EL SÁBADO ANTERIOR AL INGRESO

 EN JERUSALÉN

 

III. LA CENA EN BETANIA

 


 

#Entran en la sala de la cena   

#Empieza la cena  

 #Siempre me pongo a pensar que las cosas que se hacen por María tienen esa fuerza de virginidad... dice Juan   

#Vuelve a entrar María Magdalena. Trae una jarra de delgado cuello, que termina en una especie como de hermoso pico Destapa la jarra de alabastro, pone la mano bajo su boca, y sobre ella caen algunas gotas de un líquido que apenas si sale María se pone a la espalda de Jesús y echa sobre su cabeza el bálsamo denso Se arrodilla a los pies del lecho, desata las correas de las sandalias de Jesús, saca sus pies, saca lo más que puede de perfume, lo extiende, lo esparce sobre los pies desnudos   

#Judas dice de mal modo: "¡Que derroche inútil y pagano!... Esas acciones son propias de una cortesana lasciva y no dicen bien de la nueva vida que llevas, María. ¡Demasiado recuerdan tu pasado!". El insulto es tal que todos se quedan pasmadísimos   

#Jesús defiende a María  

 #En verdad os digo que donde será predicada la Buena Nueva se hará mención de este acto profético. Sí, en todo el mundo, durante todos los siglos.   

#Las palabras de Jesús hacen a todos pensar.  

#Jesús dice a Judas que no se vaya que se quede con El  

 #Lázaro le dice a un siervo suyo:"Tráeme el rollo que está sobre la mesa de mi cuarto de trabajo."    

#El mundo tendrá que amarte. El Altísimo lo quiere. ¿Pero cuándo será? Cuando me habré consumido en el Sacrificio del amor. Entonces vendrá el Amor Una vez que haya sido establecido, durará mientras la tierra exista.

 


 

La cena ha sido preparada en la sala blanca donde Jesús habló a las discípulas. es un resplandecer de blancura y de plata en que ponen una nota menos nívea y fría los manojos de ramitas de manzano y peral o de otros árboles frutales, blancos como la nieve, pero con un tinte ligero de rosa que hace pensar como si hubiese quedado impreso sobre ellos el beso de una aurora lejana. Sobre las mesas hay jarras delgadas o gruesas de plata, lo mismo que sobre los cofres y coperas que hay a lo largo de las paredes de la sala. Las flores derraman por la sala su característico aroma de árboles frutales, de frescura, de amarguillo, de primavera limpia...

 

Entran en la sala de la cena

 

Lázaro entra en la sala al lado de Jesús. Detrás, dos en dos, o en grupo, los apóstoles. Los últimos en entrar son las hermanas de Lázaro con Maximino.

No veo a las discípulas, ni siquiera a María. Tal vez han preferido estarse en la casa de Simón junto a la Madre afligida. Llega el crepúsculo. Un último rayo de sol besa la copa de algunas palmeras que están a unos cuantos metros de la sala, y la de un gigantesco laurel en que los pajarillos antes de dormir traban furiosa batalla. Más allá de las palmeras y del laurel, más allá de los rosales, de los jazmines, de las convalarias, de otras flores y de plantas aromáticas, el manchón blanco, teñido de un verde ligero, de las primeras hojas de un grupo de manzanos o perales que se han tardado en florecer, parece una nubecilla que se haya quedado trabada entre las ramas.

Al pasar Jesús cerca de un jarrón con ramas en flor observa. "Ya habían despuntado los primeros frutos. ¡Mira! Arriba hay florecillas, pero las de abajo ya se cayeron y la frutilla en ciernes se hincha."

"Fue María quien las cortó. Llevó también a tu Madre. Se levantó muy temprano, me parece por temor que un día más de sol hiciese caer las florecillas. Hace poco me enteré de este destrozo, pero no me causó enojo como lo tuvieron mis siervos campesinos. Antes bien pensé que es justo ofrecerte todas las bellezas de la creación, a Ti, Rey de todas las cosas."

 

Empieza la cena

 

Jesús se sienta sonriente en su lugar y mira a María que junto con su hermana se apresura a servir como si fuese una sierva, ofreciendo las palanganas para la ablución y las toallas; después echa vino en las copas, coloca las fuentes llenas de alimentos en la mesa conforme los siervos las traen de las cocinas, o después de haberlas colocado sobre las coperas.

