EL VIERNES ANTES DEL INGRESO
EN JERUSALÉN.
II. JESÚS Y LAS DISCÍPULAS
#Jesús les aconseja para el futuro. La parábola de la golondrina
#Ven aquí, María. Cierra y ven. ¿Qué te pasa?" le pregunta Jesús
#Entra la vieja Ana de la casa que está cerca del lago Merón
#Luego juntas entran Juana y Valeria
#Ahora es la cara juvenil de Analía que aparece.
#¿Pero no eres tú el hijo del hijo de Nahum?
La suntuosa sala, que es una de las que se emplean para celebrar en ella banquetes, es blanca en sus paredes y techo, blanca en sus pesadas cortinas, en los tapices que cubren los asientos, en las láminas de mica o alabastro que hace de vidrio de ventanas y de lámparas, está llena de las charlas de las mujeres. Quince mujeres que hablan entre sí no es poca cosa, pero apenas Jesús se muestra en el umbral, al separar la pesada cortina, un silencio absoluto su impone. Todas se levantan y se inclinan con el mayor respeto.
Jesús con las discípulas
"La paz sea con vosotras" dice Jesús con su amable sonrisa... No hay en su rostro ninguna señal del dolor poco antes experimentado. Está sereno, luminoso, tranquilo, como si nada le hubiera sucedido o fuere a sucederle, sabiendo Él todo.
"La paz sea contigo, Maestro. Hemos venido. Nos mandaste a avisar "que vinieran también las mujeres que estaban con Juana", y yo te obedecí. Estaba conmigo Elisa. Hace días que vive conmigo. Conmigo estaba también esta que es seguidora. Había ido a buscarte porque todos saben que soy tu dichosa discípula. También Valeria está conmigo, desde que vivo en mi palacio. Plautina había llegado a visitar a Valeria. Esta hablará por sí. Más tarde llegó Analía, a quien le anunciaron de tu deseo de verla, y creo que esta jovenzuela sea parienta suya. Nos dimos trazas para venir y no dejamos a Nique. Es tan hermoso sentirnos hermanas al creer juntamente en Ti... esperar que también las que te aman de un modo humano, suban más arriba, como ha hecho Valeria" ha hablado Juana mirando de abajo a arriba a Plautina que... solamente se ha quedado en el amor humano...
Los diamantes se forman lentamente, Juana.
Son necesarios siglos de fuego en lo profundo de la Tierra...
"Los diamantes se forman lentamente, Juana. Son necesarios siglos de fuego en lo profundo de la Tierra... No es necesario tener prisa... No te desanimes jamás..."
"¿Y cuando un diamante se vuelve... ceniza?"
"Señal es de que todavía no era un diamante perfecto. Son necesarios paciencia y fuego. Comenzar de nuevo esperando en el Señor. Lo que parece por vez primera ser una desilusión, se convierte frecuentemente en triunfo la segunda vez.
"O la tercera, o la cuarta, y más. Yo fui siempre una desilusión muchas veces, pero al fin triunfaste, ¡Raboni!" dice Magdalena con su armoniosa voz.
"María se siente feliz cada vez que puede humillarse recordando su pasado..." suspira Marta que quisiera que nadie lo recordase.
"En verdad, hermana, que así es. Me siento contenta de recordar el pasado, pero no para abatirme como dices, sino para subir más, empujada por el recuerdo del mal que hice y por agradecer al que me salvó. Y también para que quien duda de sí mismo o de algún ser querido, pueda cobrar ánimos y llegar a la fe que, según mi Maestro, sería capaz de mover las montañas."
"Tú la posees. ¡Dichosa tú! No conoces el temor..." suspira Juana, suave, tímidamente.
"No lo conozco. No ha existido jamás. Ahora, desde que soy propiedad de mi Salvador, mucho menos y ni siquiera en mi alma. Todo ha servido para aumentar mi fe. ¿Puede alguien como yo que fui resucitada, que vio resucitar a su hermano, dudar acaso de algo? No. Ninguna cosa me hará jamás dudar."
"Mientras Dios esté contigo, esto es, mientras el Rabí lo esté... Pero Él anda diciendo que presto nos abandonará. ¿Qué pasará a nuestra fe? Esto es a vuestra fe, porque yo no he logrado salir más allá de los confines humanos..." dice Plautina.
"Su presencia o ausencia material no afectarán mi fe. No tendré miedo. No es soberbia mía. Es que me conozco. Si las amenazas del Sanedrín se llevasen a cabo... no temeré..."
"¿Qué puedes temer? ¿Que el Justo no sea justo? Esto ni yo. Creemos en Él como en muchos sabios cuya sabiduría gustamos, y añadiría que nos nutrimos con la vida de su pensamiento, aun siglos después de que han desaparecido de la tierra. Pero si tú..." insiste Plautina.
"Yo ni siquiera temeré su muerte. La Vida no puede morir. Resucitó Lázaro que es un pobre mortal."
"No resucitó por sí, sino porque el Maestro llamó su espíritu de ultratumba. Y es el único que puede hacerlo. Pero, ¿quién llamará su espíritu si fuese muerto?"
"¿Que quién? Él mismo. Esto es, Dios. Dios se hizo por Sí mismo. Dios por Sí mismo puede resucitarse."
"Dios... sí... según vuestra fe Dios se hizo a Sí mismo. Algo difícil para nosotros de admitirlo, pues sabemos que los dioses vienen uno del otro, por amores divinos."
"Por desvergüenzas, por amores irreales, deberías de decir" interrumpe Magdalena.
