miembro del Sanedrín, conquistado para la Verdad, has descubierto cosas que tú sólo no puedes sobrellevar, porque son demasiado grande y fuiste a ver a éstos, hombres de buen corazón, a pedirles su parecer. Hiciste bien, aun cuando no era necesario. El último de los asideos estaría pronto a hacer lo mismo que sus padres para servir al verdadero Libertador. Y no está solo. También su pariente Barzelai y con él otros muchos. Los hermanos de Juana por amor a Mí y a ella, además del amor por su patria, estarían con él. Pero no voy a vencer a fuerza de lanzas o espadas. Entrad sin temor en el camino de la verdad. Triunfaré con una victoria celestial. Tú, que estás más pálido de lo habitual, sabes quien es el que ha presentado los textos de acusación contra Mí, testigos que son falsos en su corazón, son verídicos en lo que se  refiere a la realidad, porque en verdad Yo violé el sábado cuando tuve que huir, pues todavía no llegaba mi hora, y cuando arranqué a los dos inocentes de los ladrones, y podría decir que la necesidad justifica mis acciones, así como la necesidad justificó a David el haber comido de los panes de la proposición. Es verdad que me refugié en Samaría, pero cuando los samaritanos me propusieron que fuese su Pontífice, rehusé tal honor y su protección por permanecer fiel a la Ley, pese a que esto significa el ser entregado en manos de mis enemigos. Es verdad que amo a pecadores y pecadoras para arrebatarlos del pecado. Es verdad que he predicho la ruina del Templo, aun cuando si estas palabras mías no hacen más que confirmar las palabras de sus profetas. Aun cuando el que se aprovecha de éstas y otras acusaciones, y aun mis milagros los hace objeto de acusación, y de cualquier otra cosa de la Tierra se ha servido de ello para intentar acusarme de pecado y poder unir las otras acusaciones, es un amigo mío. Esto también lo dijo el rey profeta de quien, por mi Madre, desciendo: "Hasta mi amigo íntimo en quien yo confiaba, el que mi pan comía, levanta contra mí su calcañal". Lo sé. De buena gana moriría dos veces si pudiera impedir que no cometiese tal crimen... pero su voluntad se ha entregado a la muerte y Dios no fuerza la libertad del hombre... Mas... ojalá lo horroroso de su crimen lo arrojase arrepentido a los pies de Dios... Por esto tú, Judas de Beterón, decías ayer a Mannaén que se callase. Porque la serpiente estaba cerca y podía hacerle daño tanto a él como a Mí. No. Sólo Yo sufriré las consecuencias. No tengáis miedo. No seré el causante de vuestras penas y desgracias. Pero todos participaréis de lo que dijeron los profetas por el crimen de todo un pueblo. ¡Desgraciada, sí, desgraciada será la patria mía! ¡Desgraciada tierra que saboreará el castigo de Dios! Desgraciados los habitantes y niños que bendigo y que quisiera se salvasen, y que sin embargo, saborearán la amargura de la más grande de las desgracias. Mirad esta tierra vuestra llena de flores, bella, como una alfombra, fértil como un Edén... Grabaos en vuestro corazón su belleza, y luego... cuando vuelva Yo de donde vine... huid. Huid hasta donde podáis, antes de que la destrucción cual ave de rapiña se deje caer sobre vosotros, os destruya, os deje estériles, os queme más que lo que hizo en Gomorra o Sodoma... Sí, más que allá donde la muerte fue casi instantánea. Aquí... Yoel, ¿te acuerdas de Sabea? Profetizó una vez más el futuro del Pueblo de Dios que no aceptó al Hijo de Dios."

Los que lo oyen no saben que responder. El terror del porvenir los enmudece. Eliel pregunta: "¿Nos aconsejas?..."

 

Eliel pregunta: "¿Nos aconsejas?... "

 

Sí. A que os vayáis. 

No habrá acá cosa alguna que pueda detener 

a los hijos del pueblo de Abraham

 

"Sí. A que os vayáis. No habrá acá cosa alguna que pueda detener a los hijos del pueblo de Abraham. Por otra parte, vosotros que sois de los principales, no se os permitiría... Los que de entre los principales fueron hechos prisioneros, serán para adornar al triunfo del vencedor. El Templo nuevo e inmortal llenará por sí la tierra y cualquiera que me buscare me tendrá porque estaré dondequiera me ame un corazón... vosotros me ofrecéis el modo de salvarme y ayuda. Yo os aconsejo lo mismo y os ayudo con este consejo... No lo echéis en manga rota."

