EL VIERNES ANTES DEL INGRESO
EN JERUSALÉN.
I. JESÚS Y JUDAS DE KERIOT
#Si queréis podéis ir a donde os plazca. Yo me quedo aquí y conmigo Judas y Santiago
#Jesús Al ver que Iscariote se amarra las correas de sus sandalias le pregunta: "A dónde vas"
#¡oh! los otros son como libros abiertos en los que se puede leer lo que está escrito
#Jesús vigila a Judas "¡Judas! ¡Espérame! Debo hablarte."
#A ti, amigo mío, sólo te pido que quieras arrepentirte y luego... Yo haré el resto.
#Jesús ruega por Judas. Su lucha por salvarlo no lo desanima
Si queréis podéis ir a donde os plazca.
Yo me quedo aquí y conmigo Judas y Santiago
"Si queréis podéis ir a donde os plazca. Yo me quedo aquí y conmigo Judas y Santiago. Tienen que venir las discípulas" dice Jesús a sus apóstoles reunidos a su alrededor bajo el pórtico de la casa. Continúa. "Procurad regresar para el crepúsculo. Sed prudentes. Tratad de pasar inobservados para que no os vayan a hacer algo."
"¡Yo me quedo aquí! No tengo nada que hacer en Jerusalén" dice Pedro.
"Yo sí voy. Mi padre me está esperando. Quiero ofrecer el vino. Antigua promesa, pero que mantiene, porque mi padre es un hombre honrado. Ya veréis qué vino en el banquete pascual. ¡Los viñedos de mi padre en Rama son famosos en la región!" exclama Tomás.
"También los vinos de Lázaro son muy buenos. Todavía me acuerdo del banquete de las Encenias..." dice con placer Mateo.
"Entonces mañana más que nunca volverá a acordarte, porque parece que Lázaro ha dado órdenes de que se celebre una gran cena. He visto ciertos preparativos..." sugiere Santiago de Zebedeo.
"¿De veras? ¿Vendrán invitados?" pregunta Andrés.
"No. Se lo pregunté a Maximino y me respondió que no."
"¡Ah, de otro modo me pondría el vestido nuevo que mi mujer me ha enviado!" dice Felipe.
"Yo sí me lo pondré. Quería ponérmelo para la pascua. Ciertamente estaremos aquí mañana más tranquilos, que no después..." dice Bartolomé y se interrumpe pensativo.
"Yo me cambio para entrar en la ciudad. ¿Y Tú, Maestro?" le pregunta Juan.
"Yo también Me pondré mi vestido de color púrpura."
"¡Parecerás un rey!" dice admirado el predilecto que se lo imagina ya con su espléndida vestidura...
"¡Sino hubiera proveído yo! Esa púrpura la conseguí hace mucho tiempo..." dice orgullosamente Iscariote.
"¿En realidad? ¡Oh, no se había reparado en ello!... El Maestro es siempre tan humilde..."
"Demasiado. Ahora es el momento para que sea Rey. ¡Basta de esperas! Si no se sentará en un trono, que por lo menos vista como conviene a su dignidad. En todo ello he pensado.
"Tienes razón, Judas. Tú eres de los del mundo. Nosotros... pobres pescadores..." responden humildemente los del lago... Y como sucede siempre a la luz del mundo, a la falsa luz crepuscular del mundo, el metal bajo de Judas parece mejor que el rústico, pero puro, sincero, y honesto oro de los corazones galileos...
Jesús Al ver que Iscariote se amarra las correas
de sus sandalias le pregunta:
"¿A dónde vas?"
Jesús, que estaba hablando con Zelote y con los hijos de Afeo, se vuelve a mirar a Iscariote y a los mortificados pescadores... mueve su cabeza, sin hacer ningún comentario. Al ver que Iscariote se amarra las correas de sus sandalias y se acomoda el manto como si fuera a salir, le pregunta: "¿A dónde vas?"
"A la ciudad."
" Te dije que te quedaras conmigo y con Santiago..."
