EL SÁBADO ANTERIOR AL INGRESO
EN JERUSALÉN.
II. PEREGRINOS Y JUDÍOS EN BETANIA
#Muchos peregrinos van a Betania a ver a Jesús
#Preguntan a Lázaro sobre su muerte y resurrección
#Lázaro les permite ver el sepulcro donde estuve su cadáver
#Eleazar y Juan piden a Lázaro que avise a Jesús que le quieren hablar
Muchos peregrinos van a Betania a ver a Jesús
Amor o rabia impulsan a muchos de los peregrinos reunidos en Jerusalén, y aun de los mismos jerosolimitanos a venir a Betania sin esperar a que se ponga completamente el sol. Mejor dicho, ni siquiera ha comenzado a ponerse, que ya los primeros llegan a la casa de Lázaro. Este, a quien un siervo llamó, se queda sorprendido de la violación sabática, porque los primeros llegados son de los más intransigentes de los judíos, que dan una respuesta verdaderamente farisea: "Desde la Puerta de las Ovejas no se veía ya el disco del sol y entonces nos pusimos en camino, pensando que sin duda no habríamos sobrepasado la medida prescrita antes que el sol se hubiese ocultado detrás de las cúpulas del Templo."
En la cara seca de Lázaro se dibuja una sonrisa irónica. Está sano, de buen aspecto, pero delgado. Les responde educadamente pero con algo de sarcasmo: "¿Qué queréis ver? El Maestro respeta el sábado. Está descansando. No se limita a no ver el disco del sol para pensar que el descanso ha terminado, sino que espera a que se haya ocultado el último rayo solar para decir: "El sábado ha terminado"."
"Sabemos que es perfecto. ¡Lo sabemos! Pero si nos equivocamos, mayor razón tenemos para verlo. Sólo lo necesario, para que nos absuelva."
"Me desagrada, pero no puedo. El Maestro está cansado y descansa. no voy a perturbarlo."
Hay peregrinos de muchos lugares que ruegan, que insisten por ver a Jesús. Con los hebreos están mezclados los gentiles y con ellos los prosélitos. Observan, ven a Lázaro de reojo, como si fuese un ser irreal. Lázaro soporta la molestia de una fama que no quiso. Pacientemente responde a quien le pregunta, pero no da órdenes a los siervos de que abran el cancel.
"¿Eres el resucitado?" le pregunta uno, que por el aspecto debe tener sangre mezclada. De hebreo no tiene más que la nariz más bien gruesa y caída. Su voz y su modo de vestir dicen que es extranjero.
Preguntan a Lázaro sobre su muerte y resurrección
"Lo soy, para dar gloria a Dios que me sacó de la muerte para que fuera siervo de su Mesías."
"¿Pero de veras moriste?" preguntan otros.
"Preguntadlo a aquellos judíos principales. Vinieron a mi entierro y muchos de ellos estuvieron presentes cuando resucité."
"¿Qué sentiste? ¿Dónde estuviste? ¿Qué recuerdos tienes? ¿Cuándo regresaste vivo, qué te pasó? ¿Cómo te resucitó?--- ¿No se puede ver el sepulcro donde estuviste? ¿De qué moriste? ¿Te encuentras bien ahora? ¿No tienes más las señales de las llagas?"
Lázaro pacientemente trata de responder a todos. Si puede decir que está bien, que aun las señales de las llagas se han borrado después de varios meses, no puede responder lo que experimentó, ni cómo resucitó. Responde: "No lo sé. Me encontré vivo en mi jardín entre los siervos y mis hermanas. Cuando me quitaron el sudario vi el sol, la luz, sentí el hambre, comí, sentí el placer de la vida y sentí el gran amor que el Rabí tuvo por mí. Lo demás lo saben, mejor que yo, los que estuvieron presentes. Ved a aquellos tres que están conversando, y a aquellos dos que están llegando." (Estos últimos son Juan y Eleazar, sanedristas, mientras los otros tres que conversan, son dos escribas y un fariseo que vi en la resurrección de Lázaro, pero cuyo nombre no recuerdo).
Lázaro les permite ver el sepulcro
donde estuve su cadáver
"A nosotros los gentiles no nos hablan. Vosotros, que sois judíos, id a preguntarles... Tú déjanos ver el sepulcro donde estuviste."