Naturalmente, que si las hermanas sirven cortésmente a todos los comensales, su atención está fija sobre todo en los dos seres más queridos: Jesús y Lázaro.

En un cierto momento Pedro, que come con mucho gusto, observa: "¡Mira! ¡ahora caigo en la cuenta! Todos los platillos son como si estuviéramos en Galilea. Me parece... ¡Sí! Me parece estar en un banquete de nupcias. Pero aquí no falta el vino como faltó en Caná."

María sonríe y echa en su copa vino ambarado y purísimo, sin decir algo.

Nuevamente Lázaro da la explicación: "Esta fue idea de mis hermanas, sobre todo de María: presentar una cena en que el Maestro tuviese la impresión de estar en su Galilea, una cena lo mejor que se pudiese..."

"Pero para hacer pensar en esto, se hubiera necesitado la presencia de María a la mesa. En Caná estuvo. Por Ella se hizo el milagro" observa Santiago de Alfeo.

"¡Qué vino debió haber sido!"

"El vino es símbolo de alegría y debería serlo también de fecundidad, siendo el vino jugo de la vid fecunda. Pero no me parece que haya fecundado gran cosa. Susana no tiene hijos" dice Iscariote.

"¡Oh, que si era un vino! Nos fecundó el espíritu..." dice Juan, soñador un poco como cada vez lo hace cuando contempla en su interior los milagros que Dios ha obrado. Y concluye: "Fue por obra de una virgen... y quien lo gustó descendió en él influjo de pureza."

"¿Y crees que Susana sea virgen?" le pregunta riendo Iscariote.

 

Siempre me pongo a pensar que las cosas que se hacen 

por María tienen esa fuerza de virginidad... dice Juan

 

"No he dicho esto. Virgen es la Madre del Señor. Virginidad mana de todo lo que Ella realiza. Siempre me pongo a pensar que las cosas que se hacen por María tienen esa fuerza de virginidad..." y de nuevo sueña en algo, como si sonriera a alguna visión.

"¡Feliz muchacho! Creo que ni siquiera se acuerda ahora del mundo. Miradlo" dice Pedro señalando a Juan que recostado sobre su lecho hace pedazos de pan sin comérselos.

También Jesús se voltea un poco para mirar a Juan que está en un ángulo del lado de la mesa que tiene forma de "U", y por lo tanto un poco detrás de la espalda del Señor que está en el centro del lado central. A su izquierda está Santiago su primo y a su derecha Lázaro. Después de Lázaro, Zelote, Maximino. Al lado de Santiago está el otro Santiago, hijo del Zebedeo y Pedro. Juan está entre Andrés y Bartolomé, luego Tomás que tiene en frente a sí a Judas, Felipe y Mateo. Tadeo está en el ángulo donde empieza la mesa larga y central.

Magdalena sale mientras su hermana pone sobre la mesa bandejas con flores de higuera, verdes ramos de peucédano, almendras frescas, fresas, que parecen mucho más rojas junto al color esmeralda pálido de los peucédanos y al lácteo de las almendras, pone también pequeños melones o fruta semejante... se parecen a los melones verdes de Italia meridional, y naranjas de color dorado.

"¿Se cosecha ya esta clase de frutas? En ninguna otra parte he visto maduras" dice Pedro con tamaños ojos, señalando las fresas y melones.

"Parte la trajeron de la ribera de más allá de Gaza donde tengo un huerto, parte de las terrazas solares que tengo encima de la casa, viveros de las plantas más delicadas que hay que proteger contra las heladas. Me enseñó a hacerlo un romano amigo mío...No me enseñó otra cosa buena que esto..." Lázaro se pone serio. Marta suspira... Vuelve pronto a ser el anfitrión a quien no agrada dar fastidio a sus invitados. "En las ciudades de Baia y Siracusa, y a lo largo del arco de Sibaris se acostumbra cultivar estas deliciosas frutas con este método, para que maduren antes de tiempo. Comed de las últimas frutas de los naranjales libios, y los primeros melones de Egipto cultivados en los solares, comed de las almendras blancas de nuestra patria, y de las habas tiernas, y los digestivos tallos de sabor de anís... Marta, ¿y el niño?"

"Está bien. María se llenó de emoción al recordar el Egipto..."