"¡Ah! pensé que te habías referido a Judas, tu hermano... Entonces... yo... soy como un prisionero... ¡Ah, ah!" Y ríe muy feo.
"Betania no tiene cadenas ni barras, como creo. Sólo tiene el deseo de tu Maestro. Estaría contento de ser su prisionero" observa Zelote.
"¡Oh, claro! Lo dije por chanza... Es que... quería tener noticias de mi madre. Y no cabe duda que habrán venido a Jerusalén peregrinos de Keriot y..."
"No. Dentro de dos días estaremos todos en Jerusalén. Tú ahora te quedas aquí" dice con autoridad Jesús.
Judas no insiste. Se quita el manto: "¿Y entonces? ¿Quién va a ir a la ciudad? Estaría bueno informarse de lo que corre por ella... lo que hacen los discípulos... Quería ir también a casa de amigos... Se lo había prometido a Pedro..."
"No importa. Tú te quedas. No es necesario nada de lo que dices. No es muy necesario..."
"Pero Tomás sí va..."
"Maestro, yo quiero ir, porque lo prometí. Tengo amigos en casa de Anás y ..."
"¿Vas a ir allá, hijo mío? ¿Y si te aprehenden?" pregunta Salomé que acaba de acercarse.
"¿Si me aprehenden? No he hecho ningún mal. Nada. No tengo por qué temer al Señor. Y si me aprehendieren, no temblaré de miedo."
"¡El leoncillo valeroso! ¿No tendrás miedo? No sabes cuánto nos odian. Nos matarán si caemos en sus manos" dice Iscariote como para espantarlo.
"¿Y tú por qué quieres ir? ¿Acaso gozas de privilegios? ¿Cómo los conseguiste? Dímelo que lo haré."
Se ve que el miedo y la ira se apoderan de Judas, pero la cara de Juan es franca y limpia. Se tranquiliza. comprende que en esas palabras no hay nada de sospecha. Responde: "Nada de hecho. Pero tengo algunos amigos buenos que conocen muy bien al Procónsul, y por esto..."
"¡Bien! Quien quiera ir que vaya. Ya no llueve. Estamos perdiendo tiempo aquí, y tal vez a la hora de sexta vuelva a llover. Quien quiera venir que se de prisa" exhorta Tomás.
"¿Voy, Maestro?" pregunta Juan.
"Vete."
"¡Bueno! ¡Siempre lo mismo! ¡Él sí! ¡Los otros sí! Yo no. ¡Siempre no!"
"Procuraré informarme de tu madre" le promete Juan para clamarlo.
"También yo voy contigo y con Tomás" dice Zelote, y añade: "Mi edad frenará, Maestro, a los jóvenes. Conozco bien a los de Keriot. Si veo a alguien le preguntaré y te traeré noticias de tu madre, Judas. ¡Sé bueno! ¡Estate tranquilo! Es pascua, Judas. Todos sentimos la paz de esta fiesta, la alegría de esta solemnidad. ¿Por qué quieres estar siempre tan inquieto, tan hosco, descontento? Pascua es el paso de Dios... Pascua es fiesta de liberación, para nosotros los hebreos, de un duro yugo, del que nos sacó el Dios Altísimo. Ahora, no pudiendo repetirse ese antiguo evento, ha quedado su símbolo, individual... Pascua: liberación de los corazones, purificación, bautismo, si quieres, con la sangre del cordero para que las fuerzas enemigas no hagan daño al que esté señalado con ella. Tan bello que es empezar el nuevo año con esta fiesta de purificación, liberación, adoración de nuestro Dios Salvador... ¡Oh, excusa, Maestro! He hablado cuando debía haber callado, porque Tú eres el que debes rectificar nuestros corazones..."
"Era lo que estaba yo pensando, Simón. Exactamente lo mismo: ahora tengo dos maestros en vez de uno, y me parecen demasiados" rezonga Iscariote rojo de ira.
Pedro... ¡oh! Pedro esta vez no se controla y grita: "Y si no te calas, tendrás un tercero, que soy yo. Te juro que tendré argumentos más persuasivos que las palabras."