"Como quieras..." responde Plautina con calma. Quiere seguir, pero Magdalena se le adelanta: "Pero el Hombre, quieres decir, no puede por sí resucitarse. Como Él por Sí mismo se hizo Hombre, porque nada es imposible al Santo de los Santos, así Él mismo se dará la orden de resucitar. No puedes comprender esto. No conoces las figuras de nuestra historia de Israel. Él y sus prodigios están escritos en ella. Todas se cumplirán. De antemano creo, Señor. Creo todo. Que Tú eres el Hijo de Dios, el Hijo de la Virgen, que eres el Cordero de salvación, que eres el Mesías Santísimo, que eres el Libertador y Rey universal, que tu Reino no tendrá fin ni límites, en fin que la muerte no prevalecerá sobre Ti porque la vida y la muerte son cosas que Dios ha creado y le están sujetas como todas las demás. Creo. Y si será un gran dolor verte desconocido, desapreciado, mayor será mi fe en tu Ser eterno. Creo. Creo en todo lo que está predicho acerca de Ti. Creo en todo lo que dices. Supe también creer por Lázaro, la única que supo obedecer y creer, la única que supo reaccionar contra aquellos y contra aquellas cosas que querían persuadirme, para que no creyese. Sólo al fin, cuando ya la prueba iba a terminarse, cometí un error... Pero hacía tanto tiempo que duraba... y no pensé que Tú, Maestro bendito, te hubieras acercado al gulal después de cuatro días de muerto... Ahora no dudaría en creer, aun cuando el sepulcro haya conservado dentro su presa por meses. ¡Oh, Señor mío! ¡Yo sé quién eres! ¡El fango ha conocido a la Estrella" María se ha acercado a sus pies, se le queda mirando con su actitud de adoradora, con su cara levantada hacia su rostro.
"El que es. Eso eres. Lo demás, la persona humana,
es el vestido, el vestido necesario que llevas sobre tu luz,
sobre tu santidad para que pudieras venir a salvarnos.
Eres Dios, mi Dios."
Levántate, María. Procura tener siempre esta fe robusta.
"¿Quién soy?"
"El que es. Eso eres. Lo demás, la persona humana, es el vestido, el vestido necesario que llevas sobre tu luz, sobre tu santidad para que pudieras venir a salvarnos. Eres Dios, mi Dios." Y se arroja a besar sus pies. Parece como si sus labios no quisieran desprenderse de los pies desnudos del Salvador que se ven bajo su vestidura.
"Levántate, María. Procura tener siempre esta fe robusta. Levántala como una estrella en las horas de la borrasca para que los corazones se afirmen y sepan esperar, por lo menos..."
Jesús les aconseja para el futuro.
La parábola de la golondrina
Luego se dirige a todas y dice: "Os llamé porque en los días que están por venir, no vamos a poder vernos mucho y con calma. El mundo nos rodeará. A los corazones les gusta guardar sus secretos como el cuerpo su pudor. Hoy, no soy el Maestro, sino el Amigo. No todas tenéis esperanzas ni temores que comunicarme, pero todas teníais deseos de verme una vez más. Os he llamado a vosotras, flores de Israel y del nuevo Reino, y a vosotras, flores de la gentilidad que abandonan las sombras para entrar en la Vida. Grabadlo en vuestro corazón para los días que están por venir: que vuestro honor que tributáis al perseguido Rey de Israel, al Inocente acusado, al Maestro a quien no se le escucha, mitigue mi dolor. Os pido a vosotras israelitas que estéis muy unidas, lo mismo que a vosotras que no lo sois. Socorreos mutuamente. Las más fuertes a las más débiles; las más entendidas, a las menos, pero que tiene deseos de llegar a la verdad sobrenatural. Compadeceos mutuamente. A las que la ley divina por tantos siglos ha educado, compadezcan a las de la gentilidad... Los hábitos morales no se cambian de la noche a la mañana fuera de casos excepcionales en que intervienen una fuerza divina ayudando una voluntad muy buena. No os sorprendáis si veis que algunas de las que vienen de otras religiones, no avanzan o hasta retroceden por sus antiguos caminos. Pensad que el mismo Israel lo ha hecho conmigo. No pretendáis de los gentiles la virtud y flexibilidad que Israel no ha sabido, ni ha querido usar conmigo.
Consideraos como hermanas, hermanas que el destino ha traído a mi alrededor, en estos últimos días de mi vida mortal... ¡No lloréis! El destino que os ha reunido tomándoos de diversos lugares, con idiomas y costumbres diversos que dificultan el entenderse bien. Pero el amor tiene un solo lenguaje, que consiste en hacer lo que el amado enseña y hacerlo para darle honra y alegría. En este punto podéis entenderos todas; y las que más entiendan, ayuden a las demás. Después... en un futuro no muy lejano, en circunstancias diversas, volveréis a dividiros por las regiones de la tierra, unas regresando a vuestros lugares nativos, otras yendo al destierro que no os pesará, porque las que lo sufrieren habrán llegado a comprender perfectamente la verdad de que no el estar aquí o allí forma la verdadera Patria, pues esta es el cielo. Porque quien está en la verdad está en Dios y tiene a Dios consigo. Está pues ya en el Reino de Dios y el Reino de Dios no conoce fronteras, ni sale del Reino quien, por ejemplo fuere llevado de Jerusalén a Iberia, Pannonia, Galia, o Iliria. Estaréis siempre en el reino, si siempre estáis en Jesús, o si en Jesús vendréis. He venido a reunir todas las ovejas. Las del redil paterno, las de otros, y también las que no tienen pastor, que viven en la selva, tan sumergidas en las tinieblas que no son capaces distinguir ni la mínima señal, no sólo una iota de la ley divina, pero ni de la ley moral. Gente ignota que espera la hora de Dios para poder entrar a formar parte del redil de Jesús. ¿Cuándo? ¡Oh, los años son iguales que los siglos ante los ojos del Eterno! Pero vosotras seréis las pioneras de las que irán, con los futuros pastores, a reunir esas ovejas con el amor que he enseñado y traerlas a mi redil.