"Pero... ¿qué puede hacernos Roma? Nos ha dominado. Sus leyes son duras, mas ha reedificado nuestras casas y la ciudad y..."

 

Jesús profetiza la destrucción de Jerusalén

 

y señala la suerte de la tierra que rechazó al señor

 

"Será así, pero tened presente que ni una piedra de Jerusalén quedará intacta. El fuego, el ariete, la honda, la jabalina quemarán, destruirán, acabarán con todas las casas, y la Ciudad santa se convertirá en una cueva, y no sólo ella. Esa nuestra patria será pastizal de asnos salvajes, de monstruos o chacales como dicen los profetas. Y esto no por un año o más, ni por siglos, sino para siempre. El desierto, la aridez, la esterilidad... ¡Esta es la suerte destinada a estas tierras! Campo de batalla, lugar de torturas, sueño de reconstrucción que destruirá siempre una condenación inexorable, tentativas de volverse a levantar, y que al nacer serán destruidas. Tal será la suerte de la tierra que rechazó al Salvador y pidió un rocío que es fuego sobre los culpables."

"¿No... no habrá pues posibilidad de que exista un Reino de Israel? ¿No seremos lo que soñamos?" preguntan con ansia los tres judíos principales. Yoel el escriba llora...

 

Parábola con la que compara a Israel co

a una añosa planta que dentro tiene carcomido su meollo

 

"¿Habéis visto alguna vez una añosa planta que dentro tiene carcomido su meollo? A duras penas por años vegeta sin flores y sin frutos. Alguna que otra hoja verde en sus ramas son señal de que un poco de linfa corre todavía... Llega un abril y empieza a  florecer milagrosamente, a cubrirse de hojas, el patrón, que por tanto tiempo la cuidó, se alegra pensando que la planta está ya bien. Pero... ¡oh, engaño! Después de una exuberante muestra de vida, veis que cae, que se seca. Las flores, las hojas, los frutillos que cuajaban en las ramas, pronósticos de buena cosecha, caen, y con un crujido asombroso la planta se desploma sobre el suelo marchita en su tronco. Así pasará a Israel. Después de siglos de un vegetar estéril, se apilará al vetusto tronco y dará muestras de reconstrucción. Al fin el Pueblo disperso se habrá reunido. Reunido y perdonado. Sí. Dios esperará esa hora para romper lo siglos. No habrá más siglos, sino la eternidad. Bienaventurados los que, perdonados, serán el florecimiento fugaz del último Israel, que después de muchos siglos de la tierra, pasará a ser mío, y morirán redimidos junto con todos los pueblos de la tierra; bienaventurados con los que no sólo supieron de mi existencia, sino que abrazaron mi ley como ley de salvación y vida. Oigo las voces de mis apóstoles. Idos antes de que vengan..."

"Señor, no queremos darnos a conocer, y eso, no por cobardía, sino para servirte, para poder servirte. Si se supiese que nosotros, sobre todo que yo, hemos venido a verte, se nos excluiría de las deliberaciones..." dice Yoel.

 

Pero cuidaos que la serpiente es astuta. 

Yoel, procura  cuidarte..." 

 

"¡Preferiría mi muerte a la tuya! 

¡Y no ver los días de que has hablado! 

Bendíceme, Señor, para robustecerme..."

 

"Comprendo. Pero cuidaos que la serpiente es astuta. Yoel, procura cuidarte..."

"¡Preferiría mi muerte a la tuya! ¡Y no ver los días de que has hablado! Bendíceme, Señor, para robustecerme..."

"Os bendigo a todos en el nombre de Dios Uno y Trino y en el nombre del Verbo que se encarnó para salvar a los hombres de buena voluntad." Los bendice haciendo una señal larga, luego pone sobre la cabeza de cada uno de ellos su mano.