"Teníamos alguna que otra planta en el pobre huerto. Cuando hacía mucho calor metíamos los melones en el pozo del vecino, que era profundo y frío, y era una delicia comérselos por la noche... Todavía recuerdo... Tenía yo una cabra golosa que había que cuidar bien porque se despachaba plantas y frutas tiernas..." Jesús ha dicho estas palabras con la cabeza un poco inclinada. La levanta y mira las palmeras moverse al contacto del viento nocturno: "Cuando veo esas palmas... Siempre que veo palmas me acuerdo de Egipto, de su tierra amarillenta y arenosa que el viento levanta tan fácilmente y de sus pirámides que parecían moverse en medio del aire enrarecido... los altos troncos de las palmeras... la casa donde... Pero es inútil hablar de esto. A cada hora su preocupación... Y con ella su alegría... Lázaro, ¡me daría alguna de esas frutas! Le quisiera llevar a María y Matías. No creo que Juana tenga."

"No tiene. Ayer me decía que piensa sembrar de estas en Béter, construyendo para ello solares apropiados. Por ahora no te las doy. recogí cuanto había y por algunos días no habrá maduras. Te las mandaré, o mejor, mándalas traer para el jueves. Prepararemos un hermoso canasto para los niños. ¿No es verdad, Marta?"

"Sí, hermano. Y pondremos también lirios de los valles que tanto agradan a Juana."

 

Vuelve a entrar María Magdalena. 

Trae una jarra de delgado cuello, 

que termina en una especie como de hermoso pico 

 

Destapa la jarra de alabastro, pone la mano bajo su boca, 

y sobre ella caen algunas gotas de un líquido que apenas si

 sale María se pone a la espalda de Jesús y echa sobre su cabeza

 el bálsamo denso  

 

Se arrodilla a los pies del lecho, desata las correas de las

 sandalias de Jesús, saca sus pies, saca  lo más que puede de

 perfume, lo extiende, lo esparce sobre los pies desnudos

 

Vuelve a entrar María Magdalena. Trae una jarra de delgado cuello, que termina en una especie como de hermoso pico. El alabastro es de un color amarillo-rojizo, como la piel de ciertas personas rubias. Los apóstoles la miran, pensando que tal vez haya traído algún raro manjar. María no va al centro, en medio de la "U" donde está su hermana. Pasa detrás de los lechos, va a colocarse entre el de Jesús y Lázaro y el de los dos Santiagos.

Destapa la jarra de alabastro, pone la mano bajo su boca, y sobre ella caen algunas gotas de un líquido que apenas si sale. Un fuerte olor a tuberosas y otras esencias, un perfume intenso y riquísimo se esparce por la sala. María no se contenta con lo poco que sale. Se inclina y rompe de un golpe el cuello de la jarra contra el saliente del lecho de Jesús. El delgado cuello cae al suelo esparciendo sobre los mármoles gotas perfumadas. Ahora sí que sale bastante alabastro.

María se pone a la espalda de Jesús y echa sobre su cabeza el bálsamo denso, lo extiende con las peinetas que se ha quitado, peina la cabellera de Jesús. Su cabeza rubio-rojiza brilla como si fuera de oro bruñido. La luz de la araña que los siervos prendieron, se refleja sobre  un casco de bronce pulido. El perfume es inebriante. Penetra por las narices, sube a la cabeza, y por su intensidad es como polvos de estornudar, extendido así sin medida.

Lázaro, con su cabeza vuelta hacia su hermana, sonríe al ver con qué cuidado unge y compone la cabellera de Jesús, entra tanto que no se preocupa de sus tranzas sueltas y que le llegan más abajo del cuello, cayendo sobre su espalda. También Marta mira y sonríe. Los demás hablan en voz baja y con diversas expresiones en sus caras.

Pero María no se ha cansado. Todavía queda mucho perfume en la jarra, y la cabellera de Jesús aun cuando sea espesa, está empapada. Entonces María repite lo que llevada de amor hizo un lejano atardecer. Se arrodilla a los pies del lecho, desata las correas de las sandalias de Jesús, saca sus pies, y metiendo sus largos dedos dentro de la jarra, saca  lo más que puede de perfume, lo extiende, lo esparce sobre los pies desnudos, dedo por dedo, luego la planta, el calcañal, el tobillo, que descubre haciendo a un lado el vestido de lino, finalmente sobre el empeine, y repite lo mismo hasta que no encuentra más bálsamo en la jarra. La rompe contra el suelo y con las manos libres sequita las gruesas horquillas, se deshace rápida las pesadas trenzas, y el resto del bálsamo lo echa sobre los pies de Jesús.

