JUDAS VA A ENTREVISTARSE CON LOS JEFES
DEL SANEDRÍN
#Judas entra donde está reunido el Sanedrín
#Quieren hacer ver a Judas que nos es un crimen sino una obra santa para la Patria
#Debe morir su muerte está echada
#Judas dice: ...¡Mesías! ¡No te tengo miedo y te entrego a tus enemigos! ¡Vamos!"
#¿Y ahora? ¿Qué haremos de Judas de Simón? ¿Qué dirá cuando se vea traicionado?
#Oíd, ni una palabra a los que no vinieron. Conocen bastante nuestros planes.
Judas llega de noche a la casa de Caifás. La luna, cual cómplice, le alumbra el camino. Debe de esta seguro de encontrar en la casa que está fuera de los muros a los que busca, de otro modo pienso que hubiera entrado en la ciudad y hubiera ido al Templo. Pero no lo hace. Sube decidido entre los olivos de la colina. Más que la otra vez, porque es de noche, y la oscuridad y la hora lo protegen de que alguien pueda verlo. Los caminos de la campiña están desiertos y no se ven por ellos las multitudes de peregrinos que han venido a Jerusalén para la Pascua. Hasta los pobres leprosos están en sus cuevas y duermen, olvidándose por algunas horas, de su infortunio.
Judas ha llegado a la puerta de la blanca casa que brilla a la luz de la luna. Toca. Tres golpes, un golpe, tres golpes, dos golpes... ¡Sabe a maravilla la señal convenida!
Y debe serla porque la puerta se entreabre sin que el portero abra la ventanilla para ver quién es.
Judas entra y pregunta al portero que le presenta sus respectos: "¿Están reunidos?"
"Sí, Judas de Keriot. Creo que están todos."
"Llévame a donde están. Debo hablar de cosas importantes. ¡Pronto!"
El portero asegura con todos los pasadores la puerta. Camina delante por el corredor semioscuro, y se detiene ante una puerta a la que llama. El tumulto de las voces se calla por dentro. Se oye ahora el ruido de la cerradura y el crujido de la puerta que se abre, arrojando un haz de luz.
Judas entra donde está reunido el Sanedrín
"¿Eres tú? ¡Entra!" dice el que abrió la puerta y que no se quién sea.
Judas entra en la sala mientras que el que le abrió cierra la puerta con llave.
Hay un momento de sorpresa, o, por lo menos de excitación, al ver entrar a Judas. Lo saludan en coro: "La paz sea contigo, Judas de Simón."
"La paz sea con vosotros, miembros del santo Sanedrín" contesta
"Acércate. ¿Qué se te ofrece?" le preguntan.
"Hablaros... hablaros del Mesías. No es posible que las cosas sigan así. No os puedo ayudar más si no os decidís a tomar las providencias extremas. El ya sospecha."
"¿Te has dejado descubrir, necio?" le interrumpen.
"No. Sois vosotros los necios. Por una prisa irrazonable cometisteis errores y más errores. Sabíais bien que podíais disponer de mí. Y, sin embargo, no os fiasteis."
"¡Tienes mala memoria, Judas de Simón! ¿No te acuerdas cómo nos dejaste la última vez? ¿Quién iba a pensar que nos eras fiel, a nosotros, cuando dijiste de ese modo que no podías traicionarlo?" apostrofa irónicamente Elquías, con su carácter más serpentino que nunca.
"¿Y creéis que sea fácil llegar a engañar a un amigo, al único que verdaderamente me ama, que es Inocente? ¿Creéis que sea cosa fácil llegar a decidirse por el crimen?" objeta el apóstol, excitado.
Quieren hacer ver a Judas que nos es un crimen
sino una obra santa para la Patria
Tratan de calmarlo. Lo lisonjean, lo seducen, o por lo menos tratan de hacerlo, haciéndole ver que lo que quiere hacer no es un crimen "sino una obra santa para con la Patria, a la que evita represalias de los dominadores, que empiezan a dar señales de intolerancia por estas continuas agitaciones y divisiones de partidos y de la plebe en una provincia romana, y para con el género humano, si es que en realidad Él está convencido de su naturaleza divina de Mesías y de su misión espiritual."
Caifás dijo: "Bien está que un hombre muera por el pueblo
y que no perezca toda la nación". Fue una profecía.