Se ponen de pie, se cubren las caras y se internan entre los árboles y los cercados de moras que dividen los perales de los manzanos y estos de otros árboles, cuando en grupo salen de la casa los doce apóstoles en busca del Maestro para ponerse en camino.

 

Pedro dice a Jesús que hay una gran multitud que le espera 

y que le quiere seguir y Jesús le dice que deje que le sigan

 

Pedro dice: "Ante la casa hay una gran multitud que apenas si hemos logrado detenerla para que pudieses orar. Quieren seguirte. A los que dijiste que se fuesen, ninguno de ellos se ha ido, antes bien muchos han regresado, y otros se han juntado. Les hemos gritado hasta..."

"¿Por qué? ¡Dejadlos que me sigan! ¡Así fueran todos! ¡Vámonos!" Jesús, poniéndose el manto que Juan le presenta, se pone a la cabeza de los suyos, llega a la casa, le da vuelta, y toma el camino que va a Betania entonando con fuerte voz un salmo.

Una verdadera multitud compuesta de hombres, mujeres y niños lo siguen cantando.

Se queda atrás la ciudad entre sus vallados de verdor. Por el camino van muchos peregrinos. A sus veredas muchos mendigos levantan sus gritos para que la gente los socorra. Hay paralíticos, mancos, ciegos... La acostumbrada miseria que por todas partes y en todos los tiempos suele reunirse donde hay alguna fiesta.

Si los ciegos no ven, que no lo son sí, y conociendo la bondad del Maestro para con los pobres, levantan sus gritos, más fuerte de lo acostumbrado para llamar la atención de Jesús, pero no le piden que los cure. Piden sólo una limosna, y Judas la da.

 

Una mujer pide que cure a una hija suya

Jesús cura a uno que tenía un brazo perdido

 

Una mujer de condición social acomodada, detiene su borrico, sobre el que viene sentada, junto a un gran árbol que da sombra en el cruce y espera a Jesús. Cuando está cerca, baja de su animal, se postra fatigosamente, porque tiene entre sus brazos un niño casi inerte. Lo levanta sin decir una palabra. Sus ojos son una súplica. Jesús, que viene rodeado de tanta gente, no ve a la pobre madre arrodillada a la vera del camino, a la que un hombre y una mujer acompañan. El hombre sacudiendo la cabeza dice: "No hay nada para nosotros." La mujer: "Patrona, no te ha visto. Llámalo con fe y te escuchará."

La madre hace caso y se pone a gritar lo más fuerte posible para dejarse oír sobre las voces que cantan y el rumor de los pasos: "¡Señor, piedad de mí!"

Jesús, que va adelante algunos metros, se detiene, se vuelve. La sirvienta dice: "Ama, te busca. Levántate, ve a Él y Fabia será curada." La ayuda a levantarse llevándola al Señor que dice: "A quien me invocó que se acerque. Es tiempo de misericordia para quien sabe esperar en ella."

Las dos mujeres se abren paso. Primero la sirvienta, detrás de ella la madre. Están ya para llegar a Jesús cuando se oye uno que grita: "¡Mi brazo perdido! ¡Mirad" ¡Bendito sea el Hijo de David! Siempre poderoso, siempre santo nuestro verdadero Mesías."

La multitud se agolpa. Todos quieren ver, saber... Preguntan a un viejecito que agita su brazo derecho como si fuera una bandera y que responde: "El se detuvo. Yo logré tocar la extremidad de su manto y ponérmela encima, y como un fuego me corrió por el brazo muerto. Ved que el derecho es como el izquierdo, sólo porque me tocó su manto."

Entre tanto Jesús llama a la mujer: "¿Qué quieres?"

La mujer presenta su hijita y dice: "También ella tiene derecho a la vida. Esta inocente. No pidió ella pertenecer a un lugar o a otro; a esta raza o a aquella. Yo soy la culpable. Que se me castigue a mí, no a ella."

"¿Crees que la misericordia de Dios sea mayor que la de los hombres?"

"Creo, Señor. La espero para ella y para mí. Espero que la hagas vivir, Tú que eres la Vida..." Llora.

 

"Yo soy la Vida. Quien cree en Mi tendrá vida en su espíritu 

y en sus miembros. 

¡Lo quiero!"