Insisten tanto que cansan. Lázaro se decide. Dice algo a sus siervos y luego se dirige a la gente: "Id a aquella vereda que está entre este camino y mi otra casa. Os saldré al encuentro para llevaros al sepulcro, aun cuando no haya otra cosa que ver más que un hueco abierto en la roca."
"¡No importa! ¡Vamos, vamos!"
"¡Lázaro, detente! ¿Podemos ir también nosotros? ¿O nos está prohibido lo que se permite a los extranjeros?" pregunta un escriba.
"No Arquelao. Ven también tú, si el acercarte a un sepulcro no te contamina."
"No, porque dentro no hay ningún cadáver."
"Pero dentro estuve por cuatro días. Por cosas mucho menores se ha pensado en Israel que hay contaminación. Vosotros decís que queda inmundo el que rozó con su vestido un cadáver. Mi sepulcro todavía despide tufos de cadáver, no obstante que desde hace mucho ha estado abierto."
"No importa. Nos purificaremos."
Lázaro mira a los dos fariseos: Juan y Eleazar y les pregunta: "¿También vosotros queréis venir?"
"Sí."
Lázaro va ligero hacia el lado que limitan los altos y compactos vallados como muros, abre un cancel que hay en ellos, sale la vereda que lleva a la casa de Simón, y hace señal a quienes lo esperan a que se acerquen. Los lleva al sepulcro. Un rosal en flor rodea la entrada, pero que de nada sirve para borrar el horror que sale de una tumba abierta. En la roca bajo el arco adornado del rosal, se lee: "¡Lázaro, sal afuera!".
Los enemigos las ven al punto y gritan: "¿Por qué mandaste esculpir esas palabras? ¡No debías haberlo hecho!"
"¿Por qué no? En mi casa puedo hacer lo que me plazca y nadie puede acusarme de haber querido esculpir sobre la roca las palabras del grito divino que me devolvió a la vida para que jamás se borrasen. Cuando estaré allí dentro, y no podré celebrar más el poder misericordioso del Rabí, quiero que el sol las lea nuevamente, y que las aprendan de los vientos los árboles, las acaricien los pajarillos y las flores, bendiciendo en mi lugar el grito del Mesías que me arrancó de la muerte."
"¡Eres un pagano! ¡Un sacrílego! Blasfemas contra nuestro Dios. Festejas el sortilegio del hijo de Belzebú. ¡Ten cuidado, Lázaro"
"Os recuerdo que estoy en mi casa y que estáis en ella, que nadie os invitó a venir, y que vinisteis por fines indignos. Sois peores que estos paganos, los cuales, empero, ven en el que me resucitó a un Dios."
"¡Anatema! ¡Cuál el Maestro, tal el discípulo! ¡Horror! ¡Vámonos! Lejos de esta cloaca impura. Corruptor de Israel, el Sanedrín tendrá presentes tus palabras."
"Y Roma vuestros complotes. ¡Largaos de aquí!"
Lázaro, siempre bueno, se acuerda que es hijo de Teófilo, y los arroja como a una jauría de perros. Se quedan los peregrinos venidos de muchas regiones: Le piden, le ruegan, le suplican que les permita ver a Jesús.
"Lo veréis en la ciudad. Ahora no. No puedo."
"¡Ah! ¿Viene a la ciudad? ¿De veras? ¿No mientes? ¿aunque lo odian?"
"Va. Idos, tranquilos. ¿No veis como todos descansan dentro? No se ve a nadie, ni se oye una sola voz. Habéis visto lo que querías: a mí, el resucitado, y el lugar de la sepultura. Ahora idos. Pero no hagáis que vuestra curiosidad sea estéril. Que el haberme visto, vivo, y prueba del poder de Jesús, el Cordero de Dios y el Mesías santísimo, os lleve a todos al Camino. Porque lo deseo y estoy contento de haber resucitado, pues espero que el milagro pueda sacudir a los que dudan y convertir a los paganos convenciendo a todos de que uno sólo es el Dios verdadero y uno sólo el verdadero Mesías: Jesús de Nazaret, el Maestro santo."