Que vuestros primeros campos de prueba sean éstos. La golondrina que mueve sus alitas para volar, no se arroja a grandes volidos. Intenta primero volar del nido al techo donde nació, luego regresa a él, y nuevamente se lanza más allá, para regresar, y así cada vez más lejos... hasta que siente que sus alas se robustecen, que puede orientarse, y entonces se echa a jugar en medio de los vientos, del cielo, y se va chillando, detrás de los insectos, apenas rozando la superficie de las aguas, volviendo a subir al sol, hasta cuando llega su tiempo con alas más robustas levanta su vuelo para regiones más cálidas y en las que encuentre su comida. No teme atravesar mares, aunque sea tan pequeñuela, un punto plomizo bruñido perdido en medio de las dos inmensidades azules la del mar y la del cielo, un puntito que sin temor avanza, cuando antes tenía miedo de echar un volido de su nido a la vida cercana. Pero ahora es un cuerpecito musculoso, perfecto, que rompe el aire cual flecha, y no se sabe si es el aire el que transporta con amor a este pequeño rey, o si es él quien lo hace por sus dominios. ¿Quién al verla atrevida, al ver que desafía todo, al ver que su vuelo apenas si deja traza alguna, podrá pensar que tenga miedo?
Así sucederá con vosotras y con todos los que os imitaren. De improviso nadie se hace capaz de algo. No vayáis a desanimaros con las primeras derrotas. Ni os ensoberbezcáis con las primeras victorias. Las derrotas servirán para que la segunda vez lo hagáis mejor. Las victorias serán estímulo para que obréis mucho mejor en lo porvenir y a convencernos de que Dios ayuda las buenas voluntades.
Sed siempre obedientes a los pastores cuando os aconsejen u os dieren órdenes. Sed para ellos hermanas en lo que podáis ayudarles en su misión y sostenerlos en sus fatigas.. Decid esto también a quienes no están hoy presentes. Decidlo a quienes vendrán en el porvenir.
Nunca os engañaréis porque Ella es el Árbol de la Vida,
el arca viviente de Dios, la forma de Dios en la que la
Sabiduría se hizo un trono, y la Gracia se hizo Hombre.
Comportaos como hijas para con mi Madre. Ella os guiará en todo. Puede guiar a las jóvenes como a las viudas, a las casadas, a las madres, pues Ella ha conocido todos estos estadios de la vida no sólo por experiencia, sino también por conocimiento sobrenatural. Amamos y amadme en María. Nunca os engañaréis porque Ella es el Árbol de la Vida, el arca viviente de Dios, la forma de Dios en la que la Sabiduría se hizo un trono, y la Gracia se hizo Hombre.
Ahora que os he hablado en general, ahora que os he visto, quiero escuchar a mis discípulas y aquellas que son la esperanza de las discípulas futuras. Idos. Me quedo aquí. Las que tengan algo que decirme, que vengan, lo hagan porque después no habrá momentos tan tranquilos como los de ahora."
Las mujeres se consultan entre sí. Elisa sale con María y María Cleofás. María Magdalena escucha a Plautina que quiere persuadirla a algo, pero que ella no acepta, pues se ve que lo niega con la cabeza y luego la deja sin más. Al pasar toma consigo a su hermana, y a Susana, diciendo: "Nosotros tendremos tiempo de hablarle. Dejemos a éstas que tienen que regresar."
"Ven, Sara. Seremos las últimas en venir" dice Analía.
Lentamente salen todas, menos María Salomé que se queda dudosa en el umbral de la puerta.
Ven aquí, María. Cierra y ven. ¿Qué te pasa?"
le pregunta Jesús
"Ven aquí, María. Cierra y ven. ¿Qué te pasa?" le pregunta Jesús.
"Es que yo... yo siempre estoy contigo. Oíste lo que dijo Magdalena..."
"Sí, pero ven aquí. Eres la madre de mis primeros discípulos. ¿Qué quieres decirme?."
Salomé se acerca lentamente, como quien quiere pedir algo grande y no sabe cómo hacerlo.
Jesús la anima con su sonrisa, la incita: "¿Qué? ¿Quieres acaso pedirme el tercer lugar para Zebedeo? Él es un hombre prudente. Ciertamente que no te envió a comunicármelo. Habla..."
"¡Ah, Señor! Era de esto de lo que quería hablarte. Tú hablas en tal forma... Como si estuvieras para dejarnos. Y quisiera que me dijeses antes que me has perdonado. No puedo calmarme, pensando que te disgusté."
"¿Todavía estás con esos pensamientos? ¿No te parece que te amo como antes, y más que antes?"
"¡Oh, sí, Señor! Pero dime la palabra que me perdonas. Para que pueda decirlo a mi esposo, que has sido muy bueno conmigo."
"No es necesario que le vayas a referir que te he perdonado."
"Sí que se lo contaré. Por que, ¿ves?, Zebedeo al ver cómo amas a sus hijos, podría caer en el mismo pecado y... si te vas, ¿quién va a perdonárselo? Quisiera que todos nosotros entrásemos en tu Reino. También mi marido. No creo que haga mal en querer esto. Soy una pobre mujer y no sé de libros. Cuando tu Madre nos lee o nos recita trozos de las Escrituras, a nosotras las mujeres, nos habla frecuentemente de las mujeres escogidas de Israel, o nos señala los lugares. En los Proverbios que me gustan tanto está dicho que el corazón del esposo vive tranquilo cuando su mujer es valiente. Me imagino que es justo que proporcione yo a mi marido esta confianza, aun en lo que se refiere a cosas del cielo. Si le consigo un lugar seguro allá, impidiéndole pecar, pienso que hago cosa buena."
