EL SÁBADO ANTERIOR AL INGRESO
EN JERUSALÉN
I.- EL MILAGRO HECHO A MATUSALEM
O SHALEM
#Lázaro dice a los apóstoles que tiene consigo a un niño cuya aflicción lo arrastró hasta allí
#Parábola de las dos lámparas y "La verdadera justicia no comete venganzas ni hace distinciones."
#"He aquí mi segunda parábola. Está para venir..."
#"La verdadera justicia no comete venganzas ni hace distinciones."
#"Matusala o Matusalem, le llaman por desprecio." Mi madre me llamaba Shalem. Mucho me quería
#El niño e Iscariote habla de su vida
#Reflexionan lo que hacer con el niño
#levanta sus brazos para asirse al cuello de Marta que se ha inclinado, y la besa.
#Jesús lleva a Shalem a María que todavía no sabe de él
Una vez que han cesado las lluvias, el cielo muestra una faz limpísima y brilla en lo alto un sol hermoso. La tierra, lavada, está tersa como el firmamento. Parece como si hace pocas horas hubiera sido creada por lo fresca y limpia que se ve. Todo resplandece, todo canta en esta serena mañana.
Jesús pasea lentamente por los senderos más alejados del jardín. Sólo alguno que otro jardinero mira este paseo solitario en las primeras horas matinales, pero nadie lo perturba, más bien se retiran en silencio para dejarlo en paz.
Es sábado, día de descanso y los jardineros no trabajan, pero dada su larga costumbre, han salido a ver sus plantas, sus colmenas, sus flores. Poco a poco el jardín se anima. Primero salen los siervos de la casa y las criadas, luego los apóstoles, las discípulas, y finalmente Lázaro. Jesús se les acerca y los saluda como de costumbre.
"¿Desde cuando estás aquí, Maestro?" pregunta Lázaro sacudiendo de su cabellera gotitas de agua.
"Desde el amanecer. Tus pajarillos me invitaron a alabar a Dios. Vine a contemplar a Dios en las bellezas de la creación y a honrarlo, a orar con corazón contento. Es hermosa la tierra, y a estas primeras horas del día, en un día como éste, parece tan fresca como lo fue en las primeras horas de su existencia."
"Realmente es el tiempo de pascua. Se ha compuesto y durará porque empezó con la primera fase de la luna con viento propicio" dice calmadamente Pedro.
"Me alegro de ello. Una pascua lluviosa es triste."
"Echa a perder hasta las mieses que necesitan del sol, ahora que se aproxima la cosecha" dice Bartolomé.
"Estoy feliz de estar aquí en paz. Hoy es sábado y no vendrá nadie. Ningún extraño entre nosotros" dice Andrés.
Lázaro dice a los apóstoles que tiene consigo a un niño
cuya aflicción lo arrastró hasta allí
"Te equivocas. Hay un huésped y es un pequeño. Todavía está durmiendo, Maestro. La cama mullida y el estómago lleno lo han hecho dormir bien. Pasé a verlo. Noemí cuida de él" dice Lázaro.
"¿Quién es? ¿Cuándo vino? ¿Quién lo trajo?" preguntan hombres y mujeres.
"Es un niño. Un pobre niño. Su aflicción lo arrastró hasta aquí. Estaba allá, contra las barras del cancel a mirar en dirección de la casa, y el Maestro lo recogió."
"No sabíamos nada... ¿Por qué?"
"Porque tiene necesidad de que no se le moleste" responde Jesús, y al terminar su frase: "Y en casa de Lázaro se sabe guardar secreto", se ve que su rostro oculta un pensamiento profundo.
Un siervo viene a decir algo a Marta; se va y regresa con otros que traen jarras de leche, tazas con pan, mantequilla y miel. Se sientan acá y allá en los asientos. Luego se reúnen alrededor del Maestro y le piden que les diga una parábola, "una hermosa parábola, serena como este día de nisán."
Parábola de las dos lámparas y
"La verdadera justicia no comete venganzas
ni hace distinciones."
"No una, sino dos. Escuchad.