"¿Te atreverías a pegarle a un compañero? Después de tantos esfuerzos para tener sujeto con el fondo al viejo galileo, sale a flote tu verdadera naturaleza, ¿o no?"
"No sale a flote. Siempre ha estado en la superficie, clara. No finjo. Pero cuando se trata de asnos salvajes, como lo eres tú, no hay otro argumento para domarlos que los latigazos. ¡Avergüénzate de abusar de su bondad y de nuestra paciencia! ¡Ven, Simón! ¡Ven, Juan! ¡Ven, Tomas! Hasta pronto, Maestro. También yo me voy, porque si me quedo... vive Dios, que no me controlaré más" y Pedro coge su manto que estaba sobre una silla, se lo pone aprisa, pero con coraje se lo pone al revés. Juan se lo advierte. Le ayuda a ponérselo bien. Sale dando fuertes pisotadas como para descargar un poco de su rabia. Parece un becerro encabritado.
¡oh! los otros son como libros abiertos en los que
se puede leer lo que está escrito
Los otros... ¡oh! los otros son como libros abiertos en los que se puede leer lo que está escrito. Bartolomé levanta su cara afilada de viejo al cielo todavía cubierto de nubes, y parece estudiar los vientos para no mirar el rostro de Jesús en quien está dibujado el dolor y la cara demasiado pérfida de Iscariote. Mateo y Felipe miran a Tadeo, en cuyos ojos la ira destella, ojos tan semejantes a los de Jesús, tienen un mismo pensamiento, lo ponen en medio, lo empujan hacia la vereda que lleva a la casa de Simón diciendo: "Tu madre nos necesitaba para aquel trabajo. Ven también tú, Santiago de Zebedeo" y se van con ellos el hijo de Salomé. Andrés mira a Santiago de Alfeo y éste a él: dos caras que reflejan la misma pena y que, no sabiendo qué decir, se toman de la mano como dos muchachos, y se van tristes. De las discípulas no está sino Salomé que no se atreve a moverse, ni a hablar, pero tampoco a irse, como si quisiera con su presencia frenar al discípulo indigno si quisiera hablar. Afortunadamente no está presente ni un miembro de la familia de Lázaro, ni tampoco la Virgen.
Jesús vigila a Judas "¡Judas! ¡Espérame! Debo hablarte."
Se quedan solos Jesús, Judas y Salomé. Judas va al quiosco de jazmines. Jesús lo sigue con la mirada, lo vigila, ve que finge sentarse, que desaparece por la parte posterior y se mete entre los rosales, laureles y bojes que separan el verdadero jardín de los cuadros donde están las colmenas. Por aquella parte se puede salir por una de las puertas secundarias, que hay en los muros del extenso jardín, que es un verdadero parque que por dos lados termina en altísimas vallas dobles como una avenida, con canceles acá y allá que comunican con prados, campos, huertos, olivares, y también con la casa de Simón y por los otros dos tiene fuertes murallones, que dan a dos caminos: uno es secundario y el otro principal, en este desemboca el secundario que cortando Betania prosigue a Belén.
Jesús se pone de puntillas para ver mejor. Se hace a un lado para distinguir al apóstol. Sus ojos brillan.
María Salomé lo ve e intuye, y aunque no puede comprender lo que sucede murmura: "¡Misericordia de nosotros, Señor!"
Jesús siente esa ansia, se vuelve por un instante a mirar a la buena y sencilla discípula, que si por unos momentos cobijó pensamientos de orgullo al pedir el lugar de honra para sus hijos, que podía hacerlo porque ambos son buenos apóstoles, que humildemente aceptó la corrección del Maestro, que no se dio por ofendida, ni se alejó de Él, se ha hecho más humilde, más servicial, que lo sigue como su sombra cada vez que puede, que estudia sus más insignificantes expresiones para adelantarse a sus deseos y darle alegría. También ahora, trata la buena y humilde Salomé de consolar al Maestro, de aplacar la sospecha que lo hace sufrir, diciendo: "¿Lo ves? No va lejos. Allí puso su manto. No lo ha vuelto a tomar. Irá por los prados a desahogar su malhumor... Judas no se atreverá a ir sin permiso alguno..."
