INTRODUCCIONES DIVERSAS: I

 

 

EL HIJO DE DIOS Y DE LA MUJER SIN 

 

MANCHA FUE VISTO COMO UN GUSANO

 

 


 

#ningún dolor se me perdonó: ni en la carne, ni en la mente, ni en el corazón, ni en el espíritu.  

#Ahora mi Humanidad resplandece. Pero hubo un día en que fue semejante a un leproso por los golpes y la humillación que recibió.  

#Acusado, condenado, muerto. Traicionado, negado, vendido. Abandonado también de Dios porque sobre Mí estaban los crímenes que había tomado.  

#Isaías da la razón de tanto dolor. "Verdaderamente Él tomó sobre Sí nuestros males y cargó nuestros dolores".  

#Lo que más me heristeis fue mis sentimientos y mi espíritu.

 


 

Dice Jesús:

"Y ahora ven. Aun cuando estés esta noche tan agotada como quien está próximo a expirar, ven, que te llevaré a que veas mis sufrimientos. El camino que haremos juntos será largo, porque ningún dolor se me perdonó: ni en la carne, ni en la mente, ni en el corazón, ni en el espíritu. Los probé todos, los gusté de todos me abrevé, hasta morir.

Si pusieses tu boca sobre mi labio, sentirías que todavía conserva la amargura de tanto dolor. Si pudieses ver ahora mi Humanidad con su refulgente vestido verías qué fulgor mana de las miles y miles de heridas que cubrieron con un vestido de verdadera púrpura mis miembros despedazados, sangrientos, golpeados, atravesados por amor vuestro.

 

Ahora mi Humanidad resplandece. 

Pero hubo un día en que fue semejante a un leproso 

por los golpes y la humillación que recibió.

 

Ahora mi Humanidad resplandece. Pero hubo un día en que fue semejante a un leproso por los golpes y la humillación que recibió. El Hombre-Dios, que en Sí tenía la perfección de la belleza física, como Hijo de Dios y de la Mujer sin mancha, apareció entonces a los ojos de quienes lo miraban con amor, con curiosidad o con desprecio, un ser feo, un "gusano" como dice David, el oprobio de los hombres, el desecho de la plebe.

El amor de mi Padre y por sus hijos me llevó a que entregase mi cuerpo a quien lo golpeaba, a presentar mi rostro a quien lo abofeteaba y escupía, a quien pensaba que hacía una obra meritoria arrancándome los cabellos de la cabeza, de la barba, traspasando mi cabeza con las espinas, haciendo cómplice aun a la tierra y a sus frutos de los tormentos infligidos a su Salvador, dislocándome los miembros, dejando al descubierto mis huesos, arrancándome mis vestidos y causando a mi pureza la mayor de las torturas, enclavándome en un madero, levantándome como cordero degollado en los garfios del carnicero, aullando, alrededor de mi agonía, cual una manada de lobos hambrientos que al olor de la sangre se hacen más furiosos.

 

Acusado, condenado, muerto. Traicionado, negado, 

vendido. Abandonado también de Dios porque 

sobre Mí estaban los crímenes que había tomado.

 

Acusado, condenado, muerto. Traicionado, negado, vendido. Abandonado también de Dios porque sobre Mí estaban los crímenes que había tomado. Me vi más pobre que un mendigo a quien los bandidos hubieran robado. No se me dejó ni siquiera mi vestido con qué cubriera mi amoratada desnudez de mártir. Ni siquiera después de muerto dejaron de insultarme y de herirme. Sumergido bajo el fango de todos vuestros pecados, arrojado hasta el fondo tenebroso del dolor, sin más luz del Cielo que respondiese a mi mirada de agonizante, y sin más voz que contestase a mi última súplica.

 

Isaías da la razón de tanto dolor. 

"Verdaderamente Él tomó sobre Sí nuestros males 

y cargó nuestros dolores".

 

Isaías da la razón de tanto dolor. "Verdaderamente Él tomó sobre Sí nuestros males y cargó nuestros dolores".