"Si es verdad lo que dice -¡lejos de nosotros el creerlo!- ¿no eres acaso colaborador de la Redención? Tu nombre irá asociado al suyo por los siglos, y la patria te contará entre sus héroes, te honrará con los cargos más altos. Ya hay preparado un asiento para ti entre nosotros. Subirás, Judas. Dictarás leyes a Israel. ¡Oh, nunca olvidaremos lo que hiciste en bien del sagrado Templo, del sagrado sacerdocio, en defensa de la ley santísima, en bien de toda la nación! Trata sólo de ayudarnos y te juramos, te lo juro en nombre de mi poderoso padre, y de Caifás que tiene el efod (vestido sacerdotal e instrumento de adivinación), que serás el hombre más grande de Israel. Más que los tetrarcas, más que mi mismo padre, que es un pontífice depuesto. Se te servirá y se te obedecerá como a un rey, como a un profeta. En el caso de que Jesús de Nazaret no fuese sino un falso Mesías, aun cuando no fuese sentenciado a muerte, porque no ha cometido acciones que comete un ladrón, sino que son de un loco, ten en cuenta que te recordamos las palabras del pontífice Caifás -tú sabes que quien trae el efod y el racional habla por inspiración divina y profetiza el bien y lo que hacerse por él- Caifás dijo: "Bien está que un hombre muera por el pueblo y que no perezca toda la nación". Fue una profecía."
"Así fue. El Altísimo habló por boca del Sumo Sacerdote. ¡Que se le obedezca!" gritan en coro, cual comediantes, como títeres necios del gran Consejo que es el Sanedrín. Judas ha quedado sugestionado, seducido... pero un rayo de sentido común, si no de bondad, hay todavía en él, y lo detiene para no pronunciar las palabras fatales.
Lo rodean con deferencia, con simulado cariño. Insisten: "¿No nos crees a nosotros? Mira: somos los jefes de las veinticuatro familias sacerdotales, los Ancianos del pueblo, los escribas, los más grandes fariseos de Israel, los sabios rabíes, los magistrados del Templo. Aquí, a tu alrededor, está la flor de Israel pronta a aclamarte y a una voz te ordena: "Hazlo, porque es cosa santa"."
"¿Dónde está Gamaliel? ¿Dónde José y Nicodemo? ¿Dónde Eleazar, el amigo de José, y dónde Juan de Gaas? No los veo."
"Gamaliel está en gran penitencia, Juan junto a su mujer que está encinta y que está sufriendo esta tarde. Eleazar... no sabemos por qué no haya venido. Un mal rato puede tener cualquiera ¿no te parece? En cuanto a José y Nicodemo, no les avisamos de esta reunión secreta, y eso porque te amamos, porque nos preocupamos de tu honra... Porque si desgraciadamente todo fallase, no denunciarían tu nombre al Maestro... Velamos por tu fama. Te amamos, Judas, nuevo Macabeo, salvador de la patria."
"El Macabeo peleó bravamente. Yo... cometo una traición."
No te detengas en las particularidades de tu acción,
sino en la justicia del objetivo
Debe morir su muerte está echada
"El Macabeo peleó bravamente. Yo... cometo una traición."
"No te detengas en las particularidades de tu acción, sino en la justicia del objetivo. Habla tú Sadoc, escriba de oro. Tu boca vierta palabras preciosas. Si Gamaliel es docto, tú eres sabio, porque en tus labios está la sabiduría de Dios. Convence a este que titubea."
El sinvergüenza de Sadoc se abre paso y con el decrépito Cananías: una enflaquecida y huesuda zorra al lado de un astuto y feroz chacal.
"¡Escucha, oh hombre de Dios!" empieza pomposamente como orador inspirado, a hablar. Extiende con majestad su brazo derecho. Con el izquierdo toma los pliegues múltiples de su vestido de escriba. Después levanta también el brazo izquierdo, dejando que su vestidura pierda sus pliegues. Con la cara y los brazos en alto grita: "¡Yo te lo digo! ¡Te lo digo ante la altísima presencia de Dios!"
"¡Marán-Atá!" hacen eco todos, inclinándose como si alguien los obligase a hacerlo, y luego vuelven a enderezarse con los brazos cruzados sobre el pecho
"Yo te lo digo: ¡Está escrito en las páginas de nuestra historia y de nuestro destino! ¡Está escrito en las señales y en las figuras que los siglos dejaron! ¡Está escrito en el rito que no cesa desde la noche fatal para los egipcios! ¡Está escrito en la figura de Isaac! ¡Está escrito en la figura de Abel! Y lo que está escrito ¡que se cumpla!"