Un día hubo un hombre que encendió dos lámparas para honrar al Señor en una de sus fiestas. Las dos eran iguales de tamaño. Les echó igual cantidad de aceite, les puso su mecha, y las prendió al mismo tiempo, para que brindasen sus llamas mientras él trabajaba como estaba permitido. Después de un poco de tiempo regresó y vio que una lámpara ardía muy bien, mientras que la otra lanzaba una llamita tranquila, quieta, que apenas se movía, que parecía un puntito de luz en el rincón donde estaba. Pensó que era por la mecha. La vio. Estaba bien, pero no ardía tan alegremente como la otra que vibraba con su llama como lengüeta, y como que murmuraba palabras de alegría al moverse.
"¡Esta llama canta en realidad las alabanzas del Altísimo Señor!" dijo entre sí. "Mientras esta. Mírala, alma mía. Parece como que no quiere honrar al Señor, pues lo hace con poco ardor" y regresó a sus labores.
Volvió poco después. La llama que antes ardía bien, se había levantando un poco más, y la otra empequeñecido, pero seguía ardiendo de la misma manera esto es, firme pero suavemente. Volvió otra vez, y lo mismo. Pero al regresar a la cuarta vez encontró la habitación llena de humo, y vio sólo una llamita que a través de la espesa humareda seguía alumbrando. Fue a la mesa, vio que la que tanto había alumbrado, se había acabado completamente y con su lengüeta había ensuciado la pared blanca. La otra, por el contrario, continuaba con su constante brillo alabando al Señor.
Estaba a punto de poner nueva mecha cuando una voz se oyó: "No cambies nada. Medita en ello, que es un símbolo. Soy el Señor."
El hombre se echó en tierra adorándolo y con gran temor se atrevió a decir: "Soy un necio. Explícame, oh Sabiduría, el símbolo de las llamas, de las que la más grande y que parecía honrarte mejor no ha hecho más que daño y la otra continúa alumbrando".
"Lo haré. Lo mismo sucede con el corazón de los hombres. Hay unos que al principio arden, resplandecen, son admiración de los hombres por lo perfecta y constante que se ve su llama. Hay otros que brillan con suavidad que no llama la atención y que puede parecer tibieza en honrar al Señor. Pero pasado algún tiempo y algo más, se apagan causando daño porque su llama no era segura. Quisieron brillar más para los hombres que para el Señor, y la soberbia los ha consumado en poco tiempo, en medio de negro y pesado humo que ha oscurecido el aire. Los otros han conservado una voluntad única y constante: honrar sólo a Dios, sin preocuparse si el hombre los alaba, y así se consumen con una llama que dura mucho, una llama clara, sin humor ni mal olor. aprende a imitar la llama constante porque es la única que agrada al Señor".
El hombre levantó su cabeza... El aire estaba limpio de humo y la llamita fiel resplandecía ahora sola, pura, constante, en honor de Dios, brillando como si fuese de oro. El hombre la miró siempre igual, por horas y horas, hasta que dulcemente, sin humo ni mal olor, sin ensuciar nada, se perdió en un rastro de luz, pareciendo subir al cielo a ponerse entre las estrellas, después de haber honrado al Señor hasta su último momento.
En verdad, en verdad os digo que muchos son los que al principio dan una llama grande, atraen la atención del mundo que no ve sino lo externo de las acciones humanas, pero en seguida parecen carbonizándose y llenando todo con su humo de mal olor. En verdad os digo que Dios no ve su llamear, porque Él ve que es sólo por fines humanos.
Bienaventurados los que sepan imitar la segunda lámpara y no carbonizarse, sino subir al cielo con un constante palpitar de amor."
"¡Qué extraña parábola! ¡Pero verdadera! ¡Me ha gustado! Quisiera saber si somos de las llamas que suben al cielo." Los apóstoles se intercambian miradas.
Judas encuentra el modo de morder, y sus dientes se claven en María Magdalena y en Juan de Zebedeo: "Cuidado, María, y tú, Juan. Sois entre nosotros las llamas que grillan... ¡No os vaya a suceder lo mismo!"
María Magdalena está para responder, pero se muerde los labios. Mira a Judas y su mirada es tan dura que prefiere dejar de reírse y de mirarla.