¡Nuestros dolores! Sí, por vosotros los llevé. Para aliviar los vuestros, para darles dulzura, para anularlos, si me hubierais sido fieles. pero no quisisteis. ¿Y qué alcancé? Me "mirasteis como un leproso, como a uno a quien Dios ha castigado". Y así fue. Sobre Mí estaba la lepra de vuestros pecados innumerables, estaba sobre Mí como un vestido de penitencia, como un cilicio. ¿Cómo no fuisteis capaces de ver brillar a Dios en su infinita caridad a través de ese vestido que sobre su santidad y por culpa vuestra se había puesto?

Fue traspasado por nuestras iniquidades, y molido por nuestros pecados" dice Isaías que con su mirada profética vio al Hijo del hombre hecho todo un cuerpo amoratado para sanar el de los hombres. ¡Si sólo hubiesen sido heridas en mi carne!

 

Lo que más me heristeis fue mis sentimientos 

y mi espíritu.

 

Lo que más me heristeis fue mis sentimientos y mi espíritu. De uno y de otro hicisteis el hazmerreír y el blanco. Me golpeasteis, a través de Judas, en la amistad depositada en vosotros; en la fidelidad que esperaba beneficios que os había hecho, por medio de los que gritaron: "¡Muera!" pese a que los había curado de tantas enfermedades. Mi sentimiento y mi espíritu fueron el hazmerreír y blanco a través del amor, por la angustia infligida a mi Madre, por medio de la religión, al haber sido declarado blasfemo de Dios, Yo, que por amor a la causa de Dios, me había puesto en las manos de los hombres al encarnarme, padeciendo durante toda mi vida y entregándome a la ferocidad humana sin protestar, sin lamentarme.

Hubiera bastado dirigir una mirada a mis acusadores, jueces y verdugos para reducirlos a ceniza. No lo hice porque quise voluntariamente cumplir el sacrificio. Como cordero, pues soy el Cordero de Dios para la eternidad, me dejé llevar para ser despojado y matado y para hacer de mi Carne, vuestra Vida.

 

Cuando fui levantado estaba ya consumado de 

sufrimientos inimaginables.

 

Cuando fui levantado estaba ya consumado de sufrimientos inimaginables. Comencé a morir en Belén al ver la luz terrenal tan diversa para Mí de la que vivía en el cielo. Continué muriendo en medio de pobreza, en el destierro, en la huida, en el trabajo, en la incomprensión, en la fatiga, en la traición, en los cariños arrebatados, en los tormentos, en las mentiras, en las blasfemias. ¡Con esto me recompensó el hombre a quien vine a unir nuevamente con Dios!

María, mira a tu Salvador. Su vestidura no es blanca, ni su cabeza rubia. No tiene la mirada de zafiro que conoces. Su vestidura está roja por la sangre, está despedazada, cubierta de suciedades y salivazos  Su rostro está amoratado, turbado. Su mirada está cubierta con sangre, lágrimas. Te mira a través de ellas, a través del polvo que cure sus párpados. ¿Ves mis manos? Son toda una llaga y esperan ser heridas.

Mírame, pequeño Juan, como me miró tu hermano Juan. En el paso que doy quedan huellas de sangre. El sudor diluye la sangre que brota de los golpes de los flagelos, sangre que empezó a brotar en la agonía del Huerto. Mis palabras salen de labios requemados de la sed, golpeados. Salen con dificultad.

De hoy en adelante me verás así con frecuencia. Soy el Rey del dolor y vendré a hablarte de mi dolor con mi vestido real. Sígueme pese a tu agonía. Compasivo como soy, pondré delante de tus labios, atormentados por mi dolor, también la miel perfumada de contemplaciones más tranquilas. Sin embargo debes preferir éstas que saben a sangre, porque por ellas posees la Vida y con ellas a otros llevarás a Ella. Besa mi mano que sangra y medita en Mí, tu Redentor."

X. 335-337

A. M. D. G.