 

"Yo soy la Vida. Quien cree en Mi tendrá vida en su espíritu y en sus miembros. ¡Lo quiero!" Jesús ha dicho estas palabras con voz muy fuerte. Pone su mano sobre la niña inerte que da un salto, sonríe, grita: "¡Mamá!"

"¡Se mueve! ¡Sonríe! ¡Habla! ¡Fabio! ¡Patrona!" Las dos mujeres han seguido las fases del milagro y las han anunciado. El padre se abre paso entre la gente. Se acerca a las mujeres que están ya a los pies de Jesús llorando, y mientras la sirvienta dice a la madre: "¡Te lo había dicho que tiene piedad de todos!", esta se dirige a Jesús pidiéndole: "Perdóname también mi pecado."

"¿No te lo está diciendo el cielo al haberte hecho este favor? Levántate y camina en el camino nuevo con tu hija y con el hombre que escogiste. Vete. La paz sea contigo y contigo, pequeñina. Contigo, fiel israelita. Abundante sea la paz contigo, por tu fidelidad para con Dios y para con la hija de la familia a la que serviste, y a la que con tu comportamiento has tenido cercana a la ley. También contigo sea la paz, que has sido más respetuoso para con el Hijo del Hombre, que muchos de Israel."

Se despide de ellos, mientras la multitud, que no se preocupa mas del viejecito, sino de la niña recién curada, que estaba paralítica e idiota debido tal vez a una meningitis, que ahora salta feliz, diciendo las únicas palabras que aprendió acaso antes de enfermarse: "Padre, mamá, Elisa. Sol hermoso, flores..."

 

Dos ciegos piden al Señor su curación

 

Jesús va a dar un paso, cuando del cruce, y cerca de los dos asnos que los que recibieron el milagro habían dejado allí, se escuchan otros dos gritos de lamento, con el característico tono hebreo: "¡Jesús, Señor, Hijo de David, ten piedad de mí!" Y de nuevo, más fuerte, para hacerse oír sobre los gritos de la multitud que dice: Callaos. Dejad en paz al Maestro. Tiene mucho que caminar. El sol es fuerte. Que llegue a las primeras colinas antes de que se haga insoportable", gritan de nuevo: "Jesús, Señor, Hijo de David, ten piedad de mí."

Jesús se detiene nuevamente y ordena: "Id a traerlos."

Algunos que se prestan van a donde están los dos ciegos: "Venid. Os compadece. Levantaos que os quiere escuchar. Nos mandó llevaros" lo que tratan de hacer.

Uno se deja llevar, el otro, más joven, y tal vez que tiene más fe, se adelanta y por sí mismo se abre con su bastón en alto, con la característica sonrisa y gesto de los ciegos cuando levantan su cara para buscar la luz... y parece como si su ángel lo guiase por lo ligero y seguro que camina. Si no tuviese los ojos blancos, no parecería ciego. Es el primero en llegar ante Jesús, que le pregunta: ¿Qué quieres de Mí?"

"Que vea, Maestro. Haz, Señor, que mis ojos y los de mi compañero se abran." Llega el otro ciego a quien hacen arrodillar junto a su compañero.

Jesús pone sus manos y dos gritos se escapan de los ciegos: "¡Veo, Uriel!"; "¡Veo, Bartimeo!" y luego, juntamente: "¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito quien lo envió! ¡Gloria sea dada a Dios! ¡Hosanna al Hijo de David!" Se inclinan a besar los pies de Jesús, después se yerguen. Uriel dice: "Voy a ver a mis padre y luego regreso a seguirte, Señor." Bartimeo dice: "No te dejo. Mandaré a decírselo. ¡Qué alegría para ellos! Pero separarme de Ti, no. Me has devuelto la vista. Te la consagro para siempre. Acepta la buena voluntad de tu más humilde siervo."

"Ven. Sígueme. La buena voluntad hace pareja cualquier condición. Sólo es grande aquel que mejor sirve al Señor.2

Jesús continúa su camino entre los vítores de la multitud en la que se mezcla Bartimeo, vitoreando como los otros, y diciendo: "Había venido por un pedazo de pan y encontraré al Señor. Era pobre, y ahora soy servidor del Rey santo. Gloria al Señor y su Mesías"...

X. 276-282

A. M. D. G.