"Se iría aun desnudo. Mira... ¡Va allí!"
"¡Trata de abrir el cancel! ¡Si está cerrado! ¡Llama a un siervo de las colmenas!"
Jesús le grita: "¡Judas! ¡Espérame! Debo hablarte." Se dirige a él.
"¡Por caridad, Señor! Voy a llamar a Lázaro... a tu Madre. ¡No vayas solo!"
Jesús, que va caminando aprisa, se vuelve y le dice: "Te mando que no lo hagas. No digas nada a nadie. Si te preguntan por Mí diles que he salido por unos instantes con Judas. Si vienen las discípulas que esperen. Regreso pronto."
Salomé no protesta. Iscariote tampoco ha reaccionado. Ambos se han quedado allí donde la voluntad de Jesús les ordenó.
"Abre la puerta, Jonás. Salgo un poco con mi discípulo. Si te quedas aquí no es necesario la cierres detrás de nosotros. Pronto regresaré" ordena con suavidad al agricultor que se había quedado con la gruesa llave en la mano sin saber qué hacer.
Se oye el forcejeo de la llave por dentro, se oye chirriar la puerta al abrirse.
"Casi nunca abrimos esta puerta" dice el siervo sonriente. "¡Eh! está enmohecida. Cuando no se le usa, se va acabando... el moho, el polvo... Lo mismo nos sucede a nosotros si no trabajamos en nuestro corazón!"
"¡Bravo Jonás! Has tenido una magnífica idea. Muchos rabinos te la envidarían."
"Son mis abejas las que me lo han sugerido... y tus palabras. En realidad que han sido tus palabras, y las abejas me hacen entenderlas. Porque nada hay que no hable, si se sabe escucharlo. Yo me digo: si las abejas obedecen la orden de quien las creó y son tan pequeñas que no sé dónde tengan su cerebro y corazón, yo, que los tengo ya además alma, y que escucho al Maestro ¿no debo hacerlos trabajar, saber lo que hacen hacer siempre lo que el Maestro dice que digamos, y embellecer mi espíritu para que no tenga moho, polvo, lodo, pajas, cosas que arrojan los enemigos infernales, así como piedras y trampas?"
"Has dicho muy bien. Imita tus abejas y tu alma se convertirá en una colmena de virtudes preciosas, con las que Dios se regocijará. Vuelvo pronto, Jonás. La paz sea contigo."
Pone su mano sobre la cabeza gris de Jonás que está inclinado ante El, y sale por el camino que lleva a los prados de trébol rojo que son hermosos como alfombras con sus colores verdes y carmesí. Por ellos las abejas pasan veloces volando de flor en flor.
Jesús pregunta: "¿Oíste lo que dijo? Es un campesino.
Sería mucho que supiese leer algo... Y con todo...
sus palabras podían haber estado en mis labios,
sin que nadie pudiera pensar que no tengo razón
Cuando están ya separados, de modo que nadie pueda escucharlos, Jesús pregunta: "¿Oíste lo que dijo? Es un campesino. Sería mucho que supiese leer algo... Y con todo... sus palabras podían haber estado en mis labios, sin que nadie pudiera pensar que no tengo razón. El ve la necesidad de vigilar para que los enemigos del espíritu no destruyan su espíritu... Yo... por causa de ellos te tengo junto a Mí, y por eso me odias. Te quiero defender de ellos y de ti mismo, y tú me odias. Una vez más te lo digo: vete, vete, Judas. Vete lejos. No entres en Jerusalén. Estás enfermo. No es mentira que estás enfermo, que no puedes participar a la pascua. Celebrarás la suplementaria. Nos lo concede la ley, cuando alguna enfermedad u otra gravísima razón impiden cumplir con la pascua. Pediré a Lázaro -amigo prudente, que nada pedirá- que te lleve hoy mismo al otro lado del Jordán."
"No. Muchas veces te he pedido que me arrojaras. No lo has querido. Ahora soy quien no lo quiere."