"¡Marán-Atá!" responden los otros con tono bajo, lúgubre, sugestionante, con las caras de nuevo en alto, que iluminan las lámparas encendidas en los ángulos de la sala, con su luz pálidamente violáceo. Esta reunión de hombres, casi todos vestidos de blanco, de caras color pálido o aceituno como es su raza, parece al contacto de la luz de las lámparas una reunión de espectros.
"La palabra de Dios ha bajado sobre los labios de los profetas para confirmar este decreto. ¡El de morir! ¡Está dicho!"
"¡Está dicho! ¡Marán-Atá!"
"¡Debe morir, su suerte está echada!"
"Debe morir. ¡Marán-Atá!"
"Está escrito hasta en sus pormenores su destino fatal, ¡y la fatalidad no tiene remedio!"
"¡Marán-Atá!"
"Hasta el precio simbólico, que se pagará al que hace de instrumento de Dios para la realización de la promesa, está indicado."
"¡Está señalado! ¡Marán-Atá!"
"Sea el Redentor o un falso profeta ¡debe morir!"
"¡Debe morir! ¡Marán-Atá!"
"La hora ha llegado. ¡Yeová lo quiere! ¡Oigo su voz! A fuertes gritos ordena: "¡Que se cumpla!"
"¡El Altísimo ha hablado! ¡Que se cumpla! ¡Que se cumpla! ¡Marán-Atá!"
"Que el Cielo te dé fuerzas como dio a Yael, Judit, que aunque mujeres se comportaron como heroínas; como las dio a Jefté, que sacrificó su misma hija en aras de la patria; como las dio a David contra Goliat, y realizó una hazaña que eternizará a Israel en el recuerdo de las naciones."
"Que el Cielo te dé fuerzas. ¡Marán-Atá!"
"¡Sé un vencedor!"
"¡Sé un vencedor! ¡Marán-Atá!"
La vieja voz de Cananías sube de tono: "¡El que titubea en cumplir la orden sagrada está condenado a la deshonra y a la muerte!"
"Está sentenciado. ¡Marán-Atá!"
"¡Que te castigue el Señor con todas las maldiciones mosaicas! ¡Que te haga desaparecer de entre las gentes!"
"¡Te castigue y te haga desaparecer! ¡Marán-Atá!"
Un silencio mortal envuelve a esta escena de sugestión... Parece que nada se moviera dentro de un miedo glacial.
Sí. Lo haré. Debo hacerlo. Lo haré.
La última parte de las maldiciones mosaicas me toca a mí,
y debo salir porque me he retrasado ya.
Finalmente se oye la voz de Judas que resuena, y me cuesta trabajo reconocerla por lo cambiado que está: "Sí. Lo haré. Debo hacerlo. Lo haré. La última parte de las maldiciones mosaicas me toca a mí, y debo salir porque me he retrasado ya. Me siento enloquecer al no gozar tregua ni descanso. Mi corazón tiembla de miedo. Mis ojos se oscurecen, y mi alma se muere de tristeza. Tiemblo de que se me descubra y de que Él me fulmine en este mi juego doble. No sé, no comprendo hasta qué detalle conoce mis intenciones. Veo que ni vida está colgada de un hilo. Mañana y noche suplico porque se acabe esta hora que sumerge mi corazón en el terror: por el crimen horrible que debo realizar. ¡Oh, daos prisa! ¡Arrancadme de esta angustia que sufro! Que todo se cumpla y ¡al punto! ¡Ahora! ¡Que me vea libre! ¡Vamos!"
...¡Mesías!
¡No te tengo miedo y te entrego a tus enemigos! ¡Vamos!"
Judas se calla. Su voz tomaba fuerzas a medida que hablaba. Sus movimientos, al principio automáticos e inseguros como de un sonámbulo, poco a poco se hicieron más reales. Se endereza, cual alto es, satánicamente bello y grita: "¡Que desaparezcan las artimañas de un insensato terror! Me veo libre de una sujeción que infunde miedo. ¡Mesías! ¡No te tengo miedo y te entrego a tus enemigos! ¡Vamos!" Es el grito de un demonio victorioso, y sin esperar a más se dirige hacia la puerta.
Lo detienen: "¡Despacio! Respóndenos: ¿Dónde está Jesús de Nazaret?"
"En casa de Lázaro. En Betania."
"No podemos entrar nosotros en esa casa que defienden siervos muy adictos a su dueño. Es la casa de un protegido de Roma. Nos toparíamos con dificultades."
"Mañana al amanecer vendremos a la ciudad. Poned guardias en el camino de Betfagé. Armad confusión y prendedlo."