"Así es, Salomé. Verdaderamente que has abierto tu boca a la sabiduría y la bondad está en tu lengua. Vete en Paz. Tienes más que mi perdón. Tus hijos, según el libro que tanto te gusta, te aclamarán bienaventurada, y tu marido te alabará en la patria de los justos. Vete tranquila. Vete en paz. Sé feliz." La bendice y la despide.
Salomé se va contenta.
Entra la vieja Ana de la casa que está cerca del lago Merón
Entra la vieja Ana de la casa que está cerca del lago Merón. Trae de la mano a dos niños y detrás ella viene una niña tímida y paliducha que camina con la cabeza baja, y que conduce, cual una mamá pequeña, a un niño que apenas si puede caminar.
"¡Oh, Ana! ¿También tú quieres hablarme? ¿Y tu marido?
"Enfermo, Señor, enfermo. Muy enfermo. Tal vez no lo encontraré vivo..." Le corren lágrimas por su arrugada cara.
"¿Y tú estás aquí?"
"Aquí estoy. Él me dijo: "Yo no puedo. Ve tu a la pascua y mira que nuestros hijos...". " El llanto que aumenta le estorba hablar.
"¿Por qué lloras así, Ana? Tu marido ha dicho bien: "Mira que nuestros hijos por su bien eterno no se pongan en contra del Mesías". Judas es un justo. Se preocupa más de sus hijos que de su vida, y del consuelo que tus cuidados le brindarían. Se levantan los velos en las horas que preceden a la muerte de los justos, y los ojos del espíritu contemplan la verdad. Pero tus hijos no te hacen caso. ¿Qué puedo hacer si ellos me rechazan.?"
"¡No los odies, Señor!"
"¿Y por qué debería hacerlo? Rogaré por ellos, y sobre éstos impondré mis manos para que el odio asesino esté lejos de ellos. Acercaos. ¿Tú quién eres?"
"Judas, como mi abuelo" dice el mayorcito, y el pequeño de la mano de su hermana salta y grita: "¡Yo, yo, Judas!"
"Han hecho bien con ponerles el nombre de su padre, pero no en las otras cosas..." dice la anciana.
"Sus virtudes vivirán en éstos. Acércate, pequeñuela. Sé buena y prudente como la que te ha traído aquí."
"María lo es. Para que no esté sola, la llevaré conmigo a Galilea."
Jesús bendice a los niños, poniendo su mano sobre la cabeza de la pequeñuela buena. Luego pregunta: "Ana, ¿ no pides nada para ti?"
"Que encuentre vivo a mi Judas y que tenga la fuerza de mentirle diciendo que sus hijos..."
"Mentir, no, jamás. Ni siquiera para hacer que un moribundo muera en paz. Dirás lo siguiente Judas: "Ha dicho el Maestro que te bendice y contigo bendice tu sangre". Esta inocente pequeñuela es también sangre suya y Yo la he bendecido."
"Pero si pregunta por nuestros hijos..."
"Le dirás: "El Maestro ha rogado por ellos". Judas se dormirá en la seguridad que mi oración vale mucho y sin intranquilizarlo le habrás dicho la verdad, porque Yo rogaré también por tus hijos. Vete en paz, Ana. ¿Cuándo dejas la ciudad?"
"Al día siguiente del sábado para que no me vea obligada a detenerme para observar el descanso sabático."
"Está bien. Me alegro de que estés después del sábado aquí. Únete con Elisa y Nique. Vete. Sé valerosa y fiel."
Ana está ya casi en el umbral de la puerta y Jesús le dice. "Escucha, están mucho tiempo contigo tus pequeños hijos, ¿no es verdad?"
"Siempre, mientras estoy en la ciudad."
"En estos días... déjalos en su casa, si me sigues."
"¿Por qué, Señor? ¿Temes alguna persecución?"
"Sí. Y está bien que la inocencia no vea y no sienta..."
"Pero... ¿qué cosa piensas que sucederá?"
"Vete, Ana, vete."
"Señor, si... si te fuesen a hacer lo que se dice, ciertamente que mis hijos... y entonces mi casa será peor que la calle..."
"No llores. Dios proveerá. La paz sea contigo."
La vieja se va llorando.
Luego juntas entran Juana y Valeria
Por unos cuantos minutos nadie entra. Luego juntas entran Juana y Valeria. Están preocupadas, sobre todo la primera. La otra está pálida, suspira, pero se le ve que tiene más valor.
"Maestro, Ana nos ha espantado. Le dijiste... ¡Oh, que no sea verdad! Cusa será una veleta... un calculador, pero mentiroso, ¡no! Él me ha asegurado que Herodes no tiene ninguna intención de hacerte daño... De Poncio no sé nada..." y mira a Valeria que guarda silencio. Continúa: "Esperaba saber algo de Plautina, pero nada..."
"Así es. Ella no ha dado un paso más de donde estaba. Tampoco conmigo ha hablado Si he comprendido bien, la indiferencia romana, que se nota mucho más cuando algún evento no puede tener ningún influjo en su Patria, o en su propia persona, ha embotado más a aquellas que parecían un tiempo querer salir de su aturdimiento. Esta indiferencia, esta holgazanería de su espíritu nos separa más que el haber ido yo a la sinagoga. Su corazón es tan diverso del mío. Pero se sienten felices... a su modo... Y la felicidad humana no les ayuda a tener despierto su pensamiento."
"Y a despertar el espíritu, Valeria" añade Jesús.