"¿No lo quieres? ¿No quieres salvarte? ¿No tienes compasión de ti mismo? ¿Tampoco de tu madre?"
"Deberías decirme: "¿No tienes piedad de Mí?" Serías más sincero."
Tú sabes quién soy y Yo sé quién eres. Es el último momento
de la gracia que se te ha concedido una vez más p
ara impedir tu ruina...
"Judas, infeliz amigo mío, te lo pido no por Mí, sino por ti. Por ti, sólo por ti te lo pido. ¡Mira! Estamos solos Yo y tú. Tú sabes quién soy y Yo sé quién eres. Es el último momento de la gracia que se te ha concedido una vez más para impedir tu ruina... No te rías tan diabólicamente, amigo mío. No te burles de Mí como si fuera un loco, porque te digo "tu ruina", y no la mía. Estamos solos: Yo y tú, y sobre nosotros Dios -Dios que todavía no te odia, Dios que asiste a esta lucha última entre el bien y el mal que se disputan tu alma. Sobre nosotros está el empíreo que nos contempla. Ese empíreo que pronto se llenará de santos, los cuales ya se sienten transportados de alegría donde están todavía ahora, porque la presienten... Judas, entre ellos está tu padre..."
"Fue un pecador. No está allí."
"Fue un pecador, pero no es un condenado, por eso él siente que se acerca la alegría también para él. ¿Por qué quieres proporcionarle tristeza?"
"El no sufre. Está muerto."
"No. Sufre al ver que eres culpable, que eres... ¡oh, no quieras arrancarme esa palabra!..."
Nada puede cambiarse Todo, Judas. Yo lloro.
¿Quieres tú ser la causa de las últimas lágrimas mías?...
Judas, te lo suplico
"¡No temas, no temas! ¡Dila! Hace meses que me la digo a mí mismo. Estoy condenado. Lo sé. Nada puede cambiarse."
"Todo, Judas. Yo lloro. ¿Quieres tú ser la causa de las últimas lágrimas mías?... Judas, te lo suplico. Piensa, amigo, que el cielo hace lo que le pida y tú, y tú... ¿vas a dejarme pedir en vano? Piensa que el que delante de ti lo suplica es el Mesías de Israel, el Hijo del Padre... ¡Judas, escúchame!... ¡Detente, ahora que lo puedes todavía!..."
"¡No!"
Jesús se cubre el rostro con las manos y se deja caer a la orilla de prado. Llora sin hacer ruido, pero llora mucho. Se ve que sus espaldas se sacuden con los profundos sollozos...
Judas lo mira, a sus pies, destruido, llorando, por el deseo de salvarlo... y siente compasión. Dice, dejando su tono amargo de antes: "No puedo menos de ir... He empeñado mi palabra."
Jesús levanta su rostro despedazado y prorrumpe: "¿Con quién? ¿Con quién? ¡Con hombres miserables! ¿Te preocupas de sus honras? ¿No te habías entregado a Mí hace tres años? ¿Piensas en lo que diga un puñado de malhechores y no en el juicio de Dios? ¿Qué debo hacer, Padre, para que en él surja de nuevo la voluntad de no pecar?" Baja desconsolado la cabeza... Parece el Jesús doloroso de la agonía del Getsemaní.
Judas siente compasión y dice: "Me quedo.
¡No sufras de ese modo! Me quedo. ¡Ayúdame a continuar!
¡Defiéndeme!"
¡Siempre! Con sólo que tú quieras. Ven.
No hay culpa que no compadezca y no perdone.
Di: "quiero", y te habré redimido...
Judas siente compasión y dice: "Me quedo. ¡No sufras de ese modo! Me quedo. ¡Ayúdame a continuar! ¡Defiéndeme!"
"¡Siempre! Con sólo que tú quieras. Ven. No hay culpa que no compadezca y no perdone. Di: "quiero", y te habré redimido..."
A ti, amigo mío, sólo te pido que quieras arrepentirte
y luego... Yo haré el resto.