Juan, humilde de corazón si bien ardiente de caridad, responde con dulzura: "Y por mi capacidad eso podría suceder. Pero confío que el Señor me ayudará a consumir hasta mi última gotica y mi última llama en su honor."
"¿Y la otra parábola? Nos prometiste dos" dice Santiago de Alfeo.
"He aquí mi segunda parábola. Está para venir..."
"He aquí mi segunda parábola. Está para venir..." y señala la puerta de la casa, cubierta con una cortina que lentamente se mueve al viento, y que ahora separa la mano de un siervo para que pase la vieja Noemí que corre a echarse a los pies de Jesús diciendo: "¡El niño está curado! ¡No está ya deforme! Lo has curado en la noche. Se había despertado y yo preparaba el baño para lavarlo antes de ponerle la túnica y el vestido que lo hice de uno que no necesitaba Lázaro. Pero cuando le dije: "Ven acá" y quitadas las cobijas, vi que su cuerpecito no estaba ya contrahecho como ayer. Grité. Acudieron Sara y Marcela, que no sabían que el niño hubiese dormido en mi cama, y las dejé allí para venir a decírtelo..."
La curiosidad se apodera de todos. Preguntas, ansias de ver. Jesús les hace señal de que se callen, y ordena a Noemí: "Vuelve a donde está el niño. Lávalo, vístelo y luego me lo traes aquí."
"La verdadera justicia no comete venganzas
ni hace distinciones."
Se vuelve a sus discípulos: "Esta es la segunda parábola que podría intitularse: "La verdadera justicia no comete venganzas ni hace distinciones."
Un hombre, mejor dicho, el Hombre, el Hijo del hombre, tiene amigos y enemigos. Aquellos son pocos, éstos muchos. No ignora el odio que le guardan sus enemigos, ni sus pensamientos, sabe que su voluntad no se arredrará ante ninguna acción por horrenda que sea. En este punto son más fuertes que sus amigos, en quienes el temor, la desilusión, o una excesiva confianza los convierte en arietes destructores de su propia fortaleza. Este Hijo del hombre, a quien se le reprochan tantas cosas que no son verdaderas, encontró ayer a un pobre niño, al más infeliz de los niños, hijo de un enemigo suyo. El niño estaba deforme y lisiado, pedía una gracia extraña: la de morir. Todos piden al Hijo del hombre honra y alegrías, salud y vida. este pobre niño la muerte, para no sufrir más. Ha probado ya en su cuerpo y en su corazón toda clase de dolor, porque quien lo engendró, y que me odia sin motivo alguno, también lo odia. Lo curé para que no sufriera más, para que además de la salud física llegue a la salud de su espíritu. Su almita está enferma. El odio de su padre, las burlas de los demás la han herido profundamente y despojado de amor. Sólo le quedó la fe en el cielo y en el Hijo del hombre al que le pidió que lo hiciera morir. Vedlo allí. Ahora lo oiréis hablar."
El niño, lavado y limpio, con su vestido de lana blanca que Noemí le cosió rápida en la noche, viene de la mano de la anciana. Es pequeño, pero no jorobado ni derrengado. Un poco más alto que ayer. Tiene la carita malhecha, marchita del dolor que la ha dado aire de madurez. Pero no está ya deforme. Sus pies descalzos caminan seguros por el suelo, ya no se tropieza ni se cae como ayer. Camina derecho. Su cuello flaco ya no está sumergido entre las clavículas, y parece más largo.
"¡Pero si es el hijo de Anas de Nahum! ¡Qué milagro desperdiciado! ¿Crees que con él vas a hacerte amigos a su padre y a Nahum? Te odiarán más, porque no anhelaban sino que se muriera, fruto de un matrimonio infeliz" exclama Judas de Keriot.
"No obro milagros para hacerme de amigos, sino por piedad y para honrar a mi Padre. No hago distinciones, ni me pongo a hacer cálculo. Nunca lo hago cuando me inclino piadoso sobre una miseria humana. No me vengo de quien me persigue..."
"Nahum lo interpretará como una venganza..."
"No sabía nada de este niño. Todavía no sé ni su nombre."