"Así es, Maestro. Yo... es otra cosa... ¿Viste la mujer que estuvo con nosotros? Es de mi familia. Es viuda y sola. La enviaron mis familiares para que me convenza a regresar a Italia. ¡Muchas promesas de alegrías futuras! Alegrías que no estimo más, y como me parecen fútiles, las desprecio. No regresaré a Italia. Te tengo a Ti aquí y tengo a mi niña que salvaste, a la que me has enseñado amar por el alma que tiene. No dejaré estos lugares... He traído conmigo a Marcela para que te viese y comprendiese que no me quedo aquí por un amor vergonzoso por un hebreo -para nosotros es deshonra- sino porque en Ti he encontrado el consuelo de una mujer repudiada. Marcela no es mala. Ha sufrido y comprende, pero todavía no es capaz de comprender mi nueva religión. Me regaña un poco, pareciéndole que es una quimera... No importa. Si quiere, vendrá a donde estoy. Si no, me quedaré con Tusnilde. Soy libre, rica, puedo hacer lo que quiera. Y no obrando mal, realizaré lo que me agrade."
"¿Y cuando el Maestro no esté ya más?"
"Quedarán sus discípulos. Plautina, Lidia, la misma Claudia, que después de mí es la que más te sigue por doctrina y que más te honra, todavía no han comprendido que no soy más la mujer que conocieron o creen todavía conocer. Pero yo sí estoy segura de conocerme. Tanto es así que te aseguro que si pierdo mucho en perderte, no perderé todo, porque quedará en mi la fe, y permaneceré donde ella me nació. No, ciertamente no vas a dejarnos sin guía a quienes hemos querido seguirte. ¿Por qué debo ser yo, la gentil, que piense en estas cosas, cuando muchas de vosotras, y tú misma, estáis como atolondradas pensando en el día en que el Maestro no estará más ya entre nosotras?"
"Porque ellas, Valeria, por muchos siglos se han acostumbrado a una inmovilidad, a pensar que el Altísimo está allá, en su Casa, sobre el altar invisible que sólo el Sumo Sacerdote ve en ocasiones solemnes. Esto las ayudó a venir a Mí. Podían finalmente acercarse también ellas al Señor; pero ahora tiemblan de miedo por no tener al Altísimo en su gloria, ni al Verbo del Padre entre sí. Hay que saber compadecer... Levantar el corazón, Juana. Yo estaré en vosotros. Recuérdalo. Me iré pero no os dejaré huérfanos. Os dejaré mi casa que es mi Iglesia. Mi palabra que es la Buena Nueva. Mi amor habitará en vuestros corazones. Y al final os dejaré un regalo mayor que os alimentará de Mí y hará que no sólo espiritualmente esté entre vosotros y en vosotros, sino que os dará consuelo y fuerzas. Ahora... Ana está muy afligida por los niños..."
"Nos habló de ellos angustiada..."
"Le he dicho que los tenga lejos de la gente. Esto mismo os digo a vosotras dos."
"Mandaré a Fausta con Tusnilde a Béter antes del tiempo determinado. Tenían que irse después de la fiesta."
"Yo no me voy a separar de mis pequeños. Los tendré en casa, pero diré a Ana que deje que los suyos vayan conmigo. Aquella mujer tiene hijos de no buenos sentimientos, pero ellos serán honrados de mi invitación y no contradirán a la madre. Y yo..."
"Yo quisiera..."
"¿Qué cosa, Maestro?"
"Que estuvieseis todas unidas en estos días. Retendré conmigo a la hermana de mi Madre, a Salomé, a Susana y a las hermanas de Lázaro. Pero quisiera que estuvieseis unidas, muy unidas."
"¿No podremos ir a donde estés?"
"Seré en estos días como relámpago que brilla veloz y desaparece. Subiré al Templo por la mañana y luego dejaré la ciudad. Sólo en el Templo y a hora temprana me podréis encontrar allí."
"El año pasado estuviste en mi casa..."
"Este año no estaré en ninguna. Será un relámpago que pasa veloz..."
Pero la pascua..."
"Deseo celebrarla con mis apóstoles, Juana. Si así lo quiero, razones tendré."
"Es verdad... Estaré, pues, sola... porque mis hermanos me han dicho que quieren estar libres estos días, y Cusa..."
"Maestro, yo me retiro. Está lloviendo fuerte. Voy a ver a los niños que están bajo el pórtico" dice Valeria y se retira prudentemente.
"También en tu corazón llueve fuerte, Juana."
"Cierto, Maestro. Cusa es... tan raro. No lo comprendo más. Una contradicción continua. Tal vez tenga amigos que influyan en él... o que haya sido amenazado... o que tema por el mañana."
"No es el único, antes bien puedo afirmarte que son muy pocos, como un puñado, los que conmigo no temen el mañana, y cada vez serán menos. Sé paciente y cariñosa con él. No es más que un hombre..."
"Pero ha recibido tanto de Dios, de Ti, que debería..."
"Sí, debería. ¿Pero en Israel quién no ha recibido de Mí algo? He hecho bien a amigos y enemigos, he perdonado, curado, consolado, enseñado... Lo estás viendo y lo verás mejor cómo Dios es inmutable, cómo son diversas las reacciones de los hombres, y cómo frecuentemente el que más ha recibido es el que está más pronto a dañar a su bienhechor. En verdad que se podrá decir que el que ha comido conmigo, levantó su mano contra Mí."
"Yo no lo haré, Maestro."
"Tú, no; pero muchos, sí."
"¿Se encuentra mi esposo entre éstos? Si así fuere, no regresaré a mi casa esta noche."
"No, no está entre ellos esta noche, pero aun cuando estuviese, tu lugar está allí. Porque si él peca, tú no debes pecar. Si él vacila, debes sostenerlo; si te pisotea, debes perdonarlo."