Lo toma de los brazos levantándose. Pero si las lágrimas de Jesús-Dios caen sobre los cabellos de Judas, la boca de éste queda cerrada. No pronuncia la palabra que se le ha pedido. No dice ni siquiera "perdón" cuando Jesús le murmura entre los cabellos: "¡Sabes que te amo! ¡Tenía que haberte reprehendido! Te doy el beso de paz. Podría haberte dicho: "Pide perdón a tu Dios" y te pido sólo que quieras ser perdonado. ¡Estás tan enfermo! No se puede exigir mucho de uno muy enfermo. A todos los pecadores que han venido a Mí les he exigido un arrepentimiento absoluto para poder perdonarlos. A ti, amigo mío, sólo te pido que quieras arrepentirte y luego... Yo haré el resto."
Judas no dice nada...
Jesús lo deja ir. Le dice: "Quédate por lo menos aquí hasta el día siguiente al sábado."
"Me quedo... regresemos a casa. Notarán nuestra ausencia. Tal vez las mujeres te estén esperando. Son mejores que yo, y no debes descuidarlas."
"¿No recuerdas la parábola de la oveja perdida? Tú eres... Las discípulas son las buenas ovejas encerradas en el redil. No corren ningún peligro, aun cuando todo el día ande en busca de tu alma, para llevarla al redil."
"¡Bueno, sí! ¡Regreso al redil! Me encerraré en la biblioteca de Lázaro a leer. No quiero que me perturben. No quiero ver, no quiero saber nada. Así... no se sospechará de mí. Y si alguna cosa se dijere al Sanedrín tendrás que convencerte que entre tus predilectos hay una sierpe. ¡Hasta pronto! Voy a entrar por el cancel principal. No tengas miedo. No voy a huir. Cuando quieras puedes ir a verme, que ahí estaré" y dándole las espaldas se va a largos pasos.
"Oh, Padre mío, ¿podrás acaso acusarme de haber dejado
algo sin mover para salvarlo?
Sabes que lucho por su alma, no por mi vida,
para impedir su crimen... ¡Padre, Padre mío!
¡Te lo ruego!
Apresura la hora de las tinieblas, la hora del Sacrificio,
porque me es muy amargo vivir junto al amigo
que no quiere ser redimido...
¡El más grande dolor!"
El vestido de blanco lino de Jesús resalta en el borde del prado verdeojizo. Jesús levanta sus brazos y su afligido rostro al cielo. Levanta su corazón al Padre llorando: "Oh, Padre mío, ¿podrás acaso acusarme de haber dejado algo sin mover para salvarlo? Sabes que lucho por su alma, no por mi vida, para impedir su crimen... ¡Padre, Padre mío! ¡Te lo ruego! Apresura la hora de las tinieblas, la hora del Sacrificio, porque me es muy amargo vivir junto al amigo que no quiere ser redimido... ¡El más grande dolor!" Se sienta sobre el tupido trébol. Reclina su cabeza sobre sus rodillas las que estrecha con los brazos y llora...
¡No puedo ver estas lágrimas! Son muy semejantes a las del Getsemaní... porque sabe que el cielo no hará nada por consolarlo, que debe padecer ese dolor, y esto me aflige muchísimo.
Jesús llora mucho, silenciosamente. Testigos de sus lágrimas son las abejas, el trébol que respira su aroma, que se mueve ligeramente bajo el impulso del viento que amenaza tempestad, pues las nubes que antes habían desaparecido, ahora a montones corren por el firmamento amenazando lluvia.