Matusala o Matusalem, le llaman por desprecio
"Matusala o Matusalem, le llaman por desprecio."
Mi madre me llamaba Shalem. Mucho me quería
"Mi madre me llamaba Shalem. Mucho me quería. No era mala como tú eres y como son los que odian" dice el niño con una luz de ira en los ojos como la que brilla en la de los hombres o animales por largo tiempo oprimidos.
"Ven aquí, Shalem. Aquí conmigo. ¿Estás contento de estar sano?"
"Sí... pero hubiera preferido morir. Nadie me amará. Si todavía viviese mi madre ¡que vello sería! ¡Pero así!... Siempre infeliz."
"Tiene razón. Ayer lo encontramos. Nos preguntó si estabas en Betania, en casa de Lázaro. Quisimos darle una limosna porque pensamos que era un mendigo, pero no la aceptó. Estaba al borde de un campo..." dice Zelote.
"¿Ni siquiera tú lo conociste? ¡Qué extraño!" se admira Judas de Keriot.
"Mas extraño es que tú conozcas todas estas cosas. ¿Olvidas de que fui de los perseguidos, y que luego estuve entre leprosos, hasta que viene con el Maestro?"
"¿Y tú olvidas que soy amigo de Nahum, que es el de confianza de Anás? Jamás lo he ocultado."
"¡Bueno, bueno! Esto no tiene importancia. Lo que importa es saber qué vamos a hacer ahora de este niño. Su padre no lo quiere, y es verdad. Pero no por eso ha perdido sobre él sus derechos. No podemos quitarle el hijo sin decírselo. Hay que ser prudentes y no herirlos, ya que ahora parece que están mejor dispuestos para con nosotros" propone Natanael.
Judas suelta una carcajada sarcástica, pero no dice nada.
Jesús, que tiene entre sus rodillas al pequeño, dice lentamente: "Me enfrentaré con Nahum... No va a odiarme más de lo que ya lo hace. Su odio ha llegado al colmo."
Analía que no ha dicho ni una palabra, absorta en su pensamiento que la hace feliz, abre su boca para decir: "Si me quedara, me habría gustado tomarlo conmigo. Soy joven, pero tengo corazón de madre..."
"¿Te vas a ir? ¿Cuándo?" le preguntan las mujeres
"Pronto."
"¿Para siempre? ¿A dónde? ¿Fuera de Judea?"
"Sí. Lejos. Muy lejos. Para siempre. Y me siento muy feliz."
"Si el padre lo cede, otras podrán hacer lo que tú no."
"Si queréis lo diré yo a Nahum. Puede más que el verdadero padre. Mañana se lo diré" promete Judas de Keriot.
"Si no fuera sábado... iría a ver a aquel Yosía a cuyo cuidado estaba" promete Andrés.
"¿Para ver si estaban afligidos de haberlo perdido?" pregunta Mateo.
"Me imagino que si se hubiese perdido una de sus ovejas se hubieran preocupado más..." murmura entre dientes Maximino que hace unos instantes se había acercado.
El niño e iscariote hablan de su vida
El niño no habla. Entre las rodillas de Jesús mira atentamente las caras de los que lo ven, con esa perspicacia que tienen frecuentemente los seres enfermizos y que han vivido en el dolor. Parece como si escrutase más los corazones que las caras, y cuando Pedro le pregunta: "¿Que te parece de nosotros?" el niño responde, poniéndole su manita en la suya: "Tú eres bueno", pero se corrige: "Todos sois buenos. Pero hubiera preferido que nadie me conociera. Tengo miedo..." y mira a Judas de Keriot.
"De mí, ¿no es verdad? ¿Tienes miedo de que hable a tu padre? Tendré que hacerlo, si debo pedirle que te deje con nosotros. Pero no te quitará."
"Lo sé. Pero hay otra cosa... Quisiera estar lejos, lejos, como esa mujer que se va... En el país de mi madre. Hay un mar azul entre los verdes montes. Se ve allá, con tantas velas blancas que vuelan en el aire y con bellas ciudades a su alrededor. Sus montes son tantas otras cuevas donde las abejas silvestres hacen su dulce miel. No he comido miel desde que se murió mi madre, y he estado con Yosía. Felipe, José, Elisa, y los otros niños, sí que la comían. Pero yo no. Si hubieran dejado el vaso de siempre lo ponían arriba y no podía subirme sobre las mesas como hacía Felipe. ¡Tengo muchas ganas de comer miel!"