"¡Pisotear, no! Me ama. Pero lo quisiera más firme. Tiene mucho influjo en Herodes. Quisiera que arrancara del Tetrarca una promesa en favor tuyo, así como Claudia trata de arrancarla de Pilatos. Cusa sólo ha sabido referirme frases vagas de Herodes... me ha dicho que él no desea sino verte realizar algún milagro y que no te perseguirá... Con ello cree poder calmar los remordimientos de su conciencia que tiene por la muerte de Juan. Cusa me ha dicho: "Mi rey dice siempre: ¡Aun cuando me lo mandase el cielo, no levantará mi mano contra Él- ¡Tengo mucho miedo'!" "
"Y dice la verdad. No levantará su mano contra Mí. Muchos en Israel no lo harán, porque tienen miedo de condenarme materialmente, pero pedirán que lo hagan otros, como si hubiera diferencia ante los ojos de Dios entre quien golpea, bajo la presión de un pueblo que así lo quiere, y el que lo hace golpear."
"¡El pueblo te ama! Se están preparando grandes fiestas en tu honor. Pilatos no quiere tumultos. Ha reforzado las guardias en estos días. Espero tanto que... No sé qué espero, Señor. Sólo sé que espero y que también me desilusiono. Mi pensamiento es tan mudable como el tiempo de estos días que alterna con sol y lluvias..."
"Ruega, Juana, y está en paz. Piensa en que jamás has causado dolor alguno al Maestro y que Él lo tiene presente. Vete."
Juana, que en estos días ha enflaquecido, se va pensativa.
Ahora es la cara juvenil de Analía que aparece.
"Acércate. ¿Dónde está tu compañera?"
"Allí, Señor. Quiere regresar. Están por partir. Marta ha comprendido mi deseo y desea que me quede con ella hasta mañana después del crepúsculo. Sara regresa a casa para decir que me quedo. Quisiera que la bendijeras porque... Luego te lo diré."
"Que venga y la bendeciré."
La joven sale y regresa con su compañera que se postra ante el Señor.
"La paz sea contigo y la gracia del Señor te lleve por los senderos por donde te ha llevado Analía que te precedió. Ama a su madre y bendice al cielo que te ha librado de los lazos y dolores, para que fueses toda para Él. Llegará un día en que, más que ahora, bendecirás al cielo por haber sido estéril por voluntad tuya. Vete."
La joven se va conmovida.
"Le has dicho todo lo que quería. Soñaba en estas palabras. Siempre andaba diciendo: "Me agrada tu elección, aun cuando sea muy rara en Israel. También quisiera hacer lo mismo. No tengo padre, y mi madre es tan dulce como una paloma, que creo que pueda realizar lo mismo. Pero para estar segura que puedo hacerlo, y que será una cosa buena para mí, como lo es para ti, quisiera oírlo de su boca." Ahora se lo has dicho. También yo me siento tranquila, porque temía hacerme ilusiones..."
"¿Desde cuándo está contigo?"
"Desde... Cuando llegó la orden del Sanedrín. Me dije: "Ha llegado la hora del Señor y debo prepararme a morir". Porque yo te lo pedí, Señor... Hoy te lo recuerdo... Si vas al sacrificio, yo quiero ser hostia contigo."
"¿Sigues queriéndolo?"
"Sí, Maestro. No podría vivir en un mundo donde no estuvieras... y no podría sobrevivir a tus tormentos. ¡Tengo tanto miedo por Ti! Muchas de entre nosotras se hacen ilusiones... ¡Yo no! siento que ha llegado la hora. Es demasiado el odio... Espero que aceptarás mi ofrenda. No tengo otra cosa que darte más que mi vida, pues sabes que soy pobre. Mi vida y mi pureza. Por esto convencí a mamá a que llamase a su hermana para que viviera con ella, para que no estuviera sola... Sara hará mis veces de hija, y la madre de Sara la consolará. ¡No vayas a desilusionarme, Señor! El mundo no tiene ningún atractivo para mí. Me es como una cárcel donde siento repugnancia. Tal vez se deberá a que quien ha estado en los umbrales de la muerte comprende que lo que para muchos es alegría, para uno no es sino un vacío que no llena. Cierto es que no deseo si no el sacrificio... precederte,... para no ver que el odio del mundo se lance cual arma torturadora sobre Ti, Señor mío, y para ser semejante a Ti en el dolor..."
"Colocaremos, pues, el lirio cortado sobre el altar donde se inmola el cordero, y se teñirá de rojo con su sangre redentora. Sólo los ángeles sabrán que el Amor fue el sacrificador de una cordera todo blanca, y marcarán el nombre de la primera víctima de amor, de la primera continuadora mía."
"¿Cuándo, Señor?"
"Ten preparada la lámpara y vístete con vestiduras de bodas. El Esposo está a la puerta. Verás su triunfo, pero no su muerte, pero entrarás triunfante en su Reino con Él."
"¡Ah, soy la mujer más feliz de Israel! Soy la reina coronada con tu guirnalda. ¿Puedo, como tal, pedirte una gracia?"
"¿Cuál?"
"Sabes que amé a un hombre. No lo he amado como a un esposo, porque entró en mí un amor mayor, y él no me correspondió porque... Pero no quiero recordar su pasado. Te pido que redimas ese corazón. ¿Puedo pedírtelo? ¿Verdad que no peco al acordarme de él para darle la vida, ahora que me encuentro en sus umbrales: a él a quien amé?"
"No es ningún pecado. Es llevar el amor al borde santo del sacrificio por el bien del ser amado."
"Entonces, bendíceme, Maestro. Absuélveme de todos mis pecados. Haz que esté pronta a las bodas y a tu venida, Porque Tú, Dios mío, eres el que vienes a tomar a tu pobre sierva y a hacerla tu esposa."
La jovencita, radiante de alegría y salud, se inclina a besar los pies del Maestro, mientras Él la bendice, orando por ella. Y la sala, toda blanca, responde cual si estuviera tapizada de lirios a esta expresión de amor angelical, de amor divino.