Jesús ruega por Judas. Su lucha por salvarlo
no lo desanima
Jesús deja de llorar. Levanta su rostro para escuchar... Un ruido de ruedas, de cascabeles viene del camino principal. El de ruedas cesa, pero no el de cascabeles. Jesús dice: "Las discípulas... Son fieles... ¡Padre mío, hágase como Tú quieres! Te ofrezco el sacrificio de este deseo mío de Salvador y de Amigo. ¡Escrita está! El lo ha querido. Es verdad. Pero permíteme, ¡Padre mío! que continúe Yo mi obra por él hasta que todo esté terminado. Desde ahora te digo: Padre, cuando oraré por los pecadores, cual víctima impotente para cualquier acción directa, ¡Padre! toma mi sufrimiento, y fuerza con él el alma de Judas. Se que te pido lo que la Justicia no puede conceder, pero de Ti vienen la Misericordia y el Amor y amar a estos que vienen de Ti y que son una sola cosa contigo, Dios Uno y Trino, Santo y Bendito. Yo mismo me daré a mis amados en alimento y bebida. Padre, que mi Sangre y mi Carne no sirvan de condenación para ninguno de ellos. Padre, ayúdame. Que haya un germen de arrepentimiento en ese corazón!... Padre, ¿por qué te alejas? ¿Te alejas y ya de tu Verbo que te ruega? Padre, es la hora. Lo sé. Hágase tu voluntad bendita. Pero deja a tu Hijo, a tu Mesías, en quien por un inescrutable decreto tuyo disminuye en Él la visión segura del futuro -y no digo que sea esto crueldad de tu parte sino piedad para conmigo- deja en Mí la esperanza de salvarlo. Oh, Padre mío, lo sé. Lo supe desde que soy. Lo he sabido desde que no sólo Verbo, sino Hombre, vivo en la tierra. Lo supe desde que lo encontré en el templo... siempre lo he sabido, pero ahora... ¡Oh, que me parece, Santísimo Padre, una gran piedad tuya! Me parece que no se trate sino de una horrible pesadilla, causada por su comportamiento, pero que no es lo último... que pueda esperar todavía, todavía, porque mi sufrimiento es infinito, e infinito será el sacrificio, y que sirva para él... ¡Ah, deliro! ¡Es el Hombre que quiere esperar esto! ¡El Dios que está en el Hombre, el Dios hecho Hombre no puede hacerse ilusiones! Que desaparezcan las ligeras nieblas que me escondían o un momento el abismo, el abismo ya abierto para tragarse al que prefirió las Tinieblas a la Luz... ¡Piedad tuya el ocultármelo! ¡Piedad de tu parte el mostrármelo ahora que me has consolado! Sí, Padre, también esto. Seré Misericordia hasta el fin, porque tal es mi Esencia."
Sigue orando con los brazos abiertos en forma de cruz, su rostro destrozado del dolor se va revistiendo de una paz majestuosa. Como que se hace luminoso por una alegría interior, aun cuando en su labios cerrados no se note ninguna sonrisa. Es la alegría de su espíritu, en comunión con el Padre que trasluce a través de los velos de la carne y borra las señales que el dolor ha dejado sobre su rostro enflaquecido y espiritualizado que cada vez se hace más claro cuanto más avanzan el dolor y el sacrifico. No es ya un rostro de la tierra el de Jesús en estos sus últimos días. Ningún artista será jamás capaz de pintarlo, aun cuando el Redentor se le mostrase; de dibujar ese rostro del Dios-Hombre cincelado en una belleza sobrenatural de amor y dolor perfectos y completos.
Jesús se encuentra de nuevo ante la puerta. Entra, cierra y se dirige a la casa. Jonás lo ve y corre a tomar de sus manos la pesada llave.
"Maestro, llegaron las mujeres. Les dije que entraran
en la sala blanca porque en la biblioteca está Judas leyendo
y como que sufre."
Jesús sigue. Encuentra a Lázaro: "Maestro, llegaron las mujeres. Les dije que entraran en la sala blanca porque en la biblioteca está Judas leyendo y como que sufre."
"Lo sé. Gracias por lo que has hecho por las mujeres. ¿Son muchas?"
"Juana, Nique, Elisa, Valeria con Plautina y otra amiga suya o liberta, llamada Marcela, una vieja que dice conocerte: Ana de Merón y Analía con otra jovencilla de nombre Sara. Están con las discípulas, con tu Madre y mis hermanas."
"¿Y esas voces infantiles?"
"Ana trajo los hijos de su hijo, Juana los suyos, Valeria su hijita. Las llevé al patio interior..."
X. 287-296
A. M. D. G.