"¿Cómo sabes que viene por ese camino? Podría seguir otro..."
"No. Ha dicho a sus seguidores que por ese entrará a la ciudad, por la puerta de Efraín, que lo esperasen cerca de En Roguel. Si lo detuvierais antes..."
"No podemos. Tendríamos que entrar con Él entre las guardias. Y cada camino que trae a las puertas, y cada calle de la ciudad están llenas desde que amanece hasta que anochece de gente. Sucedería un tumulto. Y es lo que no queremos."
"Subirá al Templo. Llamadlo para interrogarlo en una sala. Llamadlo en nombre del sumo sacerdote. Irá porque os respeta más que a su propia vida. Una vez que esté con vosotros... no os faltará el modo de llevarlo a un lugar seguro y condenarlo cuando llegue su hora."
"No dejaría de haber tumulto. Deberías de tener en cuenta que la plebe es fanática. Y no sólo el pueblo, sino los grandes, lo mejor de Israel. Gamaliel va perdiendo discípulos. Lo mismo Yonatás ben Uziel y otro más de los nuestros. Todos nos abandonan al sentirse seducidos. Hasta los paganos lo veneran, o lo temen, lo que es ya venerar, y están dispuestos a volverse contra nosotros, si le hiciéramos algún mal. Además, algunos de los ladrones que habíamos asalariado para que se fingiesen discípulos suyos y provocasen revueltas, han sido arrestados y han hablado, esperando que al hacerlo así, alcancen clemencia. El Pretor lo sabe... todo el mundo le sigue, y nosotros no logramos hacer nada. Es necesario, pues, obrar con precaución para que la plebe no caiga en la cuenta."
"¡Tienes razón! ¡Hay que tomar precauciones! Anás también lo recomienda. Nos ha dicho: "Que no se haga durante la fiesta para que la gente fanática no vaya a provocar algún tumulto!" Estas son sus órdenes. Aun más ha ordenado que se le trate reverentemente en el Templo y dondequiera. Que no se le moleste para que se le pueda atrapar."
"Entonces ¿qué queréis hacer? Yo estaba dispuesto para esta noche. Vosotros dudáis..." dice Judas.
"Bueno. Tú deberías llevarnos cuando Él esté solo. Conoces su modo de obrar. Nos escribiste diciéndonos que te tiene cerca de Sí más que a los demás. Debes, pues, saber lo que quiere hacer. Estaremos siempre prontos. Cuando juzgues que ha llegado la hora oportuna y sabes el lugar, ven e iremos."
¿Qué me daréis en recompensa?" Judas habla ya fríamente
"Lo que dijeron los profetas, para que seamos fieles a la
palabra inspirada: treinta denarios..."
"Contrato hecho. ¿Qué me daréis en recompensa?" Judas habla ya fríamente, como si estuviese haciendo una compra cualquiera.
"Lo que dijeron los profetas, para que seamos fieles a la palabra inspirada: treinta denarios..."
"¿Treinta denarios para matar a un hombre y a ese Hombre? ¡Lo que cuesta un vulgar cordero en estos días de fiesta! ¡Estáis locos! No es que tenga necesidad de dinero. Tengo buenas provisiones. No vayáis a pensar que me convenceréis con el ansia de dinero. Es demasiado poco para compensar el dolor de traicionar al que siempre me ha amado."
"Ya te dijimos antes lo que haríamos contigo. ¡Gloria, honores! Lo que esperabas de Él y no has conseguido. Nosotros curaremos tu desilusión. Pero el precio lo fijaron los profetas. ¡Oh, no es más que una formalidad! Un símbolo. ¡No más! Lo demás vendrá después..."
"Y el dinero ¿cuándo?..."
"En el momento que nos digas: "Venid". No antes. Nadie paga sino hasta que tiene la mercancía en las manos. ¿No te parece acaso justo?"
"Justo lo es, pero triplicad la suma..."
"No. Así dijeron los profetas. Así debe de hacerse. ¡Oh, que si sabemos obedecerlos! No dejaremos ni una tilde para que no se cumpla lo que acerca de Él está escrito. ¡Je, je, je! ¡Somos fieles a la palabra inspirada! ¡Je, je, je!" se ríe ese asqueroso esqueleto de Cananías. Otros muchos le imitan con sus risotadas lúgubres, hipócritas. Son unos verdaderos perros diabólicos que no saben más que gruñir. La sonrisa es propia de un corazón sereno y amoroso. El gruñido de corazones perturbados y repletos de rabia.