Jesús deja allí a la joven, absorta en su alegría,
y sale sin hacer ruido para ir a bendecir a los niños
Jesús deja allí a la joven, absorta en su alegría, y sale sin hacer ruido para ir a bendecir a los niños que con gritos alegres se dirigen al carruaje y alegres suben junto con las mujeres que parten. Se quedan Elisa y Nique para acompañar al día siguiente a Analía a la ciudad. Ha dejado de llover y el cielo despejado muestra una cara azul. El sol lanza sus rayos que encienden luces sobre las gotas de la lluvia. Un tenue arco iris se ve entre Betania y Jerusalén. El carro se aleja crujiendo y sale del cancel. Desaparece.
Lázaro que está cerca de Jesús, en el umbral del pórtico, le pregunta: "¿Te han dado alegría las discípulas?" y mira su rostro.
"No Lázaro. Todas, menos una, me han dado sus preocupaciones, y hasta desilusiones, si pudiese eludirme."
"¿Te han desilusionado las romanas? ¿Te han hablado de Pilatos?"
"No. "
"Entonces lo haré yo. Esperaba que te hubiesen hablado de él. Entremos en esa habitación donde no hay nadie. Las mujeres se han ido a sus quehaceres con Marta, María está con tu Madre, en la otra casa. Tu Madre estuvo mucho tiempo con Judas, y se lo llevó consigo... Siéntate, Maestro... Estuve en casa del Procónsul... Lo había prometido y lo hice. Pero Simón de Jonás no estaría muy satisfecho de mi misión... Afortunadamente no piensa más en ella. El Procónsul me escuchó y me respondió con estas palabras: "¿Yo? ¿Ocuparme yo de Él? Pero ni por sueños. Sólo te digo esto: que no por ese Hombre -ese eres, Tu, Maestro- sino por los enojos que me dan por su causa, estoy decidido completamente a no pensar ni para bien, ni para mal. Me lavo las manos. Reforzaré las guardias porque no quiero desórdenes, y así daré contento a César, a mi mujer y a mí mismo: esto es, a los únicos por quienes tengo un respeto sagrado. Por lo demás no moveré ni siquiera un dedo. Riñas de estos eternos descontentadizos. Ellos se las buscan, que ellos se las vean. Yo ignoro a ese Hombre como malhechor, como virtuoso, como sabio. No quiero saber nada de Él. Quiero seguir haciéndome de la vista gorda. Aunque realmente no lo logro bien, porque los jefes de Israel me lo recuerdan con sus quejas. Claudia con sus elogios, los seguidores suyos con sus quejas contra el Sanedrín. Si no fuera por Claudia lo mandaría aprehender, y lo entregaría a ellos para que se pusiesen de acuerdo y no oyese más hablar de Él. Ese Hombre es el súbdito de quien menos se puede temer en todo el Imperio, pero no obstante me ha dado tantos enojos que quisiera llegar a una solución..." Con este humor, Maestro..."
"Quieres decir que no se puede estar seguro con él. Con los hombres es así..."
"Pero no sé lo que pasa, lo cierto es que el Sanedrín está más calmado. No se ha pensado en el bando. No se ha molestado a los discípulos. Dentro de poco regresarán los que fueron a la ciudad, y oiremos... que siempre tienes contrarios, pero ¿que se dé un paso en contra tuya?... Las multitudes te aman mucho para poder desafiarlas sin más ni más."
"¿Quieres que vayamos por el camino, a su encuentro?" propone Jesús.
"Vamos."
Salen al jardín y empiezan a caminar cuando Lázaro pregunta a Jesús: "Pero, ¿has comido ya? ¿Dónde?"
"Muy temprano."
"Y ya casi está echarse la noche. Regresemos."
"No. No tengo hambre. Prefiero caminar. Allá en el cancel veo a un pobre niño agarrado a él. Tal vez tenga hambre. Sus vestidos están rotos y se ve flaco. Hace algunos momentos que lo estoy observando. Estaba ya allí cuando salió el carruaje y huyó para que no lo viesen, y lo fuesen a arrojar. Luego regresó y ha seguido mirando con insistencia hacia la casa y en dirección nuestra."
"Si tiene hambre, es mejor que vaya a traerle un poco de comer. Adelántate, Maestro, regreso pronto" y Lázaro corre, mientras Jesús apresura el paso hacia el cancel.
En la cara del niño, en que se dibuja el dolor, brillan sus hermosos ojos.
Jesús le sonríe y dulcemente le pregunta, mientras mueve el cerrojo: "¿A quién buscas, pequeñín?"
"¿Eres Tú el Señor Jesús?"
"Sí."
"A Ti te busco."
"¿Quién te ha enviado?"
"Nadie. Quiero hablarte. Muchos lo hacen. También yo. A muchos escuchas, a mí también."
Jesús quiere abrir el cancel y pide al niño que suelte las barras que tiene asidas. El niño las suelta, y al hacerlo, bajo su pobre vestido se ve el esqueleto de un niño raquítico, con la cabeza sumida en los hombros, como principio de joroba, las piernas zambas. Un niño en realidad desgraciado. Tal vez tenga más años de lo que su estatura representa unos siete; pero su carita está un poco marchita, con el mentón pronunciado; una carita como de viejo.
Jesús se inclina a acariciarlo y le dice: "Dime, pues, lo que quieres. Soy tu amigo. Soy amigo de todos los niños." Con estas dulces palabras Jesús toma la flacucha carita en sus manos y le besa en la frente.
Quisiera morirme para no sufrir más,
y para no ser de nadie...
Tú que curas a muchos y resucitas a muertos, hazme morir,
porque nadie me ama, y porque no podré nunca trabajar.
"Lo sabía y por eso vine. ¿Ves cómo estoy? Quisiera morirme para no sufrir más, y para no ser de nadie... Tú que curas a muchos y resucitas a muertos, hazme morir, porque nadie me ama, y porque no podré nunca trabajar."
"¿No tienes padres? ¿Eres huérfano?"