 

Judas dice de mal modo: "¡Que derroche inútil y pagano!... 

Esas acciones son propias de una cortesana lasciva y no dicen

 bien de la nueva vida que llevas, María. ¡Demasiado recuerdan

 tu pasado!". El insulto es tal que todos se quedan

 pasmadísimos

 

Judas -que hasta ahora había estado en silencio contemplando con mirada impura a la hermosísima mujer y envidioso al Maestro a quien ungía en la cabeza y en los pies -levanta su voz, la única voz clara de protesta; algunos de los otros habían mostrado un cierto descontento., pero sin mayor consecuencia. Judas, que se ha puesto de pie para ver mejor la unción de los pies, dice de mal modo: "¡Que derroche inútil y pagano! ¿Con qué motivo? ¡Y luego no se quiere que los jefes del Sanedrín nos critiquen de pecado! Esas acciones son propias de una cortesana lasciva y no dicen bien de la nueva vida que llevas, María. ¡Demasiado recuerdan tu pasado!".

El insulto es tal que todos se quedan pasmadísimos, de modo que unos se sientan sobre sus lechos, otros se ponen de pie a mirar a Judas, como si de pronto se hubiera hecho loco.

Marta se pone colorada. Lázaro de un brinco se pone en pie dando un fuerte golpe sobre la mesa. Grita: "En mi casa..." pero luego mira a Jesús y se refrena.

"¿Me miráis? Todos habéis murmurado en vuestro corazón. Ahora porque me convertí en eco vuestro y dicho claramente lo que pensabais, no me dari razón. Repito lo que he dicho. No quiero afirmar que María sea la amante del Maestro, pero sí digo que ciertos actos no son apropiados, ni a Él ni a ella. Es una acción imprudente, y hasta injusta. Sí. ¿Qué motivo tuvo este desperdicio? Si ella quería borrar los recuerdos de su pasado, podía haberme dado esa jarra y el ungüento. ¡Por lo menos era una libra de nardo puro! Y de gran valor. Lo habría vendido al menos por trescientos denarios, que es lo que vale un nardo detal calidad. Habría dado el dinero a los pobres que nos asedian. Nunca falta. Y mañana muchísimos serán los que en Jerusalén pedirán una limosna."

"¡Es verdad!" asienten los demás. "Podías haber empleado una parte para el Maestro y la otra..."

María Magdalena está como si estuviese sorda. Continúa secando los pies de Jesús con la punta de su cabellera suelta, que con el ungüento se ha hecho más pesada y más oscura que en la parte superior. Los pies de Jesús de color de marfil viejo están lisos y blandos, como si se hubiesen cubierto de una nueva piel. María pone nuevamente las sandalias a Jesús. Besa los pies, sorda a todo, menos a lo que no sea su amor por Jesús.

 

Jesús defiende a María

 

En verdad os digo que donde será predicada la Buena Nueva 

se hará mención de este acto profético. 

Sí, en todo el mundo, durante todos los siglos.

 

El cual la defiende poniéndole la mano sobre la cabeza cuando por vez postrera le besa el pie y dice: "Dejadla en paz. ¿Por qué la afligís y molestáis? No sabéis lo que ha hecho. María ha realizado en Mí una acción de deber y de amor. Siempre habrá pobres entre vosotros. Estoy ya para irme. Siempre los tendréis, pero no más a Mí. A ellos podréis darles un óbolo. A Mí, al Hijo del Hombre entre los hombres, no será posible tributarle ninguna honra, porque así lo quieren y porque le ha llegado su hora. El amor ha sido para María luz. Presiente que voy a morir y ha querido ungir mi cuerpo de antemano para la sepultura. En verdad os digo que donde será predicada la Buena Nueva se hará mención de este acto profético. Sí, en todo el mundo, durante todos los siglos. Quiera Dios hacer de cada hijo suyo una otra María que no se pone a calcular en precios, que no fomenta ningún apego, que no guarda ningún recuerdo aun el mínimo del pasado, sino que destruye y aplasta todo lo carnal y mundanal, y se rompe y se esparce, como hizo con el nardo y el ungüento, por amor a su Señor. No llores, María. Te repito ahora aquellas palabras que dije a Simón el fariseo y a Marta tu hermana: "Todo te ha sido perdonado por que has sabido amar totalmente". Has elegido la mejor parte y no se te quitará. Quédate en paz, mi hermosa oveja a quien encontré nuevamente. Quédate en paz. Que los pastizales del amor sean en la eternidad tu alimento Levántate, besa también mis manos que te absolvieron y han bendecido... ¡A cuántos han absuelto, bendecido, curado, hecho bien! Y sin embargo Yo os aseguro que el pueblo a quien he hecho tantos bienes está preparándose para torturarlas..."