La gente se va de mala gana. Pero si se va uno, vienen diez, porque la gente continúa llegando. Lázaro logra con la ayuda de algunos criados a echar a fuera a todos y a cerrar los canceles.
Al irse a retirar, ordena: "Tened cuidado que no fuercen las chapas o de que salten por arriba. Pronto se echará encima la oscuridad y tendrán que regresar a sus lugares" y al mismo tiempo ve que salen de un matorral de mirtos Eleazar y Juan: "¿Que? No os había visto y pensaba..."
"No nos eches afuera. Nos metimos entre la espesura para que no nos vieran. Debemos hablar con el Maestro. Hemos venido porque sospechan menos de nosotros que de José y Nicodemo. No quisiéramos que nos viera alguien, fuera de ti y del Maestro. ¿Son de fiarse tus siervos?"
Eleazar y Juan piden a Lázaro que avise a
Jesús que le quieren hablar
"En casa de Lázaro se acostumbra a ver y oír lo que agrada a su dueño y a no saber para los extraños. Venid. Por esta vereda, entre estas dos vallas de verdor más negras que un muro." Los conduce por el vericueto que hay entre la doble barrera impenetrable de bojes y laureles. "Quedaos aquí. Os traeré a Jesús."
"¡Que nadie se percate!..."
"No tengáis miedo."
Muy poco tienen que esperar. Por la vereda semioscura a causa de las ramas entrelazadas, aparece Jesús con su vestido blando de lino. Lázaro se queda en el límite de la vereda como de guardia, o por prudencia. Eleazar le dice, mejor dicho, le hace señal de: "Ven aquí."
Lázaro se acerca, mientras Jesús saluda a los dos que ante Él se inclinan profundamente.
Dicen a Jesús que no se fíe porque el Sanedrín
porque tu suerte está sellada y el decreto no se cambia.
"Maestro, y tú, Lázaro, escuchad. No apenas se esparció la voz de que habías venido y de que estabas aquí, el Sanedrín se reunió en casa de Caifás. Todo lo que se hace es un abuso... Ha decidido... ¡No te hagas ilusiones, Maestro! ¡Sé prudente, Lázaro! No os engañe la calma fingida, la aparente somnolencia del Sanedrín. Es algo fingido, Maestro. Fingen para atraerte y aprehenderte sin que la multitud se agite y se prepare a defenderte. Tu suerte está sellada y el decreto no se cambia. Que sea mañana o dentro un año, se llevará a cabo. El Sanedrín nunca olvida sus venganzas. Espera, sabe aguardar la ocasión propicia, pero ¡después!... También a ti Lázaro, quieren quitarte de en medio, aprehenderte, suprimirte porque por tu causa muchos los abandonan para seguir al Maestro. Tú has dicho con palabras muy exactas que eres el testimonio de su poder. Y quieren destruirlo. Ellos saben que las multitudes pronto olvidan. Desparecidos tú y el Rabí muchos entusiasmos se apagarán."
"¡No, Eleazar! ¡Echarán llamas!" dice Jesús.
"¡Oh, Maestro! ¿Qué pasará si mueres? ¿Qué cosa hará que nuestra fe en Ti eche llamas, y aun cuando así fuere, si Tú estás ya muerto? Esperaba darte una alegre noticia y al mismo tiempo hacerte una invitación. Mi esposa pronto dará a luz el hijo que tu justicia hizo que floreciera, al poner la paz entre dos corazones sacudidos por la tempestad. Nacerá para Pentecostés. Quisiera pedirte que fueras a bendecirlo. Si entras bajo mi techo, todos los males desaparecerán de él" pide Juan el fariseo.
"Desde ahora te doy mi bendición..."
"¡Ah, quieres venir a mi casa! ¡No me crees leal! ¡Lo soy, Maestro! Dios me está viendo."
"Lo sé. Pero... no estaré ya más entre vosotros para Pentecostés."
"Pero el niño nacerá en mi casa de campo."
"Lo sé. Pero ya no estaré. Sin embargo tú, tu esposa, el que va a nacer y los que ya han nacido, tenéis mi bendición. Gracias por haber venido. Tornad ahora. Llévalos por la vereda que da al otro lado de la casa de Simón. Que nadie los vea... Yo regreso allá dentro. La paz sea con vosotros..."
X. 320-324
A. M. D. G.