"Tengo padre, pero no me ama porque estoy así. Echó a la calle a mi madre, le dio el libelo de divorcio y a mí también me echó afuera. Mi madre ha muerto, por culpa mía de que estoy contrahecho."
"¿Con quién está viviendo?"
"Cuando murió mi madre, los siervos me llevaron otra vez a mi padre, pero él, que se ha casado de nuevo, y tiene hijos hermosos, me arrojó. Me entregó a campesinos suyos, y ellos hacen lo que gusta a mi padre... hacerme sufrir."
"¿Te pegan?"
"No. Pero tienen más cuidado de los animales que de mí, me befan, y como frecuentemente estoy enfermo, me molestan. Cada vez me hago más contrahecho y sus hijos se burlan de mí y me tiran al suelo. Nadie me ama. Este invierno en que tuve mucha tos y eran necesarias las medicinas, mi padre no quiso gastar nada y dijo que lo único que podría hacer sería morirme. Desde entonces te he estado esperando para decirte: "Hazme morir"."
Jesús lo toma del cuello, sin hacer caso a las protestas del niño: "Tengo los pies sucios de lodo, también mi vestido, porque estuve sentado en el camino. Te ensucias tu vestidura."
"¿Has venido de lejos?"
"No de muy lejos. Vivo a las afueras de la ciudad. Vi pasar a tus discípulos. Supe que eran, porque los campesinos dijeron: "Ved ahí a los discípulos del Rabí galileo. Pero Él no viene". Y me vine."
"Estás mojado, ¡Pobrecito! Te vas a enfermar de nuevo."
"Si Tú no me escuchas, por lo menos hazme morir por la enfermedad. ¿A dónde me llevas?"
"Adentro. No puedes continuar así."
Jesús entra al jardín con el niño deforme entre los brazos y grita a Lázaro que está viniendo: "Cierra el cancel. Traigo a este pequeñuelo todo mojado en mis brazos."
"¿Quién es, Maestro?"
"No lo sé. Ni siquiera su nombre."
"Tampoco te lo diré. No quiero que me conozcan. Quiero sólo lo que te pedí. Mamá me decía: "Hijo mío, pobre hijo mío, yo me muero, pero quisiera que te murieras conmigo, porque allá no estarás más deforme, ni sufrirás en el cuerpo y en tu corazón. Allá nadie se burla de los que nacen infelices, porque Dios es bueno con los inocentes y con los desgraciados". ¿Me mandas a Dios?"
"El muchacho quiere morirse. Es una historia triste..."
¿Pero no eres tú el hijo del hijo de Nahum?
Lázaro lo mira fijamente y luego prorrumpe: "¿Pero no eres tú el hijo del hijo de Nahum? ¿No eres el que sueles estar sentado al sol cerca del sicómoro que está en los límites del olivar de Nahum, y que tu padre te entregó a Yosía su campesino?"
"Lo soy. ¿Pero por qué lo has dicho?"
"¡Pobre niño! No lo dije por burlarme de ti. Créeme, Maestro, que es menos triste la suerte de un perro en Israel que la de él. Si no volviese a casa, nadie iría a buscarlo. Los siervos son como los patrones: hienas en el corazón. José conoce bien lo ocurrido.... Hizo gran rumor. En esos tiempos estaba yo muy afligido por María... Cuando murió su madre y lo entregaron a Yosía, lo veía al pasar... tirado al sol o expuesto al viento en la era, porque caminó después de años... y siempre poco. No comprendo cómo logró haber venido hasta acá. ¡Quién sabe cuánto tiempo hace que estuvo en camino!"
"Desde cuando Pedro pasó por aquel lugar."
"¿Y ahora, que hacemos?"
"Yo no regreso a mi casa. Quiero morirme. Me quiero ir lejos. ¡Ayúdame y compadécete de mí, Señor!"
Entran en casa y Lázaro dice a un siervo que traiga una cobija y que diga a Noemí que venga a cuidar del niño que está lívido de frío con sus vestidos mojados.
"¡Es el hijo de uno de tus más encarnizados enemigos! Uno de los más duros en Israel. ¿Cuántos años tienes, niño?"
"Diez."
"¡Diez! ¡Diez años de padecer!"
"¡Y son suficientes!" dice con voz fuerte Jesús poniéndolo en el suelo.
¡Está muy contrahecho! El hombro derecho más alto que el izquierdo, el pecho excesivamente fuera, el cuello delgado, sumido entre las clavículas, las piernas zambas...
Jesús lo mira con compasión, mientras Noemí lo viste y lo seca antes de envolverlo en una cobija caliente. Lázaro también lo mira con compasión.
"Le voy a dar leche caliente, Señor, luego lo acuesto en mi cama" dice Noemí.
"¿Pero no me vas a hacer morir? ¡Ten piedad! ¿Para qué hacerme vivir para que sufra de este modo y tanto?" y añade: "He esperado en Ti, Señor." Un reproche, una desilusión repercuten en la voz del niño.
"Sé bueno. Obedece, y el cielo te consolará" dice Jesús y se inclina a acariciarlo una vez más, poniendo su mano sobre los miembros contrahechos.
"Llévalo a la cama y cuídalo. Después... ya proveeré..."
Aunque llora, se le lleva a acostar.
"¡Y es de los que se creen santos!" exclama Lázaro pensando en Nahum.
Se oye la voz de Pedro que pregunta por el Maestro...
"Maestro, ¿estás aquí? Todo bien. Ninguna molestia. Antes bien, mucha calma. En el Templo nadie nos molestó. Juan tiene buenas noticias. A los discípulos los han dejando en paz. La gente te espera llena de alegría. Estoy contento. Y ¿Tú que has hecho, Maestro?"
Se alejan hablando entre sí, mientras que Lázaro va a donde lo llama Maximino.
X. 296-311
A. M. D. G.