Un silencio pesado se cierne sobre el aire impregnado del fuerte perfume. María, con los cabellos suelto por detrás y por delante, besa la mano derecha de Jesús que le había alargado y no sabe separar de ella sus labios...

Marta, conmovida, se acerca a su hermana, le recoge los cabellos, se los trenza acariciándola, y extendiéndole el llanto por sus mejillas, tratando de secárselo...

 

Las palabras de Jesús hacen a todos pensar.

 

Nadie tiene ganas de seguir comiendo... Las palabras de Jesús hacen a todos pensar.

El primero que se levanta es Judas de Alfeo. Pide permiso de retirarse. Santiago su hermano lo sigue, y así hacen Andrés y Juan. Se quedan los demás, que se han puesto de pie, para lavarse las manos en las aljofainas de plata que los siervos les presentan. María y Marta hacen lo mismo con el Maestro y Lázaro.

Entra un siervo y se inclina a decir algo a Maximino. "Maestro, me ha dicho él que hay algunos que quisieran verte. Dicen que vienen de lejos. ¿Qué hacemos?"

Jesús llama a Felipe, a Santiago de Zebedeo, a Tomás y les ordena: "Id, anunciad la Buena Nueva. Curad. Hacedlo en mi nombre. Anunciad mañana subiré al Templo."

"¿Estará bien decir esto, Señor?" pregunta Simón Zelote.

"Es inútil tenerlo oculto porque más que mis amigos, mis enemigos lo han esparcido en la santa ciudad. Id."

"¡Umh! Mientras lo sepan los amigos... se comprende. Pero ellos no traicionan. No sé como lo hayan logrado saber los demás."

"Entre los muchos amigos hay siempre alguno que otro enemigo, Simón de Jonás. Son ya demasiados... y con toda facilidad se les acoge por tales. ¡Cuándo pienso en lo que tuve que insistir y esperar!... Eran los primeros días y se era prudente. Después vinieron los deslumbradores triunfos y la cautela se perdió. ¡Y mal hecho! Pero esto sucede a todos los vencedores. Las victorias ofuscan el modo de ver las cosas, enflaquecen la prudencia en el obrar. Hablo de nosotros los discípulos, naturalmente, no del Maestro. Él es perfecto. Hubiéramos quedado los doce no se debería temblar por traición alguna" dice desvergonzadamente Judas de Keriot.

 

Jesús dice a Judas que no se vaya que se quede con El

 

La mirada que Jesús echa sobre el apóstol traidor es indescriptible. Una mirada de llamada y de dolor infinito. Pero Judas no la acepta. Pasando delante de las mesas se dispone a salir... Jesús lo sigue con la mirada y cuando lo ve que está ya a punto de irse le pregunta: "¿A dónde vas?"

"Afuera..." le responde evasivamente.

"¿Fuera de la habitación o fuera de casa?"

"Afuera... Así, así... a caminar un poco."

"No vayas, Judas. Quédate conmigo, con nosotros..."

"Han salido tus hermanos y también Juan con Andrés. ¿Por qué no puedo salir?"

"Tú no vas a descansar como ellos..."

Judas no responde y obstinado sale. Nadie habla, los que se han quedado, esto es, Pedro, Simón, Mateo y Bartolomé se miran entre sí.