"Hemos terminado. Puedes irte. Esperamos el alba para entrar nuevamente en la ciudad por diversos caminos. Adiós. La paz sea contigo, oveja extraviada que regresas al redil de Abraham. ¡La paz sea contigo! ¡La paz sea contigo, y con ella la gratitud de todo Israel! ¡Cuenta con nosotros! Cualquier deseo tuyo es ley para nosotros. ¡Que Dios esté contigo como lo ha estado con todos sus siervos más fieles! ¡Todas las bendiciones caigan sobre ti!"
Lo acompañan hasta la salida con abrazos y protestas de amor... lo ven alejarse por el corredor semioscuro... oyen el ruido de los aldabones que son levantados para abrir y cerrar...
Llenos de júbilo vuelven a entrar en la sala...
¿Y ahora? ¿Qué haremos de Judas de Simón?
¿Qué dirá cuando se vea traicionado?
Dos o tres voces, las menos endemoniadas, se levantan en son de protesta. "¿Y ahora? ¿Qué haremos de Judas de Simón? Muy bien sabemos que fuera de esos miserables treinta denarios no podemos darle nada... ¿Qué dirá cuando se vea traicionado? ¿No habremos cometido un error mayor? ¿No irá a contar al pueblo lo que hicimos? Todos sabemos que es un hombre voluble."
"¡Sois muy ingenuos y además necios al pensar en estas cosas y preocuparos de ellas! ya hemos determinado lo que haremos a Judas. ¿No os acordáis? Y no vamos a cambiar de plan. Tan pronto acabemos con el Mesías, Judas morirá. Lo hemos decidido."
"¿Y si lo revelase antes?"
"¿A quién? ¿A los discípulos, al pueblo, para que lo lapiden? Él no hablará. Su horrible acción es una mordaza."
"Podría arrepentirse más adelante, tener remordimientos, y hasta fingirse loco... Porque, al caer en la cuenta, el remordimiento lo puede enloquecer..."
"No tendrá tiempo para ello. Pensaremos antes. A cada cosa su hora. Primero el Nazareno, y luego el que lo traicionó" dice lenta, pero decididamente Elquías.
Oíd, ni una palabra a los que no vinieron.
Conocen bastante nuestros planes.
"Oíd, ni una palabra a los que no vinieron. Conocen bastante nuestros planes. No me fío ni de José ni de Nicodemo. Y muy poco de los otros."
"¿Tienes sospechas de Gamaliel?"
"Hace meses que no viene más con nosotros. Si el Pontífice no se lo manda expresamente no tomará parte en nuestras sesiones. Dice que está escribiendo una obra con la ayuda de su hijo. Pero me refiero a Eleazar y a Juan."
"¡Esos nunca se han mostrado contrarios!" dice prontamente un sanedrista que varias veces he visto con José de Arimatea, pero cuyo nombre no me acuerdo.
"¡No es así! Se nos han opuesto muy poco y por eso conviene vigilarlos ¡je, je, je! Muchas sierpes se han metido en el Sanedrín... ¡Je, je, je! Pero se les echará afuera... ¡Je, je, je!" dice Cananías encorvado y tembloroso, apoyado en su bastón, buscando lugar en uno de los grandes y largos asientos cubiertos de gruesas alfombras que hay junto a las paredes de la sala. Contento se tira sobre uno de ellos y pronto se duerme con la boca abierta, que refleja la maldad que lleva en su corazón.
Lo ven los otros. Dora, hijo de Doras, dice: "El tiene la satisfacción de ver este día. Mi padre lo soñó, pero no pudo verlo. Pero en mi corazón llevaré este ideal para que mi padre esté también presente cuando nos venguemos del Nazareno, y también pueda alegrarse..."
Recordad que tenemos que turnarnos, y que debemos estar siempre en el Templo."
"Estaremos."
"Debemos dar órdenes que a cualquier hora que viniere Judas de Simón, se le lleve al sumo sacerdote."
"Así lo haremos."
"Y ahora preparémonos para el golpe final."
"¡Estamos preparados! ¡Estamos preparados!"
"¡Astutamente!"
"!Astutamente!"
"¡Con perspicacia!"
"¡Con perspicacia!"
"¡Para engañar a cualquiera!"
"Nadie reaccionará contra lo que dijere o hiciere. Nos vengaremos d una sola vez."
"Así lo haremos. Y nuestra venganza será cruel."
"¡Cabal!"
"¡Sin compasión!"
Se sientan para descansar mientras llega el alba.
X. 356-363
A. M. D. G.