"¡Pobre hijo! ¡Te voy a traer todo lo que quieras!" dice conmovida Marta y ligera se va.
"¿De dónde era tu madre?" le pregunta Pedro.
"Tenía casas y posesiones cerca de Sefet. Era huérfana y heredera. Ya tenía su edad. Era fea y un poco malhecha, pero muy rica. El viejo Sadoc fue el padrino de bodas que celebran ella y el hijo consentido de Anás... Fue un indigno contrato de mercado. Todo fue cosa de cálculo, pero nada de amor. Vendió todas las posesiones de su mujer, alegando que estaban muy lejos de aquí, excepto una casucha que pertenecía al administrador que la había adquirido en regalo del viejo dueño para toda su vida y para sus herederos hasta la cuarta generación. Acabó con todo en especulaciones que no tuvieron éxito. Mas... yo no creo en ello, porque tiene hermosas tierras al otro lado del Jordán... que antes no poseía... Luego, después de algunos años de matrimonio, la mujer, que estaba ya declinando, dio a luz a este niño... lo que fue pretexto para que la arrojasen y se casase con otra de la llanura de Sarón, mujer joven, rica y hermosa... La divorciada se refugió cerca del viejo administrador y murió allí. No sé por qué no se quedaron con el niño. Su padre lo tenía por muerto" explica Iscariote.
"Porque Juan y María se murieron y los hijos fueron a otra parte como siervos. ¿Y quién podía tenerme si no era yo hijo, y no podía trabajar? Miquel, Isaac, Ester y Judit eran buenos y lo son. Cuando vienen a las fiestas me traen cosas, pero Yosía me las quita para dárselas a sus hijos."
"Pero no te quieren" le replica Judas.
"Ahora que estoy derecho y fuerte me querrán. ¡Son ellos siervos! No podían, como he dicho, decir al patrón: "Toma a este lisiado". Pero ahora pueden."
"¿Pero si te has escapado de la casa de Yosía cómo pueden encontrarte?" le pregunta Bartolomé haciéndolo reflexionar.
El niño comprende la observación y piensa. Su estado enfermizo lo ha hecho precavido. Responde: "¡Es verdad! No había reparado en ello."
"Vuelve allá. En estos días te verán..."
"¿Allá? No. Yo no regreso allá. No quiero. ¡Mejor me mato!" Su furia le brota por todas partes. Luego se deja caer llorando sobre las rodillas de Jesús: "¿Por qué no me has hecho morir?"
Marta, que está llegando con un vaso de miel, se queda sorprendida antes este cuadro. Bartolomé se excusa de haber sido la causa de ello: "Creí darle un buen consejo. Bueno para todos. Para él, para Ti, Maestro, para Lázaro... Ninguno de vosotros, ni de nosotros tiene necesidad de un nuevo odio..."
"¡Es verdad! ¡Una verdadera dificultad!" exclama Pedro y meditando el caso dentro de sí mismo, concluye con su característico silbido que es la señal de su estado de ánimo ante problemas difíciles de resolver.
Reflexionan lo que hacer con el niño
Quién propone esto, quién aquello. Ir a ver a Nahum. Ir a casa de Yosía y decirle que envíe aquí, a la casa de Lázaro a Miguel y a Isaac, o a otra parte, porque es prudente que no recaiga sobre Lázaro más odio del ya acumulado por su amistad con Jesús. No decir nada a nadie y hacer desaparecer al niño dándole a algún discípulo seguro.
Judas de Keriot no habla. Parece extraño a la discusión. Juguetea con los flecos de su vestidura, entrelazándolos y desenlazándolos con los dedos.
Tampoco Jesús habla. Acaricia al niño y lo calma. Le levanta la carita y le pone las manos sobre el vaso de miel.