Jesús se ha levantado e ido a una ventana para seguir a Judas con la mirada y cuando lo ve salir de la casa con el manto ya puesto y dirigirse al cancel, que desde aquí no se ve, lo llama con fuerte voz: "¡Judas espérame! Debo decirte una cosa." Aparta suavemente a Lázaro que presintiendo que su Maestro sufría le había puesto su brazo en la espalda. Sale de la sala, detrás de Judas que ha seguido caminando, pero despacio. Lo alcanza a un tercio de distancia entre la casa y la valla del jardín, cerca de un bosquecillo de plantas de hojas gruesas que parecen de cerámica color verde oscuro con florecillas, cada una de las cuales es una crucecilla de pétalos pesados como si hubieran sido hechos de cera apenas amarilla, de un intenso aroma. No sé su nombre.

Jesús lleva a Judas detrás de un bosquecillo y tomándolo del antebrazo con la mano, vuelve a preguntarle: "¿A dónde vas, Judas? Te ruego que te quedes aquí."

"Tú que sabes todo, ¿para qué me lo preguntas? ¿Qué necesidad tienes de preguntar, Tú que lees en el corazón de los hombres? Sabes que voy a ver a mis amigos. No me das permiso de ir con ellos. Me buscan. Voy."

"¡Tus amigos! ¡Tu ruina, deberías decir! A ella vas. A tus verdaderos asesinos vas. ¡No vayas, Judas! ¡No vayas! Vas a cometer un crimen... Tú..."

"!Ah, tienes miedo! ¡finalmente lo tienes! ¡Finalmente sientes que eres humano! ¡Que eres un hombre! ¡No más que eso! porque sólo el hombre tiene miedo de la muerte. Dios no, porque sabe que no puede morir. Si te sintieses Dios, sabrías que no podrías morir y no deberías tener miedo. Porque Tú, ahora, ahora que sientes próxima la muerte, la temas como cualquier mortal, y buscas por todos los medios evitarla, y en todas las cosas ves un peligro. ¿Dónde está tu antigua audacia? ¿Dónde tus protestas de estar contento, de estar sediento por realizar el sacrificio? ¡No hay ni un eco de ellos en tu corazón! Creías que nunca llegaría esta hora, y por eso te hacías el fuerte, el generoso, decías cosas pomposas. ¡No eres menos de los que tachas de hipócritas! ¡Nos deslumbraste, y nos has desilusionado! ¡A nosotros que por Ti habíamos dejado todas las cosas! ¡A nosotros que por tu causa seremos objeto de odio! Tu eres la causa de nuestra ruina..."

"Basta. ¡Ve, ve! ¡No han pasado muchas horas desde que tú me dijiste: "Ayúdame a quedarme. ¡Defiéndeme!" Lo he hecho. ¿Y de qué ha servido? Dime una sola cosa, pero antes de decírmela, reflexiona bien. ¿Realmente quieres ir con tus amigos, los prefieres a Mí? ¿Es esta tu voluntad?"

"Sí. Lo es. No tengo necesidad de reflexionar, porque desde hace tiempo no tengo mas que esta voluntad."

"Entonces vete. Dios no hace fuerza a la voluntad del hombre" y Jesús le vuelve las espaldas volviendo despacio adentro. Cuando está cerca de la casa levanta su cabeza atraído por la mirada que Lázaro le dirige desde el lugar donde estuvo antes. El pálido rostro de Jesús se esfuerza en sonreír al amigo fiel.

Entra en la sala donde los cuatro apóstoles están hablando con Maximino, entre tanto que María y Marta dirigen el trabajo de los siervos que vuelven a poner en orden la sala, quitando todo lo que sirvió para el banquete.

 

Lázaro le dice a un siervo suyo:"Tráeme el rollo que está

 sobre la mesa de mi cuarto de trabajo."

 

Lázaro, que había ido a la entrada a esperarlo, pasa su mano por la cintura de Jesús y pasando cerca de un siervo le dice: "Tráeme el rollo que está sobre la mesa de mi cuarto de trabajo."

Lleva a Jesús a uno de esos amplios sofás que hay cerca de las ventanas para que se siente, pero Jesús sigue de pie, esforzándose en poner atención a lo que Lázaro le dice... pero es claro que su pensamiento está en otra parte, que su corazón está muy afligido. Y cuando cae en la cuenta de que lo están observando trata de sonreír.

El siervo vuelve con el rollo y Pedro, al ver que en esos pergaminos hay cosas que su cabeza no puede entender, se retira diciendo. "Hay ciertos alimentos que los pescados no pueden comer. Prefiero hablar con Maximino de plantas y agricultura."

Marta continúa su trabajo. María, callada, escucha a Lázaro que señala al Maestro algunos puntos escritos, diciendo: "¿No gozó este pagano de una singular previsión? Más que muchos de nosotros. Tal vez si hubiese estado aquí, contigo como Maestro, hubiera sido uno de tus discípulos y de los mejores. Te habría comprendido como muchos de nosotros no lo sabemos. ¡Qué poema de admiración por Ti le habría sugerido su genio! ¡Cómo habrían sonado tus palabras que en espíritu luminoso, aunque pagano, hubiera recogido! ¡Tu vida descrita por una inteligencia clara, brillante! Nosotros no tenemos más escritores ni poetas. Naciste tarde. Cuando el egoísmo de la vida y la corrupción religioso-social han apagado en nosotros toda poesía y todo ingenio. Lo que nuestros sabios y profetas han escrito sin conocerte, no tienen eco en la voz de ningún seguidor tuyo. Tus predilectos, tus fieles, en su mayoría, son gente sin instrucción. Y los demás... No. No tenemos ya más shoelet (escribo como oigo pronunciar la palabra) para transmitir a las multitudes tu sabiduría y tu figura. No los tenemos más porque falta el espíritu y la voluntad más que la capacidad de hacerlo. La parte, humanamente hablando, más selecta de Israel está sorda como una trompeta acabada, y no sabe cantar más las glorias y maravillas de Dios. Mi temor es que todo se pierda  o venga cambiado, parte por incapacidad, parte por mala voluntad..."

"No sucederá esto. El Espíritu del Señor, cuando tomare posesión de los corazones repetirá mis palabras y explicará su significado. Es el Espíritu de Dios el que habla por los labios del Cristo. Después... Después hablará directamente a los espíritu y les recordará mis palabras." 

 

El mundo tendrá que amarte. El Altísimo lo quiere. 

¿Pero cuándo será?

 

 Cuando me habré consumido en el Sacrificio del amor.

 Entonces vendrá el Amor 

 

Una vez que haya sido establecido, durará mientras 

la tierra exista.

 

"¡Ojalá fuese presto! Presto porque a tus palabras se les da menor atención y se les entiende menos. Me imagino que cual violento fuego que abrasa, así será el rugir del Espíritu de Dios para grabar en las mentes con fuerza, lo que no quisieron acoger, porque era bondadoso y suave. Pienso que el Espíritu abrasador quemará con sus llamas las conciencias tibias o tardas, escribiendo en ellas tus palabras. El mundo tendrá que amarte. El Altísimo lo quiere. ¿Pero cuándo será?

"Cuando me habré consumido en el Sacrificio del amor. Entonces vendrá el Amor. Será como la bella llama que se levantará de la víctima inmolada. Y no se apagará, porque no cesará el Sacrificio. Una vez que haya sido establecido, durará mientras la tierra exista."

"Pero entonces... ¿Debes ser en realidad inmolado para que esto se realice?"

"Así es." Jesús tiene la postura habitual de aceptar su suerte. Extiende los brazos con las manos vueltas hacia afuera, baja su cabeza, luego la levanta para sonreír a Lázaro afligido, y le dice: "Pero no será violenta cual un rugido la voz inmaterial del Espíritu de Amor, sino dulce como el amor, que es suave como el viento de nisán y sin embargo fuerte como la muerte. ¡El inefable misterio del Amor! El complemento, el complemento de mi ministerio. La perfección de mi ministerio de Maestro... No tengo miedo, como tú, de que se pierda algo. Antes bien te digo en verdad que arrojarán rayos de luz sobre mis palabras, y comprenderéis su espíritu. Me voy serenamente porque confío mi doctrina al Espíritu Santo, y mi espíritu a mi Padre."

Inclina su cabeza pensativo, y después de haber colocado el rollo que había originado la conversación sobre una especie de mesa alta de ébano o de otra madera oscura, con engastes de marfil amarillento, que cuatro siervos trajeron de la habitación vecina donde Marta está poniendo en orden la vajilla de mayor valor, dice. "Lázaro, ven conmigo afuera. Tengo algo que decirte."

"Al punto, Señor." Lázaro se levanta de su asiento, sigue a Jesús al jardín en donde la oscuridad todavía e mientras que en el cielo tímidamente se proyecta la claridad que empieza a sonreír.

X. 324-333

A. M. D. G.