Shalem es un niño, un pobre niño de diez años que siempre ha sufrido, pero no por eso ha dejado de serlo, aun cuando si el dolor lo ha hecho maduro; mas delante de un tesoro tan grande miel sus lágrimas cesan y pone cara de extático. Pregunta, levanta sus ojos castaños, grandes, inteligentes, lo único que tiene de bello. Mira a Jesús y a Marta alternativamente. Pregunta: "¿Cuánto puedo tomar? ¿Una o dos cucharadas?" y señala la cuchara redonda de plata que mete lentamente en la rubia miel.
"Cuanta quieres, muchacho. Cuanto te guste. Lo que te sobre te lo guardas para mañana. ¡Es tuya!" dice Marta acariciándolo.
"¡Toda mía! ¡Oh, jamás había tenido yo tanta miel! ¡toda mía! ¡Oh!" y se aprieta con reverencia el vaso contra el pecho, como si fuera un tesoro.
levanta sus brazos para asirse al cuello de Marta
que se ha inclinado, y la besa.
Luego comprende que más precioso que el vaso es el amor que se lo ha dado. Lo pone sobre las rodillas de Jesús, levanta sus brazos para asirse al cuello de Marta que se ha inclinado, y la besa. Es todo lo que puede hacer para mostrar su agradecimiento, todo lo que puede dar él, el abandonado.
Los demás dejan de hacer planes y miran la escena. Pedro dice: "Este todavía es más infeliz que Marziam, porque al menos tenía el amor de su abuelo y de los otros campesinos. Realmente es verdad que siempre hay dolores mayores de los que habíamos tomado por grandísimos."
"Sí. Todavía no se ha llegado a sondear el abismo del dolor humano. Quién sabe cuántos secretos nos oculta todavía... y que ocultará en los siglos por venir" dice Bartolomé pensativo.
"Entonces tú no tienes fe en la Buena nueva. ¿No crees que ella cambiará el mundo? Lo dijeron los profetas, y el Maestro lo repite. Eres un incrédulo, Bartolomé" grita Iscariote con una leve sonrisa irónica.
Para que el dolor sea abolido, o por lo menos gran parte
de él, se necesitaría que todos tuviesen el corazón
que tiene Jesús, porque siempre habrá enfermedades,
muertes, cataclismos naturales y ...
Zelote le responde: "No veo dónde esté la incredulidad de Bartolomé. La doctrina del Maestro consolará todas las desventuras, amansará aun la ferocidad de costumbres y prácticas, pero no eliminará el dolor. Lo hará soportable con sus promesas divina de una alegría futura. Para que el dolor sea abolido, o por lo menos gran parte de él, se necesitaría que todos tuviesen el corazón que tiene Jesús, porque siempre habrá enfermedades, muertes, cataclismos naturales y ..."
Iscariote lo interrumpe: "Así es como debe suceder. ¿De otro modo de que sirve que hubiese venido el Mesías a la tierra?"
"Así debería suceder, digámoslo. Pero dime, Judas, ¿ha sucedido acaso esto entre nosotros? Somos doce y por tres años hemos vivido con Él, absorbido su doctrina como el aire que respiramos, ¿y qué? ¿Somos los doce unos santos? ¿Qué cosa distinta hacemos de lo que hacen Lázaro, Esteban, Nicolás, Isaac, Mannaén, José, Nicodemo, las mujeres y los niños? Me refiero a los justos de nuestra patria. Todos éstos, bien sean sabios y ricos, o pobres e ignorantes, hacen lo que nosotros: un poco bien, un poco mal, sin renovarse completamente. Aun te diría que muchos de ellos nos superan. Sí. Muchos que siguen a Jesús nos superan a nosotros: los apóstoles... ¿Pretenderías que todos tuviesen el corazón que tiene Él, si nosotros, nosotros los apóstoles, no lo poseemos? Nos hemos hecho un poco más o menos mejores... al menos así esperamos, porque el hombre difícilmente se conoce y conoce al hermano que vive a su lado. El velo de la carne es demasiado opaco y grueso, y el hombre atentamente se cuida de que se le conozca. Siempre observándose, uno se queda en la superficie. Cuando nos examinamos, porque no queremos conocernos para que no sufra nuestro orgullo o para que no nos veamos obligados a modificar nuestra conducta. Cuando examinamos a los demás porque nuestro orgullo de examinadores nos hace ser jueces injustos, y el orgullo del examinado cierra, como una ostra, todo su interior" dice Zelote.
"¡Bien dicho, Simón! ¡Verdaderamente que has tenido palabras de sabio!" lo alaba Judas Tadeo. Los demás le hacen coro.
"Entonces, ¿para qué vino, si nada debe cambiarse?" replica Iscariote.
Se cambiará mucho, no todo, porque contra mi doctrina
habrá en lo futuro lo que ahora ya existe:
el odio de los que no aman la Luz
Si no hubiera venido, la tierra con el andar de los siglos
se hubiera convertido en un infierno y la raza humana
e hubiera despedazado y habría perecido maldiciendo
al Creador...
Jesús toma la palabra: "Se cambiará mucho, no todo, porque contra mi doctrina habrá en lo futuro lo que ahora ya existe: el odio de los que no aman la Luz; porque contra la fuerza de mis seguidores se yerguerá la de los de Satanás. ¡Cuántos! ¡De cuántas formas! Muchas herejías y siempre nuevas se opondrán a mi doctrina inmutable, porque es perfecta. ¡Cuánto dolor proporcionarán! No conocéis lo futuro. Os parece que es mucho el dolor que hay en el mundo ahora. Pero Él que sabe, ve horrores que no los comprenderíais aunque os los explicase... ¡Ay de todos si no hubiera Yo venido! Vine a dar a los que vendrán, leyes que frenen los instintos en los mejores y a dar una promesa de futura paz. ¡Ay del hombre si no hubiera venido a proporcionarle elementos espirituales propios para mantenerlo "vivo" en su espíritu, para que esté seguro de un premio!... Si no hubiera venido, la tierra con el andar de los siglos se hubiera convertido en un infierno y la raza humana se hubiera despedazado y habría perecido maldiciendo al Creador..."
"El Altísimo ha prometido que no enviaría más castigos universales, como el diluvio. La promesa de Dios no falla" replica Judas.
"Tienes razón. El Altísimo no enviará más flagelos universales como el diluvio, pero los hombres se crearán flagelos cada vez más atroces, respecto a los cuales el diluvio y la lluvia de fuego que destruyó Sodoma y Gomorra no serán sino castigos misericordiosos. ¡Oh...!"
Jesús se pone de pie con un gesto compasivo por los hombres del futuro.
"¡Está bien! Tú lo sabes... pero entre tanto ¿qué vamos a hacer de éste?" pregunta Iscariote señalando al niño que feliz paladea su miel.
"A cada día su preocupación. Mañana se sabrá. Preocuparse del mañana es vano si ni siquiera sabemos si estará vivo."
"Yo no soy de tu parecer. Digo que sería necesario saber dónde iremos a estar, y dónde celebraremos la Cena. Tantas cosas. Si esperamos y esperamos, la ciudad se llenará de gente, ¿y a dónde podremos ir? A Getsemaní, no. A casa de José de Séforis, tampoco. A la de Juana, tampoco. Ni a la de Nique, ni con Lázaro. ¿Entonces dónde?"
"Donde el Padre prepare un refugio para su Verbo."
"¿Crees que quiero saberlo para ir a informar?"
Jesús lleva a Shalem a María que todavía no sabe de él
"Tú lo has dicho, Yo no dije nada. Ven, Shalem. Mi Madre sabe de ti, pero todavía no te ha visto. Ven, te voy a llevar con Ella."
"¿Es que está enferma tu Madre?" pregunta Tomás.
"No. Ora. Tiene mucha necesidad de oración."
"Sí. Sufre mucho. Llora mucho. Y María no tiene más que la oración que la consuele. Siempre he visto que ora mucho. En los momentos de grandes aflicciones vive de la oración, podría afirmarlo..." explica María de Alfeo, mientras Jesús se aleja llevando de la mano al pequeñuelo y del otro lado a Analía a quien invitó que lo acompañara.
X. 311-320
A. M. D. G.